domingo, 17 de agosto de 2025

XXI DOMINGO T.O. - C (24 de agosto del 2025)

 XXI DOMINGO T.O. - C (24 de agosto del 2025)

Proclamación del santo Evangelio de San Lucas 13,22 - 30:

13:22 Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.

13:23 Una persona le preguntó: "Señor, ¿Serán pocos los que se salven?" Él respondió:

13:24 "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.

13:25 En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y él les responderá: "No sé de dónde son ustedes".

13:26 Entonces comenzarán a decir: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas".

13:27 Pero él les dirá: "No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!"

13:28 Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera.

13:29 Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.

13:30 Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

Preguntan a Jesús: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?" (Lc 13,23).   Si son pocos los que se salven, entonces ¿serán muchos los que se condenen? O ¿serán muchos los que se salven y pocos los que se condenen? La respuesta del Señor es: Se salvaran todos los que saben amar, porque Dios es amor (I Jn 4,8). Por eso ya nos ha dicho: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Ahora mismo nos ha dicho también: "Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán” (Lc 13,24). Y se nos agrega al decir: “Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición (condenación), y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida (salvación), y son pocos los que lo encuentran” (Mt 7,13-14). Como Dios es amor; la puerta del cielo no es tan estrecha como el corazón de los hombres; siempre que el hombre sepan vivir en el amor de Dios.

La pregunta por la cantidad de salvados se contextualiza con la pregunta: “¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna? Jesús le preguntó a su vez al doctor de a ley: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?" Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la salvación" (Lc 10,25-28).

Jesús puso en la parte central de su enseñanza el tema del amor cuando dijo: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo les he amado” (Jn 13,34). El amor de Dios no tiene límites, el amor de Dios no conoce de números si entendemos que el medio de salvación es el amor. Ya, al inicio, mismo Jesús explica a Nicodemo al decir: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Único, para que quien cree en él no se muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él” (Jn 3,16-17)). También, en entro contexto dice: “Yo soy la puerta: el que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará alimento. El ladrón sólo viene a robar, matar y destruir, mientras que yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud. Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn. 10,9-11).

Hoy en su enseñanza termina Jesús termina con una afirmación bien sencillo: "Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el reino"(Lc 13,29). Ahí tienes la universalidad de la Salvación. El odio y el desamor cierran muchas puertas por anchas que sean; en tanto que el amor, abre y ensancha las puertas más estrechas. ¿Recuerdas aquello del Apocalipsis del 144.000 salvados? Algunos tacaños como el que le hace la pregunta a Jesús se olvidan que a continuación dice: "Y vi una multitud inmensa que nadie podía contar (Ap 14,1).

Sin dudo, que en el Evangelio hay exigencias bien duras porque ahí se nos expone el precio del cielo. Tampoco dudo de que el Evangelio no esté con paños calientes, ni poniendo parchecitos a la vida. Sin embargo, el Evangelio sigue siendo lo que es "Evangelio", es decir "Buena Noticia". La mejor noticia es que "Dios quiere que todos los hombres se salven" (I Tm. 2,4). La puerta del cielo no es tan estrecha como el corazón de los hombres. Pero es tan ancha como el corazón de Dios y por el corazón de Dios podemos entrar todos, incluso si vamos en montón. Pues, a decir verdad, a mí no me quita demasiado el sueño. Por una razón muy sencilla, Jesús no es de los que juegan a los números.

No dice si serán pocos o serán muchos los que se salven, y ni siquiera me asusta su respuesta de que hay que entrar "por la puerta estrecha". Claro que la puerta del mal dicen que es mucho más ancha y que por ella entran hasta los gorditos. Con ello no digo que todos los gorditos se van al infierno y los flaquitos al cielo… no no. Al respecto dice San Pablo: “Piensen que el Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino de justicia, de paz y alegría en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).

Lo que nosotros vemos como estrecho, para Dios es bien ancho. Evidente que no todos querrán entrar por esa puerta, pero ¿saben ustedes cuál es la puerta de la que habla Jesús? Pues el mismo lo dijo: "Yo soy la puerta y el que entra por mí..." Nadie me dirá que Jesús es tan estrecho como nosotros. La puerta de la salvación es Jesús y Jesús fue capaz de amar y entregarse por todos. ¿Quién es capaz de dar la vida por mí, tendrá un corazón tan estrecho que solo entren los delgados? Además, la puerta de la salvación es el amor y el amor es tan ancho que cabemos todos.

Eso sí, para salvarse no es suficiente comer ni beber con Jesús, ni enseñar en las plazas (Lc 13,26). Jesús solo reconoce a los que aman y a los que se aman, a los que aman como Él nos amó (Jn 13,34). Personalmente, me encanta la frase de Pablo en la Carta a los Romanos cuando él mismo se pregunta quién será el juez que le juzgue. Y él mismo se responde: "Aquel que murió por mí." ¿Ustedes tendrían miedo al juicio de quien es capaz de amarles hasta morir por ustedes? Me gusta la frase de Jesús: "Y vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Señor y se sentarán a la mesa en el reino de Dios (Lc 13,19). Así que, amigos, no tengan miedo, pero eso sí hay que entrar por el cristianismo del amor. ¿Recuerdan a San Pablo cuando se refiere al amor? “Aunque hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si me falta el amor sería como bronce que resuena o campana que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios, -el saber más elevado-, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor nada soy. Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve. El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad” (I Cor 13,1-6).

La pregunta que le hace este personaje a Jesús es pregunta de corte egoísta y pesimista: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). El generoso, el entusiasta preguntaría de otra manera: "Señor, ¿serán muchos los que se salven verdad?" La pregunta misma indica que este tipo conoce bien poco el corazón de Dios y conoce bien poco el corazón de Jesús, siempre dispuesto a dar su vida por la salvación de todos (Jn 10,11). Además, a Dios no le van como ya dijimos las matemáticas. En todo caso, le encanta más sumar y multiplicar que restar y dividir. Yo creo y me gusta Dios precisamente por eso porque a mí tampoco me gustaban las matemáticas, prefería la literatura pero una literatura que nace de experiencia de vida. Yo sigo prefiriendo un amor sin matemáticas, a lo más prefiero un amor que suma y multiplica. 

Personalmente soy de los que cree que son muchísimos los que se salvan, incluso aquellos que nosotros condenamos tan fácilmente. Yo estoy seguro que Dios salva a lo que nosotros condenamos y que cuando lleguemos junto a Él, y los encontremos por allí, nos vamos a llevar una gran sorpresa. ¿Este aquí? Es que Dios es amor (I Jn 4,8) y el amor no condena. Dios es amor y conoce de sobra las debilidades humanas. El amor suple nuestras debilidades. Por eso me encanta la respuesta que Jesús da a los maestros de la ley por la mujer adúltera: “Quien esté sin pecados que tire la primera piedra… Jesús dice a la adultera yo tampoco te condeno, ve y no vuelvas a pecar más” (Jn 8,7-11).

Me gusta gente de mentalidad positiva. Me encantan los que todo lo ven desde el amor como Juan en su Primera carta, en el que todo habla sobre el amor. Me encantan aquellos que son ciegos a lo malo y saben descubrir lo bueno que hay, incluso en los peor del mundo.

¿Qué mandamiento es el primero de todos? Jesús le contestó: El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos (Mc 12,28-31). Por tanto la respuesta a la pregunta: “¿Pocos se salvaran?” (Lc13,23) Jesús responde que se salvará quien sabe amar de verdad. “Si uno dice yo amo a Dios» y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (I Jn 4,20-21).

A partir del pasaje de Lucas 13, 22-30, la pregunta "¿Serán pocos los que se salven?" puede abordarse desde diversas perspectivas el tema de la salvación. La respuesta de Jesús no es un simple "sí" o "no" o números y ni siquiera de estadística, sino una exhortación o llamada a la urgencia y a la responsabilidad personal.

Perspectiva Bíblica y Exegética: El pasaje bíblico presenta un diálogo en el que alguien le pregunta a Jesús si son pocos los que se salvan. La respuesta de Jesús se centra en la metáfora de la puerta estrecha:

Lucas 13, 24: "Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos tratarán de entrar y no podrán."

Contexto Inmediato: Jesús está de camino a Jerusalén, un viaje que culmina en su pasión y muerte. Este viaje es simbólico del camino de la fe, que no es fácil.

Análisis del término "esfuércense": La palabra griega denota una lucha intensa, como la de un atleta en una competencia. Esto sugiere que la salvación no es automática o pasiva, sino que requiere un compromiso activo y una lucha contra las tentaciones y el pecado.

La Puerta Estrecha: Simboliza la conversión y el discipulado radical. Es el camino del seguimiento de Cristo, que implica sacrificio, renuncia y una vida de virtud.

Los "muchos" que no podrán entrar: No se refiere a un número limitado de personas, sino a la multitud que confía en una salvación basada en méritos externos o en una relación superficial con Dios ("Hemos comido y bebido contigo" Lc 13,26).

La respuesta de Jesús, por lo tanto, no es una estadística. Es una advertencia. La salvación es posible para todos, pero exige un compromiso radical y no es de improvisar, sino un proceso continuo desde el día del uso de la razón hasta la muerte corporal.

