miércoles, 28 de diciembre de 2022

DOMINGO SOLEMNIDAD DE SANTA MARIA MADRE DE DIOS (01 de Enero de 2023)

 DOMINGO  SOLEMNIDAD DE SANTA MARIA MADRE DE DIOS (01 de Enero de 2023)

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 2, 16-21

2:16 En aquel tiempo los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.

2:17 Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño;

2:18 y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.

2:19 María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.

2:20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

2:21 Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hnos. y hnas.  en el Señor Paz y Bien.

“El Señor mismo va a darles una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is 7,14). “Que significa Dios con nosotros” (Mt 1,23). “El ángel dijo a los pastores: “No teman, les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto es la señal: encontraran un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,10-12).

Iniciamos un Nuevo Año 2023, que esperamos lleno de bendiciones divinas para todos. Lo pedíamos así en el salmo 66: «El Señor tenga piedad y nos bendiga». Celebramos especialmente la Solemnidad de Santa María, la Madre de Dios y, en ella, la Jornada de oración por la Paz (Mt 5,9), el gran regalo que es el mismo Niño Dios hecho hombre por nosotros, el Príncipe de la Paz, que nos ofrece y dona su misericordia y amor (Jn 15,9).  

La Palabra de Dios centra nuestra mente y nuestro corazón en la escena que nos transmite el Evangelio: «En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (Lc 2, 16-21), y acercándose, humildemente lo adoraron. Bella y entrañable estampa de Navidad: el Niño recostado en un pesebre, y era el Hijo de Dios. A su lado María, la virgen, la Madre de Dios, la llena de gracia, y José, su esposo, ambos contemplando, mirando y adorando al Niño; tratando de entender el misterio de esa Palabra (Jn 1,14), la decisión de Dios, llena de amor, de hacerse niño, hombre, para que nosotros alcanzásemos por su Pasión, Muerte y Resurrección, a ser hijos de Dios (Rm 5,8).

Iniciamos también el año con una bendición, con un deseo hecho oración. Fijémonos de qué manera tan bella y profunda lo refleja la primera lectura: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Num. 6,22-27). Pedimos que Dios nos proteja, nos sonría, se fije en nosotros con cariño y nos conceda su favor. Y toda bendición de Dios, todo su favor y su paz, lo sabemos, se concentra en Jesucristo, el Niño Dios. Bendecimos al Señor por el año nuevo, pero, sobre todo, pedimos a Dios su bendición. Y se la pedimos para nuestras parroquias y comunidades religiosas, para nuestros pastores, para nuestras familias, para todos los hombres y, especialmente, para los más pobres y necesitados.

Pero hoy, estamos celebrando con gran gozo en toda la Iglesia la solemnidad de Santa María, la Madre de Dios. Comenzamos el Año de la mano de Santa María. Es la fiesta que celebra la gracia fundamental que Dios le concedió a la Santísima Virgen: la gracia de la maternidad Divina.

María fue elegida desde el principio de los tiempos para ser la Madre del Hijo del Padre eterno, por eso Dios la enriqueció con multitud de gracias especiales (Lc 1,28). La hizo inmaculada, la llenó de gracia y la llevó consigo en cuerpo y alma a la gloria de los cielos. María vivió en una constante apertura a Dios y a su Palabra. Supo descubrir a Dios en los diversos acontecimientos de su vida. Precisamente el Evangelio de hoy nos dice que los Pastores, después de ver al Niño Jesús recostado en el Pesebre, contaban lo que el ángel les había dicho de este Niño. Y cuantos escuchaban lo que decían los pastores se quedaban maravillados. Y agrega el Evangelio que María, por su parte, conservaba todos estos recuerdos y los meditaba constantemente en su corazón (Lc 2,19). Fue esta meditación constante y fiel de los misterios de Cristo lo que llevó a María a amar de una manera única y especial a Dios. Meditando las maravillas de Dios, la Virgen se llenó del amor a Dios. 

La Iglesia quiere presentarnos la figura de la Santísima Virgen al comenzar un nuevo año porque quiere ofrecérnosla como el modelo de lo que debe ser nuestra vida cristiana. Ella no solamente fue la primera discípula de Cristo, sino que al mismo tiempo fue la discípula más aventajada y fiel. María nos enseña a vivir nuestra vida con una apertura total a la voluntad de Dios (Jn 2,5). Aquellas palabras que exclamó María en el momento de la Encarnación: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,18), deben ser para nosotros el programa de nuestra vida en este año nuevo que comenzamos. Porque Jesús dijo: “Sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5). 

Nosotros muchas veces deseamos que Dios actúe en nuestra vida de acuerdo a nuestro plan. Y nos olvidamos de que nosotros somos los que estamos en las manos de Dios y que, en nuestra vida, hemos de seguir el plan que Él ha determinado para cada uno de nosotros. En este plan de Dios es donde nosotros podemos alcanzar la plenitud de nuestro ser y la perfección de nuestra alegría (Mt 5,48). Cuando nosotros nos dejamos llevar por Dios no tenemos nada que temer ni razón alguna para preocuparnos. Dios, como Padre nuestro que es, siempre busca nuestro bien (Jn 13,17). 

Nos dice hoy el Evangelio que «María, al oír lo que decían los pastores, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). Esta es una actitud que nosotros deberíamos mantener a lo largo de este año. Es muy importante reflexionar sobre la Palabra de Dios (Jn 1,14) y sobre los acontecimientos de nuestra vida. Es la mejor manera de ir descubriendo la inmensidad del amor que Dios nos tiene (I Jn 4,9). Cuando nosotros somos conscientes de todo lo que Dios ha hecho por nosotros, sentiremos la necesidad de corresponderle con nuestra vida y con nuestras obras. Muchas veces nuestra vida cristiana no es lo que debería ser porque no nos hemos dado cuenta de lo que en realidad significa Dios para nosotros y con nosotros (Is 7,14).

 María vivió en su vida las virtudes propias del cristiano. Vivió la fe poniéndose totalmente en las manos de Dios y creyendo en su Palabra (Lc 1,38). Vivió la esperanza confiando en su amor y en su misericordia. Vivió la caridad amando a Dios y a sus hermanos con todo el corazón. Si nosotros queremos vivir este año cristianamente, en plenitud, hemos de tratar de imitar las virtudes que adornaban a la Santísima Virgen. La Fe la necesitamos constantemente, porque solamente a través de ella es cómo podemos aceptar confiadamente su voluntad. Nuestra Fe no debe consistir solamente en aceptar lo que Dios nos pide, sino también en poner en práctica su Palabra (Jn 15,7). Es importante vivir la esperanza. Porque Dios ciertamente no nos abandona jamás. Somos nosotros los que muchas veces le damos la espalda. Esperar en Dios significa estar seguros de que Él siempre nos dará su ayuda aún en los momentos difíciles que nos toque vivir. La esperanza es el secreto de la alegría (Flp 4,4) y de la paz (Mt 5,9) del cristiano. También necesitamos vivir con espíritu de caridad. El amor es el que va a transformar nuestro mundo. Y el amor no viene de fuera, sino que brota de nuestros corazones y tiene su origen en Dios ( IJn 4,8). La fuente del amor la llevamos dentro de nosotros mismos (IJn 4,12). Dios ha derramado su amor en nosotros con el Espíritu que nos ha dado (Rm 5,5). Por eso debemos amar siempre a pesar de todo lo negativo que nos pueda rodear. No es devolviendo mal por mal como las cosas se van a arreglar. El amor es la única respuesta que debemos dar nosotros como cristianos, si queremos vivir como verdaderos discípulos de Cristo (Jn 8,32).

Este año se nos presenta como una maravillosa oportunidad de construir un mundo nuevo (Ap 21,5). Movilicemos, pues, todas nuestras energías. Pongamos en juego lo mejor de nosotros mismos. Hagamos que la vida merezca vivirse. Propongámonos este año la tarea de vivir en serio nuestra vida cristiana y veremos que nuestra vida será distinta. No nos conformemos con cumplir con unas cuantas cosas. Vivamos en serio nuestro seguimiento de Cristo.

