DOMINGO XV – C (13 de julio 2025)
Proclamación del santo evangelio según San Lucas
10,25-37
10:25 Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para
ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida
eterna?"
10:26 Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en
la Ley? ¿Qué lees en ella?"
10:27 Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu
espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".
10:28 "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra
así y alcanzarás la vida".
10:29 Pero el doctor de la Ley, para justificar su
intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?"
10:30 Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió:
"Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos bandidos,
que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.
10:31 Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote:
lo vio y siguió de largo.
10:32 También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su
camino.
10:33 Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar
junto a él, lo vio y se conmovió.
10:34 Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas
con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un
albergue y se encargó de cuidarlo.
10:35 Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al
dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo
pagaré al volver".
10:36 ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo
del hombre asaltado por los ladrones?"
10:37 "El que tuvo compasión de él", le respondió
el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma
manera". PALABRA DEL SEÑOR.
Muy estimados hermanos(as) en el Señor, Paz y Bien:
¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna? A su vez
Jesús pregunto al doctor de la ley: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en
ella? Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como
a ti mismo. Has respondido exactamente, le dijo Jesús; Haz eso y alcanzarás la
vida eterna" (Lc 10,25-28). El domingo anterior decía Jesús a sus
discípulos: “No se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más
bien de que sus nombres estén escritos en el cielo" (Lc 10,20). ¿Cómo
hacer que nuestro nombre este escrito en el cielo? ¿Por qué es importante que
este escrito mi nombre en el cielo? La única forma de inscribir mi nombre en el
cielo es: Anunciando el Reino de Dios (Lc 10,11). Recordemos al respecto lo que
dijo Jesús: “Quien me anuncie abiertamente ante los hombres, yo lo también lo
anunciaré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo lo negaré ante mi Padre
que está en el cielo a aquel que me niegue ante los hombres en este mundo” (Mt
10,32-33). El anuncio del Reino de Dios se resumen en enunciado: “El que dice
yo amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso” (I Jn 4,20-21). Porque
si no tengo amor, no soy nada (I Cor 13,2). Y ¿si solo amo al que me ama, que
merito extraordinario hago? (Mt 5,46).
Las dos enseñanzas de este domingo complementan aquella enseñanza
del domingo anterior, es decir: al anunciar el Reino de Dios uno registra su
nombre en el cielo, que tiene que ver con la misión, pero una misión hecha vida
o vivida y no un anuncio de mera teoría. Y esa experiencia de vida es la que
hoy se nos describe cuando un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para
ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida
eterna?" (Lc 10,25). La respuesta es cumpliendo la ley de Dios: amor a
Dios y amor al prójimo. Mejor dicho el amor a Dios pasa por el amor al prójimo.
De aquí la pregunta ¿Quién es mi prójimo? (Lc 10,29).
La parábola del buen samaritano que acabamos de escuchar me
trae a la memoria la experiencia de vida de San Francisco de Asís: “El santo
enamorado de la perfecta humildad se fue a donde los leprosos; vivía con ellos
y servía a todos por Dios con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos infectos
y curaba sus úlceras purulentas, según él mismo lo refiere en el testamento:
Como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver leprosos; pero el Señor me
condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia” (Test 1-2).
Los ladrones del evangelio de hoy, esos leprosos en los que
Jesús sigue siendo injustamente crucificados por la miseria humana y en el que
San Francisco encontró a Jesús sufriente, esos heridos y golpeados por la vida
y la miseria y la enfermedad con quienes nos solemos topar en la calle hoy nos
tiene que interpelar si o si y preguntarnos qué actitud asumo ante la necesitad
de aquel que requiere una urgente ayuda y auxilio, teniendo en cuenta que tú
eres la mano de Dios desde el día de tu bautismo y te dice Dios: “Tu eres mi
hijo, yo te he engendrado” (Lc.3,22). Como nos portamos ante la necesidad del
prójimo? Somos como el sacerdote indiferente del evangelio? Somos como el
levita también indiferente o somos como el buen samaritano del evangelio, y
como el Buen pobre de Asís quien en el beso al leproso supo toparse con el
mismo Jesús que sufre?
Ante cruentas realidades y las necesidades de ayuda las
bonitas palabras no tienen sentido por eso Jesús presenta la verdad de nuestra
fe, de nuestra religiosidad y de la misma Iglesia situada en un contexto real.
Lucas dice muy finamente que por allí pasan "casualmente" un
sacerdote y un levita (Lc 10,31-32), se ve que no era normalmente su camino
porque su camino era el del templo, hasta es posible que viniesen del Templo.