Perspectiva Teológica: Desde un punto de vista teológico, la respuesta de Jesús aborda la relación entre la gracia y la libertad humana.

Teología de la Gracia: La salvación es un don de Dios, no algo que se pueda ganar por méritos propios. Sin embargo, este don requiere una respuesta libre y activa por parte del ser humano. La "puerta estrecha"(Lc 13,24) no es algo que el hombre pueda abrir solo, pero sí debe "esforzarse" por pasar a través de ella una vez que Dios la ha abierto por su hijo (Lc 3,22).

Universalismo vs. Particularismo: El pasaje evita un universalismo simplista (todos se salvan sin esfuerzo, sin cruz) y un particularismo fatalista (solo unos pocos predestinados se salvan). La salvación es universalmente ofrecida, pero su aceptación depende de la respuesta libre de cada persona.

El rechazo y el llanto (Lc 13, 28-30): El pasaje concluye con la imagen del "llanto y el crujir de dientes" de aquellos que son excluidos. Teológicamente, esto representa el dolor de la autoexclusión de la comunión con Dios (cielo), una consecuencia de la libre elección de vivir sin la gracia divina (infierno). La salvación no se pierde por falta de oportunidad, sino por el rechazo de la oferta.

Perspectiva Filosófica: La pregunta y la respuesta de Jesús pueden ser analizadas desde la filosofía moral y la metafísica.

Libre Albedrío y Responsabilidad: La respuesta de Jesús enfatiza la responsabilidad individual. Si la salvación dependiera de un número fijo, el esfuerzo humano carecería de sentido. El pasaje de Lucas reafirma el libre albedrío humano y la capacidad de cada individuo para tomar decisiones morales que afectan su destino final.

Justicia y Meritocracia: El pasaje critica una visión meramente meritocrática de la salvación ("Hemos comido y bebido contigo" Lc 13,26). La justicia divina no se basa en relaciones superficiales o en la pertenencia a un grupo, sino en la coherencia entre la vida y la fe.

Plenitud: Desde una perspectiva aristotélica, la puerta estrecha puede ser vista como el camino hacia la verdadera felicidad o eudaimonía. Esta no se alcanza fácilmente, sino a través de la virtud y la práctica constante del bien, lo que requiere un "esfuerzo" considerable.

Perspectiva Espiritual y Mística: La respuesta de Jesús trasciende lo puramente racional y apunta a una realidad espiritual más profunda.

El Yo Falso y el Yo Verdadero: La puerta estrecha puede simbolizar el renunciar al ego y a todas las ilusiones que nos separan de Dios. El "esfuerzo" no es tanto una lucha con lo externo, sino una lucha interna para morir al yo egoísta y renacer al verdadero yo, en unión con lo divino.

La Transformación Interior: La salvación no es un evento futuro, sino un proceso de transformación interior que se vive en el presente. El "llanto y crujir de dientes"(Lc 13,28). representa el estado de conciencia de aquel que, al final de su vida, se da cuenta de que ha construido su existencia sobre la ilusión y la separación, y el dolor de esa constatación es insoportable.

La paradoja del número: La frase "los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos" (Lc 13, 30) es una paradoja mística. Desafía la lógica humana de las clasificaciones y la jerarquía. La salvación no es un asunto de estatus, tiempo o pertenencia, sino de humildad y entrega total a Dios, que a menudo se encuentra en aquellos que el mundo considera "últimos".

A partir del pasaje de Lucas 13, 22-30, la pregunta " Si ¿Serán pocos los que se salven?" entonces serán muchos los que se condenen? Si son muchos o pocos los que se salven ¿qué hacer para ser parte de los que se salvan? Jesús no ofrece una respuesta numérica a la pregunta de si serán pocos los que se salven. En cambio, redirige la atención de una cuestión de cantidad a una de cualidad y esfuerzo. La respuesta implícita es que la salvación no es una cuestión de números, sino de compromiso personal y acción radical.

Perspectiva Exegética: Jesús evita dar una estadística sobre la salvación. La pregunta del interlocutor, "¿Serán pocos los que se salven?", es respondida con una exhortación: "Esfuércense por entrar por la puerta estrecha" (Lc 13, 24). Este "esfuerzo" no se refiere a un trabajo o mérito humano que nos gane la salvación, sino a una lucha intensa y una dedicación total en el seguimiento de Cristo. La puerta estrecha simboliza la entrada al reino de Dios, que es accesible para todos, pero exige un cambio de vida radical. Jesús no dice que la puerta es demasiado pequeña para muchos, sino que la mayoría no está dispuesta a hacer esfuerzo y lo necesario para pasar por ella. La "puerta" representa la aceptación de Jesús como el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6), lo que a menudo implica la renuncia a la comodidad, el ego y las estructuras del mundo.

La parábola concluye con la imagen de los que son excluidos: "Muchos tratarán de entrar y no podrán" (Lc 13, 24). La razón no es que la puerta esté cerrada, sino que llegan demasiado tarde, cuando el amo de la casa ya ha cerrado la puerta (Lc 13,25; Mt 25,10). Los excluidos protestan diciendo: "Hemos comido y bebido contigo" (Lc 13, 26). Esto ilustra que una relación superficial o una mera afiliación a una comunidad religiosa no garantizan la salvación. La salvación es una cuestión de corazón y acción, no de privilegios o rituales vacíos.

Desde un punto de vista teológico, la salvación no se puede cuantificar, ya que es un don de la gracia divina, que es infinita e incondicional. La pregunta de los números es irrelevante para Dios, cuya voluntad es que "todos los hombres sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4).

La gracia y el libre albedrío: La respuesta de Jesús a la pregunta de los números resalta la tensión entre la gracia divina y el libre albedrío humano. Dios desea la salvación de todos (gracia), pero el hombre tiene la libertad de aceptar o rechazar esta oferta (libre albedrío). Los que se pierden lo hacen por su propia decisión de no esforzarse por la puerta estrecha.

Juicio y justicia divina: La imagen de los que son arrojados fuera es una manifestación de la justicia divina. La salvación no es un derecho automático; es una respuesta a la libre elección de vivir en conformidad con la voluntad de Dios. La exclusión no es un acto arbitrario de Dios, sino el resultado inevitable del rechazo humano a la gracia.

La salvación como proceso: La salvación no es un evento único, sino un proceso de santificación que dura toda la vida. La puerta estrecha representa el comienzo de este viaje. El esfuerzo continuo en la vida de fe es la respuesta humana a la gracia de Dios. Filosóficamente, la respuesta de Jesús rechaza el fatalismo y el determinismo, y abraza el existencialismo teológico.

Libertad y responsabilidad: La exhortación de Jesús a "esfuércense" subraya la importancia de la elección personal y la responsabilidad moral. Si la salvación dependiera de un número fijo, las acciones humanas carecerían de significado. La respuesta de Jesús reafirma que la elección es lo que moldea el destino final de cada individuo.

Crítica al utilitarismo y al pragmatismo: La respuesta de Jesús critica la idea de que la salvación puede ser alcanzada por medios pragmáticos (como la mera pertenencia a un grupo). La salvación es un asunto de verdad y autenticidad, no de conveniencia. La salvación no es un premio al final de la vida, sino la realización del telos o propósito del ser humano: vivir en comunión con Dios. El "esfuerzo" es la praxis necesaria para alcanzar esta meta. Desde una visión espiritual, la salvación es una cuestión de conciencia y unión interior. La puerta estrecha simboliza el camino hacia el conocimiento del yo y la unión con lo divino.

Muerte del ego: Para entrar por la puerta estrecha, uno debe morir al ego. El ego es lo que nos separa de la verdad y de la unidad. El "esfuerzo" es la disciplina espiritual necesaria para superar la ilusión de la separación.

La salvación como estado de ser: La salvación no es un lugar al que se va, sino un estado de ser. Quienes están en el camino de la salvación viven en un estado de conciencia despierta y unión con Dios. Los que son excluidos están en un estado de "sueño", sin ser conscientes de su verdadero ser. La frase "los postreros serán los primeros y los primeros, los postreros" (Lc 13, 30) es una paradoja mística que anula toda jerarquía y toda contabilidad. En el reino de Dios, las etiquetas y los rangos terrenales carecen de sentido. Lo que importa es la autenticidad y la humildad.

"¿Serán pocos los que se salven?", Jesús responde con una exhortación: "Esforzaos por entrar por la puerta estrecha" (Lc 13, 24). Este "esfuerzo" no se refiere a un trabajo o mérito humano que nos gane la salvación, sino a una lucha intensa y una dedicación total en el seguimiento de Cristo que es único camino de salvación. San Pablo agrega y dice: "El atleta no recibe el premio si no lucha de acuerdo con las reglas" (IITm 2,5). Así también para la salvación hay que cumplir reglas estrictas que las pone Dios.

La pregunta sobre si "pocos se salvan" es una preocupación recurrente. Jesús, sin embargo, no da una cifra, sino que redirige la atención a la cualidad del discipulado. La respuesta es una exhortación a la acción y al compromiso total, como una "lucha intensa" en el seguimiento de Cristo.

