miércoles, 8 de enero de 2025

DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – C (12 de Enero de 2025)

 DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR – C (12 de Enero de 2025)

Proclamación del Santo evangelio según Sn Lc: 3, 15-16. 21-22:

3:15 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías,

3:16 él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

3:21 Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo

3:22 y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección". PALABRA DEL SEÑOR

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Quien cree y se bautice se salvara” (Mc 16,16). Tenemos que creer y entrar en sintonía con Dios y caer en la cuenta del amor enorme que nos tiene Dios (IJn 4,8). Por eso se hizo hombre (Jn 1,14) y "Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras"(1 Co 15, 3). Nuestra salvación procede de la iniciativa del amor de Dios hacia nosotros porque "Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2 Co 5, 19). Por eso, después de esta vida nos prepara otra maravillosa experiencia: “No se preocupen. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones… Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 14,1-3). O sea, Dios es el primero que quiere estar con nosotros; Él es Emmanuel (Is 7,14). Luego, quiere que estemos con El y dice: "Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré" (Mt 11,28). Para estar con Él requiere purificación y santificación. Dice Dios: “Yo soy el Señor, su Dios, y ustedes tienen que purificarse y santificarse, porque yo soy Santo” ( Lv 11,44). El bautismo purifica de todo tipo de pecados y así lo manifiesta a Nicodemo: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Porque, lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu” (Jn 3,5) ¿Cuándo nacemos en el espíritu? El día de nuestro bautismo. Porque, por el bautismo se nos abre la puerta del cielo, nos santificamos por el don del Espíritu Santo y somos hijos de Dios (Lc 3,21-22).

Con el bautismo del Señor terminamos y cerramos el tiempo de navidad. E iniciamos el tiempo ordinario. El bautismo, el primer sacramento que todo creyente debe recibir y no solo el bautismo, sino también los demás sacramentos.  ¿Qué finalidad tienen los sacramentos en la vida de un creyente? La finalidad es la de cumplir el mandato supremo de Dios: “Yo soy Yahveh, el que les ha sacado de la tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). Los sacramentos como el bautismo nos santifican. Y la santidad nos sirve para estar con Dios (salvación). El Hijo participa del bautismo para darnos a entender que el Padre y el Hijo, unidos en el Espíritu Santo es uno: “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy” (Lc 3,22);  “Este es mi hijo amado en quien me complazco; escúchenlo” (Mt 17,5). Son dos citas, afirmaciones del mismo Padre que interviene primero presentado a su hijo, segundo para que se le oiga porque Él es el evangelio. Tanto en el principio de su ministerio como en la parte final de su ministerio.

Dios impuso al hombre este mandamiento: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, morirás sin remedio" (Gn 2,16-17). Replicó la serpiente a la mujer: "De ninguna manera morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal. Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió” (Gn 3,4-6). “Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). San Pablo resume así: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rm 5,12). Como es de verse, Dios no se alegra del fracaso del hombre, sino que apuesta todo por el hombre para rescatarlo del pecado y como lo hace? Por su Hijo que instituye la Iglesia y el los sacramentos como medio de salvación.

En el domingo anterior hemos celebrado y meditado la actitud reverente de los reyes magos, quienes guiados por la luz de la estrella dieron con la casa, encontraron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,11). Es eso precisamente lo que hacemos en cada misa o el domingo que guiados por la luz de la fe, hallamos a Jesús en el altar cuando ante nuestros ojos toma carne (Jn 1,14). Y recordemos lo que el mismo Señor nos dice: “El que me envió está conmigo y nunca me ha dejado solo” (Jn 8,29). Y es más contundente aun al decir: “El que me ha visto, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Luego dice en la última cena: “Tomen y coman que esto es mi cuerpo, tomen y beban, este es el cáliz de mi sangre” (Lc. 22,19). Así, en cada santa misa caemos de rodillas y lo adoramos. Hoy celebramos otro gesto amoroso del Padre que nos envió a su Hijo al mundo por el amor que nos tiene (Jn 3,16) con el siguiente tenor:

1. En este domingo celebramos la coronación de la gloria del Hijo por parte del Padre: El Bautismo de Jesús. Y esta fiesta grandiosa cierra el ciclo de navidad, y por lo mismo abre el tiempo ordinario que seguirá hasta el inicio de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, que este año cae el día 05 de marzo. Recordemos que el tiempo ordinario es el tiempo más largo que abarca el ciclo litúrgico y tiene dos partes, la primera que es más corto: del lunes que sigue al domingo del bautismo del Señor hasta el miércoles de ceniza. Luego se hace un alto y la cuaresma nos prepara para la semana santa, después del tiempo de pascua, retomaremos el tiempo ordinario hasta el domingo XXXIV en que celebraremos la fiesta de Jesucristo rey del universo.

2.- “Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Jn 1,9). El Bautismo del Señor, no es un episodio fortuito en la cadena de su vida porque Dios no hace nada de improviso. El Bautismo es un acontecimiento que parte la vida de Jesús en dos: la vida oculta (Infancia) y la vida pública del Señor. De aquí arranca definitivamente esa trayectoria que describen los Evangelios como la vida del Salvador. Del bautismo irá al desierto (Mc 1,12-13); del desierto a la predicación itinerante por sinagogas y aldeas. La predicación de Jesús crea una comunidad, la comunidad de discípulos (Mc 3,13), que es la comunidad mesiánica del Reino, y en esta comunidad están los Doce elegidos, los Apóstoles. El final fue la Cruz (Mc 10,33) y la Resurrección (Lc 24,6), y de la Resurrección de Jesús esa comunidad de discípulos suyos, que somos sus testigos en el mundo (Mc 16,15-16). Todo arrancó de aquel momento en que Jesús, por decisión propia inició su camino con una Bautismo. Jesús pidió a Juan que lo bautizara: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo". Y Juan se lo permitió” (Mt 3,15).

3. Jesús dijo. “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 6,38).  Según ello, el Bautismo de Jesús está dentro de la vocación de Jesús y es el acto inicial de su misión. El Evangelio de hoy enlaza el bautismo de Jesús con la predicación de Juan: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle al correa de sus sandalias. Yo les bautizado con agua, pero él les bautizará con Espíritu Santo” (Jn 1,8). Jesús va a bautizar con Espíritu Santo. Nadie había bautizado con Espíritu Santo. Y Juan tampoco. Juan reconoce que empieza la hora definitiva de Dios. En esta hora de Dios, se rasgan (abre) los cielos. Vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma (Mc 1,10).

4. Entonces se “oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). El Bautismo es la primera teofanía que acontece en la misión de Jesús. Hoy se abre el cielo. Se están cumpliendo aquello que pedía el profeta: “¡Ojalá rasgases los cielos y descendieses!” (Is 63.19). San Marcos, el evangelista que nos da el testimonio más antiguo, nos dice que en aquella experiencia – que ninguno de nosotros podrá ni comprender ni explicar – vio y oyó. Todo su ser, que había bajado a lo profundo del pecado del hombre, solidarizándose con él, al subir del agua, entró en trance: vio y escuchó (Mc 1,10). ¿Qué es lo que vio? Vio que el Espíritu baja sobre él en forma de paloma; era alguien real ante sus ojos. Y escuchó. No hablaba la Paloma, sino aquel que enviaba a la Paloma: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). Cuando Jesús oye la palabra “Tu eres mi Hijo” lo oye del Padre y es la conformación de lo que el ángel había dicho a la virgen María: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Por otro lado fíjense que el Dios lejano que pregonaban los profetas en el A.T. se nos ha manifestado como “Padre”. Es decir en el Hijo hecha carne (Jn 1,14), Dios se nos ha acercado lo más que puede como “Papá” en el Hijo único. San Pablo lo describe así: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es decir, ¡Padre!” (Gal 4,4-6).

5. “Apenas salió del agua, vio que se abrió el cielo y al Espíritu Santo que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,10-11). Sin duda, estamos ante el misterio insondable de la Trinidad vivido por Jesús como constitutivo de su ser: Él era el Hijo. El Padre le hablaba. El Espíritu le invadía. ¿Qué le decía el Padre?  En ti me complazco. Al final de su misión, Jesús nos dejará esta tarea: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles (Evangelio) a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Por otro lado resaltamos que Jesús no era un pecador: “Él fue probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4,15).  El Bautismo se administraba en relación con el pecado. Pero Jesús no era un pecador, como yo lo siento de mí mismo. Jesús había nacido de la santidad de Dios (Lc1,35), y era capaz de transmitir el Espíritu de Dios que él mismo recibía del Padre.

6. El misterio del bautismo de Jesús (Mc 1,9) es la primera forma en que se revela el misterio de la Trinidad que ha de culminar en la resurrección de Jesús (Mt 28,6). Desde ahora ya no se podrá ver  a Jesús sino como el consagrado por Dios para la misión divina del Reino (Jn 6,38). Por eso es impresionante la frase siguiente que escribe el evangelista para iniciar la vida de Jesús. Dice. “A continuación, el Espíritu lo empujó al desierto” (Mc 1, 12). Jesús lleva dentro una fuerza divina que no le ha de abandonar en ningún instante de su vida. Jesús no podrá hacer nada que no esté inspirado por el Espíritu, que no esté en obediencia amorosa a la voluntad del Padre. Lo que ocurre en el bautismo es la revelación total de su persona: El Hijo con el Padre y el Padre con el Hijo (Jn 10,30), unidos en el Espíritu.