Que la Santísima Virgen María bendiga el año que hemos comenzado. Que ella como buena Madre nos guíe y nos proteja. Que ella sea el modelo que nos vaya orientando para vivir cada vez mejor nuestra entrega a Cristo nuestro Dios y Señor que ha nacido entre nosotros para hacernos partícipes de su ser. Porque el vino a ser lo que nosotros somos.

martes, 20 de diciembre de 2022

DOMINGO DE NAVIDAD - A (25 de Diciembre del 2022)

 DOMINGO DE NAVIDAD - A (25 de Diciembre del 2022)

Proclamamos el Evangelio según San Juan  1,1-18:

1:1 En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.

1:2 Ella estaba en el principio con Dios.

1:3 Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe.

1:4 En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres,

1:5 y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.

1:6 Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan.

1:7 Este vino para dar testimonio, como testigo de la luz, para que todos creyeran por él.

1:8 No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz.

1:9 La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

1:10 En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció.

1:11 Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.

1:12 Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre;

1:13 la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios.

1:14 Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

1:15 Juan da testimonio de él y clama: “Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.”

1:16 Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia.

1:17 Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

1:18 A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado. PALABRA DEL SEÑOR.

Paz y Bien en el Señor.

La afirmación clave: “La Palabra de Dios se hizo carne” (Jn 1,14). Es una afirmación muy sabida, pero es realmente escandalosa: aquella Palabra que Juan tanto ha insistido en que "era Dios", resulta que asume la total debilidad de la condición humana, y viene a vivir con los hombres, y en esta debilidad (¡hasta la cruz!) será donde contemplaremos su gloria divina. A Dios ahora se le puede ver y tocar (IJn 1,1-3). Y se le ve y se le toca en la "carne" débil de Jesús. - Una vez dicho esto, Juan resalta una y otra vez las cualidades y dones que recibimos de la Palabra hecha carne (que ahora ya no se llama "Palabra" sino "Hijo" y "Jesucristo", una persona concreta y palpable): gracia, verdad, abundancia de su plenitud... Todo para consolidar la afirmación básica: a Dios sólo se le encuentra en Jesucristo, en su carne, en su vida concreta: “A Dios nadie ha visto jamas, pero el Hijo que está en seno del Padre nos lo dio a conocer” (Jn 1,18).

Esta página de san Juan está tan llena de plenitud que no se debería añadir nada. Estas sujeciones de abajo no quieren encuadrar ni reducir la meditación, que, más que nunca, no puede ser tan personal.

-Al principio... La primera palabra del evangelio nos hace recordar el origen de todas las cosas. De un goIpe de ala vigoroso, el águila de san Juan sube, sube... tan alto que no existe el horizonte, y, con los ojos penetrantes, ve encima de todo límite, antes del comienzo de los tiempos.

-Era...Este verbo sencillo, "ser", llena el poema... Es la palabra más sencilla y la más esencial: la existencia, la razón de todo lo demás. Y este verbo, al pretérito, invoca inmediatamente un "tiempo inmutable", indefinido. En mi rezo, podría emplear estas dos palabras: "al principio... era..." saboreando su densidad, dejándome ir a su infinita evocación.

-El verbo... El "logos"... La "palabra"... La "comunicación"... La "expresión"... La sabiduría... La acción. Juan, en seguida, llama a Cristo el "Logos", en griego. Es una palabra difícil de traducir. Por eso, hemos buscado otras palabras, cercanas, para comprender el sentido más allá de la palabra.

La palabra Logos era ya empleada en la reflexión filosófica griega (la Palabra es una de las maravillas del honre, la expresión propia de la persona, la posibilidad de relación, la manifestación de la inteligencia). Pero, san Juan probablemente ha usado esta expresión para incorporarse a la gran corriente de la literatura bíblica que veía en la Sapiencia o Sabiduría algo así como la expresión misma de Dios: (Prov, 8, 23-36). "Yo, la Sabiduría, desde los orígenes fui establecida desde el principio, antes del origen de la Tierra. Cuando aún no existían los abismos, yo fui concebida... cuando trazó los fundamentos de la tierra, yo estaba a su lado como el arquitecto, él tenía en mí sus delicias, expansionándome en su presencia, sobre la superficie de la tierra y encontrando mis delicias entre los hijos de los hombres." (Eclo, 24-1.22). En el principio era el Verbo. Hijo eterno venido del Padre, el Cristo es la "expresión" perfecta del Padre, "la imagen misma del Dios invisible" (Flp, 2, 6) el "resplandor" de la gloria del Padre" (Heb 1, 3) Jesús es la "manifestación suprema de Dios a la humanidad" (I Jn, 1, 2). Verbo = expresión + acción... palabra activa...

-Y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios: Dos veces solamente en el evangelio de san Juan, Jesús es designado explícitamente como "Dios": aquí, en la primera frase... y en boca de Tomás, en el ultimo capítulo (Jn, 20, 28): "¡Señor mío y Dios mío!". Todo su evangelio está entre ambas frases.

-Por El, todo ha sido hecho. En Él estaba la "vida": La creación universal es el primer "acto", el primer "gesto", la primera "expresión" de Dios. La maravillosa creación es lo que primero revela al Dios invisible. Todo. Todo. Soberanía universal... Y sin El, nada se hizo. Influencia universal... Nada. Nada. Nada existe fuera de Cristo.

-En el mundo estaba... Vino a su propia casa... El Verbo se hizo carne... Dios entre los hombres, Dios en nuestros caminos. Dios en la esquina de la calle. Dios por todas partes.

-Luz verdadera, alumbra a todo hombre que viene a este mundo... Pero el mundo no le conoció... Los suyos no le recibieron... A todos los que le recibieron, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios.

Los suyos no le recibieron. La pobreza de Dios se hace drama de Dios. Vino a los suyos y, al igual que todos, busca acogida y abrigo, comprensión y aliento. Dios viene a los suyos todos los días. Puerta cerrada a un Dios que no vive según nuestros reglamentos. Puerta cerrada a una Palabra que desconcierta nuestros pensamientos. ¡Navidad es también una fiesta de conversión! El Verbo se hace carne, y Dios sabe lo que le cuesta. Desde el pesebre hasta la cruz, el camino es uniforme.

Y no obstante... A los que creen en su nombre les da el poder de hacerse hijos de Dios. A los que creen en Jesús-Salvador, Dios de los pecadores, Dios de los perdidos, Dios de los humildes, Dios de ternura. Los que creen en su nombre... Los que perciban la luz en la obscuridad de la espesa noche, los que escuchan la Palabra en el silencio de una fe incesantemente zarandeada. ¡Pueblo de la Samaritana y del Ciego de nacimiento, grupo minúsculo de los pescadores de Galilea y de los últimos presentes al pie de la cruz! ¡Les dio el poder de hacerse hijos de Dios!

¡Nacieron de Dios! Venidos al mundo como vino Jesús, hijos e hijas de lo inesperado, de la pobreza, de la inseguridad. No tienen en este mundo otro apoyo que Dios, su amor y su Espíritu. Vienen al mundo en pleno viaje, y el tiempo les urge a proseguir el camino. Hijos frágiles, siempre llamados a renacer; hijos de un Dios al que nadie vio jamás. Pueblo de los sin nombre, de los apátridas, de los huérfanos según el mundo.

Hijos de Dios, ¿seremos capaces de afrontar el futuro sin más equipaje que nuestra fe? En esto nos diferenciamos de todos los anticristos que querrían desviarnos hacia otros caminos que no son los de la Palabra cada día nueva. Sólo Cristo es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Y no porque unos anticristos se llaman a sí mismos "hijos de Dios" vamos nosotros a seguirles por otro camino que no sea el de Dios-con-nosotros. Verbo hecho carne en la humildad de nuestra carne.

domingo, 11 de diciembre de 2022

IV DOMINGO DE ADVIENTO A (18 de Diciembre del 2022)

 IV DOMINGO DE ADVIENTO A (18 de Diciembre del 2022)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 1,18-24.

