DOMINGO XXI – A (27 de Agosto del 2023)
Proclamación del santo evangelio según San Mateo: 16, 13-20:
13 En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de
Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo
del hombre? ¿Quién dicen que es?".
14 Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el
Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
15 "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que
soy?".
16 Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
17 Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás,
porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en el cielo.
18 Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
19 Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo
que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la
tierra, quedará desatado en el cielo".
20 Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no
dijeran a nadie que él era el Mesías. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz Bien.
El domingo anterior decíamos que: Hallar los favores
de Dios tiene su proceso: La mujer cananea comenzó a gritar desde la distancia:
1) "Señor, Hijo de David, ten piedad de mí" (Mt 15,22). 2) Ante Jesús
se postra y le dijo: "¡Señor, socórreme!" (Mt 15,25). 3) Insiste al
decir “Señor, los perros también comen las migas que caen de la mesa de su
amo" (Mt 15,27). Como se ve, se resalta con claridad la fortaleza
espiritual en la fe: Seguridad, firmeza, perseverancia y humildad. La fe con estos
elementos suscita en la mujer la respuesta inmediata de Jesús: "Mujer,
¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" Y en ese momento su hija
quedó curada” (Mt 15,28). Complementando el hecho, dijo también Jesús: “Si yo
echo los demonios con el poder de Dios, significa que el reino de Dios ya está
entre ustedes” (Lc 11,20). En Jesús se despliega el reino de Dios, misterio que
hoy queda de manifiesto bajo dos elementos fundamentales: 1) "Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo"(Mt 16,16); 2); “Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18).
Dios se propone y dice: “No quiero la muerte del pecador si
no que se convierta y viva” (Ez 33,11). El Mesías, tiene la misión de salvar:
“Te llamé según mi plan salvador, te tomé de la mano, te formé y te destiné a
ser mediador del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los
ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que
habitan en las tinieblas” (Is 42,6-7). Jesús, validando lo que Dios dijo por el
profeta dice: “El Espíritu del Señor esta sobre mí, porque me ha ungido para
anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a
los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y
proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18; Is 61). ¿Por qué dice Jesús que
el Señor me ungió? “El espíritu santo bajo en forma de paloma y se posó sobre
Él y una voz del cielo se oyó: Tu eres mi hijo amado yo te he engendrado hoy”
(Lc 3,22).
Dios cumple lo que dijo: “Esta es la nueva alianza que
pacte con la casa de Israel, después de aquellos días: Pondré mi Ley en su
mente, la escribiré en sus corazones, y yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo” (Jer 33,11). ¿En qué consiste la alianza entre Dios y su pueblo?"
Dice Dios: He aquí que yo salvo a mi pueblo del país del oriente y del país
donde se pone el sol; voy a traerlos para que moren en medio de Jerusalén. Y
serán mi pueblo y yo seré su Dios fiel y salvador." (Zac 8,7).Y para
tal cometido, Dios dijo a Moisés: “Suscitaré entre tus hermanos un profeta
semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él dirá todo lo que yo le
ordene” (Dt 18,18). “Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y
los hombres, Cristo Jesús hombre” (ITm2,5).
El evangelio de hoy se divide en dos partes: La revelación de la identidad del Mesías (Mt 16,13-17). La identidad de la
iglesia (Mt 16,18-20).
La identidad del Mesías: En Cesarea de Filipo, un lugar
alejado de Jerusalén y reconocido abiertamente como región pagana es el lugar
concreto donde Jesús es reconocido por los suyos como “el Mesías, el Hijo de
Dios vivo” (Mt 16,16). Hasta este momento en el Evangelio, han sido los otros
quienes continuamente se preguntaban sobre la Persona de Jesús: Juan Bautista
manda a sus discípulos que preguntasen a Jesús: "¿Eres tú el que ha de
venir o debemos esperar a otro?" (Lc 7,19); otros, “¿Quién es éste a quien
el viento y la mar obedecen?” (Mt 8,27), “¿Quién es este que hasta
perdona pecados?” (Mc 2,7; Mt 9,3). Ahora Jesús pregunta a los suyos:
¿Quién dicen la gente que soy yo?: Ellos le dijeron: unos que Juan Bautista,
otros que Elías, otros que Jeremías o algunos de los profetas” (Mt 16,14).
