DOMINGO IV DE ADVIENTO – C (22 de Diciembre de 2024)
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1,39-45.
1:39 En aquellos días, María partió y fue sin demora a un
pueblo de la montaña de Judá.
1:40 Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
1:41 Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de
alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
1:42 exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y
bendito es el fruto de tu vientre!
1:43 ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a
visitarme?
1:44 Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi
seno.
1:45 Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te
fue anunciado de parte del Señor». PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
El profeta Miqueas es el que nos ha señalado ya con el dedo
al pueblo de Belén y nos ha anunciado que Dios viene de ahí a traer paz y
liberación (Miq 5,1). Nos disponemos, por tanto, a recibir al Salvador.
Como nos ha hecho orar el salmo: "Restáuranos, que
brille tu rostro y nos salve" (Slm 79). La Navidad ya está cerca y
debemos preparar nuestros ánimos a celebrarla con gozo y en profundidad
(Sof 3,15).
En el evangelio, el episodio de la encarnación (revelación
de la vocación de la Virgen), se une inmediatamente con la visitación (conciencia
de la misión). La Virgen no se entretiene en complacerse en lo que le ha
sucedido. Se pone de pie inmediatamente, dispuesta a compartir.
Después de dejarse encontrar por Dios, va a buscar a
alguien. Su "llamada" es tal que no la deja cerrada en casa, sino que
la pone en camino. La partida es la consecuencia lógica de la obediencia.
"María se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad...(Lc
1,39)".
Esta imagen de la Virgen que camina aprisa por vericuetos me
ha fascinado siempre. Esos pasos expresan conocimiento, decisión, coraje,
alegría de un anuncio. Lleva dentro de sí un misterio. Un misterio consumado en
la profundidad de su ser. Y que ahora se celebra en los caminos y entre los
hombres. Dentro de poco el silencio estallará en canto. Y la Palabra se hará
fuerza perturbadora. Ella ha respondido a las esperanzas de Dios. Ahora está
dispuesta a responder a las esperanzas de los hombres, (Rm 5,19).
El acontecimiento que se ha verificado dentro de ella, se
hace mensaje, noticia que se difunde. Dios se ha hecho Emmanuel, o sea el
"Dios con nosotros" (Is 7,14), porque aquella muchacha ha querido
estar presente en el encuentro con él (el encuentro es, precisamente,
disponibilidad para estar con...). Dios vuelve a decir sí al mundo, porque
María ha salvado tantas negativas con su sí decisivo. Por eso camina de prisa.
Su paso no es ciertamente el de quien sigue un entierro. Es el paso de quien
anuncia el nacimiento de los "tiempos nuevos". Y ella no es
espectadora, sino protagonista junto con el Espíritu. Ella es de verdad la que
"atisba la aurora". Quisiera decir más: “Ella dio a luz” (Lc 2,7).
Gracias a los pasos de la Virgen, Jesús está en camino,
antes aún de nacer, por los caminos del mundo. Gracias a María, que afronta un
sendero intransitable, Cristo acude a donde hay una necesidad, va hacia los
hombres. Dentro de poco, veremos en los evangelios a un Cristo continuamente en
movimiento, "itinerante". Pero no olvidemos que Cristo ha comenzado a
ser itinerante ya en el seno de su madre que hace saltar de gozo a Juan Bautista en el seno de su madre Isabel
(Lc. 1,41).
"¡Feliz de ti que has creído, porque lo que te ha dicho
el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). Isabel inventa la bienaventuranza más adaptada
a su huésped. Capta la verdadera grandeza de María. La Virgen es la que ha
creído. O sea, se ha adherido a otro, se ha fiado de otro, se ha dejado llevar
por otro. No ha aceptado un elenco de proposiciones, una serie de verdades, una
doctrina. Se ha aferrado a una palabra, una palabra desnuda, despojada, que no
le ha suministrado seguridades, no ha exhibido pruebas convincentes, pero le ha
puesto en camino, la ha lanzado a lo largo de un itinerario impensado, y
todavía por descubrir, le ha abierto lo imprevisible. María ha creído "las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor y todo eso se cumplirá".
Fe: Tener fe, en el fondo, significa que Dios mantiene la palabra.
La Virgen no es una criatura que sabe, sino una criatura que cree. No se siente
a salvo, equipada de garantías. Se fía, no pide informaciones. No posee, por
anticipado, las respuestas a todos los interrogantes. Apuesta, más bien, por
Dios que no defrauda cuando una persona desmonta las propias defensas, se
entrega totalmente a él cuando sin más exclama y dice: “Eh aquí la esclava del
Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38). Sí, a la fe. Es sólo la fe la que puede traer
a Dios a un mundo que parece haberlo excluido. El cristiano, gracias a la fe,
debe ser, como la Virgen, "hombre de fe", esto es, portador de Dios
en el mundo porque en ella prima el hambre de su palabra: “Dice Dios que,
enviaré hambre sobre el mundo no hambre de pan, ni sed de agua, sino de
escuchar la palabra del Señor” (Am 8,11).