1:18 Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.

1:19 José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

1:20 Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.

1:21 Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".

1:22 Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:

1:23 La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido significa: "Dios con nosotros".

1:24 Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa,

1:25 y sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Je sus. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y bien.

“José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”(Mt 1,20-21). Este episodio, más el relato de Lucas donde el Ángel dice a María: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lc 1,30-32). Es el Ángel y por ende Dios quien desposa a María y José con la palabra: “Le pondrás por nombre Jesús”. Tanto María como José, ahora como esposos tienen el deber de dar la identidad dando un nombre, el nombre de Jesús que en el mundo bíblico tiene dos connotaciones: En el AT. Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros (Is 7,14). En el NT. (Dios salva, Jn 3,17). San Pablo nos dice al respecto: “Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, toda rodilla se en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor para gloria de  Dios Padre”(Flp 2,8-11).

El Ángel anuncia a María (Lc 1,28). María acepta, pero ahora vienen los líos con José su esposo. Sorpresivamente, José se da cuenta de que María está embarazada (Mt 1,18), es consciente que él no ha convivido con ella. Por lógica humana uno solo puede pensar en un adulterio, José no quiere pensar eso de María, la conoce muy bien, pero tampoco puede negar la realidad lo que sus ojos están viendo.

¿Se dan cuenta del problema que se ganó José?  ¿Quieren ustedes ponerse en una situación similar? Ponte que tú como novio, estas en la víspera de contraer el matrimonio y que precisamente ahí te sorprendes que tu novia a quien tanto has amado te sale con el cuento que ya está embarazada y el hijo no es precisamente para ti. ¿Qué actitud tomarías como novio? O que tú como novia estas a punto de casarte y que tu novio en las vísperas te sale con el cuento que ya espera un hijo y no es contigo sino con tu amiga. ¿Irías aun en tales circunstancias alegremente al altar con tu pareja? Pues, José esta exactamente envuelto en este lío. “José, su esposo, que era un hombre justo no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19).

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21) ¿Cree alguien que es fácil entender y creer en ello cuando todos sabemos cómo se hacen los hijos y cómo vienen los hijos al mundo?

El Ángel le dijo a José al igual que  María: “No tengas miedo María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,  reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,31-35). Ahora José cree y se fía de la Palabra del Ángel (Mt 1,20-21). María creyó sin entender, José también cree sin entender nada. Aquí todo se mueve en el plano de la Palabra y de la fe en la Palabra de Dios.

¿Hoy, alguien cree ya en la Palabra? ¿Tú te fiarías de la palabra de tu esposa o de tu hija? Aquí no hay documentos firmados. No hay documentos notariales que atestigüen la veracidad de la palabra del Ángel; sin embargo, aquí hay dos testigos de fe: María y José que creyeron sin ver, creyeron en la Palabra de Dios, se fiaron de la Palabra de Dios sin exigir ni firmas ni pruebas. María dijo al Ángel: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). José obedeció a la palabra del Ángel y “se llevó a casa a su mujer” (Mt 1,24). Misterio de la palabra. Misterio de la fe. Creer fiándose sencillamente de la Palabra de Dios, eso no hace cualquiera sino obedece al poder de la fe como obra de Dios.

Hay una figura en la Navidad que solemos destacar relativamente poco, es la figura de José. Sí, le ponemos de rodillas delante del Niño y poquito más. Sin embargo, es una de las figuras centrales de la Navidad. Hay tres figuras que llenan todo el cuadro: El Niño, María y José, la sagrada familia. José era bien bueno, era todo un hombre de Dios, era todo un hombre de fe; sin embargo, pareciera que “Dios se la hizo”. ¿Se dan cuenta del lío en que le metió María? Mejor dicho, el lío en que le metió Dios.

La lógica humana buscaría que en la anunciación debieron estar presentes los dos tanto la Virgen como José y Dios se hubiera ahorrado líos. Pero el Ángel se le aparece solo a María, no a José. La Anunciación de la Encarnación es para María, y nadie cuenta y piensa en José. Pero la cosa no podía ocultarse por mucho tiempo. Hasta que, un día, percibe la realidad de su esposa María “embarazada”. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo entenderlo? ¿Qué hacer? Todo un momento de angustia, de dudas, de incertidumbres encontradas. Sería el momento de hacer el escándalo madre en Nazaret. ¡Qué talla de hombre! ¡Qué talla de alma! ¡Qué talla de fe! Pero el sufrimiento nadie se lo podía quitar. ¡Y vaya si era bueno! ¿Por qué le tenía que pasar esto a José? No resulta fácil pasar por esa prueba de fe por la que pasa José y guarda silencio. Todo lo medita en su ser interior.

Cuando el Ángel le revela la verdad de lo que ha sucedido, la mente de José se doblega. El corazón de José se aviva y la serenidad cubre la fama de María delante del pueblo. ¿Te imaginas a todas las mujeres de Nazaret viéndola a María como una adúltera? Pues, veamos una escena de adulterio:

“Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: “Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante” (Jn 8,3-11). José quiso evitar este escándalo para su esposa María por eso dice: “José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19). Pero, Dios corrige a José: “Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21).

Dios tiene una manera de hacer las cosas que desconcierta a cualquiera. La Navidad comenzó en Nazaret con todo un problema entre José y María. ¿Se merecían esto? Algo que no corre en nuestra lógica, pero corre maravillosamente en la lógica de la fe, que es la lógica de Dios. Los caminos de Dios nunca son fáciles, pero terminan siendo maravillosos. Ese es el camino de cada uno de nosotros hacia la Navidad. De la oscuridad de la fe, a la claridad de la fe.

San Pablo al respecto dice: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre! (Gal 4.4-6). O como el profeta dice: “Dios puso su morada entre los hombres” (Ez 37,27). O como mismo Juan dice. “La palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros” (Jn 1,14).

La encarnación del hijo de Dos es el despliegue del amor hacia nosotros y con razón dice San Juan: “Tanto amó Dios tanto al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Escena que el profeta lo resume con una idea maravillosa: "Aquí la señal que Dios da: La Virgen está embarazada y da a luz un hijo y le, ponen el nombre de Enmanuel que significa Dios-con-nosotros" (Is 7,14). Lo que quiere decir que Él se hizo lo que nosotros somos porque está con nosotros, y para que nosotros seamos lo que Él es.

martes, 6 de diciembre de 2022

III DOMINGO DE ADVIENTO - A (11 de Diciembre del 2022)

 III DOMINGO DE ADVIENTO - A (11 de Diciembre del 2022)

Proclamación del Evangelio según San Mateo 11, 2 -11:

11:2 Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:

11:3 "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?"

11:4 Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:

11:5 los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.

11:6 ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!"

11:7 Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: "¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?

11:8 ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.

11:9 ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.

11:10 Él es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino.

11:11 Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN

Queridos amigos(as) en la fe paz y bien.

El domingo anterior leíamos el evangelio en el que nos decía que Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea proclamando: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,2). Y más adelante decía: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y terminaba la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta Isaías que pregonaba: “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir. Juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres del país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

“Los discípulos le preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).

Hoy, domingo de (Gaudete), la alegría (Flp 4,4) nos sitúa recibiendo los primeros vestigios del amanecer. Juan bautista es como esa estrella, el lucero que nos anuncia el gran día en que Dios estará con nosotros de visita, una visita esperada durante muchos siglos y anunciada por los profetas.

