DOMINGO XVII - C (27 de julio del 2025)
Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 11,1-13.
11,1 Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando
terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como
Juan enseñó a sus discípulos".
11,2 Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre,
santificado sea tu Nombre, venga tu Reino;
11,3 danos cada día nuestro pan cotidiano;
11,4 perdona nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la
tentación".
11,5 Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes
tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame
tres panes,
11,6 porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada
que ofrecerle",
11,7 y desde adentro él le responde: "No me fastidies;
ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo
levantarme para dártelos".
11,8 Yo les aseguro que aunque él no se levante para
dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le
dará todo lo necesario.
11,9 También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y
encontrarán, llamen y se les abrirá.
11,10 Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y
al que llama, se le abrirá.
11,11 ¿Hay algún padre entre ustedes que dé a su hijo una
serpiente cuando le pide un pescado?
11,12 ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
11,13 Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a
sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que
se lo pidan!" PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Cuando nos dice el Señor: “Pidan y se les dará” (Lc 11,9).
¿Qué, cómo y cuándo pedimos? Los discípulos piden que les enseñe a orar (Lc
11,1); piden que le aumente la fe (Lc 17,5). Por su parte Jesús ora el Padre y
pide: “Hazlos santos según la verdad: tu palabra es verdad” (Jn 17,17). Este
pedido es fundamental porque corresponde al mandato del Padre: “Uds. sean
santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). ¿Para qué sirve el ser santos? Para
estar con Dios. Y ¿Qué pasa si no estamos con Dios? Dijo Jesús: “¿Tu Cafarnaúm
piensan escalara el cielo?, Pues no. Descenderás al infierno” (Mt 11,23). Solo
los que son santos podrán escalar el cielo y los que nos son santos descenderán
al infierno. Para ser santos hace falta cumplir los tres consejos de Jesús: Ser
hombres de fe, hombres de oración y hombres cumplidores de la misión (Mt
28,19-20).
Siguiendo la línea de las enseñanzas anteriores, hoy estamos
en la tercera característica distintiva de un discípulo de Jesús: la oración
(Lc 11,1-13); que complementa a la escucha de Dios (Lc 10,38-42); tanto la
oración como la escucha termina con la actitud misericordiosa “buen samaritano”
(Lc 10,25-37). Con esta temática triple y complementaria queda diseñado un
cuadro completo de los ejercicios fundamentales del “seguimiento” de Jesús, o
sea, del discipulado. Es así como en medio de la subida a Jerusalén, Jesús
sigue ofreciendo las lecciones fundamentales del discipulado. Y no se concibe
un discípulo sin interés en la oración, sin la escucha de su maestro y sin
hacer lo que enseña (actitud misericordiosa).
En la catequesis sobre la oración, Jesús trata la enseñanza
más alta sobre los dones que se reciben en la oración: “¡Cuánto más el Padre
del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (11,13). Aquí
encontramos una conexión con Pentecostés: la oración termina con una efusión y
unción del Espíritu Santo y en Él recibimos al mismo ser del Padre, es decir
recibimos mucho más de lo que pedimos y a Él a quien realmente necesitamos.
Quien entiende esta grandiosidad, con razón como San Pablo puede exclamar lleno
de gozo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11), porque vivo yo, pero no vivo
yo, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). Y quien tiene al Hijo,
tiene también al Padre (I Jn 2,23); Jesús mismo dice “Yo y el Padre somos uno
solo” (Jn 10,30). Por eso Jesús en una de sus oraciones dice:
“Padre que todos sean uno: como tú estás en mí y yo en ti,
que también ellos (los que oran) estén en nosotros, para que el mundo crea que
tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno,
como nosotros somos uno —yo en ellos y tú en mí— para que sean perfectamente
uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como
me amaste a mí” (Jn 17,21-23).
En el inicio de la oración “Y sucedió, que estando él orando
en cierto lugar, cuando terminó…” Uno de los suyos le dijo “Maestro
enséñanos a orar” (Lc 11,1). El evangelio comienza en son de paz y fortaleza,
dándose un tiempo para contemplar sobre el escenario a Jesús orante. Con apenas
las palabras esenciales se describen una oración completa de Jesús. El
evangelista Lucas nos ha enseñado que la oración era una constante de la vida
de Jesús. No es sino recordar pasajes ya leídos: la oración en el Bautismo (Lc
3,22), antes de llamar a los Doce (Lc 6,12), antes de la confesión de fe de
Pedro (Lc 9,18), en la transfiguración (Lc 9,28), después del regreso de los
setenta y dos misioneros (Lc 10,21-22). Ahora lo vemos orando una vez más.
