lunes, 4 de agosto de 2025

DOMINGO XIX - C (10 de agosto del 2025)

 DOMINGO XIX - C (10 de agosto del 2025)

Proclamación del Santo evangelio Según San Lucas 12,32-48:

12,32 No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino.

12,33 Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla.

12,34 Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.

12,35 Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas.

12,36 Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.

12,37 ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.

12,38 ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!

12,39 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.

12,40 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada".

12,41 Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?"

12,42 El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?

12,43 ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo!

12,44 Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.

12,45 Pero si este servidor piensa: "Mi señor tardará en llegar", y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse,

12,46 su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.

12,47 El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.

12,48 Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz Bien

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada" (Lc 12,40). Jesús ya nos ha dicho: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,18).  ¿A qué vendrá el Hijo del Hombre? Mismo Jesús nos dice: “El Padre le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre” (Jn 5,27). Jesús es enfático al reiterar: “Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo al Padre, y mi juicio es justo” (Jn 5,30). Hoy nos adelantó algo importante sobre el juicio: “El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, reprobó el querer de su amo, será castigado con menos rigor. Porque al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lc 12,47-48).

El texto de Lc 12,32-48, nos ofrece una profunda enseñanza sobre la preparación para la venida del Señor. La parábola del siervo fiel y del siervo infiel, junto con las exhortaciones previas, nos muestra la importancia de la vigilancia y la responsabilidad en la vida del creyente.

El pasaje comienza con una exhortación a la confianza en Dios y al desapego de los bienes materiales (Lc 12,32-34). Jesús les dice a sus discípulos: "No temas, pequeño rebaño, porque su Padre le ha parecido bien darles el Reino". Esta es una llamada a vivir en la providencia de Dios, con el corazón puesto en el tesoro celestial, no en los tesoros de la tierra.

Luego, el Señor nos llama a la vigilancia permanente (Lc 12,35-40). Nos exhorta a tener "los lomos ceñidos y las lámparas encendidas", como siervos que esperan a su señor que regresa de una boda. La imagen de estar "ceñidos" y con las "lámparas encendidas" es una clara referencia a la prontitud y a la preparación. Esta actitud de vigilancia es crucial, ya que el Señor vendrá "a la hora menos pensada".

La parábola del siervo fiel y del siervo infiel (Lc 12,41-48) es la clave para entender la distinción entre los castigos. Pedro le pregunta a Jesús si la parábola es para ellos o para todos. Jesús no le responde directamente, pero le plantea una pregunta retórica: "¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente?":

El siervo fiel y prudente: Es aquel a quien su señor, al volver, lo encuentra cumpliendo su deber. Este siervo será premiado: el señor lo pondrá al frente de toda su hacienda. Esta es una clara recompensa a la fidelidad eterna (cielo).

El siervo infiel: Es aquel que, pensando que su señor tardará, se dedica a maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a emborracharse. El señor vendrá de improviso y lo "castigará severamente". El castigo severo es eterno (Infierno).

Finalmente, el texto nos revela la razón de los diferentes castigos (Lc 12,47-48): "Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no se preparó ni obró conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes" (infierno). "Pero el que, sin conocerla, hizo cosas dignas de azotes, recibirá pocos" (Purgatorio).

La conclusión es categórica: "A quien se le dio mucho, se le pedirá mucho; a quien se le confió mucho, se le reclamará más" (Lc 12,47-48).

La teología de este pasaje se centra en la escatología y en la ética cristiana.

Escatología: El texto nos habla de la parusía, la segunda venida de Cristo. La incertidumbre del momento de su llegada no debe ser motivo de ociosidad, sino de una constante vigilancia y preparación. El "no saben cuándo vendrá" no es una excusa para la pereza espiritual, sino un llamado a la santidad de cada día. La venida del Señor es un evento que transforma nuestra perspectiva del tiempo y nos llama a vivir cada momento como si fuera el último.

Ética de la responsabilidad: La parábola establece una clara relación entre el conocimiento de la voluntad de Dios y la responsabilidad moral. Quien ha recibido la revelación de la Palabra de Dios y la ha conocido, tiene una mayor responsabilidad de vivir de acuerdo a ella. La ignorancia, si bien no exime completamente de culpa, sí atenúa la gravedad del pecado. El principio teológico es que la responsabilidad moral es proporcional al conocimiento de la ley divina. Esto se relaciona con la doctrina del juicio particular y final, donde cada uno será juzgado por sus obras, pero también por su conciencia y su grado de conocimiento.