Sacerdote y levita al verlo al herido "dan un rodeo", es decir,
cierran los ojos o miran a otra parte. Es una manera gráfica de expresar que el
que sufre no existe para ellos. Ellos viven otra realidad, la del templo, la de
la ley. Viven encerrados posiblemente en sus rezos. Viven una fe sin obras de
caridad (Stg 2,17).
Un samaritano que apesta para los judíos por ser un pagano,
ese está de viaje. No viene del templo, va a sus negocios o a solucionar alguno
de sus problemas. Pero éste sí tiene ojos y tiene ojos en el corazón porque
sintió lástima, se acercó, le vendó las heridas, lo monta en su cabalgadura y
lo lleva a una posada donde puedan atenderle mejor. Mete la mano al bolsillo y
paga los gastos. Aquí es donde se cumple aquello: “El Rey dirá a los de su
derecha vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les
fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me
dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver.
Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de
comer; sediento… ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte? Y el Rey
les responderá: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pobre de
mis hermanos, lo hicieron conmigo" (Mt 24,34-40).
Lo del buen samaritano, es una parábola que de hecho
interpela para los que viven la religión de la ley y del Templo. La gente
religiosa no tiene ojos porque no tiene sensibilidad en el corazón ante el
sufrimiento humano, es una religiosidad a la que no importa el dolor y el
sufrimiento. Al respecto dice el apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy
religioso, pero no controla sus palabras, se engaña a sí mismo y su religión no
vale. La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en
esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no
contaminarse con la corrupción de este mundo” (Stgo. 1,26-27).
La pregunta del doctor del evangelio que pregunta a Jesús
demuestra que sabe mucho de la ley, pero no sabe quién es realmente su prójimo.
Sabe mucho de Dios, pero ignora quién pueda ser su prójimo. Una religiosidad de
la indiferencia ante los demás. Una religiosidad que no tiene ojos para ver al
que sufre. Como contraste, un samaritano, un pagano, uno que no sabe nada del
Templo y de Dios tiene "entrañas de compasión". Para colmo, Jesús le
dice al letrado: "que también él haga lo mismo." Que sea no como su
gente del templo, sino que sea como ese pagano. ¡También fuera de la Iglesia
puede haber mucho corazón, mucha solidaridad, mucha bondad! Hay que estar
atentos a lo que hacemos. Pues Dios no es de bonitas palabras sino sobre todo
misericordia y caridad: “la fe sin obras es una fe muerta” (Stgo 2,17).
El Maestro de la Ley, busca justificaciones y le hace a
Jesús una pregunta: "¿Quién es mi prójimo?" (Lc 10,29). La pregunta
puede tener sentido, ya que en aquel entonces el concepto de prójimo, hacia
referencia esencialmente a los conciudadanos judíos y no a los extranjeros que
se establecían en la tierra de Israel. Digamos que el concepto de prójimo
estaba demarcado más por la geografía que por los sentimientos del corazón. Hoy
ya es muy claro la connotación de “Mi prójimo” que es cualquiera que tenga necesidad
de mí y que yo pueda ayudar. El concepto de prójimo no puede ser algo abstracto
y genérico. El prójimo sin rostro no es prójimo. Al prójimo hay que ponerle
rostro, por eso puede "ser cualquiera y de modo especial el que tenga
necesidad de mi ayuda. La idea de prójimo se universaliza, aunque siempre tiene
rostro concreto.
El amor al prójimo es tan universal como el amor de Dios. El
prójimo se mide y valora ante todo como persona y luego por sus necesidades.
Son las necesidades las que nos hace fijarnos en él. Son las necesidades las
que nos hacen detenernos en nuestras prisas para fijarnos en él. Esa es la
actitud del buen Samaritano.
Hay dos rasgos fundamentales cuando hablamos del prójimo. La
primera, que el mismo Jesús se identifica con él: "Tuve hambre, sed,
estuve desnudo, en la cárcel, enfermo, viejo, y me visitasteis." (Mt
25,31-46) El prójimo es como la encarnación de Jesús sin nombre y anónima. La
segunda, es la relación tan íntima del prójimo con Dios hasta el punto de que
Jesús anuncia el primer mandamiento, pero añadiéndole el segundo del amor al
prójimo (Lc 10,27). No hay amor a Dios donde no hay amor al prójimo, como
tampoco hay amor al prójimo que no sea a la vez amor a Dios (I Jn 4,20). El
amor a Dios sin amor al prójimo es una mentira.
