lunes, 11 de agosto de 2025

DOMINGO XX – C (17 De agosto de 2025)

 DOMINGO XX – C (17 De agosto de 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 12,49-53

12,49 Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!

12,50 Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!

12,51 ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.

12,52 De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres

12,53 el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“El Señor, nuestro Dios es misericordioso, pero también juez justo” (Slm 116,5)

Reflexión bíblica, teológica, filosófica, espiritual y mística que, el Hijo del Hombre vino al mundo a poner límites entre el bien y el mal, el cielo y el infierno, la misericordia y la justicia según Lc 12,49-53:

Según Lucas 12,49-53, Jesús declara que vino a traer fuego a la Tierra y a provocar división, no paz, como a menudo se interpreta de manera superficial. Este pasaje, leído en su contexto bíblico y teológico, es fundamental para entender la misión de Cristo más allá de una visión puramente “pacífica”.

Análisis Bíblico y Teológico: El "fuego" que menciona Jesús en este pasaje no es un fuego de destrucción, sino un fuego purificador. En el Antiguo Testamento, el fuego se asocia con la presencia de Dios (la zarza ardiente en Éx 3,2), su juicio (Sodoma y Gomorra en Gn 19), y la purificación del pecado (Is 6,6-7). Teológicamente, el fuego de Cristo es la luz de la verdad (Jn 8,12; 14,6) que revela y separa el bien del mal (Jn 5,29). Su llegada divide el mundo entre aquellos que lo aceptan como Salvador (Cielo) y aquellos que lo rechazan (Infierno). Esta división es una consecuencia inevitable de la verdad y la mentira (Jn 18,37; 8,44). La verdad es el que lleva al cielo, la mentira lleva al infierno. Todo lo contrario al relativismo que hoy reina en la cultura moderna.

Jesús es el criterio por el cual se separan el bien y el mal. Su venida obliga a cada persona a tomar una decisión, lo que establece una línea clara entre el cielo (unión con Dios) y el infierno (separación de Dios). El cielo no es simplemente un lugar, sino un estado de comunión con Dios, mientras que el infierno es la elección consciente de vivir sin Él. Esta delimitación no la hace Jesús de manera arbitraria, sino que es la respuesta humana a su presencia.

La división que Jesús anuncia es tan profunda que afecta las relaciones incluso familiares, algo inaudito en una sociedad donde la familia era el pilar de la identidad: "De ahora en adelante, cinco en una casa estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres" (Lc 12,52). Esta ruptura es necesaria para que la fidelidad a Cristo esté por encima de cualquier vínculo terrenal, incluso el familiar. La fidelidad a la misericordia de Dios a través de Cristo se opone a la justicia humana que podría querer mantener la paz falsa a cualquier costo, incluso a expensas de la verdad.

Perspectiva Filosófica y Espiritual: Filosóficamente hablando, la llegada de Jesús representa el advenimiento de una verdad absoluta que desafía los relativismos humanos. La verdad, por su propia naturaleza, es excluyente; es decir, lo que es verdadero no puede ser falso al mismo tiempo. Al presentarse como "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), Jesús obliga a la humanidad a confrontar una verdad definitiva. Esta confrontación genera división, ya que aquellos que se aferran a sus propias verdades o a la comodidad del estatus quo se oponen a la verdad revelada.

Hablando espiritualmente, la división que trae Jesús es una delimitación interna. El alma humana se convierte en el campo de batalla donde se enfrentan la misericordia (la invitación de Dios al arrepentimiento y la unión con Él) y la justicia (la consecuencia del pecado y el rechazo de esa invitación). La persona que acoge a Cristo experimenta una división interior: su viejo yo (el yo pecador) muere para que nazca el nuevo yo (el yo redimido). Este proceso espiritual, aunque doloroso, es necesario para la salvación.

La dimensión mística profundiza en la experiencia directa del amor de Dios y la unión con Él. Desde una perspectiva mística, la división de la que habla Jesús no es solo externa, sino una purificación radical del alma. El "fuego" es el fuego del Espíritu Santo que consume todo lo que es impuro y falso en el interior del creyente. Esta purificación mística es el proceso por el cual el alma se desprende de todo lo que la separa de Dios, estableciendo una división clara entre lo que es de Dios y lo que no lo es, (Lo que es y lo que o es).

La misericordia, desde esta perspectiva, no es una simple indulgencia, sino el amor de Dios que se derrama sobre el alma para curarla y purificarla. La justicia de Dios, en este contexto, no es un castigo, sino la consecuencia natural de rechazar ese amor purificador. El místico experimenta esta división de forma personal e íntima, comprendiendo que la elección de Cristo es una elección total que lo separa de cualquier otra lealtad y lo une completamente a Dios.

En resumen, la venida de Jesús al mundo es el punto de inflexión que delimita entre el bien y el mal, el cielo y el infierno, la misericordia y la justicia, no como un acto de juicio arbitrario, sino como la manifestación de una verdad que obliga a cada persona a tomar una posición. Esta delimitación se vive tanto en el ámbito externo de las relaciones humanas como en la batalla interna del alma.

Por tanto, ¿Quién pone los criterios para que un acto califique que es bueno o malo? ¿Los pone el hombre o Dios?

Según Lucas 12,49-53 que hemos leído: La respuesta a quién establece los criterios del bien y del mal es inequívoca: Dios, a través de Jesucristo, es quien los establece, no el ser humano. La llegada de Jesús al mundo es el punto de inflexión que revela la verdad de Dios, obligando a las personas a tomar una decisión y, por lo tanto, a ser juzgadas por la norma divina, no por la propia.

Exégesis y Perspectiva Bíblica: El pasaje de Lucas 12,49-53 no debe interpretarse como una justificación de la violencia o el caos. Más bien, Jesús usa un lenguaje hiperbólico para enfatizar la gravedad y la radicalidad de su misión.

"He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!" (Lc 12,49) El fuego aquí simboliza: la purificación, la verdad y el juicio. Es el fuego del Espíritu Santo que consume el pecado y las falsedades. La venida de Cristo no deja a nadie indiferente; su mensaje actúa como un fuego que quema las impurezas del corazón y revela la verdadera naturaleza de cada acto.

"¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división." Esta división no es el objetivo de Jesús, sino la consecuencia inevitable de la revelación de la verdad. La luz de Cristo expone las tinieblas. La adhesión a Él como "el camino, la verdad y la vida" (Juan 14,6) exige una ruptura con todo aquello que se opone a esa verdad, incluso con los lazos familiares más fuertes. La fidelidad a Dios se convierte en el criterio supremo que redefine las relaciones humanas. “¿Cómo sabemos que somos de Dios? Cumpliendo sus mandamientos” (I Jn 2,3).

"De ahora en adelante, cinco en una casa estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres." (Lc 12,52). Jesús ilustra que su mensaje divide incluso a las familias, el pilar de la sociedad en su tiempo y la de hoy. Este quiebre no lo provoca el hombre de por si, sino la respuesta del hombre al criterio divino. Algunos miembros de la familia (tres) aceptan a Jesús y sus enseñanzas, mientras que otros (dos miembros) las rechazan.

La Biblia, en su conjunto, presenta a Dios como el fundamento de la moralidad. La ley de Moisés, los profetas y las enseñanzas de Jesús demuestran que el bien y el mal no son relativos a la cultura o la preferencia individual, sino que se basan en el carácter y la voluntad de Dios.

Desde una perspectiva teológica, los criterios del bien y del mal son un reflejo del carácter santo y justo de Dios. La llegada de Cristo es la manifestación suprema de esa justicia y misericordia divinas.

Misericordia y Justicia: La misericordia de Dios no es una simple condescendencia, sino su voluntad de perdonar y restaurar a la humanidad a pesar de su pecado. La justicia, por otro lado, es la consecuencia necesaria del rechazo de esa misericordia. Jesús no vino a anular la justicia divina, sino a cumplirla y a ofrecer un camino para que la humanidad pudiera reconciliarse con Dios a través de su sacrificio en cruz (Rm 5,8).

El hombre vs. Dios: La idea de que el hombre puede establecer sus propios criterios de bien y mal es la base del pecado original (Rm 5,12). La serpiente tienta a Adán y Eva con la promesa de que "serán como dioses, conociendo el bien y el mal" (Génesis 3,5). El pasaje de Lucas subraya que la venida de Cristo deshace esa falsa promesa y reafirma que solo Dios es el árbitro final de la moralidad.

A nivel espiritual, la división que menciona Jesús ocurre dentro del corazón de cada persona. El "fuego" es la presencia purificadora del Espíritu Santo que nos confronta con la verdad.