La referencia a 2 Timoteo 2, 5 ("El atleta no recibe el premio si no lucha de acuerdo con las reglas") añade una capa de significado. San Pablo utiliza la analogía deportiva para enfatizar que la vida cristiana tiene sus propias reglas divinas. La salvación, el "premio", se obtiene a través de la perseverancia y la obediencia a la voluntad de Dios, no de una manera desordenada. Las "reglas" divinas incluyen la fe, la obediencia, el amor al prójimo y la perseverancia.

lunes, 11 de agosto de 2025

DOMINGO XX – C (17 De agosto de 2025)

 DOMINGO XX – C (17 De agosto de 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 12,49-53

12,49 Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!

12,50 Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!

12,51 ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.

12,52 De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres

12,53 el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“El Señor, nuestro Dios es misericordioso, pero también juez justo” (Slm 116,5)

Reflexión bíblica, teológica, filosófica, espiritual y mística que, el Hijo del Hombre vino al mundo a poner límites entre el bien y el mal, el cielo y el infierno, la misericordia y la justicia según Lc 12,49-53:

Según Lucas 12,49-53, Jesús declara que vino a traer fuego a la Tierra y a provocar división, no paz, como a menudo se interpreta de manera superficial. Este pasaje, leído en su contexto bíblico y teológico, es fundamental para entender la misión de Cristo más allá de una visión puramente “pacífica”.

Análisis Bíblico y Teológico: El "fuego" que menciona Jesús en este pasaje no es un fuego de destrucción, sino un fuego purificador. En el Antiguo Testamento, el fuego se asocia con la presencia de Dios (la zarza ardiente en Éx 3,2), su juicio (Sodoma y Gomorra en Gn 19), y la purificación del pecado (Is 6,6-7). Teológicamente, el fuego de Cristo es la luz de la verdad (Jn 8,12; 14,6) que revela y separa el bien del mal (Jn 5,29). Su llegada divide el mundo entre aquellos que lo aceptan como Salvador (Cielo) y aquellos que lo rechazan (Infierno). Esta división es una consecuencia inevitable de la verdad y la mentira (Jn 18,37; 8,44). La verdad es el que lleva al cielo, la mentira lleva al infierno. Todo lo contrario al relativismo que hoy reina en la cultura moderna.

Jesús es el criterio por el cual se separan el bien y el mal. Su venida obliga a cada persona a tomar una decisión, lo que establece una línea clara entre el cielo (unión con Dios) y el infierno (separación de Dios). El cielo no es simplemente un lugar, sino un estado de comunión con Dios, mientras que el infierno es la elección consciente de vivir sin Él. Esta delimitación no la hace Jesús de manera arbitraria, sino que es la respuesta humana a su presencia.

La división que Jesús anuncia es tan profunda que afecta las relaciones incluso familiares, algo inaudito en una sociedad donde la familia era el pilar de la identidad: "De ahora en adelante, cinco en una casa estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres" (Lc 12,52). Esta ruptura es necesaria para que la fidelidad a Cristo esté por encima de cualquier vínculo terrenal, incluso el familiar. La fidelidad a la misericordia de Dios a través de Cristo se opone a la justicia humana que podría querer mantener la paz falsa a cualquier costo, incluso a expensas de la verdad.

Perspectiva Filosófica y Espiritual: Filosóficamente hablando, la llegada de Jesús representa el advenimiento de una verdad absoluta que desafía los relativismos humanos. La verdad, por su propia naturaleza, es excluyente; es decir, lo que es verdadero no puede ser falso al mismo tiempo. Al presentarse como "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), Jesús obliga a la humanidad a confrontar una verdad definitiva. Esta confrontación genera división, ya que aquellos que se aferran a sus propias verdades o a la comodidad del estatus quo se oponen a la verdad revelada.

Hablando espiritualmente, la división que trae Jesús es una delimitación interna. El alma humana se convierte en el campo de batalla donde se enfrentan la misericordia (la invitación de Dios al arrepentimiento y la unión con Él) y la justicia (la consecuencia del pecado y el rechazo de esa invitación). La persona que acoge a Cristo experimenta una división interior: su viejo yo (el yo pecador) muere para que nazca el nuevo yo (el yo redimido). Este proceso espiritual, aunque doloroso, es necesario para la salvación.

La dimensión mística profundiza en la experiencia directa del amor de Dios y la unión con Él. Desde una perspectiva mística, la división de la que habla Jesús no es solo externa, sino una purificación radical del alma. El "fuego" es el fuego del Espíritu Santo que consume todo lo que es impuro y falso en el interior del creyente. Esta purificación mística es el proceso por el cual el alma se desprende de todo lo que la separa de Dios, estableciendo una división clara entre lo que es de Dios y lo que no lo es, (Lo que es y lo que o es).

La misericordia, desde esta perspectiva, no es una simple indulgencia, sino el amor de Dios que se derrama sobre el alma para curarla y purificarla. La justicia de Dios, en este contexto, no es un castigo, sino la consecuencia natural de rechazar ese amor purificador. El místico experimenta esta división de forma personal e íntima, comprendiendo que la elección de Cristo es una elección total que lo separa de cualquier otra lealtad y lo une completamente a Dios.

En resumen, la venida de Jesús al mundo es el punto de inflexión que delimita entre el bien y el mal, el cielo y el infierno, la misericordia y la justicia, no como un acto de juicio arbitrario, sino como la manifestación de una verdad que obliga a cada persona a tomar una posición. Esta delimitación se vive tanto en el ámbito externo de las relaciones humanas como en la batalla interna del alma.

Por tanto, ¿Quién pone los criterios para que un acto califique que es bueno o malo? ¿Los pone el hombre o Dios?

Según Lucas 12,49-53 que hemos leído: La respuesta a quién establece los criterios del bien y del mal es inequívoca: Dios, a través de Jesucristo, es quien los establece, no el ser humano. La llegada de Jesús al mundo es el punto de inflexión que revela la verdad de Dios, obligando a las personas a tomar una decisión y, por lo tanto, a ser juzgadas por la norma divina, no por la propia.

Exégesis y Perspectiva Bíblica: El pasaje de Lucas 12,49-53 no debe interpretarse como una justificación de la violencia o el caos. Más bien, Jesús usa un lenguaje hiperbólico para enfatizar la gravedad y la radicalidad de su misión.

"He venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!" (Lc 12,49) El fuego aquí simboliza: la purificación, la verdad y el juicio. Es el fuego del Espíritu Santo que consume el pecado y las falsedades. La venida de Cristo no deja a nadie indiferente; su mensaje actúa como un fuego que quema las impurezas del corazón y revela la verdadera naturaleza de cada acto.

"¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división." Esta división no es el objetivo de Jesús, sino la consecuencia inevitable de la revelación de la verdad. La luz de Cristo expone las tinieblas. La adhesión a Él como "el camino, la verdad y la vida" (Juan 14,6) exige una ruptura con todo aquello que se opone a esa verdad, incluso con los lazos familiares más fuertes. La fidelidad a Dios se convierte en el criterio supremo que redefine las relaciones humanas. “¿Cómo sabemos que somos de Dios? Cumpliendo sus mandamientos” (I Jn 2,3).

"De ahora en adelante, cinco en una casa estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres." (Lc 12,52). Jesús ilustra que su mensaje divide incluso a las familias, el pilar de la sociedad en su tiempo y la de hoy. Este quiebre no lo provoca el hombre de por si, sino la respuesta del hombre al criterio divino. Algunos miembros de la familia (tres) aceptan a Jesús y sus enseñanzas, mientras que otros (dos miembros) las rechazan.

La Biblia, en su conjunto, presenta a Dios como el fundamento de la moralidad. La ley de Moisés, los profetas y las enseñanzas de Jesús demuestran que el bien y el mal no son relativos a la cultura o la preferencia individual, sino que se basan en el carácter y la voluntad de Dios.

Desde una perspectiva teológica, los criterios del bien y del mal son un reflejo del carácter santo y justo de Dios. La llegada de Cristo es la manifestación suprema de esa justicia y misericordia divinas.

Misericordia y Justicia: La misericordia de Dios no es una simple condescendencia, sino su voluntad de perdonar y restaurar a la humanidad a pesar de su pecado. La justicia, por otro lado, es la consecuencia necesaria del rechazo de esa misericordia. Jesús no vino a anular la justicia divina, sino a cumplirla y a ofrecer un camino para que la humanidad pudiera reconciliarse con Dios a través de su sacrificio en cruz (Rm 5,8).

El hombre vs. Dios: La idea de que el hombre puede establecer sus propios criterios de bien y mal es la base del pecado original (Rm 5,12). La serpiente tienta a Adán y Eva con la promesa de que "serán como dioses, conociendo el bien y el mal" (Génesis 3,5). El pasaje de Lucas subraya que la venida de Cristo deshace esa falsa promesa y reafirma que solo Dios es el árbitro final de la moralidad.

A nivel espiritual, la división que menciona Jesús ocurre dentro del corazón de cada persona. El "fuego" es la presencia purificadora del Espíritu Santo que nos confronta con la verdad.

