lunes, 16 de diciembre de 2024

DOMINGO IV DE ADVIENTO – C (22 de Diciembre de 2024)

 DOMINGO IV DE ADVIENTO – C (22 de Diciembre de 2024)

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1,39-45.

1:39 En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

1:40 Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.

1:41 Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,

1:42 exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!

1:43 ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?

1:44 Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.

1:45 Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El profeta Miqueas es el que nos ha señalado ya con el dedo al pueblo de Belén y nos ha anunciado que Dios viene de ahí a  traer paz y liberación (Miq 5,1). Nos disponemos, por tanto, a recibir al Salvador.

Como nos ha hecho orar el salmo: "Restáuranos, que brille tu rostro y nos salve" (Slm 79). La  Navidad ya está cerca y debemos preparar nuestros ánimos a celebrarla con gozo y en  profundidad (Sof 3,15).

En el evangelio, el episodio de la encarnación (revelación de la vocación de la Virgen), se une inmediatamente con la visitación (conciencia de la misión). La Virgen no se entretiene en complacerse en lo que le ha sucedido. Se pone de pie inmediatamente, dispuesta a compartir.

Después de dejarse encontrar por Dios, va a buscar a alguien. Su "llamada" es tal que no la deja cerrada en casa, sino que la pone en camino. La partida es la consecuencia lógica de la obediencia. "María se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad...(Lc 1,39)".

Esta imagen de la Virgen que camina aprisa por vericuetos me ha fascinado siempre. Esos pasos expresan conocimiento, decisión, coraje, alegría de un anuncio. Lleva dentro de sí un misterio. Un misterio consumado en la profundidad de su ser. Y que ahora se celebra en los caminos y entre los hombres. Dentro de poco el silencio estallará en canto. Y la Palabra se hará fuerza perturbadora. Ella ha respondido a las esperanzas de Dios. Ahora está dispuesta a responder a las esperanzas de los hombres, (Rm 5,19).

El acontecimiento que se ha verificado dentro de ella, se hace mensaje, noticia que se difunde. Dios se ha hecho Emmanuel, o sea el "Dios con nosotros" (Is 7,14), porque aquella muchacha ha querido estar presente en el encuentro con él (el encuentro es, precisamente, disponibilidad para estar con...). Dios vuelve a decir sí al mundo, porque María ha salvado tantas negativas con su sí decisivo. Por eso camina de prisa. Su paso no es ciertamente el de quien sigue un entierro. Es el paso de quien anuncia el nacimiento de los "tiempos nuevos". Y ella no es espectadora, sino protagonista junto con el Espíritu. Ella es de verdad la que "atisba la aurora". Quisiera decir más: “Ella dio a luz” (Lc 2,7).

Gracias a los pasos de la Virgen, Jesús está en camino, antes aún de nacer, por los caminos del mundo. Gracias a María, que afronta un sendero intransitable, Cristo acude a donde hay una necesidad, va hacia los hombres. Dentro de poco, veremos en los evangelios a un Cristo continuamente en movimiento, "itinerante". Pero no olvidemos que Cristo ha comenzado a ser itinerante ya en el seno de su madre que hace saltar de gozo a  Juan Bautista en el seno de su madre Isabel (Lc. 1,41).

"¡Feliz de ti que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). Isabel inventa la bienaventuranza más adaptada a su huésped. Capta la verdadera grandeza de María. La Virgen es la que ha creído. O sea, se ha adherido a otro, se ha fiado de otro, se ha dejado llevar por otro. No ha aceptado un elenco de proposiciones, una serie de verdades, una doctrina. Se ha aferrado a una palabra, una palabra desnuda, despojada, que no le ha suministrado seguridades, no ha exhibido pruebas convincentes, pero le ha puesto en camino, la ha lanzado a lo largo de un itinerario impensado, y todavía por descubrir, le ha abierto lo imprevisible. María ha creído "las cosas que le fueron dichas de parte del Señor y todo eso se cumplirá".

Fe: Tener fe, en el fondo, significa que Dios mantiene la palabra. La Virgen no es una criatura que sabe, sino una criatura que cree. No se siente a salvo, equipada de garantías. Se fía, no pide informaciones. No posee, por anticipado, las respuestas a todos los interrogantes. Apuesta, más bien, por Dios que no defrauda cuando una persona desmonta las propias defensas, se entrega totalmente a él cuando sin más exclama y dice: “Eh aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38).  Sí, a la fe. Es sólo la fe la que puede traer a Dios a un mundo que parece haberlo excluido. El cristiano, gracias a la fe, debe ser, como la Virgen, "hombre de fe", esto es, portador de Dios en el mundo porque en ella prima el hambre de su palabra: “Dice Dios que, enviaré hambre sobre el mundo no hambre de pan, ni sed de agua, sino de escuchar la palabra del Señor” (Am 8,11).

EL SEÑOR VIENE A ENTREGARSE POR NOSOTROS Y APLACAR LA SED DEL HOMBRE Jn 4,14): Desde su encarnación, Jesús viene con esta actitud de entrega total: "aquí  estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad" (Jn 4,34). Con la ofrenda de su Cuerpo, allá en la perspectiva  de la Cruz, presente ya desde este primer momento, Jesús nos va a salvar (Jn 3,16).

Está bien que ya desde Navidad pensemos en Pascua. Ese Niño que nace en Belén, y  que nos va a dar motivos entrañables de meditación y gozo, es el mismo que luego se  entregará por la salvación de la humanidad: ha venido a eso, ésta es su vocación  mesiánica. No ofrecerá dones o sacrificios de animales, sino su propia sangre-vida, su persona (Jn 10,11). 

Prestar cosas, hacer regalos, es relativamente fácil. Darse a sí mismo, con disponibilidad  absoluta, es la gran lección que Jesús nos enseña desde el primer momento hasta el último  de su existencia. El Jesús que nace es el Jesús-Mesías, el Enviado de Dios, que "ha  visitado y redimido a su pueblo", sobre todo en su Pascua. Por eso, como cada vez que  celebramos la Eucaristía, también la de la Navidad tendrá como punto de mira la Pascua: la  Eucaristía es el memorial, la celebración sacramental de la Muerte salvadora de Cristo en la  Cruz. Está bien que, al menos uno de los tres años del ciclo de Adviento y Navidad, nos  haga recordar que entre esta fiesta que preparamos y la de Pascua hay una relación  estrechísima.

LA MEJOR DISCÍPULA DE JESÚS ES SU MADRE: Cada año, este cuarto domingo de Adviento parece como si fuera una fiesta de la Virgen.  La madre del Mesías nos prepara a recibirle con fe y profundidad. El color mariano podría tener una concreción ya en algún canto, y también "estrenando"  hoy el prefacio III de Adviento, que tiene por título "María, nueva Eva". En él aparece María  como una síntesis de todos los justos del AT que esperaron al Mesías, la verdadera "hija de  Sión", la Madre del que ha traído a la humanidad la paz y la salvación y ha abierto caminos  de vida, al contrario de Eva.

a) La primera lección que María da a los cristianos para esta Navidad es la de la fe  mesiánica: ella creyó a Dios y acogió a su Enviado en su seno con entrañable amor de  Madre. Su prima le dirá "dichosa tú, que has creído". Ya parece el anuncio de otras  "bienaventuranzas" que en el Evangelio, y por boca del mismo Jesús, se dirán de ella: su  actitud mejor es la de haber oído la Palabra de Dios y haberla creído al decir: “Hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1,38).

b) Este año, con el evangelio concreto de la Visitación (cada año es distinta la "escena  mariana" de este domingo), se pone de manifiesto también la disponibilidad de la Virgen, su  entrega por los demás. En lo que también se muestra discípula aprovechada en la escuela  de su Hijo. Llena de la presencia mesiánica, corre a ayudar a su prima: encuentra tiempo,  sale de su programa y de su horario, recorre distancias y va a pasar unos meses con ella.  No es egoísta. No se encierra en sí misma a rumiar gozosamente su alegría.

