DOMINGO XIX - C (10 de agosto del 2025)
Proclamación del Santo evangelio Según San Lucas 12,32-48:
12,32 No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes
ha querido darles el Reino.
12,33 Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse
bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde
no se acerca el ladrón ni destruye la polilla.
12,34 Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su
corazón.
12,35 Estén preparados, ceñidos y con las lámparas
encendidas.
12,36 Sean como los hombres que esperan el regreso de su
señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
12,37 ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra
velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará
sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.
12,38 ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes
del alba y los encuentra así!
12,39 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué
hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
12,40 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del
hombre llegará a la hora menos pensada".
12,41 Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola
la dices para nosotros o para todos?"
12,42 El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel
y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle
la ración de trigo en el momento oportuno?
12,43 ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre
ocupado en este trabajo!
12,44 Les aseguro que lo hará administrador de todos sus
bienes.
12,45 Pero si este servidor piensa: "Mi señor tardará
en llegar", y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y
se pone a comer, a beber y a emborracharse,
12,46 su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo
castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.
12,47 El servidor que, conociendo la voluntad de su señor,
no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto,
recibirá un castigo severo.
12,48 Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable,
será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y
al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos(as) en el Señor Paz Bien
“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la
hora menos pensada" (Lc 12,40). Jesús ya nos ha dicho: “No los dejaré
huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,18). ¿A qué vendrá el Hijo del
Hombre? Mismo Jesús nos dice: “El Padre le dio autoridad para juzgar porque él
es el Hijo del hombre” (Jn 5,27). Jesús es enfático al reiterar: “Nada puedo
hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo al Padre, y mi juicio
es justo” (Jn 5,30). Hoy nos adelantó algo importante sobre el juicio: “El
servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas
y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.
Pero aquel que sin saberlo, reprobó el querer de su amo, será castigado con
menos rigor. Porque al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le
confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lc 12,47-48).
El texto de Lc 12,32-48, nos ofrece una profunda enseñanza
sobre la preparación para la venida del Señor. La parábola del siervo fiel y
del siervo infiel, junto con las exhortaciones previas, nos muestra la
importancia de la vigilancia y la responsabilidad en la vida del creyente.
El pasaje comienza con una exhortación a la confianza en
Dios y al desapego de los bienes materiales (Lc 12,32-34). Jesús les dice a sus
discípulos: "No temas, pequeño rebaño, porque su Padre le ha parecido bien
darles el Reino". Esta es una llamada a vivir en la providencia de Dios,
con el corazón puesto en el tesoro celestial, no en los tesoros de la tierra.
Luego, el Señor nos llama a la vigilancia permanente (Lc
12,35-40). Nos exhorta a tener "los lomos ceñidos y las lámparas
encendidas", como siervos que esperan a su señor que regresa de una boda.
La imagen de estar "ceñidos" y con las "lámparas
encendidas" es una clara referencia a la prontitud y a la preparación.
Esta actitud de vigilancia es crucial, ya que el Señor vendrá "a la hora menos
pensada".
La parábola del siervo fiel y del siervo infiel (Lc
12,41-48) es la clave para entender la distinción entre los castigos. Pedro le
pregunta a Jesús si la parábola es para ellos o para todos. Jesús no le
responde directamente, pero le plantea una pregunta retórica: "¿Quién es,
pues, el administrador fiel y prudente?":
El siervo fiel y prudente: Es aquel a quien su señor, al
volver, lo encuentra cumpliendo su deber. Este siervo será premiado: el señor
lo pondrá al frente de toda su hacienda. Esta es una clara recompensa a la
fidelidad eterna (cielo).
El siervo infiel: Es aquel que, pensando que su señor
tardará, se dedica a maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber
y a emborracharse. El señor vendrá de improviso y lo "castigará
severamente". El castigo severo es eterno (Infierno).
Finalmente, el texto nos revela la razón de los diferentes
castigos (Lc 12,47-48): "Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su
señor, no se preparó ni obró conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes"
(infierno). "Pero el que, sin conocerla, hizo cosas dignas de azotes, recibirá
pocos" (Purgatorio).