La enseñanza es clara: el punto de partida de la oración
cristiana es la misma oración de Jesús. Si nosotros podemos orar es porque él
ora y todas nuestras oraciones están dentro de la suya. Un discípulo siempre
ora “en” Jesús: Él origina, sostiene e impregna nuestra oración.En el camino de
subida hacia Jerusalén, un legista le había preguntado a Jesús qué tenía que
“hacer” para alcanzar la vida eterna (Lc 10,25). Como respuesta resultó una
estupenda enseñanza sobre el amor. El tema del amor vuelve a aparecer cuando, a
propósito de la solicitud de uno de los discípulos -“Señor, enséñanos a
orar”(Lc 11,1-13)-, Jesús realiza una extensa pero bien ordenada catequesis
sobre la oración que termina hablando sobre los dones que nos da el amor del
Padre, especialmente su amor viviente en nosotros, que es el Espíritu Santo.
Pidan y se les dará, busquen y encontraran, llamen y se les
abrirá” (Lc 11,,9) ¿Qué pedimos en nuestras oraciones? El Padre del cielo da lo
que es propio del cielo: “el Espíritu Santo” (11,13). Lo más perfecto que Dios
nos da sobrepasa nuestras peticiones: El don del Espíritu Santo. Por lo tanto,
la oración no debe tener los límites de nuestra mezquindad humana que sólo
tiene aspiraciones terrenas; nuestra oración debe ser tal que nos haga gritar
desde lo hondo de nuestro corazón el deseo incesante del don mayor, que es Dios
mismo, que nos inunde de sí mismo y haga radiante nuestra vida, como lo vemos
el día del gran don en Pentecostés ( Hch 2,1-11). Es “Él” lo que más
necesitamos y él se vacía en nosotros en el don del Espíritu Santo. Pero, ¿será
que los hijos tenemos conciencia de la excelencia de este don?
Ahora podemos comprender mejor por qué algunas oraciones
nuestras no son atendidas por Dios, es que dichas oraciones no nacen del
corazón autentico, puro y sincero, o si no veamos un ejemplo: “Jesús dijo esta
parábola por algunos que estaban convencidos de ser justos y despreciaban a los
demás. Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro
publicano. El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: “Oh
Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones,
injustos, adúlteros, o como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy la
décima parte de todas mis entradas”. Mientras tanto el publicano se quedaba
atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho
diciendo: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador” .Yo les digo que
este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo
no. Porque el que se hace grande será humillado, y el que se humilla será
enaltecido” (Lc 18,9-14). En la misma línea el salmista advierte que Dios no lo
escucha: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste? ¡A pesar de mis gritos
mis palabras no te alcanzan! Dios mío, de día te llamo y no me atiendes, de
noche y no me escuchas, mas no encuentro mi reposo. Tú, sin embargo, estás en
el Santuario, de allí sube hasta ti la alabanza de Israel” (Slm 21,2-4).
Dios no es que no escuche nuestras oraciones, lo que pasa es
que esas oraciones están mala hechas porque no nacen del corazón autentico y
puro, pues si las oraciones nacen del corazón puro y autentico Dios atiende
inmediatamente. Jesús dice: “Hasta ahora no han pedido nada en mi Nombre. Pidan
y recibirán, así conocerán el gozo completo” (Jn 16,24). Hoy en mismo evangelio
de Lucas Jesús termina con estas palabras: "Pidan y se les dará; busquen y
hallaran; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que
busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre Uds. que, si
su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un
huevo, ¿le da un escorpión? Si, pues, Uds. siendo malos, saben dar cosas buenas
a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se
lo pidan!" (Lc 11,9-14).
Jesús nos insiste en la necesidad de orar y utiliza toda una
serie de verbos: Pedir, buscar, llamar. Se dice que uno de los problemas del
cristiano de hoy es que ha dejado de orar. La verdad que no me atrevo a decir
que sí. Es posible que hoy haya muchos grupos de oración y mucha gente que se
reúne a orar, pero también es posible que hoy, por las mismas circunstancias y
cambios de la vida, hayamos vaciado de la oración muchos espacios de nuestras
vidas.
Por ejemplo, ¿se ora hoy en las familias? Es posible que
muchos de nuestra casa oren mucho en el grupo parroquial del que forman parte y
luego no oren en su casa. ¿Y dónde van aprender a orar nuestros niños? Resulta
curioso que Jesús esperó a que fuesen los mismos discípulos quienes le pidiesen
que les enseñase a orar y fue precisamente luego de ser testigos de la oración
de Jesús: "Cuando terminó de orar, los discípulos le dicen:
"Enséñanos a orar". Más enseñamos con el ejemplo que con la palabra.
