sábado, 20 de diciembre de 2014

DOMINGO IV DE ADVIENTO - B (21 de diciembre del 2014)



DOMINGO IV DE ADVIENTO – B (21 de diciembre del 2014)

Proclamación del Santo Evangelio, según san Lucas 1,26-38).

En aquel tiempo, al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la Virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se asustó por estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue”. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor que viene a salvarnos, Paz y Bien.

En las vísperas de la fiesta más grande de la humanidad como es la Navidad, que es la fiesta del encuentro entre Dios y la humanidad; Dios se humanizó en el Hijo. Quiero recordar el mensaje del domingo anterior, el domingo de gaudete: Juan Bautista dijo “Yo no soy el Mesías” (Jn 1,20), “Yo soy testigo de la luz” (Jn 1,8). En este domingo cuarto de adviento el mensaje está centrado propiamente en el misterio de la encarnación del Hijo de Dios (Lc 1,26-38).

En el inicio resalto la primera palabra del Ángel que dice a María: “Alégrate” ¿Por qué María tiene que alegrarse? Porque está colmada de gracia o favor de Dios, o sea el mismo Señor esta con María (Lc 1,28). María da una respuesta a Dios pero después de un proceso de discernimiento cuando exclama: “Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava” (Lc 1,47-28). Y el mismo Señor nos advierte a la alegría: “Estén alegres y muy contentos, porque su recompensa será  grande en el reino de los cielos” (Mt 5,12). Y propio San Pablo nos invita a la alegría: “Alégrense siempre en el Señor. Se los repito, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca” (Flp 4,4-5). O aquella otra exhortación la alegría: “Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús” (I Tes 5,16-18). Y es que el estar con Dios es alegría y gozo, no hay motivo por estar tristes y saben ¿por qué? Porque:

“Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales,  ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,31.39).

Además de la alegría que primera parte del tema de la anunciación  resaltamos tres anuncios por parte del ángel Gabriel: 1) el saludo, 2) el anuncio del hijo de David, y 3) el anuncio del Hijo de Dios. Todo el mensaje se apoya en un único signo: la fecundidad (biológicamente imposible) de la anciana Isabel. Pero además de estos tres elementos, en el relato de la anunciación no perder de vista las tres reacciones por parte de María: 1) una emoción, una reacción de “temor” (ante el saludo), 2) una pregunta, y 3) un acto de obediencia de una generosa donación o entrega.

1) El saludo: El ángel entrando en su presencia: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (L 1,28). Lo primero que destaca el relato es que la vocación de María se apoya en el querer y la voluntad de Dios. En cada una de las tres palabras del saludo del Ángel  “Alégrate”, “llena de gracia”, “el Señor está contigo” hallamos un contenido profundo en el que se delinea lo que Dios hace en ella (Lc 1,28):

1.1 “¡Alégrate!” El Ángel le anticipa a María que el anuncio será para ella motivo de inmensa alegría, que la palabra del Señor va a tocar lo más íntimo de su ser y que su reacción al final no podrá ser otra que la exultación. Es de notar que la alegría de María no es inmediata sino que comienza, a partir de ahora, un camino interior que culmina en el canto feliz del “Magníficat”: “mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (Lc 1,47). Se podría decir que la alegría caracteriza una auténtica vocación.

1.2 La plenitud de la gracia divina: “¡Llena eres de gracia!” Este es el motivo de la alegría, Dios le hace conocer la inmensidad de su amor predilecto por ella, ¿cómo ha puesto Dios sus ojos en María?, colmándola de su favor y de su complacencia. Su amor es definitivo e irrevocable. Esta afirmación es tan importante que el Ángel se la va a repetir: “No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios” (Lc 1,30) y ¿en qué consiste esa gracia?: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús” Lc 1,31). Es decir, la confianza que se necesita para poder responderle al Señor cuando nos llama viene de la certeza de su amor.

1.3 La ayuda fiel de Dios: “¡El Señor está contigo!” (Lc 1,28). Porque Dios ama entrañablemente a María se pone a su lado y se compromete a ayudarla de manera concreta en su misión. Dios le hizo esta promesa también a los principales personajes del A.T: Jacob, Moisés, Josué, Gedeón, David, Jeremías...
Lo que se anuncia en (Lc 1,28) se complementa con: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”  (Lc 1,35), aquí se dice cómo es que Dios ayudará a María. Con su potencia vivificante, creadora, Dios hace capaz a María de colocarse al servicio de la existencia de Jesús. La acción del Espíritu nos remite a Génesis 1,1: “El espíritu de Dios revoloteaba sobre la faz de la tierra” Por lo tanto María es el lugar donde se posa el Espíritu de Dios y se cumple la acción poderosa del Dios creador. Jesús es el nuevo comienzo, en quien se ofrecerá esta vida plena que viene de Dios y se realiza en Dios. Con esta promesa María es interpelada: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37), que traducimos literalmente y un signo de ello es lo que ha hecho en Isabel, la mujer que no podía dar vida. Todo el anuncio del Ángel se apoya en este signo de fecundidad de la mujer anciana. Lo mismo hará Dios con una virgen.