La conclusión es categórica: "A quien se le dio mucho,
se le pedirá mucho; a quien se le confió mucho, se le reclamará más" (Lc
12,47-48).
La teología de este pasaje se centra en la escatología y en
la ética cristiana.
Escatología: El texto nos habla de la parusía, la segunda
venida de Cristo. La incertidumbre del momento de su llegada no debe ser motivo
de ociosidad, sino de una constante vigilancia y preparación. El "no saben
cuándo vendrá" no es una excusa para la pereza espiritual, sino un llamado
a la santidad de cada día. La venida del Señor es un evento que transforma
nuestra perspectiva del tiempo y nos llama a vivir cada momento como si fuera
el último.
Ética de la responsabilidad: La parábola establece una clara
relación entre el conocimiento de la voluntad de Dios y la responsabilidad
moral. Quien ha recibido la revelación de la Palabra de Dios y la ha conocido,
tiene una mayor responsabilidad de vivir de acuerdo a ella. La ignorancia, si
bien no exime completamente de culpa, sí atenúa la gravedad del pecado. El
principio teológico es que la responsabilidad moral es proporcional al
conocimiento de la ley divina. Esto se relaciona con la doctrina del juicio
particular y final, donde cada uno será juzgado por sus obras, pero también por
su conciencia y su grado de conocimiento.
Desde una perspectiva espiritual, la preparación para la
venida del Señor se manifiesta en la vida interior o espiritual del creyente:
La vigilancia como virtud: La vigilancia no es solo estar
despierto, sino tener una actitud de alerta espiritual. Implica la oración
constante, el examen de conciencia, la lucha contra las tentaciones y el
cultivo de las virtudes. Es vivir en el presente, pero con la mirada puesta en
la eternidad. Es el "ceñir los lomos" de la castidad, la sobriedad y
la humildad; y el "encender las lámparas" de la fe, la esperanza y la
caridad.
La mayordomía de los dones: La parábola del siervo fiel es
una enseñanza sobre la mayordomía. El "administrador" (o mayordomo)
de la casa es el creyente que ha recibido dones, talentos, conocimientos y
gracias de parte de Dios. La forma en que administra estos dones es la medida
de su fidelidad. El uso responsable de los dones es una forma de preparación
para el encuentro con el Señor. Por el contrario, el despilfarro, el mal uso o
la negligencia son señales de una vida espiritual infiel.
La dimensión mística de este pasaje se relaciona con la
unión del alma con Dios y la experiencia interior de la venida de Cristo.
La llegada del Señor en el interior del alma: La venida del
Señor no es solo un evento futuro, sino también una realidad presente en la
vida mística. Cristo viene a morar en el corazón del creyente que se prepara
para él. La vigilancia se convierte en una atención continua a la presencia de
Dios en el alma. Las "lámparas encendidas" son el fuego del amor de
Dios que arde en el corazón del hombre fiel y lo hace santo como el es santo (I
Pe 1,15).
El amor como fuente de conocimiento y obediencia: En la
mística, el conocimiento de la voluntad de Dios no es puramente intelectual,
sino una experiencia de amor. El alma que ama a Dios, desea complacerlo y busca
constantemente su voluntad. Por lo tanto, el siervo que "conoce la
voluntad de su señor" y no la cumple, es aquel que, a pesar de haber
recibido la gracia del conocimiento, no la ha transformado en amor operante. El
castigo es mayor porque la traición al amor es más grave que la ignorancia. El
siervo que, sin conocer la voluntad de su señor, obra mal, es aquel que, aún
sin la luz del amor, ha fallado a la ley natural o a la conciencia, recibiendo
un castigo menor porque su ofensa es de menor peso en la balanza del amor.
En suma, el texto de Lc 12,32-48 es una llamada urgente y
profunda a la preparación para la venida del Señor. Esta preparación se
manifiesta en la vigilancia constante, la fidelidad en la administración de los
dones, el conocimiento de la voluntad de Dios y, en última instancia, en la
unión mística con Él. La distinción entre los castigos nos revela un principio
de justicia divina que pondera la responsabilidad en función del conocimiento y
del amor recibido.