¿No es exactamente la actitud de Cristo, que viene a entregarse por los demás? ¿No es  también la actitud que se espera de un cristiano y de la comunidad entera: que no sólo  crezca en su fe cara a Cristo, sino que esta fe se traduzca en una caridad de entrega por los  más necesitados de nuestra ayuda? Precisamente porque Ella (y nosotros) ha  experimentado la cercanía y el favor de Dios, (en la Navidad tenemos una experiencia  todavía más intensa de este don), aprendemos de Ella a "visitar" a los demás llevando la alegría de la buena noticia.

c) María aparece en esta escena, y a lo largo de estas fechas que se acercan, como  portadora de Dios a los demás. El Mesías está ya en su seno y ella es la "evangelizadora",  la portadora de la buena noticia de la salvación y que más tarde nos dirá: “Vengan, acérquense y hagan lo que Él los diga” ( Jn 2,3). Esta es la misión de la Iglesia y de cada cristiano en su ambiente: llevar a Cristo, anunciar  la noticia palpitante -hecha testimonio de vida en nosotros- de que Dios es el  Dios-con-nosotros. Esta faceta "misionera" de María completa y traduce en vida su  entrañable fe mesiánica. Si nosotros celebramos al Dios que nace en Navidad, es para  "darlo" también a los demás: a los hijos, a los padres, a los hermanos, a la sociedad que nos  rodea, a la comunidad religiosa a la que pertenecemos.

María, símbolo de una Iglesia que quiere ser apóstol y testigo de Cristo en el mundo de  hoy. Celebramos que Dios es el Dios-con-nosotros. Y la consecuencia es doble: nosotros queremos estar-con-Dios, pero también nosotros-con-los-demás. Porque Dios quiere estar con-nosotros.

domingo, 8 de diciembre de 2024

DOMINGO III DE ADVIENTO – C (15 de Diciembre de 2024)

 DOMINGO III DE ADVIENTO – C (15 de Diciembre de 2024)

Proclamación del Santo evangelio según San Luca 3,10-18:

3:10 La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?"

3:11 Él les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto".

3:12 Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?"

3:13 Él les respondió: "No exijan más de lo estipulado".

3:14 A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?" Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo".

3:15 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías,

3:16 él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

3:17 Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible".

3:18 Y por medio de muchas otras exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En el inicio del tiempo de adviento se nos decía: “Estén vigilantes y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir" (Lc 21,36). El domingo anterior el mensaje termino diciendo: “Todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lc 3,6). Hoy la pregunta es: “Entonces ¿Qué debemos hacer entonces?" (Lc 3,10). Pero la pregunta concreta seria: ¿Qué debo hacer para heredar la salvación eterna y que suscite gozo y alegría?” (Lc 18,18). Y las respuestas ya están dadas: Estén vigilantes y oren incesantemente. Una voz grita en el desierto de nuestras conciencia: “Preparen el camino del Señor, conviertan sus senderos” (Lc 3,4). "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto con el hambriento" (Lc 3,11).

Estamos ya celebrando el tercer domingo de Adviento tiene un nombre específico: Domingo de Gaudete. Recibe ese nombre por la primera palabra en latín de la antífona de entrada, que dice: Gaudéte in Domino semper: íterum dico, gaudéte. (Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres). La antífona está tomada de la carta paulina a los filipenses ( Flp. 4, 4), que sigue diciendo Dominus prope este (el Señor está cerca). En este tercer domingo, que marca la mitad del Adviento, la llegada del Señor se ve cercana. Cuando nos acercamos a la celebración del Nacimiento de Jesús, la palabra de Dios nos recuerda cómo las profecías han sido ya cumplidas; que estamos en lo que los teólogos llaman el "ya, pero todavía no". Que las tinieblas se disipan y avizora una tenue luz porque: “La Palabra se hizo carne y acampo entre nosotros” (Jn 1,14).

En este contexto apremia la necesidad de ¿Qué tenemos que hacer?: una sincera conversión, tema de este domingo. Otro relato paralelo a Lucas está en Mateo: “La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro de Juan Bautista, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,5-10).

¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10-14): Después que Juan termina su predicación llamando a la conversión (Lc 3,7-9), la gente reacciona positivamente pidiendo pistas concretas para hacer el camino de conversión significado en el bautismo.

En su predicación inicial Juan Bautista le había dicho a la gente que venía a ser bautizada que se tomara en serio lo que iba a hacer, que no le sacaran el cuerpo a la conversión. Parece que la más común era sentirse seguro de la salvación sacando a relucir el ser hijo de Abraham, como si el hecho de ser israelita concediera automáticamente el derecho al cielo.  Apoyarse en la infinita misericordia de Dios para excusarse de la conversión (como quien dice: “para qué, si al fin y al cabo Dios misericordioso me entiende y me perdona”) es un tremendo abuso. No hay que dejar para mañana la conversión. La decisión tiene que ser a fondo e inmediata porque la “ira es inminente” (Lc 3,7-9). Entonces tres grupos de personas se acercan al bautista y en las tres ocasiones le plantean la misma pregunta: “¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10.12.14).  La gente quiere darle cuerpo a la conversión y a la vida nueva en acciones concretas. La conversión se reconoce en la “praxis”, sobre todo la de la caridad y la justicia. Notemos que cinco veces se repite el verbo “hacer” (Lc 3,8.10.11.12.14). Para cada categoría de personas que dialogan con Juan Bautista se propone un “quehacer” específico.

Un grupo amplio de personas (Lc 3,10-11): A las multitudes anónimas, el Bautista los invita a despojarse para compartir con los más pobres: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo”. El vestido y el alimento representan necesidades básicas. Juan aparece en sintonía con el espíritu del profeta Isaías, quien decía: “Partir al hambriento tu pan... a los pobres sin hogar recibir en casa... y cuando veas a un desnudo le cubras... de tu semejante no te apartes” (Is 58,7).  A lo largo del evangelio de Lucas ésta será una exigencia fundamental, como se ilustra en la parábola del rico epulón: uno que nada en la abundancia y tiene un pobre padeciendo a su lado está poniendo en ridículo la Palabra de Dios (Lc 16,19-31).

El grupo de los cobradores de impuestos (Lc 3,12-13): A los cobradores de impuestos, tentados de enriquecerse exigiéndole a los contribuyentes sumas superiores a las establecidas oficialmente, les pide que no caigan en la corrupción, que sean honestos: “No exijáis más de lo que está fijado”. Los cobradores de impuestos en la época eran delincuentes “de cuello blanco” ampliamente conocidos por su pésima reputación de ladrones. A lo largo del evangelio muchos de estos van a vivir un cambio radical de vida al lado de Jesús (Lc 9,19).

El grupo de los soldados (Lc 3,14): A los soldados, que eran judíos enrolados en el ejército romano para ponerle mano dura a los cobradores de impuestos, les exige que no abusen del poder: “No hagan extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas, y conténtense con su paga”.  En otras palabras, se les pide que no usen la fuerza, tortura o extorsión para obtener información sobre la gente sospechosa, y también a ellos se les pide que no busquen ganancias extras haciendo mal uso de la autoridad que se les dio.

Notamos cómo en los tres casos, el estilo de predicación de Juan Bautista es bien distinto al que adoptó inicialmente. No regaña a la gente sino que le ofrece caminos concretos de superación. La preocupación de fondo es la de la justicia social. La predicación de Juan está en sintonía con la de los profetas que tenían claro que las devociones religiosas debían cederle espacio a toda forma de justicia social (por ejemplo: (Is 1,10-20 y Am 5,21-27). Igualmente está en sintonía con el espíritu de la Iglesia en Pentecostés (Hch 2,44 y 4,32-35).

No eres tú el Mesías: ¿Quién eres tú? (Lc 3,15-17): La segunda parte comienza con la típica pregunta sobre la identidad de Juan: “Andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo” (Lc 3,15). La novedad en el evangelio de Lucas es que la pregunta parte no de las autoridades judías que investigan al peligroso profeta (Juan 1,25), sino del mismo pueblo sediento de la venida del Mesías: “como el pueblo estaba a la espera...”. La respuesta de Juan tiene dos partes, centradas ambas en los dos bautismos. En la primera habla de su bautismo (con agua) y en la segunda habla del bautismo que trae Jesús, que también es doble (con Espíritu Santo y fuego).