Desde una perspectiva espiritual, la preparación para la venida del Señor se manifiesta en la vida interior o espiritual del creyente:

La vigilancia como virtud: La vigilancia no es solo estar despierto, sino tener una actitud de alerta espiritual. Implica la oración constante, el examen de conciencia, la lucha contra las tentaciones y el cultivo de las virtudes. Es vivir en el presente, pero con la mirada puesta en la eternidad. Es el "ceñir los lomos" de la castidad, la sobriedad y la humildad; y el "encender las lámparas" de la fe, la esperanza y la caridad.

La mayordomía de los dones: La parábola del siervo fiel es una enseñanza sobre la mayordomía. El "administrador" (o mayordomo) de la casa es el creyente que ha recibido dones, talentos, conocimientos y gracias de parte de Dios. La forma en que administra estos dones es la medida de su fidelidad. El uso responsable de los dones es una forma de preparación para el encuentro con el Señor. Por el contrario, el despilfarro, el mal uso o la negligencia son señales de una vida espiritual infiel.

La dimensión mística de este pasaje se relaciona con la unión del alma con Dios y la experiencia interior de la venida de Cristo.

La llegada del Señor en el interior del alma: La venida del Señor no es solo un evento futuro, sino también una realidad presente en la vida mística. Cristo viene a morar en el corazón del creyente que se prepara para él. La vigilancia se convierte en una atención continua a la presencia de Dios en el alma. Las "lámparas encendidas" son el fuego del amor de Dios que arde en el corazón del hombre fiel y lo hace santo como el es santo (I Pe 1,15).

El amor como fuente de conocimiento y obediencia: En la mística, el conocimiento de la voluntad de Dios no es puramente intelectual, sino una experiencia de amor. El alma que ama a Dios, desea complacerlo y busca constantemente su voluntad. Por lo tanto, el siervo que "conoce la voluntad de su señor" y no la cumple, es aquel que, a pesar de haber recibido la gracia del conocimiento, no la ha transformado en amor operante. El castigo es mayor porque la traición al amor es más grave que la ignorancia. El siervo que, sin conocer la voluntad de su señor, obra mal, es aquel que, aún sin la luz del amor, ha fallado a la ley natural o a la conciencia, recibiendo un castigo menor porque su ofensa es de menor peso en la balanza del amor.

En suma, el texto de Lc 12,32-48 es una llamada urgente y profunda a la preparación para la venida del Señor. Esta preparación se manifiesta en la vigilancia constante, la fidelidad en la administración de los dones, el conocimiento de la voluntad de Dios y, en última instancia, en la unión mística con Él. La distinción entre los castigos nos revela un principio de justicia divina que pondera la responsabilidad en función del conocimiento y del amor recibido.

El domingo pasado terminaba Jesús en su enseñanza exhortando: “Si uno acumula bienes para sí y muere a la noche siguiente; las cosas que ha acumulado, ¿para quién serán?" Así es como pasa con el que atesora riquezas para sí, y no es rico ante los ojos de Dios" (Lc 12,21). Hoy en el inicio del evangelio se nos dice: “Vendan lo que tienen y repártanlo en limosnas. Háganse junto a Dios bolsas que no se rompen de viejas y reservas que no se acaban; allí no llega el ladrón, y no hay polilla que destroce. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Lc 12,33-34). ¿De qué tesoro nos habla Jesús sino lo que atesora el corazón? No es la cosecha, no es un bien material, la que quepa en el corazón de Dios y en el corazón del hombre que es imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) es sin duda alguna el amor (I Jn 4,8). Al respecto San Pablo dice: “El Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino de justicia, de paz y alegría en el Espíritu Santo. Quien de esta forma sirve a Cristo, agrada a Dios y también es apreciado por los hombres” (Rm 14,17-18).

La parábola del “patrón que está para volver de una fiesta de bodas” (Lc 12,36-38). Describe a los discípulos como sirvientes esperando el regreso de su señor por la noche y les promete una recompensa que va más allá de la imaginación humana: el patrón al servicio de sus sirvientes. La parábola del “ladrón” o también del “responsable de una casa pronto para atrapar a un ladrón” (Lc 12,39-40). Ésta hace una advertencia contra la mala preparación. Ésta ejemplificada en el dueño de una casa que teme la venida de un ladrón. Se deja entender que la venida del Hijo del hombre será de improviso y tendrá serios efectos negativos para aquellos que estuvieren mal preparados. Las dos parábolas son complementarias: la primera acentúa lo positivo y la segunda lo negativo.