7. Los judíos preguntaron a Jesús: ¿Quién eres tú? (Jn 8,25). ¿Quién es realmente Jesús, Jesús infante, que lo acabamos de contemplar en su nacimiento, Jesús niño, Jesús joven, Jesús adulto…? “Jesús, al empezar, tenía unos treinta años” (Lc 3,23), escribirá Lucas justamente cuando acaba de narrar el Bautismo. Anterior al bautismo solo se menciona en una oportunidad: Discutiendo con los maestros en la sinagoga, y cuando fue hallado su madre le dijo: “Hijo porque nos tratas así, yo y tu padre te buscamos angustiados. Jesús respondió: ¿No sabían que debían ocuparme de los asuntos de mi Padre? (Lc 2,49). En el bautismo, a los treinta años una persona ya ha dado la orientación definitiva de su vida. ¿Quién puede aclararnos el silencia de esta vida que se hunde en la intimidad de Dios? Justamente acabamos de pronunciar la palabra clave, a intimidad con Dios. De aquellos treinta años de silencio apenas emerge un episodio: “En los asuntos de mi Padre”(Lc 2,49). La figura de Jesús es esta: el que vive dedicado en los asuntos de Dios. De él no sabemos nada sino esto: que vivía con Dios (Jn 10,30). Precisamente esa vida con Dios es la que le lleva al Bautismo. Jesús quiere estar donde nosotros, en las raíces de nuestro ser, allí donde bulle nuestro pecado, del cual él nos ha liberado (Jn 10,17).

8. Y finalmente hemos de preguntarnos: ¿Si soy bautizado, qué hago de mi bautismo, vivo como consagrado a Dios? El señor nos dice: “El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3,5-8). El bautizado debe tener esta meta que muy bien lo resumen San Pablo: “Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,29-20). Porque: “Todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (Gal 3,27-28). “Ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador” (Col 3,9-10). “Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto” (I Cor 13,10). Ahora bien, “Si Dios está con nosotros y nosotros somos de Dios por el bautismo, ¿quién estará contra nosotros? (Rm 8,31).

domingo, 29 de diciembre de 2024

DOMINGO DE EPIFANÍA DEL SEÑOR - C (05 de Enero del 2025)

 DOMINGO DE EPIFANÍA DEL SEÑOR - C (05 de Enero del 2025)

Proclamación del santo Evangelio de San Mateo 2,1-12:

2:1 Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén

2:2 y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo».

2:3 Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén.

2:4 Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías.

2:5 «En Belén de Judea, –le respondieron–, porque así está escrito por el Profeta:

2:6 "Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel"».

2:7 Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella,

2:8 los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».

2:9 Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.

2:10 Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría,

2:11 y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra.

2:12 Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien. 

En sus reflexiones sobre Mateo 2,1-12 llegaron a la misma conclusión: los sabios de Oriente representaban a las naciones del mundo. Ellos fueron los primeros frutos de las naciones gentiles que vinieron a rendir homenaje al Señor. Ellos simbolizaban la vocación de todos los hombres a la única Iglesia de Cristo. Con esta interpretación de epifanía, la fiesta toma un carácter más universal. Amplía nuestro campo de visión, abre nuevos horizontes. Dios deja de manifestarse sólo a una raza, a un pueblo privilegiado, y se da a conocer a todo el mundo. La buena nueva de la salvación es comunicada a todos los hombres. El pueblo de Dios se compone ahora de hombres y mujeres de toda tribu, nación y lengua. La raza humana forma una sola familia, pues el amor de Dios abraza a todos.

Este es el misterio que consideramos, tal vez, como evidente, pero que fue fuente permanente de admiración para san Pablo. En la segunda lectura de la misa (Ef 3,2-6) habla de este misterio, oculto desde generaciones pasadas, pero revelado ahora a través del Espíritu, "que los paganos comparten ahora la misma herencia, que forman parte del mismo cuerpo y que se les ha hecho la misma promesa, en Cristo Jesús, a través del evangelio". Recordemos que también nosotros hemos sido "gentiles". Como san Pedro recordaba a sus conversos paganos: "Los que en un tiempo no eran pueblo de Dios, ahora han venido a ser pueblo suyo, han conseguido misericordia los que en otro tiempo estaban excluidos de ella" (1 Pe 2,10).

Los reyes magos que gran anuncio, que buena noticia que hicieron entre los propios que no sabían lo que había pasado: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt 2,2). Esta gran noticia suscita dos actitudes: Búsqueda guiados por la luz de la estrella (Mt 2,9), y búsqueda guiada por el egoísmo (Mt. 2,8). En una predomina la fe (Lc 17,5) y en la otra predomina la razón (Mt 16,23).

“Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único,  que está en el seno del Padre” (Jn 1,8). El Niño recién nacido apenas puede ver a su Madre, pero ya ha visto a Dios. Cuando Dios quiere ver al hombre mira a su Hijo. Es que Dios se hace visible a través de lo humano: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí, quien me ve, ve a quien me envió (Jn 14,9). María y José lo vieron a través de un Niño. Los Magos lo vieron a través del Rey de los judíos (Mt 2,2) el Niño en un pesebre. A Dios le gusta verse en el espejo que es el hombre. Por esta razón le dio el título de ser su Imagen y semejanza (Gn 1,26).

Hoy es la fiesta de la Epifanía que significa a manifestación de Dios al mundo entero (Dios hecho Niño que en este día revela la universalidad de Dios, la universalidad de la fe) y no fiesta de Reyes, porque no es dable que los reyes suplanten el poder Dios quien por su luz de la estrella guía los reyes (Mt 2,9) Y por tanto los reyes sin la luz de la estrella nunca podrían hallar al Niño. Los Santos Reyes no son sino un signo, pero el verdadero significado de la fiesta se la da el Niño Jesús, que desde su cuna en el pesebre abre a Dios a todos los pueblos, a todas las razas y a todos los hombres.

HEMOS VISTO SALIR SU ESTRELLA: Estamos celebrando la fiesta de la Epifanía o manifestación del Señor, que viene a ser la otra cara de la Navidad. Lo singular de nuestra fe cristiana es siempre este doble aspecto, esta doble y complementaria visión de la Navidad y de la vida. Aparentemente todo ocurre con absoluta normalidad: una mujer en avanzado estado de embarazo da a luz un nińo.

¿Hay algo más normal y natural? Pero, de otra parte, por la fe reconocemos en ese niño, hijo de María, al Hijo de Dios. La fe es la estrella que a nosotros, como ayer a los magos, nos ha conducido a ver a Dios en el niño que ha nacido en Belén.

La fe, sin embargo, no es ciega, es luz y claridad. No es, con todo, un posicionamiento, como una ideología, sino una actitud de búsqueda, de abandono de situaciones, de peregrinación y camino.

Tampoco esta búsqueda lo es a tientas y a ciegas, no es una salida a la desesperada. Hay siempre un indicio, una estrella que marca el camino. Unos magos procedentes de Oriente, que no reyes, sino hombres curiosos y dados al estudio de los astros, se sorprenden ante la presencia de una estrella nueva, y sin pensarlo dos veces, se ponen en camino. Tienen que salir de su patria, abandonar su casa y sus comodidades y rutina, tienen que prescindir de sus propios prejuicios y dejarse guiar, emprendiendo la aventura de la fe: ¿Dónde está el nacido rey de los judíos? Esa es su pregunta y su inquietud, porque han visto su estrella, han visto una señal, un indicio... y han creído.

Todos nosotros nos hemos dejado sorprender por una estrella en la vida. En los acontecimientos ordinarios, nunca pasa nada o en momentos extraordinarios, en casa o en la escuela, en el trabajo o en el negocio, en el ocio o en el descanso, en el campo o en la ciudad... hemos visto la estrella, hemos tropezado con una pregunta, nos hemos cuestionado por la vida o por la muerte. Y hemos descubierto la señal. Aparentemente todo era normal, corriente, irrelevante, si quieren; pero hemos visto algo y nos hemos dejado cuestionar donde muchos pasan de largo, sin ver y sin mirar.

VIERON AL NIŃO, CON MARÍA SU MADRE: Conducidos por la estrella llegaron a Jesús. Vieron lo que cualquiera podría ver: un niño recién nacido en brazos de su madre. Pero adivinaron lo que muchos no quisieron o no pudieron, porque tenían miedo que fuera verdad. En el niño en brazos de su madre se detuvo la estrella que les guiaba. Veían al niño, pero creyeron que era el rey de los judíos. Por eso le adoraron como a Dios. Y ése es el gran misterio, que hoy festejamos con gozo. Muchos quieren ver a Dios para creer. Muchos piden señales, pruebas, hechos contundentes. Pero no se atreven a descubrir a Dios en un niño, en su prójimo, en el hombre. Y así no encontramos a Dios, porque no buscamos a Dios, sino que buscamos un ídolo que se ajuste a la imagen de nuestros prejuicios. No entendemos que Dios es más que todos nuestras ideas sobre Dios y que la única imagen de Dios auténtica es el hombre, hecho a su imagen y semejanza.

