DOMINGO XVIII - C (03 de agosto del 2025)
Proclamación del santo evangelio según San Lucas 12,13-21
12,13 Uno de la multitud le dijo:
"Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".
12,14 Jesús le respondió:
"Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?"
12,15 Después les dijo:
"Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida
de un hombre no está asegurada por sus riquezas".
12,16 Les dijo entonces una parábola:
"Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,
12,17 y se preguntaba a sí mismo:
"¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha".
12,18 Después pensó: "Voy a
hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré
allí todo mi trigo y mis bienes,
12,19 y diré a mi alma: Alma mía,
tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena
vida".
12,20 Pero Dios le dijo:
"Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has
amontonado?"
12,21 Esto es lo que sucede al
que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de
Dios". PALABRA DEL SEÑOR.
COMENTARIO:
Estimados hermanos(as) en el
Señor Paz y Bien.
“La raíz de todos los males en el
mundo es el amor al dinero” (I Tm 6,10). A menudo el hombre olvida la realidad:
“Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar” (I Tm
6,7). Hasta el cuerpo dejaremos: “El cuerpo vuelve a la tierra porque de ella
fue formado y el espíritu vuelve a Dios porque de Él viene” (Ecl 12,7). El alma
que es espíritu, despojado del cuerpo, un día tendrá que dar cuenta a Dios de
su modo de proceder si fue caritativo o egoísta. Por eso Jesús nos sugiere: “No
acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y
los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en
el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que
perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt
6,19-21). Y hoy, nos reitera: "Cuídense de toda avaricia, aunque uno
lo tenga todo, la vida del hombre no depende de su riqueza"(Lc 12,15).
Jesús dijo también al joven rico:
"Si quieres ser perfecto, ve; vende todo lo que tienes y dáselo a los
pobres, así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. Al oír estas
palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes. Jesús
dijo entonces a sus discípulos: Les aseguro que difícilmente un rico entrará en
el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el
ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Los discípulos
quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: Entonces, ¿quién podrá
salvarse? Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: Para los hombres esto es
imposible, pero para Dios todo es posible” (Mt 19,21-26). “¿De qué le serviría
a uno ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse
a sí mismo? Sepan que el Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre,
rodeado de sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta”
(Mt 16,26-27). Y hoy nos está reiterando lo mismo: “Eviten con gran cuidado
toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones
las que le dan vida” (Lc 12,15).
Uno de entre la gente pidió a
Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia. Le
contestó: Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o repartidor de bienes entre
ustedes?” (Lc 12,13-14). El domingo anterior decíamos que a menudo no sabemos
pedir a Dios y por eso Dios no nos escucha. Que Dios escucha siempre que lo
pidamos con un corazón puro y sincero. Dios es el más interesado en nuestra
felicidad y por eso es él el que se adelanta y nos da lo que sabe que nos hace
falta antes que se lo pidamos, pero Dios respeta la libertad del hombre por eso
espera que se lo pidamos. Que nazca de nosotros el pedir en una oración, pues
así dice mismo Dios: “Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo los
escucharé; y cuando me busquen me encontrarán, siempre que me imploren con todo
un corazón puro y sincero” (Jer 29,12)
Me pregunto ahora, este pedido:
“Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia” (Lc 12,13),
¿será una petición que nace de una fe autentica a Dios o será que este hombre
quiere usar el actuar de Dios con criterios personales y egoístas? ¿Cuántos de
nosotros y con frecuencia confundimos las cosas ante Dios? El mensaje del
evangelio que hoy nos inculca Jesús es demoler el muro del egoísmo y agrandar
el granero del amor y compartir el pan con el hambriento. Entonces un día nos
lo dirá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de
mis hermanos pobres, lo hicieron conmigo hereden el Reino de los cielos"
(Mt 25,40).
El tema de las herencias es un
tema recurrente en nuestra vida familiar y motivo de muchas discordias.
Gustaría saber cuántos hermanos, que hasta es posible vayan a misa hoy y muy
devotamente y no se hablen por problemas de herencia entre hermanos. Por eso,
yo soy de los que insisto a los padres a que hagan testamento a tiempo. No
saben cuántos líos entre los hermanos se evitarían. La parábola de Jesús es
toda una lección de nuestra codicia y de nuestra ansia de tener, capaz de
sacrificar nuestra condición de hermanos, nuestra condición de solidaridad y de
nuestro compartir con los demás.
