domingo, 10 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIII – B (17 de Noviembre de 2024)

 DOMINGO XXXIII – B (17 de Noviembre de 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 13,24-32:

13:24 En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar,

13:25 las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.

13:26 Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria.

13:27 Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.

13:28 Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.

13:29 Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.

13:30 Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto.

13:31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

13:32 En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos en el Señor Paz y Bien.

Los discípulos preguntaron a Jesús: "¿Cuándo y cuál será la señal de tu Venida y del fin del mundo?" (Mt 24,3). Jesús respondió: “En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). Pero Jesús les adelanto algunos detalles de aquel día: “Después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria” (Mc. 13,24-26). “Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez pero y no en relación al pecado, sino en relación a la salvación” (Heb 9,28). “Al final de los tiempos, el Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino" (Mt 16,27-28). “A la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo.  Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre” (I Tes 4,16-17).

El mensaje del penúltimo domingo del tiempo ordinario ciclo B se apoya en dos ideas y hacen un complemento a lo que sucedió cuando Jesús ascendió al cielo: “Como los discípulos permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir" (Hch 1,10-11).

En primer lugar está la idea cuando dice el Señor: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). Que en una sola palabra bien podemos situarla en un contexto de escatología y resumir en una sola palabra: Parusía. ¿Qué es la Parusía?

La Parusía no es sino la aparición gloriosa de Jesús resucitado al final de los tiempos, es la consumación del misterio de Cristo y de la salvación, pues todos nos esforzamos por algún día llegar a la presencia de Dios glorificado (Visión beatifica): “Miren cómo nos amó el Padre. Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (I Jn 3,1-3). Este hecho de ver el rostro glorificado (Mt 17,2) no tiene ni principio ni fin es eterno, es estar con Dios para siempre.

Estamos convencidos de que Jesucristo volverá al final del mundo para completar así la consumación de la salvación. En el credo decimos: “Creo que Jesús resucitó de entre los muertos, que subió al cielo, que está sentado a la derecha de Dios Padre y que nuevo vendrá para juzgar a vivo y muertos y que su Reino no tendrá fin”.

La palabra de Parusía, deja entrever también el misterio de Dios en el que una parte es clara a nuestros ojos pero otra es completamente desconocida, porque como todo lo que proviene de Dios es misterio, en el sentido de que es infinito y la mente humana no es capaz de abarcarlo todo y porque somos simplemente seres contingentes. Seres en movimiento. Así, tendremos que conformarnos con saber que la resurrección, de alguna forma ya la estamos viviendo en Cristo mediante la Iglesia que comparte con los fieles, todo el misterio de Dios. Lo anterior quiere decir que por medio del sacramento del Bautismo (Mt 28,19-20) morimos al pecado y resucitamos a una nueva vida en Cristo Jesús por los dones otorgados del Espíritu Santo.

La vida terrena tiene su fin en la muerte, cuando sucede esto el alma inmortal recibe el juicio particular (Mt 25,31-46) de las obras hechas en nuestra vida en la tierra (Jn 5,29). De esta forma, somos llevados al cielo, si estamos en gracia de Dios y purificados perfectamente, ésta purificación la podemos obtener a través del sacramento de la unción de los enfermos (Stg 5,13-15), pero si aún  tenemos que limpiarnos o purificarnos, somos conducidos al purgatorio, donde es la purificación final: “La obra de cada uno aparecerá tal como es, porque el día del Juicio, que se revelará por medio del fuego, la pondrá de manifiesto; y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida sobre el fundamento resiste la prueba, el que la hizo recibirá la recompensa; si la obra es consumida, se perderá” (I Cor 3,13-14).

¿Cómo será el segundo advenimiento?: “Se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte” (Mc 13,26.27). Al respecto dice el gran apóstol: “Los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor, no precederemos a los que hayan muerto. Porque a la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre” (I Tes 4,15-17).

La primera, es el anuncio de la última venida de Jesús al final de los tiempos y, la segunda, nos hace dos advertencias, la advertencia de aprender a ver los signos de la venida de Dios a los hombres y la advertencia a tener esperanza; pues aunque todo esté llamado a tener un fin, la Palabra de Jesús estará ahí para mantener vivas nuestra fe y nuestra esperanza. En realidad, lo hace por dos motivos. El primero, todo pasa, este mundo pasará, pero su palabra no pasará (Mt 24,35) y, lo segundo, para que nazca lo nuevo es preciso destruir lo viejo. Nadie construye un edificio nuevo sobre el viejo. Primero hay que destruir lo viejo para dar paso a lo nuevo. Primero tenemos que destruir lo viejo de nuestro corazón para que Dios construya el hombre nuevo. Primero destruimos el pecado y luego levantamos el edificio de la santidad y la gracia. Por tanto, es un domingo no para entrar en pánico, sino para abrirnos a la esperanza. Una esperanza que luego tendremos que continuar en el Adviento. No es la esperanza de las cosas que pueden fallarnos, sino la esperanza fundamentada en la palabra de Dios.