Navidad y epifanía son las dos caras de esta revelación singular: Dios se ha hecho hombre, no una idea abstracta, sino un hombre de carne y hueso, un niño, uno como nosotros. El único camino que conduce inequívocamente hacia Dios es el otro, el hombre, el hermano. Cualquier rodeo por evitar al prójimo no lleva a Dios, sino a los ídolos, a nuestros prejuicios sobre Dios.

Los magos, que habían abandonado todo, encuentran todo cuanto buscaban en el niño en brazos de su madre. Se postran en su presencia y le abren su corazón y sus tesoros. Guiados por una estrella, han recorrido el camino de la fe, que es apertura y no cerrazón, es generosidad y no egoísmo, es encuentro y no ensimismamiento: es en definitiva, amor.

SE MARCHARON POR OTRO CAMINO CAMINO: La demostración de la fe es la conversión. No es posible creer y vivir como si tal cosa. La fe misma es ya una conversión radical, pues nos cambia desde la raíz, de nuestra mentalidad. Por eso se manifiesta enseguida en las obras, en la conducta y en el talante. El que cree en Dios no puede vivir como si Dios no existiera o como si Dios fuera un superman o un remedio para todo a nuestra disposición y conveniencia. Y el que cree en la paternidad de Dios, no puede vivir como si los demás no fuesen hermanos. Creer, más que un asentimiento a verdades formuladas en abstracto, es una forma de vivir. Y no hay forma de vivir sin alguna fe, aunque no sea precisamente religiosa. Quien no cree en Dios, cree en otra cosa como si fuese Dios, convierte en ídolo un sucedáneo, al que absolutiza y consagra su vida. El evangelista, como quien no dice nada, subraya ese cambio de ruta en el camino de los magos, que se vuelven por otro camino.

No vuelven, pues, a las andadas. Y aunque es de suponer que regresan a su tierra y a su casa, no va a resultar nada igual. No podrían vivir como si el viaje a Belén hubiera sido una ruta turística. El camino les ha cambiado. Por eso cambian de camino, aunque parezca que siguen igual. La aventura de la fe inventa siempre nuevos caminos, porque va de sorpresa en sorpresa, de estrella en estrella, de pregunta en pregunta, siempre preguntando, buscando siempre. Por eso los que se las saben todas se quedan sin saber de la misa la mitad, porque han perdido la capacidad de sorprenderse, de preguntar, de buscar. Y así ya no pueden encontrar nada más. Pierden el tiempo y la vida.

La fiesta de la Epifanía del Señor supone para nosotros el reconocimiento del Señor. No basta que Dios se nos manifieste, es preciso que sepamos verlo donde se manifiesta: en un niño, en la pobreza, en la debilidad, en la inocencia, en el hijo de la mujer, en el hijo del carpintero. Y ese encuentro con Dios requiere de nosotros un cambio profundo. Si somos creyentes, no podemos seguir disimulando nuestra fe. Si creemos en la encarnación del Hijo de Dios, no tenemos por qué andar buscando a Dios donde a buen seguro no está. Y Dios no está en nuestros prejuicios, en nuestros intereses, en nuestro lado ni al lado de los poderosos, sino al lado del débil, de los pobres, del otro.

Para encontrar a Dios, como los magos, tenemos que dejarnos conducir por la estrella, salir de nosotros mismos,para ir al encuentro de los otros, de todos los otros. Si nos decidiéramos a amar al prójimo como a nosotros mismos, no nos resultaría tan difícil creer en Dios. Pero, mientras tengamos vueltos los ojos y el corazón hacia nosotros mismos, ni podemos ver al prójimo ni podremos descubrir a Dios en un niño en brazos de su madre.

martes, 24 de diciembre de 2024

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA - C (29 de Diciembre del 2024)

 DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA - C (29 de Diciembre del 2024)

Proclamamos el Evangelio según San Lucas Capítulo 2,41-52:

2:41 Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.

2:42 Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre,

2:43 y acababa la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.

2:44 Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.

42:5 Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.

2:46 Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.

2:47 Y todos los que los oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.

2:48 Al ver, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados».

2:49 Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?».

2:50 Ellos no entendieron lo que les decía.

2:51 El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.

2:52 Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia, delante de Dios y de los hombres. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien.

"¿Cómo saber si tal palabra pronunciada viene del Señor?". Si lo que el profeta dice en nombre del Señor no se cumple y queda sin efecto, quiere decir que el Señor no ha dicho esa palabra” (Dt 18,21-22). “El Señor mismo les dará un señal. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel” (Is 7,14; Mt 1, 23). Isabel dijo a María; “Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Dichosa tu por haber creído porque se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor" (Lc 1, 44-45). “La Palabra de Dios se hizo carne y habito entre nosotros” (Jn 1,14). Simeón, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos" (Lc 2, 34-35). Jesús comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido estas profecías de la Escritura que acaban de oír" (Lc 4,21). Es decir, en Jesús se cumplen todas las profecías. Por lo tanto todo lo que dice Jesús es en verdad la Palabra de Dios hecha carne y que, acampo entre nosotros (Jn 1,14).

En el centro del relato está la sagrada familia esta es Buena Noticia: “El Ángel anunció a los pastores: “Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,11-12). Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: "Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido, lo que el Señor nos ha anunciado" (Lc 2,15). Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre” (Lc 2,16).

Fue querer de Dios Padre, (I divina persona) quien en su libertad quiso que su Hijo, Jesús (II Divina persona) viniera al mundo para “que el mundo se salve por él” (Jn 3,17) y quiso que viniera de una familia: San José y la Virgen María (Lc 2,16).

“Una familia divida no puede subsistir”(Mc 3,25). Quiere decir que una familia unida si subsiste y progresa. ¿Cómo tener unida nuestra familia? “El amor une y el odios divide” (Prov 10,12). “Nadie ha visto nunca a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” ( I Jn 4,12). La estrategia para mantener unida a la familia es vivir en el amor.

Han oído decir que "la familia es sagrada". ¿Qué sentido tiene esta expresión en nuestra familia? Puede significar que la familia ha sido constituida por Dios y que su estructura esencial no debe ser alterada por “la libertad de los hombres”. Ahora bien, al decir que la familia es sagrada, lo mismo que cuando calificamos de sagrada a la autoridad o a la propiedad privada, parece como si lo sancionado por Dios fuera precisamente la estructura concreta de nuestras familias burguesas, nuestro modo de abusar de la propiedad y de ejercer la autoridad. De esta manera, si por otra parte hacemos de la familia la célula y prototipo de la sociedad, estaríamos utilizando la religión para mantener en paz nuestro sistema establecido.

Jesus supo ordenar su vida en Nazaret dentro del marco abierto por la institución familiar y vivió sometido por la obediencia a José y a María. Él no vino a destruir la ley, sino a cumplirla. Y criticó severamente a los fariseos que no honraban a sus padres (Mt 15. 3-7). Pero por encima de todos los vínculos de la sangre, JC colocó siempre la voluntad del Padre, y por encima de la familia humana, la Familia de Dios que se funda en la fe: "Alguien le dijo: `¡Oye!, ahí fuera está tu madre y tus hermanos que desean hablarte`, más él respondió al que se lo decía: `¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?`, y extendiendo la mano hacia sus discípulos dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,47-50).

Así pues, la familia humana no es tan "sagrada" que pueda ser un obstáculo para la comunidad más amplia de los hijos de Dios. Y en otra ocasión dice también el Señor: "No pensen que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y sus propios familiares serán los enemigos de cada cual. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10,34-37).

En cambio, JC supo restablecer la familia a su primitiva dignidad e incluso elevar el matrimonio a la categoría de sacramento. La familia sí puede ser sagrada y lo es siempre que no se opone a la comunidad de los hijos de Dios. Pasa a ser, sobre la base de una vocación y de una libertad, como una pequeña Iglesia. Entonces se intensifican los vínculos naturales y en el seno de la familia se desarrolla una convivencia sobrenatural mucho más profunda. La familia cristiana, como pequeña Iglesia, no puede ya vivir solamente bajo las normas de una moral natural, sino que ha de regirse por el Evangelio e incluso puede y debe ordenar toda su vida como verdadero culto de acción de gracias a Dios Padre por medio de JC.

Hoy, en la familia hay problemas. En el Evangelio vemos que incluso en la Sagrada Familia no todo va bien: hay problemas inesperados, carencias, angustias, sufrimientos. No existe la Sagrada Familia de las estampitas.

María y José: No hallaron alojamiento en Belén (Lc 2,7); Herodes busca al niño para matarlo (Mt 2,13); De noche huyen para Egipto (M 2,14); María y José pierden al niño en Julen y lo buscan angustiados, luego lo encuentran después de tres días. Y cuando, sentado entre los maestros del Templo, responde que debe atender los asuntos de su Padre, no lo entienden (Lc 2,43).  Necesitan tiempo para aprender a conocer a su hijo. Así es también la realidad de nuestra familia.

A cada día, en la familia, hay que aprender a escucharnos y comprendernos, a caminar juntos, a afrontar los conflictos y las dificultades. Es el reto diario, y se gana con la actitud adecuada, con pequeñas atenciones, con gestos sencillos, cuidando los detalles de nuestras relaciones. Por algo se nos dice en el IV mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre” (Ex 20,12)¡Cuántas veces, por desgracia, nacen conflictos dentro de las paredes del hogar como resultado de silencios demasiado largos y egoísmos no curados! a veces por cosas insignificantes o solo por las correcciones que se hacen para bien de los hijos.  Esto rompe la armonía y mata a la familia y ojala fuera por cosas grandes.