Juan bautiza con agua (Lc 3,16): Juan se presenta a sí mismo como el hombre “fuerte” que “bautiza con agua”, símbolo de purificación y de vida para quien expresaba una conversión sincera, gesto que agregaba plenamente a la descendencia de Abraham. Pero viene el contraste: si Juan es fuerte, Jesús es todavía más fuerte: “viene el que es más fuerte que yo”.  Siguiendo el hilo del pensamiento de Lucas, notamos una referencia a palabras dichas anteriormente en los relatos de infancia: si de Juan se había dicho “será grande” ahora él mismo va a presentar al que “ha de venir” como uno que lo supera de manera tal que es “más grande” (Lc 1,32). Esto Juan lo visualiza (los profetas predican con imágenes) con la imagen de esclavo. El precursor se siente tan pequeño frente al Mesías “que viene”, que se declara indigno de prestarle aún el más pequeño servicio, que sería el de “desatarle la correa de sus sandalias”.

Jesús bautiza en Espíritu Santo y fuego (Lc 3,17): Jesús es “más fuerte” que Juan porque lleva a cabo lo que el bautista proclama: “el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Juan prepara el camino pero es Jesús quien lo realiza. La fuerza del bautismo está descrita con dos términos significativos: “Espíritu Santo” y “fuego”. Para aquella persona que acoge a Jesús, el don del “Espíritu Santo” se convierte en el fundamento de una nueva vida. En cambio para aquel que lo rechace, es el “fuego” del juicio que comienza a cumplirse con la venida de Jesús.

De esta forma ante la obra de Jesús, el bautismo en el Espíritu Santo, la humanidad se divide en dos: los que reciben a Jesús y los que lo rechazan. Recordemos que Jesús es “signo de contradicción”, como dijo Simeón: “éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel” (Lc 2,34).

Con todo el énfasis del texto recae en lo positivo: se espera la apertura a Jesús y a la obra de su evangelio, con un deseo sincero de conversión (Hch 2,37-38). Entonces seremos testigos de la maravillosa experiencia del poder vivificador del Dios creador en nuestras vidas que nos integra al nuevo pueblo de Dios. Pero el evangelio de hoy se detiene también a considerar las graves consecuencias del rechazo. Con las imágenes poderosas y significativas para el mundo judío que aparecen en (Lc 3,17) y que nos recuerdan el lenguaje profético de Isaías - para quien el fuego es símbolo de destrucción (Is 29,6), Juan Bautista quiere una vez más sacudir la tierra desierta de los indiferentes. Cada uno se juega su futuro en la decisión que tome ante el anuncio que Dios le ha hecho. Decir que “no” es decidir por sí mismo la eterna separación de Dios y por lo tanto la auto negación de un futuro de vida.

No conviene perderse la fiesta: La conversión es una buena y no una mala noticia. Como lo va a desarrollar poco a poco este mismo evangelio de Lucas, la conversión total, continua y cotidiana llena el corazón de luz, de justicia, de amor y de alegría. Jesús hablará con frecuencia de la alegría que se siente cuando se recibe el perdón y, paradójicamente dirá que es aún mayor la alegría del Padre de los Cielos: “convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15,32; Lc 14,7 y 10).

Solo una conversión sincera trae frutos de gozo y alegría: “Alégrate mucho, hija de Sión, ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde” (Zac 9,9); “Alégrate llena de gracia el Señor está contigo” (Lc 2,28); “Estén alegres en el Señor, repito alégrense en el Señor” (Flp 4,4).

“Regocíjate, Hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos… El Señor tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta” (Sof 3,14-18).

 Sofonías es contemporáneo de Jeremías, y predica al pueblo inmediatamente antes y durante el reinado del gran Rey Josías (640-609 aC.). En su primera predicación hay una impresionante amenaza a los que no cumplen la Ley. Se presenta el Juicio de Dio. Habla después de "El Resto de Israel", los que permanecerán fieles al Señor, y anuncia finalmente la salvación de Jerusalén, con las palabras que leemos en la liturgia de hoy, con estupendas imágenes que nos parecen una presencia anticipada de la Buena Noticia de Jesús: Alégrate - El Señor ha alejado a tu enemigo - El Señor, un poderoso salvador, está en medio de ti - No temerás ningún mal. - Él te renueva su amor, Él danza por ti con gritos de júbilo. Que magnífica imagen de Dios: en medio de su pueblo, para salvar, bailando de alegría con el triunfo de los suyos.

Nuestra generación posee una particular sensibilidad para los valores estéticos, y particularmente por la belleza física: regímenes, dietas, cirugías, tratamientos, gimnasio... Pero ¿qué pasa con la belleza interior? ¿Quién puede describirla? Cuando estamos en amistad con Dios, en gracia (con una buena confesión, por ej.), cuando comulgamos, rezamos, y tenemos el Amor como norma de conducta, entonces Dios mismo es en nosotros fuente de alegría, de vida y de amor: es el hombre en paz consigo mismo, en relación fraternal con los demás y en armonía con todo el universo. ¿No es ésta la alegría de la Virgen María, llena de alegría con Dios, haciéndose hombre en su seno? (Lc 1,28). El Adviento es precisamente el tiempo para llenarnos de esta alegría. Dios viene a convertir nuestra tristeza en alegría: “Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo”. (Jn, 16,20). “Para el hombre infeliz todos los días son malos, pero el hombre feliz siempre está de fiesta porque la alegría lo lleva en el corazón” (Prov 15,15).

Esta alegría es compatible con el dolor, la enfermedad, los fracasos, las contradicciones... "Yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar" (Jn. 16,22). No es un "seguro de vida". No nos garantiza que "nada malo nos pasará". Pero sí nos asegura que en todo lo que nos toque vivir, Dios mismo, desde nuestro corazón, será nuestra fuerza, nuestro apoyo, nuestro consuelo, nuestra alegría. Y la verdadera alegría tiene un dinamismo especial: se hace más fuerte y profunda cuando se comparte con los demás. Mientras preparamos interiormente esta Navidad, pensemos por un momento: ¿qué cuota de alegría podemos llevar para compartir con los excluídos, marginados, pobres, abandonados...? Al celebrar, no podemos ni debemos dejar de lado la realidad de que celebramos entre los conflictos del mundo y las contradicciones de nuestra fe, ya que olvidarlo podría convertir en superficial e hipócrita nuestra celebración. ¿Qué acciones celebrativas podemos poner por obra que manifiesten la contracara de los antitestimonios y escándalos, errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes de los hijos de la Iglesia? ¿cómo manifestar, celebrando, que nos hemos arrepentido de los pecados contra la unidad, de los pecados de intolerancia y de violencia, de la falta de discernimiento ante la violación de los derechos humanos, de la injusticia y de la marginación social?

El mundo necesita hoy nuevos testigos de esta alegría de Salvación que viene de Dios, y para la que nos estamos preparando en este tiempo. La Tristeza es hermana del pecado... pero la Alegría es hija de la Salvación (Dios está cerca). Como Juan Bautista, demos testimonio de Cristo; para que en esta Navidad la auténtica alegría cristiana (la del Emanuel, Is 7,14: Dios con nosotros) renueve nuestros corazones y los de todos los hombres.

lunes, 2 de diciembre de 2024

II DOMINGO DE ADVIENTO – C (08 de Diciembre de 2024)

 II DOMINGO DE ADVIENTO – C (08 de Diciembre de 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 1,26-38:

1:26 En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,

1:27 a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

1:28 El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».

1:29 Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

1:30 Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido.

1:31 Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;

1:32 él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

1:33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».

1:34 María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?».

1:35 El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.

1:36 También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,

1:37 porque no hay nada imposible para Dios».

1:38 María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Ángel se alejó. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor paz y bien.

La Inmaculada y el Hijo: El fundamento principal de la Inmaculada Concepción es la Maternidad Divina. “Por el honor del Señor”, como decía San Agustín, ¿cómo debía ser la Madre de Dios? ¿Quién puede imaginar la santidad que debía tener Aquélla que llevaría en su propio vientre a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad y apretaría contra su pecho al Santo de Dios? ¿Aquélla cuyo cuerpo virginal sería como “la Ciudad Santa” donde habitaría por nueve meses, y su Corazón Inmaculado el Tabernáculo donde reinaría siempre?

Sabemos que para todo es necesario prepararse, que Dios guía nuestra vida con infinita sabiduría y bondad y que, como enseña Santo Tomás, “a las personas que Dios elige para una misión las prepara y dispone de modo que sean idóneas para desempeñarla”, concediéndoles la gracia necesaria para la vocación a la cual las llama. La Inmaculada Concepción es esa preparación radical que María necesitaba, desde el inicio mismo de su vida, para poder convertirse en la Madre de Dios.