Juan mandó  sus discípulos y desde la cárcel a que pregunten a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). La duda de Juan el bautista es enorme en el sentido humano y es que la figura de Jesús siempre nos resultará un tanto ambigua. ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios en un niño? ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios recostado en un pesebre? ¿Acaso resulta fácil reconocer a Dios sin casa propia y naciendo en un establo de animales? ¿Nos es fácil entender que el Rey del universo, el dueño de todo cuanto existe se nos presente como un simple mendigo?  Y la otra idea: Dios se revela y manifiesta no sentado en un trono, rodeado de oro, en un palacio de lujo sino rebajándose hasta tocar lo más bajo de la realidad humana, entre los pobres pastores.

Juan bautista, que está en la cárcel por haber denunciado  a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano» (Mc 6,18), tiene una idea de grandeza sobre Jesús. Y ahora le llegan noticias de un estilo de vida rebajado a tener que convivir con la miseria humana y le entran dudas. La oscuridad de la cárcel se une ahora a la oscuridad de sus ideas y de su pensamiento. De ahí una duda tan profunda como preguntarle: “¿Eres tú de verdad o tenemos que esperar a otro?” (Mt 11,3).

Juan encarcelado recibe rumores sobre las actividades de Jesús. Juan se siente metido en un enredo, lo que oye de Jesús no responde a lo que él esperaba y al igual que todos los judíos: Juan y los suyos hubieran querido un Jesús más duro, más firme, que pusiese orden, aunque fuese con la fuerza y la violencia. Por una parte, la oscuridad de la cárcel y, por otra, la figura de Jesús que se les desmorona y desfigura con cada actitud de Jesús y más aún cuando dice: “Mi reino no es d este mundo” (Jn 18,36).

Juan no es de los que se queda en el mar de la duda, quiere clarificarse, y manda sus discípulos a que le pregunten directamente a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (Mt 11,3). Dos ideas: No podemos vivir en la penumbra de la duda. Y mejor será siempre preguntar directamente, a Jesús y no andar con rodeos, que así no se aclara nada. Preguntar directamente  a Jesús porque solo el posee la verdad (Jn 14,6).

Jesús nunca suele responder con teorías. Jesús siempre responde con hechos de vida. Cuando los discípulos de Juan preguntan a Jesús: “Tu eres el que ha de venir o debemos esperar a otro”. Jesús que está predicando rodeado de mucha gente hace un alto en su enseñanza y atiende a los discípulos de sus amigos Juan Bautista y vaya la sorpresa. Jesús no les dice que sí, sino que manda acercarse a los enfermos: “A ver ¿quiénes están ciegos? Que pasen aquí adelante” y les unta con la saliva los ojos y ven. Saltan de gozo los ciegos al dejar de ser ciegos (Jn 9,6). Jesús dice ahora: “A ver ¿Quiénes están sordos y mudos?” y les toca con el dedo el oído y se les abren los oídos y hablan sin dificultad. Jesús pide ahora que traigan a en sus camillas a los tullidos, mancos y cojos y les toma de las manos y caminan y saltan de gozo y sin dificultad. Al joven que yacía en su ataúd le dice “Joven a ti te digo levántate” y el muerto se levantó (Lc 7,14).

Jesús dice a los enviados de su amigo Juan Bautista: “Vayan y digan a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y feliz el que no se escandalice de mí!” (Mt 11,4-6)

Con frecuencia tenemos una idea falsa de Dios, como en realidad la tenía Juan. Con frecuencia anunciamos a un Dios que no es. Un Dios que nunca ha dicho de sí lo que nosotros decimos de Él. Jesús se clarifica, no como el juez que condena, sino como el Dios que salva. Un Dios que se define a sí mismo, no en lo que es en sí, sino en relación a los hombres y su misión salvífica. Resulta curioso que mientras el hombre se define en relación a Dios, Dios se define a sí mismo en relación al hombre. Es el Dios liberador. El Dios que nos libera de nuestras dudas y esclavitudes. El Dios que nos hace ver. El Dios que sana nuestras invalideces. El Dios que nos limpia de nuestras lepras. El Dios que nos hace oír. El Dios que nos da la vida. Con mucha razón ya nos había dicho “Quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

Las señales de identidad de Jesús son su modo de obrar, el currículum vitae de identidad de Jesús: el curar nuestras enfermedades, el devolvernos nuestra dignidad. Luego conviene preguntarnos ¿Cuáles serán las señales de la identidad del cristiana? ¿Nos definiremos como cristianos por lo que hacemos por los demás? Siempre pensamos en que nos reconocerán por nuestra relación con Dios. Eso es fundamental, pero podrán reconocernos como tales si no hacemos nada por los demás. San Pablo con gran sabiduría dice al respecto: “El que recibe la enseñanza de la Palabra, que haga participar de todos sus bienes al que lo instruye. No se engañen: nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra: el que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción y muerte; y el que siembra según el Espíritu, del Espíritu recogerá la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Gal 6,6-10).

Si hemos tomado con seriedad este tiempo de adviento entonces Dios nacerá sin tardanza en tu corazón y entonces veras la gloria de Dios en ti (Jn 11,40) y podrás exclamar como san Pablo: “Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Porque para mí la vida es Cristo (Flp 1,21).

domingo, 27 de noviembre de 2022

II DOMINGO DE ADVIENTO - A (04 de Diciembre del 2022)

 II DOMINGO DE ADVIENTO - A (04 de Diciembre del 2022)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 3,1-12:

3:1 En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:

3:2 "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca".

3:3 A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.

3:4 Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre.

3:5 La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro,

3:6 y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.

3:7 Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?

3:8 Produzcan el fruto de una sincera conversión,

3:9 y no se contenten con decir: "Tenemos por padre a Abraham". Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham.

3:10 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.

3:11 Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

3:12 Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible". PALABRA DEL SEÑOR.

 

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

El domingo pasado hemos inaugurado este tiempo de adviento y en ella el Señor nos ha dicho: “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada” (Mt 24,40). “Estén preparados, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor… preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,42-44). Estar preparados equivale: "Convertirse, porque el Reino de los Cielos está cerca" (Mt 3,2). “Producir el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). El que se convierte y produce frutos de sincera conversión será llevado al cielo y el que no se convierte será dejado para el infierno. Este tiempo de adviento es el resumen de todo el tiempo de espera del Mesías que es el Antiguo Testamento, viene a llevarnos y está a la puerta: “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20).

Hoy el evangelio dice: “Se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,1-2). Y más adelante dice: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y termina la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta. “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres de país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

Dios dijo por el profeta: “Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total (Mlq 3,23-24). Los discípulos le preguntaron: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Así también harán padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).

El evangelio de hoy nos describe el perfil del gran predicador que anuncia en el desierto un cambio de vida (Mt 3,8). Capacita a las personas para superar el juicio de Dios, la inminente cólera divina, que es la confrontación final que aguarda a todo hombre (Mt 3,7). Con todo, en medio de la dura predicación, se vislumbra una esperanza de vida y salvación, que es lo que en última instancia el evangelio quiere llevarnos a contemplar y vivir “lo nuevo” que viene con Jesús (Mc 2,22). Y en su comprensión se puede enfocar en tres parte: 1) La entrada en escena del Profeta del Desierto (Mt 3,1-3). 2). La vida de profeta y el ministerio bautismal de Juan (Mt 3,4-6). 3). La predicación del juicio inminente y la llegada del Mesías (Mt 3,7-12).

1.    La entrada en escena del Profeta del Desierto: “Por aquellos días Juan el Bautista, se presentó proclamando en el desierto de Judea: Convertanse porque ha llegado el Reino de los Cielos. Éste es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: ‘Voz del que clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Mt 3,1-3). En el momento en que se inici con la proclamación del evangelio (Jesús) aparece primero una personalidad nueva y desconocida. San Mateo lo introduce en escena diciendo: “se presenta Juan…” (Mt 3,1). Su venida no es fortuita, de hecho su entrada es el punto de referencia que coincide con el comienzo de una nueva época para la historia (“por aquellos días”; este lenguaje es conocido en los profetas: Jer 38,29; Zac 8,23). Esta manera de entrar, con estos primeros términos precisos ya nos dicen que comenzó el tiempo final: como se dirá al final, es el tiempo del Mesías.

