domingo, 29 de diciembre de 2024

DOMINGO DE EPIFANÍA DEL SEÑOR - C (05 de Enero del 2025)

 DOMINGO DE EPIFANÍA DEL SEÑOR - C (05 de Enero del 2025)

Proclamación del santo Evangelio de San Mateo 2,1-12:

2:1 Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén

2:2 y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo».

2:3 Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén.

2:4 Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías.

2:5 «En Belén de Judea, –le respondieron–, porque así está escrito por el Profeta:

2:6 "Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel"».

2:7 Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella,

2:8 los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».

2:9 Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.

2:10 Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría,

2:11 y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra.

2:12 Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien. 

En sus reflexiones sobre Mateo 2,1-12 llegaron a la misma conclusión: los sabios de Oriente representaban a las naciones del mundo. Ellos fueron los primeros frutos de las naciones gentiles que vinieron a rendir homenaje al Señor. Ellos simbolizaban la vocación de todos los hombres a la única Iglesia de Cristo. Con esta interpretación de epifanía, la fiesta toma un carácter más universal. Amplía nuestro campo de visión, abre nuevos horizontes. Dios deja de manifestarse sólo a una raza, a un pueblo privilegiado, y se da a conocer a todo el mundo. La buena nueva de la salvación es comunicada a todos los hombres. El pueblo de Dios se compone ahora de hombres y mujeres de toda tribu, nación y lengua. La raza humana forma una sola familia, pues el amor de Dios abraza a todos.

Este es el misterio que consideramos, tal vez, como evidente, pero que fue fuente permanente de admiración para san Pablo. En la segunda lectura de la misa (Ef 3,2-6) habla de este misterio, oculto desde generaciones pasadas, pero revelado ahora a través del Espíritu, "que los paganos comparten ahora la misma herencia, que forman parte del mismo cuerpo y que se les ha hecho la misma promesa, en Cristo Jesús, a través del evangelio". Recordemos que también nosotros hemos sido "gentiles". Como san Pedro recordaba a sus conversos paganos: "Los que en un tiempo no eran pueblo de Dios, ahora han venido a ser pueblo suyo, han conseguido misericordia los que en otro tiempo estaban excluidos de ella" (1 Pe 2,10).

Los reyes magos que gran anuncio, que buena noticia que hicieron entre los propios que no sabían lo que había pasado: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt 2,2). Esta gran noticia suscita dos actitudes: Búsqueda guiados por la luz de la estrella (Mt 2,9), y búsqueda guiada por el egoísmo (Mt. 2,8). En una predomina la fe (Lc 17,5) y en la otra predomina la razón (Mt 16,23).

“Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único,  que está en el seno del Padre” (Jn 1,8). El Niño recién nacido apenas puede ver a su Madre, pero ya ha visto a Dios. Cuando Dios quiere ver al hombre mira a su Hijo. Es que Dios se hace visible a través de lo humano: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, quien me ve, ve a quien me envió (Jn 14,9). María y José lo vieron a través de un Niño. Los Magos lo vieron a través del Rey de los judíos (Mt 2,2) el Niño en un pesebre. A Dios le gusta verse en el espejo que es el hombre. Por esta razón le dio el título de ser su Imagen y semejanza (Gn 1,26).

Hoy es la fiesta de la Epifanía que significa a manifestación de Dios al mundo entero (Dios hecho Niño que en este día revela la universalidad de Dios, la universalidad de la fe) y no fiesta de Reyes, porque no es dable que los reyes suplanten el poder Dios quien por su luz de la estrella guía los reyes (Mt 2,9) Y por tanto los reyes sin la luz de la estrella nunca podrían hallar al Niño. Los Santos Reyes no son sino un signo, pero el verdadero significado de la fiesta se la da el Niño Jesús, que desde su cuna en el pesebre abre a Dios a todos los pueblos, a todas las razas y a todos los hombres.

HEMOS VISTO SALIR SU ESTRELLA: Estamos celebrando la fiesta de la Epifanía o manifestación del Señor, que viene a ser la otra cara de la Navidad. Lo singular de nuestra fe cristiana es siempre este doble aspecto, esta doble y complementaria visión de la Navidad y de la vida. Aparentemente todo ocurre con absoluta normalidad: una mujer en avanzado estado de embarazo da a luz un nińo.

¿Hay algo más normal y natural? Pero, de otra parte, por la fe reconocemos en ese niño, hijo de María, al Hijo de Dios. La fe es la estrella que a nosotros, como ayer a los magos, nos ha conducido a ver a Dios en el niño que ha nacido en Belén.

La fe, sin embargo, no es ciega, es luz y claridad. No es, con todo, un posicionamiento, como una ideología, sino una actitud de búsqueda, de abandono de situaciones, de peregrinación y camino.

Tampoco esta búsqueda lo es a tientas y a ciegas, no es una salida a la desesperada. Hay siempre un indicio, una estrella que marca el camino. Unos magos procedentes de Oriente, que no reyes, sino hombres curiosos y dados al estudio de los astros, se sorprenden ante la presencia de una estrella nueva, y sin pensarlo dos veces, se ponen en camino. Tienen que salir de su patria, abandonar su casa y sus comodidades y rutina, tienen que prescindir de sus propios prejuicios y dejarse guiar, emprendiendo la aventura de la fe: ¿Dónde está el nacido rey de los judíos? Esa es su pregunta y su inquietud, porque han visto su estrella, han visto una señal, un indicio... y han creído.