El pasaje se abre con un mandato a los discípulos para que estén prontos para el servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas y las lámparas encendidas” (Lc 12,35). La idea es una y se expresa con dos imágenes que repiten el mismo mandato. Notemos desde ya que Jesús no está requiriendo solamente comportamientos individuales, en sus palabras se acentúa el plural comunitario. Primera imagen de servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas” (Lc 12,35), como una manera de decir: “esperen en ropa de trabajo o de servicio” ¿Qué otra motivación tendría Dios para crearnos sino es precisamente por el amor?  San Juan dice: Queridos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor” (1Jn 4,7-8). Por eso uno estamos llamados a vivir en el mismo amor los unos a los otros, y es el amor el único camino eficaz de salvación: “Si uno dice Yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21). Mismo Jesús, manifestación del amor de Dios a los hombres nos reitera: “Ámense unos a otros como yo os ame” (Jn 13,14).

“Tened encendidas sus lámparas” (Lc 12,35). Permanecer dentro de la casa con las luces encendidas también es una imagen de disponibilidad para el servicio a cualquier hora. Pero no solo eso, el “arder” se insinúa también el calor de la acogida en la casa. Tener las luces encendidas, entonces, es señal de actividad nocturna en una casa o al menos de disponibilidad para ello; además, una lámpara prendida hace posible a cualquier hora una actividad de improviso. Como lo deja entender la parábola siguiente, el patrón necesitaba de luz para poder entrar de improviso en su casa a altas horas de la noche, sus servidores se la proporcionarán.

La parábola describe lo que sucede en dos tiempos: 1) el tiempo de la espera mediante la disposición para el trabajo por parte de los servidores (Lc 12,36) y 2) el tiempo de la llegada del patrón y de la recompensa de los servidores (Lc 12,37-38). “Sed como hombres que esperan a que su Señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran” (Lc 12,36). El servicio que es espera es parecido al de un portero, si bien la apertura de la puerta implica en este caso otras tareas complementarias para el patrón una vez que entre en la casa. El patrón está participando en una fiesta de matrimonio, no es él quien se casa sino un invitado. El regreso se prevé para ese mismo día, lo cierto es que puede ser a altas horas de la noche (Lc 12,38). No se sabe por qué motivo se extiende la fiesta, ni tampoco (como hoy) por qué no tiene una llave y abre él mismo, todo eso es secundario. Lo importante es la actitud de los servidores: estarán listos para abrir la puerta en preciso instante en que llegue y toque la puerta (Lc 13,25), aparecerá una escena similar pero con los roles patrón-siervo invertidos).

Dios ejecuto su proyecto de salvación mediante el servicio de cada uno de los bautizados en la construcción de su Iglesia: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” (1Tm 2,4-5). No hay mejor motivación que el amor para un servicio efectivo. Jesús mismo lo manifiesta: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,13-15). “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11).

Con estas enseñanzas conviene precisar nuestra reflexión al tema de la riqueza ¿Cómo ser rico ante los ojos de Dios? El joven rico pregunto muy preocupado sobre su salvación a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme” (Mc 10,17-21). La única forma de ser ricos antes los ojos de Dios es actuando en el amor de Dios y no de meras palabras sino con obras de caridad y misericordia.

La obra de caridad perfecta es pues sin duda el compartir, al respecto agrega el apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy religioso, pero no controla sus palabras, se engaña a sí mismo y su religión no vale. La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo” (Stg 1,26-27). “La fe sin obras es una fe muerta” (Stg 2,17). La fe sin obras no salva a nadie y la obra que da vida a la fe que decimos profesar es el acto de caridad cual es el dar con amor a quien no tiene un pan o un vestido.

Dónde está el verdadero tesoro de nuestras vidas? Porque, claro, cuando tenemos un tesoro todos vivimos con el corazón metido en la caja fuerte, nadie deja un tesoro tirado sobre la mesa. En cambio, aquí Jesús nos dice que renunciar a todo y darlo a los que no tienen, nos abre una cuenta fuerte en el cielo, ese es el tesoro de los pobres. Humanamente, los pobres no suelen disponer de grandes tesoros, pero tienen como tesoro el corazón de Dios.

