domingo, 20 de julio de 2025

DOMINGO XVII - C (27 de julio del 2025)

 DOMINGO XVII - C (27 de julio del 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 11,1-13.

11,1 Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".

11,2 Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino;

11,3 danos cada día nuestro pan cotidiano;

11,4 perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".

11,5 Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes,

11,6 porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle",

11,7 y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos".

11,8 Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.

11,9 También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.

11,10 Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.

11,11 ¿Hay algún padre entre ustedes que dé a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado?

11,12 ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?

11,13 Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Cuando nos dice el Señor: “Pidan y se les dará” (Lc 11,9). ¿Qué, cómo y cuándo pedimos? Los discípulos piden que les enseñe a orar (Lc 11,1); piden que le aumente la fe (Lc 17,5). Por su parte Jesús ora el Padre y pide: “Hazlos santos según la verdad: tu palabra es verdad” (Jn 17,17). Este pedido es fundamental porque corresponde al mandato del Padre: “Uds. sean santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). ¿Para qué sirve el ser santos? Para estar con Dios. Y ¿Qué pasa si no estamos con Dios? Dijo Jesús: “¿Tu Cafarnaúm piensan escalara el cielo?, Pues no. Descenderás al infierno” (Mt 11,23). Solo los que son santos podrán escalar el cielo y los que nos son santos descenderán al infierno. Para ser santos hace falta cumplir los tres consejos de Jesús: Ser hombres de fe, hombres de oración y hombres cumplidores de la misión (Mt 28,19-20).

Siguiendo la línea de las enseñanzas anteriores, hoy estamos en la tercera característica distintiva de un discípulo de Jesús: la oración (Lc 11,1-13); que complementa a la escucha de Dios (Lc 10,38-42); tanto la oración como la escucha termina con la actitud misericordiosa “buen samaritano” (Lc 10,25-37). Con esta temática triple y complementaria queda diseñado un cuadro completo de los ejercicios fundamentales del “seguimiento” de Jesús, o sea, del discipulado. Es así como en medio de la subida a Jerusalén, Jesús sigue ofreciendo las lecciones fundamentales del discipulado. Y no se concibe un discípulo sin interés en la oración, sin la escucha de su maestro y sin hacer lo que enseña (actitud misericordiosa).

En la catequesis sobre la oración, Jesús trata la enseñanza más alta sobre los dones que se reciben en la oración: “¡Cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (11,13). Aquí encontramos una conexión con Pentecostés: la oración termina con una efusión y unción del Espíritu Santo y en Él recibimos al mismo ser del Padre, es decir recibimos mucho más de lo que pedimos y a Él a quien realmente necesitamos. Quien entiende esta grandiosidad, con razón como San Pablo puede exclamar lleno de gozo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11), porque vivo yo, pero no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). Y quien tiene al Hijo, tiene también al Padre (I Jn 2,23); Jesús mismo dice “Yo y el Padre somos uno solo” (Jn 10,30). Por eso Jesús en una de sus oraciones dice:

“Padre que todos sean uno: como tú estás en mí y yo en ti, que también ellos (los que oran) estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno —yo en ellos y tú en mí— para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mí” (Jn 17,21-23).

En el inicio de la oración “Y sucedió, que estando él orando en cierto lugar, cuando terminó…”  Uno de los suyos le dijo “Maestro enséñanos a orar” (Lc 11,1). El evangelio comienza en son de paz y fortaleza, dándose un tiempo para contemplar sobre el escenario a Jesús orante. Con apenas las palabras esenciales se describen una oración completa de Jesús. El evangelista Lucas nos ha enseñado que la oración era una constante de la vida de Jesús. No es sino recordar pasajes ya leídos: la oración en el Bautismo (Lc 3,22), antes de llamar a los Doce (Lc 6,12), antes de la confesión de fe de Pedro (Lc 9,18), en la transfiguración (Lc 9,28), después del regreso de los setenta y dos misioneros (Lc 10,21-22). Ahora lo vemos orando una vez más.

La enseñanza es clara: el punto de partida de la oración cristiana es la misma oración de Jesús. Si nosotros podemos orar es porque él ora y todas nuestras oraciones están dentro de la suya. Un discípulo siempre ora “en” Jesús: Él origina, sostiene e impregna nuestra oración.En el camino de subida hacia Jerusalén, un legista le había preguntado a Jesús qué tenía que “hacer” para alcanzar la vida eterna (Lc 10,25). Como respuesta resultó una estupenda enseñanza sobre el amor. El tema del amor vuelve a aparecer cuando, a propósito de la solicitud de uno de los discípulos -“Señor, enséñanos a orar”(Lc 11,1-13)-, Jesús realiza una extensa pero bien ordenada catequesis sobre la oración que termina hablando sobre los dones que nos da el amor del Padre, especialmente su amor viviente en nosotros, que es el Espíritu Santo.

Pidan y se les dará, busquen y encontraran, llamen y se les abrirá” (Lc 11,,9) ¿Qué pedimos en nuestras oraciones? El Padre del cielo da lo que es propio del cielo: “el Espíritu Santo” (11,13). Lo más perfecto que Dios nos da sobrepasa nuestras peticiones: El don del Espíritu Santo. Por lo tanto, la oración no debe tener los límites de nuestra mezquindad humana que sólo tiene aspiraciones terrenas; nuestra oración debe ser tal que nos haga gritar desde lo hondo de nuestro corazón el deseo incesante del don mayor, que es Dios mismo, que nos inunde de sí mismo y haga radiante nuestra vida, como lo vemos el día del gran don en Pentecostés ( Hch 2,1-11). Es “Él” lo que más necesitamos y él se vacía en nosotros en el don del Espíritu Santo. Pero, ¿será que los hijos tenemos conciencia de la excelencia de este don?

Ahora podemos comprender mejor por qué algunas oraciones nuestras no son atendidas por Dios, es que dichas oraciones no nacen del corazón autentico, puro y sincero, o si no veamos un ejemplo: “Jesús dijo esta parábola por algunos que estaban convencidos de ser justos y despreciaban a los demás. Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas”. Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador” .Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no. Porque el que se hace grande será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc 18,9-14). En la misma línea el salmista advierte que Dios no lo escucha: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste? ¡A pesar de mis gritos mis palabras no te alcanzan! Dios mío, de día te llamo y no me atiendes, de noche y no me escuchas, mas no encuentro mi reposo. Tú, sin embargo, estás en el Santuario, de allí sube hasta ti la alabanza de Israel” (Slm 21,2-4).

Dios no es que no escuche nuestras oraciones, lo que pasa es que esas oraciones están mala hechas porque no nacen del corazón autentico y puro, pues si las oraciones nacen del corazón puro y autentico Dios atiende inmediatamente. Jesús dice: “Hasta ahora no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, así conocerán el gozo completo” (Jn 16,24). Hoy en mismo evangelio de Lucas Jesús termina con estas palabras: "Pidan y se les dará; busquen y hallaran; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre Uds. que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, ¿le da un escorpión? Si, pues, Uds. siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11,9-14).

Jesús nos insiste en la necesidad de orar y utiliza toda una serie de verbos: Pedir, buscar, llamar. Se dice que uno de los problemas del cristiano de hoy es que ha dejado de orar. La verdad que no me atrevo a decir que sí. Es posible que hoy haya muchos grupos de oración y mucha gente que se reúne a orar, pero también es posible que hoy, por las mismas circunstancias y cambios de la vida, hayamos vaciado de la oración muchos espacios de nuestras vidas.

Por ejemplo, ¿se ora hoy en las familias? Es posible que muchos de nuestra casa oren mucho en el grupo parroquial del que forman parte y luego no oren en su casa. ¿Y dónde van aprender a orar nuestros niños? Resulta curioso que Jesús esperó a que fuesen los mismos discípulos quienes le pidiesen que les enseñase a orar y fue precisamente luego de ser testigos de la oración de Jesús: "Cuando terminó de orar, los discípulos le dicen: "Enséñanos a orar". Más enseñamos con el ejemplo que con la palabra.

El cristiano que no ora, es como el que tiene el teléfono averiado y no puede conectar con Dios. Es como el que se siente vacío por dentro y no tiene nada que decirle a Dios. El Padre Nuestro suele ser la primera oración que nos enseñaron nuestras madres. Como fue la primera y única oración que Jesús enseñó a los suyos. Como la hemos aprendido de niños y la hemos recitado de memoria infinidad de veces, puede que sea la oración más maltratada. Orar el Padre Nuestro es como avivar y expresar en nosotros el misterio de Dios y del Evangelio. Porque rezar el Padre Nuestro no es decir palabras bonitas, sino un meternos en ese misterio de Dios. Es decir: Comenzamos haciendo una confesión de fe en Dios como Padre, por tanto en nosotros como hijos y todos como familia de Dios. Luego lo reconocemos como "Padre Nuestro", lo que significa una paternidad universal, y significa reconocernos a todos como "hijos" y por tanto reconocernos a todos como "hermanos" (Mt 23,8).

La oración del Padre nuestro nos compromete en el proyecto de Dios sobre nosotros y sobre el mundo: alabanza y glorificación de Dios, compromiso de un mundo mejor, que es el Reino, y siempre disponibles a su voluntad. Nos ponemos en la actitud de María: "Hágase en mí tu palabra" (Lc 1,38) Nos ponemos en la actitud de Jesús: "Hágase tu voluntad y no la mía. (Mc 14,36)" En la segunda parte, le pedimos por todo aquello que pueda quebrar la solidaridad y la comunión de la familia de Dios. Compartir el pan, el perdón que sana todas las heridas en la comunidad y la fortaleza para ser más que nuestras debilidades. Con todo esto, el Padre Nuestro comienza por un hablar con Dios como Padre o papá, pero luego implica todo un nuevo estilo de vida. Un nuevo estilo de relaciones. Una nueva visión de la humanidad no dividida por los muros de los intereses humanos, sino unida por la fraternidad. ¿Te parece fácil?