El bien es la obediencia al Espíritu Santo y la alineación con la voluntad de Dios. El mal es la resistencia a esa voluntad y el aferramiento a los deseos pecaminosos. Este conflicto interno es el que lleva a la división externa, ya que la elección espiritual de una persona inevitablemente afecta sus relaciones y su forma de vida.

Filosóficamente, la existencia de criterios morales absolutos plantea un dilema: ¿vienen de la razón humana o de una fuente trascendente?

Razón Humana: Filósofos como Kant argumentan que los criterios morales pueden derivarse de la razón. Sin embargo, la historia muestra que la razón humana es falible y a menudo se utiliza para justificar actos atroces.

Fuente Trascendente: El pasaje de Lucas (Lc 12,29-53) apoya la idea de una fuente trascendente de la moralidad. La verdad de Cristo es un criterio objetivo que no depende de las emociones, la cultura o las preferencias personales. Al presentar esta verdad, Jesús obliga a cada persona a elegir, y esa elección es la que determina su posición ante el bien y el mal.

En conclusión, según Lucas 12,49-53, la llegada de Jesús es el evento que pone fin a la ambigüedad moral. Él es el criterio vivo que delimita entre el bien y el mal. La división que provoca no es una debilidad de su mensaje, sino la prueba de su radical veracidad: “Los que hicieron cosas buenas en este mundo resucitaran para la vida terna y los que hicieron cosas malas resucitaran para la condena eterna” (Jn 5,29). Y Dios nos dice que es el bien y que es el mal en los mandamientos” (Ex 20,3-17). “Cuando el Señor terminó de hablar con Moisés, en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra escritas por el dedo de Dios” (Ex 31,18). “Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber. Y escribió sobre las tablas las palabras de la alianza, es decir, los diez Mandamientos (Ex 34,28). Y Jesús advierte: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5,17).

”Salí del Padre, vine al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al padre” (Jn 16,28).  "He venido a este mundo para un juicio. Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven” (Jn 9,39).  “Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo” (Jn 12,47). El gran problema es con los que no se dejan salvar. Por eso, hoy nos dice: ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división” (Jn 12,51). El Hijo del Hombre vino al mundo a poner límites entre el cielo y el infierno. Vino a delimitar entre la misericordia y la justicia de Dios.

El domingo pasado, Jesús en la parte final del Evangelio decía: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). Lo mínimo que se nos exige es la coherencia entre lo que decimos creer y hacer, eso se manifiesta en los frutos o las obras (Mt 7,20). Muchos dicen creer en Dios, pero sus actos reflejan otra cosa (Mt 23,3). El profeta Simeón, después de bendecirlos, había dicho a María, la madre: "Este niño será causa de caída y tropiezo para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos en Israel" (Lc 2,34-35). Hoy reafirma Jesús al decirnos: “¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres” (Lc 12,51-52).

lunes, 4 de agosto de 2025

DOMINGO XIX - C (10 de agosto del 2025)

 DOMINGO XIX - C (10 de agosto del 2025)

Proclamación del Santo evangelio Según San Lucas 12,32-48:

12,32 No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino.

12,33 Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla.

12,34 Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.

12,35 Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas.

12,36 Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.

12,37 ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.

12,38 ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!

12,39 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.

12,40 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada".

12,41 Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?"

12,42 El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?

12,43 ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo!

12,44 Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.

12,45 Pero si este servidor piensa: "Mi señor tardará en llegar", y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse,

12,46 su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.

12,47 El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.

12,48 Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz Bien

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada" (Lc 12,40). Jesús ya nos ha dicho: “No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes” (Jn 14,18).  ¿A qué vendrá el Hijo del Hombre? Mismo Jesús nos dice: “El Padre le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre” (Jn 5,27). Jesús es enfático al reiterar: “Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo al Padre, y mi juicio es justo” (Jn 5,30). Hoy nos adelantó algo importante sobre el juicio: “El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, reprobó el querer de su amo, será castigado con menos rigor. Porque al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lc 12,47-48).

El texto de Lc 12,32-48, nos ofrece una profunda enseñanza sobre la preparación para la venida del Señor. La parábola del siervo fiel y del siervo infiel, junto con las exhortaciones previas, nos muestra la importancia de la vigilancia y la responsabilidad en la vida del creyente.

El pasaje comienza con una exhortación a la confianza en Dios y al desapego de los bienes materiales (Lc 12,32-34). Jesús les dice a sus discípulos: "No temas, pequeño rebaño, porque su Padre le ha parecido bien darles el Reino". Esta es una llamada a vivir en la providencia de Dios, con el corazón puesto en el tesoro celestial, no en los tesoros de la tierra.

Luego, el Señor nos llama a la vigilancia permanente (Lc 12,35-40). Nos exhorta a tener "los lomos ceñidos y las lámparas encendidas", como siervos que esperan a su señor que regresa de una boda. La imagen de estar "ceñidos" y con las "lámparas encendidas" es una clara referencia a la prontitud y a la preparación. Esta actitud de vigilancia es crucial, ya que el Señor vendrá "a la hora menos pensada".

La parábola del siervo fiel y del siervo infiel (Lc 12,41-48) es la clave para entender la distinción entre los castigos. Pedro le pregunta a Jesús si la parábola es para ellos o para todos. Jesús no le responde directamente, pero le plantea una pregunta retórica: "¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente?":

El siervo fiel y prudente: Es aquel a quien su señor, al volver, lo encuentra cumpliendo su deber. Este siervo será premiado: el señor lo pondrá al frente de toda su hacienda. Esta es una clara recompensa a la fidelidad eterna (cielo).

El siervo infiel: Es aquel que, pensando que su señor tardará, se dedica a maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a emborracharse. El señor vendrá de improviso y lo "castigará severamente". El castigo severo es eterno (Infierno).

Finalmente, el texto nos revela la razón de los diferentes castigos (Lc 12,47-48): "Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no se preparó ni obró conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes" (infierno). "Pero el que, sin conocerla, hizo cosas dignas de azotes, recibirá pocos" (Purgatorio).

La conclusión es categórica: "A quien se le dio mucho, se le pedirá mucho; a quien se le confió mucho, se le reclamará más" (Lc 12,47-48).

La teología de este pasaje se centra en la escatología y en la ética cristiana.

Escatología: El texto nos habla de la parusía, la segunda venida de Cristo. La incertidumbre del momento de su llegada no debe ser motivo de ociosidad, sino de una constante vigilancia y preparación. El "no saben cuándo vendrá" no es una excusa para la pereza espiritual, sino un llamado a la santidad de cada día. La venida del Señor es un evento que transforma nuestra perspectiva del tiempo y nos llama a vivir cada momento como si fuera el último.

Ética de la responsabilidad: La parábola establece una clara relación entre el conocimiento de la voluntad de Dios y la responsabilidad moral. Quien ha recibido la revelación de la Palabra de Dios y la ha conocido, tiene una mayor responsabilidad de vivir de acuerdo a ella. La ignorancia, si bien no exime completamente de culpa, sí atenúa la gravedad del pecado. El principio teológico es que la responsabilidad moral es proporcional al conocimiento de la ley divina. Esto se relaciona con la doctrina del juicio particular y final, donde cada uno será juzgado por sus obras, pero también por su conciencia y su grado de conocimiento.

Desde una perspectiva espiritual, la preparación para la venida del Señor se manifiesta en la vida interior o espiritual del creyente:

La vigilancia como virtud: La vigilancia no es solo estar despierto, sino tener una actitud de alerta espiritual. Implica la oración constante, el examen de conciencia, la lucha contra las tentaciones y el cultivo de las virtudes. Es vivir en el presente, pero con la mirada puesta en la eternidad. Es el "ceñir los lomos" de la castidad, la sobriedad y la humildad; y el "encender las lámparas" de la fe, la esperanza y la caridad.

La mayordomía de los dones: La parábola del siervo fiel es una enseñanza sobre la mayordomía. El "administrador" (o mayordomo) de la casa es el creyente que ha recibido dones, talentos, conocimientos y gracias de parte de Dios. La forma en que administra estos dones es la medida de su fidelidad. El uso responsable de los dones es una forma de preparación para el encuentro con el Señor. Por el contrario, el despilfarro, el mal uso o la negligencia son señales de una vida espiritual infiel.

La dimensión mística de este pasaje se relaciona con la unión del alma con Dios y la experiencia interior de la venida de Cristo.

La llegada del Señor en el interior del alma: La venida del Señor no es solo un evento futuro, sino también una realidad presente en la vida mística. Cristo viene a morar en el corazón del creyente que se prepara para él. La vigilancia se convierte en una atención continua a la presencia de Dios en el alma. Las "lámparas encendidas" son el fuego del amor de Dios que arde en el corazón del hombre fiel y lo hace santo como el es santo (I Pe 1,15).

El amor como fuente de conocimiento y obediencia: En la mística, el conocimiento de la voluntad de Dios no es puramente intelectual, sino una experiencia de amor. El alma que ama a Dios, desea complacerlo y busca constantemente su voluntad. Por lo tanto, el siervo que "conoce la voluntad de su señor" y no la cumple, es aquel que, a pesar de haber recibido la gracia del conocimiento, no la ha transformado en amor operante. El castigo es mayor porque la traición al amor es más grave que la ignorancia. El siervo que, sin conocer la voluntad de su señor, obra mal, es aquel que, aún sin la luz del amor, ha fallado a la ley natural o a la conciencia, recibiendo un castigo menor porque su ofensa es de menor peso en la balanza del amor.