El bien es la obediencia al Espíritu Santo y la alineación con la voluntad de Dios. El mal es la resistencia a esa voluntad y el aferramiento a los deseos pecaminosos. Este conflicto interno es el que lleva a la división externa, ya que la elección espiritual de una persona inevitablemente afecta sus relaciones y su forma de vida.

Filosóficamente, la existencia de criterios morales absolutos plantea un dilema: ¿vienen de la razón humana o de una fuente trascendente?

Razón Humana: Filósofos como Kant argumentan que los criterios morales pueden derivarse de la razón. Sin embargo, la historia muestra que la razón humana es falible y a menudo se utiliza para justificar actos atroces.

Fuente Trascendente: El pasaje de Lucas (Lc 12,29-53) apoya la idea de una fuente trascendente de la moralidad. La verdad de Cristo es un criterio objetivo que no depende de las emociones, la cultura o las preferencias personales. Al presentar esta verdad, Jesús obliga a cada persona a elegir, y esa elección es la que determina su posición ante el bien y el mal.

En conclusión, según Lucas 12,49-53, la llegada de Jesús es el evento que pone fin a la ambigüedad moral. Él es el criterio vivo que delimita entre el bien y el mal. La división que provoca no es una debilidad de su mensaje, sino la prueba de su radical veracidad: “Los que hicieron cosas buenas en este mundo resucitaran para la vida terna y los que hicieron cosas malas resucitaran para la condena eterna” (Jn 5,29). Y Dios nos dice que es el bien y que es el mal en los mandamientos” (Ex 20,3-17). “Cuando el Señor terminó de hablar con Moisés, en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra escritas por el dedo de Dios” (Ex 31,18). “Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber. Y escribió sobre las tablas las palabras de la alianza, es decir, los diez Mandamientos (Ex 34,28). Y Jesús advierte: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5,17).

”Salí del Padre, vine al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al padre” (Jn 16,28).  "He venido a este mundo para un juicio. Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven” (Jn 9,39).  “Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo” (Jn 12,47). El gran problema es con los que no se dejan salvar. Por eso, hoy nos dice: ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división” (Jn 12,51). El Hijo del Hombre vino al mundo a poner límites entre el cielo y el infierno. Vino a delimitar entre la misericordia y la justicia de Dios.

El domingo pasado, Jesús en la parte final del Evangelio decía: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). Lo mínimo que se nos exige es la coherencia entre lo que decimos creer y hacer, eso se manifiesta en los frutos o las obras (Mt 7,20). Muchos dicen creer en Dios, pero sus actos reflejan otra cosa (Mt 23,3). El profeta Simeón, después de bendecirlos, había dicho a María, la madre: "Este niño será causa de caída y tropiezo para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos en Israel" (Lc 2,34-35). Hoy reafirma Jesús al decirnos: “¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres” (Lc 12,51-52).

lunes, 4 de agosto de 2025

DOMINGO XIX - C (10 de agosto del 2025)

 DOMINGO XIX - C (10 de agosto del 2025)

Proclamación del Santo evangelio Según San Lucas 12,32-48:

12,32 No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino.

12,33 Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla.

12,34 Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.

12,35 Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas.

12,36 Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.

12,37 ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.

12,38 ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!

12,39 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.

12,40 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada".

12,41 Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?"

12,42 El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?

12,43 ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo!

12,44 Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.

12,45 Pero si este servidor piensa: "Mi señor tardará en llegar", y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse,

12,46 su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.

12,47 El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.

12,48 Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz Bien

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada" (Lc 12,40). Jesús ya nos ha dicho: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,18).  ¿A qué vendrá el Hijo del Hombre? Mismo Jesús nos dice: “El Padre le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre” (Jn 5,27). Jesús es enfático al reiterar: “Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo al Padre, y mi juicio es justo” (Jn 5,30). Hoy nos adelantó algo importante sobre el juicio: “El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, reprobó el querer de su amo, será castigado con menos rigor. Porque al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lc 12,47-48).

El texto de Lc 12,32-48, nos ofrece una profunda enseñanza sobre la preparación para la venida del Señor. La parábola del siervo fiel y del siervo infiel, junto con las exhortaciones previas, nos muestra la importancia de la vigilancia y la responsabilidad en la vida del creyente.

El pasaje comienza con una exhortación a la confianza en Dios y al desapego de los bienes materiales (Lc 12,32-34). Jesús les dice a sus discípulos: "No temas, pequeño rebaño, porque su Padre le ha parecido bien darles el Reino". Esta es una llamada a vivir en la providencia de Dios, con el corazón puesto en el tesoro celestial, no en los tesoros de la tierra.

Luego, el Señor nos llama a la vigilancia permanente (Lc 12,35-40). Nos exhorta a tener "los lomos ceñidos y las lámparas encendidas", como siervos que esperan a su señor que regresa de una boda. La imagen de estar "ceñidos" y con las "lámparas encendidas" es una clara referencia a la prontitud y a la preparación. Esta actitud de vigilancia es crucial, ya que el Señor vendrá "a la hora menos pensada".

La parábola del siervo fiel y del siervo infiel (Lc 12,41-48) es la clave para entender la distinción entre los castigos. Pedro le pregunta a Jesús si la parábola es para ellos o para todos. Jesús no le responde directamente, pero le plantea una pregunta retórica: "¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente?":

El siervo fiel y prudente: Es aquel a quien su señor, al volver, lo encuentra cumpliendo su deber. Este siervo será premiado: el señor lo pondrá al frente de toda su hacienda. Esta es una clara recompensa a la fidelidad eterna (cielo).

El siervo infiel: Es aquel que, pensando que su señor tardará, se dedica a maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a emborracharse. El señor vendrá de improviso y lo "castigará severamente". El castigo severo es eterno (Infierno).

Finalmente, el texto nos revela la razón de los diferentes castigos (Lc 12,47-48): "Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no se preparó ni obró conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes" (infierno). "Pero el que, sin conocerla, hizo cosas dignas de azotes, recibirá pocos" (Purgatorio).

La conclusión es categórica: "A quien se le dio mucho, se le pedirá mucho; a quien se le confió mucho, se le reclamará más" (Lc 12,47-48).

La teología de este pasaje se centra en la escatología y en la ética cristiana.

Escatología: El texto nos habla de la parusía, la segunda venida de Cristo. La incertidumbre del momento de su llegada no debe ser motivo de ociosidad, sino de una constante vigilancia y preparación. El "no saben cuándo vendrá" no es una excusa para la pereza espiritual, sino un llamado a la santidad de cada día. La venida del Señor es un evento que transforma nuestra perspectiva del tiempo y nos llama a vivir cada momento como si fuera el último.

Ética de la responsabilidad: La parábola establece una clara relación entre el conocimiento de la voluntad de Dios y la responsabilidad moral. Quien ha recibido la revelación de la Palabra de Dios y la ha conocido, tiene una mayor responsabilidad de vivir de acuerdo a ella. La ignorancia, si bien no exime completamente de culpa, sí atenúa la gravedad del pecado. El principio teológico es que la responsabilidad moral es proporcional al conocimiento de la ley divina. Esto se relaciona con la doctrina del juicio particular y final, donde cada uno será juzgado por sus obras, pero también por su conciencia y su grado de conocimiento.

Desde una perspectiva espiritual, la preparación para la venida del Señor se manifiesta en la vida interior o espiritual del creyente:

La vigilancia como virtud: La vigilancia no es solo estar despierto, sino tener una actitud de alerta espiritual. Implica la oración constante, el examen de conciencia, la lucha contra las tentaciones y el cultivo de las virtudes. Es vivir en el presente, pero con la mirada puesta en la eternidad. Es el "ceñir los lomos" de la castidad, la sobriedad y la humildad; y el "encender las lámparas" de la fe, la esperanza y la caridad.

La mayordomía de los dones: La parábola del siervo fiel es una enseñanza sobre la mayordomía. El "administrador" (o mayordomo) de la casa es el creyente que ha recibido dones, talentos, conocimientos y gracias de parte de Dios. La forma en que administra estos dones es la medida de su fidelidad. El uso responsable de los dones es una forma de preparación para el encuentro con el Señor. Por el contrario, el despilfarro, el mal uso o la negligencia son señales de una vida espiritual infiel.

La dimensión mística de este pasaje se relaciona con la unión del alma con Dios y la experiencia interior de la venida de Cristo.

La llegada del Señor en el interior del alma: La venida del Señor no es solo un evento futuro, sino también una realidad presente en la vida mística. Cristo viene a morar en el corazón del creyente que se prepara para él. La vigilancia se convierte en una atención continua a la presencia de Dios en el alma. Las "lámparas encendidas" son el fuego del amor de Dios que arde en el corazón del hombre fiel y lo hace santo como el es santo (I Pe 1,15).