En esta visión ¿Qué es la oración? La oración claro está, no es pedir un un pan o dos panes, no es pedir ni siquiera un pasaje para el cielo. Es un anhelo del alma en ser uno con Él (Jn 17,21), ser morada con Él (Jn14,23), ser templo de su mismo Espíritu (I Cor 6,19). De ahí que, la oración es sin duda el pan de la vida espiritual. Pero, a menudo hemos convertido la oración en un acto de teatro o un espectáculo para hacer ver a la gente que oramos (Mt 6,5), o hemos convertido en un mar de palabras, con frecuencia bastante vacías (Mt 6,7). Ante Dios, vale mucho tener un corazón de carne que un corazón de piedra (Ez 36,26), Una palabra que miles de palabras (Mt 6,8).

La oración que Jesús nos dejó como manera de hablar con el Padre no tiene muchas palabras, pero sí una gran profundidad de vivencia filial del mensaje del Evangelio y de los planes de Dios. Se pueden hablar muchas palabras y no decirle nada a Dios porque solo habla la lengua y no el corazón. Se puede guardar un gran silencio y hablar mucho con los sentimientos del corazón. No estamos contra la oración "hecha de palabras". Sí estamos en que la verdadera oración brota y nace del corazón. No ama más el que mucho habla de amor, sino el que tiene el corazón enamorado de Dios. Y el hombre de Dios es un hombre hecho oración (San Francisco de Asís).

Jesús por muchos motivos nos dice " Oren para no caer en tentación porque el Espíritu es fuerte pero la carne débil" (Mt 26,41). San Pedro nos dice: "Sean sobrios y vigilantes porque su enemigo, el diablo ronda como león rugiente buscando a quien devorar, resistidle firmes en la fe" (I Pe 5,8), y San Pablo nos aconseja: "Oren sin cesar, den gracias a Dios en toda circunstancia" (I Tes 5,17). La oración mayor es la Santa Eucaristía; al respecto nos dice mismo Jesús: "Toman y coman que esto es mi cuerpo" (Mt 26,26), "Si no comen la carne del hijo del hombre y no beben su sangre no tienen vida en Ud. el que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él" (Jn 6,53-54).

Por lo tanto:  Respecto a la oración según el evangelio de san Lucas 11,1-13 nos presenta un momento crucial: los discípulos piden a Jesús que les enseñe a orar. Este anhelo no surge de una mera curiosidad o de la necesidad de un ritual, sino de una profunda intuición sobre la verdadera naturaleza de la oración. No se trata de pedir bienes materiales, ni siquiera un lugar en el cielo, sino de un deseo mucho más trascendente: ser uno con Él. Dios es santo, (Lv 11,44) y para estar unidos a El hay que ser santo, y a la santidad se llega por la fe (Lc 17,5) y la oración (Lc 11,1ss) manifestada en obras de caridad (Mt 25,31-46).

Un Corazón Hambriento de Dios: La solicitud de los discípulos en Lucas 11,1-13 contrasta fuertemente con la tendencia humana a reducir la oración a una lista de peticiones. Jesús, al enseñarles el "Padre Nuestro", no les da una fórmula mágica para obtener cosas, sino un modelo para alinear el corazón con la voluntad divina. La oración que Jesús enseña comienza con la santificación del Nombre de Dios y la venida de su Reino, antes de mencionar las necesidades básicas. Esto nos revela que el enfoque principal no es lo que podemos obtener de Dios, sino quién es Dios y su soberanía.

El propio Jesús, en Juan 17,21, ora para que sus seguidores "sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros". Esta oración sacerdotal es la cumbre de su deseo para nosotros: una unidad íntima con la Trinidad. Del mismo modo, en Juan 14,23, Jesús promete: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él". La oración, desde esta perspectiva bíblica, se convierte en el camino para esta comunión, para esta morada. Y como nos recuerda 1 Corintios 6,19, "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios?". La oración es el acto de habitar conscientemente en este templo, de nutrir esta presencia divina en nosotros.

Teológicamente, la oración es mucho más que una conversación; es una teofanía, un encuentro con lo divino. No es un monólogo, sino un diálogo transformador donde el alma se abre a la gracia. La oración no tiene como objetivo cambiar la mente de Dios, sino cambiar nuestro propio corazón para que se asemeje más al suyo. Cuando pedimos el "pan de cada día" en el Padre Nuestro, podemos entenderlo no solo como alimento físico, sino también como el pan de vida espiritual, el alimento que sostiene nuestra comunión con Dios. Este

Filosóficamente, el ser humano posee una inherente sed de trascendencia. A pesar de nuestras inclinaciones materialistas, hay un vacío que solo puede ser llenado por algo más allá de lo meramente terrenal. La oración, en su forma más pura, es la expresión de esta búsqueda. Es el reconocimiento de que hay una realidad superior y un anhelo de conexión con ella. No es un acto de mendicidad, sino un acto de reconocimiento de nuestra dependencia y de nuestra aspiración a la plenitud. En este sentido, la oración es un acto profundamente existencial, que nos confronta con nuestra propia finitud y con la infinitud de Dios.

Desde una perspectiva espiritual y mística, la oración es el camino hacia la unificación con Dios. No se trata de recitar fórmulas, sino de rendir el corazón y permitir que el Espíritu Santo ore en nosotros (Romanos 8,26). Este es el "corazón de carne" que Dios anhela, en contraposición al "corazón de piedra" (Ezequiel 36,26). Un corazón de carne es permeable a la gracia, sensible a la voz de Dios, dispuesto a ser transformado.

Lamentablemente, como señala el usuario, a menudo la oración se ha convertido en un "acto de teatro" o un "espectáculo" (Mateo 6,5), buscando la aprobación humana en lugar de la intimidad divina. O se ha transformado en un "mar de palabras, con frecuencia bastante vacías" (Mateo 6,7), donde la cantidad de palabras eclipsa la calidad de la conexión. Jesús mismo nos advierte en Mateo 6,8 que "vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis". Esto no desautoriza la oración de petición, sino que subraya que lo que realmente vale es el corazón y no la verborrea. Una sola palabra pronunciada con un corazón sincero es infinitamente más valiosa para Dios que miles de palabras vacías.

La Oración como Pan de la Vida Espiritual: La súplica de los discípulos en Lucas 11,1-13 no es una petición superficial. Es un profundo clamor del alma por una conexión auténtica con lo divino. La oración es, sin duda, el pan de la vida espiritual. Es el alimento que nos nutre, nos fortalece y nos transforma para que podamos vivir esa unidad anhelada con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No se trata de pedir "un pan o dos panes", ni siquiera un "pasaje para el cielo", sino de un anhelo insaciable de ser uno con Él, de ser su morada y el templo de su Espíritu. Es un llamado a dejar atrás la superficialidad y a sumergirnos en la profundidad de una relación que trasciende toda palabra y todo deseo humano, para abrazar la presencia viva de Dios en nuestro nuevo modo de ser y actuar no como el hombre con corazón de piedra sino con corazón de carne.

jueves, 17 de julio de 2025

DOMINGO XVI – C (20 de Julio de 2025)

 DOMINGO XVI – C (20 de Julio de 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 10,38-42

10:38 Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa.

10:39 Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.

10:40 Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude".

10:41 Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas.

10:42 Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

“María, sentada a los pies del Señor, escuchaba la Palabra de Jesús” (Lc 10,39).

 

“El que es de Dios escucha las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de Dios" (Jn 8,47). Luego nos dice. “El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud" (Mt 20,26-28). Por tanto, es muy importante servir, pero primero, primero hay que escuchar a Dios.

Si antes de actuar no entramos en sinfonía con nuestra conciencia donde Dios nos habla, puede pasarnos como al sacerdote o levita del domingo anterior que no actuaron en la voluntad de Dios (Lc 10, 30-32); si no nos abrimos al consejo de Jesús puede pasarnos lo mismo que a los pescadores donde Simón dice a Jesús: “Maestro hemos trabajado toda la noche y no hemos sacado nada de peces, pero si tú lo dices, echaré las redes" (Lc 5,5); si no escuchamos a Dios, puede pasarnos lo mismo que a Pedro que dijo a Jesús: “Dios no lo permita, Señor, eso no te sucederá. Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: ¡Apártate de mí vista satanás! Porque tú piensas como los hombres y no como Dios" (Mt 16,22-23). “¿Qué debemos hacer para actuar en el querer de Dios?” Jesús respondió: «Lo Dios quiere de Uds. es que crean en el que él ha enviado” (Jn 6,28-29). ¿Cómo creer en El si antes no le escuchamos? Si no escuchamos a Dios puede pasarnos como a Adán y Eva que en lugar de escuchar a Dios, escuchan a la serpiente y hacen lo que Dios le prohibía hacer, luego escapan de l presencia de Dios (Gn 3,4-8). ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? (Mt 16,26); Dios dice: “sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5).

El evangelio de este domingo nos reporta varias ideas: Jesús entra en casa de unos amigos donde pareciera que no viven sino dos hermanas (Jn 11,1), hecho que nos sugiere un ámbito familiar. En segundo lugar, trae a colación la idea de la dignidad de la mujer; en aquel entonces las mujeres estaban prohibidas de sentarse a escuchar a los maestros. En tercer lugar, acuña idea de la ternura de Jesús para con la mujer; ningún hombre de aquel tiempo respondería con la ternura y suavidad de Jesús a Marta que se queja: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude."(Lc 10,40). Y en cuarto lugar nos sugiere la idea de la prioridad entre el ser y hacer: María ha elegido la mejor parte, el ser y que no se la quitara nadie (Lc 10,42).

