DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – C (13 de enero de 2019)
Proclamación del Santo evangelio según Sn Lc: 3, 15-16.
21-22:
3:15 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se
preguntaban si Juan no sería el Mesías,
3:16 él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los
bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera
soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el
Espíritu Santo y en el fuego.
3:21 Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue
bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo
3:22 y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma
corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi
Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección". PALABRA DEL
SEÑOR
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Con el bautismo del Señor terminamos y cerramos el tiempo de
navidad. E iniciamos el tiempo ordinario. El bautismo, el primer sacramento que
todo creyente debe recibir y no solo el bautismo, sino también los demás sacramentos. ¿Qué finalidad tienen los sacramentos en la
vida de un creyente? La finalidad es la de cumplir el mandato supremo de Dios: “Yo
soy Yahveh, el que les ha sacado de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean,
pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). Los sacramentos como el bautismo
nos santifican. Y la santidad nos sirve para estar con Dios (salvación). El
Hijo participa del bautismo para darnos a entender que el Padre y el Hijo,
unidos en el Espíritu Santo es uno: “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy”
(Lc 3,22); “Este es mi hijo amado en quien
me complazco; escúchenlo” (Mt 17,5). Son dos citas, afirmaciones del mismo
Padre que interviene primero presentado a su hijo, segundo para que se le oiga
porque Él es el evangelio. Tanto en el principio de su ministerio como en la
parte final de su ministerio.
Dios impuso al hombre este mandamiento: “De cualquier árbol
del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no
comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17).
Replicó la serpiente a la mujer: "De ninguna manera morirán. Es que Dios
sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán
como dioses, conocedores del bien y del mal. Y como viese la mujer que el árbol
era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría,
tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió” (Gn
3,4-6). “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el
que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su
Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree
en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído
en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). San Pablo resume así: “Por
un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la
muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rm 5,12). Como es de
verse, Dios no se alegra del fracaso del hombre, sino que apuesta todo por el
hombre para rescatarlo del pecado y como lo hace? Por su Hijo que instituye la
Iglesia y el los sacramentos como medio de salvación.
En el domingo anterior hemos celebrado y meditado la actitud
reverente de los reyes magos, quienes guiados por la luz de la estrella dieron
con la casa, encontraron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo
adoraron. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y
mirra” (Mt 2,11). Es eso precisamente lo que hacemos en cada misa o el domingo
que guiados por la luz de la fe, hallamos a Jesús en el altar cuando ante
nuestros ojos toma carne (Jn 1,14). Y recordemos lo que el mismo Señor nos
dice: “El que me envió está conmigo y nunca me ha dejado solo” (Jn 8,29). Y es
más contundente aun al decir: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14,9).
Luego dice en la última cena: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo, tomen y
beban, este es el cáliz de mi sangre” (Mt 26.26). Así, en cada santa misa
caemos de rodillas y lo adoramos. Hoy celebramos otro gesto amoroso del Padre
que nos envió a su Hijo al mundo por el amor que nos tiene (Jn 3,16) con el
siguiente tenor:
1. En este domingo celebramos la coronación de la gloria del
Hijo por parte del Padre: El Bautismo de Jesús. Y esta fiesta grandiosa cierra
el ciclo de navidad, y por lo mismo abre el tiempo ordinario que seguirá hasta
el inicio de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, que este año cae el día 10
de febrero. Recordemos que el tiempo ordinario es el tiempo más largo que
abarca el ciclo litúrgico y tiene dos partes, la primera que es más corto: del
lunes que sigue al domingo del bautismo del Señor hasta el miércoles de ceniza.
Luego se hace un alto y la cuaresma nos prepara para la semana santa, después
del tiempo de pascua, retomaremos el tiempo ordinario hasta el domingo XXXIV en
que celebraremos la fiesta de Jesucristo rey del universo.
2.- “Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea
y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Jn 1,9). El Bautismo del Señor, no es
un episodio fortuito en la cadena de su vida porque Dios no hace nada de
improviso. El Bautismo es un acontecimiento que parte la vida de Jesús en dos:
la vida oculta (Infancia) y la vida pública del Señor. De aquí arranca
definitivamente esa trayectoria que describen los Evangelios como la vida del
Salvador. Del bautismo irá al desierto (Mc 1,12-13); del desierto a la
predicación itinerante por sinagogas y aldeas. La predicación de Jesús crea una
comunidad, la comunidad de discípulos (Mc 3,13), que es la comunidad mesiánica
del Reino, y en esta comunidad están los Doce elegidos, los Apóstoles. El final
fue la Cruz (Mc 10,33) y la Resurrección (Lc 24,6), y de la Resurrección de
Jesús esa comunidad de discípulos suyos, que somos sus testigos en el mundo (Mc
16,15-16). Todo arrancó de aquel momento en que Jesús, por decisión propia
inició su camino con una Bautismo. Jesús pidió a Juan que lo bautizara:
"Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es
justo". Y Juan se lo permitió” (Mt 3,15).
3. Jesús dijo. “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad,
sino la de aquel que me envió” (Jn 6,38).