Las figuras marianas en el Antiguo Testamento:

a. Eva: María está prefigurada en Eva, la madre de nuestra raza. (Hay que recodar que los tipos son solamente sombras de los antitipos del Nuevo Testamento). María es nuestra madre por ser la madre de la Iglesia cuerpo de Cristo (Ap 12, 17). Lo que Eva perdió por desobedecer, María lo corrigió por su fe: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra (Lc 1, 38). Mientras la serpiente venció a Eva (Gn 3, 13), Dios protegió a María de su mordedura: Y cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón. Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto... (Ap 12, 13-16).

b. La enemistad entre la Mujer y su simiente y la Serpiente: Vemos en Génesis algo muy importante: dice la simiente suya (la simiente de la mujer) (3, 15), y la palabra griega en la versión de la Setenta es SEMENOS (semen en castellano). Entonces, ya que una mujer no tiene semen, la única mujer a quien se podría referir es a María, cuyo hijo fue concebido sin hombre, porque las demás personas nacen de mujer y hombre, de quien viene el semen. Génesis nos dice que existiría entre la mujer y la serpiente una enemistad completa y que la mujer iba a herir a la serpiente: Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya. Esta mujer (María prefigurada) está en enemistad total con el diablo. No existiría tal enemistad total si María hubiese pecado como pecó Eva. No son socios. La serpiente es fuente de todo pecado y maldad. Al fin y al cabo es Dios quien hace que María no peque: YO PONDRÉ enemistad entre tú y la mujer (Gn 3, 15).

Tabernáculo y Arca de la Alianza : También María es el Nuevo Tabernáculo. El primer tabernáculo fue detalladamente construido según Éxodo 25, 9 y 39, 42-43 para ser perfecto y sin mancha (2 Cr 7, 2). Esto prefigura a María. La gloria de Dios cubrió y llenó el primer tabernáculo (Ex 40, 34-38). Comparar esto con las palabras de Gabriel en Lucas 1, 35 donde María está cubierta con esta gloria, sobre ella bajó la gloria del Espíritu Santo.

Hay un paralelismo entre Lc 1, 35 y Ex 40, 34-35. La fuerza del paralelismo está aquí: Como la nube que envuelve la tienda de la reunión significa que el interior de la morada está lleno de la gloria del Señor, así el poder del Espíritu que desciende y cubre c on su sombra a María hace que su seno quede lleno de la presencia de un ser que será Santo e Hijo de Dios. La punta de los paralelos señalados está en la equivalencia entre "la gloria del Señor" por una parte y los apelativos Santo e Hijo de Dios por otra. El niño que deberá nacer de María será de naturaleza divina.

María fue prefigurada como el tabernáculo perfectamente construido sin mancha. La traducción de los Setenta (LXX) utiliza la misma palabra y habla de la misma manera de María (el poder del Altísimo la llena en Lc 1, 35) como lo que pasó con el tabernáculo (Ex 40, 34-35).

Es claro también que Lucas quiere que veamos a María como otra arca de la alianza también construida perfectamente. Comparar también segunda de Samuel (6, 9), vemos que David dice algo semejante a lo que dice Elizabeth a María (en Lc 1, 43): ¿Cómo ha de venir a mí el arca de Yahvé?; David salta frente al arca (2 S 6, 14) como saltó de alegría Juan el Bautista frente a Marí a (Lc 1, 44) la Nueva Arca de la Nueva Alianza que contiene a Jesús el verdadero pan de cielo (el primer arca contenía el maná). Y no es por casualidad que del arca se dice que estuvo en casa de Obed-edom geteo tres meses (2 S 6, 11), igual que se dice de María: Y se quedó María con ella como tres meses (Lc 1, 56). Así se encuentra este enlace entre el arca construida perfectamente y María en el libro del Apocalipsis: Y el tempo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo Apareció en el cielo UNA GRAN SEÑAL: una mujer vestida del sol... (Ap 11, 19-12,1).

El saludo del ángel Gabriel, el día de la Anunciación: Probablemente otros foristas tocarán el punto del “kecharitomene" y su relación con la Virgen María y su Inmaculada Concepción. Yo no lo haré, sino que dejaré que quien lo quiera explicar, lo explique. Yo haré uso de otra palabra del ángel el día de la anunciación, y que en cierta medida encierra este dogma.

El ángel Gabriel le dice a María: “ Jaire kecharitomene", “Alégrate, llena de gracia” (Lc 1,28).

Jaire, que significa alégrate, es la forma como Dios quiso que se saludara a María, y no por un simple formalismo ni por etiqueta, sino por que Dios quiere demostrarnos algo: María es la Hija de Sión profetizada siglos antes por tres santos profetas: Sofonías, Joel y Zacarías.

Joel 2, 21. 27: “Suelo, no temas; alégrate y gózate, porque el SEÑOR hizo grandes cosas... Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy el SEÑOR vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado”.

En la profecía de Joel, dios habla al “suelo” y le invita a la alegría. ¿Qué significa este suelo? Si examinamos otros textos de las Escrituras, el suelo es fertilidad, quien da vida. Pero hay tres textos donde el “suelo” evoca a María:

Génesis 2,7: “Modeló Yahvé Dios al hombre de la arcilla...” Dios ha tomado tierra del suelo y con ella creo a Adán. Dios tomó carne de María, y con ella llegó a existir Cristo, el Nuevo Adán.

Génesis 22, 13: Subió Abraham con Isaac al monte de Moriah para sacrificarlo....Dios impide que lo sacrifique y luego...”Alzó Abraham los ojos, y vio tras sí a un carnero enredado por los cuernos en la espesura, y tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en ve de su hijo”.

En el texto anterior, el carnero es la figura de Cristo, quien es ofrecido en sacrificio sustituto por nuestros pecados, y así como el carnero salvó a Isaac de morir, así el Nuevo Carnero nos salva de la muerte eterna. Pero hay un detalle que debemos tomar en consideración. Al igual que con Melquisedec, de ese carnero no se habla su origen. Abraham no lo había visto antes, sino que repentinamente lo vió. El carnero, sin origen, es fruto de la tierra de Moriah, por lo que simbol iza esta tierra también a María, la tierra que nos proporciona el Carnero de nuestra salvación.

Éxodo 3, 1-2: “Moisés, llegado al monte Horeb, se le apareció el ángel de Yahvé en llama de fuego de en medio de una zarza....” El fuego y la voz que salen de la zarza, son también figuras de Cristo, Verbo del Padre y luz del mundo. Lo interesante es que la Voz y el Fuego, salen de la zaza que estaba plantada en el monte de Horeb, así como el Verbo y la Luz del mundo salieron de la Virgen María. Volviendo al profeta Joel, vemos que cando dice “Suelo, alégrate”, es una evocación directa a María, que en otras partes de la Escritura es prefigurada como “monte, suelo, tierra”, que nos produce a Cristo.

Joel 2, 21. 27: “Suelo, no temas; alégrate y gózate, porque el SEÑOR hizo grandes cosas... Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy el SEÑOR vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado”. Comprueban que esa profecía se refiere a María, el hecho que la Virgen admite que en ella se cumplen esas profecías:

Lucas 1, 49 : “Porque ha hecho maravillas en mí el Poderoso, cuyo nombre es Santo”. Entonces vemos que Joel profetiza al “suelo” que se alegre, por que el Señor hizo Maravillas.
En el Nuevo Testamento el ángel le dice a María que se alegre, y María nos muestra la causa de esa alegría: El Poderoso ha obrado en ellas maravillas.  No hay duda que Joel se está refiriendo a María en esta profecía. Y aquí viene lo revelador de esta profecía con el dogma de la Inmaculada Concepción: “Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy el SEÑOR vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado”.

Claramente se profetiza que si Dios está en medio de “Israel”, éste no será avergonzado. El Espíritu santo llenó a María, y Cristo se hace en carne en su vientre. Dios habita en medio de María, y poniendo atención a las palabras de Joel, María no podía ser avergonzada, por lo tanto, María no puede tener pecado.

Salmos 44.15 Cada día mi vergüenza está delante de mí, y me cubre la confusión de mi rostro. La misma Biblia relaciona la vergüenza con el pecado. Y Dios ha declarado por medio de Joel que si él habita en medio de alguien, no habrá vergüenza, por ende, no habrá pecado. La Trinidad completa habitó en María, según las palabras de Joel, según la misma Biblia, ¿Tendrá entonces ella pecado?