Ámbito familiar: Conviene recordar aquella cita en la que Jesús se muestra como amigo: “Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que quedarme en tu casa." (Lc 19,5).  “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado (Jn 13,34). No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,12-15). Y ampliando el panorama del ámbito familiar en el ámbito amical nos topamos con aquella cita: “Él les contestó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios es hermano mío y hermana y madre” (Lc 8,21). Por tanto y sabemos con qué confianza visita Jesús a la casa de Marta y María (Lc 7,37-47).

La casa de los amigos de Jesús nos sitúa en Betania (Jn 11,1): “Había un hombre enfermo llamado Lázaro, que era de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. Esta María era la misma que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos (Jn 11,2). Su hermano Lázaro era el enfermo. Las dos hermanas mandaron a decir a Jesús: Señor, el que tú amas está enfermo. Al oírlo Jesús, dijo: Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella. Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,3-5). Por lo visto esta casa visitada por Jesús es una casa de frecuente visita, de ahí que incluso se ve a Jesús que lloró por su amigo lázaro cuando murió (Jn 11,35).

La dignidad de la mujer: Jesús demostrando que también la mujer tiene derecho a sentarse, a respirar, a darse un descanso y regalarse un espacio a sí misma. Recordemos el episodio de la ley que mata a pedradas solo a la mujer que comete adulterio y no dice nada del adúltero “Los fariseos dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer es una adúltera y ha sido sorprendida en el acto. En un caso como éste la Ley de Moisés ordena matar a pedradas a la mujer. Tú ¿qué dices? Jesús les dice: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra” (Jn 8,7). Luego: ¿Nadie te condeno? Ninguno, señor. Y Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar más” (Jn 8,10-11). Jesús es el primero en salir en defensa de la mujer y devolver su dignidad.

Ternura de Jesús para con la mujer: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc. 10,42). Todos tenemos este privilegio de hallar en Jesús la fuente de esa fortaleza espiritual que tanto buscamos tanto varones y mujeres, pues Jesús nos llama a todos a acercarnos a él si estamos fatigado o cansados: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11,28-30).

Antes de hablar de Dios hay que escuchar a Dios. Antes de hablar de los hombres hay que escuchar a los hombres. No para quedarnos siempre sentados, sino para que luego vayamos a servirles. El trabajo es necesario. En el Evangelio no tienen cabida los vagos que no saben sino ver televisión y sus telenovelas. Dice San Pablo: “Quien no trabaja que no coma” (I Tes. 3,10). Pero el trabajo tiene que ser planificado. Los quehaceres nos cansan, pero no podemos caer en el nerviosismo que, como decimos hoy, nos lleva a vivir estresados, nerviosos, porque las tensiones nerviosas nos quitan la paz y además hacen difícil la convivencia.

Todos necesitamos de tiempo para trabajar (lunes a sábado), pero también necesitamos de tiempo para estar con nosotros mismos y de estar también escuchando a Dios (Domingo). De lo contrario, terminamos vaciándonos por dentro. Como alguien ha escrito: "Derecho a sentarse." Caminar, sí; pero descansar también. Quien no sabe descansar se desgasta trabajando (Mt 16,26).

Prioridad entre el hacer y escuchar: Dijo Jesús: “María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc. 10,42).  Además, Jesús dice: “Uds. son mis amigos, si escuchan y cumplen lo que les mando” ( Jn. 15,14). Y es más, sin la escucha a la palabra de Dios, siempre tendremos necesidades y puede pasarnos como paso en el inicio a los apóstoles: “Cuando terminó de hablar, dijo Jesús a Simón: Lleva la barca mar adentro y echen las redes para pescar. Simón respondió: Maestro, por más que lo hicimos durante toda la noche, no pescamos nada; pero, si tú lo dices, echaré las redes. Así lo hicieron, y pescaron tal cantidad de peces, que las redes casi se rompían” (Lc.5,4-6).

El domingo tiene que ser el día en que tenemos que sentarnos como María a los pies de Jesús para escuchar su palabra y en esa escucha hallaremos fuerzas para hallar el pan de cada día en el trabajo pero eso será posible para los humildes y sencillos de corazón: “En aquella ocasión Jesús exclamó: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado. Mi Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiera dar a conocer” (Mt  11,25-27).

En el evangelio de hoy, lo que Jesús corrige no es el servicio de la cocina, sino el activismo y, por tanto, la pérdida del ser. En tal sentido Jesús destaca dos cosas. Ciertamente que lo primero y más importante es "descansar y escuchar" porque sólo así podremos luego trabajar con tranquilidad y serenidad y no como sucede con frecuencia con los nervios a flor de piel. Más que de superioridades entre servicio y escuchar, lo que Jesús quiere hacernos ver es solo cuestión de prioridades. Escuchar es esencial, pero también es esencial el servicio. El quehacer es importante, pero el descansar también. Esto es válido en todos los campos de la vida: como padres, como esposos, como personas, como jefes y, ¿sabes?, también como sacerdotes o religiosos.

Es tan importante el escuchar porque si no escuchas por ejemplo a tu esposa, ¿qué sabes de sus sentimientos y de qué le vas a hablar? Si no escuchas a tus hijos, sus problemas, sus necesidades, no te quejes de que luego no quieran ellos escucharte a ti. Si no conoces los problemas de la gente, ¿de qué les vamos a hablar? ¿Sólo de fútbol? Y esto es válido para todos y es esencial. Porque si yo como religioso o sacerdote no escucho primero a Dios, ¿qué les puedo decir de Dios a los fieles? Si yo no tengo tiempo para escuchar a Dios, ¿de qué lleno mi corazón y mi vocación? Si no escucho primero a Dios hablaré de mis ideas, pero no de lo que Él quiere que hable.

Hoy en día se escucha con frecuencia a la gente: "No tengo tiempo y por eso no voy a misa". Yo diría no tiene tiempo el que no quiere y como tenemos tiempo para la fiesta del amigo o vecino y la novela y luego decimos que no tenemos tiempo para ir a la Misa en el domingo. Además necesitamos vivir de prioridades, de lo contrario lo accidental y secundario termina por comernos vivos. He aprendido a disponer siempre de espacios de silencio y escucha. De lo contrario, me vacío.  Hay gente que anda sin tiempo para Dios. Luego corre a la farmacia porque sufre de hipertensión. Luego en busca de psicólogo. Por si no lo sabias, la mejor pastilla, el mejor psicólogo, el mejor amigo es Jesús.

El evangelista Lucas subraya “le recibió”. Marta le ofrece a Jesús la acogida propia de un huésped (así como también hará Zaqueo en Jericó, Lc 19,6; o los dos peregrinos en Emaús, Lc 24,29). Ella hace lo contrario de los samaritanos mencionados antes, en Lc 9,53, quienes “no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén”; y ciertamente tiene algún parecido con el “buen” samaritano que responde por la posada del hombre herido que recogió en el camino (Lc 10,34-35), si bien en el caso de Marta -como diferencia- se trata de la acogida del amigo.

Dos maneras de atender al huésped (Lc 10,39-40): La llegada del huésped altera la casa. Sus dos habitantes despliegan energías para atenderlo bien como ya se manifestó:

María (Escucha=domingo) (Lc 10,39): Dedica su tiempo a la persona misma de Jesús, ella se sienta frente a él “a los pies del Señor…”. El evangelista dice con precisión: “…escuchaba su Palabra” (Lc 10,39). El gesto de María frente a Jesús nos recuerda la posición de un discípulo con relación a su maestro (por ejemplo en Hch 22,3, Pablo se declara discípulo de Gamaliel con estos términos: “instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley”). La postura indica el interés por aprender recibiendo dócilmente la “Palabra” (que en Lucas es una manera de indicar la predicación y de referirse a toda la formación que Jesús les ofrece a sus discípulos).

"...una sola cosa es necesaria." Esta es la frase central. La expresión "una sola cosa" contrasta directamente con las "muchas cosas" de Marta.

Para Jesús las prioridades del Reino de Dios:  "Buscar primero el Reino de Dios y su justicia" (Mt 6,33). Las preocupaciones mundanas (comida, vestido, etc.) son secundarias. La actitud de María ejemplifica esta búsqueda primaria.

La Palabra de Dios como alimento esencial: Jesús afirma que "no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4; Dt 8,3). María, al sentarse a los pies de Jesús, está asimilando la Palabra viva, que es alimento para la vida eterna.

Discipulado: La postura de María, sentada a los pies del maestro, es la de un discípulo. En el judaísmo, los alumnos se sentaban a los pies de su rabino. Esta es una imagen de la disponibilidad y receptividad al Señor, que es fundamental para el seguimiento de Cristo. Otros pasajes que resaltan la importancia de escuchar y obedecer la Palabra incluyen Lc 8,21 ("Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la ponen por obra") y Lc 11,28 ("Bienaventurados más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan").

La Primacía de la Contemplación sobre la Acción: Este pasaje ha sido fundamental en la teología cristiana para establecer la primacía de la vida contemplativa sobre la vida activa. No se denigra la acción de Marta (el servicio es esencial), pero se subraya que el fundamento y la fuente de toda acción fructífera es la unión con Dios a través de la escucha y la contemplación. Sin la "mejor parte," la acción puede volverse estéril o ansiosa.

La Salvación como Comunión con Cristo: La "mejor parte" de María es la comunión con Cristo, la escucha de Su Palabra, que es la vida eterna. "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Jn 17,3). La salvación no es solo una liberación del pecado, sino una unión personal y transformadora con Dios. María, al elegir estar con Jesús y escucharle, está ya participando de esta vida.

Elección Fundamental: La expresión "ha escogido" indica una decisión libre y consciente por parte de María. La salvación requiere una respuesta activa del ser humano, una "elección" por lo que es verdaderamente esencial. No es un destino pasivo, sino una respuesta de amor y fe.