Según ello, el Bautismo de Jesús está dentro de la vocación de Jesús y
es el acto inicial de su misión. El Evangelio de hoy enlaza el bautismo de
Jesús con la predicación de Juan: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que
yo y no merezco agacharme para desatarle al correa de sus sandalias. Yo os eh
bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Jn 1,8). Jesús va
a bautizar con Espíritu Santo. Nadie había bautizado con Espíritu Santo. Y Juan
tampoco. Juan reconoce que empieza la hora definitiva de Dios. En esta hora de
Dios, se rasgan (abre) los cielos. Vio rasgarse los cielos y al Espíritu que
bajaba hacia él como una paloma (Mc 1,10).
4. Entonces se “oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi
Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). El Bautismo es la primera teofanía
que acontece en la misión de Jesús. Hoy se rasgan los cielos. Se están
cumpliendo aquello que pedía el profeta: “¡Ojalá rasgases los cielos y
descendieses!” (Is 63.19). San Marcos, el evangelista que nos da el testimonio
más antiguo, nos dice que en aquella experiencia – que ninguno de nosotros
podrá ni comprender ni explicar – vio y oyó. Todo su ser, que había bajado a lo
profundo del pecado del hombre, solidarizándose con él, al subir del agua,
entró en trance: vio y escuchó (Mc 1,10). ¿Qué es lo que vio? Vio que el
Espíritu baja sobre él en forma de paloma; era alguien real ante sus ojos. Y
escuchó. No hablaba la Paloma, sino aquel que enviaba a la Paloma: Tú eres mi
Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). Cuando Jesús oye la palabra “Tu eres
mi Hijo” lo oye del Padre y es la conformación de lo que el ángel había dicho a
la virgen María: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado
Hijo de Dios” (Lc 1,35). Por otro lado fíjense que el Dios lejano que
pregonaban los profetas en el A.T. se nos ha manifestado como “Padre”. Es decir
en el Hijo hecha carne (Jn 1,14), Dios se nos ha acercado lo más que puede como
“Papá” en el Hijo único. San Pablo lo describe así: “Cuando se cumplió el
tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la
Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos
adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios envió a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es
decir, ¡Padre!” (Gal 4,4-6).
5. “Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al
Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:
“Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,10-11). Sin duda, estamos
ante el misterio insondable de la Trinidad vivido por Jesús como constitutivo
de su ser: Él era el Hijo. El Padre le hablaba. El Espíritu le invadía. ¿Qué le
decía el Padre? En ti me complazco. Al
final de su misión, Jesús nos dejará esta tarea: “Vayan, y hagan que todos los
pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, y enseñándoles (Evangelio) a cumplir todo lo que yo les he
mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Por
otro lado resaltamos que Jesús no era un pecador: “Él fue probado en todo igual
que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15).
El Bautismo se administraba en relación con el pecado. Pero Jesús no era
un pecador, como yo lo siento de mí mismo. Jesús había nacido de la santidad de
Dios (Lc1,35), y era capaz de transmitir el Espíritu de Dios que él mismo
recibía del Padre.
6. El misterio del bautismo de Jesús (Mc 1,9) es la primera
forma en que se revela el misterio de la Trinidad que ha de culminar en la
resurrección de Jesús (Mt 28,6). Desde ahora ya no se podrá ver a Jesús sino como el consagrado por Dios para
la misión divina del Reino (Jn 6,38). Por eso es impresionante la frase
siguiente que escribe el evangelista para iniciar la vida de Jesús. Dice. “A
continuación, el Espíritu lo empujó al desierto” (Mc 1, 12). Jesús lleva dentro
una fuerza divina que no le ha de abandonar en ningún instante de su vida.
Jesús no podrá hacer nada que no esté inspirado por el Espíritu, que no esté en
obediencia amorosa a la voluntad del Padre. Lo que ocurre en el bautismo es la
revelación total de su persona: El Hijo con el Padre y el Padre con el Hijo (Jn
10,30), unidos en el Espíritu.
7. Los judíos preguntaron a Jesús: ¿Quién eres tú? (Jn
8,25). ¿Quién es realmente Jesús, Jesús infante, que lo acabamos de contemplar
en su nacimiento, Jesús niño, Jesús joven, Jesús adulto…? “Jesús, al empezar,
tenía unos treinta años” (Lc 3,23), escribirá Lucas justamente cuando acaba de
narrar el Bautismo. Anterior al bautismo solo se menciona en una oportunidad:
Discutiendo con los maestros en la sinagoga, y cuando fue hallado su madre le
dijo: “Hijo porque nos tratas así, yo y tu padre te buscamos angustiados. Jesús
respondió: ¿No sabían que debían ocuparme de los asuntos de mi Padre? (Lc
2,49). En el bautismo, a los treinta años una persona ya ha dado la orientación
definitiva de su vida. ¿Quién puede aclararnos el silencia de esta vida que se
hunde en la intimidad de Dios? Justamente acabamos de pronunciar la palabra
clave, a intimidad con Dios. De aquellos treinta años de silencio apenas emerge
un episodio: “En los asuntos de mi Padre”(Lc 2,49). La figura de Jesús es esta:
el que vive dedicado en los asuntos de Dios. De él no sabemos nada sino esto:
que vivía con Dios (Jn 10,30). Precisamente esa vida con Dios es la que le
lleva al Bautismo. Jesús quiere estar donde nosotros, en las raíces de nuestro
ser, allí donde bulle nuestro pecado, del cual él nos ha liberado (Jn 10,17).