En suma, el texto de Lc 12,32-48 es una llamada urgente y profunda a la preparación para la venida del Señor. Esta preparación se manifiesta en la vigilancia constante, la fidelidad en la administración de los dones, el conocimiento de la voluntad de Dios y, en última instancia, en la unión mística con Él. La distinción entre los castigos nos revela un principio de justicia divina que pondera la responsabilidad en función del conocimiento y del amor recibido.

El domingo pasado terminaba Jesús en su enseñanza exhortando: “Si uno acumula bienes para sí y muere a la noche siguiente; las cosas que ha acumulado, ¿para quién serán?" Así es como pasa con el que atesora riquezas para sí, y no es rico ante los ojos de Dios" (Lc 12,21). Hoy en el inicio del evangelio se nos dice: “Vendan lo que tienen y repártanlo en limosnas. Háganse junto a Dios bolsas que no se rompen de viejas y reservas que no se acaban; allí no llega el ladrón, y no hay polilla que destroce. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Lc 12,33-34). ¿De qué tesoro nos habla Jesús sino lo que atesora el corazón? No es la cosecha, no es un bien material, la que quepa en el corazón de Dios y en el corazón del hombre que es imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) es sin duda alguna el amor (I Jn 4,8). Al respecto San Pablo dice: “El Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino de justicia, de paz y alegría en el Espíritu Santo. Quien de esta forma sirve a Cristo, agrada a Dios y también es apreciado por los hombres” (Rm 14,17-18).

La parábola del “patrón que está para volver de una fiesta de bodas” (Lc 12,36-38). Describe a los discípulos como sirvientes esperando el regreso de su señor por la noche y les promete una recompensa que va más allá de la imaginación humana: el patrón al servicio de sus sirvientes. La parábola del “ladrón” o también del “responsable de una casa pronto para atrapar a un ladrón” (Lc 12,39-40). Ésta hace una advertencia contra la mala preparación. Ésta ejemplificada en el dueño de una casa que teme la venida de un ladrón. Se deja entender que la venida del Hijo del hombre será de improviso y tendrá serios efectos negativos para aquellos que estuvieren mal preparados. Las dos parábolas son complementarias: la primera acentúa lo positivo y la segunda lo negativo.

El pasaje se abre con un mandato a los discípulos para que estén prontos para el servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas y las lámparas encendidas” (Lc 12,35). La idea es una y se expresa con dos imágenes que repiten el mismo mandato. Notemos desde ya que Jesús no está requiriendo solamente comportamientos individuales, en sus palabras se acentúa el plural comunitario. Primera imagen de servicio: “Estén ceñidos vuestras cinturas” (Lc 12,35), como una manera de decir: “esperen en ropa de trabajo o de servicio” ¿Qué otra motivación tendría Dios para crearnos sino es precisamente por el amor?  San Juan dice: Queridos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor” (1Jn 4,7-8). Por eso uno estamos llamados a vivir en el mismo amor los unos a los otros, y es el amor el único camino eficaz de salvación: “Si uno dice Yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21). Mismo Jesús, manifestación del amor de Dios a los hombres nos reitera: “Ámense unos a otros como yo os ame” (Jn 13,14).

“Tened encendidas sus lámparas” (Lc 12,35). Permanecer dentro de la casa con las luces encendidas también es una imagen de disponibilidad para el servicio a cualquier hora. Pero no solo eso, el “arder” se insinúa también el calor de la acogida en la casa. Tener las luces encendidas, entonces, es señal de actividad nocturna en una casa o al menos de disponibilidad para ello; además, una lámpara prendida hace posible a cualquier hora una actividad de improviso. Como lo deja entender la parábola siguiente, el patrón necesitaba de luz para poder entrar de improviso en su casa a altas horas de la noche, sus servidores se la proporcionarán.

La parábola describe lo que sucede en dos tiempos: 1) el tiempo de la espera mediante la disposición para el trabajo por parte de los servidores (Lc 12,36) y 2) el tiempo de la llegada del patrón y de la recompensa de los servidores (Lc 12,37-38). “Sed como hombres que esperan a que su Señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran” (Lc 12,36). El servicio que es espera es parecido al de un portero, si bien la apertura de la puerta implica en este caso otras tareas complementarias para el patrón una vez que entre en la casa. El patrón está participando en una fiesta de matrimonio, no es él quien se casa sino un invitado. El regreso se prevé para ese mismo día, lo cierto es que puede ser a altas horas de la noche (Lc 12,38). No se sabe por qué motivo se extiende la fiesta, ni tampoco (como hoy) por qué no tiene una llave y abre él mismo, todo eso es secundario. Lo importante es la actitud de los servidores: estarán listos para abrir la puerta en preciso instante en que llegue y toque la puerta (Lc 13,25), aparecerá una escena similar pero con los roles patrón-siervo invertidos).

Dios ejecuto su proyecto de salvación mediante el servicio de cada uno de los bautizados en la construcción de su Iglesia: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” (1Tm 2,4-5). No hay mejor motivación que el amor para un servicio efectivo. Jesús mismo lo manifiesta: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,13-15). “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11).

Con estas enseñanzas conviene precisar nuestra reflexión al tema de la riqueza ¿Cómo ser rico ante los ojos de Dios? El joven rico pregunto muy preocupado sobre su salvación a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme” (Mc 10,17-21). La única forma de ser ricos antes los ojos de Dios es actuando en el amor de Dios y no de meras palabras sino con obras de caridad y misericordia.

La obra de caridad perfecta es pues sin duda el compartir, al respecto agrega el apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy religioso, pero no controla sus palabras, se engaña a sí mismo y su religión no vale. La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo” (Stg 1,26-27). “La fe sin obras es una fe muerta” (Stg 2,17). La fe sin obras no salva a nadie y la obra que da vida a la fe que decimos profesar es el acto de caridad cual es el dar con amor a quien no tiene un pan o un vestido.

Dónde está el verdadero tesoro de nuestras vidas? Porque, claro, cuando tenemos un tesoro todos vivimos con el corazón metido en la caja fuerte, nadie deja un tesoro tirado sobre la mesa. En cambio, aquí Jesús nos dice que renunciar a todo y darlo a los que no tienen, nos abre una cuenta fuerte en el cielo, ese es el tesoro de los pobres. Humanamente, los pobres no suelen disponer de grandes tesoros, pero tienen como tesoro el corazón de Dios.

Jesús vuelve a insistirnos en nuestra actitud de la vigilancia, de estar atentos, de estar despiertos. Vigilantes a la espera de su venida. Vigilantes con nosotros mismos para que nuestra vida se mantenga viva. Vigilantes para que nuestra fe no se nos vaya contaminando o se nos vaya muriendo. Vigilantes para que nuestra Iglesia no se vaya contaminando de los criterios del mundo y termine perdiendo su propia claridad. Vigilantes sobre nosotros mismos para saber tomar las decisiones necesarias a su tiempo y a su momento oportuno.

Sugiere estar prestos a la exigencia: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). La única medida del tener más o menos es el amor manifestado en la caridad al pobre, medio eficaz para acumular riqueza en el cielo y quien así vive, es como el administrador fiel que está muy atengo y vigilante porque está preparado para la consumación: “Por eso, estén también ustedes preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que menos esperan” (Mt 24,44). Entonces cuando llegue el Juez supremo dará el premio a cada uno según su trabaja (Ap 22,12). Fielmente conviene traer en recuerdo aquello de la paga al final de los tiempos: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, entonces recompensara a cada uno según su trabajo” (Mt 16,27).

DOMINGO XVIII - C (03 de agosto del 2025)

DOMINGO XVIII - C (03 de agosto del 2025)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 12,13-21

12,13 Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".

12,14 Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?"

12,15 Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".

12,16 Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,

12,17 y se preguntaba a sí mismo: "¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha".

12,18 Después pensó: "Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,

12,19 y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida".

12,20 Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?"

12,21 Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios". PALABRA DEL SEÑOR.

COMENTARIO:

Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

“La raíz de todos los males en el mundo es el amor al dinero” (I Tm 6,10). A menudo el hombre olvida la realidad: “Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar” (I Tm 6,7). Hasta el cuerpo dejaremos: “El cuerpo vuelve a la tierra porque de ella fue formado y el espíritu vuelve a Dios porque de Él viene” (Ecl 12,7). El alma que es espíritu, despojado del cuerpo, un día tendrá que dar cuenta a Dios de su modo de proceder si fue caritativo o egoísta. Por eso Jesús nos sugiere: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6,19-21). Y hoy, nos reitera: "Cuídense de toda avaricia, aunque uno lo tenga todo, la vida del hombre no depende de su riqueza"(Lc 12,15).

Jesús dijo también al joven rico: "Si quieres ser perfecto, ve; vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme. Al oír estas palabras, el joven se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes. Jesús dijo entonces a sus discípulos: Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos. Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: Entonces, ¿quién podrá salvarse? Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mt 19,21-26). “¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo? Sepan que el Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta” (Mt 16,26-27). Y hoy nos está reiterando lo mismo: “Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida” (Lc  12,15).