Gracia y Libertad: La primacía de la "mejor parte" no anula la necesidad del servicio, sino que lo ordena. La actividad (Marta) debe nacer de la contemplación (María). La gracia (la presencia de Jesús y su Palabra) es ofrecida, pero la libertad humana debe acogerla.

La Vida Espiritual como Prioridad: El pasaje nos invita a examinar nuestras propias vidas y prioridades. ¿Estamos afanados en "muchas cosas" que nos distraen de la "única cosa necesaria"? La vida moderna, con sus múltiples demandas y distracciones, a menudo nos aleja de la quietud y el silencio necesarios para escuchar a Dios.

La Actitud de Escucha y Receptividad: María es el modelo del discípulo que es dócil y receptivo a la Palabra de Dios. En un mundo ruidoso, la capacidad de sentarse a los pies de Jesús, en silencio y con apertura de corazón, es una disciplina espiritual crucial para crecer en la fe y la santidad.

La Paz Interior y la Ansiedad: Jesús contrasta la agitación de Marta con la serenidad de María. Escoger la "mejor parte" conduce a una paz interior, porque nuestras prioridades están alineadas con la voluntad de Dios. La ansiedad, por el contrario, es fruto de una desorientación de las prioridades.

La "Mejor Parte" como Fuente de Perseverancia: El hecho de que la "mejor parte" no le será quitada sugiere su carácter imperecedero. Las tareas mundanas son transitorias, pero la relación con Dios y la vida eterna son eternas. Invertir en esta "mejor parte" asegura un fruto que permanece, incluso en medio de las tribulaciones.

Según Lc 10,38-42, la Sagrada Escritura demuestra que para salvarse es necesario escoger "la mejor parte," la de María. Esta "mejor parte" no es un mero ocio, sino la primacía de la escucha atenta y la comunión con Cristo a través de Su Palabra.

Exegéticamente: se subraya la necesidad de una sola cosa esencial (la relación con Cristo) frente a las muchas preocupaciones secundarias. Bíblicamente: se inserta en la enseñanza de Jesús sobre la prioridad del Reino de Dios y la importancia de alimentar el alma con Su Palabra. Teológicamente: establece la primacía de la contemplación como fuente de la acción, y la salvación como una comunión elegida con el Señor. Espiritualmente: nos llama a una conversión de prioridades, a cultivar la escucha de Dios y la paz interior, como fundamento de una vida cristiana auténtica y perseverante.

Al elegir esta "mejor parte," el creyente se asegura una porción que no le será quitada, que es la vida eterna en comunión con Dios, la verdadera salvación. La salvación no es solo un destino final, sino una realidad que se comienza a vivir aquí y ahora al priorizar la relación con Cristo sobre todas las demás preocupaciones.

 

 

 

domingo, 6 de julio de 2025

DOMINGO XV – C (13 de julio 2025)

 DOMINGO XV – C (13 de julio 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 10,25-37                                   

10:25 Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?"

10:26 Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?"

10:27 Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".

10:28 "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".

10:29 Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?"

10:30 Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos bandidos, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.

10:31 Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.

10:32 También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.

10:33 Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.

10:34 Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.

10:35 Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: "Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver".

10:36 ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?"

10:37 "El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera". PALABRA DEL SEÑOR.

Muy estimados hermanos(as) en el Señor, Paz y Bien:

¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna? A su vez Jesús pregunto al doctor de la ley: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella? Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Has respondido exactamente, le dijo Jesús; Haz eso y alcanzarás la vida eterna" (Lc 10,25-28).  El domingo anterior decía Jesús a sus discípulos: “No se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo" (Lc 10,20). ¿Cómo hacer que nuestro nombre este escrito en el cielo? ¿Por qué es importante que este escrito mi nombre en el cielo? La única forma de inscribir mi nombre en el cielo es: Anunciando el Reino de Dios (Lc 10,11). Recordemos al respecto lo que dijo Jesús: “Quien me anuncie abiertamente ante los hombres, yo lo también lo anunciaré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo lo negaré ante mi Padre que está en el cielo a aquel que me niegue ante los hombres en este mundo” (Mt 10,32-33). El anuncio del Reino de Dios se resumen en enunciado: “El que dice yo amo a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso” (I Jn 4,20-21). Porque si no tengo amor, no soy nada (I Cor 13,2). Y ¿si solo amo al que me ama, que merito extraordinario hago? (Mt 5,46).

Las dos enseñanzas de este domingo complementan aquella enseñanza del domingo anterior, es decir: al anunciar el Reino de Dios uno registra su nombre en el cielo, que tiene que ver con la misión, pero una misión hecha vida o vivida y no un anuncio de mera teoría. Y esa experiencia de vida es la que hoy se nos describe cuando un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?" (Lc 10,25). La respuesta es cumpliendo la ley de Dios: amor a Dios y amor al prójimo. Mejor dicho el amor a Dios pasa por el amor al prójimo. De aquí la pregunta ¿Quién es mi prójimo? (Lc 10,29).

La parábola del buen samaritano que acabamos de escuchar me trae a la memoria la experiencia de vida de San Francisco de Asís: “El santo enamorado de la perfecta humildad se fue a donde los leprosos; vivía con ellos y servía a todos por Dios con extremada delicadeza: lavaba sus cuerpos infectos y curaba sus úlceras purulentas, según él mismo lo refiere en el testamento: Como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver leprosos; pero el Señor me condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia” (Test 1-2).

Los ladrones del evangelio de hoy, esos leprosos en los que Jesús sigue siendo injustamente crucificados por la miseria humana y en el que San Francisco encontró a Jesús sufriente, esos heridos y golpeados por la vida y la miseria y la enfermedad con quienes nos solemos topar en la calle hoy nos tiene que interpelar si o si y preguntarnos qué actitud asumo ante la necesitad de aquel que requiere una urgente ayuda y auxilio, teniendo en cuenta que tú eres la mano de Dios desde el día de tu bautismo y te dice Dios: “Tu eres mi hijo, yo te he engendrado” (Lc.3,22). Como nos portamos ante la necesidad del prójimo? Somos como el sacerdote indiferente del evangelio? Somos como el levita también indiferente o somos como el buen samaritano del evangelio, y como el Buen pobre de Asís quien en el beso al leproso supo toparse con el mismo Jesús que sufre?

Ante cruentas realidades y las necesidades de ayuda las bonitas palabras no tienen sentido por eso Jesús presenta la verdad de nuestra fe, de nuestra religiosidad y de la misma Iglesia situada en un contexto real. Lucas dice muy finamente que por allí pasan "casualmente" un sacerdote y un levita (Lc 10,31-32), se ve que no era normalmente su camino porque su camino era el del templo, hasta es posible que viniesen del Templo. Sacerdote y levita al verlo al herido "dan un rodeo", es decir, cierran los ojos o miran a otra parte. Es una manera gráfica de expresar que el que sufre no existe para ellos. Ellos viven otra realidad, la del templo, la de la ley. Viven encerrados posiblemente en sus rezos. Viven una fe sin obras de caridad (Stg 2,17).

Un samaritano que apesta para los judíos por ser un pagano, ese está de viaje. No viene del templo, va a sus negocios o a solucionar alguno de sus problemas. Pero éste sí tiene ojos y tiene ojos en el corazón porque sintió lástima, se acercó, le vendó las heridas, lo monta en su cabalgadura y lo lleva a una posada donde puedan atenderle mejor. Mete la mano al bolsillo y paga los gastos. Aquí es donde se cumple aquello: “El Rey dirá a los de su derecha vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver. Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento… ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte? Y el Rey les responderá: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pobre de mis hermanos, lo hicieron conmigo" (Mt 24,34-40).

Lo del buen samaritano, es una parábola que de hecho interpela para los que viven la religión de la ley y del Templo. La gente religiosa no tiene ojos porque no tiene sensibilidad en el corazón ante el sufrimiento humano, es una religiosidad a la que no importa el dolor y el sufrimiento. Al respecto dice el apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy religioso, pero no controla sus palabras, se engaña a sí mismo y su religión no vale. La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo” (Stgo. 1,26-27).

La pregunta del doctor del evangelio que pregunta a Jesús demuestra que sabe mucho de la ley, pero no sabe quién es realmente su prójimo. Sabe mucho de Dios, pero ignora quién pueda ser su prójimo. Una religiosidad de la indiferencia ante los demás. Una religiosidad que no tiene ojos para ver al que sufre. Como contraste, un samaritano, un pagano, uno que no sabe nada del Templo y de Dios tiene "entrañas de compasión". Para colmo, Jesús le dice al letrado: "que también él haga lo mismo." Que sea no como su gente del templo, sino que sea como ese pagano. ¡También fuera de la Iglesia puede haber mucho corazón, mucha solidaridad, mucha bondad! Hay que estar atentos a lo que hacemos. Pues Dios no es de bonitas palabras sino sobre todo misericordia y caridad: “la fe sin obras es una fe muerta” (Stgo 2,17).

El Maestro de la Ley, busca justificaciones y le hace a Jesús una pregunta: "¿Quién es mi prójimo?" (Lc 10,29). La pregunta puede tener sentido, ya que en aquel entonces el concepto de prójimo, hacia referencia esencialmente a los conciudadanos judíos y no a los extranjeros que se establecían en la tierra de Israel. Digamos que el concepto de prójimo estaba demarcado más por la geografía que por los sentimientos del corazón. Hoy ya es muy claro la connotación de “Mi prójimo” que es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. El concepto de prójimo no puede ser algo abstracto y genérico. El prójimo sin rostro no es prójimo. Al prójimo hay que ponerle rostro, por eso puede "ser cualquiera y de modo especial el que tenga necesidad de mi ayuda. La idea de prójimo se universaliza, aunque siempre tiene rostro concreto.