El amor como fuente de conocimiento y obediencia: En la mística, el conocimiento de la voluntad de Dios no es puramente intelectual, sino una experiencia de amor. El alma que ama a Dios, desea complacerlo y busca constantemente su voluntad. Por lo tanto, el siervo que "conoce la voluntad de su señor" y no la cumple, es aquel que, a pesar de haber recibido la gracia del conocimiento, no la ha transformado en amor operante. El castigo es mayor porque la traición al amor es más grave que la ignorancia. El siervo que, sin conocer la voluntad de su señor, obra mal, es aquel que, aún sin la luz del amor, ha fallado a la ley natural o a la conciencia, recibiendo un castigo menor porque su ofensa es de menor peso en la balanza del amor.

En suma, el texto de Lc 12,32-48 es una llamada urgente y profunda a la preparación para la venida del Señor. Esta preparación se manifiesta en la vigilancia constante, la fidelidad en la administración de los dones, el conocimiento de la voluntad de Dios y, en última instancia, en la unión mística con Él. La distinción entre los castigos nos revela un principio de justicia divina que pondera la responsabilidad en función del conocimiento y del amor recibido.

El domingo pasado terminaba Jesús en su enseñanza exhortando: “Si uno acumula bienes para sí y muere a la noche siguiente; las cosas que ha acumulado, ¿para quién serán?" Así es como pasa con el que atesora riquezas para sí, y no es rico ante los ojos de Dios" (Lc 12,21). Hoy en el inicio del evangelio se nos dice: “Vendan lo que tienen y repártanlo en limosnas. Háganse junto a Dios bolsas que no se rompen de viejas y reservas que no se acaban; allí no llega el ladrón, y no hay polilla que destroce. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Lc 12,33-34). ¿De qué tesoro nos habla Jesús sino lo que atesora el corazón? No es la cosecha, no es un bien material, la que quepa en el corazón de Dios y en el corazón del hombre que es imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) es sin duda alguna el amor (I Jn 4,8). Al respecto San Pablo dice: “El Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino de justicia, de paz y alegría en el Espíritu Santo. Quien de esta forma sirve a Cristo, agrada a Dios y también es apreciado por los hombres” (Rm 14,17-18).

La parábola del “patrón que está para volver de una fiesta de bodas” (Lc 12,36-38). Describe a los discípulos como sirvientes esperando el regreso de su señor por la noche y les promete una recompensa que va más allá de la imaginación humana: el patrón al servicio de sus sirvientes. La parábola del “ladrón” o también del “responsable de una casa pronto para atrapar a un ladrón” (Lc 12,39-40). Ésta hace una advertencia contra la mala preparación. Ésta ejemplificada en el dueño de una casa que teme la venida de un ladrón. Se deja entender que la venida del Hijo del hombre será de improviso y tendrá serios efectos negativos para aquellos que estuvieren mal preparados. Las dos parábolas son complementarias: la primera acentúa lo positivo y la segunda lo negativo.

El pasaje se abre con un mandato a los discípulos para que estén prontos para el servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas y las lámparas encendidas” (Lc 12,35). La idea es una y se expresa con dos imágenes que repiten el mismo mandato. Notemos desde ya que Jesús no está requiriendo solamente comportamientos individuales, en sus palabras se acentúa el plural comunitario. Primera imagen de servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas” (Lc 12,35), como una manera de decir: “esperen en ropa de trabajo o de servicio” ¿Qué otra motivación tendría Dios para crearnos sino es precisamente por el amor?  San Juan dice: Queridos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor” (1Jn 4,7-8). Por eso uno estamos llamados a vivir en el mismo amor los unos a los otros, y es el amor el único camino eficaz de salvación: “Si uno dice Yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21). Mismo Jesús, manifestación del amor de Dios a los hombres nos reitera: “Ámense unos a otros como yo os ame” (Jn 13,14).

“Tened encendidas sus lámparas” (Lc 12,35). Permanecer dentro de la casa con las luces encendidas también es una imagen de disponibilidad para el servicio a cualquier hora. Pero no solo eso, el “arder” se insinúa también el calor de la acogida en la casa. Tener las luces encendidas, entonces, es señal de actividad nocturna en una casa o al menos de disponibilidad para ello; además, una lámpara prendida hace posible a cualquier hora una actividad de improviso. Como lo deja entender la parábola siguiente, el patrón necesitaba de luz para poder entrar de improviso en su casa a altas horas de la noche, sus servidores se la proporcionarán.

La parábola describe lo que sucede en dos tiempos: 1) el tiempo de la espera mediante la disposición para el trabajo por parte de los servidores (Lc 12,36) y 2) el tiempo de la llegada del patrón y de la recompensa de los servidores (Lc 12,37-38). “Sed como hombres que esperan a que su Señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran” (Lc 12,36). El servicio que es espera es parecido al de un portero, si bien la apertura de la puerta implica en este caso otras tareas complementarias para el patrón una vez que entre en la casa. El patrón está participando en una fiesta de matrimonio, no es él quien se casa sino un invitado. El regreso se prevé para ese mismo día, lo cierto es que puede ser a altas horas de la noche (Lc 12,38). No se sabe por qué motivo se extiende la fiesta, ni tampoco (como hoy) por qué no tiene una llave y abre él mismo, todo eso es secundario. Lo importante es la actitud de los servidores: estarán listos para abrir la puerta en preciso instante en que llegue y toque la puerta (Lc 13,25), aparecerá una escena similar pero con los roles patrón-siervo invertidos).

Dios ejecuto su proyecto de salvación mediante el servicio de cada uno de los bautizados en la construcción de su Iglesia: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” (1Tm 2,4-5). No hay mejor motivación que el amor para un servicio efectivo. Jesús mismo lo manifiesta: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,13-15). “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11).

Con estas enseñanzas conviene precisar nuestra reflexión al tema de la riqueza ¿Cómo ser rico ante los ojos de Dios? El joven rico pregunto muy preocupado sobre su salvación a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme” (Mc 10,17-21). La única forma de ser ricos antes los ojos de Dios es actuando en el amor de Dios y no de meras palabras sino con obras de caridad y misericordia.

La obra de caridad perfecta es pues sin duda el compartir, al respecto agrega el apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy religioso, pero no controla sus palabras, se engaña a sí mismo y su religión no vale. La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo” (Stg 1,26-27). “La fe sin obras es una fe muerta” (Stg 2,17). La fe sin obras no salva a nadie y la obra que da vida a la fe que decimos profesar es el acto de caridad cual es el dar con amor a quien no tiene un pan o un vestido.

Dónde está el verdadero tesoro de nuestras vidas? Porque, claro, cuando tenemos un tesoro todos vivimos con el corazón metido en la caja fuerte, nadie deja un tesoro tirado sobre la mesa. En cambio, aquí Jesús nos dice que renunciar a todo y darlo a los que no tienen, nos abre una cuenta fuerte en el cielo, ese es el tesoro de los pobres. Humanamente, los pobres no suelen disponer de grandes tesoros, pero tienen como tesoro el corazón de Dios.

Jesús vuelve a insistirnos en nuestra actitud de la vigilancia, de estar atentos, de estar despiertos. Vigilantes a la espera de su venida. Vigilantes con nosotros mismos para que nuestra vida se mantenga viva. Vigilantes para que nuestra fe no se nos vaya contaminando o se nos vaya muriendo. Vigilantes para que nuestra Iglesia no se vaya contaminando de los criterios del mundo y termine perdiendo su propia claridad. Vigilantes sobre nosotros mismos para saber tomar las decisiones necesarias a su tiempo y a su momento oportuno.

Sugiere estar prestos a la exigencia: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). La única medida del tener más o menos es el amor manifestado en la caridad al pobre, medio eficaz para acumular riqueza en el cielo y quien así vive, es como el administrador fiel que está muy atengo y vigilante porque está preparado para la consumación: “Por eso, estén también ustedes preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que menos esperan” (Mt 24,44). Entonces cuando llegue el Juez supremo dará el premio a cada uno según su trabaja (Ap 22,12). Fielmente conviene traer en recuerdo aquello de la paga al final de los tiempos: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, entonces recompensara a cada uno según su trabajo” (Mt 16,27).

DOMINGO XVIII - C (03 de agosto del 2025)

DOMINGO XVIII - C (03 de agosto del 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 12,13-21

12,13 Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".

12,14 Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?"

12,15 Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".

12,16 Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,

12,17 y se preguntaba a sí mismo: "¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha".

12,18 Después pensó: "Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,

12,19 y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida".