Toda la creación participa del ser contingente (ayer no existíamos, hoy existimos, mañana no existiremos) Todo es contingente y todo está llamado a pasar. Pasan los días, los meses, los años y nos vamos haciendo cada vez más viejos. Pero hay algo que “no pasará”, la palabra de Dios como verdad y como promesa (Mc 13,31). Esa tendría que ser, para nosotros, los creyentes, la roca sobre la que fundamentar nuestras esperanzas. Alguien tiene que ofrecer al mundo un fundamento sólido y estable sobre el que afianzar nuestra esperanza, donde todo es contingente o relativo surge inmediatamente la inseguridad. Donde todos dudan, ¿quién se siente seguro? Cuando todos duden, nosotros tenemos que ofrecer seguridad. Donde todos están perdiendo la esperanza, nosotros tenemos que estar “firmes en la esperanza”.

El fundamento de nuestra fe tiene que ser esa Palabra de Jesús que “mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). Podremos aceptarla o rechazarla, pero seguirá ahí como faro de referencia. Tal vez uno de nuestros grandes problemas a todos los niveles eclesiales sea precisamente éste: “Cuestionarlo todo y carecer de puntos de referencia seguros.” Entonces todo es caos y relativo, donde vivir en la verdad o la mentira nos da lo mismo, y eso no puede ser un referente para los que tenemos fe.

“El cielo y la tierra pasaran, mis palabras no pasaran” (Mc 13,31). Porque “Dios es eterno, el hombre no es eterno” (Eclo 17,30). “El hombre está sobre la tierra, Dios está en el cielo” (Ecl 5,1). “Mira el cielo y la tierra, y todo lo que hay en ella, incluyendo al hombre Dios lo creo de la nada” (II Mac 7,28). “Lo visible es pasajero y lo invisible es eterno” (ICor 4,18). Son citas que ponen de manifiesto que la causa no es lo mismo que el efecto, (Causa = Dios; Efecto= todo lo creado).

¿Cuándo será el fin? Podemos contestar que no sabemos ni el día ni la hora; pero  también podemos proclamar con firmeza nuestra convicción de que las palabras de Jesús  no pasarán; su Buena Noticia, su anuncio de un mundo de hermanos, será realidad. A  nosotros sólo nos queda trabajar con todas nuestras fuerzas para hacer que ninguna  esperanza quede defraudada, que todas se hagan realidad. Dios es un Dios con futuro, aunque nosotros frecuentemente lo presentamos con una  "reliquia" del pasado. Parece que sólo nos pide conservar unas tradiciones y usos cuando,  en realidad, nos está llamando continuamente a construir un futuro diferente del presente  que nos toca vivir; que el mañana no sea como el hoy sino radicalmente distinto. La Buena  Noticia está proclamada y puesta en marcha, pero no todo el mundo la ha acogido; por eso  hay tantas esperanzas defraudadas. De ahí la urgente tarea que tenemos los que nos  proclamamos cristianos, es decir: los que reconocemos haber escuchado y aceptado la  Buena Noticia, los que tenemos que vivirla y ayudar a que todos la vivan, para que todos  puedan conseguir lo que anhelan porque, en el fondo de sus corazones, Dios ha grabado  ese deseo de felicidad, de hermandad, de amor, de justicia, y de eternidad.

"Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad" (Mc 13,26). La descripción está tomada del libro de Daniel (7, 13s.). ¿Cómo interpreta y utiliza el texto evangélico la cita tomada de Daniel? En la visión de Daniel aparecen las Bestias que se oponen al Hijo de hombre, el cual pertenece al mundo trascendente, al mundo divino, sin que sea posible ir más lejos en la identificación. Se trata de los diferentes imperios del mundo que deben derrumbarse para hacer sitio al Reino de Dios. Después del libro de Daniel se volvió a tomar el símbolo del Hijo de hombre y se amplió todavía más su trascendencia. Llegamos poco a poco a la utilización de esta expresión, pero transformada en "Hijo del hombre" en los evangelios. Sabemos que Jesús se designa a sí mismo como tal (Mt 5, 11; 16, 13-21; Mc 8, 27-31; Lc 6, 22). En los Hechos de los Apóstoles, san Esteban ve a Jesús como el Hijo del hombre (Hech 7, 55), y también en el Apocalipsis aparece el Hijo del hombre (Apoc 1, 12-16; 14, 14ss.).

Para Jesús, el Hijo del hombre es, evidentemente, una persona, él mismo, que da su vida como rescate por muchos (Mc 10, 45). "Para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos". En el judaísmo se trata de la reunión de todos los judíos en su país. En el evangelio se trata de todos los bautizados que constituyen el nuevo Reino. La imagen será recogida, por ejemplo, en un escrito judeo-cristiano, la Didajé o Enseñanza de los Apóstoles. "Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla".

