DOMINGO XX – C (17 De agosto de 2025)
Proclamación del santo evangelio según San Lucas 12,49-53
12,49 Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo
desearía que ya estuviera ardiendo!
12,50 Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento
hasta que esto se cumpla plenamente!
12,51 ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la
tierra? No, les digo que he venido a traer la división.
12,52 De ahora en adelante, cinco miembros de una familia
estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres
12,53 el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la
madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la
nuera contra la suegra". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXION:
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
“El Señor, nuestro Dios es misericordioso, pero también juez
justo” (Slm 116,5)
Reflexión bíblica, teológica, filosófica, espiritual y
mística que, el Hijo del Hombre vino al mundo a poner límites entre el bien y
el mal, el cielo y el infierno, la misericordia y la justicia según Lc 12,49-53:
Según Lucas 12,49-53, Jesús declara que vino a traer fuego a
la Tierra y a provocar división, no paz, como a menudo se interpreta de manera
superficial. Este pasaje, leído en su contexto bíblico y teológico, es
fundamental para entender la misión de Cristo más allá de una visión puramente “pacífica”.
Análisis Bíblico y Teológico: El "fuego" que
menciona Jesús en este pasaje no es un fuego de destrucción, sino un fuego purificador.
En el Antiguo Testamento, el fuego se asocia con la presencia de Dios (la zarza
ardiente en Éx 3,2), su juicio (Sodoma y Gomorra en Gn 19), y la purificación
del pecado (Is 6,6-7). Teológicamente, el fuego de Cristo es la luz de la
verdad (Jn 8,12; 14,6) que revela y separa el bien del mal (Jn 5,29). Su
llegada divide el mundo entre aquellos que lo aceptan como Salvador (Cielo) y
aquellos que lo rechazan (Infierno). Esta división es una consecuencia
inevitable de la verdad y la mentira (Jn 18,37; 8,44). La verdad es el que
lleva al cielo, la mentira lleva al infierno. Todo lo contrario al relativismo
que hoy reina en la cultura moderna.
Jesús es el criterio por el cual se separan el bien y el
mal. Su venida obliga a cada persona a tomar una decisión, lo que establece una
línea clara entre el cielo (unión con Dios) y el infierno (separación de Dios).
El cielo no es simplemente un lugar, sino un estado de comunión con Dios,
mientras que el infierno es la elección consciente de vivir sin Él. Esta
delimitación no la hace Jesús de manera arbitraria, sino que es la respuesta
humana a su presencia.
La división que Jesús anuncia es tan profunda que afecta las
relaciones incluso familiares, algo inaudito en una sociedad donde la familia
era el pilar de la identidad: "De ahora en adelante, cinco en una casa
estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres" (Lc 12,52). Esta
ruptura es necesaria para que la fidelidad a Cristo esté por encima de
cualquier vínculo terrenal, incluso el familiar. La fidelidad a la misericordia
de Dios a través de Cristo se opone a la justicia humana que podría querer
mantener la paz falsa a cualquier costo, incluso a expensas de la verdad.
Perspectiva Filosófica y Espiritual: Filosóficamente
hablando, la llegada de Jesús representa el advenimiento de una verdad absoluta
que desafía los relativismos humanos. La verdad, por su propia naturaleza, es
excluyente; es decir, lo que es verdadero no puede ser falso al mismo tiempo.
Al presentarse como "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), Jesús
obliga a la humanidad a confrontar una verdad definitiva. Esta confrontación
genera división, ya que aquellos que se aferran a sus propias verdades o a la
comodidad del estatus quo se oponen a la verdad revelada.
Hablando espiritualmente, la división que trae Jesús es una delimitación
interna. El alma humana se convierte en el campo de batalla donde se enfrentan
la misericordia (la invitación de Dios al arrepentimiento y la unión con Él) y
la justicia (la consecuencia del pecado y el rechazo de esa invitación). La
persona que acoge a Cristo experimenta una división interior: su viejo yo (el
yo pecador) muere para que nazca el nuevo yo (el yo redimido). Este proceso
espiritual, aunque doloroso, es necesario para la salvación.
