lunes, 11 de agosto de 2025

DOMINGO XX – C (17 De agosto de 2025)

 DOMINGO XX – C (17 De agosto de 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 12,49-53

12,49 Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!

12,50 Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!

12,51 ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.

12,52 De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres

12,53 el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“El Señor, nuestro Dios es misericordioso, pero también juez justo” (Slm 116,5)

Reflexión bíblica, teológica, filosófica, espiritual y mística que, el Hijo del Hombre vino al mundo a poner límites entre el bien y el mal, el cielo y el infierno, la misericordia y la justicia según Lc 12,49-53:

Según Lucas 12,49-53, Jesús declara que vino a traer fuego a la Tierra y a provocar división, no paz, como a menudo se interpreta de manera superficial. Este pasaje, leído en su contexto bíblico y teológico, es fundamental para entender la misión de Cristo más allá de una visión puramente “pacífica”.

Análisis Bíblico y Teológico: El "fuego" que menciona Jesús en este pasaje no es un fuego de destrucción, sino un fuego purificador. En el Antiguo Testamento, el fuego se asocia con la presencia de Dios (la zarza ardiente en Éx 3,2), su juicio (Sodoma y Gomorra en Gn 19), y la purificación del pecado (Is 6,6-7). Teológicamente, el fuego de Cristo es la luz de la verdad (Jn 8,12; 14,6) que revela y separa el bien del mal (Jn 5,29). Su llegada divide el mundo entre aquellos que lo aceptan como Salvador (Cielo) y aquellos que lo rechazan (Infierno). Esta división es una consecuencia inevitable de la verdad y la mentira (Jn 18,37; 8,44). La verdad es el que lleva al cielo, la mentira lleva al infierno. Todo lo contrario al relativismo que hoy reina en la cultura moderna.

Jesús es el criterio por el cual se separan el bien y el mal. Su venida obliga a cada persona a tomar una decisión, lo que establece una línea clara entre el cielo (unión con Dios) y el infierno (separación de Dios). El cielo no es simplemente un lugar, sino un estado de comunión con Dios, mientras que el infierno es la elección consciente de vivir sin Él. Esta delimitación no la hace Jesús de manera arbitraria, sino que es la respuesta humana a su presencia.

La división que Jesús anuncia es tan profunda que afecta las relaciones incluso familiares, algo inaudito en una sociedad donde la familia era el pilar de la identidad: "De ahora en adelante, cinco en una casa estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres" (Lc 12,52). Esta ruptura es necesaria para que la fidelidad a Cristo esté por encima de cualquier vínculo terrenal, incluso el familiar. La fidelidad a la misericordia de Dios a través de Cristo se opone a la justicia humana que podría querer mantener la paz falsa a cualquier costo, incluso a expensas de la verdad.

Perspectiva Filosófica y Espiritual: Filosóficamente hablando, la llegada de Jesús representa el advenimiento de una verdad absoluta que desafía los relativismos humanos. La verdad, por su propia naturaleza, es excluyente; es decir, lo que es verdadero no puede ser falso al mismo tiempo. Al presentarse como "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), Jesús obliga a la humanidad a confrontar una verdad definitiva. Esta confrontación genera división, ya que aquellos que se aferran a sus propias verdades o a la comodidad del estatus quo se oponen a la verdad revelada.

Hablando espiritualmente, la división que trae Jesús es una delimitación interna. El alma humana se convierte en el campo de batalla donde se enfrentan la misericordia (la invitación de Dios al arrepentimiento y la unión con Él) y la justicia (la consecuencia del pecado y el rechazo de esa invitación). La persona que acoge a Cristo experimenta una división interior: su viejo yo (el yo pecador) muere para que nazca el nuevo yo (el yo redimido). Este proceso espiritual, aunque doloroso, es necesario para la salvación.

La dimensión mística profundiza en la experiencia directa del amor de Dios y la unión con Él. Desde una perspectiva mística, la división de la que habla Jesús no es solo externa, sino una purificación radical del alma. El "fuego" es el fuego del Espíritu Santo que consume todo lo que es impuro y falso en el interior del creyente. Esta purificación mística es el proceso por el cual el alma se desprende de todo lo que la separa de Dios, estableciendo una división clara entre lo que es de Dios y lo que no lo es, (Lo que es y lo que o es).

La misericordia, desde esta perspectiva, no es una simple indulgencia, sino el amor de Dios que se derrama sobre el alma para curarla y purificarla. La justicia de Dios, en este contexto, no es un castigo, sino la consecuencia natural de rechazar ese amor purificador. El místico experimenta esta división de forma personal e íntima, comprendiendo que la elección de Cristo es una elección total que lo separa de cualquier otra lealtad y lo une completamente a Dios.

En resumen, la venida de Jesús al mundo es el punto de inflexión que delimita entre el bien y el mal, el cielo y el infierno, la misericordia y la justicia, no como un acto de juicio arbitrario, sino como la manifestación de una verdad que obliga a cada persona a tomar una posición. Esta delimitación se vive tanto en el ámbito externo de las relaciones humanas como en la batalla interna del alma.

Por tanto, ¿Quién pone los criterios para que un acto califique que es bueno o malo? ¿Los pone el hombre o Dios?

Según Lucas 12,49-53 que hemos leído: La respuesta a quién establece los criterios del bien y del mal es inequívoca: Dios, a través de Jesucristo, es quien los establece, no el ser humano. La llegada de Jesús al mundo es el punto de inflexión que revela la verdad de Dios, obligando a las personas a tomar una decisión y, por lo tanto, a ser juzgadas por la norma divina, no por la propia.

Exégesis y Perspectiva Bíblica: El pasaje de Lucas 12,49-53 no debe interpretarse como una justificación de la violencia o el caos. Más bien, Jesús usa un lenguaje hiperbólico para enfatizar la gravedad y la radicalidad de su misión.