Resumen esquematico
1. Explicación Bíblica (Contexto y Narrativa)
El Pasaje: El pasaje comienza con un "intérprete
de la ley" (un experto en la Torá judía) que se levanta para poner a
prueba a Jesús. Le pregunta: "¿Maestro, qué haré para heredar la vida
eterna?". Esta pregunta era común entre los rabinos de la época, buscando
definir el camino hacia la salvación.
Jesús, en lugar de dar una respuesta directa, le devuelve la
pregunta, apelando al conocimiento del propio experto: "¿Qué está escrito
en la ley? ¿Cómo lees tú?". El doctor de la ley recita correctamente el
"Gran Mandamiento" de Deuteronomio 6,5 ("Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu
mente") y Levítico 19,18 ("Amarás a tu prójimo como a ti
mismo"). Jesús le confirma que ha respondido bien y que si hace esto,
vivirá.
Sin embargo, el doctor de la ley, "queriendo
justificarse a sí mismo", es decir, buscando una definición legalista y
limitada para su prójimo que excluyera a quienes no le caían bien o no eran de
su círculo, pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". Aquí es donde Jesús
introduce la parábola del Buen Samaritano.
La Parábola:
- El
Viajero Asaltado: Un hombre (la parábola no especifica su origen, lo
que es clave) bajaba de Jerusalén a Jericó. Este camino era notorio por
ser peligroso, propenso a asaltos, y con un desnivel significativo.
- El
Sacerdote: Pasa de largo. Un sacerdote era una figura religiosa y moralmente
respetada, encargado de los servicios del Templo. Su acción es chocante.
Es posible que quisiera evitar la impureza ritual al tocar un cuerpo que
podría estar muerto (Números 19,11-13). Sin embargo, la ley también tenía
excepciones para la compasión.
- El
Levita: También pasa de largo. Un levita era un asistente del
sacerdote en el Templo, con responsabilidades religiosas. Su acción es
igualmente decepcionante.
- El
Samaritano: La figura inesperada. Los samaritanos eran despreciados
por los judíos. Había una profunda animosidad histórica, religiosa y
étnica entre ambos grupos (Juan 4,9). Sin embargo, este samaritano, al ver
al hombre medio muerto, no duda en actuar:
- Siente
compasión, "se conmovió hasta las entrañas", una profunda emoción.
- Se
acerca, venda sus heridas, derrama aceite y vino (remedios comunes de la
época).
- Lo
monta en su propia cabalgadura.
- Lo
lleva a un mesón (posada) y lo cuida.
- Al
día siguiente, le da dos denarios al mesonero (dinero para dos días de
trabajo) y le dice que cuide del hombre, prometiendo pagar cualquier
gasto adicional a su regreso.
El Cierre: Jesús concluye la parábola preguntando al
doctor de la ley: "¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo del
que cayó en manos de los ladrones?". El doctor de la ley, a pesar de su
animosidad contra los samaritanos, no puede evitar responder la verdad:
"El que usó de misericordia con él". Jesús, entonces, le da la
instrucción final: "Ve, y haz tú lo mismo".
2. Explicación Teológica
La parábola del Buen Samaritano es central en la enseñanza
de Jesús sobre el amor y el Reino de Dios.
- Reinterpretación
de la Ley: Jesús no anula la ley, sino que la cumple y la profundiza.
La pregunta del doctor de la ley buscaba una definición legalista para la
"vida eterna" y para el "prójimo". Jesús le muestra
que la esencia de la ley no es una lista de prescripciones, sino una
actitud de amor radical. La vida eterna no se "hereda" por
cumplir la ley a la letra, sino por vivir el espíritu de la ley: el amor a
Dios y al prójimo.
- La
Universalidad del Prójimo: La pregunta "¿Y quién es mi
prójimo?" revela el intento del doctor de la ley de limitar el
alcance de su obligación moral. Jesús demuele esta limitación. El prójimo
no es solo el de mi clan, mi religión, mi etnia o mi país. Es cualquiera
que necesita ayuda, incluso (y especialmente) aquel que socialmente me es
ajeno o mi "enemigo". El samaritano, un "impo" para
los judíos, es el verdadero ejemplo de prójimo. La pregunta de Jesús al
final invierte la perspectiva: no es "¿Quién es mi prójimo?",
sino "¿De quién soy yo prójimo?". La cuestión es ser
prójimo para el otro.