Pasemos del “yo” al “tú” y un lenguaje proactivo. Lo que debe importar más en la familia es el “tú y el nos…”. Y cada día, por favor, recen un poco juntos, si pueden hacer el esfuerzo, para pedir a Dios el don de la paz en familia. ¡Y comprometámonos todos ―padres, hijos, Iglesia, sociedad civil― a apoyar, defender y proteger la familia que es nuestro tesoro! Que la Virgen María, esposa de José y madre de Jesús, proteja a nuestras familias. Dejémonos encontrar por alguien que viene en nuestra búsqueda y abramos nuestros hogares al querer de Dios: “Hagan lo que Él los diga” ( Jn 2,3).

Sabemos que, es difícil, más que nunca la educación de los hijos, pero hay que predicar con el ejemplo (Mt 12,33,). Es una tarea hermosa, pero de una gran responsabilidad. Ante todo, los padres son los primeros educadores de sus hijos y deben ir con el ejemplo por delante. Es muy importante transmitir valores positivos. Esto lo que nos dice esta reflexión: Los niños aprenden lo que viven. Si los niños viven con crítica, aprenden a condenar. Si los niños viven con hostilidad, aprenden a pelear. Si los niños viven con miedo, aprenden a ser aprensivos. Pero, si los niños viven en un hogar lleno de ternura, amor, estímulo, aprenden a ser amoroso, tiernos llenos de confianza. Y más aún, si los niños tienen padres que viven en honestidad, sinceridad, respeto, transparencia, justicia entonces los niños aprenden serán sinceros, transparentes y justos.

La Estrategia para ser feliz de una familia es sin duda la educación en el amor: En la enseñanza central de Jesús esta precisamente el tema del amor cuando nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como les he amado, en esto les reconocerán que son mis discípulos en que Uds saben amarse unos a otros como yo les ame” (Jn 13,34), o aquella reiteración: “Si me aman guardaran mis mandamientos como yo he guardado los mandamientos de mi padre y permanezco en su amor” (Jn 15,10). Pero con un acento especial nos enseña del amor sin medida: “Amen a sus enemigos y recen por quienes les persiguen, así serán hijos de su Padre Celestial, porque si amas a quien te ama que  merito tienes, eso también hacen los que no conocen a Dios” (Mt 5,44-45), San Pablo agrega y dice: “Todo lo que hagan, háganlo por amor” (I Cor 16,14).

“Si ustedes tienen que sufrir es para su corrección; porque Dios los trata como a hijos, y ¿hay algún hijo que no recibe la corrección de su padre? … Porque nuestros padres sólo nos corrigen por un breve tiempo y de acuerdo con su criterio. Dios, en cambio, nos corrige para nuestro bien, a fin de comunicarnos su santidad. Es verdad que toda corrección, en el momento de recibirla, es motivo de tristeza y no de alegría; pero más tarde, produce frutos de paz y de justicia en los que han sido adiestrados por ella”  (Heb 12,1-11).

lunes, 16 de diciembre de 2024

DOMINGO IV DE ADVIENTO – C (22 de Diciembre de 2024)

 DOMINGO IV DE ADVIENTO – C (22 de Diciembre de 2024)

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1,39-45.

1:39 En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

1:40 Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.

1:41 Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,

1:42 exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!

1:43 ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?

1:44 Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.

1:45 Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El profeta Miqueas es el que nos ha señalado ya con el dedo al pueblo de Belén y nos ha anunciado que Dios viene de ahí a  traer paz y liberación (Miq 5,1). Nos disponemos, por tanto, a recibir al Salvador.

Como nos ha hecho orar el salmo: "Restáuranos, que brille tu rostro y nos salve" (Slm 79). La  Navidad ya está cerca y debemos preparar nuestros ánimos a celebrarla con gozo y en  profundidad (Sof 3,15).

En el evangelio, el episodio de la encarnación (revelación de la vocación de la Virgen), se une inmediatamente con la visitación (conciencia de la misión). La Virgen no se entretiene en complacerse en lo que le ha sucedido. Se pone de pie inmediatamente, dispuesta a compartir.

Después de dejarse encontrar por Dios, va a buscar a alguien. Su "llamada" es tal que no la deja cerrada en casa, sino que la pone en camino. La partida es la consecuencia lógica de la obediencia. "María se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad...(Lc 1,39)".

Esta imagen de la Virgen que camina aprisa por vericuetos me ha fascinado siempre. Esos pasos expresan conocimiento, decisión, coraje, alegría de un anuncio. Lleva dentro de sí un misterio. Un misterio consumado en la profundidad de su ser. Y que ahora se celebra en los caminos y entre los hombres. Dentro de poco el silencio estallará en canto. Y la Palabra se hará fuerza perturbadora. Ella ha respondido a las esperanzas de Dios. Ahora está dispuesta a responder a las esperanzas de los hombres, (Rm 5,19).

El acontecimiento que se ha verificado dentro de ella, se hace mensaje, noticia que se difunde. Dios se ha hecho Emmanuel, o sea el "Dios con nosotros" (Is 7,14), porque aquella muchacha ha querido estar presente en el encuentro con él (el encuentro es, precisamente, disponibilidad para estar con...). Dios vuelve a decir sí al mundo, porque María ha salvado tantas negativas con su sí decisivo. Por eso camina de prisa. Su paso no es ciertamente el de quien sigue un entierro. Es el paso de quien anuncia el nacimiento de los "tiempos nuevos". Y ella no es espectadora, sino protagonista junto con el Espíritu. Ella es de verdad la que "atisba la aurora". Quisiera decir más: “Ella dio a luz” (Lc 2,7).

Gracias a los pasos de la Virgen, Jesús está en camino, antes aún de nacer, por los caminos del mundo. Gracias a María, que afronta un sendero intransitable, Cristo acude a donde hay una necesidad, va hacia los hombres. Dentro de poco, veremos en los evangelios a un Cristo continuamente en movimiento, "itinerante". Pero no olvidemos que Cristo ha comenzado a ser itinerante ya en el seno de su madre que hace saltar de gozo a  Juan Bautista en el seno de su madre Isabel (Lc. 1,41).

"¡Feliz de ti que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). Isabel inventa la bienaventuranza más adaptada a su huésped. Capta la verdadera grandeza de María. La Virgen es la que ha creído. O sea, se ha adherido a otro, se ha fiado de otro, se ha dejado llevar por otro. No ha aceptado un elenco de proposiciones, una serie de verdades, una doctrina. Se ha aferrado a una palabra, una palabra desnuda, despojada, que no le ha suministrado seguridades, no ha exhibido pruebas convincentes, pero le ha puesto en camino, la ha lanzado a lo largo de un itinerario impensado, y todavía por descubrir, le ha abierto lo imprevisible. María ha creído "las cosas que le fueron dichas de parte del Señor y todo eso se cumplirá".

Fe: Tener fe, en el fondo, significa que Dios mantiene la palabra. La Virgen no es una criatura que sabe, sino una criatura que cree. No se siente a salvo, equipada de garantías. Se fía, no pide informaciones. No posee, por anticipado, las respuestas a todos los interrogantes. Apuesta, más bien, por Dios que no defrauda cuando una persona desmonta las propias defensas, se entrega totalmente a él cuando sin más exclama y dice: “Eh aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38).  Sí, a la fe. Es sólo la fe la que puede traer a Dios a un mundo que parece haberlo excluido. El cristiano, gracias a la fe, debe ser, como la Virgen, "hombre de fe", esto es, portador de Dios en el mundo porque en ella prima el hambre de su palabra: “Dice Dios que, enviaré hambre sobre el mundo no hambre de pan, ni sed de agua, sino de escuchar la palabra del Señor” (Am 8,11).

EL SEÑOR VIENE A ENTREGARSE POR NOSOTROS Y APLACAR LA SED DEL HOMBRE Jn 4,14): Desde su encarnación, Jesús viene con esta actitud de entrega total: "aquí  estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad" (Jn 4,34). Con la ofrenda de su Cuerpo, allá en la perspectiva  de la Cruz, presente ya desde este primer momento, Jesús nos va a salvar (Jn 3,16).

Está bien que ya desde Navidad pensemos en Pascua. Ese Niño que nace en Belén, y  que nos va a dar motivos entrañables de meditación y gozo, es el mismo que luego se  entregará por la salvación de la humanidad: ha venido a eso, ésta es su vocación  mesiánica. No ofrecerá dones o sacrificios de animales, sino su propia sangre-vida, su persona (Jn 10,11). 

Prestar cosas, hacer regalos, es relativamente fácil. Darse a sí mismo, con disponibilidad  absoluta, es la gran lección que Jesús nos enseña desde el primer momento hasta el último  de su existencia. El Jesús que nace es el Jesús-Mesías, el Enviado de Dios, que "ha  visitado y redimido a su pueblo", sobre todo en su Pascua. Por eso, como cada vez que  celebramos la Eucaristía, también la de la Navidad tendrá como punto de mira la Pascua: la  Eucaristía es el memorial, la celebración sacramental de la Muerte salvadora de Cristo en la  Cruz. Está bien que, al menos uno de los tres años del ciclo de Adviento y Navidad, nos  haga recordar que entre esta fiesta que preparamos y la de Pascua hay una relación  estrechísima.

