DOMINGO XXXIII – B (17 de Noviembre de 2024)
Proclamación del santo evangelio según San Marcos 13,24-32:
13:24 En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se
oscurecerá, la luna dejará de brillar,
13:25 las estrellas caerán del cielo y los astros se
conmoverán.
13:26 Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes,
lleno de poder y de gloria.
13:27 Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus
elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del
horizonte.
13:28 Aprendan esta comparación, tomada de la higuera:
cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta
de que se acerca el verano.
13:29 Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas,
sepan que el fin está cerca, a la puerta.
13:30 Les aseguro que no pasará esta generación, sin que
suceda todo esto.
13:31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán.
13:32 En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni
los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre. PALABRA DEL SEÑOR.
Amigos en el Señor Paz y Bien.
Los discípulos preguntaron a Jesús: "¿Cuándo y cuál
será la señal de tu Venida y del fin del mundo?" (Mt 24,3). Jesús
respondió: “En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles
del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). Pero Jesús les adelanto
algunos detalles de aquel día: “Después de esta tribulación, el sol se
oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los
astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno
de poder y de gloria” (Mc. 13,24-26). “Cristo, después de haberse ofrecido una
sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez
pero y no en relación al pecado, sino en relación a la salvación” (Heb 9,28).
“Al final de los tiempos, el Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre,
rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.
Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver
al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino" (Mt 16,27-28). “A la señal
dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor
descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en
Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos,
seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y
así permaneceremos con el Señor para siempre” (I Tes 4,16-17).
El mensaje del penúltimo domingo del tiempo ordinario ciclo
B se apoya en dos ideas y hacen un complemento a lo que sucedió cuando Jesús
ascendió al cielo: “Como los discípulos permanecían con la mirada puesta en el
cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco,
que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo?
Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma
manera que lo han visto partir" (Hch 1,10-11).
En primer lugar está la idea cuando dice el Señor: “El cielo
y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). Que en una sola
palabra bien podemos situarla en un contexto de escatología y resumir en una
sola palabra: Parusía. ¿Qué es la Parusía?
La Parusía no es sino la aparición gloriosa de Jesús
resucitado al final de los tiempos, es la consumación del misterio de Cristo y
de la salvación, pues todos nos esforzamos por algún día llegar a la presencia
de Dios glorificado (Visión beatifica): “Miren cómo nos amó el Padre. Quiso que
nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos
reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos
hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que
cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”
(I Jn 3,1-3). Este hecho de ver el rostro glorificado (Mt 17,2) no tiene ni
principio ni fin es eterno, es estar con Dios para siempre.
Estamos convencidos de que Jesucristo volverá al final del
mundo para completar así la consumación de la salvación. En el credo decimos:
“Creo que Jesús resucitó de entre los muertos, que subió al cielo, que está
sentado a la derecha de Dios Padre y que nuevo vendrá para juzgar a vivo y
muertos y que su Reino no tendrá fin”.
La palabra de Parusía, deja entrever también el misterio de
Dios en el que una parte es clara a nuestros ojos pero otra es completamente
desconocida, porque como todo lo que proviene de Dios es misterio, en el
sentido de que es infinito y la mente humana no es capaz de abarcarlo todo y
porque somos simplemente seres contingentes. Seres en movimiento. Así,
tendremos que conformarnos con saber que la resurrección, de alguna forma ya la
estamos viviendo en Cristo mediante la Iglesia que comparte con los fieles,
todo el misterio de Dios. Lo anterior quiere decir que por medio del sacramento
del Bautismo (Mt 28,19-20) morimos al pecado y resucitamos a una nueva vida en
Cristo Jesús por los dones otorgados del Espíritu Santo.
La vida terrena tiene su fin en la muerte, cuando sucede esto el alma inmortal recibe el juicio particular (Mt 25,31-46) de las obras hechas en nuestra vida en la tierra (Jn 5,29). De esta forma, somos llevados al cielo, si estamos en gracia de Dios y purificados perfectamente, ésta purificación la podemos obtener a través del sacramento de la unción de los enfermos (Stg 5,13-15), pero si aún tenemos que limpiarnos o purificarnos, somos conducidos al purgatorio, donde es la purificación final: “La obra de cada uno aparecerá tal como es, porque el día del Juicio, que se revelará por medio del fuego, la pondrá de manifiesto; y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida sobre el fundamento resiste la prueba, el que la hizo recibirá la recompensa; si la obra es consumida, se perderá” (I Cor 3,13-14).
¿Cómo será el segundo advenimiento?: “Se verá al
Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará
a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos
cardinales, de un extremo al otro del horizonte” (Mc 13,26.27). Al respecto
dice el gran apóstol: “Los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor,
no precederemos a los que hayan muerto. Porque a la señal dada por la voz del
Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del
cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después
nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al
cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el
Señor para siempre” (I Tes 4,15-17).
La primera, es el anuncio de la última venida de Jesús al
final de los tiempos y, la segunda, nos hace dos advertencias, la advertencia
de aprender a ver los signos de la venida de Dios a los hombres y la
advertencia a tener esperanza; pues aunque todo esté llamado a tener un fin, la
Palabra de Jesús estará ahí para mantener vivas nuestra fe y nuestra esperanza.