En cuanto “predicador” Juan viene para despertar las conciencias, para abrir los ojos ante la obra que Dios está haciendo y conseguir que esta obra sea adecuadamente recibida por corazones bien dispuestos. Si seguimos leyendo las páginas sucesivas del evangelio de Mateo nos damos cuenta que Juan es el primero de una serie de predicadores, de hecho Jesús y sus discípulos serán descritos en términos similares (Mt 4,17.23; 9,35; 10,7.27; 11,1). A diferencia de los que vendrán, lo específico de Juan Bautista como misión es el de preparar el terreno para el sembrado del Reino. La semilla de Jesús y su comunidad vendrá enseguida: Los fariseos le preguntaron cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: "Está aquí" o "Está allí". Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21).

1.1.    Un predicador en el “Desierto” (Mt 3,1): El desierto es el lugar de la “escucha” donde se atienden, lejanas de toda distracción, las directivas de Dios. Para Israel con frecuencia fue un punto de referencia que apuntaba a sus orígenes (en la creación, en la alianza) y por eso, al tenor de la profecía de Oseas, el espacio geográfico-espiritual al cual se regresa para retomar el proyecto con la fuerza del amor primero (Os 2,16). Como lo indica Isaías (40,3), hay una nota de esperanza que percibe, en la flamante peregrinación del Pueblo que retorna del exilio, la acción poderosa de Dios que realiza el éxodo y al mismo tiempo el pueblo regresa purificado –habiendo aprendido las lecciones de la historia- y dispuesto a construir una sociedad nueva. Esta clave de un nuevo éxodo también es subrayada en la experiencia de Jesús en el desierto (Mt 4,1).

Un predicador del cambio: “Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos” (Mt 2,3). El espacio insólito de la predicación aparece unido al anuncio de los nuevos tiempos que se aproximan. Por eso el desierto es el punto de partida de algo nuevo impulsado por el llamado de la Palabra.

¿Cuál era el pregón de Juan? Una frase breve y fuerte parece resumirlo. Tiene dos partes: 1) Un imperativo: “Convertanse” (un llamado que se repetirá al final, en el Mt 2,11). Es un llamado para tomar distancia radical de todo lo que hasta entonces ha tenido valor, los antiguos criterios de vida pierden vigencia. 2) Una clara motivación: “Porque ha llegado el Reino de los Cielos”. La conversión no es para volver atrás, al punto de partida, sino un ir más allá, dar pasos hacia delante en la dirección “Reino”: la obra del Dios creador y Señor de la historia que viene a cumplir sus promesas y a plantear sus exigencias.

El pregón del primer heraldo del Evangelio consiste en una invitación para dejar la vida de pecado para convertirse al Dios que se ha hecho presente en medio de su pueblo, que “ha llegado”. Según Juan Bautista el “Reino” ya “ha llegado” (levemente diferente de Marcos 1,15: “está cerca”). La finalidad de la conversión hacer la experiencia de dicho Reino. Es importante la anotación de que esta soberanía es “de Dios”, o como prefiere decir Mateo “de los cielos” (para evitar el nombre divino en un ambiente de fuertes raíces judías). Lo nuevo viene del cielo, no es el punto de llegada de esfuerzos humanos y por eso es gracia. Dios siempre ha obrado en medio de su pueblo, pero viene ahora algo inédito: él mismo está ahí.

Un predicador que es como voz del que clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas” (Mt ,3,3). Juan el Bautista se presenta en calidad del heraldo que grita del mensaje de su Señor, por lo tanto no realiza una misión por iniciativa propia sino por envío de Dios. A la luz de la profecía de Isaías (40,3), que para Mateo es el profeta de la salvación mesiánica, el ministerio de Juan arroja nuevas luces: 1) Con la venida de Juan se cumple una antigua profecía de Isaías. 2) Juan es la “voz” que personifica históricamente a aquel misterioso personaje presentado por Isaías (quizás un miembro de la asamblea del consejo de la corte celestial), el cual le hacía eco a las instrucciones de Dios para el pueblo que regresaba de la cautividad de Babilonia. 3) La voz parte del “desierto” pero la finalidad no es quedarse en el desierto sino completar un camino. 4) Así como en la antigua profecía se preparaba el camino al Rey y su séquito, en los nuevos tiempos, cuando se realiza en su sentido más profundo esta profecía: Dios viene (es más “ya ha llegado”; Mt 25,6). Es “el camino del Señor”, el suyo es un camino triunfal que no admite senderos tortuosos, pistas extenuantes ni recorridos desalentadores. 5) Lo importante del anuncio es que es Dios mismo, en cuanto “Señor”, quien guía a su pueblo: como un pastor que guía a su rebaño. Bajo su guía el pueblo alcanzará victorioso la meta de su caminar histórico.

Juan, por tanto, es la voz de aquél que grita repetidamente en el desierto su mensaje para que los hombres se preparen, como quien prepara una “vía sacra” para la venida de Dios (“preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”), lo cual implica renunciar a las antiguas seguridades. El profeta nos quiere sensibilizar para ofrecerle a Dios la máxima acogida. Antes de ponernos a la escucha de las instrucciones precisas para “preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (será la tercera parte de este pasaje), observemos la persona misma del profeta que hasta ahora sólo se ha denominado “voz que clama en el desierto”.

2.    Vida del profeta y bautismal de Juan (3,4-6): El evangelista Mateo se detiene un poco para presentarnos rasgos que podríamos llamar “históricos” de su cualificado ministerio. La descripción del personaje sigue dos círculos concéntricos: Juan a solas (Mt 3,4) y Juan rodeado de la multitud que acude a su predicación (Mt 3,5). Se percibe aún una tercera coordenada que es la anotación del evangelista sobre el éxito de la misión de Juan (Mt 3,6). Juan a solas: “Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre” (Mt 3,4). El profeta aparece como un típico personaje del desierto: una vida conducida con hábitos de máxima austeridad, sin la más mínima ostentación. El vestido “de pelos de camello” amarrado por un “cinturón”, es lo contrario de una vestidura lujosa, no es lo que llevaría una persona de alta dignidad. Inicialmente nos encontramos con un Juan que se viste a la manera de los beduinos del desierto. Pero hay más. Esta manera de vestirse nos remite al profeta Elías (“un hombre vestido de pieles y faja de piel ceñida a la cintura”, nos dice 1º Reyes 1,8), cuya indumentaria se convirtió posteriormente en el “uniforme” de los profetas (Zacarías 13,4).

La profecía de Malaquías decía que Elías –quien no murió- sería con su regreso el precursor del Mesías: “Voy a enviaros al profeta Elías antes de que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible” (Mlq 3,23). Por tanto, la alusión no parece ser casual, porque según este mismo evangelio de Mateo, Juan Bautista “es Elías, el que iba a venir” (Mt 11,14; 17,10-12). Si esto es así, entonces el paso siguiente es la venida del Mesías. Si a esto le sumamos que se alimenta con una asombrosa austeridad, con la comida más sencilla posible y casi un vegetariano (“su comida eran langostas y miel silvestre”), ciertamente deduciremos que estamos ante un hombre que en asombrosa pobreza vive completamente dedicado a Dios: un verdadero asceta.

Juan rodeado de la multitud que acude a su predicación: “Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán” (Mt 3,5). Dejando de lado las soledades orantes del hombre de Dios, el evangelista enseguida nos lo presenta en acción. “Acuden a él”. El pueblo busca masivamente a Juan: tiene éxito, consigue movilizar la fe de la gente. El radio de acción de la predicación de Juan alcanza el mundo urbano de la ciudad (“Jerusalén”), igualmente toca la población campesina de la provincia (“toda Judea”) y finalmente los que comparten su hábitat en los alrededores del Jordán. ¿Por qué toda esta gente, desde los más lejanos hasta los más cercanos, acude a Juan? Porque reconoce que la organización de la sociedad no le está ofreciendo la vida que esperan, no es lo que –como pueblo de la Alianza- están llamados a ser; es más, de esta forma la gente reconoce que es parte de esta misma sociedad, o sea, que ha participado en sus injusticias. En la voz y en la persona de Juan reconocen su auténtica vocación y deciden recomenzar para vivir según la justicia de Dios. El movimiento de búsqueda de Juan implica que las multitudes están interesadas en un proceso de conversión.