LA MEJOR DISCÍPULA DE JESÚS ES SU MADRE: Cada año, este cuarto domingo de Adviento parece como si fuera una fiesta de la Virgen.  La madre del Mesías nos prepara a recibirle con fe y profundidad. El color mariano podría tener una concreción ya en algún canto, y también "estrenando"  hoy el prefacio III de Adviento, que tiene por título "María, nueva Eva". En él aparece María  como una síntesis de todos los justos del AT que esperaron al Mesías, la verdadera "hija de  Sión", la Madre del que ha traído a la humanidad la paz y la salvación y ha abierto caminos  de vida, al contrario de Eva.

a) La primera lección que María da a los cristianos para esta Navidad es la de la fe  mesiánica: ella creyó a Dios y acogió a su Enviado en su seno con entrañable amor de  Madre. Su prima le dirá "dichosa tú, que has creído". Ya parece el anuncio de otras  "bienaventuranzas" que en el Evangelio, y por boca del mismo Jesús, se dirán de ella: su  actitud mejor es la de haber oído la Palabra de Dios y haberla creído al decir: “Hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1,38).

b) Este año, con el evangelio concreto de la Visitación (cada año es distinta la "escena  mariana" de este domingo), se pone de manifiesto también la disponibilidad de la Virgen, su  entrega por los demás. En lo que también se muestra discípula aprovechada en la escuela  de su Hijo. Llena de la presencia mesiánica, corre a ayudar a su prima: encuentra tiempo,  sale de su programa y de su horario, recorre distancias y va a pasar unos meses con ella.  No es egoísta. No se encierra en sí misma a rumiar gozosamente su alegría.

¿No es exactamente la actitud de Cristo, que viene a entregarse por los demás? ¿No es  también la actitud que se espera de un cristiano y de la comunidad entera: que no sólo  crezca en su fe cara a Cristo, sino que esta fe se traduzca en una caridad de entrega por los  más necesitados de nuestra ayuda? Precisamente porque Ella (y nosotros) ha  experimentado la cercanía y el favor de Dios, (en la Navidad tenemos una experiencia  todavía más intensa de este don), aprendemos de Ella a "visitar" a los demás llevando la alegría de la buena noticia.

c) María aparece en esta escena, y a lo largo de estas fechas que se acercan, como  portadora de Dios a los demás. El Mesías está ya en su seno y ella es la "evangelizadora",  la portadora de la buena noticia de la salvación y que más tarde nos dirá: “Vengan, acérquense y hagan lo que Él los diga” ( Jn 2,3). Esta es la misión de la Iglesia y de cada cristiano en su ambiente: llevar a Cristo, anunciar  la noticia palpitante -hecha testimonio de vida en nosotros- de que Dios es el  Dios-con-nosotros. Esta faceta "misionera" de María completa y traduce en vida su  entrañable fe mesiánica. Si nosotros celebramos al Dios que nace en Navidad, es para  "darlo" también a los demás: a los hijos, a los padres, a los hermanos, a la sociedad que nos  rodea, a la comunidad religiosa a la que pertenecemos.

María, símbolo de una Iglesia que quiere ser apóstol y testigo de Cristo en el mundo de  hoy. Celebramos que Dios es el Dios-con-nosotros. Y la consecuencia es doble: nosotros queremos estar-con-Dios, pero también nosotros-con-los-demás. Porque Dios quiere estar con-nosotros.

domingo, 8 de diciembre de 2024

DOMINGO III DE ADVIENTO – C (15 de Diciembre de 2024)

 DOMINGO III DE ADVIENTO – C (15 de Diciembre de 2024)

Proclamación del Santo evangelio según San Luca 3,10-18:

3:10 La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?"

3:11 Él les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto".

3:12 Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?"

3:13 Él les respondió: "No exijan más de lo estipulado".

3:14 A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?" Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo".

3:15 Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías,

3:16 él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

3:17 Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible".

3:18 Y por medio de muchas otras exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

En el inicio del tiempo de adviento se nos decía: “Estén vigilantes y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir" (Lc 21,36). El domingo anterior el mensaje termino diciendo: “Todos los hombres verán la Salvación de Dios” (Lc 3,6). Hoy la pregunta es: “Entonces ¿Qué debemos hacer entonces?" (Lc 3,10). Pero la pregunta concreta seria: ¿Qué debo hacer para heredar la salvación eterna y que suscite gozo y alegría?” (Lc 18,18). Y las respuestas ya están dadas: Estén vigilantes y oren incesantemente. Una voz grita en el desierto de nuestras conciencia: “Preparen el camino del Señor, conviertan sus senderos” (Lc 3,4). "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto con el hambriento" (Lc 3,11).

Estamos ya celebrando el tercer domingo de Adviento tiene un nombre específico: Domingo de Gaudete. Recibe ese nombre por la primera palabra en latín de la antífona de entrada, que dice: Gaudéte in Domino semper: íterum dico, gaudéte. (Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres). La antífona está tomada de la carta paulina a los filipenses ( Flp. 4, 4), que sigue diciendo Dominus prope este (el Señor está cerca). En este tercer domingo, que marca la mitad del Adviento, la llegada del Señor se ve cercana. Cuando nos acercamos a la celebración del Nacimiento de Jesús, la palabra de Dios nos recuerda cómo las profecías han sido ya cumplidas; que estamos en lo que los teólogos llaman el "ya, pero todavía no". Que las tinieblas se disipan y avizora una tenue luz porque: “La Palabra se hizo carne y acampo entre nosotros” (Jn 1,14).

En este contexto apremia la necesidad de ¿Qué tenemos que hacer?: una sincera conversión, tema de este domingo. Otro relato paralelo a Lucas está en Mateo: “La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro de Juan Bautista, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,5-10).

¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10-14): Después que Juan termina su predicación llamando a la conversión (Lc 3,7-9), la gente reacciona positivamente pidiendo pistas concretas para hacer el camino de conversión significado en el bautismo.

En su predicación inicial Juan Bautista le había dicho a la gente que venía a ser bautizada que se tomara en serio lo que iba a hacer, que no le sacaran el cuerpo a la conversión. Parece que la más común era sentirse seguro de la salvación sacando a relucir el ser hijo de Abraham, como si el hecho de ser israelita concediera automáticamente el derecho al cielo.  Apoyarse en la infinita misericordia de Dios para excusarse de la conversión (como quien dice: “para qué, si al fin y al cabo Dios misericordioso me entiende y me perdona”) es un tremendo abuso. No hay que dejar para mañana la conversión. La decisión tiene que ser a fondo e inmediata porque la “ira es inminente” (Lc 3,7-9). Entonces tres grupos de personas se acercan al bautista y en las tres ocasiones le plantean la misma pregunta: “¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10.12.14).  La gente quiere darle cuerpo a la conversión y a la vida nueva en acciones concretas. La conversión se reconoce en la “praxis”, sobre todo la de la caridad y la justicia. Notemos que cinco veces se repite el verbo “hacer” (Lc 3,8.10.11.12.14). Para cada categoría de personas que dialogan con Juan Bautista se propone un “quehacer” específico.

Un grupo amplio de personas (Lc 3,10-11): A las multitudes anónimas, el Bautista los invita a despojarse para compartir con los más pobres: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo”. El vestido y el alimento representan necesidades básicas. Juan aparece en sintonía con el espíritu del profeta Isaías, quien decía: “Partir al hambriento tu pan... a los pobres sin hogar recibir en casa... y cuando veas a un desnudo le cubras... de tu semejante no te apartes” (Is 58,7).  A lo largo del evangelio de Lucas ésta será una exigencia fundamental, como se ilustra en la parábola del rico epulón: uno que nada en la abundancia y tiene un pobre padeciendo a su lado está poniendo en ridículo la Palabra de Dios (Lc 16,19-31).

El grupo de los cobradores de impuestos (Lc 3,12-13): A los cobradores de impuestos, tentados de enriquecerse exigiéndole a los contribuyentes sumas superiores a las establecidas oficialmente, les pide que no caigan en la corrupción, que sean honestos: “No exijáis más de lo que está fijado”. Los cobradores de impuestos en la época eran delincuentes “de cuello blanco” ampliamente conocidos por su pésima reputación de ladrones. A lo largo del evangelio muchos de estos van a vivir un cambio radical de vida al lado de Jesús (Lc 9,19).

El grupo de los soldados (Lc 3,14): A los soldados, que eran judíos enrolados en el ejército romano para ponerle mano dura a los cobradores de impuestos, les exige que no abusen del poder: “No hagan extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas, y conténtense con su paga”.  En otras palabras, se les pide que no usen la fuerza, tortura o extorsión para obtener información sobre la gente sospechosa, y también a ellos se les pide que no busquen ganancias extras haciendo mal uso de la autoridad que se les dio.

Notamos cómo en los tres casos, el estilo de predicación de Juan Bautista es bien distinto al que adoptó inicialmente. No regaña a la gente sino que le ofrece caminos concretos de superación. La preocupación de fondo es la de la justicia social. La predicación de Juan está en sintonía con la de los profetas que tenían claro que las devociones religiosas debían cederle espacio a toda forma de justicia social (por ejemplo: (Is 1,10-20 y Am 5,21-27). Igualmente está en sintonía con el espíritu de la Iglesia en Pentecostés (Hch 2,44 y 4,32-35).

