domingo, 6 de julio de 2025

DOMINGO XV – C (13 de julio 2025)

 DOMINGO XV – C (13 de julio 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 10,25-37                                   

10:25 Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?"

10:26 Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?"

10:27 Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".

10:28 "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".

10:29 Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?"

10:30 Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos bandidos, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.

10:31 Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.

10:32 También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.

10:33 Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.

10:34 Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.

10:35 Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver".

10:36 ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?"

10:37 "El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera". PALABRA DEL SEÑOR.

Muy estimados hermanos(as) en el Señor, Paz y Bien:

¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna? A su vez Jesús pregunto al doctor de la ley: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella? Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Has respondido exactamente, le dijo Jesús; Haz eso y alcanzarás la vida eterna" (Lc 10,25-28).  El domingo anterior decía Jesús a sus discípulos: “No se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo" (Lc 10,20). ¿Cómo hacer que nuestro nombre este escrito en el cielo? ¿Por qué es importante que este escrito mi nombre en el cielo? La única forma de inscribir mi nombre en el cielo es: Anunciando el Reino de Dios (Lc 10,11). Recordemos al respecto lo que dijo Jesús: “Quien me anuncie abiertamente ante los hombres, yo lo también lo anunciaré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo lo negaré ante mi Padre que está en el cielo a aquel que me niegue ante los hombres en este mundo” (Mt 10,32-33). El anuncio del Reino de Dios se resumen en enunciado: “El que dice yo amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso” (I Jn 4,20-21). Porque si no tengo amor, no soy nada (I Cor 13,2). Y ¿si solo amo al que me ama, que merito extraordinario hago? (Mt 5,46).

Las dos enseñanzas de este domingo complementan aquella enseñanza del domingo anterior, es decir: al anunciar el Reino de Dios uno registra su nombre en el cielo, que tiene que ver con la misión, pero una misión hecha vida o vivida y no un anuncio de mera teoría. Y esa experiencia de vida es la que hoy se nos describe cuando un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?" (Lc 10,25). La respuesta es cumpliendo la ley de Dios: amor a Dios y amor al prójimo. Mejor dicho el amor a Dios pasa por el amor al prójimo. De aquí la pregunta ¿Quién es mi prójimo? (Lc 10,29).

La parábola del buen samaritano que acabamos de escuchar me trae a la memoria la experiencia de vida de San Francisco de Asís: “El santo enamorado de la perfecta humildad se fue a donde los leprosos; vivía con ellos y servía a todos por Dios con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos infectos y curaba sus úlceras purulentas, según él mismo lo refiere en el testamento: Como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver leprosos; pero el Señor me condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia” (Test 1-2).

Los ladrones del evangelio de hoy, esos leprosos en los que Jesús sigue siendo injustamente crucificados por la miseria humana y en el que San Francisco encontró a Jesús sufriente, esos heridos y golpeados por la vida y la miseria y la enfermedad con quienes nos solemos topar en la calle hoy nos tiene que interpelar si o si y preguntarnos qué actitud asumo ante la necesitad de aquel que requiere una urgente ayuda y auxilio, teniendo en cuenta que tú eres la mano de Dios desde el día de tu bautismo y te dice Dios: “Tu eres mi hijo, yo te he engendrado” (Lc.3,22). Como nos portamos ante la necesidad del prójimo? Somos como el sacerdote indiferente del evangelio? Somos como el levita también indiferente o somos como el buen samaritano del evangelio, y como el Buen pobre de Asís quien en el beso al leproso supo toparse con el mismo Jesús que sufre?

Ante cruentas realidades y las necesidades de ayuda las bonitas palabras no tienen sentido por eso Jesús presenta la verdad de nuestra fe, de nuestra religiosidad y de la misma Iglesia situada en un contexto real. Lucas dice muy finamente que por allí pasan "casualmente" un sacerdote y un levita (Lc 10,31-32), se ve que no era normalmente su camino porque su camino era el del templo, hasta es posible que viniesen del Templo. Sacerdote y levita al verlo al herido "dan un rodeo", es decir, cierran los ojos o miran a otra parte. Es una manera gráfica de expresar que el que sufre no existe para ellos. Ellos viven otra realidad, la del templo, la de la ley. Viven encerrados posiblemente en sus rezos. Viven una fe sin obras de caridad (Stg 2,17).