“¿Uds. quien dicen que soy y?” (Mt 16,15): Cuando alguien
plantea una pregunta así de directa en una reunión, se suele producir un denso
silencio. Todos esperan a que conteste el que más sabe, el que habla mejor...
Quizá suceda que a alguno de los presentes le queme la respuesta en los labios
y responda incluso sin llegar a entender todo el alcance de sus palabras, o
dándole otro sentido. Es lo que le sucedió a Pedro.
La respuesta de Pedro es común en los tres evangelistas en
su primera mitad: "Tú eres el Mesías". Mateo añade: "El Hijo de
Dios vivo" (Mt 16,16). Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios vivo. No se
trata de dos títulos distintos, sino de dos expresiones que responden a la
misma realidad. Porque si Jesús pudo vivir tan perfectamente, tan
profundamente, la vida humana, fue porque en él habitaba el mismo ser de Dios.
Es posible que la respuesta de Pedro se limitara sólo a la
primera parte, con lo que esta confesión, según Mateo, sería un resumen o
síntesis de la fe de la primera comunidad cristiana en Jesús. Decir que Jesús
es "el Hijo" significa reconocer su relación filial única con el
Padre, que le ha confiado su misión, también única, de ser la respuesta plena a
todas las esperanzas de los hombres, ser el Salvador del mundo.
La respuesta de Pedro sólo la puede dar de verdad un
creyente en Jesús, un hombre que ha tenido la experiencia de no bastarse a sí
mismo, que sabe que sus criterios son siempre relativos y parciales, que es
consciente de no poseer la verdad y que busca la salvación -la respuesta a sus
profundas inquietudes-. Pedro reconoce con sus palabras que Jesús es el cumplimiento
de todas las esperanzas humanas, de todas las promesas del Antiguo Testamento.
Ha hablado en nombre de todos los discípulos y de todos los que en lo sucesivo
quisiéramos ser seguidores del "Hijo del hombre".
Jesús no es uno más; es el último y mayor enviado del Padre.
Ya no vendrá nadie que lo supere. Su palabra y su vida transparentan al mismo
Dios. Es la gran señal que Dios pone en el mundo para decirnos que la única
forma de ser hombre verdadero es imitando al Hijo, que seremos hombres en la medida
en que vivamos como él, porque su vida es la realización de las aspiraciones
más profundas y auténticas del hombre. Jesús nos conduce a la vida plena, nos
muestra por dónde hay que ir para que nuestra vida merezca la pena, para que
realicemos las esperanzas de vida que los hombres llevamos dentro.
¿Qué entendía Pedro cuando decía que Jesús era el Mesías? En
el capítulo siguiente veremos que no daba a este título el mismo sentido que
Jesús, que no había superado las tentaciones del desierto.
Ser cristiano es dar la respuesta que dio Pedro, es creer
que Jesús es la respuesta a la pregunta más honda que hay en el hombre, la
respuesta a la gran esperanza en la posibilidad de un reino universal de
fraternidad, de vida, de amor, de justicia, de bien, de verdad... Porque sólo
seremos hombres cuando lo sean también todos los demás. Lo mismo libres,
justos, verdaderos, fraternales... El camino que él vivió es el único para
lograrlo. Lo veremos detenidamente en el apartado siguiente, al explicarnos las
condiciones del seguimiento.
"Tú eres Pedro": La respuesta de Jesús a la
profesión de fe de Pedro solamente la tenemos en el texto de Mateo. Aunque
Pedro ha hablado en nombre de los discípulos, Jesús ahora le dirige la palabra
sólo a él. Le llama "dichoso" por las palabras que acaba de
pronunciar. "Eso te lo ha revelado mi Padre que está en el cielo". El
que ha realizado esa profesión de fe, el que ha reconocido públicamente que
Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, ha sido precisamente Pedro, el apóstol
que pocas jornadas antes se hundía en el agua y al que Jesús le había echado en
cara su "poca fe" (Mt 14,31). Eso nos indica que el reconocimiento de
Jesús como Mesías no es producto, ni en Pedro, ni en nosotros, ni en nadie, de
las propias capacidades de discernimiento. A esta profesión de fe cristiana no
es posible llegar a través de la lógica y raciocinio humanos. Se hace posible
únicamente gracias a la revelación del Padre. Y es frecuente que el mismo que
recibe esa revelación no entienda todo el alcance de sus propias palabras, como
es el caso de Pedro, que ha buscado las palabras más fuertes de su vocabulario
para definir aquello que estaba por encima de todas sus ideas.