12,20 Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?"

12,21 Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

COMENTARIO:

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

“La raíz de todos los males en el mundo es el amor al dinero” (I Tm 6,10). A menudo el hombre olvida la realidad: “Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar” (I Tm 6,7). Hasta el cuerpo dejaremos: “El cuerpo vuelve a la tierra porque de ella fue formado y el espíritu vuelve a Dios porque de Él viene” (Ecl 12,7). El alma que es espíritu, despojado del cuerpo, un día tendrá que dar cuenta a Dios de su modo de proceder si fue caritativo o egoísta. Por eso Jesús nos sugiere: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). Y hoy, nos reitera: "Cuídense de toda avaricia, aunque uno lo tenga todo, la vida del hombre no depende de su riqueza"(Lc 12,15).

Jesús dijo también al joven rico: "Si quieres ser perfecto, ve; vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes. Jesús dijo entonces a sus discípulos: Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mt 19,21-26). “¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo? Sepan que el Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta” (Mt 16,26-27). Y hoy nos está reiterando lo mismo: “Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida” (Lc  12,15).

Uno de entre la gente pidió a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia. Le contestó: Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o repartidor de bienes entre ustedes?” (Lc 12,13-14). El domingo anterior decíamos que a menudo no sabemos pedir a Dios y por eso Dios no nos escucha. Que Dios escucha siempre que lo pidamos con un corazón puro y sincero. Dios es el más interesado en nuestra felicidad y por eso es él el que se adelanta y nos da lo que sabe que nos hace falta antes que se lo pidamos, pero Dios respeta la libertad del hombre por eso espera que se lo pidamos. Que nazca de nosotros el pedir en una oración, pues así dice mismo Dios: “Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y cuando me busquen me encontrarán, siempre que me imploren con todo un corazón puro y sincero” (Jer 29,12)

Me pregunto ahora, este pedido: “Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia” (Lc 12,13), ¿será una petición que nace de una fe autentica a Dios o será que este hombre quiere usar el actuar de Dios con criterios personales y egoístas? ¿Cuántos de nosotros y con frecuencia confundimos las cosas ante Dios? El mensaje del evangelio que hoy nos inculca Jesús es demoler el muro del egoísmo y agrandar el granero del amor y compartir el pan con el hambriento. Entonces un día nos lo dirá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos pobres, lo hicieron conmigo hereden el Reino de los cielos" (Mt 25,40).

El tema de las herencias es un tema recurrente en nuestra vida familiar y motivo de muchas discordias. Gustaría saber cuántos hermanos, que hasta es posible vayan a misa hoy y muy devotamente y no se hablen por problemas de herencia entre hermanos. Por eso, yo soy de los que insisto a los padres a que hagan testamento a tiempo. No saben cuántos líos entre los hermanos se evitarían. La parábola de Jesús es toda una lección de nuestra codicia y de nuestra ansia de tener, capaz de sacrificar nuestra condición de hermanos, nuestra condición de solidaridad y de nuestro compartir con los demás.

Jesús lamenta la codicia del corazón del dueño de la cosecha, porque, mientras los pobres se mueren de hambre y cada día los grandes terratenientes los dejan sin sus tierras, este hombre tiene un cosecha tan tremendo que ya no sabe dónde almacenar tanto grano. La única preocupación es qué haré para meter tanto trigo. La solución es clara, piensa en levantar nuevos graneros, en almacenar. Ni se le pasa por la cabeza pensar, que ya que Dios le ha regalado tan buena cosecha, cuánto pudiera repartir entre los que no tienen nada, entre los que se mueren de hambre. Piensa en agrandar sus graneros, pero no piensa que con ello está achicando su corazón. Pienso agrandar sus graneros, pero no piensa en agrandar el corazón. Crecerán y se agrandarán sus graneros, pero su vida se empequeñecerá y achicará. Un tema de ayer y también de hoy. Hermanos, sí, mientras viven los padres. Nada más morir los viejos, dejamos de ser hermanos, y somos herederos. Es ahí donde, nos olvidamos de los padres, y nos olvidamos que somos hijos, y nos olvidamos de que somos hermanos. Ahora comienza el egoísmo. ¿Qué me toca a mí? ¿Qué te toca a ti? Pero claro, siempre hay alguien que se cree más derechos y con más títulos para atrapar la mejor tajada.

Jesús tuvo experiencia de esto. Por eso este pobre hombre, dominado por el poder de su hermano, acude a Jesús para que convenza a su hermano de que reparta la herencia. Pretendemos que Dios también haga de intercesor y de árbitro cuando nosotros nos olvidamos de ser hermanos y la codicia crea peleas fraternas. Jesús no se mete en esos líos de herencias, no es esa su misión. Su misión está en manifestar que el egoísmo de tener solo lleva a la división, por eso propone una parábola que nos habla no del acumular sino del compartir. ¿Cuántas familias rotas por causa de las herencias? ¿Cuántos hermanos que no se hablan desde la muerte de los padres? ¿Cuántos hermanos que han dejado de serlo desde que los viejos se fueron. Y todo por el egoísmo del tener, del acumular.

El mejor recuerdo y homenaje a nuestros padres que se fueron, será conservar una familia unida como ellos la quisieron. Que el mejor homenaje y la mejor memoria de nuestros padres que ya nos dejaron serán el amor, la unidad y la fraternidad de los hijos. ¿De qué sirve llorarlos, si entre nosotros vivimos peleados por lo que ellos nos dejaron? ¿Con qué cara nos acercaremos a su tumba a ofrecerles un ramo de flores, cuando nosotros no nos atrevemos a visitarlos juntos y cambiamos de fecha para no encontrarnos? ¿Para eso lucharon toda su vida nuestros padres, para que ahora nosotros rompamos la unidad familiar? El amor se expresa y manifiesta no en el acaparar, sino en el compartir y en la sensibilidad de las necesidades de cada uno. Al fin y al cabo, nadie llevará consigo lo que privamos a nuestro hermano.

Recordemos la enseñanza de Jesús sobre el joven rico: “Jesús estaba a punto de partir, cuando un hombre corrió a su encuentro, se arrodilló delante de él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: “Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven que más me fala”. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: “Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo: ¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!” (Mc 10,17-23).

“Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar. Contentémonos con el alimento y el abrigo. Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la ruina y a la perdición. Porque el amor al dinero (avaricia) es la raíz de todos los males en el mundo, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la fe y se ocasionaron innumerables sufrimientos” (ITm 6,7-10). Este episodio hace de complemento con la enseñanza del evangelio de hoy: El pasaje de Lc 12,13-21 es la base de la advertencia de Jesús sobre la avaricia. La historia del rico insensato es una parábola directa que ilustra el peligro de esta actitud. Un hombre le pide a Jesús que intervenga en una disputa de herencia, y Jesús responde con una advertencia radical: "¡Miren! Cuídense de toda avaricia, porque la vida (salvación) de un hombre no depende de sus bienes materiales (riqueza)".

La parábola que sigue es una demostración en sí misma. El hombre rico de la historia no es necesariamente un pecador por tener una buena cosecha, sino por su confianza desmedida en sus bienes materiales. Sus pensamientos revelan su mentalidad: "Me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, disfruta." Su pecado es la autosuficiencia y el olvido de Dios. Cree que su seguridad y su futuro (salvación) están garantizados por su riqueza.

La respuesta de Dios es contundente: "¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma (morirás); y lo que has acumulado, ¿de quién será?" La muerte, un evento inevitable y repentino, despoja al hombre de todo lo que había atesorado. Esto demuestra el principio teológico central: la vida, en su sentido más profundo (vida eterna; salvación), es un regalo de Dios y no puede ser comprada, asegurada o prolongada por la riqueza. La verdadera riqueza no reside en lo terrenal, sino en "ser rico para con Dios" (Mt 19,21).

Desde una perspectiva de la razón, la avaricia se puede entender como una distorsión del valor. El avaro confunde los medios con los fines. El dinero y las posesiones son herramientas para vivir, no el propósito final de la existencia.

Aristóteles decía en su en Ética a Nicómaco que la virtud como un justo medio. La avaricia sería un exceso en el apego a las posesiones materiales. La virtud de la generosidad se encuentra entre la avaricia (defecto) y la prodigalidad (exceso). Para Aristóteles, la vida buena (eudaimonia) no se logra a través de la acumulación de bienes externos, sino a través de la práctica de la virtud y la razón. La avaricia, al centrar la vida en lo material, desvía al hombre de su verdadero fin, que es la búsqueda de la sabiduría y la virtud.