Otro texto que evoca el “Jaire” de Gabriel es: Zacarías 9, 9: “Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí, tu Rey vendrá a ti, Justo y Salvador”.

martes, 26 de noviembre de 2024

I DOMINGO DE ADVIENTO – C (01 de Diciembre de 2024)

 I DOMINGO DE ADVIENTO – C (01 de Diciembre de 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36

25 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas,

26 muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas.

27 Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.

28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, tengan ánimo y levanten la cabeza porque se acerca su liberación.»

34 «Cuídense de que no se hagan pesados su corazón por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre Uds,

35 como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra.

36 Estén en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengan fuerza y escapen a todo lo que está para venir, y puedan estar en pie delante del Hijo del hombre.» PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor paz y bien.

“Estén siempre vigilantes y orad” (Lc 21,36). El Año Litúrgico comienza en el evangelio con una visión anticipada del retorno de Cristo. Con ello se nos enseña algo inhabitual: a ver la Navidad (su primera venida) y el juicio final (su segunda venida) como dos momentos que se implican mutuamente. La Escritura nos dice constantemente que con la encarnación de Cristo comienza la etapa final: Dios pronuncia su última palabra (Hb 1,2); sólo queda esperar a que los hombres quieran escucharla. La última palabra que en Navidad viene a la tierra, «para que muchos caigan y se levanten» (Lc 2,34), es «más tajante que espada de doble filo... Juzga los deseos e intenciones del corazón... Nada se oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuentas» (Hb 4,12s). La Palabra encarnada de Dios es crisis, división: viene para la salvación del mundo; pero «el que me rechaza y no acepta mis palabras ya tiene quien lo juzgue: el mensaje que he comunicado, ése lo juzgará el último día» (Jn 12,47s). Lo que consideramos como un gran intervalo de tiempo entre Navidad y el juicio final no es más que el plazo que se nos da para la decisión. Algunos dirán sí, pero parece como si en este plazo que se nos deja para la decisión el no fuera en aumento. Es significativo que cuando se produce la primera petición de información sobre el Mesías deseado por toda la Antigua Alianza, «Jerusalén entera» (Mt 2,3) se sobresalte, y que tres días después de Navidad tengamos que conmemorar la matanza de los inocentes.

La muerte de Jesús se decide ya al comienzo de su vida pública (Mc 3,6). El vino al mundo no para traer paz, sino espada (Mt 10,34). Navidad no es la fiesta de la ligereza, sino de la impotencia del amor de Dios, que sólo demostrará su superpotencia con la muerte del Hijo. En este tiempo de nuestra prueba hemos de estar permanentemente «despiertos», vigilantes, «en oración».

“Señor-nuestra-justicia” (Jer 33,15). Ciertamente la Antigua Alianza anheló -así en la primera lectura- los días en los que Dios cumpliría su promesa de salvación a Israel. El vástago prometido de la casa de David será, en el sentido de la justicia de la alianza de Dios, un vástago legítimo que «hará justicia». Y esta justicia divina de la alianza en modo alguno ha de medirse según el concepto de la justicia humana; la justicia de Dios se identifica más bien con la rectitud de toda acción salvífica de Dios, que a su vez se identifica con su fidelidad a la alianza pactada. Esto no excluye sino que incluye el que Dios tenga que castigar la infidelidad de los hombres para, en su aparente desolación, hacerles comprender lo que realmente significan la alianza y la justicia (Lv 26,34s.40s).

 "Santos e irreprensibles cuando Jesús nuestro Señor vuelva” (ITes 3,13). Por eso la vida cristiana será -según la segunda lectura- una vida dócil a las «exhortaciones» de la Iglesia, una existencia en la espera del Señor que ha de venir, una vida que recibe su norma del futuro. En primer lugar se menciona el mandamiento del amor, un amor que ha de practicarse no sólo con los demás cristianos sino que ha de extenderse a «todos», para que de este modo la Iglesia, más allá de sus propias fronteras, pueda brillar con el único mensaje que puede llegar al fondo del corazón de los hombres y convencerlos.

Pero para eso se precisa, en segundo lugar, una «fortaleza interior» que debemos pedir a Dios, porque sólo esa fortaleza puede ayudarnos para que nuestro amor siga siendo realmente cristiano y no se disuelva en un humanismo vago. El día que comparezcamos ante el tribunal de Cristo, nuestra santidad ha de ser tan «irreprensible» que nos permita asociarnos a la multitud de sus santos (de su «pueblo santo»), que vendrán y nos juzgarán con él (Ap 20,4-6; 1 Co 6,2).

Jesús dijo: «Entonces verán al Hijo del Hombre... Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente... Estad siempre despiertos... y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre.»

Detrás de su coreografía apocalíptica, el evangelio de hoy, apertura del adviento litúrgico, aparece entroncado al gran problema de todo hombre y de cada uno de nosotros: ponernos de pie, levantar la cabeza porque en esta contradictoria existencia, señalada según el evangelio de hoy por la angustia y por el miedo, todavía queda un lugar para la esperanza de nuestra liberación, una liberación que coincide con el nacimiento dentro de uno mismo de ese misterioso personaje, el Hijo del Hombre, que no es otro que el Cristo hecho carne en nuestra propia carne. Adviento no pasa por delante ni por detrás de nosotros; pasa por dentro. El nacimiento del Hijo del Hombre se hace Belén en la cueva de nuestro corazón: allí donde cada uno lucha a su manera por vivir como hombre, como hombre integral, trascendente, total, pleno; apretado entre las paredes del pesimismo y de la angustia, achicado por el miedo, pero empujando con esperanza hacia arriba, hacia adelante.

Es un hombre que debe mantenerse de pie, a pesar del cansancio y de la falta de aliento; un hombre que debe permanecer con la mente despierta a pesar del embotamiento del vicio, de las diarias preocupaciones y del dinero. Un hombre que no puede dejar de pensar y sentirse llamado a ser un hombre nuevo a pesar de una vida aplastada por la angustia y el enloquecimiento de una civilización que lo aturde con el estruendo de sus aguas desbordadas.

Todas estas imágenes del Evangelio apuntan en una sola dirección: Jesucristo es algo más que una anécdota en la Palestina del siglo primero; algo más que el sentimental recuerdo bajo la estrella del belén. Es adviento: se nos está llamando para que todo el poder y la energía divina escondida dentro de cada uno emerja con fuerza para hacer de nosotros una tierra de paz y de justicia.

Adviento es la expectativa del Hijo del Hombre. ¿Quién es este misterioso personaje? Jesús no nos dio una respuesta, porque si el Hijo del Hombre crecía en él con el poder y la gloria de Dios, nadie lo puede descubrir si no lo deja nacer y crecer desde dentro de sí mismo. El Hijo del Hombre es el resultado de una profunda experiencia humana y religiosa: es la vivencia del hombre abierto a la trascendencia (por eso el Hijo del Hombre viene de lo alto), una trascendencia que lo empuja a ser más cada día, porque siempre nos sentiremos lejos de ese ideal sembrado como una semilla y que sólo será fruto en el último día...

Entretanto, sólo una constante vigilancia impedirá que el pesimismo de la muerte ahogue el nacimiento de este Hijo del Hombre, hijo de cada uno de nosotros porque él no proviene de la sangre ni de la raza sino de la fuerza de Dios, que ya está obrando en el aquí y ahora de este adviento que es nuestro tiempo de vivir como hombres...

Hoy iniciamos el año litúrgico, símbolo de la larga caminata del hombre sobre la tierra. El Evangelio, feliz noticia de Dios al hombre, nos señala con absoluta claridad el destino y la clave de este tiempo misterioso y contradictorio: es la búsqueda de nuestra identidad: “ser hombres auténticos”.

El evangelio nos habla de: a) la manifestación gloriosa del Hijo y, b) la exhortación a la vigilancia. ¿Qué necesidad tiene Dios de manifestarse en su Hijo? Dios no tiene necesidades porque es omnipotente, la única motivación de manifestarse es: Porque Dios es amor (I Jn 4,8). Mismo Jesús dirá al respecto: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Jesús es la manifestación amorosa de Dios para con la humanidad. Así nos lo dice: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que nos lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre” (Jn 1,18). “La Palabra de Dios se hizo hombre” (Jn 1,14). Pero hoy nos ha dicho: “Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación" (Lc 21,27-28). Esta manifestación está referida a su segunda venida.