El amor al prójimo es tan universal como el amor de Dios. El prójimo se mide y valora ante todo como persona y luego por sus necesidades. Son las necesidades las que nos hace fijarnos en él. Son las necesidades las que nos hacen detenernos en nuestras prisas para fijarnos en él. Esa es la actitud del buen Samaritano.

Hay dos rasgos fundamentales cuando hablamos del prójimo. La primera, que el mismo Jesús se identifica con él: "Tuve hambre, sed, estuve desnudo, en la cárcel, enfermo, viejo, y me visitasteis." (Mt 25,31-46) El prójimo es como la encarnación de Jesús sin nombre y anónima. La segunda, es la relación tan íntima del prójimo con Dios hasta el punto de que Jesús anuncia el primer mandamiento, pero añadiéndole el segundo del amor al prójimo (Lc 10,27). No hay amor a Dios donde no hay amor al prójimo, como tampoco hay amor al prójimo que no sea a la vez amor a Dios (I Jn 4,20). El amor a Dios sin amor al prójimo es una mentira.

Resumen esquematico

1. Explicación Bíblica (Contexto y Narrativa)

El Pasaje: El pasaje comienza con un "intérprete de la ley" (un experto en la Torá judía) que se levanta para poner a prueba a Jesús. Le pregunta: "¿Maestro, qué haré para heredar la vida eterna?". Esta pregunta era común entre los rabinos de la época, buscando definir el camino hacia la salvación.

Jesús, en lugar de dar una respuesta directa, le devuelve la pregunta, apelando al conocimiento del propio experto: "¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees tú?". El doctor de la ley recita correctamente el "Gran Mandamiento" de Deuteronomio 6,5 ("Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente") y Levítico 19,18 ("Amarás a tu prójimo como a ti mismo"). Jesús le confirma que ha respondido bien y que si hace esto, vivirá.

Sin embargo, el doctor de la ley, "queriendo justificarse a sí mismo", es decir, buscando una definición legalista y limitada para su prójimo que excluyera a quienes no le caían bien o no eran de su círculo, pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?". Aquí es donde Jesús introduce la parábola del Buen Samaritano.

La Parábola:

  • El Viajero Asaltado: Un hombre (la parábola no especifica su origen, lo que es clave) bajaba de Jerusalén a Jericó. Este camino era notorio por ser peligroso, propenso a asaltos, y con un desnivel significativo.
  • El Sacerdote: Pasa de largo. Un sacerdote era una figura religiosa y moralmente respetada, encargado de los servicios del Templo. Su acción es chocante. Es posible que quisiera evitar la impureza ritual al tocar un cuerpo que podría estar muerto (Números 19,11-13). Sin embargo, la ley también tenía excepciones para la compasión.
  • El Levita: También pasa de largo. Un levita era un asistente del sacerdote en el Templo, con responsabilidades religiosas. Su acción es igualmente decepcionante.
  • El Samaritano: La figura inesperada. Los samaritanos eran despreciados por los judíos. Había una profunda animosidad histórica, religiosa y étnica entre ambos grupos (Juan 4,9). Sin embargo, este samaritano, al ver al hombre medio muerto, no duda en actuar:
    • Siente compasión, "se conmovió hasta las entrañas", una profunda emoción.
    • Se acerca, venda sus heridas, derrama aceite y vino (remedios comunes de la época).
    • Lo monta en su propia cabalgadura.
    • Lo lleva a un mesón (posada) y lo cuida.
    • Al día siguiente, le da dos denarios al mesonero (dinero para dos días de trabajo) y le dice que cuide del hombre, prometiendo pagar cualquier gasto adicional a su regreso.

El Cierre: Jesús concluye la parábola preguntando al doctor de la ley: "¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?". El doctor de la ley, a pesar de su animosidad contra los samaritanos, no puede evitar responder la verdad: "El que usó de misericordia con él". Jesús, entonces, le da la instrucción final: "Ve, y haz tú lo mismo".

2. Explicación Teológica

La parábola del Buen Samaritano es central en la enseñanza de Jesús sobre el amor y el Reino de Dios.

  • Reinterpretación de la Ley: Jesús no anula la ley, sino que la cumple y la profundiza. La pregunta del doctor de la ley buscaba una definición legalista para la "vida eterna" y para el "prójimo". Jesús le muestra que la esencia de la ley no es una lista de prescripciones, sino una actitud de amor radical. La vida eterna no se "hereda" por cumplir la ley a la letra, sino por vivir el espíritu de la ley: el amor a Dios y al prójimo.
  • La Universalidad del Prójimo: La pregunta "¿Y quién es mi prójimo?" revela el intento del doctor de la ley de limitar el alcance de su obligación moral. Jesús demuele esta limitación. El prójimo no es solo el de mi clan, mi religión, mi etnia o mi país. Es cualquiera que necesita ayuda, incluso (y especialmente) aquel que socialmente me es ajeno o mi "enemigo". El samaritano, un "impo" para los judíos, es el verdadero ejemplo de prójimo. La pregunta de Jesús al final invierte la perspectiva: no es "¿Quién es mi prójimo?", sino "¿De quién soy yo prójimo?". La cuestión es ser prójimo para el otro.
  • Misericordia sobre el Ritualismo: El sacerdote y el levita representan la piedad religiosa formalista. Estaban más preocupados por la pureza ritual o por las apariencias que por la vida humana. Jesús critica duramente esta hipocresía religiosa. La verdadera religión no está en los ritos del templo, sino en la compasión activa hacia el necesitado. La misericordia y el amor superan cualquier obligación ceremonial. Santiago 1,27 lo resume: "La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo".
  • Amor Activo y Costoso: El amor del samaritano no es solo un sentimiento; es una acción concreta y costosa. Le cuesta tiempo, esfuerzo, dinero y el riesgo de ser asociado con un moribundo. El amor verdadero implica sacrificio personal. No es solo un "buen deseo" sino una intervención real.
  • Cristo como el Buen Samaritano (Interpretación Alegórica - Post-Bíblica): Aunque no es la interpretación directa de Jesús, la tradición cristiana ha visto a menudo en el Buen Samaritano una alegoría de Cristo.
    • El viajero asaltado sería la humanidad caída, herida por el pecado.
    • Los ladrones serían Satanás y sus huestes, o el pecado mismo.
    • El sacerdote y el levita representarían la Antigua Ley, incapaz de salvar por sí misma.
    • El Samaritano sería Jesús mismo, el "extranjero" o despreciado que viene a salvar a la humanidad.
    • El aceite y el vino serían los sacramentos, o la gracia de Dios.
    • El mesón sería la Iglesia.
    • Los dos denarios, quizás los dos Testamentos, o los dones del Espíritu Santo, o la comisión de la Iglesia.
    • El regreso del Samaritano sería la segunda venida de Cristo. Esta es una interpretación posterior, pero espiritualmente rica para entender la obra redentora de Cristo.

3. Explicación Espiritual

Espiritualmente, el pasaje de Lucas 10,25-37 nos interpela profundamente y nos llama a una conversión de corazón:

  • Identificación con el Hombre Asaltado: Cada uno de nosotros, en algún momento de nuestra vida, somos el hombre asaltado. Hemos sido heridos por el pecado, por las circunstancias, por la injusticia. Necesitamos ser rescatados y sanados. Reconocer nuestra propia vulnerabilidad nos abre a la compasión hacia los demás.
  • Desafío a la Hipocresía Religiosa: La parábola nos fuerza a examinar nuestra propia práctica religiosa. ¿Es nuestra fe genuinamente compasiva y activa, o se limita a ritos, dogmas y apariencias? ¿Estamos dispuestos a ensuciarnos las manos para ayudar al prójimo, o pasamos de largo por miedo a la incomodidad, la impureza o el compromiso? Nos llama a una fe que se encarna en la caridad.
  • Romper Barreras y Prejuicios: El samaritano es la figura clave porque desafía nuestras categorías de "prójimo" y "enemigo". Espiritualmente, nos reta a superar nuestros propios prejuicios, raciales, culturales, sociales o religiosos. ¿A quién consideramos "el otro" al que evitamos? ¿Quiénes son los samaritanos de nuestro tiempo a quienes estamos llamados a servir?
  • La Compasión como Imitación de Cristo: Jesús mismo es la encarnación de la compasión divina. Al contarnos esta parábola, nos invita a imitar su propio corazón misericordioso. Ser cristiano es ser "samaritano" para el mundo, es decir, ser prójimo para quien lo necesita, sin esperar nada a cambio y sin juzgar. Es vaciarnos de nosotros mismos para amar al otro.
  • La Urgencia de la Acción: La parábola no permite la pasividad. El samaritano actúa con prontitud y diligencia. Espiritualmente, nos llama a la acción inmediata ante el sufrimiento. No posponer la ayuda, no buscar excusas, sino intervenir activamente.
  • El Amor como Camino a la Vida Eterna: La pregunta inicial sobre la vida eterna se responde no con una fórmula doctrinal, sino con una vida de amor activo. La vida eterna no es solo una recompensa futura, sino una realidad que se comienza a vivir aquí y ahora al amar a Dios y al prójimo con todo nuestro ser.

En resumen, Lucas 10,25-37 es una de las parábolas más poderosas de Jesús, que nos desafía a redefinir el amor al prójimo de una manera radical, universal y sacrificial. Nos invita a trascender el legalismo y el ritualismo para abrazar una fe viva y compasiva que se manifiesta en el servicio desinteresado a todo ser humano.

martes, 1 de julio de 2025

DOMINGO XIV - C (07 de Julio de 2025)

 DOMINGO XIV - C  (06 de Julio de 2025)

PROCLAMACIÓN DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN San Lucas 10,1-12.17-20:

10:1 Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.