El cristiano que no ora, es como el que tiene el teléfono
averiado y no puede conectar con Dios. Es como el que se siente vacío por
dentro y no tiene nada que decirle a Dios. El Padre Nuestro suele ser la
primera oración que nos enseñaron nuestras madres. Como fue la primera y única
oración que Jesús enseñó a los suyos. Como la hemos aprendido de niños y la
hemos recitado de memoria infinidad de veces, puede que sea la oración más
maltratada. Orar el Padre Nuestro es como avivar y expresar en nosotros el
misterio de Dios y del Evangelio. Porque rezar el Padre Nuestro no es decir
palabras bonitas, sino un meternos en ese misterio de Dios. Es decir:
Comenzamos haciendo una confesión de fe en Dios como Padre, por tanto en nosotros
como hijos y todos como familia de Dios. Luego lo reconocemos como "Padre
Nuestro", lo que significa una paternidad universal, y significa
reconocernos a todos como "hijos" y por tanto reconocernos a todos
como "hermanos" (Mt 23,8).
La oración del Padre nuestro nos compromete en el proyecto
de Dios sobre nosotros y sobre el mundo: alabanza y glorificación de Dios,
compromiso de un mundo mejor, que es el Reino, y siempre disponibles a su
voluntad. Nos ponemos en la actitud de María: "Hágase en mí tu
palabra" (Lc 1,38) Nos ponemos en la actitud de Jesús: "Hágase tu
voluntad y no la mía. (Mc 14,36)" En la segunda parte, le pedimos por todo
aquello que pueda quebrar la solidaridad y la comunión de la familia de Dios.
Compartir el pan, el perdón que sana todas las heridas en la comunidad y la
fortaleza para ser más que nuestras debilidades. Con todo esto, el Padre
Nuestro comienza por un hablar con Dios como Padre o papá, pero luego implica
todo un nuevo estilo de vida. Un nuevo estilo de relaciones. Una nueva visión
de la humanidad no dividida por los muros de los intereses humanos, sino unida
por la fraternidad. ¿Te parece fácil?
En esta visión ¿Qué es la oración? La oración claro está, no
es pedir un un pan o dos panes, no es pedir ni siquiera un pasaje para el
cielo. Es un anhelo del alma en ser uno con Él (Jn 17,21), ser morada con Él
(Jn14,23), ser templo de su mismo Espíritu (I Cor 6,19). De ahí que, la oración
es sin duda el pan de la vida espiritual. Pero, a menudo hemos convertido la
oración en un acto de teatro o un espectáculo para hacer ver a la gente que
oramos (Mt 6,5), o hemos convertido en un mar de palabras, con frecuencia
bastante vacías (Mt 6,7). Ante Dios, vale mucho tener un corazón de carne que
un corazón de piedra (Ez 36,26), Una palabra que miles de palabras (Mt 6,8).
La oración que Jesús nos dejó como manera de hablar con el
Padre no tiene muchas palabras, pero sí una gran profundidad de vivencia filial
del mensaje del Evangelio y de los planes de Dios. Se pueden hablar muchas palabras
y no decirle nada a Dios porque solo habla la lengua y no el corazón. Se puede
guardar un gran silencio y hablar mucho con los sentimientos del corazón. No
estamos contra la oración "hecha de palabras". Sí estamos en que la
verdadera oración brota y nace del corazón. No ama más el que mucho habla de
amor, sino el que tiene el corazón enamorado de Dios. Y el hombre de Dios es un
hombre hecho oración (San Francisco de Asís).
Jesús por muchos motivos nos dice " Oren para no caer
en tentación porque el Espíritu es fuerte pero la carne débil" (Mt 26,41).
San Pedro nos dice: "Sean sobrios y vigilantes porque su enemigo, el
diablo ronda como león rugiente buscando a quien devorar, resistidle firmes en
la fe" (I Pe 5,8), y San Pablo nos aconseja: "Oren sin cesar, den
gracias a Dios en toda circunstancia" (I Tes 5,17). La oración mayor es la
Santa Eucaristía; al respecto nos dice mismo Jesús: "Toman y coman que
esto es mi cuerpo" (Mt 26,26), "Si no comen la carne del hijo del
hombre y no beben su sangre no tienen vida en Ud. el que come mi carne y bebe
mi sangre vive en mí y yo en él" (Jn 6,53-54).
Por lo tanto: Respecto
a la oración según el evangelio de san Lucas 11,1-13 nos presenta un
momento crucial: los discípulos piden a Jesús que les enseñe a orar. Este
anhelo no surge de una mera curiosidad o de la necesidad de un ritual, sino de
una profunda intuición sobre la verdadera naturaleza de la oración. No se trata
de pedir bienes materiales, ni siquiera un lugar en el cielo, sino de un deseo
mucho más trascendente: ser uno con Él. Dios es santo, (Lv 11,44) y para estar
unidos a El hay que ser santo, y a la santidad se llega por la fe (Lc 17,5) y
la oración (Lc 11,1ss) manifestada en obras de caridad (Mt 25,31-46).