No eres tú el Mesías: ¿Quién eres tú? (Lc 3,15-17): La segunda parte comienza con la típica pregunta sobre la identidad de Juan: “Andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo” (Lc 3,15). La novedad en el evangelio de Lucas es que la pregunta parte no de las autoridades judías que investigan al peligroso profeta (Juan 1,25), sino del mismo pueblo sediento de la venida del Mesías: “como el pueblo estaba a la espera...”. La respuesta de Juan tiene dos partes, centradas ambas en los dos bautismos. En la primera habla de su bautismo (con agua) y en la segunda habla del bautismo que trae Jesús, que también es doble (con Espíritu Santo y fuego).

Juan bautiza con agua (Lc 3,16): Juan se presenta a sí mismo como el hombre “fuerte” que “bautiza con agua”, símbolo de purificación y de vida para quien expresaba una conversión sincera, gesto que agregaba plenamente a la descendencia de Abraham. Pero viene el contraste: si Juan es fuerte, Jesús es todavía más fuerte: “viene el que es más fuerte que yo”.  Siguiendo el hilo del pensamiento de Lucas, notamos una referencia a palabras dichas anteriormente en los relatos de infancia: si de Juan se había dicho “será grande” ahora él mismo va a presentar al que “ha de venir” como uno que lo supera de manera tal que es “más grande” (Lc 1,32). Esto Juan lo visualiza (los profetas predican con imágenes) con la imagen de esclavo. El precursor se siente tan pequeño frente al Mesías “que viene”, que se declara indigno de prestarle aún el más pequeño servicio, que sería el de “desatarle la correa de sus sandalias”.

Jesús bautiza en Espíritu Santo y fuego (Lc 3,17): Jesús es “más fuerte” que Juan porque lleva a cabo lo que el bautista proclama: “el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Juan prepara el camino pero es Jesús quien lo realiza. La fuerza del bautismo está descrita con dos términos significativos: “Espíritu Santo” y “fuego”. Para aquella persona que acoge a Jesús, el don del “Espíritu Santo” se convierte en el fundamento de una nueva vida. En cambio para aquel que lo rechace, es el “fuego” del juicio que comienza a cumplirse con la venida de Jesús.

De esta forma ante la obra de Jesús, el bautismo en el Espíritu Santo, la humanidad se divide en dos: los que reciben a Jesús y los que lo rechazan. Recordemos que Jesús es “signo de contradicción”, como dijo Simeón: “éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel” (Lc 2,34).

Con todo el énfasis del texto recae en lo positivo: se espera la apertura a Jesús y a la obra de su evangelio, con un deseo sincero de conversión (Hch 2,37-38). Entonces seremos testigos de la maravillosa experiencia del poder vivificador del Dios creador en nuestras vidas que nos integra al nuevo pueblo de Dios. Pero el evangelio de hoy se detiene también a considerar las graves consecuencias del rechazo. Con las imágenes poderosas y significativas para el mundo judío que aparecen en (Lc 3,17) y que nos recuerdan el lenguaje profético de Isaías - para quien el fuego es símbolo de destrucción (Is 29,6), Juan Bautista quiere una vez más sacudir la tierra desierta de los indiferentes. Cada uno se juega su futuro en la decisión que tome ante el anuncio que Dios le ha hecho. Decir que “no” es decidir por sí mismo la eterna separación de Dios y por lo tanto la auto negación de un futuro de vida.

No conviene perderse la fiesta: La conversión es una buena y no una mala noticia. Como lo va a desarrollar poco a poco este mismo evangelio de Lucas, la conversión total, continua y cotidiana llena el corazón de luz, de justicia, de amor y de alegría. Jesús hablará con frecuencia de la alegría que se siente cuando se recibe el perdón y, paradójicamente dirá que es aún mayor la alegría del Padre de los Cielos: “convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15,32; Lc 14,7 y 10).

Solo una conversión sincera trae frutos de gozo y alegría: “Alégrate mucho, hija de Sión, ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde” (Zac 9,9); “Alégrate llena de gracia el Señor está contigo” (Lc 2,28); “Estén alegres en el Señor, repito alégrense en el Señor” (Flp 4,4).

“Regocíjate, Hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos… El Señor tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta” (Sof 3,14-18).

 Sofonías es contemporáneo de Jeremías, y predica al pueblo inmediatamente antes y durante el reinado del gran Rey Josías (640-609 aC.). En su primera predicación hay una impresionante amenaza a los que no cumplen la Ley. Se presenta el Juicio de Dio. Habla después de "El Resto de Israel", los que permanecerán fieles al Señor, y anuncia finalmente la salvación de Jerusalén, con las palabras que leemos en la liturgia de hoy, con estupendas imágenes que nos parecen una presencia anticipada de la Buena Noticia de Jesús: Alégrate - El Señor ha alejado a tu enemigo - El Señor, un poderoso salvador, está en medio de ti - No temerás ningún mal. - Él te renueva su amor, Él danza por ti con gritos de júbilo. Que magnífica imagen de Dios: en medio de su pueblo, para salvar, bailando de alegría con el triunfo de los suyos.

Nuestra generación posee una particular sensibilidad para los valores estéticos, y particularmente por la belleza física: regímenes, dietas, cirugías, tratamientos, gimnasio... Pero ¿qué pasa con la belleza interior? ¿Quién puede describirla? Cuando estamos en amistad con Dios, en gracia (con una buena confesión, por ej.), cuando comulgamos, rezamos, y tenemos el Amor como norma de conducta, entonces Dios mismo es en nosotros fuente de alegría, de vida y de amor: es el hombre en paz consigo mismo, en relación fraternal con los demás y en armonía con todo el universo. ¿No es ésta la alegría de la Virgen María, llena de alegría con Dios, haciéndose hombre en su seno? (Lc 1,28). El Adviento es precisamente el tiempo para llenarnos de esta alegría. Dios viene a convertir nuestra tristeza en alegría: “Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo”. (Jn, 16,20). “Para el hombre infeliz todos los días son malos, pero el hombre feliz siempre está de fiesta porque la alegría lo lleva en el corazón” (Prov 15,15).

Esta alegría es compatible con el dolor, la enfermedad, los fracasos, las contradicciones... "Yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar" (Jn. 16,22). No es un "seguro de vida". No nos garantiza que "nada malo nos pasará". Pero sí nos asegura que en todo lo que nos toque vivir, Dios mismo, desde nuestro corazón, será nuestra fuerza, nuestro apoyo, nuestro consuelo, nuestra alegría. Y la verdadera alegría tiene un dinamismo especial: se hace más fuerte y profunda cuando se comparte con los demás. Mientras preparamos interiormente esta Navidad, pensemos por un momento: ¿qué cuota de alegría podemos llevar para compartir con los excluídos, marginados, pobres, abandonados...? Al celebrar, no podemos ni debemos dejar de lado la realidad de que celebramos entre los conflictos del mundo y las contradicciones de nuestra fe, ya que olvidarlo podría convertir en superficial e hipócrita nuestra celebración. ¿Qué acciones celebrativas podemos poner por obra que manifiesten la contracara de los antitestimonios y escándalos, errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes de los hijos de la Iglesia? ¿cómo manifestar, celebrando, que nos hemos arrepentido de los pecados contra la unidad, de los pecados de intolerancia y de violencia, de la falta de discernimiento ante la violación de los derechos humanos, de la injusticia y de la marginación social?

El mundo necesita hoy nuevos testigos de esta alegría de Salvación que viene de Dios, y para la que nos estamos preparando en este tiempo. La Tristeza es hermana del pecado... pero la Alegría es hija de la Salvación (Dios está cerca). Como Juan Bautista, demos testimonio de Cristo; para que en esta Navidad la auténtica alegría cristiana (la del Emanuel, Is 7,14: Dios con nosotros) renueve nuestros corazones y los de todos los hombres.

lunes, 2 de diciembre de 2024

II DOMINGO DE ADVIENTO – C (08 de Diciembre de 2024)

 II DOMINGO DE ADVIENTO – C (08 de Diciembre de 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 1,26-38:

1:26 En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,

1:27 a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

1:28 El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».

1:29 Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

1:30 Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido.

1:31 Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;

1:32 él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,

1:33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».

1:34 María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?».

1:35 El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.

1:36 También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,

1:37 porque no hay nada imposible para Dios».

1:38 María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Ángel se alejó. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor paz y bien.

La Inmaculada y el Hijo: El fundamento principal de la Inmaculada Concepción es la Maternidad Divina. “Por el honor del Señor”, como decía San Agustín, ¿cómo debía ser la Madre de Dios? ¿Quién puede imaginar la santidad que debía tener Aquélla que llevaría en su propio vientre a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad y apretaría contra su pecho al Santo de Dios? ¿Aquélla cuyo cuerpo virginal sería como “la Ciudad Santa” donde habitaría por nueve meses, y su Corazón Inmaculado el Tabernáculo donde reinaría siempre?

Sabemos que para todo es necesario prepararse, que Dios guía nuestra vida con infinita sabiduría y bondad y que, como enseña Santo Tomás, “a las personas que Dios elige para una misión las prepara y dispone de modo que sean idóneas para desempeñarla”, concediéndoles la gracia necesaria para la vocación a la cual las llama. La Inmaculada Concepción es esa preparación radical que María necesitaba, desde el inicio mismo de su vida, para poder convertirse en la Madre de Dios.