"He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!" (Lc 12,49) El fuego aquí simboliza: la purificación, la verdad y el juicio. Es el fuego del Espíritu Santo que consume el pecado y las falsedades. La venida de Cristo no deja a nadie indiferente; su mensaje actúa como un fuego que quema las impurezas del corazón y revela la verdadera naturaleza de cada acto.

"¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división." Esta división no es el objetivo de Jesús, sino la consecuencia inevitable de la revelación de la verdad. La luz de Cristo expone las tinieblas. La adhesión a Él como "el camino, la verdad y la vida" (Juan 14,6) exige una ruptura con todo aquello que se opone a esa verdad, incluso con los lazos familiares más fuertes. La fidelidad a Dios se convierte en el criterio supremo que redefine las relaciones humanas. “¿Cómo sabemos que somos de Dios? Cumpliendo sus mandamientos” (I Jn 2,3).

"De ahora en adelante, cinco en una casa estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres." (Lc 12,52). Jesús ilustra que su mensaje divide incluso a las familias, el pilar de la sociedad en su tiempo y la de hoy. Este quiebre no lo provoca el hombre de por si, sino la respuesta del hombre al criterio divino. Algunos miembros de la familia (tres) aceptan a Jesús y sus enseñanzas, mientras que otros (dos miembros) las rechazan.

La Biblia, en su conjunto, presenta a Dios como el fundamento de la moralidad. La ley de Moisés, los profetas y las enseñanzas de Jesús demuestran que el bien y el mal no son relativos a la cultura o la preferencia individual, sino que se basan en el carácter y la voluntad de Dios.

Desde una perspectiva teológica, los criterios del bien y del mal son un reflejo del carácter santo y justo de Dios. La llegada de Cristo es la manifestación suprema de esa justicia y misericordia divinas.

Misericordia y Justicia: La misericordia de Dios no es una simple condescendencia, sino su voluntad de perdonar y restaurar a la humanidad a pesar de su pecado. La justicia, por otro lado, es la consecuencia necesaria del rechazo de esa misericordia. Jesús no vino a anular la justicia divina, sino a cumplirla y a ofrecer un camino para que la humanidad pudiera reconciliarse con Dios a través de su sacrificio en cruz (Rm 5,8).

El hombre vs. Dios: La idea de que el hombre puede establecer sus propios criterios de bien y mal es la base del pecado original (Rm 5,12). La serpiente tienta a Adán y Eva con la promesa de que "serán como dioses, conociendo el bien y el mal" (Génesis 3,5). El pasaje de Lucas subraya que la venida de Cristo deshace esa falsa promesa y reafirma que solo Dios es el árbitro final de la moralidad.

A nivel espiritual, la división que menciona Jesús ocurre dentro del corazón de cada persona. El "fuego" es la presencia purificadora del Espíritu Santo que nos confronta con la verdad.

El bien es la obediencia al Espíritu Santo y la alineación con la voluntad de Dios. El mal es la resistencia a esa voluntad y el aferramiento a los deseos pecaminosos. Este conflicto interno es el que lleva a la división externa, ya que la elección espiritual de una persona inevitablemente afecta sus relaciones y su forma de vida.

Filosóficamente, la existencia de criterios morales absolutos plantea un dilema: ¿vienen de la razón humana o de una fuente trascendente?

Razón Humana: Filósofos como Kant argumentan que los criterios morales pueden derivarse de la razón. Sin embargo, la historia muestra que la razón humana es falible y a menudo se utiliza para justificar actos atroces.

Fuente Trascendente: El pasaje de Lucas (Lc 12,29-53) apoya la idea de una fuente trascendente de la moralidad. La verdad de Cristo es un criterio objetivo que no depende de las emociones, la cultura o las preferencias personales. Al presentar esta verdad, Jesús obliga a cada persona a elegir, y esa elección es la que determina su posición ante el bien y el mal.

En conclusión, según Lucas 12,49-53, la llegada de Jesús es el evento que pone fin a la ambigüedad moral. Él es el criterio vivo que delimita entre el bien y el mal. La división que provoca no es una debilidad de su mensaje, sino la prueba de su radical veracidad: “Los que hicieron cosas buenas en este mundo resucitaran para la vida terna y los que hicieron cosas malas resucitaran para la condena eterna” (Jn 5,29). Y Dios nos dice que es el bien y que es el mal en los mandamientos” (Ex 20,3-17). “Cuando el Señor terminó de hablar con Moisés, en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra escritas por el dedo de Dios” (Ex 31,18). “Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber. Y escribió sobre las tablas las palabras de la alianza, es decir, los diez Mandamientos (Ex 34,28). Y Jesús advierte: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5,17).

”Salí del Padre, vine al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al padre” (Jn 16,28).  "He venido a este mundo para un juicio. Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven” (Jn 9,39).  “Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo” (Jn 12,47). El gran problema es con los que no se dejan salvar. Por eso, hoy nos dice: ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división” (Jn 12,51). El Hijo del Hombre vino al mundo a poner límites entre el cielo y el infierno. Vino a delimitar entre la misericordia y la justicia de Dios.

El domingo pasado, Jesús en la parte final del Evangelio decía: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). Lo mínimo que se nos exige es la coherencia entre lo que decimos creer y hacer, eso se manifiesta en los frutos o las obras (Mt 7,20). Muchos dicen creer en Dios, pero sus actos reflejan otra cosa (Mt 23,3). El profeta Simeón, después de bendecirlos, había dicho a María, la madre: "Este niño será causa de caída y tropiezo para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos en Israel" (Lc 2,34-35). Hoy reafirma Jesús al decirnos: “¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres” (Lc 12,51-52).

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