III DOMINGO DE ADVIENTO - A (15 de Diciembre del 2019)
Proclamación del Evangelio según San Mateo 11, 2 -11:
11:2 Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras
de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:
11:3 "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a
otro?"
11:4 Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que
ustedes oyen y ven:
11:5 los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos
son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es
anunciada a los pobres.
11:6 ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de
tropiezo!"
11:7 Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús
empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: "¿Qué fueron a ver al
desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
11:8 ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento?
Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.
11:9 ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro
que sí, y más que un profeta.
11:10 Él es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi
mensajero delante de ti, para prepararte el camino.
11:11 Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande
que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos
es más grande que él. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN
Queridos amigos(as) en la fe paz y bien.
El domingo anterior leíamos el evangelio en el que se nos
decía que Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea proclamando:
“Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,2). Y más
adelante decía: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y
terminaba la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero
aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno
de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”
(Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta Isaías que pregonaba: “El no
juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir. Juzgará con
justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres del país; herirá
al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al
malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is
11,3-5).
“Los discípulos le preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen
los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a
poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no
lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán
padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se
refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).
Hoy, en el domingo de la alegría (Flp 4,4) nos sitúa
recibiendo los primeros vestigios del amanecer. Juan bautista es como esa
estrella, el lucero que nos anuncia el gran día en que Dios estará con nosotros
de visita, una visita esperada durante muchos siglos y anunciada por los
profetas.
Juan mandó sus
discípulos y desde la cárcel a que pregunten a Jesús: «¿Eres tú el que ha de
venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). La duda de Juan el bautista es
enorme en el sentido humano y es que la figura de Jesús siempre nos resultará
un tanto ambigua. ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios en un niño?
¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios recostado en un pesebre? ¿Acaso
resulta fácil reconocer a Dios sin casa propia y naciendo en un establo de
animales? ¿Nos es fácil entender que el Rey del universo, el dueño de todo
cuanto existe se nos presente como un simple mendigo? Y la otra idea: Dios se revela y manifiesta
no sentado en un trono, rodeado de oro, en un palacio de lujo sino rebajándose
hasta tocar lo más bajo de la realidad humana, entre los pobres pastores.
Juan bautista, que está en la cárcel porque denunció a
Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano» (Mc 6,18), tiene una
idea de grandeza sobre Jesús. Y ahora le llegan noticias de un estilo de vida
rebajado a tener que convivir con la miseria humana y le entran dudas. La
oscuridad de la cárcel se une ahora a la oscuridad de sus ideas y de su
pensamiento. De ahí una duda tan profunda como preguntarle: “¿Eres tú de verdad
o tenemos que esperar a otro?” (Mt 11,3).
En la cárcel a Juan le van llegando rumores sobre las actividades
de Jesús. Juan se siente metido en un enredo, lo que oye de Jesús no responde a
lo que él esperaba y al igual que todos los judíos: Juan y los suyos hubieran
querido un Jesús más duro, más firme, que pusiese orden, aunque fuese con la
fuerza y la violencia. Por una parte, la oscuridad de la cárcel y, por otra, la
figura de Jesús que se les desmorona y desfigura con cada actitud de Jesús y
más aún cuando dice: “Mi reino no es d este mundo” (Jn 18,36).
Juan no es de los que se queda en el mar de la duda,
quiere clarificarse, y manda por eso a sus discípulos a que le pregunten
directamente a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”
(Mt 11,3). Dos ideas que pueden servirnos. La primera, no podemos vivir en la
penumbra de la duda. La segunda, mejor será siempre preguntar directamente, a
Jesús y no andar con rodeos, que así no se aclara nada. Preguntar
directamente a Jesús porque solo el
posee la verdad (Jn 14,6).
Jesús nunca suele responder con teorías. Jesús siempre
responde con hechos de vida. Cuando los discípulos de Juan preguntan a Jesús:
“Tu eres el que ha de venir o debemos esperar a otro”. Jesús que está
predicando rodeado de mucha gente hace un alto en su enseñanza y atiende a los
discípulos de sus amigos Juan Bautista y vaya la sorpresa. Jesús no les dice
que sí, sino que manda acercarse a los enfermos: “A ver ¿quiénes están ciegos?
Que pasen aquí adelante” y les unta con la saliva los ojos y ven. Saltan de
gozo los ciegos al dejar de ser ciegos (Jn 9,6). Jesús dice ahora: “A ver
¿Quiénes están sordos y mudos?” y les toca con el dedo el oído y se les abren
los oídos y hablan sin dificultad. Jesús pide ahora que traigan a en sus
camillas a los tullidos, mancos y cojos y les toma de las manos y caminan y
saltan de gozo y sin dificultad. Al joven que yacía en su ataúd le dice “Joven
a ti te digo levántate” y el muerto se levantó.
Jesús dice a los enviados de su amigo Juan bautista: “Id y
decid a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos
andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a
los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se escandalice
de mí!” (Mt 11,4-6)
Con frecuencia tenemos una idea falsa de Dios, como en
realidad la tenía Juan. Con frecuencia anunciamos a un Dios que no es. Un Dios
que nunca ha dicho de sí lo que nosotros decimos de Él. Jesús se clarifica, no
como el juez que condena, sino como el Dios que salva. Un Dios que se define a
sí mismo, no en lo que es en sí, sino en relación a los hombres y su misión
salvífica. Resulta curioso que mientras el hombre se define en relación a Dios,
Dios se define a sí mismo en relación al hombre. Es el Dios liberador. El Dios
que nos libera de nuestras dudas y esclavitudes. El Dios que nos hace ver. El
Dios que sana nuestras invalideces. El Dios que nos limpia de nuestras lepras.
El Dios que nos hace oír. El Dios que nos da la vida. Con mucha razón ya nos
había dicho “Quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la
vida” (Jn 8,12).
Las señales de identidad de Jesús son su modo de obrar, el
currículum vitae de identidad de Jesús: el curar nuestras enfermedades, el
devolvernos nuestra dignidad. Luego conviene preguntarnos ¿Cuáles serán las
señales de la identidad del cristiana? ¿Nos definiremos como cristianos por lo
que hacemos por los demás? Siempre pensamos en que nos reconocerán por nuestra
relación con Dios. Eso es fundamental, pero podrán reconocernos como tales si
no hacemos nada por los demás. San Pablo con gran sabiduría dice al respecto:
“El que recibe la enseñanza de la Palabra, que haga participar de todos sus
bienes al que lo instruye. No se engañen: nadie se burla de Dios. Se recoge lo
que se siembra: el que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá
sólo la corrupción y muerte; y el que siembra según el Espíritu, del Espíritu
recogerá la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha
llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a
tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la
fe” (Gal 6,6-10).
Si hemos tomado con seriedad este tiempo de adviento
entonces Dios nacerá sin tardanza en tu corazón y entonces veras la gloria de
Dios en ti (Jn 11,40) y podrás exclamar como san Pablo: “Pero en virtud de la
Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con
Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo
en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por
mí” (Gal 2,19-20). Porque para mí la vida es Cristo (Flp 1,21).