¿Cómo hemos de esperar el día de la segunda manifestación del hijo? Nos lo dice: “Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre" (Lc 21,36). Es decir, este tiempo nuevo es tiempo de mayor oración y penitencia.

 El tiempo adviento es un tiempo de esperanza y a vivir motivados por esta esperanza. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque se esconde en la vida. La fe se ve, se siente, se sabe qué es. La caridad se hace, se sabe qué es. Pero ¿qué es la esperanza? ¿Qué es una actitud de esperanza? Para acercarnos un poco podemos decir en primer lugar que la esperanza es un riesgo, es una virtud arriesgada, es una virtud, como dice San Pablo, ‘de una ardiente expectación hacia la revelación del Hijo de Dios’. No es una ilusión”.  Tener esperanza, es “estar es tensión hacia la revelación, hacia el gozo que llenará nuestra boca de sonrisas. Los primeros cristianos, ha recordado el Papa, la “pintaban como un ancla: la esperanza es un ancla, un ancla fija en la orilla” del Más Allá. Y nuestra vida es exactamente un caminar hacia esta ancla.

El adviento despierta el deseo de contemplar a Dios que sale al encuentro del hombre en su Hijo. Así, expresa este deseo el salmista: “Como la cierva sedienta busca corrientes de agua viva, así mi alma, te busca Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?” (Slm 42,2-3). Unos griegos le dijeron a Felipe: "Señor, queremos ver a Jesús"(Jn 12,21). Felipe dice a Jesús: muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dijo: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mi” (Jn 14,8).

martes, 19 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIV – B (24 de Noviembre del 2024)

 DOMINGO XXXIV – B (24 de Noviembre del 2024)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 18,33-37:

18:33 En aquel tiempo, Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?"

18:34 Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?"

18:35 Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?"

18:36 Jesús respondió: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí".

18:37 Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?" Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor, Paz y Bien.

"Vine al mundo para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37).Y la verdad es que Jesús es el Rey del mundo.

El evangelio de Marcos, que hemos leído durante este año, ciclo B presentaba el inicio de la predicación de Jesús de Nazaret con estas palabras: "El tiempo se ha cumplido, está cerca el reino de Dios: conviértanse y crean en la buena Noticia"(Mc 1,15). Hoy, en esta fiesta: Jesucristo Rey del universos que cierra el año litúrgico, hemos escuchado la afirmación final de Jesucristo: "Soy rey" (Jn 18,37). Entre el inicio y el final, hemos escuchado domingo tras domingo (34 domingos), el anuncio, la proclamación y la institución del Reino de Dios en el ejemplo y trabajo del Hijo del hombre, Jesús, el Mesías; palabras y obras que en nosotros debían provocar una respuesta de fe. Respuesta que se resume en la convicción de que el reino de Dios lo hallamos en Jesucristo, en sus palabras, en su ejemplo, en su persona. Es decir, en la afirmación de que Jesucristo es el Rey y esa es la verdad como Jesús mismo lo afirma: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 1,37).

"¿Conque tú eres rey"? (Jn 18,37): Jesús fue juzgado y condenado por el sanedrín por blasfemo, por ir contra el templo. Pero cuando el sanedrín lo entregó al gobernador romano Poncio Pilato, lo acusaron de soliviantar al pueblo desde Galilea, de incitar a las gentes a no pagar el tributo al César y de hacerse llamar el Mesías rey. Presentaron la subida de Jesús a Jerusalén como una incursión sobre Jerusalén. Pilato, en consecuencia, no tuvo más remedio que interrogarle sobre este particular: "Conque, ¿tú eres rey? Y él respondió y dijo: Tú lo dices" (Jn 18,37). El título de Rey de los judíos atribuido a Jesús de Nazaret aparece por vez primera en los evangelios en este contexto de la pasión. Se trataba de un título que en aquel tiempo y circunstancias tenía connotaciones subversivas y que se prestaba a toda clase de malentendidos, razón por la cual Jesús lo había evitado siempre con sumo cuidado en su vida pública (es lo que se ha llamado "silencio mesiánico"). Pero los enemigos de Jesús, que ya habían decidido su muerte, necesitaban una causa en la que pudiera y debiera entender el gobernador romano, y hallaron que ésta era la más apropiada; aunque había otras razones particulares para los judíos: “No sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios y llamándolo su propio Padre” (Jn 5,18).

Aunque Pilato no parece que tomara en serio la acusación, sí que tuvo que tomar en serio a los acusadores y se vio obligado, por razones políticas, a dar por bueno lo que no era más que un pretexto. Su pregunta: "¿conque tú eres rey?", suena a nuestros oídos como si dijera: "si tú eres rey, que venga Dios y lo vea". Sin embargo, Pilato sentenció la muerte de Jesús y mandó fijar el rótulo en el que se publicaba la causa de la sentencia: "Este es el rey de los judíos" (Jn 19,19).

La ironía de Dios: El relato de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, tal y como se hace en los cuatro evangelios pero sobre todo en el de Juan, es una divina ironía. Lo que sucede, paso a paso, remedando el ritual de la solemne exaltación de los reyes al trono es, desde el punto de vista del sanedrín, de Pilato, de los soldados, la del pueblo y hasta de uno de los dos ladrones ajusticiados junto con el Cristo (o "el ungido"), un puro sarcasmo y una burla cruel (Jn 19,14). Pero los creyentes, los discípulos de Jesús, aceptarán el punto de vista del Maestro y confesarían que él es, en efecto, el Señor y el Mesías. En el relato de la pasión - de la "exaltación", como dice Juan- no falta la coronación, pero la corona es un casquete de espinas (Jn 19,2); ni la aclamación del pueblo, aunque en este caso se trata de un abucheo; ni la entronización; ni el homenaje de los grandes y notables de Israel, pero el homenaje consiste en el desfile de los sacerdotes y senadores que pasan delante de la cruz moviendo la cabeza. De manera que no falta nada, pero todo es distinto.

No falta, desde luego, el rey por la gracia de Dios, pero su reino no es de este mundo; es decir, no es como los reinos de este mundo sino todo lo contrario y aún su contradicción pública o contestación: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18,36). Porque Jesús es la debilidad de Dios contra el poder de los que se endiosan. Jesús es rey que ha venido a servir y no a ser servido, y por eso ocupa el último lugar del mundo que le permite servir a todo el mundo (Mc 10,43-45). Sus leyes se reducen al amor (Jn 15,9) y, a diferencia de todas las leyes de este mundo, son una buena noticia para los pobres. Su política es amar a los enemigos (Mt 5,43-48) y, por lo tanto, no tiene soldados para combatirlos... Un rey tan extraño no podía esperar la comprensión de los reyes normales y de los señores de este mundo: "Pues saben que los que son reconocidos como reyes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen"(Mc 10,42-43). Antes bien, tenía que contar con su oposición más decidida.

Como así fue: Ni el poder convencional (el imperio), ni la religión convencional (la sinagoga), ni la sabiduría convencional (la academia) comprendieron el mensaje de este rey. Para Pilato fue un "inri", para la sinagoga un escándalo, para los griegos una necedad. Pero para los que creyeron en Jesús, los más pobres y sencillos, fue la misma fuerza y sabiduría de Dios (I Cor 1,2-25).

Jesús dijo a Nicodemo: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto” ( Jn 3,5-7). En el bautismo somos ungidos como: Sacerdote, profeta y rey.

Pero extrañamente, los cristianos olvidamos a menudo todo eso del reino de Dios. Y entonces inevitablemente desfiguramos nuestra fe. Quizá podríamos preguntar a chicos o jóvenes que semana tras semana han recibido su catequesis: ¿qué es el Reino de Dios? ¿Sabrían responder? Pienso que muchos no sabrían qué decir. Y si se lo preguntáramos a muchos de los cristianos que asistimos cada domingo a misa, muy probablemente tampoco sabríamos qué responder.

Preguntémonoslo nosotros hoy. Porque, ¿cómo sabremos qué significa que Jesús es Rey si no sabemos de qué reino es el Rey? Más aún: toda la predicación de Jesús es anuncio del Reino, su Buena Noticia es que el Reino está ya entre nosotros (Lc 11,20), pero será en plenitud por gracia del Padre en la totalidad del Reino futuro.