Jesús vuelve a insistirnos en nuestra actitud de la vigilancia, de estar atentos, de estar despiertos. Vigilantes a la espera de su venida. Vigilantes con nosotros mismos para que nuestra vida se mantenga viva. Vigilantes para que nuestra fe no se nos vaya contaminando o se nos vaya muriendo. Vigilantes para que nuestra Iglesia no se vaya contaminando de los criterios del mundo y termine perdiendo su propia claridad. Vigilantes sobre nosotros mismos para saber tomar las decisiones necesarias a su tiempo y a su momento oportuno.

Sugiere estar prestos a la exigencia: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). La única medida del tener más o menos es el amor manifestado en la caridad al pobre, medio eficaz para acumular riqueza en el cielo y quien así vive, es como el administrador fiel que está muy atengo y vigilante porque está preparado para la consumación: “Por eso, estén también ustedes preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que menos esperan” (Mt 24,44). Entonces cuando llegue el Juez supremo dará el premio a cada uno según su trabaja (Ap 22,12). Fielmente conviene traer en recuerdo aquello de la paga al final de los tiempos: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, entonces recompensara a cada uno según su trabajo” (Mt 16,27).

DOMINGO XVIII - C (03 de agosto del 2025)

DOMINGO XVIII - C (03 de agosto del 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 12,13-21

12,13 Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".

12,14 Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?"

12,15 Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".

12,16 Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,

12,17 y se preguntaba a sí mismo: "¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha".

12,18 Después pensó: "Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,

12,19 y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida".

12,20 Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?"

12,21 Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

COMENTARIO:

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

“La raíz de todos los males en el mundo es el amor al dinero” (I Tm 6,10). A menudo el hombre olvida la realidad: “Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar” (I Tm 6,7). Hasta el cuerpo dejaremos: “El cuerpo vuelve a la tierra porque de ella fue formado y el espíritu vuelve a Dios porque de Él viene” (Ecl 12,7). El alma que es espíritu, despojado del cuerpo, un día tendrá que dar cuenta a Dios de su modo de proceder si fue caritativo o egoísta. Por eso Jesús nos sugiere: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). Y hoy, nos reitera: "Cuídense de toda avaricia, aunque uno lo tenga todo, la vida del hombre no depende de su riqueza"(Lc 12,15).

Jesús dijo también al joven rico: "Si quieres ser perfecto, ve; vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes. Jesús dijo entonces a sus discípulos: Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mt 19,21-26). “¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo? Sepan que el Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta” (Mt 16,26-27). Y hoy nos está reiterando lo mismo: “Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida” (Lc  12,15).

Uno de entre la gente pidió a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia. Le contestó: Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o repartidor de bienes entre ustedes?” (Lc 12,13-14). El domingo anterior decíamos que a menudo no sabemos pedir a Dios y por eso Dios no nos escucha. Que Dios escucha siempre que lo pidamos con un corazón puro y sincero. Dios es el más interesado en nuestra felicidad y por eso es él el que se adelanta y nos da lo que sabe que nos hace falta antes que se lo pidamos, pero Dios respeta la libertad del hombre por eso espera que se lo pidamos. Que nazca de nosotros el pedir en una oración, pues así dice mismo Dios: “Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y cuando me busquen me encontrarán, siempre que me imploren con todo un corazón puro y sincero” (Jer 29,12)

Me pregunto ahora, este pedido: “Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia” (Lc 12,13), ¿será una petición que nace de una fe autentica a Dios o será que este hombre quiere usar el actuar de Dios con criterios personales y egoístas? ¿Cuántos de nosotros y con frecuencia confundimos las cosas ante Dios? El mensaje del evangelio que hoy nos inculca Jesús es demoler el muro del egoísmo y agrandar el granero del amor y compartir el pan con el hambriento. Entonces un día nos lo dirá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos pobres, lo hicieron conmigo hereden el Reino de los cielos" (Mt 25,40).