En realidad, lo hace por dos motivos. El primero, todo pasa, este mundo pasará,
pero su palabra no pasará (Mt 24,35) y, lo segundo, para que nazca lo nuevo es
preciso destruir lo viejo. Nadie construye un edificio nuevo sobre el viejo.
Primero hay que destruir lo viejo para dar paso a lo nuevo. Primero tenemos que
destruir lo viejo de nuestro corazón para que Dios construya el hombre nuevo.
Primero destruimos el pecado y luego levantamos el edificio de la santidad y la
gracia. Por tanto, es un domingo no para entrar en pánico, sino para abrirnos a
la esperanza. Una esperanza que luego tendremos que continuar en el Adviento.
No es la esperanza de las cosas que pueden fallarnos, sino la esperanza
fundamentada en la palabra de Dios.
Toda la creación participa del ser contingente (ayer no
existíamos, hoy existimos, mañana no existiremos) Todo es contingente y todo
está llamado a pasar. Pasan los días, los meses, los años y nos vamos haciendo
cada vez más viejos. Pero hay algo que “no pasará”, la palabra de Dios como
verdad y como promesa (Mc 13,31). Esa tendría que ser, para nosotros, los
creyentes, la roca sobre la que fundamentar nuestras esperanzas. Alguien tiene
que ofrecer al mundo un fundamento sólido y estable sobre el que afianzar
nuestra esperanza, donde todo es contingente o relativo surge inmediatamente la
inseguridad. Donde todos dudan, ¿quién se siente seguro? Cuando todos duden,
nosotros tenemos que ofrecer seguridad. Donde todos están perdiendo la
esperanza, nosotros tenemos que estar “firmes en la esperanza”.
El fundamento de nuestra fe tiene que ser esa Palabra de
Jesús que “mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). Podremos aceptarla o
rechazarla, pero seguirá ahí como faro de referencia. Tal vez uno de nuestros
grandes problemas a todos los niveles eclesiales sea precisamente éste:
“Cuestionarlo todo y carecer de puntos de referencia seguros.” Entonces todo es
caos y relativo, donde vivir en la verdad o la mentira nos da lo mismo, y eso
no puede ser un referente para los que tenemos fe.
“El cielo y la tierra pasaran, mis palabras no pasaran” (Mc
13,31). Porque “Dios es eterno, el hombre no es eterno” (Eclo 17,30). “El
hombre está sobre la tierra, Dios está en el cielo” (Ecl 5,1). “Mira el cielo y
la tierra, y todo lo que hay en ella, incluyendo al hombre Dios lo creo de la
nada” (II Mac 7,28). “Lo visible es pasajero y lo invisible es eterno” (ICor
4,18). Son citas que ponen de manifiesto que la causa no es lo mismo que el
efecto, (Causa = Dios; Efecto= todo lo creado).
¿Cuándo será el fin? Podemos contestar que no sabemos
ni el día ni la hora; pero también podemos proclamar con firmeza nuestra
convicción de que las palabras de Jesús no pasarán; su Buena Noticia, su
anuncio de un mundo de hermanos, será realidad. A nosotros sólo nos queda
trabajar con todas nuestras fuerzas para hacer que ninguna esperanza
quede defraudada, que todas se hagan realidad. Dios es un Dios con futuro,
aunque nosotros frecuentemente lo presentamos con una
"reliquia" del pasado. Parece que sólo nos pide conservar unas
tradiciones y usos cuando, en realidad, nos está llamando continuamente a
construir un futuro diferente del presente que nos toca vivir; que el
mañana no sea como el hoy sino radicalmente distinto. La Buena Noticia
está proclamada y puesta en marcha, pero no todo el mundo la ha acogido; por
eso hay tantas esperanzas defraudadas. De ahí la urgente tarea que
tenemos los que nos proclamamos cristianos, es decir: los que reconocemos
haber escuchado y aceptado la Buena Noticia, los que tenemos que vivirla
y ayudar a que todos la vivan, para que todos puedan conseguir lo que
anhelan porque, en el fondo de sus corazones, Dios ha grabado ese deseo
de felicidad, de hermandad, de amor, de justicia, y de eternidad.
"Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las
nubes con gran poder y majestad" (Mc 13,26). La descripción está tomada
del libro de Daniel (7, 13s.). ¿Cómo interpreta y utiliza el texto evangélico
la cita tomada de Daniel? En la visión de Daniel aparecen las Bestias que se
oponen al Hijo de hombre, el cual pertenece al mundo trascendente, al mundo
divino, sin que sea posible ir más lejos en la identificación. Se trata de los
diferentes imperios del mundo que deben derrumbarse para hacer sitio al Reino
de Dios. Después del libro de Daniel se volvió a tomar el símbolo del Hijo de
hombre y se amplió todavía más su trascendencia. Llegamos poco a poco a la
utilización de esta expresión, pero transformada en "Hijo del hombre"
en los evangelios. Sabemos que Jesús se designa a sí mismo como tal (Mt 5, 11;
16, 13-21; Mc 8, 27-31; Lc 6, 22). En los Hechos de los Apóstoles, san Esteban
ve a Jesús como el Hijo del hombre (Hech 7, 55), y también en el Apocalipsis
aparece el Hijo del hombre (Apoc 1, 12-16; 14, 14ss.).