La dimensión mística profundiza en la experiencia directa
del amor de Dios y la unión con Él. Desde una perspectiva mística, la división
de la que habla Jesús no es solo externa, sino una purificación radical del
alma. El "fuego" es el fuego del Espíritu Santo que consume todo lo
que es impuro y falso en el interior del creyente. Esta purificación mística es
el proceso por el cual el alma se desprende de todo lo que la separa de Dios,
estableciendo una división clara entre lo que es de Dios y lo que no lo es, (Lo
que es y lo que o es).
La misericordia, desde esta perspectiva, no es una simple
indulgencia, sino el amor de Dios que se derrama sobre el alma para curarla y
purificarla. La justicia de Dios, en este contexto, no es un castigo, sino la consecuencia
natural de rechazar ese amor purificador. El místico experimenta esta división
de forma personal e íntima, comprendiendo que la elección de Cristo es una elección
total que lo separa de cualquier otra lealtad y lo une completamente a Dios.
En resumen, la venida de Jesús al mundo es el punto de
inflexión que delimita entre el bien y el mal, el cielo y el infierno, la
misericordia y la justicia, no como un acto de juicio arbitrario, sino como la
manifestación de una verdad que obliga a cada persona a tomar una posición.
Esta delimitación se vive tanto en el ámbito externo de las relaciones humanas
como en la batalla interna del alma.
Por tanto, ¿Quién pone los criterios para que un acto
califique que es bueno o malo? ¿Los pone el hombre o Dios?
Según Lucas 12,49-53 que hemos leído: La respuesta a quién
establece los criterios del bien y del mal es inequívoca: Dios, a través de
Jesucristo, es quien los establece, no el ser humano. La llegada de Jesús al
mundo es el punto de inflexión que revela la verdad de Dios, obligando a las
personas a tomar una decisión y, por lo tanto, a ser juzgadas por la norma
divina, no por la propia.
Exégesis y Perspectiva Bíblica: El pasaje de Lucas 12,49-53
no debe interpretarse como una justificación de la violencia o el caos. Más
bien, Jesús usa un lenguaje hiperbólico para enfatizar la gravedad y la radicalidad
de su misión.
"He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía
que ya estuviera ardiendo!" (Lc 12,49) El fuego aquí simboliza: la purificación,
la verdad y el juicio. Es el fuego del Espíritu Santo que consume el pecado y
las falsedades. La venida de Cristo no deja a nadie indiferente; su mensaje
actúa como un fuego que quema las impurezas del corazón y revela la verdadera
naturaleza de cada acto.
"¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, sino
división." Esta división no es el objetivo de Jesús, sino la consecuencia
inevitable de la revelación de la verdad. La luz de Cristo expone las
tinieblas. La adhesión a Él como "el camino, la verdad y la vida"
(Juan 14,6) exige una ruptura con todo aquello que se opone a esa verdad,
incluso con los lazos familiares más fuertes. La fidelidad a Dios se convierte
en el criterio supremo que redefine las relaciones humanas. “¿Cómo sabemos que
somos de Dios? Cumpliendo sus mandamientos” (I Jn 2,3).
"De ahora en adelante, cinco en una casa estarán
divididos, tres contra dos y dos contra tres." (Lc 12,52). Jesús ilustra
que su mensaje divide incluso a las familias, el pilar de la sociedad en su
tiempo y la de hoy. Este quiebre no lo provoca el hombre de por si, sino la respuesta
del hombre al criterio divino. Algunos miembros de la familia (tres) aceptan a
Jesús y sus enseñanzas, mientras que otros (dos miembros) las rechazan.
La Biblia, en su conjunto, presenta a Dios como el fundamento
de la moralidad. La ley de Moisés, los profetas y las enseñanzas de Jesús
demuestran que el bien y el mal no son relativos a la cultura o la preferencia
individual, sino que se basan en el carácter y la voluntad de Dios.
Desde una perspectiva teológica, los criterios del bien y
del mal son un reflejo del carácter santo y justo de Dios. La llegada de Cristo
es la manifestación suprema de esa justicia y misericordia divinas.