El tema de las herencias es un tema recurrente en nuestra vida familiar y motivo de muchas discordias. Gustaría saber cuántos hermanos, que hasta es posible vayan a misa hoy y muy devotamente y no se hablen por problemas de herencia entre hermanos. Por eso, yo soy de los que insisto a los padres a que hagan testamento a tiempo. No saben cuántos líos entre los hermanos se evitarían. La parábola de Jesús es toda una lección de nuestra codicia y de nuestra ansia de tener, capaz de sacrificar nuestra condición de hermanos, nuestra condición de solidaridad y de nuestro compartir con los demás.

Jesús lamenta la codicia del corazón del dueño de la cosecha, porque, mientras los pobres se mueren de hambre y cada día los grandes terratenientes los dejan sin sus tierras, este hombre tiene un cosecha tan tremendo que ya no sabe dónde almacenar tanto grano. La única preocupación es qué haré para meter tanto trigo. La solución es clara, piensa en levantar nuevos graneros, en almacenar. Ni se le pasa por la cabeza pensar, que ya que Dios le ha regalado tan buena cosecha, cuánto pudiera repartir entre los que no tienen nada, entre los que se mueren de hambre. Piensa en agrandar sus graneros, pero no piensa que con ello está achicando su corazón. Pienso agrandar sus graneros, pero no piensa en agrandar el corazón. Crecerán y se agrandarán sus graneros, pero su vida se empequeñecerá y achicará. Un tema de ayer y también de hoy. Hermanos, sí, mientras viven los padres. Nada más morir los viejos, dejamos de ser hermanos, y somos herederos. Es ahí donde, nos olvidamos de los padres, y nos olvidamos que somos hijos, y nos olvidamos de que somos hermanos. Ahora comienza el egoísmo. ¿Qué me toca a mí? ¿Qué te toca a ti? Pero claro, siempre hay alguien que se cree más derechos y con más títulos para atrapar la mejor tajada.

Jesús tuvo experiencia de esto. Por eso este pobre hombre, dominado por el poder de su hermano, acude a Jesús para que convenza a su hermano de que reparta la herencia. Pretendemos que Dios también haga de intercesor y de árbitro cuando nosotros nos olvidamos de ser hermanos y la codicia crea peleas fraternas. Jesús no se mete en esos líos de herencias, no es esa su misión. Su misión está en manifestar que el egoísmo de tener solo lleva a la división, por eso propone una parábola que nos habla no del acumular sino del compartir. ¿Cuántas familias rotas por causa de las herencias? ¿Cuántos hermanos que no se hablan desde la muerte de los padres? ¿Cuántos hermanos que han dejado de serlo desde que los viejos se fueron. Y todo por el egoísmo del tener, del acumular.

El mejor recuerdo y homenaje a nuestros padres que se fueron, será conservar una familia unida como ellos la quisieron. Que el mejor homenaje y la mejor memoria de nuestros padres que ya nos dejaron serán el amor, la unidad y la fraternidad de los hijos. ¿De qué sirve llorarlos, si entre nosotros vivimos peleados por lo que ellos nos dejaron? ¿Con qué cara nos acercaremos a su tumba a ofrecerles un ramo de flores, cuando nosotros no nos atrevemos a visitarlos juntos y cambiamos de fecha para no encontrarnos? ¿Para eso lucharon toda su vida nuestros padres, para que ahora nosotros rompamos la unidad familiar? El amor se expresa y manifiesta no en el acaparar, sino en el compartir y en la sensibilidad de las necesidades de cada uno. Al fin y al cabo, nadie llevará consigo lo que privamos a nuestro hermano.

Recordemos la enseñanza de Jesús sobre el joven rico: “Jesús estaba a punto de partir, cuando un hombre corrió a su encuentro, se arrodilló delante de él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: “Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven que más me fala”. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: “Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo: ¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!” (Mc 10,17-23).

“Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar. Contentémonos con el alimento y el abrigo. Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la ruina y a la perdición. Porque el amor al dinero (avaricia) es la raíz de todos los males en el mundo, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la fe y se ocasionaron innumerables sufrimientos” (ITm 6,7-10). Este episodio hace de complemento con la enseñanza del evangelio de hoy: El pasaje de Lc 12,13-21 es la base de la advertencia de Jesús sobre la avaricia. La historia del rico insensato es una parábola directa que ilustra el peligro de esta actitud. Un hombre le pide a Jesús que intervenga en una disputa de herencia, y Jesús responde con una advertencia radical: "¡Miren! Cuídense de toda avaricia, porque la vida (salvación) de un hombre no depende de sus bienes materiales (riqueza)".