Todos nosotros nos hemos dejado sorprender por una estrella en la vida. En los acontecimientos ordinarios, nunca pasa nada o en momentos extraordinarios, en casa o en la escuela, en el trabajo o en el negocio, en el ocio o en el descanso, en el campo o en la ciudad... hemos visto la estrella, hemos tropezado con una pregunta, nos hemos cuestionado por la vida o por la muerte. Y hemos descubierto la señal. Aparentemente todo era normal, corriente, irrelevante, si quieren; pero hemos visto algo y nos hemos dejado cuestionar donde muchos pasan de largo, sin ver y sin mirar.

VIERON AL NIŃO, CON MARÍA SU MADRE: Conducidos por la estrella llegaron a Jesús. Vieron lo que cualquiera podría ver: un niño recién nacido en brazos de su madre. Pero adivinaron lo que muchos no quisieron o no pudieron, porque tenían miedo que fuera verdad. En el niño en brazos de su madre se detuvo la estrella que les guiaba. Veían al niño, pero creyeron que era el rey de los judíos. Por eso le adoraron como a Dios. Y ése es el gran misterio, que hoy festejamos con gozo. Muchos quieren ver a Dios para creer. Muchos piden señales, pruebas, hechos contundentes. Pero no se atreven a descubrir a Dios en un niño, en su prójimo, en el hombre. Y así no encontramos a Dios, porque no buscamos a Dios, sino que buscamos un ídolo que se ajuste a la imagen de nuestros prejuicios. No entendemos que Dios es más que todos nuestras ideas sobre Dios y que la única imagen de Dios auténtica es el hombre, hecho a su imagen y semejanza.

Navidad y epifanía son las dos caras de esta revelación singular: Dios se ha hecho hombre, no una idea abstracta, sino un hombre de carne y hueso, un niño, uno como nosotros. El único camino que conduce inequívocamente hacia Dios es el otro, el hombre, el hermano. Cualquier rodeo por evitar al prójimo no lleva a Dios, sino a los ídolos, a nuestros prejuicios sobre Dios.

Los magos, que habían abandonado todo, encuentran todo cuanto buscaban en el niño en brazos de su madre. Se postran en su presencia y le abren su corazón y sus tesoros. Guiados por una estrella, han recorrido el camino de la fe, que es apertura y no cerrazón, es generosidad y no egoísmo, es encuentro y no ensimismamiento: es en definitiva, amor.

SE MARCHARON POR OTRO CAMINO CAMINO: La demostración de la fe es la conversión. No es posible creer y vivir como si tal cosa. La fe misma es ya una conversión radical, pues nos cambia desde la raíz, de nuestra mentalidad. Por eso se manifiesta enseguida en las obras, en la conducta y en el talante. El que cree en Dios no puede vivir como si Dios no existiera o como si Dios fuera un superman o un remedio para todo a nuestra disposición y conveniencia. Y el que cree en la paternidad de Dios, no puede vivir como si los demás no fuesen hermanos. Creer, más que un asentimiento a verdades formuladas en abstracto, es una forma de vivir. Y no hay forma de vivir sin alguna fe, aunque no sea precisamente religiosa. Quien no cree en Dios, cree en otra cosa como si fuese Dios, convierte en ídolo un sucedáneo, al que absolutiza y consagra su vida. El evangelista, como quien no dice nada, subraya ese cambio de ruta en el camino de los magos, que se vuelven por otro camino.

No vuelven, pues, a las andadas. Y aunque es de suponer que regresan a su tierra y a su casa, no va a resultar nada igual. No podrían vivir como si el viaje a Belén hubiera sido una ruta turística. El camino les ha cambiado. Por eso cambian de camino, aunque parezca que siguen igual. La aventura de la fe inventa siempre nuevos caminos, porque va de sorpresa en sorpresa, de estrella en estrella, de pregunta en pregunta, siempre preguntando, buscando siempre. Por eso los que se las saben todas se quedan sin saber de la misa la mitad, porque han perdido la capacidad de sorprenderse, de preguntar, de buscar. Y así ya no pueden encontrar nada más. Pierden el tiempo y la vida.

La fiesta de la Epifanía del Señor supone para nosotros el reconocimiento del Señor. No basta que Dios se nos manifieste, es preciso que sepamos verlo donde se manifiesta: en un niño, en la pobreza, en la debilidad, en la inocencia, en el hijo de la mujer, en el hijo del carpintero. Y ese encuentro con Dios requiere de nosotros un cambio profundo. Si somos creyentes, no podemos seguir disimulando nuestra fe. Si creemos en la encarnación del Hijo de Dios, no tenemos por qué andar buscando a Dios donde a buen seguro no está. Y Dios no está en nuestros prejuicios, en nuestros intereses, en nuestro lado ni al lado de los poderosos, sino al lado del débil, de los pobres, del otro.

Para encontrar a Dios, como los magos, tenemos que dejarnos conducir por la estrella, salir de nosotros mismos,para ir al encuentro de los otros, de todos los otros. Si nos decidiéramos a amar al prójimo como a nosotros mismos, no nos resultaría tan difícil creer en Dios. Pero, mientras tengamos vueltos los ojos y el corazón hacia nosotros mismos, ni podemos ver al prójimo ni podremos descubrir a Dios en un niño en brazos de su madre.