La filosofía estoica también ofrece una visión poderosa. Los estoicos enseñaban que la verdadera felicidad y tranquilidad provienen de la virtud y el control sobre uno mismo, no de las circunstancias externas. La avaricia es una pasión que nos esclaviza a los objetos externos, haciéndonos dependientes de algo que no podemos controlar completamente (la economía, la salud de los cultivos, los accidentes, etc.). Al confiar en las riquezas, el hombre se vuelve vulnerable a la fortuna. La libertad, para los estoicos, radica en la indiferencia hacia las cosas materiales, valorando solo lo que es interno a uno mismo.

En el sentido espiritual, la avaricia no es solo un apego material, sino una condición espiritual. Desde un punto de vista espiritual, la avaricia es un ídolo. El corazón del avaro ha reemplazado a Dios por el dinero y las posesiones. Esto se manifiesta en una serie de consecuencias:

Ceguera Espiritual: El avaro se vuelve ciego a las necesidades de los demás y a la presencia de Dios en su vida. En la parábola, el rico solo se habla a sí mismo ("Me diré a mí mismo"). No hay mención de Dios, de la familia, o de los pobres. Su mundo se ha reducido a sí mismo y a sus posesiones.

Vacío Existencial: La avaricia promete seguridad y plenitud, pero en realidad genera un vacío insaciable. La naturaleza del deseo avaricioso es que nunca se satisface; siempre se quiere más. Esto es lo opuesto a la paz que proviene de la confianza en Dios. El hombre rico cree que tiene "bienes almacenados para muchos años", pero su alma es reclamada esa misma noche, revelando la futilidad de su plan.

Obstáculo para la Gracia: La avaricia es un obstáculo directo para la vida de gracia. Jesús en otros pasajes afirma que es "más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos". Esto no es una condena de la riqueza en sí, sino una advertencia sobre la actitud del corazón. Un corazón lleno de avaricia no tiene espacio para Dios ni para el prójimo. La vida mística, que es una unión con Dios, es imposible cuando el corazón está dividido. El místico busca vaciarse de sí mismo y de las cosas mundanas para ser llenado por Dios. La avaricia hace lo contrario: llena el alma de egoísmo y materialismo.

En suma, la parábola del rico insensato, junto con las reflexiones teológicas, filosóficas y místicas, demuestra que la avaricia es un peligro mortal. No solo pone en riesgo la salvación del alma, sino que también desvía al ser humano de su verdadero propósito y lo condena a una existencia de ansiedad, soledad y vacío, creyendo que la vida puede ser asegurada por algo tan frágil y efímero como la riqueza material. La verdadera vida, la que no depende de la abundancia de bienes, es aquella que se vive "siendo rico para con Dios".

domingo, 20 de julio de 2025

DOMINGO XVII - C (27 de julio del 2025)

 DOMINGO XVII - C (27 de julio del 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 11,1-13.

11,1 Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".

11,2 Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino;

11,3 danos cada día nuestro pan cotidiano;

11,4 perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".

11,5 Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes,

11,6 porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle",

11,7 y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos".

11,8 Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.

11,9 También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.

11,10 Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.

11,11 ¿Hay algún padre entre ustedes que dé a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado?

11,12 ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?

11,13 Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Cuando nos dice el Señor: “Pidan y se les dará” (Lc 11,9). ¿Qué, cómo y cuándo pedimos? Los discípulos piden que les enseñe a orar (Lc 11,1); piden que le aumente la fe (Lc 17,5). Por su parte Jesús ora el Padre y pide: “Hazlos santos según la verdad: tu palabra es verdad” (Jn 17,17). Este pedido es fundamental porque corresponde al mandato del Padre: “Uds. sean santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). ¿Para qué sirve el ser santos? Para estar con Dios. Y ¿Qué pasa si no estamos con Dios? Dijo Jesús: “¿Tu Cafarnaúm piensan escalara el cielo?, Pues no. Descenderás al infierno” (Mt 11,23). Solo los que son santos podrán escalar el cielo y los que nos son santos descenderán al infierno. Para ser santos hace falta cumplir los tres consejos de Jesús: Ser hombres de fe, hombres de oración y hombres cumplidores de la misión (Mt 28,19-20).

Siguiendo la línea de las enseñanzas anteriores, hoy estamos en la tercera característica distintiva de un discípulo de Jesús: la oración (Lc 11,1-13); que complementa a la escucha de Dios (Lc 10,38-42); tanto la oración como la escucha termina con la actitud misericordiosa “buen samaritano” (Lc 10,25-37). Con esta temática triple y complementaria queda diseñado un cuadro completo de los ejercicios fundamentales del “seguimiento” de Jesús, o sea, del discipulado. Es así como en medio de la subida a Jerusalén, Jesús sigue ofreciendo las lecciones fundamentales del discipulado. Y no se concibe un discípulo sin interés en la oración, sin la escucha de su maestro y sin hacer lo que enseña (actitud misericordiosa).

En la catequesis sobre la oración, Jesús trata la enseñanza más alta sobre los dones que se reciben en la oración: “¡Cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (11,13). Aquí encontramos una conexión con Pentecostés: la oración termina con una efusión y unción del Espíritu Santo y en Él recibimos al mismo ser del Padre, es decir recibimos mucho más de lo que pedimos y a Él a quien realmente necesitamos. Quien entiende esta grandiosidad, con razón como San Pablo puede exclamar lleno de gozo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11), porque vivo yo, pero no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). Y quien tiene al Hijo, tiene también al Padre (I Jn 2,23); Jesús mismo dice “Yo y el Padre somos uno solo” (Jn 10,30). Por eso Jesús en una de sus oraciones dice:

“Padre que todos sean uno: como tú estás en mí y yo en ti, que también ellos (los que oran) estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno —yo en ellos y tú en mí— para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mí” (Jn 17,21-23).

En el inicio de la oración “Y sucedió, que estando él orando en cierto lugar, cuando terminó…”  Uno de los suyos le dijo “Maestro enséñanos a orar” (Lc 11,1). El evangelio comienza en son de paz y fortaleza, dándose un tiempo para contemplar sobre el escenario a Jesús orante. Con apenas las palabras esenciales se describen una oración completa de Jesús. El evangelista Lucas nos ha enseñado que la oración era una constante de la vida de Jesús. No es sino recordar pasajes ya leídos: la oración en el Bautismo (Lc 3,22), antes de llamar a los Doce (Lc 6,12), antes de la confesión de fe de Pedro (Lc 9,18), en la transfiguración (Lc 9,28), después del regreso de los setenta y dos misioneros (Lc 10,21-22). Ahora lo vemos orando una vez más.

La enseñanza es clara: el punto de partida de la oración cristiana es la misma oración de Jesús. Si nosotros podemos orar es porque él ora y todas nuestras oraciones están dentro de la suya. Un discípulo siempre ora “en” Jesús: Él origina, sostiene e impregna nuestra oración.En el camino de subida hacia Jerusalén, un legista le había preguntado a Jesús qué tenía que “hacer” para alcanzar la vida eterna (Lc 10,25). Como respuesta resultó una estupenda enseñanza sobre el amor. El tema del amor vuelve a aparecer cuando, a propósito de la solicitud de uno de los discípulos -“Señor, enséñanos a orar”(Lc 11,1-13)-, Jesús realiza una extensa pero bien ordenada catequesis sobre la oración que termina hablando sobre los dones que nos da el amor del Padre, especialmente su amor viviente en nosotros, que es el Espíritu Santo.

Pidan y se les dará, busquen y encontraran, llamen y se les abrirá” (Lc 11,,9) ¿Qué pedimos en nuestras oraciones? El Padre del cielo da lo que es propio del cielo: “el Espíritu Santo” (11,13). Lo más perfecto que Dios nos da sobrepasa nuestras peticiones: El don del Espíritu Santo. Por lo tanto, la oración no debe tener los límites de nuestra mezquindad humana que sólo tiene aspiraciones terrenas; nuestra oración debe ser tal que nos haga gritar desde lo hondo de nuestro corazón el deseo incesante del don mayor, que es Dios mismo, que nos inunde de sí mismo y haga radiante nuestra vida, como lo vemos el día del gran don en Pentecostés ( Hch 2,1-11). Es “Él” lo que más necesitamos y él se vacía en nosotros en el don del Espíritu Santo. Pero, ¿será que los hijos tenemos conciencia de la excelencia de este don?