10:2 Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.

10:3 ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.

10:4 No lleven dinero, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.

10:5 Al entrar en una casa, digan primero: "¡Que descienda la paz sobre esta casa!"

10:6 Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.

10:7 Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.

10:8 En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;

10:9 curen a sus enfermos y digan a la gente: "El Reino de Dios está cerca de ustedes".

10:10 Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan:

10:11 "¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca".

10:12 Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad.

10:17 Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre".

10:18 Él les dijo: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.

10:19 Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos.

10:20 No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y bien

El seguimiento al Señor no es cuestión humana, uno no sigue el Señor como quiere, cuando quiere y a como le de las ganas. Las reglas del seguimiento las pone el Señor. Ahora lo mismo sucede para la misión. Dios es quien pone las pautas de la misión. Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, "llamó a los que él quiso y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán sus "enviados". Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; Jn 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a Uds. recibe, a mí me recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; Lc 10, 16). Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como "el Hijo no puede hacer nada por su cuenta" (Jn 5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él (Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los Apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como "ministros de una nueva alianza" (2 Co 3, 6), "ministros de Dios" (2 Co 6, 4), "embajadores de Cristo" (2 Co 5, 20), "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1).

 “Mientras iban caminando, uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9, 57-60). Uno no puede llamarse a sí mismo, luego buscar peros en el camino; es Jesús quien llama (Jn 15,16). Uno no puede irse al cielo por su cuenta y por eso hasta el joven rico al interesarse por el cielo preguntó: ¿Qué tengo que hacer para llegar al cielo? Jesús le dijo: “Cumple los mandamientos de la ley de Dios”. El Joven dijo: Ya cumplí con todo eso desde pequeño qué más me falta. Y Jesús le dijo: Claro que te falta algo más: Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres y vente conmigo” (Mc10,17).

Como vemos, el tema de hoy es el ser enviado a una misión, pero para ser enviado hay que estar antes con el maestro. El buen apóstol es el que antes es un buen discípulo. Quien ha escuchado la llamada, comprenderá esta preocupación: “La mies es mucha, los obreros son pocos” (Lc. 10,2). Los hombres y mujeres que necesita a Dios y que quieren conocer la verdad son muchos, pero los comprometidos  con el Evangelio son pocos. Esta vez, Jesús no manda solo a los Doce, manda a setenta y dos, es decir manda a todos los discípulos de dos en dos (sentido eclesial y comunitario).

La segunda preocupación del misionero es precisamente esta advertencia: “Sepan que los envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10,3). La misión no será nada fácil. Con razón ya había dicho Jesús a los que se movían por meras ilusiones: “Te seguiré adondequiera que vayas. Y Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro dijo: Sígueme. Él respondió: Déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios" (Lc. 9, 57-60). La misión es para los sabios, decididos, arriesgados, valientes, pero para los humildes de corazón (Mt 11,28).

La misión que les encarga es el Reino de los cielos y su propagación: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Por tanto para tal misión no hace falta “llevar monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos. Al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea en esta casa” (Lc 10,5).

Nada de quedar sentados calentando las bancas de la Iglesia. El verdadero lugar del que lleva el evangelio de Jesús es el camino, no la tranquilidad de la casa. Es el camino y no la tranquilidad de instalarnos cómodamente en la Iglesia preocupados de que esté siempre limpia. El Evangelio de hoy nos pide a todo bautizado tener no zapatos lustrados, sino pies sucios por el polvo del camino. Nos invita ser parte de Iglesia en misión.

Lo que suscita una misión autentica es el encuentro con el Señor: “hemos visto el Señor” (Jn 20,25). Porque de este encuentro con el Señor nace la misión. Y el Papa Francisco ha dicho reiteradas veces que “tenemos que ser pastores con olor de ovejas”. Esta tare nos compromete desde el bautismo:"¡Id y haced discípulos a todos los pueblos!" (Mt. 28,19-20)- de esta noble misión depende nuestra salvación cuando el mismo Señor nos lo dice: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,26-27).

El último aspecto a tenerse encuentra en el evangelio de hoy es esto: “Sanen a los enfermos y digan a la gente: El Reino de Dios ha venido a ustedes. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus plazas y digan: Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a ustedes” (Lc. 10,9-11). Jesús les pide que anuncien, pero haciendo signos que hagan creíble la buena Noticia. "Curen enfermos." Demostrando que Dios se preocupa del bienestar y la salud integral del hombre.

Esta misión del envió a los 72 no es sino un anticipo lo que luego y en definitiva será cuando se consuma la redención, es decir la pasión, muerte de nuestro Señor y su resurrección. Después de su resurrección, el Señor Jesús se presentó muchas veces a los apóstoles, reforzando su fe y preparándolos para el inicio de una gran misión evangelizadora, que les confió de modo definitivo en el momento de su ascensión al cielo. Es entonces cuando el Señor dirigió a sus apóstoles este mandato: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc. 16,15-16). De este momento el Evangelista San Mateo recoge también estas otras palabras del Señor: “Id y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,19-20). El del Señor hace un llamado a ponerse en marcha, un envío con su poder para continuar su propia misión reconciliadora y proclamar el Evangelio a todas las culturas de todos los tiempos para transformar a modo de fermento el mundo entero.

CON LA FUERZA DE SU ESPÍRITU: El Señor había mandado anteriormente a los discípulos a que esperaran en Jerusalén la venida del Espíritu. Les había dicho: “Serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días”(Hch1,8). Siguiendo aquellas indicaciones volvieron al cenáculo y allí perseveraban en la oración en compañía de María, preparándose de esta manera sus corazones para recibir el Don prometido (Hch. 1,14).

 “ID POR TODO EL MUNDO Y ENSEÑAD EL EVANGELIO” (Mc 16,15): Jesús les volvió al decir: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.” Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo: a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos” (Jn 20,21-23).

Dios nos ha llamado a cada uno por nuestro nombre, nos ha ungido y nos ha enviado, haciéndonos partícipes de la misión de su Hijo amado. Tenemos también hoy en nosotros la fuerza del Espíritu y experimentamos el dinamismo expansivo de la Buena Nueva: ¡no podemos contener su anuncio! Arde en nuestro corazón un fuego que necesita comunicarse (Jer. 20,9) y expandirse encendiendo otros corazones con el anuncio del Evangelio, buscando ganarlos para el Señor con el testimonio de una vida que llevando al Señor muy dentro lo irradia con su sola presencia. Eso no puede sino expresarse en la creciente coherencia con que en la vida cotidiana vivimos el Evangelio que predicamos. Por ello la semilla de la Buena Nueva espera y necesita ser acogida por nosotros mismos cada día, pues está llamada a germinar y dar frutos de conversión y santidad en mí, para que de ese modo pueda anunciarla de modo creíble y convincente a todas las personas.

Jamás podemos olvidar que la evangelización del mundo entero pasa a través de nuestra propia santidad, posible sólo en la medida en que cada uno sepa acoger el Espíritu divino en sí dejándose transformar por su dinamismo de amor. No olvidemos que nadie da lo que no tiene: ninguno de nosotros podrá transmitir el Señor si no lo lleva dentro, si cada día no le abre la puerta de su corazón y se encuentra con Él. Si no arde el fuego del amor del Señor en nuestros corazones (Lc. 24,32), ¿cómo podremos encender otros corazones, cómo podremos encender el mundo entero? Al respecto y con mucha razón San Pablo nos advierte: “Ahora vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20) Pero también exclamó lleno de gozo: ¡Pobre de mí si no anuncio el Evangelio! (I Cor 9,16).

La actividad misionera de la Iglesia, se fundamenta profundamente en el mandato de Jesús y se entiende como un deber intrínseco a la fe bautismal, esencial para la salvación. El pasaje de Lucas 10:1-12; 17-20 ofrece una base bíblica rica para comprender esta dimensión.

Actividad Misionera en Lucas 10:1-12; 17-20:

1. El Envío de los Setenta y Dos (Lc 10:1-12): Universalidad de la Misión: Jesús "designó a otros setenta y dos y los envió de dos en dos delante de él a todas las ciudades y lugares adonde él había de ir" (v. 1). Este número, "setenta y dos" (o "setenta" según algunas traducciones), a menudo se interpreta como simbólico de la totalidad de las naciones gentiles, contrastando con los doce apóstoles que representaban a las doce tribus de Israel. Esto subraya que la misión de Jesús no se limita a un grupo selecto, sino que tiene un alcance universal, abarcando a toda la humanidad.

La Urgencia de la Cosecha (v. 2): "La mies es mucha y los obreros pocos." Esta metáfora agrícola resalta la inmensidad de la tarea evangelizadora y la necesidad apremiante de más personas comprometidas en ella. Es un llamado a la oración por vocaciones misioneras y a la acción por parte de quienes ya son "obreros".

Vulnerabilidad y Confianza (v. 3-4): Jesús los envía "como corderos en medio de lobos", y les prohíbe llevar provisiones (dinero, alforja, sandalias). Esto enfatiza la dependencia total de Dios y la providencia divina, así como la necesidad de una fe radical. La misión no se basa en recursos humanos, sino en la fuerza del Espíritu.

Anuncio de la Paz y del Reino (v. 5-9): Los discípulos deben ofrecer la paz al entrar en una casa y anunciar: "El Reino de Dios ha llegado a ustedes". La misión es una proclamación de la cercanía de la salvación que viene de Dios, no de los méritos humanos. La sanación de los enfermos es una señal visible de la llegada de este Reino.