Un samaritano que apesta para los judíos por ser un pagano, ese está de viaje. No viene del templo, va a sus negocios o a solucionar alguno de sus problemas. Pero éste sí tiene ojos y tiene ojos en el corazón porque sintió lástima, se acercó, le vendó las heridas, lo monta en su cabalgadura y lo lleva a una posada donde puedan atenderle mejor. Mete la mano al bolsillo y paga los gastos. Aquí es donde se cumple aquello: “El Rey dirá a los de su derecha vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver. Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento… ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte? Y el Rey les responderá: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pobre de mis hermanos, lo hicieron conmigo" (Mt 24,34-40).

Lo del buen samaritano, es una parábola que de hecho interpela para los que viven la religión de la ley y del Templo. La gente religiosa no tiene ojos porque no tiene sensibilidad en el corazón ante el sufrimiento humano, es una religiosidad a la que no importa el dolor y el sufrimiento. Al respecto dice el apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy religioso, pero no controla sus palabras, se engaña a sí mismo y su religión no vale. La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo” (Stgo. 1,26-27).

La pregunta del doctor del evangelio que pregunta a Jesús demuestra que sabe mucho de la ley, pero no sabe quién es realmente su prójimo. Sabe mucho de Dios, pero ignora quién pueda ser su prójimo. Una religiosidad de la indiferencia ante los demás. Una religiosidad que no tiene ojos para ver al que sufre. Como contraste, un samaritano, un pagano, uno que no sabe nada del Templo y de Dios tiene "entrañas de compasión". Para colmo, Jesús le dice al letrado: "que también él haga lo mismo." Que sea no como su gente del templo, sino que sea como ese pagano. ¡También fuera de la Iglesia puede haber mucho corazón, mucha solidaridad, mucha bondad! Hay que estar atentos a lo que hacemos. Pues Dios no es de bonitas palabras sino sobre todo misericordia y caridad: “la fe sin obras es una fe muerta” (Stgo 2,17).

El Maestro de la Ley, busca justificaciones y le hace a Jesús una pregunta: "¿Quién es mi prójimo?" (Lc 10,29). La pregunta puede tener sentido, ya que en aquel entonces el concepto de prójimo, hacia referencia esencialmente a los conciudadanos judíos y no a los extranjeros que se establecían en la tierra de Israel. Digamos que el concepto de prójimo estaba demarcado más por la geografía que por los sentimientos del corazón. Hoy ya es muy claro la connotación de “Mi prójimo” que es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. El concepto de prójimo no puede ser algo abstracto y genérico. El prójimo sin rostro no es prójimo. Al prójimo hay que ponerle rostro, por eso puede "ser cualquiera y de modo especial el que tenga necesidad de mi ayuda. La idea de prójimo se universaliza, aunque siempre tiene rostro concreto.

El amor al prójimo es tan universal como el amor de Dios. El prójimo se mide y valora ante todo como persona y luego por sus necesidades. Son las necesidades las que nos hace fijarnos en él. Son las necesidades las que nos hacen detenernos en nuestras prisas para fijarnos en él. Esa es la actitud del buen Samaritano.

Hay dos rasgos fundamentales cuando hablamos del prójimo. La primera, que el mismo Jesús se identifica con él: "Tuve hambre, sed, estuve desnudo, en la cárcel, enfermo, viejo, y me visitasteis." (Mt 25,31-46) El prójimo es como la encarnación de Jesús sin nombre y anónima. La segunda, es la relación tan íntima del prójimo con Dios hasta el punto de que Jesús anuncia el primer mandamiento, pero añadiéndole el segundo del amor al prójimo (Lc 10,27). No hay amor a Dios donde no hay amor al prójimo, como tampoco hay amor al prójimo que no sea a la vez amor a Dios (I Jn 4,20). El amor a Dios sin amor al prójimo es una mentira.

Resumen esquematico

1. Explicación Bíblica (Contexto y Narrativa)

El Pasaje: El pasaje comienza con un "intérprete de la ley" (un experto en la Torá judía) que se levanta para poner a prueba a Jesús. Le pregunta: "¿Maestro, qué haré para heredar la vida eterna?". Esta pregunta era común entre los rabinos de la época, buscando definir el camino hacia la salvación.

