DOMINGO XXXIV – C (20 de Noviembre del 2016)
Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 23,35-43:
En aquel tiempo, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus
jefes, burlándose decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si
es el Mesías de Dios, el Elegido! También los soldados se burlaban de él y,
acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: "Si eres el rey de los
judíos, ¡sálvate a ti mismo!" Sobre su cabeza había una inscripción: "Este
es el rey de los judíos".
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
"¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro lo increpaba, diciéndole:
"¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la
sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada
malo". Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu
Reino". Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el
Paraíso" PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
El evangelio de hoy tiene dos partes: 1) Las burlas contra Jesús
(Lc 23,35-38); 2) El buen ladrón (Lc 23.39-43).
1) “El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes,
burlándose, decían: Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el
Mesías de Dios, el Elegido" (Lc 23,35). El episodio aluda al cantico en
que dice: “Yo soy un gusano, no un hombre; la gente me escarnece y el pueblo me
desprecia; los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza,
diciendo: Confió en el Señor, que él lo libre; que lo salve, si tanto lo quiere".
(Slm 22,7-9). En el evangelio de Juan es diverso al relato de los sinópticos: Pilato
preguntó a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le respondió: ¿Dices
esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?... Dijo Jesús: Mi realeza no
es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi
servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi
realeza no es de aquí". Pilato le dijo: ¿Entonces tú eres rey? Jesús
respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz"
(Jn 18,33).
Llegamos al último domingo de este tiempo litúrgico ciclo C con la solemnidad de Jesucristo rey del Universo y para sorpresa nuestra, Dios
arranca de los labios de los mismos verdugos del Hijo esta contundente
afirmación: "Sobre su cabeza había una inscripción: Este es el rey de los judíos" (Lc 23,38); “¿Tu eres el Rey de los judíos?” (Jn 18,37). Sin duda, estas cosas
solo puede hacer Dios, saber sacar una revelación de verdad “aun en son de
burla para los hombres”, pero Dios sabe sacar una revelación de tales verdades
hasta de una piedra: “También los soldados se burlaban de él y, acercándose para
ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti
mismo!» (Lc 23,36-37).
Si ser proclamado rey significa ser enaltecido y elevado, es
claro que la “elevación” de Jesús es de un género completamente distinto. En el
evangelio de Juan se habla de “elevación” y “glorificación” para referirse a la
cruz (Jn 3,14). En Lucas no se habla, pero se “ve” lo mismo. Si la exaltación
significa ponerse por encima de los demás, en Jesús significa, al contrario,
abajarse, humillarse, tomar la condición de esclavo (Flp 2, 7-8). Aquí
entendemos plenamente las palabras de los israelitas a David cuando le proponen
que sea su rey: “somos de tu carne”. Jesús no es un rey que se pone por encima,
sino que se hace igual, asume nuestra misma carne y sangre, nuestra fragilidad
y vulnerabilidad. Por eso mismo, lejos de imponerse y someter a los demás con
fuerza y poder, él mismo se somete, se ofrece, se entrega. Y ahora podemos
comprender un nuevo rasgo original y exclusivo de la realeza de Cristo: pese a
ser el único rey por derecho propio, es, al mismo tiempo, el más democrático,
porque Jesús es rey sólo para aquellos que lo quieren aceptar como tal.
Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he
nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la
verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37). Porque “Yo soy la verdad” (Jn 14.6) Y
además Jesús recomienda: "Si permanecen fieles a mi palabra, serán
verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres"
(Jn 8,31-32).
2) El buen ladrón le dijo: "Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas a establecer tu Reino". Él le respondió: "Yo te aseguro
que hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,42-43). Es la segunda
palabra que Jesús pronuncia en el suplicio de la Cruz.
Por el sacramento del bautismo recibimos los títulos de:
“Sacerdote, profeta y rey” porque nos configuramos con Cristo Sacerdote,
Profeta y Rey. Así pues, al ser configurados con Cristo Jesús reinaremos con
Jesús en razón del ejercicio de nuestro sacerdocio en Cristo.
Como ejercer nuestro bautismo? Recordemos la misión que
Jesús nos dejó como tarea: “Vayan, en busca de las ovejas perdidas del pueblo
de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.
Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos,
expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también
gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para
el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece
su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna
persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al
entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo
merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva
a ustedes. Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa
casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en
el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa
ciudad. Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos
como serpientes y sencillos como palomas. Cuídense de los hombres, porque los
entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas. A causa de mí,
serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos
y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o
qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque
no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en
ustedes” (Mt 10,5-20).