- Misericordia
sobre el Ritualismo: El sacerdote y el levita representan la piedad
religiosa formalista. Estaban más preocupados por la pureza ritual o por
las apariencias que por la vida humana. Jesús critica duramente esta
hipocresía religiosa. La verdadera religión no está en los ritos del
templo, sino en la compasión activa hacia el necesitado. La misericordia y
el amor superan cualquier obligación ceremonial. Santiago 1,27 lo resume:
"La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta:
visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse
sin mancha del mundo".
- Amor
Activo y Costoso: El amor del samaritano no es solo un sentimiento; es
una acción concreta y costosa. Le cuesta tiempo, esfuerzo, dinero y el
riesgo de ser asociado con un moribundo. El amor verdadero implica
sacrificio personal. No es solo un "buen deseo" sino una
intervención real.
- Cristo
como el Buen Samaritano (Interpretación Alegórica - Post-Bíblica):
Aunque no es la interpretación directa de Jesús, la tradición cristiana ha
visto a menudo en el Buen Samaritano una alegoría de Cristo.
- El
viajero asaltado sería la humanidad caída, herida por el pecado.
- Los
ladrones serían Satanás y sus huestes, o el pecado mismo.
- El
sacerdote y el levita representarían la Antigua Ley, incapaz de salvar
por sí misma.
- El
Samaritano sería Jesús mismo, el "extranjero" o despreciado que
viene a salvar a la humanidad.
- El
aceite y el vino serían los sacramentos, o la gracia de Dios.
- El
mesón sería la Iglesia.
- Los
dos denarios, quizás los dos Testamentos, o los dones del Espíritu Santo,
o la comisión de la Iglesia.
- El
regreso del Samaritano sería la segunda venida de Cristo. Esta es una
interpretación posterior, pero espiritualmente rica para entender la obra
redentora de Cristo.
3. Explicación Espiritual
Espiritualmente, el pasaje de Lucas 10,25-37 nos interpela profundamente
y nos llama a una conversión de corazón:
- Identificación
con el Hombre Asaltado: Cada uno de nosotros, en algún momento de
nuestra vida, somos el hombre asaltado. Hemos sido heridos por el pecado,
por las circunstancias, por la injusticia. Necesitamos ser rescatados y
sanados. Reconocer nuestra propia vulnerabilidad nos abre a la compasión
hacia los demás.
- Desafío
a la Hipocresía Religiosa: La parábola nos fuerza a examinar nuestra
propia práctica religiosa. ¿Es nuestra fe genuinamente compasiva y activa,
o se limita a ritos, dogmas y apariencias? ¿Estamos dispuestos a
ensuciarnos las manos para ayudar al prójimo, o pasamos de largo por miedo
a la incomodidad, la impureza o el compromiso? Nos llama a una fe que se
encarna en la caridad.
- Romper
Barreras y Prejuicios: El samaritano es la figura clave porque desafía
nuestras categorías de "prójimo" y "enemigo".
Espiritualmente, nos reta a superar nuestros propios prejuicios, raciales,
culturales, sociales o religiosos. ¿A quién consideramos "el otro"
al que evitamos? ¿Quiénes son los samaritanos de nuestro tiempo a quienes
estamos llamados a servir?
- La
Compasión como Imitación de Cristo: Jesús mismo es la encarnación de
la compasión divina. Al contarnos esta parábola, nos invita a imitar su
propio corazón misericordioso. Ser cristiano es ser "samaritano"
para el mundo, es decir, ser prójimo para quien lo necesita, sin esperar
nada a cambio y sin juzgar. Es vaciarnos de nosotros mismos para amar al
otro.
- La
Urgencia de la Acción: La parábola no permite la pasividad. El
samaritano actúa con prontitud y diligencia. Espiritualmente, nos llama a
la acción inmediata ante el sufrimiento. No posponer la ayuda, no buscar
excusas, sino intervenir activamente.
- El
Amor como Camino a la Vida Eterna: La pregunta inicial sobre la vida
eterna se responde no con una fórmula doctrinal, sino con una vida de amor
activo. La vida eterna no es solo una recompensa futura, sino una realidad
que se comienza a vivir aquí y ahora al amar a Dios y al prójimo con todo
nuestro ser.
En resumen, Lucas 10,25-37 es una de las parábolas más
poderosas de Jesús, que nos desafía a redefinir el amor al prójimo de una
manera radical, universal y sacrificial. Nos invita a trascender el legalismo y
el ritualismo para abrazar una fe viva y compasiva que se manifiesta en el
servicio desinteresado a todo ser humano.
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