La gente se toma en serio la predicación de Juan: se hace bautizar: “…Y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados” (Mt 3,6). La predicación de Juan sobre la conversión era acompañada del bautismo en las aguas corrientes del río Jordán. La descripción del evangelista (en tiempo histórico) deja entender que Juan tuvo éxito en su predicación: fue tomado en serio.

El Bautismo: Quien había acogido el llamado a la penitencia confesaba sus pecados, entraba en el Jordán y era inmerso en sus aguas. Todo aquel que era lavado en este baño ritual debía después vivir libre del pecado en la espera de la salvación que estaba por venir. El bautismo señalaba que la persona que lo recibía era sincera y que su actitud era válida a los ojos de Dios. Puesto que era un gesto público, todos los asistentes, comenzando por Juan, se convertían en testigos de las nobles intenciones del bautizado. Por otra parte, el hecho de que sea administrado por otra persona y no por sí mismo (de hecho existían los rituales de auto-purificación en las piscinas destinadas a ello), significaba un abandono a la obra de Dios: la pureza y la renovación son ante todo una obra de Dios.

La confesión de los pecados: El hecho de “confesar los pecados” implica que la pureza lograda no sólo era legal sino también moral. Dos cosas eran claras, puesto que era un momento decisivo en la vida de la persona este bautismo era una sola vez en la vida (por lo tanto la conversión era a fondo) y funcionaba sólo si de daban “frutos de conversión” (Mt 3,8). Además de entrar en comunión con Dios, los bautizados por Juan debían construir comunidad, una comunidad preparada para la llegada del Mesías. Se nota que todavía algo esencial está faltando: el bautismo de Juan valida la actitud del pecador pero no interviene transformadoramente la realidad del “pecado”. El texto no habla del “perdón de los pecados” porque sólo la muerte expiatoria de Jesús tiene el poder de perdonar los pecados (Mt 26,28). En esto el evangelio es coherente: el Mesías se llamará “Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21).

3.    La predicación del juicio inminente y la llegada del Mesías (Mt 3,7-12): 1) Enfatiza el tema de la conversión del pueblo de Dios -los “hijos de Abraham”- (Mt 3,7-10), y 2) anuncia la venida del Mesías, quien superará su predicación sobre la conversión (Mt 3,11-12). El tema final de la predicación de Juan es la venida de Jesús: “Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: ‘Raza de víboras, ¿quién les ha enseñado a huir de la ira inminente? Den, pues, fruto una sincera conversión y no creáis que basta con decir en vuestro interior: «Tenemos por padre a Abraham»; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (Mt 3,7-10).

En contraste con la anotación anterior sobre el éxito obtenido en su ministerio de predicación de la conversión (medido por la gente que se hace bautizar), Juan Bautista hace sentir ahora sus advertencias sobre los representantes de la piedad judía, que (a) vienen como curiosos, o (b) parecen poner objeciones a la predicación, o (c) que admitiendo el bautismo se muestran renuentes a un verdadero cambio. Puesto que el texto dice implícitamente que éstos vienen a bautizarse y ya que en el evangelio ellos personifican la oposición a la Palabra de Dios predicada por el Mesías, la más probable es la opción (c). Juan les habla entonces directamente a sendos representantes de los partidos político-religiosos de su tiempo como una forma de dirigirse a las estructuras religiosas, las primeras que debían dar ejemplo de conversión: “Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo...” (3,7a).

La idea central de las palabras de Juan es que la conversión no tiene excepciones ni admite aplazamientos ni fingimientos. ¿La razón? Está dicha con una metáfora: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles” (Mt 3,10). Es decir, el juicio es inminente. Juan: 1) les pone un apelativo que desenmascara la hipocresía religiosa (Mt 3,7b), 2) les lanza una admonición (Mt 3,8), 3) desmonta sus supuestos privilegios (Mt 3,9) y 4) los urge para dar el paso de la conversión (Mt 3,10).

El apelativo “raza de víboras”(Mt 3,7)., En el mundo hebreo es un insulto que pinta a la persona como un hipócrita y como un falso. Con ello se dice que hacen daño y que éste es irreparable. Jesús utilizará también esta expresión (Mt 12,34 y 23,33) y dirá explícitamente que de este tipo de personas, que hacen los ritos religiosos externos pero no son sinceros en su moralidad, de ellas hay que cuidarse (Mt 16,1.6). Con esto tipo de personas Dios será implacable. Juan está pensando en la venida del Reino inicialmente como un juicio (“ira inminente”) del cual no hay forma de escaparse, todos pasarán por él. El juicio de Dios será como un incendio forestal que arrasa el país (ver la metáfora de la ira en Isaías 9,18).

¿Por qué el singular “fruto”? En este texto la conversión aparece como un movimiento vital que proviene de la savia del Reino y que madura internamente en el creyente hasta traducirse en una forma de vida. No sólo se trata del superar conductas pecaminosas sino de darle un radical reconocimiento a Dios mediante una orientación del proyecto de vida que expresa lo “nuevo” que él quiere que hagamos. La conversión no consiste en cambiar “cositas” en la vida sino en un movimiento interno y total que sintoniza la vida con Dios. La metáfora del árbol es oportuna: a veces hacemos como con los arbolitos de navidad, a los cuales les agregamos frutas y otros adornos ficticios; la conversión no es agregarle cosas a la vida sino ser lo que realmente somos, a partir de la obra del Dios del Reino que nos habita.

Dentro de la conciencia nacional judía había ganado espacio la convicción de que, por el hecho de ser israelitas –descendientes de Abraham y por lo tanto “pueblo elegido”-  se iban a escapar del juicio. Basta recordar el estribillo del orgullo hebreo: “No entregues tu gloria a otro, ni tus privilegios a pueblo extranjero. Felices nosotros, Israel, pues se nos ha revelado lo que agrada al Señor” (Baruc 4,4). Incluso un dicho hebreo tardío dice: “Como la vid se apoya en leños secos… así los israelitas se apoyan en los méritos de sus padres” (Lev.R.36). Juan Bautista les dice que eso es una vana ilusión: sólo la revisión de vida y la conversión personal salva. Por lo tanto no tiene validez el hecho de decir “Tenemos por padre a Abraham” (detrás de esta frase está: Isaías 51,2; 63,16).  Dios es el verdadero padre de la comunidad – “uno solo es vuestro padre: el del cielo” dice Jesús en Mt 23- y no está atado a la descendencia de Abraham. De repente, diciendo estas palabras, Juan Bautista muestra las rocas del desierto de Judá: “Dios puede de estas piedras dar hijos a Abraham”; queriendo decir que él es creador y obra por su soberana voluntad. Es Dios quien pone los criterios para ser pueblo de Dios.

Por lo tanto, no hay ninguna seguridad con respecto a la salvación por el hecho de pertenecer a tal o cual familia o institución. ¡Lo que hacemos en la práctica dice quiénes somos!  El cartón de entrada en el Reino es la práctica concreta de la nueva justicia.

Juan sigue rebatiendo todas las excusas de los fariseos y saduceos. Finalmente les dice que no se puede aplazar la penitencia: “Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles” (Mt 3,10). La imagen del leñador a punto de dar el golpe certero sobre un árbol que en tierra erosionada deja ver sus raíces es una imagen muy dura para un israelita (ver la predicación de Isaías 10,33-34). Significa: ¡El juicio está aquí, a las puertas! ¡Sin conversión no hay pueblo de Dios! ¡Todo lo que se creía un privilegio resulta ser inutilidad! Así como el árbol “que no da buen fruto” es abatido y convertido en leña, así también está en riesgo en antiguo pueblo de Dios.