Jesús, en lugar de dar una respuesta directa, le devuelve la pregunta, apelando al conocimiento del propio experto: "¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees tú?". El doctor de la ley recita correctamente el "Gran Mandamiento" de Deuteronomio 6,5 ("Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente") y Levítico 19,18 ("Amarás a tu prójimo como a ti mismo"). Jesús le confirma que ha respondido bien y que si hace esto, vivirá.

Sin embargo, el doctor de la ley, "queriendo justificarse a sí mismo", es decir, buscando una definición legalista y limitada para su prójimo que excluyera a quienes no le caían bien o no eran de su círculo, pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". Aquí es donde Jesús introduce la parábola del Buen Samaritano.

La Parábola:

  • El Viajero Asaltado: Un hombre (la parábola no especifica su origen, lo que es clave) bajaba de Jerusalén a Jericó. Este camino era notorio por ser peligroso, propenso a asaltos, y con un desnivel significativo.
  • El Sacerdote: Pasa de largo. Un sacerdote era una figura religiosa y moralmente respetada, encargado de los servicios del Templo. Su acción es chocante. Es posible que quisiera evitar la impureza ritual al tocar un cuerpo que podría estar muerto (Números 19,11-13). Sin embargo, la ley también tenía excepciones para la compasión.
  • El Levita: También pasa de largo. Un levita era un asistente del sacerdote en el Templo, con responsabilidades religiosas. Su acción es igualmente decepcionante.
  • El Samaritano: La figura inesperada. Los samaritanos eran despreciados por los judíos. Había una profunda animosidad histórica, religiosa y étnica entre ambos grupos (Juan 4,9). Sin embargo, este samaritano, al ver al hombre medio muerto, no duda en actuar:
    • Siente compasión, "se conmovió hasta las entrañas", una profunda emoción.
    • Se acerca, venda sus heridas, derrama aceite y vino (remedios comunes de la época).
    • Lo monta en su propia cabalgadura.
    • Lo lleva a un mesón (posada) y lo cuida.
    • Al día siguiente, le da dos denarios al mesonero (dinero para dos días de trabajo) y le dice que cuide del hombre, prometiendo pagar cualquier gasto adicional a su regreso.

El Cierre: Jesús concluye la parábola preguntando al doctor de la ley: "¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?". El doctor de la ley, a pesar de su animosidad contra los samaritanos, no puede evitar responder la verdad: "El que usó de misericordia con él". Jesús, entonces, le da la instrucción final: "Ve, y haz tú lo mismo".

2. Explicación Teológica

La parábola del Buen Samaritano es central en la enseñanza de Jesús sobre el amor y el Reino de Dios.