Jesús lamenta la codicia del
corazón del dueño de la cosecha, porque, mientras los pobres se mueren de
hambre y cada día los grandes terratenientes los dejan sin sus tierras, este
hombre tiene un cosecha tan tremendo que ya no sabe dónde almacenar tanto
grano. La única preocupación es qué haré para meter tanto trigo. La solución es
clara, piensa en levantar nuevos graneros, en almacenar. Ni se le pasa por la
cabeza pensar, que ya que Dios le ha regalado tan buena cosecha, cuánto pudiera
repartir entre los que no tienen nada, entre los que se mueren de hambre.
Piensa en agrandar sus graneros, pero no piensa que con ello está achicando su
corazón. Pienso agrandar sus graneros, pero no piensa en agrandar el corazón.
Crecerán y se agrandarán sus graneros, pero su vida se empequeñecerá y
achicará. Un tema de ayer y también de hoy. Hermanos, sí, mientras viven los
padres. Nada más morir los viejos, dejamos de ser hermanos, y somos herederos.
Es ahí donde, nos olvidamos de los padres, y nos olvidamos que somos hijos, y
nos olvidamos de que somos hermanos. Ahora comienza el egoísmo. ¿Qué me toca a
mí? ¿Qué te toca a ti? Pero claro, siempre hay alguien que se cree más derechos
y con más títulos para atrapar la mejor tajada.
Jesús tuvo experiencia de esto.
Por eso este pobre hombre, dominado por el poder de su hermano, acude a Jesús
para que convenza a su hermano de que reparta la herencia. Pretendemos que Dios
también haga de intercesor y de árbitro cuando nosotros nos olvidamos de ser hermanos
y la codicia crea peleas fraternas. Jesús no se mete en esos líos de herencias,
no es esa su misión. Su misión está en manifestar que el egoísmo de tener solo
lleva a la división, por eso propone una parábola que nos habla no del acumular
sino del compartir. ¿Cuántas familias rotas por causa de las herencias?
¿Cuántos hermanos que no se hablan desde la muerte de los padres? ¿Cuántos
hermanos que han dejado de serlo desde que los viejos se fueron. Y todo por el
egoísmo del tener, del acumular.
El mejor recuerdo y homenaje a
nuestros padres que se fueron, será conservar una familia unida como ellos la
quisieron. Que el mejor homenaje y la mejor memoria de nuestros padres que ya
nos dejaron serán el amor, la unidad y la fraternidad de los hijos. ¿De qué sirve
llorarlos, si entre nosotros vivimos peleados por lo que ellos nos dejaron?
¿Con qué cara nos acercaremos a su tumba a ofrecerles un ramo de flores, cuando
nosotros no nos atrevemos a visitarlos juntos y cambiamos de fecha para no
encontrarnos? ¿Para eso lucharon toda su vida nuestros padres, para que ahora
nosotros rompamos la unidad familiar? El amor se expresa y manifiesta no en el
acaparar, sino en el compartir y en la sensibilidad de las necesidades de cada
uno. Al fin y al cabo, nadie llevará consigo lo que privamos a nuestro hermano.
Recordemos la enseñanza de Jesús
sobre el joven rico: “Jesús estaba a punto de partir, cuando un hombre corrió a
su encuentro, se arrodilló delante de él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué
tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me
llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No
mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no
seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: “Maestro,
todo eso lo he practicado desde muy joven que más me fala”. Jesús fijó su
mirada en él, le tomó cariño y le dijo: “Sólo te falta una cosa: vete, vende
todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en
el Cielo. Después, ven y sígueme. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era
un hombre muy rico, y se fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus
discípulos y les dijo: ¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que
tienen riquezas!” (Mc 10,17-23).
“Nada trajimos cuando vinimos al
mundo, y al irnos, nada podremos llevar. Contentémonos con el alimento y el
abrigo. Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa
de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a
la ruina y a la perdición. Porque el amor al dinero (avaricia) es la raíz de
todos los males en el mundo, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la
fe y se ocasionaron innumerables sufrimientos” (ITm 6,7-10). Este episodio hace
de complemento con la enseñanza del evangelio de hoy: El pasaje de Lc 12,13-21
es la base de la advertencia de Jesús sobre la avaricia. La historia del rico
insensato es una parábola directa que ilustra el peligro de esta actitud. Un
hombre le pide a Jesús que intervenga en una disputa de herencia, y Jesús
responde con una advertencia radical: "¡Miren! Cuídense de toda avaricia,
porque la vida (salvación) de un hombre no depende de sus bienes materiales
(riqueza)".