El anuncio de la venida del Mesías: “Yo les bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga” (Mt 3,11-12). Sin perder la vista del “fuego” (3,10), ahora Juan Bautista da un paso adelante en la predicación anunciando explícitamente la venida del Mesías. Juan como profeta no sólo remueve las conciencias con sus denuncias sino que también anuncia lo nuevo que está a punto de venir. Es verdad que la penitencia es la forma adecuada de preparación del camino del Mesías, pero ¿Quién es éste que viene?

Su anuncio tiene dos partes: 1) se confronta el bautismo con agua y el bautismo con Espíritu Santo y Fuego, para poner de relieve la superioridad del Mesías sobre su precursor; 2) explana la misión de justicia del Mesías valiéndose de una pequeña y casi parábola.

Los dos bautismos: la gran dignidad del Mesías (Mt 3,11). Juan Bautista habla de su relación con el Mesías (no dice su nombre) en primera persona. Con sus palabras aclara cuál es su papel con relación a él. En medio de la confrontación de los dos bautismos, Juan declara que el Mesías es el más fuerte y lo supera tanto en dignidad como en realizaciones: “Aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo…” (Mt 3,11b). Juan se siente indigno de rendirle los más humildes servicios de los esclavos: “…Y no soy digno de llevarle las sandalias” (Mt 3,11c).

lunes, 21 de noviembre de 2022

I DOMINGO DE ADVIENTO - A (27 de Noviembre del 2022)

 I DOMINGO DE ADVIENTO - A (27 de Noviembre del 2022)

Lectura del Evangelio de San Mateo 24,37-44

24:37 Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé.

24:38 En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca;

24:39 y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.

24:40 De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado.

24:41 De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada.

24:42 Estén vigilantes, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.

24:43 Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.

24:44 Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en la fe, Paz y Bien.

“Vendrán días difíciles en que tendrá que cumplirse todo cuanto está escrito” (Lc 21,22). Pero, “el día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24,36). Por tanto, (Nos dice): “Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor” (Mt 24,42); “El Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,44). Vendrá a: “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado” (Mt 24,40). Sera llevado al cielo el hombre que esté preparado y el hombre que no esté preparado será dejado para el infierno (Mt 11,23). “El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasaran” (Mt 24,35).

Iniciamos el nuevo ciclo litúrgico con el I domingo de adviento. La tradición litúrgica de nuestra iglesia nos presenta cada año la corona de adviento y el rito de las cuatro velas, una cada semana, es decir estaremos durante cuatro semanas en tiempo de conversión y cambio. Pueden pasar como un rito casi intrascendente. Sin embargo, siguen teniendo el simbolismo de algo que se enciende, de una luz nueva que alumbra nuestras vidas. Como una esperanza que se enciende en nosotros. Decía mismo Jesús: “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Y encender la primera vela significa el inicio de la espera en vigilia o en vela.

El evangelio se puede explorar siguiendo tres pasos: 1) La venida de Cristo anunciada por los profetas. 2) La venida de Cristo y su llegada. 3) La venida de Cristo deseada.

1. El retorno de Cristo: En su discurso sobre el futuro del Reino de los Cielos (Mt 24-25), Jesús había anunciado: “Aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria” (Mt 24,30). Jesús había anunciado la cercanía del Reino, es decir, la decisión definitiva de Dios de hacer valer su señorío real (Mt 4,17). Ya no serán los hombres ni las fuerzas de la naturaleza las que determinen el curso de la historia humana. Esto sucederá por medio de la venida del Hijo del hombre con la potencia y la gloria de Dios.

Cuando el Reino se revele definitiva y universalmente con todo su poder ante todo el mundo, toda existencia humana se manifestará ante el Hijo del hombre –Jesús en su gloria- con su verdadero sentido y valor. Con la venida definitiva de Jesús toda persona saldrá a la luz en su más íntima esencia. Puesto que todo hombre está profundamente conectado a la venida del Señor, cada uno debería conducir su proyecto de vida en esa dirección. Ante Jesús tendremos que responder por todo lo que buscamos, trabajamos y logramos. En este sentido, toda nuestra vida debe prepararse para ese momento.

2. El retorno de Cristo preparado: “Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (24,36). Con la misma fuerza con que Jesús anuncia su venida, también nos dice que nadie conoce ni el día ni la hora. “Velen, pues, porque no saben qué día vendrá su Señor” (Mt 24,42). “Estén preparados, porque en el momento que menos peinasen, vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24,44).

Hacer cálculos sobre el día y la hora del fin del mundo es tiempo perdido porque éste es indeterminado y desconocido. Lo que importa es que estemos preparados en todo momento. Por eso hay que evitar cualquier comportamiento irresponsable. No es razonable vivir al impulso de los inmediatismos, sin ningún proyecto ni horizonte de vida. Para hacernos entender esto, Jesús pasa al mundo de las comparaciones. Nos presenta tres, todas ellas desenvolviéndose como en cascada:

a)Primero Jesús nos pone el ejemplo de los días de Noé: “Como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos” (Mt 24,37-39).

Dijo Jesús: Un hombre piensa: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida.  Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado? Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios" (Lc 12,19-21). La escena descrita en tiempos de Noé también nos presenta gente absorbida por la vida terrena: comer, beber, casarse. Eran personas que se dejaban llevar tranquilamente por el ciclo biológico de la vida, atentos a lo presente, sin pensar en nada más allá; el asunto era gozar la vida. El diluvio había sido anunciado, pero aún no pasaba nada. A la gente les parecía lejano y casi irreal, por eso prefirieron concentrar sus energías en aquello que consideraban más concreto y práctico.

De la misma manera, ahora la venida del Señor solamente ha sido anunciada (Mt 24,42). El hecho de que no suceda nada aún puede llevar a pensar que hay mucho tiempo en la vida y descuidarse en la atención a su venida, concentrándose más bien en otros asuntos. Pero, como insiste Jesús, imprevista y sorprendente será su venida: “Así será también la venida del Hijo del hombre” (Mt 24,39).

b) “Estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada” (Mt 24,40-41). Es un ejemplo sobre el engaño de las apariencias. Dando un paso adelante ahora Jesús enseña que no hay que quedarse con la apariencia externa de las situaciones terrenas: Jesús parte de escenas de la vida cotidiana: la vida laboral en una sociedad agrícola. Describe las ocupaciones más importantes del hombre y de la mujer: los varones siembran y cosechan el trigo en el campo, luego las mujeres mueven la rueda de molino para obtener la harina y el pan de cada día.

Hoy a menudo se escucha: No tengo tiempo, andamos ocupados día y noche. Todos trabajan, todos se mueven por igual en las rutinas de la vida. Esto puede llevar a una falsa deducción. Del hecho de que todos pasemos por situaciones semejantes, puede nacer la ilusión de que la obediencia o la desobediencia, la rectitud o la injusticia no tengan importancia alguna; que sea indiferente la forma en que se viva, porque en fin todos terminaremos igual. Pues aquí está el punto: no terminaremos igual. Con la venida del Señor habrá una separación radical: “uno es tomado y el otro dejado” (Mt 24,40-41), es decir, quienes estén preparados serán recibidos en la comunión con Dios y los otros serán excluidos.

c) “Si el dueño de la casa supiese a qué hora de la noche va a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que asalten su casa” (Mt 24,43). Es un ejemplo de llegada imprevista. En consecuencia uno tiene que controlarse y conducir la vida con base en la vigilancia. Si conociéramos el día y la hora de la venida del Señor, dejaríamos para última hora la preparación, como es habitual en tantas otras situaciones de la vida. Pero el Señor viene como un ladrón nocturno: inesperado, sorpresivo, impredecible. Por eso hay que estar preparado en todo momento. No debemos nunca bajar la alerta. Hay que vivir responsablemente según la voluntad del Señor, de manera que podamos responder en cualquier momento por ella y con la frente en alto.