¿Cómo entenderemos todo eso si no sabemos qué es el Reino de Dios? La respuesta la podríamos buscar en el prefacio de hoy. Diremos al comenzar la acción de gracias que el Reino de Jesucristo es "el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz". No podríamos hallar una respuesta más clara y sencilla. Todo lo que hay en el mundo, sea en quien sea, de verdad o de vida, todo lo que el hombre es capaz de vivir de santidad y de gracia, toda realidad o todo esfuerzo de justicia, de amor, de paz... esto es el Reino de Dios. Y esta es la tarea de Jesucristo: anunciarnos que todo esto es de Dios, tienen la fuerza y la consistencia de Dios. Decírnoslo y a la vez impulsarnos por un camino de trabajo, de búsqueda, de lucha por todo ello, comunicándonos, además, la gran esperanza de que todo eso que nosotros ahora vivimos precariamente, Dios quiere que lo consigamos con plenitud y para siempre.

Consecuencia de lo dicho es que el cristiano debe ser un apasionado del reino. Apasionado en la lucha por conseguir que el hombre viva con más verdad y vida, más santidad y gracia, más justicia, amor y paz. Y apasionado también por celebrar ya ahora, por vivir con alegría, lo que de todo eso hay ya en nuestra vida, porque todo eso es de Dios.

El es para nosotros la puerta, el pastor, el guía, la luz y la fuerza. Por eso sus métodos deben ser nuestros métodos. Ahora, en la Eucaristía, después de nuestra acción de gracias en la plegaria eucarística y antes de comulgar, diremos juntos el Padrenuestro. Lo diremos juntos nosotros y lo dirá con nosotros nuestro Rey Jesús, presente en nuestra asamblea. Con él y como él, pediremos al Padre que venga su Reino. Y pedirlo significa que estamos dispuestos a trabajar en ello, con todo empeño, con todo esfuerzo, pero siempre según los métodos y el camino del Rey Jesús: con respeto y comprensión para todos:

“Les exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley. Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos” ( Gal 5,16-24).

domingo, 10 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIII – B (17 de Noviembre de 2024)

 DOMINGO XXXIII – B (17 de Noviembre de 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Marcos 13,24-32:

13:24 En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar,

13:25 las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.

13:26 Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria.

13:27 Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.

13:28 Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.

13:29 Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.

13:30 Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto.

13:31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

13:32 En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre. PALABRA DEL SEÑOR.

Amigos en el Señor Paz y Bien.

Los discípulos preguntaron a Jesús: "¿Cuándo y cuál será la señal de tu Venida y del fin del mundo?" (Mt 24,3). Jesús respondió: “En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). Pero Jesús les adelanto algunos detalles de aquel día: “Después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria” (Mc. 13,24-26). “Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez pero y no en relación al pecado, sino en relación a la salvación” (Heb 9,28). “Al final de los tiempos, el Hijo del hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino" (Mt 16,27-28). “A la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo.  Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre” (I Tes 4,16-17).

El mensaje del penúltimo domingo del tiempo ordinario ciclo B se apoya en dos ideas y hacen un complemento a lo que sucedió cuando Jesús ascendió al cielo: “Como los discípulos permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir" (Hch 1,10-11).

En primer lugar está la idea cuando dice el Señor: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). Que en una sola palabra bien podemos situarla en un contexto de escatología y resumir en una sola palabra: Parusía. ¿Qué es la Parusía?

La Parusía no es sino la aparición gloriosa de Jesús resucitado al final de los tiempos, es la consumación del misterio de Cristo y de la salvación, pues todos nos esforzamos por algún día llegar a la presencia de Dios glorificado (Visión beatifica): “Miren cómo nos amó el Padre. Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (I Jn 3,1-3). Este hecho de ver el rostro glorificado (Mt 17,2) no tiene ni principio ni fin es eterno, es estar con Dios para siempre.

Estamos convencidos de que Jesucristo volverá al final del mundo para completar así la consumación de la salvación. En el credo decimos: “Creo que Jesús resucitó de entre los muertos, que subió al cielo, que está sentado a la derecha de Dios Padre y que nuevo vendrá para juzgar a vivo y muertos y que su Reino no tendrá fin”.

La palabra de Parusía, deja entrever también el misterio de Dios en el que una parte es clara a nuestros ojos pero otra es completamente desconocida, porque como todo lo que proviene de Dios es misterio, en el sentido de que es infinito y la mente humana no es capaz de abarcarlo todo y porque somos simplemente seres contingentes. Seres en movimiento. Así, tendremos que conformarnos con saber que la resurrección, de alguna forma ya la estamos viviendo en Cristo mediante la Iglesia que comparte con los fieles, todo el misterio de Dios. Lo anterior quiere decir que por medio del sacramento del Bautismo (Mt 28,19-20) morimos al pecado y resucitamos a una nueva vida en Cristo Jesús por los dones otorgados del Espíritu Santo.

La vida terrena tiene su fin en la muerte, cuando sucede esto el alma inmortal recibe el juicio particular (Mt 25,31-46) de las obras hechas en nuestra vida en la tierra (Jn 5,29). De esta forma, somos llevados al cielo, si estamos en gracia de Dios y purificados perfectamente, ésta purificación la podemos obtener a través del sacramento de la unción de los enfermos (Stg 5,13-15), pero si aún  tenemos que limpiarnos o purificarnos, somos conducidos al purgatorio, donde es la purificación final: “La obra de cada uno aparecerá tal como es, porque el día del Juicio, que se revelará por medio del fuego, la pondrá de manifiesto; y el fuego probará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida sobre el fundamento resiste la prueba, el que la hizo recibirá la recompensa; si la obra es consumida, se perderá” (I Cor 3,13-14).

¿Cómo será el segundo advenimiento?: “Se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte” (Mc 13,26.27). Al respecto dice el gran apóstol: “Los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor, no precederemos a los que hayan muerto. Porque a la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre” (I Tes 4,15-17).

La primera, es el anuncio de la última venida de Jesús al final de los tiempos y, la segunda, nos hace dos advertencias, la advertencia de aprender a ver los signos de la venida de Dios a los hombres y la advertencia a tener esperanza; pues aunque todo esté llamado a tener un fin, la Palabra de Jesús estará ahí para mantener vivas nuestra fe y nuestra esperanza. En realidad, lo hace por dos motivos. El primero, todo pasa, este mundo pasará, pero su palabra no pasará (Mt 24,35) y, lo segundo, para que nazca lo nuevo es preciso destruir lo viejo. Nadie construye un edificio nuevo sobre el viejo. Primero hay que destruir lo viejo para dar paso a lo nuevo. Primero tenemos que destruir lo viejo de nuestro corazón para que Dios construya el hombre nuevo. Primero destruimos el pecado y luego levantamos el edificio de la santidad y la gracia. Por tanto, es un domingo no para entrar en pánico, sino para abrirnos a la esperanza. Una esperanza que luego tendremos que continuar en el Adviento. No es la esperanza de las cosas que pueden fallarnos, sino la esperanza fundamentada en la palabra de Dios.

Toda la creación participa del ser contingente (ayer no existíamos, hoy existimos, mañana no existiremos) Todo es contingente y todo está llamado a pasar. Pasan los días, los meses, los años y nos vamos haciendo cada vez más viejos. Pero hay algo que “no pasará”, la palabra de Dios como verdad y como promesa (Mc 13,31). Esa tendría que ser, para nosotros, los creyentes, la roca sobre la que fundamentar nuestras esperanzas. Alguien tiene que ofrecer al mundo un fundamento sólido y estable sobre el que afianzar nuestra esperanza, donde todo es contingente o relativo surge inmediatamente la inseguridad. Donde todos dudan, ¿quién se siente seguro? Cuando todos duden, nosotros tenemos que ofrecer seguridad. Donde todos están perdiendo la esperanza, nosotros tenemos que estar “firmes en la esperanza”.

El fundamento de nuestra fe tiene que ser esa Palabra de Jesús que “mis palabras no pasarán” (Mc 13,31). Podremos aceptarla o rechazarla, pero seguirá ahí como faro de referencia. Tal vez uno de nuestros grandes problemas a todos los niveles eclesiales sea precisamente éste: “Cuestionarlo todo y carecer de puntos de referencia seguros.” Entonces todo es caos y relativo, donde vivir en la verdad o la mentira nos da lo mismo, y eso no puede ser un referente para los que tenemos fe.