La parábola que sigue es una
demostración en sí misma. El hombre rico de la historia no es necesariamente un
pecador por tener una buena cosecha, sino por su confianza desmedida en sus
bienes materiales. Sus pensamientos revelan su mentalidad: "Me diré a mí
mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come,
bebe, disfruta." Su pecado es la autosuficiencia y el olvido de Dios. Cree
que su seguridad y su futuro (salvación) están garantizados por su riqueza.
La respuesta de Dios es
contundente: "¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma (morirás); y lo
que has acumulado, ¿de quién será?" La muerte, un evento inevitable y
repentino, despoja al hombre de todo lo que había atesorado. Esto demuestra el
principio teológico central: la vida, en su sentido más profundo (vida eterna;
salvación), es un regalo de Dios y no puede ser comprada, asegurada o
prolongada por la riqueza. La verdadera riqueza no reside en lo terrenal, sino
en "ser rico para con Dios" (Mt 19,21).
Desde una perspectiva de la
razón, la avaricia se puede entender como una distorsión del valor. El avaro
confunde los medios con los fines. El dinero y las posesiones son herramientas
para vivir, no el propósito final de la existencia.
Aristóteles decía en su en Ética
a Nicómaco que la virtud como un justo medio. La avaricia sería un exceso en el
apego a las posesiones materiales. La virtud de la generosidad se encuentra
entre la avaricia (defecto) y la prodigalidad (exceso). Para Aristóteles, la
vida buena (eudaimonia) no se logra a través de la acumulación de bienes
externos, sino a través de la práctica de la virtud y la razón. La avaricia, al
centrar la vida en lo material, desvía al hombre de su verdadero fin, que es la
búsqueda de la sabiduría y la virtud.
La filosofía estoica también
ofrece una visión poderosa. Los estoicos enseñaban que la verdadera felicidad y
tranquilidad provienen de la virtud y el control sobre uno mismo, no de las
circunstancias externas. La avaricia es una pasión que nos esclaviza a los
objetos externos, haciéndonos dependientes de algo que no podemos controlar
completamente (la economía, la salud de los cultivos, los accidentes, etc.). Al
confiar en las riquezas, el hombre se vuelve vulnerable a la fortuna. La
libertad, para los estoicos, radica en la indiferencia hacia las cosas materiales,
valorando solo lo que es interno a uno mismo.
En el sentido espiritual, la
avaricia no es solo un apego material, sino una condición espiritual. Desde un
punto de vista espiritual, la avaricia es un ídolo. El corazón del avaro ha
reemplazado a Dios por el dinero y las posesiones. Esto se manifiesta en una
serie de consecuencias:
Ceguera Espiritual: El avaro se
vuelve ciego a las necesidades de los demás y a la presencia de Dios en su
vida. En la parábola, el rico solo se habla a sí mismo ("Me diré a mí mismo").
No hay mención de Dios, de la familia, o de los pobres. Su mundo se ha reducido
a sí mismo y a sus posesiones.
Vacío Existencial: La avaricia
promete seguridad y plenitud, pero en realidad genera un vacío insaciable. La
naturaleza del deseo avaricioso es que nunca se satisface; siempre se quiere
más. Esto es lo opuesto a la paz que proviene de la confianza en Dios. El
hombre rico cree que tiene "bienes almacenados para muchos años",
pero su alma es reclamada esa misma noche, revelando la futilidad de su plan.
Obstáculo para la Gracia: La
avaricia es un obstáculo directo para la vida de gracia. Jesús en otros pasajes
afirma que es "más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a
un rico entrar en el reino de los cielos". Esto no es una condena de la
riqueza en sí, sino una advertencia sobre la actitud del corazón. Un corazón
lleno de avaricia no tiene espacio para Dios ni para el prójimo. La vida
mística, que es una unión con Dios, es imposible cuando el corazón está
dividido. El místico busca vaciarse de sí mismo y de las cosas mundanas para
ser llenado por Dios. La avaricia hace lo contrario: llena el alma de egoísmo y
materialismo.
En suma, la parábola del rico
insensato, junto con las reflexiones teológicas, filosóficas y místicas, demuestra
que la avaricia es un peligro mortal. No solo pone en riesgo la salvación del
alma, sino que también desvía al ser humano de su verdadero propósito y lo
condena a una existencia de ansiedad, soledad y vacío, creyendo que la vida
puede ser asegurada por algo tan frágil y efímero como la riqueza material. La
verdadera vida, la que no depende de la abundancia de bienes, es aquella que se
vive "siendo rico para con Dios".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Paz y Bien
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.