Ahora podemos comprender mejor por qué algunas oraciones nuestras no son atendidas por Dios, es que dichas oraciones no nacen del corazón autentico, puro y sincero, o si no veamos un ejemplo: “Jesús dijo esta parábola por algunos que estaban convencidos de ser justos y despreciaban a los demás. Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas”. Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador” .Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no. Porque el que se hace grande será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc 18,9-14). En la misma línea el salmista advierte que Dios no lo escucha: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste? ¡A pesar de mis gritos mis palabras no te alcanzan! Dios mío, de día te llamo y no me atiendes, de noche y no me escuchas, mas no encuentro mi reposo. Tú, sin embargo, estás en el Santuario, de allí sube hasta ti la alabanza de Israel” (Slm 21,2-4).

Dios no es que no escuche nuestras oraciones, lo que pasa es que esas oraciones están mala hechas porque no nacen del corazón autentico y puro, pues si las oraciones nacen del corazón puro y autentico Dios atiende inmediatamente. Jesús dice: “Hasta ahora no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, así conocerán el gozo completo” (Jn 16,24). Hoy en mismo evangelio de Lucas Jesús termina con estas palabras: "Pidan y se les dará; busquen y hallaran; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre Uds. que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, ¿le da un escorpión? Si, pues, Uds. siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11,9-14).

Jesús nos insiste en la necesidad de orar y utiliza toda una serie de verbos: Pedir, buscar, llamar. Se dice que uno de los problemas del cristiano de hoy es que ha dejado de orar. La verdad que no me atrevo a decir que sí. Es posible que hoy haya muchos grupos de oración y mucha gente que se reúne a orar, pero también es posible que hoy, por las mismas circunstancias y cambios de la vida, hayamos vaciado de la oración muchos espacios de nuestras vidas.

Por ejemplo, ¿se ora hoy en las familias? Es posible que muchos de nuestra casa oren mucho en el grupo parroquial del que forman parte y luego no oren en su casa. ¿Y dónde van aprender a orar nuestros niños? Resulta curioso que Jesús esperó a que fuesen los mismos discípulos quienes le pidiesen que les enseñase a orar y fue precisamente luego de ser testigos de la oración de Jesús: "Cuando terminó de orar, los discípulos le dicen: "Enséñanos a orar". Más enseñamos con el ejemplo que con la palabra.

El cristiano que no ora, es como el que tiene el teléfono averiado y no puede conectar con Dios. Es como el que se siente vacío por dentro y no tiene nada que decirle a Dios. El Padre Nuestro suele ser la primera oración que nos enseñaron nuestras madres. Como fue la primera y única oración que Jesús enseñó a los suyos. Como la hemos aprendido de niños y la hemos recitado de memoria infinidad de veces, puede que sea la oración más maltratada. Orar el Padre Nuestro es como avivar y expresar en nosotros el misterio de Dios y del Evangelio. Porque rezar el Padre Nuestro no es decir palabras bonitas, sino un meternos en ese misterio de Dios. Es decir: Comenzamos haciendo una confesión de fe en Dios como Padre, por tanto en nosotros como hijos y todos como familia de Dios. Luego lo reconocemos como "Padre Nuestro", lo que significa una paternidad universal, y significa reconocernos a todos como "hijos" y por tanto reconocernos a todos como "hermanos" (Mt 23,8).

La oración del Padre nuestro nos compromete en el proyecto de Dios sobre nosotros y sobre el mundo: alabanza y glorificación de Dios, compromiso de un mundo mejor, que es el Reino, y siempre disponibles a su voluntad. Nos ponemos en la actitud de María: "Hágase en mí tu palabra" (Lc 1,38) Nos ponemos en la actitud de Jesús: "Hágase tu voluntad y no la mía. (Mc 14,36)" En la segunda parte, le pedimos por todo aquello que pueda quebrar la solidaridad y la comunión de la familia de Dios. Compartir el pan, el perdón que sana todas las heridas en la comunidad y la fortaleza para ser más que nuestras debilidades. Con todo esto, el Padre Nuestro comienza por un hablar con Dios como Padre o papá, pero luego implica todo un nuevo estilo de vida. Un nuevo estilo de relaciones. Una nueva visión de la humanidad no dividida por los muros de los intereses humanos, sino unida por la fraternidad. ¿Te parece fácil?

En esta visión ¿Qué es la oración? La oración claro está, no es pedir un un pan o dos panes, no es pedir ni siquiera un pasaje para el cielo. Es un anhelo del alma en ser uno con Él (Jn 17,21), ser morada con Él (Jn14,23), ser templo de su mismo Espíritu (I Cor 6,19). De ahí que, la oración es sin duda el pan de la vida espiritual. Pero, a menudo hemos convertido la oración en un acto de teatro o un espectáculo para hacer ver a la gente que oramos (Mt 6,5), o hemos convertido en un mar de palabras, con frecuencia bastante vacías (Mt 6,7). Ante Dios, vale mucho tener un corazón de carne que un corazón de piedra (Ez 36,26), Una palabra que miles de palabras (Mt 6,8).

La oración que Jesús nos dejó como manera de hablar con el Padre no tiene muchas palabras, pero sí una gran profundidad de vivencia filial del mensaje del Evangelio y de los planes de Dios. Se pueden hablar muchas palabras y no decirle nada a Dios porque solo habla la lengua y no el corazón. Se puede guardar un gran silencio y hablar mucho con los sentimientos del corazón. No estamos contra la oración "hecha de palabras". Sí estamos en que la verdadera oración brota y nace del corazón. No ama más el que mucho habla de amor, sino el que tiene el corazón enamorado de Dios. Y el hombre de Dios es un hombre hecho oración (San Francisco de Asís).

Jesús por muchos motivos nos dice " Oren para no caer en tentación porque el Espíritu es fuerte pero la carne débil" (Mt 26,41). San Pedro nos dice: "Sean sobrios y vigilantes porque su enemigo, el diablo ronda como león rugiente buscando a quien devorar, resistidle firmes en la fe" (I Pe 5,8), y San Pablo nos aconseja: "Oren sin cesar, den gracias a Dios en toda circunstancia" (I Tes 5,17). La oración mayor es la Santa Eucaristía; al respecto nos dice mismo Jesús: "Toman y coman que esto es mi cuerpo" (Mt 26,26), "Si no comen la carne del hijo del hombre y no beben su sangre no tienen vida en Ud. el que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él" (Jn 6,53-54).

Por lo tanto:  Respecto a la oración según el evangelio de san Lucas 11,1-13 nos presenta un momento crucial: los discípulos piden a Jesús que les enseñe a orar. Este anhelo no surge de una mera curiosidad o de la necesidad de un ritual, sino de una profunda intuición sobre la verdadera naturaleza de la oración. No se trata de pedir bienes materiales, ni siquiera un lugar en el cielo, sino de un deseo mucho más trascendente: ser uno con Él. Dios es santo, (Lv 11,44) y para estar unidos a El hay que ser santo, y a la santidad se llega por la fe (Lc 17,5) y la oración (Lc 11,1ss) manifestada en obras de caridad (Mt 25,31-46).

Un Corazón Hambriento de Dios: La solicitud de los discípulos en Lucas 11,1-13 contrasta fuertemente con la tendencia humana a reducir la oración a una lista de peticiones. Jesús, al enseñarles el "Padre Nuestro", no les da una fórmula mágica para obtener cosas, sino un modelo para alinear el corazón con la voluntad divina. La oración que Jesús enseña comienza con la santificación del Nombre de Dios y la venida de su Reino, antes de mencionar las necesidades básicas. Esto nos revela que el enfoque principal no es lo que podemos obtener de Dios, sino quién es Dios y su soberanía.

El propio Jesús, en Juan 17,21, ora para que sus seguidores "sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros". Esta oración sacerdotal es la cumbre de su deseo para nosotros: una unidad íntima con la Trinidad. Del mismo modo, en Juan 14,23, Jesús promete: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él". La oración, desde esta perspectiva bíblica, se convierte en el camino para esta comunión, para esta morada. Y como nos recuerda 1 Corintios 6,19, "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios?". La oración es el acto de habitar conscientemente en este templo, de nutrir esta presencia divina en nosotros.

Teológicamente, la oración es mucho más que una conversación; es una teofanía, un encuentro con lo divino. No es un monólogo, sino un diálogo transformador donde el alma se abre a la gracia. La oración no tiene como objetivo cambiar la mente de Dios, sino cambiar nuestro propio corazón para que se asemeje más al suyo. Cuando pedimos el "pan de cada día" en el Padre Nuestro, podemos entenderlo no solo como alimento físico, sino también como el pan de vida espiritual, el alimento que sostiene nuestra comunión con Dios. Este

Filosóficamente, el ser humano posee una inherente sed de trascendencia. A pesar de nuestras inclinaciones materialistas, hay un vacío que solo puede ser llenado por algo más allá de lo meramente terrenal. La oración, en su forma más pura, es la expresión de esta búsqueda. Es el reconocimiento de que hay una realidad superior y un anhelo de conexión con ella. No es un acto de mendicidad, sino un acto de reconocimiento de nuestra dependencia y de nuestra aspiración a la plenitud. En este sentido, la oración es un acto profundamente existencial, que nos confronta con nuestra propia finitud y con la infinitud de Dios.