El domingo pasado terminaba Jesús en su enseñanza
exhortando: “Si uno acumula bienes para sí y muere a la noche siguiente; las
cosas que ha acumulado, ¿para quién serán?" Así es como pasa con el que
atesora riquezas para sí, y no es rico ante los ojos de Dios" (Lc 12,21).
Hoy en el inicio del evangelio se nos dice: “Vendan lo que tienen y repártanlo
en limosnas. Háganse junto a Dios bolsas que no se rompen de viejas y reservas
que no se acaban; allí no llega el ladrón, y no hay polilla que destroce.
Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Lc 12,33-34). ¿De
qué tesoro nos habla Jesús sino lo que atesora el corazón? No es la cosecha, no
es un bien material, la que quepa en el corazón de Dios y en el corazón del
hombre que es imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) es sin duda alguna el amor
(I Jn 4,8). Al respecto San Pablo dice: “El Reino de Dios no es cuestión de
comida o bebida, sino de justicia, de paz y alegría en el Espíritu Santo. Quien
de esta forma sirve a Cristo, agrada a Dios y también es apreciado por los
hombres” (Rm 14,17-18).
La parábola del “patrón que está para volver de una fiesta
de bodas” (Lc 12,36-38). Describe a los discípulos como sirvientes esperando el
regreso de su señor por la noche y les promete una recompensa que va más allá
de la imaginación humana: el patrón al servicio de sus sirvientes. La parábola
del “ladrón” o también del “responsable de una casa pronto para atrapar a un ladrón”
(Lc 12,39-40). Ésta hace una advertencia contra la mala preparación. Ésta
ejemplificada en el dueño de una casa que teme la venida de un ladrón. Se deja
entender que la venida del Hijo del hombre será de improviso y tendrá serios
efectos negativos para aquellos que estuvieren mal preparados. Las dos
parábolas son complementarias: la primera acentúa lo positivo y la segunda lo
negativo.
El pasaje se abre con un mandato a los discípulos para que
estén prontos para el servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas y las lámparas
encendidas” (Lc 12,35). La idea es una y se expresa con dos imágenes que
repiten el mismo mandato. Notemos desde ya que Jesús no está requiriendo
solamente comportamientos individuales, en sus palabras se acentúa el plural
comunitario. Primera imagen de servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas” (Lc
12,35), como una manera de decir: “esperen en ropa de trabajo o de servicio”
¿Qué otra motivación tendría Dios para crearnos sino es precisamente por el
amor? San Juan dice: Queridos míos, amémonos unos a otros, porque el
amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que
no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor” (1Jn 4,7-8). Por eso uno
estamos llamados a vivir en el mismo amor los unos a los otros, y es el amor el
único camino eficaz de salvación: “Si uno dice Yo amo a Dios y odia a su
hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a
Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que
ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21). Mismo Jesús, manifestación
del amor de Dios a los hombres nos reitera: “Ámense unos a otros como yo os
ame” (Jn 13,14).
“Tened encendidas sus lámparas” (Lc 12,35). Permanecer
dentro de la casa con las luces encendidas también es una imagen de
disponibilidad para el servicio a cualquier hora. Pero no solo eso, el “arder”
se insinúa también el calor de la acogida en la casa. Tener las luces
encendidas, entonces, es señal de actividad nocturna en una casa o al menos de
disponibilidad para ello; además, una lámpara prendida hace posible a cualquier
hora una actividad de improviso. Como lo deja entender la parábola siguiente, el
patrón necesitaba de luz para poder entrar de improviso en su casa a altas
horas de la noche, sus servidores se la proporcionarán.