Respuesta y Consecuencias (v. 10-12): Se instruye a los discípulos sobre cómo reaccionar ante el rechazo: sacudir el polvo de los pies como testimonio. Esto muestra que la aceptación del mensaje es una decisión libre, pero el rechazo tiene consecuencias serias, pues implica el rechazo al mismo Jesús y a quien lo envió. La frase "A quien les escucha a ustedes, me escucha a mí; quien los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me envió" (Lc 10:16). Jesús está hablando a sus discípulos y establece una conexión directa entre la aceptación o rechazo de sus seguidores y la aceptación o rechazo de él mismo y, por extensión, de Dios.  En otras palabras, cuando alguien escucha a los discípulos, está escuchando a Jesús. Cuando alguien rechaza a los discípulos, está rechazando a Jesús. Y cuando alguien rechaza a Jesús, está rechazando a Dios mismo.

2. El Regreso y la Verdadera Alegría (Lc 10:17-20): El Poder en el Nombre de Jesús (v. 17): Los setenta y dos regresan con gozo, asombrados de que "hasta los demonios se nos someten en tu Nombre". Esto demuestra que el poder de la misión no reside en la habilidad de los evangelizadores, sino en la autoridad de Cristo.

La Victoria de Cristo sobre Satanás (v. 18): Jesús responde: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo". Esta es una afirmación teológica profunda. La misión de los discípulos es una extensión de la misión de Cristo, que implica la derrota de las fuerzas del mal. La evangelización no es solo una difusión de información, sino una batalla espiritual contra satanás y su reino. Y para esta misión Dios da su poder: "Les he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y sobre toda fuerza del enemigo, y nada les hará daño"(v. 19). Esto asegura la protección divina para aquellos que se comprometen en la misión, confirmando que la autoridad de Cristo los acompaña.

 La Verdadera Fuente de Gozo (v. 20): Jesús corrige la perspectiva de su alegría: "No se alegren de que los espíritus se les sometan, sino alégrense de que sus nombres estén escritos en el cielo". La verdadera alegría no proviene de los éxitos ministeriales o de manifestaciones de poder, sino de la certeza de la salvación personal y la comunión con Dios. La misión es un medio, no el fin último. El fin es la vida eterna.

La Actividad Misionera como Deber de Todo Católico Bautizado para Alcanzar la Salvación

Desde nuestra perspectiva teológica católica, el pasaje de Lucas 10, junto con otros mandatos de Jesús (como la Gran Comisión en Mt 28:19-20), fundamenta la convicción de que la actividad misionera no es una opción para algunos privilegiados, sino un deber inherente a la vocación cristiana recibida en el Bautismo.

Naturaleza Misionera de la Iglesia: El Concilio Vaticano II, especialmente en Lumen Gentium y Ad Gentes, enfatiza que la Iglesia es misionera por su propia naturaleza, ya que su origen está en la misión de Cristo y del Espíritu Santo. No existe la Iglesia sin misión; la misión es su razón de ser.

El Bautismo como Fundamento del Deber Misionero: Al ser bautizado, el cristiano es incorporado a Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Como "pueblo profético", el bautizado participa de la misión de Cristo de anunciar el Evangelio. El Bautismo confiere una dignidad y una responsabilidad: la de ser discípulos y misioneros. El Papa Francisco, y otros papas antes que él, han insistido en que "cada bautizado es un misionero". La fe se fortalece al ser compartida.

    La misión como causa de la Salvación: La doctrina de nuestra Iglesia sostiene que "fuera de la Iglesia no hay salvación" (aunque esto ha sido matizado teológicamente para incluir a aquellos que buscan a Dios con un corazón sincero y que, sin culpa propia, desconocen a Cristo y a su Iglesia). La Iglesia es el "sacramento universal de salvación" (Hch 2,47), el signo e instrumento de la unión de Dios con la humanidad. La actividad misionera es el medio por el cual la Iglesia cumple su mandato de llevar el mensaje de salvación a todas las personas. No se trata de que el acto de evangelizar per se garantice la salvación personal del misionero de manera automática. Más bien, la evangelización es la respuesta a la gracia de la salvación ya recibida en el Bautismo y es un acto de caridad hacia los demás. Al evangelizar, el cristiano no solo cumple un mandato divino, sino que se convierte en instrumento de la gracia de Dios para que otros puedan conocer a Cristo y así alcanzar la salvación.

 Evangelización y Crecimiento Espiritual: La Redemptoris Missio de San Juan Pablo II subraya que la misión "renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!". Así, el compromiso misionero, lejos de ser una carga, es un camino de crecimiento espiritual y santificación para el propio misionero, acercándolo más a la fuente de su salvación, que es Cristo.

Caridad y Proximidad: La misión es una expresión suprema de la caridad, ya que el mayor bien que se puede transmitir al prójimo es el conocimiento de Cristo y el camino hacia la vida eterna. Implica una "salida" hacia las "periferias existenciales", un amor preferencial por los pobres y aquellos que aún no conocen a Cristo.

En resumen, Lucas 10:1-12; 17-20 nos presenta una misión universal, urgente, dependiente de Dios y con el poder de Cristo. Teológicamente, la Iglesia Católica entiende esta actividad misionera como un deber ineludible de todo bautizado, no como un requisito legalista para la salvación, sino como la expresión vital de una fe que ha recibido el don de la salvación y desea compartirlo, y que al hacerlo, se fortalece y cumple su vocación más profunda y escribe su nombre en el libro de la vida que es el cielo Lc 10,20).

lunes, 23 de junio de 2025

SOLEMNIDAD DE SAN PESDRO Y SAN PABLO CICLO – C (Domingo 29 de junio de 2025)

 SOLEMNIDAD DE SAN PESDRO Y SAN PABLO CICLO – C (Domingo 29 de junio de 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según Mt 16,13-19:

16:13 Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?».

16:14 Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».

16:15 «Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?».

16:16 Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

16:17 Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.

16:18 Y yo te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.

16:19 Yo te dará las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo». PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor Paz y bien.

Mt 16,13-19 es un pasaje central en la exégesis y teología católica, especialmente relevante en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo. A continuación, se presenta una explicación desde una perspectiva bíblica, exegética y teológica, considerando la importancia de ambos apóstoles.

1. Contexto Bíblico y Narrativo (Mt 16,13-19): El pasaje se sitúa en Cesarea de Filipo, un lugar con connotaciones paganas, lo que subraya la ruptura de Jesús con las expectativas judías tradicionales y el establecimiento de un nuevo orden. La pregunta de Jesús a sus discípulos, "¿Quién dice la gente que soy yo, el Hijo del Hombre?", busca sondear la percepción pública sobre su identidad. Las respuestas iniciales (Juan el Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetas) muestran que, si bien se le reconocía como un enviado de Dios, no se le atribuía aún su verdadera identidad mesiánica y divina.

La pregunta clave, sin embargo, es la que dirige a sus discípulos: "Y Uds. ¿quién dicen que soy yo?". Esta pregunta es personal e interpelante, exigiendo una respuesta de fe y compromiso. La respuesta de Pedro, "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo", es una confesión de fe fundamental, revelada por el Padre mismo, como Jesús subraya: "Esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos". El pasaje se divide en dos momentos clave: 1) La pregunta de Jesús sobre su identidad (vv. 13-16): Jesús interroga primero a la multitud y luego a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que soy yo?" (v. 13) y "¿Quién decís vosotros que soy yo?" (v. 15). Las respuestas iniciales (Juan el Bautista, Elías, Jeremías o alguno de los profetas) revelan una comprensión limitada de su persona. 2) La confesión de Pedro y la institución de la Iglesia (vv. 16-19): Es aquí donde Pedro, impulsado por una revelación divina, pronuncia la confesión central: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (v. 16). La respuesta de Jesús a Pedro es la base de la eclesiología católica.

A partir de esta confesión, Jesús pronuncia las famosas palabras dirigidas a Pedro:

  • "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia." (v. 18a)
  • "Y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella." (v. 18b)
  • "A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos." (v. 19)

2. Exégesis del Pasaje (Análisis Detallado):

a) "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia."

  • Juego de palabras: Jesús utiliza un juego de palabras en arameo (Cefas/Kefa) que Mateo traduce al griego. Petros (Pedro) es masculino, mientras que petra (piedra, roca) es femenino. Este matiz ha sido objeto de debate: La exégesis, basada en la tradición patrística, sostiene que la "roca" es Pedro mismo, a quien Jesús le da un nuevo nombre y una nueva función. Pedro, por su confesión de fe y por su papel designado por Cristo, se convierte en el fundamento visible de la Iglesia. El cambio de nombre de Simón a Pedro (Cefas) es significativo y, en la tradición bíblica, siempre indica un cambio de destino o una nueva misión. La frase "sobre esta piedra" se refiere inequívocamente a Pedro, quien acaba de ser elogiado por su respuesta.
  • Edificar mi Iglesia: La palabra "Iglesia" (ekklesía) es mencionada por primera vez en los Evangelios aquí. Implica una comunidad convocada por Dios, que va más allá del pueblo de Israel. Jesús mismo es el constructor de esta Iglesia, y Pedro es el fundamento visible que Él establece.

b) "Y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella."

  • Las puertas del Hades: El Hades (infierno) representa el reino de la muerte, la oscuridad, el mal y el poder destructor. Las "puertas" simbolizan la fuerza y el poder.
  • No prevalecerán: Esta frase es una promesa de la invencibilidad de la Iglesia. Ni siquiera las fuerzas del mal o la muerte podrán destruirla. Es una garantía de la asistencia divina a la Iglesia y a su fundamento, Pedro.

c) "A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos."