Uno de entre la gente pidió a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia. Le contestó: Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o repartidor de bienes entre ustedes?” (Lc 12,13-14). El domingo anterior decíamos que a menudo no sabemos pedir a Dios y por eso Dios no nos escucha. Que Dios escucha siempre que lo pidamos con un corazón puro y sincero. Dios es el más interesado en nuestra felicidad y por eso es él el que se adelanta y nos da lo que sabe que nos hace falta antes que se lo pidamos, pero Dios respeta la libertad del hombre por eso espera que se lo pidamos. Que nazca de nosotros el pedir en una oración, pues así dice mismo Dios: “Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y cuando me busquen me encontrarán, siempre que me imploren con todo un corazón puro y sincero” (Jer 29,12)

Me pregunto ahora, este pedido: “Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia” (Lc 12,13), ¿será una petición que nace de una fe autentica a Dios o será que este hombre quiere usar el actuar de Dios con criterios personales y egoístas? ¿Cuántos de nosotros y con frecuencia confundimos las cosas ante Dios? El mensaje del evangelio que hoy nos inculca Jesús es demoler el muro del egoísmo y agrandar el granero del amor y compartir el pan con el hambriento. Entonces un día nos lo dirá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos pobres, lo hicieron conmigo hereden el Reino de los cielos" (Mt 25,40).

El tema de las herencias es un tema recurrente en nuestra vida familiar y motivo de muchas discordias. Gustaría saber cuántos hermanos, que hasta es posible vayan a misa hoy y muy devotamente y no se hablen por problemas de herencia entre hermanos. Por eso, yo soy de los que insisto a los padres a que hagan testamento a tiempo. No saben cuántos líos entre los hermanos se evitarían. La parábola de Jesús es toda una lección de nuestra codicia y de nuestra ansia de tener, capaz de sacrificar nuestra condición de hermanos, nuestra condición de solidaridad y de nuestro compartir con los demás.

Jesús lamenta la codicia del corazón del dueño de la cosecha, porque, mientras los pobres se mueren de hambre y cada día los grandes terratenientes los dejan sin sus tierras, este hombre tiene un cosecha tan tremendo que ya no sabe dónde almacenar tanto grano. La única preocupación es qué haré para meter tanto trigo. La solución es clara, piensa en levantar nuevos graneros, en almacenar. Ni se le pasa por la cabeza pensar, que ya que Dios le ha regalado tan buena cosecha, cuánto pudiera repartir entre los que no tienen nada, entre los que se mueren de hambre. Piensa en agrandar sus graneros, pero no piensa que con ello está achicando su corazón. Pienso agrandar sus graneros, pero no piensa en agrandar el corazón. Crecerán y se agrandarán sus graneros, pero su vida se empequeñecerá y achicará. Un tema de ayer y también de hoy. Hermanos, sí, mientras viven los padres. Nada más morir los viejos, dejamos de ser hermanos, y somos herederos. Es ahí donde, nos olvidamos de los padres, y nos olvidamos que somos hijos, y nos olvidamos de que somos hermanos. Ahora comienza el egoísmo. ¿Qué me toca a mí? ¿Qué te toca a ti? Pero claro, siempre hay alguien que se cree más derechos y con más títulos para atrapar la mejor tajada.

Jesús tuvo experiencia de esto. Por eso este pobre hombre, dominado por el poder de su hermano, acude a Jesús para que convenza a su hermano de que reparta la herencia. Pretendemos que Dios también haga de intercesor y de árbitro cuando nosotros nos olvidamos de ser hermanos y la codicia crea peleas fraternas. Jesús no se mete en esos líos de herencias, no es esa su misión. Su misión está en manifestar que el egoísmo de tener solo lleva a la división, por eso propone una parábola que nos habla no del acumular sino del compartir. ¿Cuántas familias rotas por causa de las herencias? ¿Cuántos hermanos que no se hablan desde la muerte de los padres? ¿Cuántos hermanos que han dejado de serlo desde que los viejos se fueron. Y todo por el egoísmo del tener, del acumular.

El mejor recuerdo y homenaje a nuestros padres que se fueron, será conservar una familia unida como ellos la quisieron. Que el mejor homenaje y la mejor memoria de nuestros padres que ya nos dejaron serán el amor, la unidad y la fraternidad de los hijos. ¿De qué sirve llorarlos, si entre nosotros vivimos peleados por lo que ellos nos dejaron? ¿Con qué cara nos acercaremos a su tumba a ofrecerles un ramo de flores, cuando nosotros no nos atrevemos a visitarlos juntos y cambiamos de fecha para no encontrarnos? ¿Para eso lucharon toda su vida nuestros padres, para que ahora nosotros rompamos la unidad familiar? El amor se expresa y manifiesta no en el acaparar, sino en el compartir y en la sensibilidad de las necesidades de cada uno. Al fin y al cabo, nadie llevará consigo lo que privamos a nuestro hermano.

Recordemos la enseñanza de Jesús sobre el joven rico: “Jesús estaba a punto de partir, cuando un hombre corrió a su encuentro, se arrodilló delante de él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: “Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven que más me fala”. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: “Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo: ¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!” (Mc 10,17-23).

“Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar. Contentémonos con el alimento y el abrigo. Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables ambiciones, y cometen desatinos funestos que los precipitan a la ruina y a la perdición. Porque el amor al dinero (avaricia) es la raíz de todos los males en el mundo, y al dejarse llevar por ella, algunos perdieron la fe y se ocasionaron innumerables sufrimientos” (ITm 6,7-10). Este episodio hace de complemento con la enseñanza del evangelio de hoy: El pasaje de Lc 12,13-21 es la base de la advertencia de Jesús sobre la avaricia. La historia del rico insensato es una parábola directa que ilustra el peligro de esta actitud. Un hombre le pide a Jesús que intervenga en una disputa de herencia, y Jesús responde con una advertencia radical: "¡Miren! Cuídense de toda avaricia, porque la vida (salvación) de un hombre no depende de sus bienes materiales (riqueza)".

La parábola que sigue es una demostración en sí misma. El hombre rico de la historia no es necesariamente un pecador por tener una buena cosecha, sino por su confianza desmedida en sus bienes materiales. Sus pensamientos revelan su mentalidad: "Me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, disfruta." Su pecado es la autosuficiencia y el olvido de Dios. Cree que su seguridad y su futuro (salvación) están garantizados por su riqueza.

La respuesta de Dios es contundente: "¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma (morirás); y lo que has acumulado, ¿de quién será?" La muerte, un evento inevitable y repentino, despoja al hombre de todo lo que había atesorado. Esto demuestra el principio teológico central: la vida, en su sentido más profundo (vida eterna; salvación), es un regalo de Dios y no puede ser comprada, asegurada o prolongada por la riqueza. La verdadera riqueza no reside en lo terrenal, sino en "ser rico para con Dios" (Mt 19,21).

Desde una perspectiva de la razón, la avaricia se puede entender como una distorsión del valor. El avaro confunde los medios con los fines. El dinero y las posesiones son herramientas para vivir, no el propósito final de la existencia.

Aristóteles decía en su en Ética a Nicómaco que la virtud como un justo medio. La avaricia sería un exceso en el apego a las posesiones materiales. La virtud de la generosidad se encuentra entre la avaricia (defecto) y la prodigalidad (exceso). Para Aristóteles, la vida buena (eudaimonia) no se logra a través de la acumulación de bienes externos, sino a través de la práctica de la virtud y la razón. La avaricia, al centrar la vida en lo material, desvía al hombre de su verdadero fin, que es la búsqueda de la sabiduría y la virtud.

La filosofía estoica también ofrece una visión poderosa. Los estoicos enseñaban que la verdadera felicidad y tranquilidad provienen de la virtud y el control sobre uno mismo, no de las circunstancias externas. La avaricia es una pasión que nos esclaviza a los objetos externos, haciéndonos dependientes de algo que no podemos controlar completamente (la economía, la salud de los cultivos, los accidentes, etc.). Al confiar en las riquezas, el hombre se vuelve vulnerable a la fortuna. La libertad, para los estoicos, radica en la indiferencia hacia las cosas materiales, valorando solo lo que es interno a uno mismo.

En el sentido espiritual, la avaricia no es solo un apego material, sino una condición espiritual. Desde un punto de vista espiritual, la avaricia es un ídolo. El corazón del avaro ha reemplazado a Dios por el dinero y las posesiones. Esto se manifiesta en una serie de consecuencias:

Ceguera Espiritual: El avaro se vuelve ciego a las necesidades de los demás y a la presencia de Dios en su vida. En la parábola, el rico solo se habla a sí mismo ("Me diré a mí mismo"). No hay mención de Dios, de la familia, o de los pobres. Su mundo se ha reducido a sí mismo y a sus posesiones.

Vacío Existencial: La avaricia promete seguridad y plenitud, pero en realidad genera un vacío insaciable. La naturaleza del deseo avaricioso es que nunca se satisface; siempre se quiere más. Esto es lo opuesto a la paz que proviene de la confianza en Dios. El hombre rico cree que tiene "bienes almacenados para muchos años", pero su alma es reclamada esa misma noche, revelando la futilidad de su plan.