Un Corazón Hambriento de Dios: La solicitud de los
discípulos en Lucas 11,1-13 contrasta fuertemente con la tendencia humana a
reducir la oración a una lista de peticiones. Jesús, al enseñarles el
"Padre Nuestro", no les da una fórmula mágica para obtener cosas,
sino un modelo para alinear el corazón con la voluntad divina. La oración que
Jesús enseña comienza con la santificación del Nombre de Dios y la venida de su
Reino, antes de mencionar las necesidades básicas. Esto nos revela que el
enfoque principal no es lo que podemos obtener de Dios, sino quién es Dios y su
soberanía.
El propio Jesús, en Juan 17,21, ora para que sus seguidores "sean
uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en
nosotros". Esta oración sacerdotal es la cumbre de su deseo para nosotros:
una unidad íntima con la Trinidad. Del mismo modo, en Juan 14,23, Jesús promete:
"Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a
él, y haremos morada en él". La oración, desde esta perspectiva bíblica,
se convierte en el camino para esta comunión, para esta morada. Y como nos
recuerda 1 Corintios 6,19, "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del
Espíritu Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios?". La
oración es el acto de habitar conscientemente en este templo, de nutrir esta
presencia divina en nosotros.
Teológicamente, la oración es mucho más que una
conversación; es una teofanía, un encuentro con lo divino. No es un monólogo,
sino un diálogo transformador donde el alma se abre a la gracia. La oración no
tiene como objetivo cambiar la mente de Dios, sino cambiar nuestro propio
corazón para que se asemeje más al suyo. Cuando pedimos el "pan de cada
día" en el Padre Nuestro, podemos entenderlo no solo como alimento físico,
sino también como el pan de vida espiritual, el alimento que sostiene nuestra
comunión con Dios. Este
Filosóficamente, el ser humano posee una inherente sed de
trascendencia. A pesar de nuestras inclinaciones materialistas, hay un vacío
que solo puede ser llenado por algo más allá de lo meramente terrenal. La
oración, en su forma más pura, es la expresión de esta búsqueda. Es el
reconocimiento de que hay una realidad superior y un anhelo de conexión con
ella. No es un acto de mendicidad, sino un acto de reconocimiento de nuestra dependencia
y de nuestra aspiración a la plenitud. En este sentido, la oración es un acto profundamente
existencial, que nos confronta con nuestra propia finitud y con la infinitud de
Dios.
Desde una perspectiva espiritual y mística, la oración es el
camino hacia la unificación con Dios. No se trata de recitar fórmulas, sino de rendir
el corazón y permitir que el Espíritu Santo ore en nosotros (Romanos 8,26).
Este es el "corazón de carne" que Dios anhela, en contraposición al
"corazón de piedra" (Ezequiel 36,26). Un corazón de carne es
permeable a la gracia, sensible a la voz de Dios, dispuesto a ser transformado.
Lamentablemente, como señala el usuario, a menudo la oración
se ha convertido en un "acto de teatro" o un "espectáculo"
(Mateo 6,5), buscando la aprobación humana en lugar de la intimidad divina. O
se ha transformado en un "mar de palabras, con frecuencia bastante
vacías" (Mateo 6,7), donde la cantidad de palabras eclipsa la calidad de
la conexión. Jesús mismo nos advierte en Mateo 6,8 que "vuestro Padre sabe
lo que os hace falta antes de que se lo pidáis". Esto no desautoriza la
oración de petición, sino que subraya que lo que realmente vale es el corazón y
no la verborrea. Una sola palabra pronunciada con un corazón sincero es
infinitamente más valiosa para Dios que miles de palabras vacías.
La Oración como Pan de la Vida Espiritual: La súplica
de los discípulos en Lucas 11,1-13 no es una petición superficial. Es un profundo
clamor del alma por una conexión auténtica con lo divino. La oración es, sin
duda, el pan de la vida espiritual. Es el alimento que nos nutre, nos fortalece
y nos transforma para que podamos vivir esa unidad anhelada con el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo. No se trata de pedir "un pan o dos panes",
ni siquiera un "pasaje para el cielo", sino de un anhelo insaciable
de ser uno con Él, de ser su morada y el templo de su Espíritu. Es un llamado a
dejar atrás la superficialidad y a sumergirnos en la profundidad de una
relación que trasciende toda palabra y todo deseo humano, para abrazar la
presencia viva de Dios en nuestro nuevo modo de ser y actuar no como el hombre con
corazón de piedra sino con corazón de carne.