  • Las llaves del Reino: En la cultura antigua, las llaves eran un símbolo de autoridad y poder para gobernar o administrar. Quien tenía las llaves de una ciudad o una casa tenía el poder de abrir y cerrar, de permitir o prohibir el acceso. En este contexto, las llaves del Reino de los Cielos significan la autoridad para gobernar la Iglesia y para decidir quién entra en el Reino de Dios. Esta autoridad es delegada por Cristo a Pedro: "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos" (v. 19): La imagen de las llaves es una alusión a Isaías 22,22, donde se otorga a Eliaquim la autoridad sobre la casa de David. "Las llaves": Significan autoridad suprema. En el contexto rabínico, dar las llaves implicaba la autoridad para gobernar, enseñar e interpretar la Ley. Pedro recibe la autoridad sobre el Reino de los Cielos, es decir, sobre la Iglesia. Esta autoridad es para "abrir" y "cerrar", "permitir" y "prohibir", "atar" y "desatar".
  • Atar y desatar: Esta expresión rabínica tenía un significado legal y doctrinal.
    • Atar: Significaba prohibir, condenar, excomulgar, declarar algo ilícito o doctrinalmente erróneo.
    • Desatar: Significaba permitir, absolver, admitir, declarar algo lícito o doctrinalmente correcto.
    • Autoridad eclesiástica: Este poder de atar y desatar es una autoridad para legislar, para enseñar doctrinalmente y para administrar la disciplina dentro de la comunidad eclesial. Es una autoridad para perdonar pecados y para interpretar la voluntad divina. Aunque esta autoridad será extendida a los demás apóstoles en Mt 18,18, en Mt 16,19 se le confiere a Pedro de manera singular y principal. La frase "quedará atado/desatado en los cielos" (perfecto pasivo divino) indica que la acción de Pedro en la tierra tiene una ratificación divina.

3. Significado Teológico para la Solemnidad de San Pedro y San Pablo: La Solemnidad de San Pedro y San Pablo (29 de junio) celebra la vida, el martirio y el legado de estos dos pilares de la Iglesia. Mt 16,13-19 es fundamental para comprender el papel de San Pedro, pero también se conecta indirectamente con San Pablo.

a) El Primado de Pedro:

  • Fundamento de la Unidad: El pasaje establece el primado de Pedro como el fundamento visible de la unidad de la Iglesia. Su rol es asegurar la cohesión de la fe y la comunión entre los creyentes.
  • Garantía de la Ortodoxia: La autoridad de atar y desatar implica que Pedro y sus sucesores tienen la responsabilidad de discernir la verdad doctrinal y de preservar la fe apostólica.
  • Servicio de Pastoreo: Las llaves simbolizan el pastoreo universal de la Iglesia, es decir, la responsabilidad de guiar y cuidar a todo el rebaño de Cristo.

b) Complementariedad de Pedro y Pablo:

Aunque Mt 16,13-19 se centra en Pedro, la Solemnidad celebra a ambos apóstoles porque sus ministerios son complementarios y esenciales para la Iglesia.

  • Pedro: La Roca, la Fe Confesada, la Autoridad Fundacional. Representa la estructura jerárquica y la unidad visible de la Iglesia. Su misión se centró inicialmente en los judíos, pero su visión en Hechos 10 y su liderazgo en el Concilio de Jerusalén (Hechos 15) mostraron su apertura a los gentiles.
  • Pablo: El Apóstol de los Gentiles, la Proclamación del Evangelio, la Gracia de la Conversión. Representa el dinamismo misionero, la universalidad del Evangelio y la profundidad teológica. Su celo apostólico llevó el mensaje de Cristo a todo el mundo conocido, enfatizando la salvación por gracia mediante la fe.

La tradición los une porque ambos, con sus dones y carismas distintos, contribuyeron de manera irremplazable a la expansión y consolidación de la Iglesia. Pedro estableció el fundamento y la estructura; Pablo, con su evangelización incansable, extendió el edificio. Ambos derramaron su sangre en Roma, la capital del Imperio, sellando con su martirio el compromiso con Cristo y el amor a la Iglesia.

En resumen: La Llamada a la Confesión Personal ( Mt 16,13-19): Así como Jesús preguntó a Pedro, nos pregunta a cada uno de nosotros: "¿Y tú, quién dices que soy yo?". Este pasaje nos invita a renovar nuestra propia confesión de fe en Jesús como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, y a vivir coherentemente con esa fe. Es la base escriturística del primado petrino, una doctrina fundamental para nuestra Iglesia Católica. En la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, este pasaje nos recuerda la importancia de Pedro como el fundamento visible de la Iglesia, dotado de autoridad para atar y desatar, y cuya fe es inquebrantable. Al mismo tiempo, se celebra la sinergia con San Pablo, cuya predicación universal complementó la misión de Pedro, edificando juntos el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Para nuestra meditación:

SAN PEDRO: Pedro es un predilecto de Jesús, desde el primero momento. Vive con el Señor los acontecimientos más importantes de su vida, todos aquéllos que estaban reservados para unos pocos. Fogoso y temperamental no tiene inconveniente en asegurar a Jesús que es capaz de morir con El y que le seguirá fielmente hacia ese camino de dolor y renuncia que el Señor estaba pintando y que Pedro, en un primer momento, rechazó con toda la energía de su temperamento. Pero todos sabemos que Pedro falló en toda la línea. Bastó la insinuación de una mujer, en los momentos de peligro, para que negase rotundamente conocer al Maestro. No es para escandalizarse. Todos nosotros tenemos más que motivos suficientes para comprenderlo y disculparlo. Lo comprendió y lo disculpó el Señor. Siguió encontrándose con él después de su resurrección, concediéndole, como siempre, un "trato de favor" y, tal como hoy leemos en el evangelio, quiso dejarle el cuidado de los suyos, sin recordarle nunca su estrepitoso fallo. No hubo para Pedro, por parte de Jesús, reprensión sino perdón. No le echó en cara Jesús a Pedro su pasado sino que le echó en cara su futuro, un futuro en el que Pedro, efectivamente, será capaz de seguir, paso a paso, las huellas de su Maestro. Y quedó claro que lo único que Jesús exigió a Pedro para que fuera su fiel imagen en la tierra, era que le amase. Si hay algo claro por parte de Cristo es el deseo de fundamentar a los cristianos en el amor, en el amor a su Persona y, como consecuencia lógica, en el amor a todos los hombres.

SAN PABLO: Pablo también es un hombre con tristes antecedentes. Forofo de la Ley, dogmático, duro e intransigente, se caracterizó por la persecución a los primeros cristianos creyendo a pies juntillas que así hacía un buen servicio a Dios, naturalmente a "su" Dios. Hizo falta que cegaran sus ojos, que tan claramente veían, para que una luz nueva se hiciese en su interior y rompiera completamente con aquel estilo que tan contrario era con el del Señor al que, a partir de entonces, iba a servir con una dedicación exclusiva y excluyente. También para Pablo será el amor de Cristo el que cimentará su vida ya para siempre orientada hacia una sola meta.

Estas son las "piedras" fundamentales de nuestra Iglesia. Unas piedras que tienen sus grietas y sus resquebrajaduras, porque la única Piedra fundamental, aquella que desecharon los constructores, es Cristo y sólo en El no hay fisura, ni tacha ni grieta. En todos los demás, estén más o menos arriba o abajo, sean más o menos importantes o corrientes, es posible la grieta, como fue posible en Pedro, que vivió tan cerca de Cristo y en Pablo que era un estupendo cumplidor de la Ley, un religioso de cuerpo entero. Es ésta una realidad confortante y que además ha tenido en la Iglesia una demostración constante a través de los siglos.

Es cierto que la Iglesia es santa, pero no lo es menos que no lo somos todos los que somos Iglesia, y digo todos, cualquiera que sea el sitio que en ella ocupemos. Negarlo sería una tontería, reconocerlo es un acto de sinceridad y de valentía que a nadie tiene que escandalizar. Es cierto que la iglesia da a conocer a Dios al mundo, pero también lo es que, a veces, lo da a conocer oscureciendo su rostro; es cierto que la Iglesia nos acerca a Dios y también lo es que, a veces, nos lo aleja. Sólo Cristo no tiene arruga ni mácula, sólo El presenta el verdadero y auténtico rostro de Dios sin deficiencia alguna. Todos los demás lo enseñamos quizá con nuestra mejor voluntad pero con nuestra carga de pequeñeces y debilidades.

Hoy es día de pedir sinceramente por la Iglesia, de sentirnos identificados con ella, de agradecerle tanto como nos ha dado y de desear sinceramente que vaya limando constantemente las aristas que puede tener y que evitan a los hombres el encuentro con Dios en ella. Es día de examinarnos, como componentes de esa Iglesia y de ver si el fundamento de nuestra pertenencia a ella, es por encima de todo, el que Cristo exigió a Pedro: el amor a El. Sólo si podemos contestar, aunque sea desde nuestra pequeñez, con la misma sinceridad con que lo hizo Pedro que, ciertamente, amamos a Cristo podremos ser piedras útiles en ese edificio de la Iglesia que, a pesar de nosotros mismos, no se derrumbará nunca y que es absolutamente necesaria para el mundo si de verdad cumple con la misión que tiene encomendada: llevar a los hombres hacia el Reino, haciendo que ese Reino sea una realidad ya, aquí y ahora. Hoy es día de penetrar en el conocimiento de la Iglesia, de aceptarla tal como es con toda su grandeza y sus posibles zonas de sombra que hacen resplandecer todavía más la luz de Cristo que es quien, en definitiva, la sostiene por encima de cualquier terremoto.

Pedro y Pablo son dos cristianos en los que debemos mirarnos con frecuencia. Ambos tuvieron sus fracasos personales y ambos siguieron tan fielmente a Cristo que lo hicieron visible en el mundo acercando a El a todos aquéllos que se les aproximaban. Esto es lo que cuenta y lo que les hace grandes a los ojos de Dios y también, desde luego a los de los hombres y, por supuesto, a los que de todos los que, como ellos, pretendemos seguir siendo Iglesia, esa Iglesia que ellos construyeron con su propia sangre.