3. A la hora que menos piensan, vendrá el hijo del hombre (Mt 24,44). Hace complemento otra cita:  “Cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes”. U otras citas como: “No los dejaré huérfanos, volveré por ustedes” (Jn 14,18). “Me han oído decir: Me voy pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean” (Jn 14,28-29).

El regreso del Señor no debe ser motivo de temor sino de movilización para la preparación. Obviamente tendremos miedo de la venida del Señor si tenemos deudas con la alguien y no tenemos a punto la vida; en este caso: A poner en orden la casa. A preparar la venida del Señor. Entonces nuestra vida tendrá reposo, tendremos fuerza interior, soñaremos y construiremos los sueños de Dios, para los cuales tanto nos animan los profetas. Qué bueno que viene el Señor, es mas, hemos de exclamar: “Ven Señor” (Ap 22,20). Tú “vienes” a dar plenitud a nuestra vida, a elevarla a un plano superior compartiéndonos la tuya, como nos lo diste a entender desde el momento de la encarnación”.

Mientras tanto, tengamos presente que la “vigilancia” que nos pide el evangelio no sólo se refiere al encuentro final con Dios (al final de mi mundo, de mi vida). Cada día Dios está viniendo a nuestro encuentro y no podemos dejarlo pasar de largo. Viene en la Palabra, en la Eucaristía, en la comunidad, en la presencia escondida en las personas más necesitadas, en las diversas formas en que nos regala su gracia. La “vigilancia” entonces es ése saber tener la casa pronta y a punto para recibir la visita, para abrir los brazos de par en par al Dios que es por definición: “El que viene” (Apocalipsis 1,8). San Bernardo hablaba de las tres venidas de Cristo:

• Su venida en la carne. La cual celebraremos en la próxima navidad.

• Su venida futura en la parusía (su segunda venida), en la cual hemos reflexionado hoy.

• Su venida en el presente. ¿No es verdad, por ejemplo, que cada vez que celebramos la Eucaristía Jesús está viniendo a nuestro encuentro?

“Velen y estén preparados”(Mt 24,42), con el cual hoy le damos apertura al ADVIENTO, nos da la ocasión para que la venida del Señor, nos tomemos una pausa de reflexión y nos preguntemos qué estamos haciendo con nuestra vida. La conciencia de nuestra fragilidad nos llevará a abrirle el corazón a Aquel que vino al mundo, asumiendo la carne humana,(Jn 1,14) por nuestra salvación; Aquel a quien el evangelio de Mateo nos presenta diciendo: “Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21).

 En el comienzo del tiempo de “Adviento” conviene preguntarnos: ¿Qué significa esta palabra adviento? Cuando se habla de “venida” del Señor, ¿de qué se está hablando? ¿Qué se espera que hagamos en este tiempo? La “vigilancia cristiana” está referida al encuentro con el Señor. ¿En qué consiste el ejercicio de la “vigilancia cristiana”? ¿Qué consecuencia tiene el hecho de que no se conozca la hora de la venida del Señor?

RITO DE BENDICIÓN DE LA CORONA DE ADVIENTO:

 Monición:

Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida y la esperanza. El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad.

Oración al comienzo del Adviento:

La tierra, Señor, se alegra en estos días y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa, para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado. Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona con ramos del bosque y la ha adornado con luces. Dígnate derramar tu bendición en ella para que vivamos este tiempo de conversión según tu voluntad practicando obras de misericordia y caridad para que cuando llegue tu hijo seamos con él admitidos a su reino…+… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, Amén.

Oración del primer domingo de Adviento:

Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, queremos caminar alegres hacia ti, porque Tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Señor Jesús!

Unidos en una sola voz digamos Padre nuestro...

V. Ven Señor Jesús, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros.

R. Y seremos salvados.

REFLEXIÓN:

¿De qué se trata el tiempo de Adviento? Se trata de una esperanza de siglos (todo el Antiguo Testamento) que, después de mucha espera, recién comienza a realizarse. Pero, aunque parezca mentira y nos obliga a esperar, la esperanza misma ya es una razón para seguir mirando lejos. Puede que nosotros no veamos todavía nada, pero la fuerza de la esperanza nos da esa seguridad de que “vendrá”, lo “lograremos”. Por eso mismo quien tiene esperanza firme en lo nuevo, no se desanimará aunque tarde. Son muchos los desilusionados de todo. Desilusionados de ellos mismos. Desilusionados de la familia, de la sociedad, de la política, de la economía, incluso desilusionados de la Iglesia misma. Mientras nos enredamos en esas desilusiones, dejamos de ver amanecer una luz de esperanza que nos dice que todo puede cambiar.

Hoy comenzamos el camino del Adviento, camino de preparación para el que ha de venir al final de los tiempos, pero que nosotros la vivimos mejor, esperando al que ha de venir en estas Navidades, ese Dios encarnado es la “Esperanza de Dios” y que está llamado a ser la razón de nuestra esperanza. Porque lo que nosotros no podemos, sabemos que Él sí lo puede y con Él, también nosotros. No es la esperanza que viene de nuestros sueños. Es la esperanza de Dios “que ama tanto al mundo que entrega a su propio Hijo para que todos los que creen en el tengan vida eterna” (Jn 3,16). Ahí está el porqué y el para qué de nuestro esperar.

De tanta insatisfacción nos estamos quedando sin esperanza, sin ganas de luchar comprometernos de verdad. Por eso nos quedamos arañando las cosas. Prepararse para la Navidad ha de ser un levantar la cabeza por encima de nuestras dificultades, un mirar por encima de nuestras inmediateces, un ser conscientes de que nunca una noche ha vencido al amanecer, y nunca un problema ha vencido a la esperanza.

El evangelio de hoy inicia con aquellas palabras de Jesús que se remite a los sucesos del A. T. “Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca…” (Mt 24,37-38). Y termina con las mismas: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,44). Jesús nos exhorta prepararnos y este tiempo de adviento es para esa preparación, pero ¿Cómo prepararnos?

San Pablo en la carta a los Romanos nos da pautas de cómo puede ser una buena preparación. Todo un programa de vida. Primero, que tomemos conciencia del momento en que vivimos. Segundo, que despertemos los que vivimos dormidos. Estamos metidos en la noche, pero ahí está la esperanza “el día se echa encima”, es hora de dejar las obras de las tinieblas y armarnos con las obras de la luz. A vivir como en pleno día. Y añade algo más: nada de entregarnos a la vida del placer y menos todavía a las riñas y enemistades. Para ello es el momento de revestirnos del Señor Jesús. ¿No le parece todo esto todo un plan de vida capaz de cambiar las cosas?

En resumidas cuentas, lo primero que la Palabra de Dios nos pide en este Primer Domingo de Adviento es que abramos los ojos, que dejemos esa vida en tinieblas que nos atonta y nos impide ver la realidad. Uno de nuestros peores problemas es no darnos cuenta de la realidad en la que vivimos, es como enterarnos de las cosas después que han pasado. La única manera de vivir la realidad y de comprometernos con ella, es tomar conciencia de lo que pasa. Pablo nos habla claro, hay que despertarse del sueño. Es cierto que la noche va avanzada, pero también el día está encima en que todo quedará al descubierto. Los problemas pueden ser grandes, pero también las soluciones se hacen cada vez más posibles. Para ello es preciso andar añorando la plena luz del día y no a tientas en la oscuridad. Comencemos el Adviento despiertos, con lo ojos abiertos, para que la venida de Jesús no nos tome a todos por sorpresa.

No vaya a sucedernos como a las mujeres necias del evangelio: “A medianoche se oyó un grito: "¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!". Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?". Pero estas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado". Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos", pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco". Por tanto, estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mt 25,6-13).