Misericordia y Justicia: La misericordia de Dios no es una
simple condescendencia, sino su voluntad de perdonar y restaurar a la humanidad
a pesar de su pecado. La justicia, por otro lado, es la consecuencia necesaria
del rechazo de esa misericordia. Jesús no vino a anular la justicia divina,
sino a cumplirla y a ofrecer un camino para que la humanidad pudiera
reconciliarse con Dios a través de su sacrificio en cruz (Rm 5,8).
El hombre vs. Dios: La idea de que el hombre puede
establecer sus propios criterios de bien y mal es la base del pecado original (Rm
5,12). La serpiente tienta a Adán y Eva con la promesa de que "serán como
dioses, conociendo el bien y el mal" (Génesis 3,5). El pasaje de Lucas
subraya que la venida de Cristo deshace esa falsa promesa y reafirma que solo
Dios es el árbitro final de la moralidad.
A nivel espiritual, la división que menciona Jesús ocurre dentro
del corazón de cada persona. El "fuego" es la presencia purificadora
del Espíritu Santo que nos confronta con la verdad.
El bien es la obediencia al Espíritu Santo y la alineación
con la voluntad de Dios. El mal es la resistencia a esa voluntad y el
aferramiento a los deseos pecaminosos. Este conflicto interno es el que lleva a
la división externa, ya que la elección espiritual de una persona
inevitablemente afecta sus relaciones y su forma de vida.
Filosóficamente, la existencia de criterios morales
absolutos plantea un dilema: ¿vienen de la razón humana o de una fuente
trascendente?
Razón Humana: Filósofos como Kant argumentan que los
criterios morales pueden derivarse de la razón. Sin embargo, la historia
muestra que la razón humana es falible y a menudo se utiliza para justificar
actos atroces.
Fuente Trascendente: El pasaje de Lucas (Lc 12,29-53) apoya
la idea de una fuente trascendente de la moralidad. La verdad de Cristo es un criterio
objetivo que no depende de las emociones, la cultura o las preferencias
personales. Al presentar esta verdad, Jesús obliga a cada persona a elegir, y
esa elección es la que determina su posición ante el bien y el mal.
En conclusión, según Lucas 12,49-53, la llegada de Jesús es
el evento que pone fin a la ambigüedad moral. Él es el criterio vivo que
delimita entre el bien y el mal. La división que provoca no es una debilidad de
su mensaje, sino la prueba de su radical veracidad: “Los que hicieron cosas
buenas en este mundo resucitaran para la vida terna y los que hicieron cosas malas
resucitaran para la condena eterna” (Jn 5,29). Y Dios nos dice que es el bien y
que es el mal en los mandamientos” (Ex 20,3-17). “Cuando el Señor terminó de
hablar con Moisés, en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del
Testimonio, tablas de piedra escritas por el dedo de Dios” (Ex 31,18). “Moisés
estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber. Y
escribió sobre las tablas las palabras de la alianza, es decir, los diez
Mandamientos (Ex 34,28). Y Jesús advierte: “No piensen que vine para abolir la
Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt
5,17).
”Salí del Padre, vine al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo
al padre” (Jn 16,28). "He venido a este mundo para un juicio.
Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven” (Jn
9,39). “Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo,
porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo” (Jn 12,47). El gran problema
es con los que no se dejan salvar. Por eso, hoy nos dice: ¿Piensan ustedes que
he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la
división” (Jn 12,51). El Hijo del Hombre vino al mundo a poner límites entre el
cielo y el infierno. Vino a delimitar entre la misericordia y la justicia de
Dios.
El domingo pasado, Jesús en la parte final del Evangelio
decía: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le
haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). Lo mínimo que se nos
exige es la coherencia entre lo que decimos creer y hacer, eso se manifiesta en
los frutos o las obras (Mt 7,20). Muchos dicen creer en Dios, pero sus actos
reflejan otra cosa (Mt 23,3). El profeta Simeón, después de bendecirlos, había
dicho a María, la madre: "Este niño será causa de caída y tropiezo para
muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te
atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos
de muchos en Israel" (Lc 2,34-35). Hoy reafirma Jesús al decirnos:
“¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he
venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia
estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres” (Lc 12,51-52).