Como todos los años en este domingo, al final del año litúrgico (y enlazando con lo que  vamos a leer el primer domingo de Adviento), nos encontramos con el discurso escatológico  de Jesús. Y es necesario que hoy sepamos transmitir el mensaje de fondo de este discurso.  Un mensaje que no es anunciar que van a suceder grandes desgracias, sino anunciar que  a pesar de todas las desgracias que puedan ocurrir, la victoria de Jesucristo (y de sus  seguidores) es segura.

Las situaciones difíciles que se acercan.  En el horizonte de las palabras del evangelio de hoy están las graves pruebas, los graves  momentos que los discípulos tenían que vivir: en primer lugar, la misma muerte de Jesús,  que será como si se les hundiesen todas las esperanzas; luego, la destrucción de Jerusalén  por los romanos el año 70, que hará desaparecer lo que había sido el punto de referencia  del encuentro entre Dios y los hombres durante siglos y siglos; y finalmente, la durísima  prueba de las persecuciones que inició Nerón, que será como un combate de todos los  poderes del mundo contra la nueva fe, y en el que van a perder la vida los "dos testigos"  (Ap 11, 3), Pedro y Pablo.

Estos momentos difíciles que se acercan son, verdaderamente, el sol que se hace  tinieblas y las estrellas que caen del cielo. Como lo habían sido, dos siglos atrás, los graves  momentos, los "tiempos difíciles" de que habla la primera lectura: Antíoco Epifanés y los  demás dominadores helénicos amenazaban con la aniquilación de todos los signos de  identidad del pueblo de los elegidos. Fue en aquella época, la época del libro de Daniel,  cuando nació este "género literario", la apocalíptica, que así quería hacer frente a las  duras realidades que tenía que vivir el pueblo y mantener la firmeza y la esperanza. Y el  propio Jesús se va a servir de este género para afirmar la esperanza y el futuro de su  nuevo pueblo, a pesar de todas las desgracias que puedan suceder.

El mensaje de la victoria. El género apocalíptico anunciaba que las catástrofes y calamidades que tenían que  suceder eran precisamente el signo de la definitiva intervención de Dios para salvar a su  pueblo: "se levantará Miguel" y "entonces se salvará tu pueblo". Ahora, en cambio, Jesucristo anuncia que todo lo que pueda suceder es signo de que él  ha vencido, ha sido glorificado por su muerte, y la palabra de salvación que ha proclamado  "no pasará". Este es el mensaje del evangelio de hoy que tendríamos que saber transmitir. 

Más aún en este ciclo de Marcos, en que todo el interés del evangelista se ha centrado en  mostrarnos a Jesús como Buena Nueva definitiva para los hombres. En medio de la historia  de los hombres, en medio de todos los soles que se hagan tinieblas y de todas las estrellas  que caigan del cielo, está la imagen del Hijo del Hombre elevada sobre las nubes, que  reúne a sus elegidos de los cuatro vientos. Los reúne ahora, en esta misma generación, y  va a reunirlos un día definitivamente. Y la segunda lectura, la de la carta a los Hebreos, nos ayuda a comprender el sentido de  todo esto: Jesucristo, con su muerte, ha traído el perdón de Dios a los hombres y anuncia  que todos los enemigos de los hombres tienen que desaparecer. Precisamente, según la  imaginería de los relatos de la pasión, en el momento de la pasión de Jesucristo se produce  el fragor cósmico que anuncia el evangelio de hoy: y de aquella muerte, de la gran  desgracia que fue aquella muerte, surgió la luz definitiva de la resurrección, la liberación  definitiva de la esclavitud de los hombres, que se ha realizado ya ahora y que tiene que  realizarse definitivamente. En aquella muerte, la fe nos hace contemplar ya al "Hijo del  Hombre sobre las nubes", que empieza a reunir a sus elegidos. La llamada, por tanto, es ésta: a sentirnos ya ahora reunidos alrededor de Jesucristo  victorioso, esperando su venida definitiva.

El mensaje de la firmeza. Junto con el mensaje de la victoria, se nos transmite hoy el mensaje de la firmeza. Esta  tiene que ser la "consecuencia moral" que tenemos que extraer de las lecturas de hoy.

Del evangelio de hoy, efectivamente, no tenemos que sacar consecuencias  atemorizadoras sobre el fin del mundo (no es éste el sentido, como hemos visto ya). Ni  debemos tener ganas de encontrar ahora persecuciones a la fe o cosas semejantes a  nuestro alrededor (los problemas que puedan haber actualmente no pueden llamarse  persecuciones: más bien son necesaria purificación). Sino que tenemos que quedarnos, más bien, con la invitación a caminar según el  Evangelio, apoyados en la palabra salvadora de Jesucristo, sin pretender conocer días ni  horas (de los que, efectivamente, nadie sabe nada). Porque la llamada actual es la llamada  a la fidelidad sean cuales sean las circunstancias: como fueron llamados los primeros  cristianos a ser fieles en horas de persecución, también nosotros estamos llamados a la  fidelidad en nuestras horas actuales. Y la plenitud llegará, pero llegará cuando el Padre  quiera.