La parábola que sigue es una demostración en sí misma. El hombre rico de la historia no es necesariamente un pecador por tener una buena cosecha, sino por su confianza desmedida en sus bienes materiales. Sus pensamientos revelan su mentalidad: "Me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, disfruta." Su pecado es la autosuficiencia y el olvido de Dios. Cree que su seguridad y su futuro (salvación) están garantizados por su riqueza.

La respuesta de Dios es contundente: "¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma (morirás); y lo que has acumulado, ¿de quién será?" La muerte, un evento inevitable y repentino, despoja al hombre de todo lo que había atesorado. Esto demuestra el principio teológico central: la vida, en su sentido más profundo (vida eterna; salvación), es un regalo de Dios y no puede ser comprada, asegurada o prolongada por la riqueza. La verdadera riqueza no reside en lo terrenal, sino en "ser rico para con Dios" (Mt 19,21).

Desde una perspectiva de la razón, la avaricia se puede entender como una distorsión del valor. El avaro confunde los medios con los fines. El dinero y las posesiones son herramientas para vivir, no el propósito final de la existencia.

Aristóteles decía en su en Ética a Nicómaco que la virtud como un justo medio. La avaricia sería un exceso en el apego a las posesiones materiales. La virtud de la generosidad se encuentra entre la avaricia (defecto) y la prodigalidad (exceso). Para Aristóteles, la vida buena (eudaimonia) no se logra a través de la acumulación de bienes externos, sino a través de la práctica de la virtud y la razón. La avaricia, al centrar la vida en lo material, desvía al hombre de su verdadero fin, que es la búsqueda de la sabiduría y la virtud.

La filosofía estoica también ofrece una visión poderosa. Los estoicos enseñaban que la verdadera felicidad y tranquilidad provienen de la virtud y el control sobre uno mismo, no de las circunstancias externas. La avaricia es una pasión que nos esclaviza a los objetos externos, haciéndonos dependientes de algo que no podemos controlar completamente (la economía, la salud de los cultivos, los accidentes, etc.). Al confiar en las riquezas, el hombre se vuelve vulnerable a la fortuna. La libertad, para los estoicos, radica en la indiferencia hacia las cosas materiales, valorando solo lo que es interno a uno mismo.

En el sentido espiritual, la avaricia no es solo un apego material, sino una condición espiritual. Desde un punto de vista espiritual, la avaricia es un ídolo. El corazón del avaro ha reemplazado a Dios por el dinero y las posesiones. Esto se manifiesta en una serie de consecuencias:

Ceguera Espiritual: El avaro se vuelve ciego a las necesidades de los demás y a la presencia de Dios en su vida. En la parábola, el rico solo se habla a sí mismo ("Me diré a mí mismo"). No hay mención de Dios, de la familia, o de los pobres. Su mundo se ha reducido a sí mismo y a sus posesiones.

Vacío Existencial: La avaricia promete seguridad y plenitud, pero en realidad genera un vacío insaciable. La naturaleza del deseo avaricioso es que nunca se satisface; siempre se quiere más. Esto es lo opuesto a la paz que proviene de la confianza en Dios. El hombre rico cree que tiene "bienes almacenados para muchos años", pero su alma es reclamada esa misma noche, revelando la futilidad de su plan.

Obstáculo para la Gracia: La avaricia es un obstáculo directo para la vida de gracia. Jesús en otros pasajes afirma que es "más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos". Esto no es una condena de la riqueza en sí, sino una advertencia sobre la actitud del corazón. Un corazón lleno de avaricia no tiene espacio para Dios ni para el prójimo. La vida mística, que es una unión con Dios, es imposible cuando el corazón está dividido. El místico busca vaciarse de sí mismo y de las cosas mundanas para ser llenado por Dios. La avaricia hace lo contrario: llena el alma de egoísmo y materialismo.

En suma, la parábola del rico insensato, junto con las reflexiones teológicas, filosóficas y místicas, demuestra que la avaricia es un peligro mortal. No solo pone en riesgo la salvación del alma, sino que también desvía al ser humano de su verdadero propósito y lo condena a una existencia de ansiedad, soledad y vacío, creyendo que la vida puede ser asegurada por algo tan frágil y efímero como la riqueza material. La verdadera vida, la que no depende de la abundancia de bienes, es aquella que se vive "siendo rico para con Dios".