EL SEÑOR VIENE A ENTREGARSE POR NOSOTROS Y APLACAR LA SED
DEL HOMBRE Jn 4,14): Desde su encarnación, Jesús viene con esta actitud de
entrega total: "aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad"
(Jn 4,34). Con la ofrenda de su Cuerpo, allá en la perspectiva de la
Cruz, presente ya desde este primer momento, Jesús nos va a salvar (Jn 3,16).
Está bien que ya desde Navidad pensemos en Pascua. Ese Niño
que nace en Belén, y que nos va a dar motivos entrañables de meditación y
gozo, es el mismo que luego se entregará por la salvación de la
humanidad: ha venido a eso, ésta es su vocación mesiánica. No ofrecerá
dones o sacrificios de animales, sino su propia sangre-vida, su persona (Jn 10,11).
Prestar cosas, hacer regalos, es relativamente fácil. Darse
a sí mismo, con disponibilidad absoluta, es la gran lección que Jesús nos
enseña desde el primer momento hasta el último de su existencia. El Jesús
que nace es el Jesús-Mesías, el Enviado de Dios, que "ha visitado y
redimido a su pueblo", sobre todo en su Pascua. Por eso, como cada vez
que celebramos la Eucaristía, también la de la Navidad tendrá como punto
de mira la Pascua: la Eucaristía es el memorial, la celebración
sacramental de la Muerte salvadora de Cristo en la Cruz. Está bien que,
al menos uno de los tres años del ciclo de Adviento y Navidad, nos haga
recordar que entre esta fiesta que preparamos y la de Pascua hay una
relación estrechísima.
LA MEJOR DISCÍPULA DE JESÚS ES SU MADRE: Cada año, este
cuarto domingo de Adviento parece como si fuera una fiesta de la Virgen.
La madre del Mesías nos prepara a recibirle con fe y profundidad. El color
mariano podría tener una concreción ya en algún canto, y también
"estrenando" hoy el prefacio III de Adviento, que tiene por
título "María, nueva Eva". En él aparece María como una
síntesis de todos los justos del AT que esperaron al Mesías, la verdadera
"hija de Sión", la Madre del que ha traído a la humanidad la
paz y la salvación y ha abierto caminos de vida, al contrario de Eva.
a) La primera lección que María da a los cristianos para
esta Navidad es la de la fe mesiánica: ella creyó a Dios y acogió a su
Enviado en su seno con entrañable amor de Madre. Su prima le dirá
"dichosa tú, que has creído". Ya parece el anuncio de otras
"bienaventuranzas" que en el Evangelio, y por boca del mismo Jesús,
se dirán de ella: su actitud mejor es la de haber oído la Palabra de Dios
y haberla creído al decir: “Hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1,38).
b) Este año, con el evangelio concreto de la Visitación
(cada año es distinta la "escena mariana" de este domingo), se
pone de manifiesto también la disponibilidad de la Virgen, su entrega por
los demás. En lo que también se muestra discípula aprovechada en la
escuela de su Hijo. Llena de la presencia mesiánica, corre a ayudar a su
prima: encuentra tiempo, sale de su programa y de su horario, recorre
distancias y va a pasar unos meses con ella. No es egoísta. No se
encierra en sí misma a rumiar gozosamente su alegría.
¿No es exactamente la actitud de Cristo, que viene a
entregarse por los demás? ¿No es también la actitud que se espera de un
cristiano y de la comunidad entera: que no sólo crezca en su fe cara a
Cristo, sino que esta fe se traduzca en una caridad de entrega por los
más necesitados de nuestra ayuda? Precisamente porque Ella (y nosotros)
ha experimentado la cercanía y el favor de Dios, (en la Navidad tenemos
una experiencia todavía más intensa de este don), aprendemos de Ella a
"visitar" a los demás llevando la alegría de la buena noticia.
c) María aparece en esta escena, y a lo largo de estas
fechas que se acercan, como portadora de Dios a los demás. El Mesías está
ya en su seno y ella es la "evangelizadora", la portadora de la
buena noticia de la salvación y que más tarde nos dirá: “Vengan, acérquense y
hagan lo que Él los diga” ( Jn 2,3). Esta es la misión de la Iglesia y de cada
cristiano en su ambiente: llevar a Cristo, anunciar la noticia palpitante
-hecha testimonio de vida en nosotros- de que Dios es el
Dios-con-nosotros. Esta faceta "misionera" de María completa y
traduce en vida su entrañable fe mesiánica. Si nosotros celebramos al
Dios que nace en Navidad, es para "darlo" también a los demás:
a los hijos, a los padres, a los hermanos, a la sociedad que nos rodea, a
la comunidad religiosa a la que pertenecemos.
María, símbolo de una Iglesia que quiere ser apóstol y
testigo de Cristo en el mundo de hoy. Celebramos que Dios es el Dios-con-nosotros.
Y la consecuencia es doble: nosotros queremos estar-con-Dios, pero también
nosotros-con-los-demás. Porque Dios quiere estar con-nosotros.