La parábola describe lo que sucede en dos tiempos: 1) el
tiempo de la espera mediante la disposición para el trabajo por parte de los
servidores (Lc 12,36) y 2) el tiempo de la llegada del patrón y de la
recompensa de los servidores (Lc 12,37-38). “Sed como hombres que esperan a que
su Señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le
abran” (Lc 12,36). El servicio que es espera es parecido al de un portero, si
bien la apertura de la puerta implica en este caso otras tareas complementarias
para el patrón una vez que entre en la casa. El patrón está participando en una
fiesta de matrimonio, no es él quien se casa sino un invitado. El regreso se
prevé para ese mismo día, lo cierto es que puede ser a altas horas de la noche
(Lc 12,38). No se sabe por qué motivo se extiende la fiesta, ni tampoco (como
hoy) por qué no tiene una llave y abre él mismo, todo eso es secundario. Lo
importante es la actitud de los servidores: estarán listos para abrir la puerta
en preciso instante en que llegue y toque la puerta (Lc 13,25), aparecerá una
escena similar pero con los roles patrón-siervo invertidos).
Dios ejecuto su proyecto de salvación mediante el servicio
de cada uno de los bautizados en la construcción de su Iglesia: “Dios quiere
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios es
único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús
hombre” (1Tm 2,4-5). No hay mejor motivación que el amor para un servicio
efectivo. Jesús mismo lo manifiesta: “No hay amor más grande que dar la vida
por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no
les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los
llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn
15,13-15). “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas”
(Jn 10,11).
Con estas enseñanzas conviene precisar nuestra reflexión al
tema de la riqueza ¿Cómo ser rico ante los ojos de Dios? El joven rico pregunto
muy preocupado sobre su salvación a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer
para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie
es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas
adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto,
honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: Maestro, todo eso lo he
practicado desde muy joven. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le
dijo: Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el
dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y
sígueme” (Mc 10,17-21). La única forma de ser ricos antes los ojos de Dios es
actuando en el amor de Dios y no de meras palabras sino con obras de caridad y
misericordia.
La obra de caridad perfecta es pues sin duda el compartir,
al respecto agrega el apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy religioso, pero
no controla sus palabras, se engaña a sí mismo y su religión no vale. La
religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto:
ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con
la corrupción de este mundo” (Stg 1,26-27). “La fe sin obras es una fe muerta”
(Stg 2,17). La fe sin obras no salva a nadie y la obra que da vida a la fe que
decimos profesar es el acto de caridad cual es el dar con amor a quien no tiene
un pan o un vestido.
Dónde está el verdadero tesoro de nuestras vidas? Porque,
claro, cuando tenemos un tesoro todos vivimos con el corazón metido en la caja
fuerte, nadie deja un tesoro tirado sobre la mesa. En cambio, aquí Jesús nos
dice que renunciar a todo y darlo a los que no tienen, nos abre una cuenta
fuerte en el cielo, ese es el tesoro de los pobres. Humanamente, los pobres no
suelen disponer de grandes tesoros, pero tienen como tesoro el corazón de Dios.
Jesús vuelve a insistirnos en nuestra actitud de la vigilancia,
de estar atentos, de estar despiertos. Vigilantes a la espera de su venida.
Vigilantes con nosotros mismos para que nuestra vida se mantenga viva.
Vigilantes para que nuestra fe no se nos vaya contaminando o se nos vaya
muriendo. Vigilantes para que nuestra Iglesia no se vaya contaminando de los
criterios del mundo y termine perdiendo su propia claridad. Vigilantes sobre
nosotros mismos para saber tomar las decisiones necesarias a su tiempo y a su
momento oportuno.
Sugiere estar prestos a la exigencia: “Al que se le ha dado
mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le
pedirá cuentas” (Lc 12,48). La única medida del tener más o menos es el amor
manifestado en la caridad al pobre, medio eficaz para acumular riqueza en el
cielo y quien así vive, es como el administrador fiel que está muy atengo y
vigilante porque está preparado para la consumación: “Por eso, estén también
ustedes preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que menos
esperan” (Mt 24,44). Entonces cuando llegue el Juez supremo dará el premio a
cada uno según su trabaja (Ap 22,12). Fielmente conviene traer en recuerdo
aquello de la paga al final de los tiempos: “Cuando el Hijo del Hombre venga en
su gloria rodeado de todos sus ángeles, entonces recompensara a cada uno según
su trabajo” (Mt 16,27).