Para Jesús, el Hijo del hombre es, evidentemente, una
persona, él mismo, que da su vida como rescate por muchos (Mc 10, 45).
"Para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos". En el judaísmo se
trata de la reunión de todos los judíos en su país. En el evangelio se trata de
todos los bautizados que constituyen el nuevo Reino. La imagen será recogida,
por ejemplo, en un escrito judeo-cristiano, la Didajé o Enseñanza de los
Apóstoles. "Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se
cumpla".
Como todos los años en este domingo, al final del año litúrgico
(y enlazando con lo que vamos a leer el primer domingo de Adviento), nos
encontramos con el discurso escatológico de Jesús. Y es necesario que hoy
sepamos transmitir el mensaje de fondo de este discurso. Un mensaje que
no es anunciar que van a suceder grandes desgracias, sino anunciar que a
pesar de todas las desgracias que puedan ocurrir, la victoria de Jesucristo (y
de sus seguidores) es segura.
Las situaciones difíciles que se acercan. En el
horizonte de las palabras del evangelio de hoy están las graves pruebas, los
graves momentos que los discípulos tenían que vivir: en primer lugar, la
misma muerte de Jesús, que será como si se les hundiesen todas las
esperanzas; luego, la destrucción de Jerusalén por los romanos el año 70,
que hará desaparecer lo que había sido el punto de referencia del
encuentro entre Dios y los hombres durante siglos y siglos; y finalmente, la
durísima prueba de las persecuciones que inició Nerón, que será como un
combate de todos los poderes del mundo contra la nueva fe, y en el que
van a perder la vida los "dos testigos" (Ap 11, 3), Pedro y
Pablo.
Estos momentos difíciles que se acercan son, verdaderamente,
el sol que se hace tinieblas y las estrellas que caen del cielo. Como lo
habían sido, dos siglos atrás, los graves momentos, los "tiempos
difíciles" de que habla la primera lectura: Antíoco Epifanés y los
demás dominadores helénicos amenazaban con la aniquilación de todos los signos
de identidad del pueblo de los elegidos. Fue en aquella época, la época
del libro de Daniel, cuando nació este "género literario", la
apocalíptica, que así quería hacer frente a las duras realidades que
tenía que vivir el pueblo y mantener la firmeza y la esperanza. Y el
propio Jesús se va a servir de este género para afirmar la esperanza y el
futuro de su nuevo pueblo, a pesar de todas las desgracias que puedan
suceder.
El mensaje de la victoria. El género apocalíptico anunciaba que las
catástrofes y calamidades que tenían que suceder eran precisamente el
signo de la definitiva intervención de Dios para salvar a su pueblo:
"se levantará Miguel" y "entonces se salvará tu pueblo".
Ahora, en cambio, Jesucristo anuncia que todo lo que pueda suceder es signo de
que él ha vencido, ha sido glorificado por su muerte, y la palabra de
salvación que ha proclamado "no pasará". Este es el mensaje del
evangelio de hoy que tendríamos que saber transmitir.
Más aún en este ciclo de Marcos, en que todo el interés del
evangelista se ha centrado en mostrarnos a Jesús como Buena Nueva
definitiva para los hombres. En medio de la historia de los hombres, en
medio de todos los soles que se hagan tinieblas y de todas las estrellas
que caigan del cielo, está la imagen del Hijo del Hombre elevada sobre las
nubes, que reúne a sus elegidos de los cuatro vientos. Los reúne ahora,
en esta misma generación, y va a reunirlos un día definitivamente. Y la
segunda lectura, la de la carta a los Hebreos, nos ayuda a comprender el
sentido de todo esto: Jesucristo, con su muerte, ha traído el perdón de
Dios a los hombres y anuncia que todos los enemigos de los hombres tienen
que desaparecer. Precisamente, según la imaginería de los relatos de la
pasión, en el momento de la pasión de Jesucristo se produce el fragor
cósmico que anuncia el evangelio de hoy: y de aquella muerte, de la gran
desgracia que fue aquella muerte, surgió la luz definitiva de la resurrección,
la liberación definitiva de la esclavitud de los hombres, que se ha
realizado ya ahora y que tiene que realizarse definitivamente. En aquella
muerte, la fe nos hace contemplar ya al "Hijo del Hombre sobre las
nubes", que empieza a reunir a sus elegidos. La llamada, por tanto, es
ésta: a sentirnos ya ahora reunidos alrededor de Jesucristo victorioso,
esperando su venida definitiva.
El mensaje de la firmeza. Junto con el mensaje de la
victoria, se nos transmite hoy el mensaje de la firmeza. Esta tiene que
ser la "consecuencia moral" que tenemos que extraer de las lecturas
de hoy.