Obstáculo para la Gracia: La avaricia es un obstáculo directo para la vida de gracia. Jesús en otros pasajes afirma que es "más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos". Esto no es una condena de la riqueza en sí, sino una advertencia sobre la actitud del corazón. Un corazón lleno de avaricia no tiene espacio para Dios ni para el prójimo. La vida mística, que es una unión con Dios, es imposible cuando el corazón está dividido. El místico busca vaciarse de sí mismo y de las cosas mundanas para ser llenado por Dios. La avaricia hace lo contrario: llena el alma de egoísmo y materialismo.

En suma, la parábola del rico insensato, junto con las reflexiones teológicas, filosóficas y místicas, demuestra que la avaricia es un peligro mortal. No solo pone en riesgo la salvación del alma, sino que también desvía al ser humano de su verdadero propósito y lo condena a una existencia de ansiedad, soledad y vacío, creyendo que la vida puede ser asegurada por algo tan frágil y efímero como la riqueza material. La verdadera vida, la que no depende de la abundancia de bienes, es aquella que se vive "siendo rico para con Dios".

domingo, 20 de julio de 2025

DOMINGO XVII - C (27 de julio del 2025)

 DOMINGO XVII - C (27 de julio del 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 11,1-13.

11,1 Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".

11,2 Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino;

11,3 danos cada día nuestro pan cotidiano;

11,4 perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".

11,5 Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres panes,

11,6 porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle",

11,7 y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos".

11,8 Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.

11,9 También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.

11,10 Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.

11,11 ¿Hay algún padre entre ustedes que dé a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado?

11,12 ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?

11,13 Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

Cuando nos dice el Señor: “Pidan y se les dará” (Lc 11,9). ¿Qué, cómo y cuándo pedimos? Los discípulos piden que les enseñe a orar (Lc 11,1); piden que le aumente la fe (Lc 17,5). Por su parte Jesús ora el Padre y pide: “Hazlos santos según la verdad: tu palabra es verdad” (Jn 17,17). Este pedido es fundamental porque corresponde al mandato del Padre: “Uds. sean santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). ¿Para qué sirve el ser santos? Para estar con Dios. Y ¿Qué pasa si no estamos con Dios? Dijo Jesús: “¿Tu Cafarnaúm piensan escalara el cielo?, Pues no. Descenderás al infierno” (Mt 11,23). Solo los que son santos podrán escalar el cielo y los que nos son santos descenderán al infierno. Para ser santos hace falta cumplir los tres consejos de Jesús: Ser hombres de fe, hombres de oración y hombres cumplidores de la misión (Mt 28,19-20).

Siguiendo la línea de las enseñanzas anteriores, hoy estamos en la tercera característica distintiva de un discípulo de Jesús: la oración (Lc 11,1-13); que complementa a la escucha de Dios (Lc 10,38-42); tanto la oración como la escucha termina con la actitud misericordiosa “buen samaritano” (Lc 10,25-37). Con esta temática triple y complementaria queda diseñado un cuadro completo de los ejercicios fundamentales del “seguimiento” de Jesús, o sea, del discipulado. Es así como en medio de la subida a Jerusalén, Jesús sigue ofreciendo las lecciones fundamentales del discipulado. Y no se concibe un discípulo sin interés en la oración, sin la escucha de su maestro y sin hacer lo que enseña (actitud misericordiosa).

En la catequesis sobre la oración, Jesús trata la enseñanza más alta sobre los dones que se reciben en la oración: “¡Cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!” (11,13). Aquí encontramos una conexión con Pentecostés: la oración termina con una efusión y unción del Espíritu Santo y en Él recibimos al mismo ser del Padre, es decir recibimos mucho más de lo que pedimos y a Él a quien realmente necesitamos. Quien entiende esta grandiosidad, con razón como San Pablo puede exclamar lleno de gozo: “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11), porque vivo yo, pero no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). Y quien tiene al Hijo, tiene también al Padre (I Jn 2,23); Jesús mismo dice “Yo y el Padre somos uno solo” (Jn 10,30). Por eso Jesús en una de sus oraciones dice:

“Padre que todos sean uno: como tú estás en mí y yo en ti, que también ellos (los que oran) estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno —yo en ellos y tú en mí— para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que los has amado a ellos como me amaste a mí” (Jn 17,21-23).

En el inicio de la oración “Y sucedió, que estando él orando en cierto lugar, cuando terminó…”  Uno de los suyos le dijo “Maestro enséñanos a orar” (Lc 11,1). El evangelio comienza en son de paz y fortaleza, dándose un tiempo para contemplar sobre el escenario a Jesús orante. Con apenas las palabras esenciales se describen una oración completa de Jesús. El evangelista Lucas nos ha enseñado que la oración era una constante de la vida de Jesús. No es sino recordar pasajes ya leídos: la oración en el Bautismo (Lc 3,22), antes de llamar a los Doce (Lc 6,12), antes de la confesión de fe de Pedro (Lc 9,18), en la transfiguración (Lc 9,28), después del regreso de los setenta y dos misioneros (Lc 10,21-22). Ahora lo vemos orando una vez más.

La enseñanza es clara: el punto de partida de la oración cristiana es la misma oración de Jesús. Si nosotros podemos orar es porque él ora y todas nuestras oraciones están dentro de la suya. Un discípulo siempre ora “en” Jesús: Él origina, sostiene e impregna nuestra oración.En el camino de subida hacia Jerusalén, un legista le había preguntado a Jesús qué tenía que “hacer” para alcanzar la vida eterna (Lc 10,25). Como respuesta resultó una estupenda enseñanza sobre el amor. El tema del amor vuelve a aparecer cuando, a propósito de la solicitud de uno de los discípulos -“Señor, enséñanos a orar”(Lc 11,1-13)-, Jesús realiza una extensa pero bien ordenada catequesis sobre la oración que termina hablando sobre los dones que nos da el amor del Padre, especialmente su amor viviente en nosotros, que es el Espíritu Santo.

Pidan y se les dará, busquen y encontraran, llamen y se les abrirá” (Lc 11,,9) ¿Qué pedimos en nuestras oraciones? El Padre del cielo da lo que es propio del cielo: “el Espíritu Santo” (11,13). Lo más perfecto que Dios nos da sobrepasa nuestras peticiones: El don del Espíritu Santo. Por lo tanto, la oración no debe tener los límites de nuestra mezquindad humana que sólo tiene aspiraciones terrenas; nuestra oración debe ser tal que nos haga gritar desde lo hondo de nuestro corazón el deseo incesante del don mayor, que es Dios mismo, que nos inunde de sí mismo y haga radiante nuestra vida, como lo vemos el día del gran don en Pentecostés ( Hch 2,1-11). Es “Él” lo que más necesitamos y él se vacía en nosotros en el don del Espíritu Santo. Pero, ¿será que los hijos tenemos conciencia de la excelencia de este don?

Ahora podemos comprender mejor por qué algunas oraciones nuestras no son atendidas por Dios, es que dichas oraciones no nacen del corazón autentico, puro y sincero, o si no veamos un ejemplo: “Jesús dijo esta parábola por algunos que estaban convencidos de ser justos y despreciaban a los demás. Dos hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior de esta manera: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos, adúlteros, o como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas”. Mientras tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador” .Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a su casa, pero el fariseo no. Porque el que se hace grande será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lc 18,9-14). En la misma línea el salmista advierte que Dios no lo escucha: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste? ¡A pesar de mis gritos mis palabras no te alcanzan! Dios mío, de día te llamo y no me atiendes, de noche y no me escuchas, mas no encuentro mi reposo. Tú, sin embargo, estás en el Santuario, de allí sube hasta ti la alabanza de Israel” (Slm 21,2-4).

Dios no es que no escuche nuestras oraciones, lo que pasa es que esas oraciones están mala hechas porque no nacen del corazón autentico y puro, pues si las oraciones nacen del corazón puro y autentico Dios atiende inmediatamente. Jesús dice: “Hasta ahora no han pedido nada en mi Nombre. Pidan y recibirán, así conocerán el gozo completo” (Jn 16,24). Hoy en mismo evangelio de Lucas Jesús termina con estas palabras: "Pidan y se les dará; busquen y hallaran; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre Uds. que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, ¿le da un escorpión? Si, pues, Uds. siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11,9-14).

Jesús nos insiste en la necesidad de orar y utiliza toda una serie de verbos: Pedir, buscar, llamar. Se dice que uno de los problemas del cristiano de hoy es que ha dejado de orar. La verdad que no me atrevo a decir que sí. Es posible que hoy haya muchos grupos de oración y mucha gente que se reúne a orar, pero también es posible que hoy, por las mismas circunstancias y cambios de la vida, hayamos vaciado de la oración muchos espacios de nuestras vidas.

Por ejemplo, ¿se ora hoy en las familias? Es posible que muchos de nuestra casa oren mucho en el grupo parroquial del que forman parte y luego no oren en su casa. ¿Y dónde van aprender a orar nuestros niños? Resulta curioso que Jesús esperó a que fuesen los mismos discípulos quienes le pidiesen que les enseñase a orar y fue precisamente luego de ser testigos de la oración de Jesús: "Cuando terminó de orar, los discípulos le dicen: "Enséñanos a orar". Más enseñamos con el ejemplo que con la palabra.