  • Reinterpretación de la Ley: Jesús no anula la ley, sino que la cumple y la profundiza. La pregunta del doctor de la ley buscaba una definición legalista para la "vida eterna" y para el "prójimo". Jesús le muestra que la esencia de la ley no es una lista de prescripciones, sino una actitud de amor radical. La vida eterna no se "hereda" por cumplir la ley a la letra, sino por vivir el espíritu de la ley: el amor a Dios y al prójimo.
  • La Universalidad del Prójimo: La pregunta "¿Y quién es mi prójimo?" revela el intento del doctor de la ley de limitar el alcance de su obligación moral. Jesús demuele esta limitación. El prójimo no es solo el de mi clan, mi religión, mi etnia o mi país. Es cualquiera que necesita ayuda, incluso (y especialmente) aquel que socialmente me es ajeno o mi "enemigo". El samaritano, un "impo" para los judíos, es el verdadero ejemplo de prójimo. La pregunta de Jesús al final invierte la perspectiva: no es "¿Quién es mi prójimo?", sino "¿De quién soy yo prójimo?". La cuestión es ser prójimo para el otro.
  • Misericordia sobre el Ritualismo: El sacerdote y el levita representan la piedad religiosa formalista. Estaban más preocupados por la pureza ritual o por las apariencias que por la vida humana. Jesús critica duramente esta hipocresía religiosa. La verdadera religión no está en los ritos del templo, sino en la compasión activa hacia el necesitado. La misericordia y el amor superan cualquier obligación ceremonial. Santiago 1,27 lo resume: "La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo".
  • Amor Activo y Costoso: El amor del samaritano no es solo un sentimiento; es una acción concreta y costosa. Le cuesta tiempo, esfuerzo, dinero y el riesgo de ser asociado con un moribundo. El amor verdadero implica sacrificio personal. No es solo un "buen deseo" sino una intervención real.
  • Cristo como el Buen Samaritano (Interpretación Alegórica - Post-Bíblica): Aunque no es la interpretación directa de Jesús, la tradición cristiana ha visto a menudo en el Buen Samaritano una alegoría de Cristo.
    • El viajero asaltado sería la humanidad caída, herida por el pecado.
    • Los ladrones serían Satanás y sus huestes, o el pecado mismo.
    • El sacerdote y el levita representarían la Antigua Ley, incapaz de salvar por sí misma.
    • El Samaritano sería Jesús mismo, el "extranjero" o despreciado que viene a salvar a la humanidad.
    • El aceite y el vino serían los sacramentos, o la gracia de Dios.
    • El mesón sería la Iglesia.
    • Los dos denarios, quizás los dos Testamentos, o los dones del Espíritu Santo, o la comisión de la Iglesia.
    • El regreso del Samaritano sería la segunda venida de Cristo. Esta es una interpretación posterior, pero espiritualmente rica para entender la obra redentora de Cristo.

3. Explicación Espiritual

Espiritualmente, el pasaje de Lucas 10,25-37 nos interpela profundamente y nos llama a una conversión de corazón:

  • Identificación con el Hombre Asaltado: Cada uno de nosotros, en algún momento de nuestra vida, somos el hombre asaltado. Hemos sido heridos por el pecado, por las circunstancias, por la injusticia. Necesitamos ser rescatados y sanados. Reconocer nuestra propia vulnerabilidad nos abre a la compasión hacia los demás.
  • Desafío a la Hipocresía Religiosa: La parábola nos fuerza a examinar nuestra propia práctica religiosa. ¿Es nuestra fe genuinamente compasiva y activa, o se limita a ritos, dogmas y apariencias? ¿Estamos dispuestos a ensuciarnos las manos para ayudar al prójimo, o pasamos de largo por miedo a la incomodidad, la impureza o el compromiso? Nos llama a una fe que se encarna en la caridad.
  • Romper Barreras y Prejuicios: El samaritano es la figura clave porque desafía nuestras categorías de "prójimo" y "enemigo". Espiritualmente, nos reta a superar nuestros propios prejuicios, raciales, culturales, sociales o religiosos. ¿A quién consideramos "el otro" al que evitamos? ¿Quiénes son los samaritanos de nuestro tiempo a quienes estamos llamados a servir?
  • La Compasión como Imitación de Cristo: Jesús mismo es la encarnación de la compasión divina. Al contarnos esta parábola, nos invita a imitar su propio corazón misericordioso. Ser cristiano es ser "samaritano" para el mundo, es decir, ser prójimo para quien lo necesita, sin esperar nada a cambio y sin juzgar. Es vaciarnos de nosotros mismos para amar al otro.
  • La Urgencia de la Acción: La parábola no permite la pasividad. El samaritano actúa con prontitud y diligencia. Espiritualmente, nos llama a la acción inmediata ante el sufrimiento. No posponer la ayuda, no buscar excusas, sino intervenir activamente.
  • El Amor como Camino a la Vida Eterna: La pregunta inicial sobre la vida eterna se responde no con una fórmula doctrinal, sino con una vida de amor activo. La vida eterna no es solo una recompensa futura, sino una realidad que se comienza a vivir aquí y ahora al amar a Dios y al prójimo con todo nuestro ser.

En resumen, Lucas 10,25-37 es una de las parábolas más poderosas de Jesús, que nos desafía a redefinir el amor al prójimo de una manera radical, universal y sacrificial. Nos invita a trascender el legalismo y el ritualismo para abrazar una fe viva y compasiva que se manifiesta en el servicio desinteresado a todo ser humano.

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