Desde una perspectiva espiritual y mística, la oración es el camino hacia la unificación con Dios. No se trata de recitar fórmulas, sino de rendir el corazón y permitir que el Espíritu Santo ore en nosotros (Romanos 8,26). Este es el "corazón de carne" que Dios anhela, en contraposición al "corazón de piedra" (Ezequiel 36,26). Un corazón de carne es permeable a la gracia, sensible a la voz de Dios, dispuesto a ser transformado.

Lamentablemente, como señala el usuario, a menudo la oración se ha convertido en un "acto de teatro" o un "espectáculo" (Mateo 6,5), buscando la aprobación humana en lugar de la intimidad divina. O se ha transformado en un "mar de palabras, con frecuencia bastante vacías" (Mateo 6,7), donde la cantidad de palabras eclipsa la calidad de la conexión. Jesús mismo nos advierte en Mateo 6,8 que "vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis". Esto no desautoriza la oración de petición, sino que subraya que lo que realmente vale es el corazón y no la verborrea. Una sola palabra pronunciada con un corazón sincero es infinitamente más valiosa para Dios que miles de palabras vacías.

La Oración como Pan de la Vida Espiritual: La súplica de los discípulos en Lucas 11,1-13 no es una petición superficial. Es un profundo clamor del alma por una conexión auténtica con lo divino. La oración es, sin duda, el pan de la vida espiritual. Es el alimento que nos nutre, nos fortalece y nos transforma para que podamos vivir esa unidad anhelada con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No se trata de pedir "un pan o dos panes", ni siquiera un "pasaje para el cielo", sino de un anhelo insaciable de ser uno con Él, de ser su morada y el templo de su Espíritu. Es un llamado a dejar atrás la superficialidad y a sumergirnos en la profundidad de una relación que trasciende toda palabra y todo deseo humano, para abrazar la presencia viva de Dios en nuestro nuevo modo de ser y actuar no como el hombre con corazón de piedra sino con corazón de carne.

jueves, 17 de julio de 2025

DOMINGO XVI – C (20 de Julio de 2025)

 DOMINGO XVI – C (20 de Julio de 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 10,38-42

10:38 Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa.

10:39 Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.

10:40 Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude".

10:41 Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas.

10:42 Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

“María, sentada a los pies del Señor, escuchaba la Palabra de Jesús” (Lc 10,39).

 

“El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47). Luego nos dice. “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,26-28). Por tanto, es muy importante servir, pero primero, primero hay que escuchar a Dios.

Si antes de actuar no entramos en sinfonía con nuestra conciencia donde Dios nos habla, puede pasarnos como al sacerdote o levita del domingo anterior que no actuaron en la voluntad de Dios (Lc 10, 30-32); si no nos abrimos al consejo de Jesús puede pasarnos lo mismo que a los pescadores donde Simón dice a Jesús: “Maestro hemos trabajado toda la noche y no hemos sacado nada de peces, pero si tú lo dices, echaré las redes" (Lc 5,5); si no escuchamos a Dios, puede pasarnos lo mismo que a Pedro que dijo a Jesús: “Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá. Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: ¡Apártate de mí vista satanás! Porque tú piensas como los hombres y no como Dios" (Mt 16,22-23). “¿Qué debemos hacer para actuar en el querer de Dios?” Jesús respondió: «Lo Dios quiere de Uds. es que crean en el que él ha enviado” (Jn 6,28-29). ¿Cómo creer en El si antes no le escuchamos? Si no escuchamos a Dios puede pasarnos como a Adán y Eva que en lugar de escuchar a Dios, escuchan a la serpiente y hacen lo que Dios le prohibía hacer, luego escapan de l presencia de Dios (Gn 3,4-8). ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? (Mt 16,26); Dios dice: “sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5).

El evangelio de este domingo nos reporta varias ideas: Jesús entra en casa de unos amigos donde pareciera que no viven sino dos hermanas (Jn 11,1), hecho que nos sugiere un ámbito familiar. En segundo lugar, trae a colación la idea de la dignidad de la mujer; en aquel entonces las mujeres estaban prohibidas de sentarse a escuchar a los maestros. En tercer lugar, acuña idea de la ternura de Jesús para con la mujer; ningún hombre de aquel tiempo respondería con la ternura y suavidad de Jesús a Marta que se queja: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude."(Lc 10,40). Y en cuarto lugar nos sugiere la idea de la prioridad entre el ser y hacer: María ha elegido la mejor parte, el ser y que no se la quitara nadie (Lc 10,42).

Ámbito familiar: Conviene recordar aquella cita en la que Jesús se muestra como amigo: “Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que quedarme en tu casa." (Lc 19,5).  “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado (Jn 13,34). No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,12-15). Y ampliando el panorama del ámbito familiar en el ámbito amical nos topamos con aquella cita: “Él les contestó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios es hermano mío y hermana y madre” (Lc 8,21). Por tanto y sabemos con qué confianza visita Jesús a la casa de Marta y María (Lc 7,37-47).

La casa de los amigos de Jesús nos sitúa en Betania (Jn 11,1): “Había un hombre enfermo llamado Lázaro, que era de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María era la misma que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos (Jn 11,2). Su hermano Lázaro era el enfermo. Las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: Señor, el que tú amas está enfermo. Al oírlo Jesús, dijo: Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella. Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,3-5). Por lo visto esta casa visitada por Jesús es una casa de frecuente visita, de ahí que incluso se ve a Jesús que lloró por su amigo lázaro cuando murió (Jn 11,35).

La dignidad de la mujer: Jesús demostrando que también la mujer tiene derecho a sentarse, a respirar, a darse un descanso y regalarse un espacio a sí misma. Recordemos el episodio de la ley que mata a pedradas solo a la mujer que comete adulterio y no dice nada del adúltero “Los fariseos dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer es una adúltera y ha sido sorprendida en el acto. En un caso como éste la Ley de Moisés ordena matar a pedradas a la mujer. Tú ¿qué dices? Jesús les dice: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra” (Jn 8,7). Luego: ¿Nadie te condeno? Ninguno, señor. Y Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar más” (Jn 8,10-11). Jesús es el primero en salir en defensa de la mujer y devolver su dignidad.

Ternura de Jesús para con la mujer: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc. 10,42). Todos tenemos este privilegio de hallar en Jesús la fuente de esa fortaleza espiritual que tanto buscamos tanto varones y mujeres, pues Jesús nos llama a todos a acercarnos a él si estamos fatigado o cansados: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11,28-30).

Antes de hablar de Dios hay que escuchar a Dios. Antes de hablar de los hombres hay que escuchar a los hombres. No para quedarnos siempre sentados, sino para que luego vayamos a servirles. El trabajo es necesario. En el Evangelio no tienen cabida los vagos que no saben sino ver televisión y sus telenovelas. Dice San Pablo: “Quien no trabaja que no coma” (I Tes. 3,10). Pero el trabajo tiene que ser planificado. Los quehaceres nos cansan, pero no podemos caer en el nerviosismo que, como decimos hoy, nos lleva a vivir estresados, nerviosos, porque las tensiones nerviosas nos quitan la paz y además hacen difícil la convivencia.

Todos necesitamos de tiempo para trabajar (lunes a sábado), pero también necesitamos de tiempo para estar con nosotros mismos y de estar también escuchando a Dios (Domingo). De lo contrario, terminamos vaciándonos por dentro. Como alguien ha escrito: "Derecho a sentarse." Caminar, sí; pero descansar también. Quien no sabe descansar se desgasta trabajando (Mt 16,26).

Prioridad entre el hacer y escuchar: Dijo Jesús: “María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc. 10,42).  Además, Jesús dice: “Uds. son mis amigos, si escuchan y cumplen lo que les mando” ( Jn. 15,14). Y es más, sin la escucha a la palabra de Dios, siempre tendremos necesidades y puede pasarnos como paso en el inicio a los apóstoles: “Cuando terminó de hablar, dijo Jesús a Simón: Lleva la barca mar adentro y echen las redes para pescar. Simón respondió: Maestro, por más que lo hicimos durante toda la noche, no pescamos nada; pero, si tú lo dices, echaré las redes. Así lo hicieron, y pescaron tal cantidad de peces, que las redes casi se rompían” (Lc.5,4-6).