Pedro pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de
los sabios y entendidos (Mt 11,25), y ha podido recibir esta revelación. Aunque
su fe es pequeña, está en el camino que lleva a su plenitud. El que anda por
este camino es dichoso porque alcanzará el pleno conocimiento y la verdadera
sabiduría: el misterio del reino de Dios, el sentido profundo de las obras de
Jesús.
"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
iglesia". Según la mentalidad antigua en Oriente, el nombre de una persona
no era algo convencional para distinguir a unos de otros, como sucede entre
nosotros. Para ellos el nombre expresaba la naturaleza íntima de esa persona,
de forma que conocer el nombre de un individuo significaba conocer su esencia
profunda y ejercer una especie de dominio sobre esa persona. Por eso, imponer
un nombre significa, en esa mentalidad, el conocimiento de una persona, de un
animal, de una cosa; y un poder que se ejerce sobre esa persona, animal o cosa.
Es el sentido que tiene en la Biblia la imposición de nombres a todos los
animales por Adán (Gén 2,20), o el cambio de nombres, hecho por Dios, de Abrán
y de Saray por los de Abrahán y Sara (Gén 17,5.15): expresa la doble realidad
de conocimiento y de dominio.
Cuando Dios cambia el nombre a una persona, significa que
esta persona se encuentra en una encrucijada de su existencia, que está frente
a una vocación nueva, una misión especial. Este sentido tiene el cambio de
nombre en el elegido papa y el cambio en algunas órdenes religiosas. El nombre
nuevo es portador de una fuerza que ayuda a la persona que lo recibe a no
defraudar las esperanzas que Dios tiene sobre ella.
"Tú eres Pedro". Jesús le cambia el nombre para
encargarle una misión única en la iglesia. La promesa se la hace en un juego de
palabras perceptible claramente en la lengua aramea, hablada por Jesús: Pedro
significa piedra. Será la "piedra" sobre la que se construirá el
nuevo pueblo de Dios, representado por los doce apóstoles, de la misma forma
que el antiguo estaba formado por doce tribus.
Jesús, a la vez que se reconoce como Mesías, dice a Pedro
que va a edificar su comunidad mesiánica sobre esa "piedra", ya que
no puede entenderse un Mesías sin comunidad mesiánica: ¿quién continuaría el
camino de transformación de la sociedad? Pedro en la primera comunidad y el
papa, como sucesor suyo a través de las generaciones, son los encargados de
animar la fe de los hermanos, de confirmar su fidelidad en las dificultades, de
ser el "pastor" de todos, en nombre de Cristo, como signos visibles
suyos. Al presentar a la iglesia bajo la imagen de una construcción, es lógico
hablar de cimiento o fundamento que consolide y haga posible esa construcción.
Pero tengamos en cuenta que estamos hablando de fundamento o cimiento visible;
el invisible y único es siempre Cristo. Pedro y el papa visibilizan ese
verdadero fundamento, al que deben hacer siempre referencia, del que deben ser
testigos en todo momento; testigos transparentes por su fidelidad. Papa o
primado no significa el que domina o el señor. El único Señor es Jesús.
Significa el servidor, el animador de la comunidad.
Obra de Jesús, la iglesia es una comunidad de creyentes que
confiesan a Jesús como Mesías, como "el Hijo de Dios vivo", confesión
que la obliga a vivir de acuerdo con ella. La comunidad cristiana no es del
papa, sino de Jesús. Pero es el papa el que más urgentemente ha recibido la misión
de animar, discernir, unir, confirmar en la fe a sus hermanos, en comunión con
todo el episcopado. Y son el papa y los obispos los que tienen más peligro de
desviar hacia sí mismos el objetivo de sus actividades, como les sucedió a los
dirigentes religiosos de Israel.
Apoyada en Pedro, la comunidad de Jesús podrá resistir todos
los embates de las fuerzas enemigas, simbolizadas en la frase: "El poder
del infierno no la derrotará". Mientras se mantenga fiel a Jesús, el poder
del mal y de la muerte no podrá nada contra la comunidad mesiánica reunida por
Jesús.