El cristiano que no ora, es como el que tiene el teléfono averiado y no puede conectar con Dios. Es como el que se siente vacío por dentro y no tiene nada que decirle a Dios. El Padre Nuestro suele ser la primera oración que nos enseñaron nuestras madres. Como fue la primera y única oración que Jesús enseñó a los suyos. Como la hemos aprendido de niños y la hemos recitado de memoria infinidad de veces, puede que sea la oración más maltratada. Orar el Padre Nuestro es como avivar y expresar en nosotros el misterio de Dios y del Evangelio. Porque rezar el Padre Nuestro no es decir palabras bonitas, sino un meternos en ese misterio de Dios. Es decir: Comenzamos haciendo una confesión de fe en Dios como Padre, por tanto en nosotros como hijos y todos como familia de Dios. Luego lo reconocemos como "Padre Nuestro", lo que significa una paternidad universal, y significa reconocernos a todos como "hijos" y por tanto reconocernos a todos como "hermanos" (Mt 23,8).

La oración del Padre nuestro nos compromete en el proyecto de Dios sobre nosotros y sobre el mundo: alabanza y glorificación de Dios, compromiso de un mundo mejor, que es el Reino, y siempre disponibles a su voluntad. Nos ponemos en la actitud de María: "Hágase en mí tu palabra" (Lc 1,38) Nos ponemos en la actitud de Jesús: "Hágase tu voluntad y no la mía. (Mc 14,36)" En la segunda parte, le pedimos por todo aquello que pueda quebrar la solidaridad y la comunión de la familia de Dios. Compartir el pan, el perdón que sana todas las heridas en la comunidad y la fortaleza para ser más que nuestras debilidades. Con todo esto, el Padre Nuestro comienza por un hablar con Dios como Padre o papá, pero luego implica todo un nuevo estilo de vida. Un nuevo estilo de relaciones. Una nueva visión de la humanidad no dividida por los muros de los intereses humanos, sino unida por la fraternidad. ¿Te parece fácil?

En esta visión ¿Qué es la oración? La oración claro está, no es pedir un un pan o dos panes, no es pedir ni siquiera un pasaje para el cielo. Es un anhelo del alma en ser uno con Él (Jn 17,21), ser morada con Él (Jn14,23), ser templo de su mismo Espíritu (I Cor 6,19). De ahí que, la oración es sin duda el pan de la vida espiritual. Pero, a menudo hemos convertido la oración en un acto de teatro o un espectáculo para hacer ver a la gente que oramos (Mt 6,5), o hemos convertido en un mar de palabras, con frecuencia bastante vacías (Mt 6,7). Ante Dios, vale mucho tener un corazón de carne que un corazón de piedra (Ez 36,26), Una palabra que miles de palabras (Mt 6,8).

La oración que Jesús nos dejó como manera de hablar con el Padre no tiene muchas palabras, pero sí una gran profundidad de vivencia filial del mensaje del Evangelio y de los planes de Dios. Se pueden hablar muchas palabras y no decirle nada a Dios porque solo habla la lengua y no el corazón. Se puede guardar un gran silencio y hablar mucho con los sentimientos del corazón. No estamos contra la oración "hecha de palabras". Sí estamos en que la verdadera oración brota y nace del corazón. No ama más el que mucho habla de amor, sino el que tiene el corazón enamorado de Dios. Y el hombre de Dios es un hombre hecho oración (San Francisco de Asís).

Jesús por muchos motivos nos dice " Oren para no caer en tentación porque el Espíritu es fuerte pero la carne débil" (Mt 26,41). San Pedro nos dice: "Sean sobrios y vigilantes porque su enemigo, el diablo ronda como león rugiente buscando a quien devorar, resistidle firmes en la fe" (I Pe 5,8), y San Pablo nos aconseja: "Oren sin cesar, den gracias a Dios en toda circunstancia" (I Tes 5,17). La oración mayor es la Santa Eucaristía; al respecto nos dice mismo Jesús: "Toman y coman que esto es mi cuerpo" (Mt 26,26), "Si no comen la carne del hijo del hombre y no beben su sangre no tienen vida en Ud. el que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él" (Jn 6,53-54).

Por lo tanto:  Respecto a la oración según el evangelio de san Lucas 11,1-13 nos presenta un momento crucial: los discípulos piden a Jesús que les enseñe a orar. Este anhelo no surge de una mera curiosidad o de la necesidad de un ritual, sino de una profunda intuición sobre la verdadera naturaleza de la oración. No se trata de pedir bienes materiales, ni siquiera un lugar en el cielo, sino de un deseo mucho más trascendente: ser uno con Él. Dios es santo, (Lv 11,44) y para estar unidos a El hay que ser santo, y a la santidad se llega por la fe (Lc 17,5) y la oración (Lc 11,1ss) manifestada en obras de caridad (Mt 25,31-46).

Un Corazón Hambriento de Dios: La solicitud de los discípulos en Lucas 11,1-13 contrasta fuertemente con la tendencia humana a reducir la oración a una lista de peticiones. Jesús, al enseñarles el "Padre Nuestro", no les da una fórmula mágica para obtener cosas, sino un modelo para alinear el corazón con la voluntad divina. La oración que Jesús enseña comienza con la santificación del Nombre de Dios y la venida de su Reino, antes de mencionar las necesidades básicas. Esto nos revela que el enfoque principal no es lo que podemos obtener de Dios, sino quién es Dios y su soberanía.

El propio Jesús, en Juan 17,21, ora para que sus seguidores "sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros". Esta oración sacerdotal es la cumbre de su deseo para nosotros: una unidad íntima con la Trinidad. Del mismo modo, en Juan 14,23, Jesús promete: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él". La oración, desde esta perspectiva bíblica, se convierte en el camino para esta comunión, para esta morada. Y como nos recuerda 1 Corintios 6,19, "¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y que habéis recibido de Dios?". La oración es el acto de habitar conscientemente en este templo, de nutrir esta presencia divina en nosotros.

Teológicamente, la oración es mucho más que una conversación; es una teofanía, un encuentro con lo divino. No es un monólogo, sino un diálogo transformador donde el alma se abre a la gracia. La oración no tiene como objetivo cambiar la mente de Dios, sino cambiar nuestro propio corazón para que se asemeje más al suyo. Cuando pedimos el "pan de cada día" en el Padre Nuestro, podemos entenderlo no solo como alimento físico, sino también como el pan de vida espiritual, el alimento que sostiene nuestra comunión con Dios. Este

Filosóficamente, el ser humano posee una inherente sed de trascendencia. A pesar de nuestras inclinaciones materialistas, hay un vacío que solo puede ser llenado por algo más allá de lo meramente terrenal. La oración, en su forma más pura, es la expresión de esta búsqueda. Es el reconocimiento de que hay una realidad superior y un anhelo de conexión con ella. No es un acto de mendicidad, sino un acto de reconocimiento de nuestra dependencia y de nuestra aspiración a la plenitud. En este sentido, la oración es un acto profundamente existencial, que nos confronta con nuestra propia finitud y con la infinitud de Dios.

Desde una perspectiva espiritual y mística, la oración es el camino hacia la unificación con Dios. No se trata de recitar fórmulas, sino de rendir el corazón y permitir que el Espíritu Santo ore en nosotros (Romanos 8,26). Este es el "corazón de carne" que Dios anhela, en contraposición al "corazón de piedra" (Ezequiel 36,26). Un corazón de carne es permeable a la gracia, sensible a la voz de Dios, dispuesto a ser transformado.

Lamentablemente, como señala el usuario, a menudo la oración se ha convertido en un "acto de teatro" o un "espectáculo" (Mateo 6,5), buscando la aprobación humana en lugar de la intimidad divina. O se ha transformado en un "mar de palabras, con frecuencia bastante vacías" (Mateo 6,7), donde la cantidad de palabras eclipsa la calidad de la conexión. Jesús mismo nos advierte en Mateo 6,8 que "vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis". Esto no desautoriza la oración de petición, sino que subraya que lo que realmente vale es el corazón y no la verborrea. Una sola palabra pronunciada con un corazón sincero es infinitamente más valiosa para Dios que miles de palabras vacías.

La Oración como Pan de la Vida Espiritual: La súplica de los discípulos en Lucas 11,1-13 no es una petición superficial. Es un profundo clamor del alma por una conexión auténtica con lo divino. La oración es, sin duda, el pan de la vida espiritual. Es el alimento que nos nutre, nos fortalece y nos transforma para que podamos vivir esa unidad anhelada con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No se trata de pedir "un pan o dos panes", ni siquiera un "pasaje para el cielo", sino de un anhelo insaciable de ser uno con Él, de ser su morada y el templo de su Espíritu. Es un llamado a dejar atrás la superficialidad y a sumergirnos en la profundidad de una relación que trasciende toda palabra y todo deseo humano, para abrazar la presencia viva de Dios en nuestro nuevo modo de ser y actuar no como el hombre con corazón de piedra sino con corazón de carne.