Las figuras marianas en el Antiguo Testamento:

a. Eva: María está prefigurada en Eva, la madre de nuestra raza. (Hay que recodar que los tipos son solamente sombras de los antitipos del Nuevo Testamento). María es nuestra madre por ser la madre de la Iglesia cuerpo de Cristo (Ap 12, 17). Lo que Eva perdió por desobedecer, María lo corrigió por su fe: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra (Lc 1, 38). Mientras la serpiente venció a Eva (Gn 3, 13), Dios protegió a María de su mordedura: Y cuando vio el dragón que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón. Y se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila, para que volase de delante de la serpiente al desierto... (Ap 12, 13-16).

b. La enemistad entre la Mujer y su simiente y la Serpiente: Vemos en Génesis algo muy importante: dice la simiente suya (la simiente de la mujer) (3, 15), y la palabra griega en la versión de la Setenta es SEMENOS (semen en castellano). Entonces, ya que una mujer no tiene semen, la única mujer a quien se podría referir es a María, cuyo hijo fue concebido sin hombre, porque las demás personas nacen de mujer y hombre, de quien viene el semen. Génesis nos dice que existiría entre la mujer y la serpiente una enemistad completa y que la mujer iba a herir a la serpiente: Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya. Esta mujer (María prefigurada) está en enemistad total con el diablo. No existiría tal enemistad total si María hubiese pecado como pecó Eva. No son socios. La serpiente es fuente de todo pecado y maldad. Al fin y al cabo es Dios quien hace que María no peque: YO PONDRÉ enemistad entre tú y la mujer (Gn 3, 15).

Tabernáculo y Arca de la Alianza : También María es el Nuevo Tabernáculo. El primer tabernáculo fue detalladamente construido según Éxodo 25, 9 y 39, 42-43 para ser perfecto y sin mancha (2 Cr 7, 2). Esto prefigura a María. La gloria de Dios cubrió y llenó el primer tabernáculo (Ex 40, 34-38). Comparar esto con las palabras de Gabriel en Lucas 1, 35 donde María está cubierta con esta gloria, sobre ella bajó la gloria del Espíritu Santo.

Hay un paralelismo entre Lc 1, 35 y Ex 40, 34-35. La fuerza del paralelismo está aquí: Como la nube que envuelve la tienda de la reunión significa que el interior de la morada está lleno de la gloria del Señor, así el poder del Espíritu que desciende y cubre c on su sombra a María hace que su seno quede lleno de la presencia de un ser que será Santo e Hijo de Dios. La punta de los paralelos señalados está en la equivalencia entre "la gloria del Señor" por una parte y los apelativos Santo e Hijo de Dios por otra. El niño que deberá nacer de María será de naturaleza divina.

María fue prefigurada como el tabernáculo perfectamente construido sin mancha. La traducción de los Setenta (LXX) utiliza la misma palabra y habla de la misma manera de María (el poder del Altísimo la llena en Lc 1, 35) como lo que pasó con el tabernáculo (Ex 40, 34-35).

Es claro también que Lucas quiere que veamos a María como otra arca de la alianza también construida perfectamente. Comparar también segunda de Samuel (6, 9), vemos que David dice algo semejante a lo que dice Elizabeth a María (en Lc 1, 43): ¿Cómo ha de venir a mí el arca de Yahvé?; David salta frente al arca (2 S 6, 14) como saltó de alegría Juan el Bautista frente a Marí a (Lc 1, 44) la Nueva Arca de la Nueva Alianza que contiene a Jesús el verdadero pan de cielo (el primer arca contenía el maná). Y no es por casualidad que del arca se dice que estuvo en casa de Obed-edom geteo tres meses (2 S 6, 11), igual que se dice de María: Y se quedó María con ella como tres meses (Lc 1, 56). Así se encuentra este enlace entre el arca construida perfectamente y María en el libro del Apocalipsis: Y el tempo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo Apareció en el cielo UNA GRAN SEÑAL: una mujer vestida del sol... (Ap 11, 19-12,1).

El saludo del ángel Gabriel, el día de la Anunciación: Probablemente otros foristas tocarán el punto del “kecharitomene" y su relación con la Virgen María y su Inmaculada Concepción. Yo no lo haré, sino que dejaré que quien lo quiera explicar, lo explique. Yo haré uso de otra palabra del ángel el día de la anunciación, y que en cierta medida encierra este dogma.

El ángel Gabriel le dice a María: “ Jaire kecharitomene", “Alégrate, llena de gracia” (Lc 1,28).

Jaire, que significa alégrate, es la forma como Dios quiso que se saludara a María, y no por un simple formalismo ni por etiqueta, sino por que Dios quiere demostrarnos algo: María es la Hija de Sión profetizada siglos antes por tres santos profetas: Sofonías, Joel y Zacarías.

Joel 2, 21. 27: “Suelo, no temas; alégrate y gózate, porque el SEÑOR hizo grandes cosas... Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy el SEÑOR vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado”.

En la profecía de Joel, dios habla al “suelo” y le invita a la alegría. ¿Qué significa este suelo? Si examinamos otros textos de las Escrituras, el suelo es fertilidad, quien da vida. Pero hay tres textos donde el “suelo” evoca a María:

Génesis 2,7: “Modeló Yahvé Dios al hombre de la arcilla...” Dios ha tomado tierra del suelo y con ella creo a Adán. Dios tomó carne de María, y con ella llegó a existir Cristo, el Nuevo Adán.

Génesis 22, 13: Subió Abraham con Isaac al monte de Moriah para sacrificarlo....Dios impide que lo sacrifique y luego...”Alzó Abraham los ojos, y vio tras sí a un carnero enredado por los cuernos en la espesura, y tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en ve de su hijo”.

En el texto anterior, el carnero es la figura de Cristo, quien es ofrecido en sacrificio sustituto por nuestros pecados, y así como el carnero salvó a Isaac de morir, así el Nuevo Carnero nos salva de la muerte eterna. Pero hay un detalle que debemos tomar en consideración. Al igual que con Melquisedec, de ese carnero no se habla su origen. Abraham no lo había visto antes, sino que repentinamente lo vió. El carnero, sin origen, es fruto de la tierra de Moriah, por lo que simbol iza esta tierra también a María, la tierra que nos proporciona el Carnero de nuestra salvación.

Éxodo 3, 1-2: “Moisés, llegado al monte Horeb, se le apareció el ángel de Yahvé en llama de fuego de en medio de una zarza....” El fuego y la voz que salen de la zarza, son también figuras de Cristo, Verbo del Padre y luz del mundo. Lo interesante es que la Voz y el Fuego, salen de la zaza que estaba plantada en el monte de Horeb, así como el Verbo y la Luz del mundo salieron de la Virgen María. Volviendo al profeta Joel, vemos que cando dice “Suelo, alégrate”, es una evocación directa a María, que en otras partes de la Escritura es prefigurada como “monte, suelo, tierra”, que nos produce a Cristo.

Joel 2, 21. 27: “Suelo, no temas; alégrate y gózate, porque el SEÑOR hizo grandes cosas... Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy el SEÑOR vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado”. Comprueban que esa profecía se refiere a María, el hecho que la Virgen admite que en ella se cumplen esas profecías:

Lucas 1, 49 : “Porque ha hecho maravillas en mí el Poderoso, cuyo nombre es Santo”. Entonces vemos que Joel profetiza al “suelo” que se alegre, por que el Señor hizo Maravillas.
En el Nuevo Testamento el ángel le dice a María que se alegre, y María nos muestra la causa de esa alegría: El Poderoso ha obrado en ellas maravillas.  No hay duda que Joel se está refiriendo a María en esta profecía. Y aquí viene lo revelador de esta profecía con el dogma de la Inmaculada Concepción: “Y conoceréis que en medio de Israel estoy yo, y que yo soy el SEÑOR vuestro Dios, y no hay otro; y mi pueblo nunca jamás será avergonzado”.

Claramente se profetiza que si Dios está en medio de “Israel”, éste no será avergonzado. El Espíritu santo llenó a María, y Cristo se hace en carne en su vientre. Dios habita en medio de María, y poniendo atención a las palabras de Joel, María no podía ser avergonzada, por lo tanto, María no puede tener pecado.

Salmos 44.15 Cada día mi vergüenza está delante de mí, y me cubre la confusión de mi rostro. La misma Biblia relaciona la vergüenza con el pecado. Y Dios ha declarado por medio de Joel que si él habita en medio de alguien, no habrá vergüenza, por ende, no habrá pecado. La Trinidad completa habitó en María, según las palabras de Joel, según la misma Biblia, ¿Tendrá entonces ella pecado?

Otro texto que evoca el “Jaire” de Gabriel es: Zacarías 9, 9: “Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí, tu Rey vendrá a ti, Justo y Salvador”.

martes, 26 de noviembre de 2024

I DOMINGO DE ADVIENTO – C (01 de Diciembre de 2024)

 I DOMINGO DE ADVIENTO – C (01 de Diciembre de 2024)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36

25 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas,

26 muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas.

27 Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.

28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, tengan ánimo y levanten la cabeza porque se acerca su liberación.»

34 «Cuídense de que no se hagan pesados su corazón por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre Uds,

35 como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra.