Jesús promete a su iglesia una duración indefinida: hasta la
parusía del Señor. Así como la muerte -último enemigo que será derrotado- ya no
tiene dominio sobre él (Rom 6,9), tampoco lo tendrá sobre su comunidad. Porque
la muerte es una consecuencia del pecado (Rom 5,12), vencido ya por Jesús, y
que iremos venciendo sus seguidores según seamos fieles a su camino. Viviendo
como Jesús vivió, siguiendo su camino humano, la vida del hombre desemboca en la
vida para siempre.
Son unas palabras victoriosas de Jesús. No para hacer de
ellas ostentación de triunfalismo, pero sí para tener una confianza ilimitada
en Dios. Jesús define la función de Pedro con
tres metáforas: la piedra, las llaves y atar y desatar. Vimos la primera.
Jesús da a Pedro "las llaves del reino de los
cielos" con poder de "atar y desatar" (abrir y cerrara), con lo
que le confía una autoridad verdadera y plena: todo lo que ate o desate en la
tierra será atado o desatado por Dios. Esta autoridad se manifestará
principalmente en el perdón de los pecados y en la admisión o exclusión de la
comunidad; sin que podamos darle la interpretación de poder excluir de la
salvación a una persona por el hecho de no admitirla o separarla de la iglesia.
Permanece oculto quien pertenece al número de los predestinados para el reino
consumado de Dios. Se deja en manos de Pedro y de sus sucesores quien pertenece
ahora a la comunidad de salvación que se prepara para ese reino. Comunidad que
debe posibilitar la oportunidad de encontrar esa salvación para todos los
hombres. ¿Qué son las llaves del reino de los cielos? Jesús ha ideado la
iglesia como una edificación, una casa. Las llaves simbolizan la autoridad
sobre esa casa.
El auténtico poseedor de las llaves es Jesús: él es el que
abre y nadie puede cerrar, cierra y nadie puede abrir (Ap 3,7). Se las deja a
Pedro como fundamento visible de su casa de piedras vivas (Iglesia).
Atar y desatar tiene el sentido de permitir y prohibir, de
separar y perdonar. Lo que él ate o desate quedará convalidado por Jesús. Atar
y desatar, según los rabinos, quiere decir que algunos tienen poder de declarar
verdadera o falsa una doctrina y de excluir a alguien de la comunidad de Israel
(de excomulgar) o de acogerlo en la misma. Es la autoridad que Jesús confía
aquí a Pedro hasta su vuelta al final de los tiempos. Estas mismas palabras las
repetirá Jesús más adelante, pero referidas al conjunto de los apóstoles (Mt
18,18).
Mesías del dolor y del rechazo: "Les mandó a los
discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías". En esta orden de
guardar silencio sobre su mesianismo quiso decirles: Sí, soy el Mesías, pero no
el que Uds. pretenden; jamás enseñaran
ese Mesías que piensan. El Cristo que deben de anunciar siempre es el que Jesús
mismo les va a revelar, un Cristo que aún no están preparados para comunicar,
porque no creen en él. Un Mesías con dos características: el dolor y el
rechazo. No sólo sufrirá mucho, sino que sentirá en carne propia la incomprensión
de los suyos y la radical oposición de los altos dirigentes religiosos de la
nación.
Jesús no podía permitir que se hablase de él como Mesías de
una forma equívoca. Y para evitar toda tergiversación, prefiere esperar a la
cruz. Será desde ella cuando los discípulos comprenderán que Jesús no era un
mesías triunfador y político, un guerrero en lucha contra los romanos para
liberar a Israel, sino un Mesías en la línea profética más genuina: la del
Siervo de Dios (Is 52,13 - 53,12).
Si Jesús hubiera permitido que la gente manifestara su
entusiasmo, que los apóstoles divulgasen su falso descubrimiento, habría
acabado en el triunfo, pero lejos de la voluntad del Padre.
Son las tentaciones del desierto surgiendo constantemente a
su alrededor. Ya tendrán tiempo de proclamarlo Mesías después de su muerte y
resurrección, cuando no exista peligro de una comprensión errónea. ¿Cuándo no
existirá ese peligro? Cuando alguien nos pregunte: ¿Quién es Jesús para ti?,
ojalá podamos responder como llegó a responder Pedro al final de su vida -no es
este texto- y como han respondido tantos y tantos cristianos que se lo han
jugado todo por seguirlo: Jesús está siendo la respuesta a todas mis preguntas,
el ideal de todos mis anhelos, la plenitud de todas mis esperanzas, el camino
que conduce a la verdadera humanidad, el
Mesías de Dios (Jn 14,6).