“El cielo y la tierra pasaran, mis palabras no pasaran” (Mc 13,31). Porque “Dios es eterno, el hombre no es eterno” (Eclo 17,30). “El hombre está sobre la tierra, Dios está en el cielo” (Ecl 5,1). “Mira el cielo y la tierra, y todo lo que hay en ella, incluyendo al hombre Dios lo creo de la nada” (II Mac 7,28). “Lo visible es pasajero y lo invisible es eterno” (ICor 4,18). Son citas que ponen de manifiesto que la causa no es lo mismo que el efecto, (Causa = Dios; Efecto= todo lo creado).

¿Cuándo será el fin? Podemos contestar que no sabemos ni el día ni la hora; pero  también podemos proclamar con firmeza nuestra convicción de que las palabras de Jesús  no pasarán; su Buena Noticia, su anuncio de un mundo de hermanos, será realidad. A  nosotros sólo nos queda trabajar con todas nuestras fuerzas para hacer que ninguna  esperanza quede defraudada, que todas se hagan realidad. Dios es un Dios con futuro, aunque nosotros frecuentemente lo presentamos con una  "reliquia" del pasado. Parece que sólo nos pide conservar unas tradiciones y usos cuando,  en realidad, nos está llamando continuamente a construir un futuro diferente del presente  que nos toca vivir; que el mañana no sea como el hoy sino radicalmente distinto. La Buena  Noticia está proclamada y puesta en marcha, pero no todo el mundo la ha acogido; por eso  hay tantas esperanzas defraudadas. De ahí la urgente tarea que tenemos los que nos  proclamamos cristianos, es decir: los que reconocemos haber escuchado y aceptado la  Buena Noticia, los que tenemos que vivirla y ayudar a que todos la vivan, para que todos  puedan conseguir lo que anhelan porque, en el fondo de sus corazones, Dios ha grabado  ese deseo de felicidad, de hermandad, de amor, de justicia, y de eternidad.

"Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad" (Mc 13,26). La descripción está tomada del libro de Daniel (7, 13s.). ¿Cómo interpreta y utiliza el texto evangélico la cita tomada de Daniel? En la visión de Daniel aparecen las Bestias que se oponen al Hijo de hombre, el cual pertenece al mundo trascendente, al mundo divino, sin que sea posible ir más lejos en la identificación. Se trata de los diferentes imperios del mundo que deben derrumbarse para hacer sitio al Reino de Dios. Después del libro de Daniel se volvió a tomar el símbolo del Hijo de hombre y se amplió todavía más su trascendencia. Llegamos poco a poco a la utilización de esta expresión, pero transformada en "Hijo del hombre" en los evangelios. Sabemos que Jesús se designa a sí mismo como tal (Mt 5, 11; 16, 13-21; Mc 8, 27-31; Lc 6, 22). En los Hechos de los Apóstoles, san Esteban ve a Jesús como el Hijo del hombre (Hech 7, 55), y también en el Apocalipsis aparece el Hijo del hombre (Apoc 1, 12-16; 14, 14ss.).

Para Jesús, el Hijo del hombre es, evidentemente, una persona, él mismo, que da su vida como rescate por muchos (Mc 10, 45). "Para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos". En el judaísmo se trata de la reunión de todos los judíos en su país. En el evangelio se trata de todos los bautizados que constituyen el nuevo Reino. La imagen será recogida, por ejemplo, en un escrito judeo-cristiano, la Didajé o Enseñanza de los Apóstoles. "Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla".

Como todos los años en este domingo, al final del año litúrgico (y enlazando con lo que  vamos a leer el primer domingo de Adviento), nos encontramos con el discurso escatológico  de Jesús. Y es necesario que hoy sepamos transmitir el mensaje de fondo de este discurso.  Un mensaje que no es anunciar que van a suceder grandes desgracias, sino anunciar que  a pesar de todas las desgracias que puedan ocurrir, la victoria de Jesucristo (y de sus  seguidores) es segura.

Las situaciones difíciles que se acercan.  En el horizonte de las palabras del evangelio de hoy están las graves pruebas, los graves  momentos que los discípulos tenían que vivir: en primer lugar, la misma muerte de Jesús,  que será como si se les hundiesen todas las esperanzas; luego, la destrucción de Jerusalén  por los romanos el año 70, que hará desaparecer lo que había sido el punto de referencia  del encuentro entre Dios y los hombres durante siglos y siglos; y finalmente, la durísima  prueba de las persecuciones que inició Nerón, que será como un combate de todos los  poderes del mundo contra la nueva fe, y en el que van a perder la vida los "dos testigos"  (Ap 11, 3), Pedro y Pablo.

Estos momentos difíciles que se acercan son, verdaderamente, el sol que se hace  tinieblas y las estrellas que caen del cielo. Como lo habían sido, dos siglos atrás, los graves  momentos, los "tiempos difíciles" de que habla la primera lectura: Antíoco Epifanés y los  demás dominadores helénicos amenazaban con la aniquilación de todos los signos de  identidad del pueblo de los elegidos. Fue en aquella época, la época del libro de Daniel,  cuando nació este "género literario", la apocalíptica, que así quería hacer frente a las  duras realidades que tenía que vivir el pueblo y mantener la firmeza y la esperanza. Y el  propio Jesús se va a servir de este género para afirmar la esperanza y el futuro de su  nuevo pueblo, a pesar de todas las desgracias que puedan suceder.

El mensaje de la victoria. El género apocalíptico anunciaba que las catástrofes y calamidades que tenían que  suceder eran precisamente el signo de la definitiva intervención de Dios para salvar a su  pueblo: "se levantará Miguel" y "entonces se salvará tu pueblo". Ahora, en cambio, Jesucristo anuncia que todo lo que pueda suceder es signo de que él  ha vencido, ha sido glorificado por su muerte, y la palabra de salvación que ha proclamado  "no pasará". Este es el mensaje del evangelio de hoy que tendríamos que saber transmitir. 

Más aún en este ciclo de Marcos, en que todo el interés del evangelista se ha centrado en  mostrarnos a Jesús como Buena Nueva definitiva para los hombres. En medio de la historia  de los hombres, en medio de todos los soles que se hagan tinieblas y de todas las estrellas  que caigan del cielo, está la imagen del Hijo del Hombre elevada sobre las nubes, que  reúne a sus elegidos de los cuatro vientos. Los reúne ahora, en esta misma generación, y  va a reunirlos un día definitivamente. Y la segunda lectura, la de la carta a los Hebreos, nos ayuda a comprender el sentido de  todo esto: Jesucristo, con su muerte, ha traído el perdón de Dios a los hombres y anuncia  que todos los enemigos de los hombres tienen que desaparecer. Precisamente, según la  imaginería de los relatos de la pasión, en el momento de la pasión de Jesucristo se produce  el fragor cósmico que anuncia el evangelio de hoy: y de aquella muerte, de la gran  desgracia que fue aquella muerte, surgió la luz definitiva de la resurrección, la liberación  definitiva de la esclavitud de los hombres, que se ha realizado ya ahora y que tiene que  realizarse definitivamente. En aquella muerte, la fe nos hace contemplar ya al "Hijo del  Hombre sobre las nubes", que empieza a reunir a sus elegidos. La llamada, por tanto, es ésta: a sentirnos ya ahora reunidos alrededor de Jesucristo  victorioso, esperando su venida definitiva.

El mensaje de la firmeza. Junto con el mensaje de la victoria, se nos transmite hoy el mensaje de la firmeza. Esta  tiene que ser la "consecuencia moral" que tenemos que extraer de las lecturas de hoy.

Del evangelio de hoy, efectivamente, no tenemos que sacar consecuencias  atemorizadoras sobre el fin del mundo (no es éste el sentido, como hemos visto ya). Ni  debemos tener ganas de encontrar ahora persecuciones a la fe o cosas semejantes a  nuestro alrededor (los problemas que puedan haber actualmente no pueden llamarse  persecuciones: más bien son necesaria purificación). Sino que tenemos que quedarnos, más bien, con la invitación a caminar según el  Evangelio, apoyados en la palabra salvadora de Jesucristo, sin pretender conocer días ni  horas (de los que, efectivamente, nadie sabe nada). Porque la llamada actual es la llamada  a la fidelidad sean cuales sean las circunstancias: como fueron llamados los primeros  cristianos a ser fieles en horas de persecución, también nosotros estamos llamados a la  fidelidad en nuestras horas actuales. Y la plenitud llegará, pero llegará cuando el Padre  quiera.