El domingo tiene que ser el día en que tenemos que sentarnos como María a los pies de Jesús para escuchar su palabra y en esa escucha hallaremos fuerzas para hallar el pan de cada día en el trabajo pero eso será posible para los humildes y sencillos de corazón: “En aquella ocasión Jesús exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer” (Mt  11,25-27).

En el evangelio de hoy, lo que Jesús corrige no es el servicio de la cocina, sino el activismo y, por tanto, la pérdida del ser. En tal sentido Jesús destaca dos cosas. Ciertamente que lo primero y más importante es "descansar y escuchar" porque sólo así podremos luego trabajar con tranquilidad y serenidad y no como sucede con frecuencia con los nervios a flor de piel. Más que de superioridades entre servicio y escuchar, lo que Jesús quiere hacernos ver es solo cuestión de prioridades. Escuchar es esencial, pero también es esencial el servicio. El quehacer es importante, pero el descansar también. Esto es válido en todos los campos de la vida: como padres, como esposos, como personas, como jefes y, ¿sabes?, también como sacerdotes o religiosos.

Es tan importante el escuchar porque si no escuchas por ejemplo a tu esposa, ¿qué sabes de sus sentimientos y de qué le vas a hablar? Si no escuchas a tus hijos, sus problemas, sus necesidades, no te quejes de que luego no quieran ellos escucharte a ti. Si no conoces los problemas de la gente, ¿de qué les vamos a hablar? ¿Sólo de fútbol? Y esto es válido para todos y es esencial. Porque si yo como religioso o sacerdote no escucho primero a Dios, ¿qué les puedo decir de Dios a los fieles? Si yo no tengo tiempo para escuchar a Dios, ¿de qué lleno mi corazón y mi vocación? Si no escucho primero a Dios hablaré de mis ideas, pero no de lo que Él quiere que hable.

Hoy en día se escucha con frecuencia a la gente: "No tengo tiempo y por eso no voy a misa". Yo diría no tiene tiempo el que no quiere y como tenemos tiempo para la fiesta del amigo o vecino y la novela y luego decimos que no tenemos tiempo para ir a la Misa en el domingo. Además necesitamos vivir de prioridades, de lo contrario lo accidental y secundario termina por comernos vivos. He aprendido a disponer siempre de espacios de silencio y escucha. De lo contrario, me vacío.  Hay gente que anda sin tiempo para Dios. Luego corre a la farmacia porque sufre de hipertensión. Luego en busca de psicólogo. Por si no lo sabias, la mejor pastilla, el mejor psicólogo, el mejor amigo es Jesús.

El evangelista Lucas subraya “le recibió”. Marta le ofrece a Jesús la acogida propia de un huésped (así como también hará Zaqueo en Jericó, Lc 19,6; o los dos peregrinos en Emaús, Lc 24,29). Ella hace lo contrario de los samaritanos mencionados antes, en Lc 9,53, quienes “no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén”; y ciertamente tiene algún parecido con el “buen” samaritano que responde por la posada del hombre herido que recogió en el camino (Lc 10,34-35), si bien en el caso de Marta -como diferencia- se trata de la acogida del amigo.

Dos maneras de atender al huésped (Lc 10,39-40): La llegada del huésped altera la casa. Sus dos habitantes despliegan energías para atenderlo bien como ya se manifestó:

María (Escucha=domingo) (Lc 10,39): Dedica su tiempo a la persona misma de Jesús, ella se sienta frente a él “a los pies del Señor…”. El evangelista dice con precisión: “…escuchaba su Palabra” (Lc 10,39). El gesto de María frente a Jesús nos recuerda la posición de un discípulo con relación a su maestro (por ejemplo en Hch 22,3, Pablo se declara discípulo de Gamaliel con estos términos: “instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley”). La postura indica el interés por aprender recibiendo dócilmente la “Palabra” (que en Lucas es una manera de indicar la predicación y de referirse a toda la formación que Jesús les ofrece a sus discípulos).

"...una sola cosa es necesaria." Esta es la frase central. La expresión "una sola cosa" contrasta directamente con las "muchas cosas" de Marta.

Para Jesús las prioridades del Reino de Dios:  "Buscar primero el Reino de Dios y su justicia" (Mt 6,33). Las preocupaciones mundanas (comida, vestido, etc.) son secundarias. La actitud de María ejemplifica esta búsqueda primaria.

La Palabra de Dios como alimento esencial: Jesús afirma que "no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4; Dt 8,3). María, al sentarse a los pies de Jesús, está asimilando la Palabra viva, que es alimento para la vida eterna.

Discipulado: La postura de María, sentada a los pies del maestro, es la de un discípulo. En el judaísmo, los alumnos se sentaban a los pies de su rabino. Esta es una imagen de la disponibilidad y receptividad al Señor, que es fundamental para el seguimiento de Cristo. Otros pasajes que resaltan la importancia de escuchar y obedecer la Palabra incluyen Lc 8,21 ("Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la ponen por obra") y Lc 11,28 ("Bienaventurados más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan").

La Primacía de la Contemplación sobre la Acción: Este pasaje ha sido fundamental en la teología cristiana para establecer la primacía de la vida contemplativa sobre la vida activa. No se denigra la acción de Marta (el servicio es esencial), pero se subraya que el fundamento y la fuente de toda acción fructífera es la unión con Dios a través de la escucha y la contemplación. Sin la "mejor parte," la acción puede volverse estéril o ansiosa.

La Salvación como Comunión con Cristo: La "mejor parte" de María es la comunión con Cristo, la escucha de Su Palabra, que es la vida eterna. "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Jn 17,3). La salvación no es solo una liberación del pecado, sino una unión personal y transformadora con Dios. María, al elegir estar con Jesús y escucharle, está ya participando de esta vida.

Elección Fundamental: La expresión "ha escogido" indica una decisión libre y consciente por parte de María. La salvación requiere una respuesta activa del ser humano, una "elección" por lo que es verdaderamente esencial. No es un destino pasivo, sino una respuesta de amor y fe.

Gracia y Libertad: La primacía de la "mejor parte" no anula la necesidad del servicio, sino que lo ordena. La actividad (Marta) debe nacer de la contemplación (María). La gracia (la presencia de Jesús y su Palabra) es ofrecida, pero la libertad humana debe acogerla.

La Vida Espiritual como Prioridad: El pasaje nos invita a examinar nuestras propias vidas y prioridades. ¿Estamos afanados en "muchas cosas" que nos distraen de la "única cosa necesaria"? La vida moderna, con sus múltiples demandas y distracciones, a menudo nos aleja de la quietud y el silencio necesarios para escuchar a Dios.

La Actitud de Escucha y Receptividad: María es el modelo del discípulo que es dócil y receptivo a la Palabra de Dios. En un mundo ruidoso, la capacidad de sentarse a los pies de Jesús, en silencio y con apertura de corazón, es una disciplina espiritual crucial para crecer en la fe y la santidad.

La Paz Interior y la Ansiedad: Jesús contrasta la agitación de Marta con la serenidad de María. Escoger la "mejor parte" conduce a una paz interior, porque nuestras prioridades están alineadas con la voluntad de Dios. La ansiedad, por el contrario, es fruto de una desorientación de las prioridades.

La "Mejor Parte" como Fuente de Perseverancia: El hecho de que la "mejor parte" no le será quitada sugiere su carácter imperecedero. Las tareas mundanas son transitorias, pero la relación con Dios y la vida eterna son eternas. Invertir en esta "mejor parte" asegura un fruto que permanece, incluso en medio de las tribulaciones.

Según Lc 10,38-42, la Sagrada Escritura demuestra que para salvarse es necesario escoger "la mejor parte," la de María. Esta "mejor parte" no es un mero ocio, sino la primacía de la escucha atenta y la comunión con Cristo a través de Su Palabra.

Exegéticamente: se subraya la necesidad de una sola cosa esencial (la relación con Cristo) frente a las muchas preocupaciones secundarias. Bíblicamente: se inserta en la enseñanza de Jesús sobre la prioridad del Reino de Dios y la importancia de alimentar el alma con Su Palabra. Teológicamente: establece la primacía de la contemplación como fuente de la acción, y la salvación como una comunión elegida con el Señor. Espiritualmente: nos llama a una conversión de prioridades, a cultivar la escucha de Dios y la paz interior, como fundamento de una vida cristiana auténtica y perseverante.

Al elegir esta "mejor parte," el creyente se asegura una porción que no le será quitada, que es la vida eterna en comunión con Dios, la verdadera salvación. La salvación no es solo un destino final, sino una realidad que se comienza a vivir aquí y ahora al priorizar la relación con Cristo sobre todas las demás preocupaciones.