2. La misión concreta de María con la persona del Mesías: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús…” (Lc 1,30-33)

María es llamada para colocarse completamente al servicio de Jesús dándole existencia humana a partir de su capacidad natural de mujer: “Vas a concebir y dar a luz un hijo” (Lc 1,31). Pero su misión no se limita sólo dar a luz, Dios le pide también que le dé un “nombre” al niño, “y le pondrás por nombre Jesús”. En esta frase Dios le está solicitando que se ocupe de su desarrollo plenamente humano del Hijo de Dios, que lo cuide y eduque. Así, el servicio de María implica entrega total en el don de todo su ser, de todo su tiempo, de su feminidad, de sus intereses, de todas sus capacidades, de su proyecto de vida al servicio de Dios.

3. La operación creadora del Espíritu Santo en el vientre de María: se engendra al Hijo de Dios (Lc 1,34-35). Cuando María le pregunta al Ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1,34), el Ángel le responde con el anuncio de la acción del Espíritu Santo que fecunda su vientre virginal (Lc 1,35).

3.1 “El Espíritu Santo sobrevendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35a).
El profeta Isaías había anunciado que el Espíritu Santo debía “reposar” de manera especial sobre el Mesías (Is 11,1-6). La frase nos recuerda la acción creadora de Dios en (Gn 1,1-2): el Espíritu de Dios genera vida. El Señor decía: “La semilla en tierra, por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha"(Mc 4,28-29).

2.2 “El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35b). En esta frase tan importante tenemos el mensaje de la novedad de la virginidad fecunda. La acción eficaz de Dios pone a María  “bajo su sombra”.  Esta frase  nos remite a  Éxodo 40,35, en el que aparece la imagen bíblica de la “shekiná”, que es la gloria de Dios que desciende para habitar en medio de su pueblo en la “Tienda del Encuentro” o “Tienda de las citas divinas”.  Se trata de una imagen muy significativa: la nube que “cubre” la Tienda del Encuentro significaba la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pues bien, ahora el seno de María “cubierto por la sombra” es el lugar de la presencia divina. Retomando lo esencial de estas dos expresiones puestas juntas, “el Espíritu vendrá sobre ti” y “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”, podemos decir que la acción del Espíritu en María es la expresión concreta:
a) del auxilio de Dios en la misión que debe cumplir: ser madre del Salvador,
b) del poder de Dios creador,
c) del tipo de relación que Dios quiere establecer con ella y con la humanidad: una cercanía casi total, un abrazo amoroso que le da plenitud a su existencia al sumergirla en su propia gloria.

2.3 “Por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35c).
En la Biblia, la santidad es el atributo esencial de Dios. En la visión de Isaías, lo serafines cantaban: “Santo, Santo, Santo, el Señor, Dios del universo” (Is. 6,3). La santidad hará de Jesús un “Hijo de Dios” diferente de los reyes de Israel quienes se consideraban “hijos adoptivos de Dios” cuando ascendían al trono. El niño que va a nacer tendrá un punto en común con los reyes de Israel: será rey. Pero también una gran diferencia: “reinará para siempre sobre la casa de Jacob”. Curiosamente su reinado se ejercerá en la pobreza, en la humildad y en la misericordia. Jesús es quien está revestido de la santidad del Padre, así lo dispuso Dios: “Yo soy Yahveh, el Dios que os ha subido de la tierra de Egipto, para ser vuestro Dios. Sed, pues, santos porque yo soy santo” (Lev 11,45).

2.4. Ante la duda de María: El ángel acude y pone a su Prima Isabel como garante (1,36-37)
El Ángel le da a María esta garantía: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque nada es imposible para Dios”(Lc 1,36-37). En este punto se cruzan las dos escenas de anunciación, la que recibió Zacarías y la que recibió María: se anuncian nacimientos en circunstancias prácticamente imposibles. Una pareja estéril y una pareja que no ha tenido relaciones conyugales no pueden dar vida. Por tanto: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26) El Ángel, citando las palabras de Dios a Abraham en Mambré que le dijo cuando Sara se rió ante el increíble anuncio del nacimiento de Isaac (Gn 18,14). El anciano Zacarías dudó y pidió un signo. Dios le concedió uno, quizás no el que esperaba: se quedó mudo. El Ángel lo reprendió ante su falta de fe (Lc 1,20). María, por el contrario no tiene dudas, ella no pide un signo, simplemente una aclaración (Lc 1,34). Con todo, sin que se haya pedido, María es remitida al signo del vientre fecundo de la estéril.

2.5. María acepta la anunciación. “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38). Todo lo que el Espíritu hace en María está en función de Jesús: el Mesías entra en la historia humana por medio de la acción del Espíritu creador de Dios en María.  De esta manera el relato de la vocación de María ilumina nuestra comprensión del misterio del Hijo que toma carne en la naturaleza humana. Dios se ha humanizado en las entrañas la Virgen María. Todo se hace posible gracias al “sí” de María: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,28). Entonces María entra en el proyecto de Dios. Con sus mismas palabras se da el título más bello del Evangelio: “servidora”. Jesús en la última cena se hará llamar de la misma manera: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc 22,27). Al ponerse al servicio de Dios, con entrega total como la de una esclava, María se convierte en modelo de los discípulos y en modelo de toda la Iglesia. Acogerá al Señor en su seno, pero no se lo guardará para ella: primero lo llevará hasta la casa de Zacarías e Isabel, donde María recibirá la confirmación por boca de su prima Isabel quien exclama ante el saludo de María: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Dichosa tú por haber creído porque se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor" (Lc 1,43-45). Y la virgen ahora si explota de gozo al decir: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz” (Lc 1,46-48).