36 Estén en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengan fuerza y escapen a todo lo que está para venir, y puedan estar en pie delante del Hijo del hombre.» PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor paz y bien.

“Estén siempre vigilantes y orad” (Lc 21,36). El Año Litúrgico comienza en el evangelio con una visión anticipada del retorno de Cristo. Con ello se nos enseña algo inhabitual: a ver la Navidad (su primera venida) y el juicio final (su segunda venida) como dos momentos que se implican mutuamente. La Escritura nos dice constantemente que con la encarnación de Cristo comienza la etapa final: Dios pronuncia su última palabra (Hb 1,2); sólo queda esperar a que los hombres quieran escucharla. La última palabra que en Navidad viene a la tierra, «para que muchos caigan y se levanten» (Lc 2,34), es «más tajante que espada de doble filo... Juzga los deseos e intenciones del corazón... Nada se oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuentas» (Hb 4,12s). La Palabra encarnada de Dios es crisis, división: viene para la salvación del mundo; pero «el que me rechaza y no acepta mis palabras ya tiene quien lo juzgue: el mensaje que he comunicado, ése lo juzgará el último día» (Jn 12,47s). Lo que consideramos como un gran intervalo de tiempo entre Navidad y el juicio final no es más que el plazo que se nos da para la decisión. Algunos dirán sí, pero parece como si en este plazo que se nos deja para la decisión el no fuera en aumento. Es significativo que cuando se produce la primera petición de información sobre el Mesías deseado por toda la Antigua Alianza, «Jerusalén entera» (Mt 2,3) se sobresalte, y que tres días después de Navidad tengamos que conmemorar la matanza de los inocentes.

La muerte de Jesús se decide ya al comienzo de su vida pública (Mc 3,6). El vino al mundo no para traer paz, sino espada (Mt 10,34). Navidad no es la fiesta de la ligereza, sino de la impotencia del amor de Dios, que sólo demostrará su superpotencia con la muerte del Hijo. En este tiempo de nuestra prueba hemos de estar permanentemente «despiertos», vigilantes, «en oración».

“Señor-nuestra-justicia” (Jer 33,15). Ciertamente la Antigua Alianza anheló -así en la primera lectura- los días en los que Dios cumpliría su promesa de salvación a Israel. El vástago prometido de la casa de David será, en el sentido de la justicia de la alianza de Dios, un vástago legítimo que «hará justicia». Y esta justicia divina de la alianza en modo alguno ha de medirse según el concepto de la justicia humana; la justicia de Dios se identifica más bien con la rectitud de toda acción salvífica de Dios, que a su vez se identifica con su fidelidad a la alianza pactada. Esto no excluye sino que incluye el que Dios tenga que castigar la infidelidad de los hombres para, en su aparente desolación, hacerles comprender lo que realmente significan la alianza y la justicia (Lv 26,34s.40s).

 "Santos e irreprensibles cuando Jesús nuestro Señor vuelva” (ITes 3,13). Por eso la vida cristiana será -según la segunda lectura- una vida dócil a las «exhortaciones» de la Iglesia, una existencia en la espera del Señor que ha de venir, una vida que recibe su norma del futuro. En primer lugar se menciona el mandamiento del amor, un amor que ha de practicarse no sólo con los demás cristianos sino que ha de extenderse a «todos», para que de este modo la Iglesia, más allá de sus propias fronteras, pueda brillar con el único mensaje que puede llegar al fondo del corazón de los hombres y convencerlos.

Pero para eso se precisa, en segundo lugar, una «fortaleza interior» que debemos pedir a Dios, porque sólo esa fortaleza puede ayudarnos para que nuestro amor siga siendo realmente cristiano y no se disuelva en un humanismo vago. El día que comparezcamos ante el tribunal de Cristo, nuestra santidad ha de ser tan «irreprensible» que nos permita asociarnos a la multitud de sus santos (de su «pueblo santo»), que vendrán y nos juzgarán con él (Ap 20,4-6; 1 Co 6,2).

Jesús dijo: «Entonces verán al Hijo del Hombre... Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente... Estad siempre despiertos... y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre.»

Detrás de su coreografía apocalíptica, el evangelio de hoy, apertura del adviento litúrgico, aparece entroncado al gran problema de todo hombre y de cada uno de nosotros: ponernos de pie, levantar la cabeza porque en esta contradictoria existencia, señalada según el evangelio de hoy por la angustia y por el miedo, todavía queda un lugar para la esperanza de nuestra liberación, una liberación que coincide con el nacimiento dentro de uno mismo de ese misterioso personaje, el Hijo del Hombre, que no es otro que el Cristo hecho carne en nuestra propia carne. Adviento no pasa por delante ni por detrás de nosotros; pasa por dentro. El nacimiento del Hijo del Hombre se hace Belén en la cueva de nuestro corazón: allí donde cada uno lucha a su manera por vivir como hombre, como hombre integral, trascendente, total, pleno; apretado entre las paredes del pesimismo y de la angustia, achicado por el miedo, pero empujando con esperanza hacia arriba, hacia adelante.

Es un hombre que debe mantenerse de pie, a pesar del cansancio y de la falta de aliento; un hombre que debe permanecer con la mente despierta a pesar del embotamiento del vicio, de las diarias preocupaciones y del dinero. Un hombre que no puede dejar de pensar y sentirse llamado a ser un hombre nuevo a pesar de una vida aplastada por la angustia y el enloquecimiento de una civilización que lo aturde con el estruendo de sus aguas desbordadas.

Todas estas imágenes del Evangelio apuntan en una sola dirección: Jesucristo es algo más que una anécdota en la Palestina del siglo primero; algo más que el sentimental recuerdo bajo la estrella del belén. Es adviento: se nos está llamando para que todo el poder y la energía divina escondida dentro de cada uno emerja con fuerza para hacer de nosotros una tierra de paz y de justicia.

Adviento es la expectativa del Hijo del Hombre. ¿Quién es este misterioso personaje? Jesús no nos dio una respuesta, porque si el Hijo del Hombre crecía en él con el poder y la gloria de Dios, nadie lo puede descubrir si no lo deja nacer y crecer desde dentro de sí mismo. El Hijo del Hombre es el resultado de una profunda experiencia humana y religiosa: es la vivencia del hombre abierto a la trascendencia (por eso el Hijo del Hombre viene de lo alto), una trascendencia que lo empuja a ser más cada día, porque siempre nos sentiremos lejos de ese ideal sembrado como una semilla y que sólo será fruto en el último día...

Entretanto, sólo una constante vigilancia impedirá que el pesimismo de la muerte ahogue el nacimiento de este Hijo del Hombre, hijo de cada uno de nosotros porque él no proviene de la sangre ni de la raza sino de la fuerza de Dios, que ya está obrando en el aquí y ahora de este adviento que es nuestro tiempo de vivir como hombres...

Hoy iniciamos el año litúrgico, símbolo de la larga caminata del hombre sobre la tierra. El Evangelio, feliz noticia de Dios al hombre, nos señala con absoluta claridad el destino y la clave de este tiempo misterioso y contradictorio: es la búsqueda de nuestra identidad: “ser hombres auténticos”.

El evangelio nos habla de: a) la manifestación gloriosa del Hijo y, b) la exhortación a la vigilancia. ¿Qué necesidad tiene Dios de manifestarse en su Hijo? Dios no tiene necesidades porque es omnipotente, la única motivación de manifestarse es: Porque Dios es amor (I Jn 4,8). Mismo Jesús dirá al respecto: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Jesús es la manifestación amorosa de Dios para con la humanidad. Así nos lo dice: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que nos lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre” (Jn 1,18). “La Palabra de Dios se hizo hombre” (Jn 1,14). Pero hoy nos ha dicho: “Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación" (Lc 21,27-28). Esta manifestación está referida a su segunda venida.

¿Cómo hemos de esperar el día de la segunda manifestación del hijo? Nos lo dice: “Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre" (Lc 21,36). Es decir, este tiempo nuevo es tiempo de mayor oración y penitencia.

 El tiempo adviento es un tiempo de esperanza y a vivir motivados por esta esperanza. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque se esconde en la vida. La fe se ve, se siente, se sabe qué es. La caridad se hace, se sabe qué es. Pero ¿qué es la esperanza? ¿Qué es una actitud de esperanza? Para acercarnos un poco podemos decir en primer lugar que la esperanza es un riesgo, es una virtud arriesgada, es una virtud, como dice San Pablo, ‘de una ardiente expectación hacia la revelación del Hijo de Dios’. No es una ilusión”.  Tener esperanza, es “estar es tensión hacia la revelación, hacia el gozo que llenará nuestra boca de sonrisas. Los primeros cristianos, ha recordado el Papa, la “pintaban como un ancla: la esperanza es un ancla, un ancla fija en la orilla” del Más Allá. Y nuestra vida es exactamente un caminar hacia esta ancla.

El adviento despierta el deseo de contemplar a Dios que sale al encuentro del hombre en su Hijo. Así, expresa este deseo el salmista: “Como la cierva sedienta busca corrientes de agua viva, así mi alma, te busca Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios?” (Slm 42,2-3). Unos griegos le dijeron a Felipe: "Señor, queremos ver a Jesús"(Jn 12,21). Felipe dice a Jesús: muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dijo: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mi” (Jn 14,8).