martes, 18 de junio de 2024

DOMINGO XII – B (23 de Junio de 2024)

 DOMINGO XII – B (23 de Junio de 2024)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos: 4,35-41

4:35 Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".

4:36 Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

4:37 Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.

4:38 Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.

4:39 Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?" Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!" El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.

4:40 Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?"

4:41 Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?" PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

Jesús dijo a sus discípulos: "¿Por qué tienen miedo hombres de poca fe?" (Mc 4,40). Pedro grito: “Señor, sálvame" (Mt 14,30). Jesús dijo a la mujer cananea: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!" (Mt 15,28).Jesús dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe como el centurión” (Mt 8,10). Como es de ver, el tema de hoy es el de la fe.

Jesús les dijo a sus discípulos: "Crucemos a la otra orilla" (Mc 4,35). Dijo también: “La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día" Jn 6,39-40). Entre esta orilla (vida presente y terrena) y la otra orilla (vida eterna) estamos embarcados en la nave de la vida. Y en esta travesía estamos acompañados por Dios. Dos cosas nos resalta el evangelio: O Tenemos una fe despierta o una fe dormida: “Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo hombre de poca fe?” (Mc 4,39-40).

Jesús les dijo también: “Sin mi nada pueden hacer” (Jn 15,5). Una noche los discípulos están en alta mar: “Jesús caminado sobre el agua se cerca a la barca y los apóstoles se asuntan, pero Jesús les dijo: Tranquilícense, soy yo; no teman. Entonces Pedro le respondió: Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua.  Ven, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: Señor, sálvame. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó” (Mt 14,27-32). La gran tentación nuestra es sentirnos igual a Dios, caminar también sobre el agua.

a) Tener fe dormida: “Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal” (Mc 4,28). En otro episodio leemos: Dijo Jesús a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu es fuerte, pero la carne es débil" (Mc 14,37-38). Además el apóstol San Pedro nos dice: “Sean sobrios y estén siempre despiertos, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe” (IPe 5,8-9).

Está claro que si no tenemos una fe despierta o viva y por ende Jesús está dormido, tendremos siempre un viento en contra en la vida y los problemas nos ahogaran. Andamos por esta vida como en barcas que a veces van navegando bien, sin mayor problema aparentemente, cuando vamos por aguas tranquilas.  Sin embargo, los problemas se presentan cuando la navegación se hace difícil, por las tempestades y tormentas propias de la vida de cada uno. Y es cuando nos damos cuenta que teníamos una vida sin Jesús, un fe dormida o inerte.

“Al atardecer de ese mismo día, Jesús les dijo: Crucemos a la otra orilla" (Mc 4,35). Jesús ha venido a encaminarnos hacia la otra orilla, la vida eterna. En esta travesía de esta orilla hacia la otra, tendremos muchas dificultades. Y en esos momentos de navegación difícil comenzamos a flaquear y a temer.  Nos pasa lo mismo que sucedió a los Apóstoles en el Evangelio de hoy, el cual nos narra el conocido pasaje de la tormenta en medio de la travesía de una orilla a otra del lago:  “se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua” (Mc. 4, 35-41). Sucede que Jesús iba con ellos en la barca.  Pero  ¿qué hacía el Señor? ...  “Dormía en la popa, reclinado sobre un cojín”. Fue tan fuerte la borrasca y tanto se asustaron, que lo despertaron, diciéndole: “Maestro:  ¿no te importa que nos hundamos?”. En efecto, cuando estamos navegando bien, aparentemente sin problemas, sin tempestades, tal vez ni nos acordamos de Dios pero con una fe casi inerte.  Pero cuando la travesía se hace difícil y vienen las olas turbulentas, pensamos que Jesús está dormido y que no le importa la situación por la que estamos pasando.  Tal vez hasta lo culpemos de lo que nos sucede y hasta le reclamemos indebida e injustamente.  A los Apóstoles los reprendió por eso.  Podría reprendernos también a nosotros.

b) ¿Cómo tener fe despierta?: “Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo hombre de poca fe?” (Mc 4,39-40).  En este pasaje Cristo muestra a los Apóstoles el poder de su divinidad.  Con una simple orden divina, el viento calla, la tempestad cesa y sobreviene la calma. Pero sucede que ahora, salvados de la tormenta que amenazaba con hundirlos, surge en ellos un nuevo temor.  “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”(Mc 4,41)  Se quedan atónitos del poder del Maestro.  Ya ellos habían sido testigos de unos cuantos milagros de Jesús.  Quizá hasta el momento habían pensado que era un gran Profeta o simplemente alguien muy especial.  Pero de allí a ver a la naturaleza embravecida obedecerle así... Y ese Jesús, que ha mostrado un poder que sólo Dios tiene, les dirige unas preguntas que tienen sabor de reclamo: “¿Aún no tiene fe?  ¿Por qué tenían tanto miedo?”(Mc 4,40).   Es como si les dijera: ¿No les ha bastado ver los signos que he hecho ante ustedes?  ¿No se dan cuenta aún de Quién soy?  Sólo Dios puede dar órdenes al viento, a las olas y a las tempestades.  Por eso quedan con temor, atónitos, de ver el poder divino actuando delante de ellos y, además, reclamándoles su falta de fe.

La barca: Aunque el episodio tiene un claro sentido cristológico y se centra en la pregunta: "¿Quién es éste?", no es menos verdad que tradicionalmente se ha hecho de esta narración una lectura eclesiológica. Ya desde Tertuliano, la barca se entiende como imagen de la iglesia en la que Jesús debe acompañar a sus discípulos: “Sin mi nada podrán hacer” ( Jn 15,5).  

La comparación es muy gráfica y puede dar pie a numerosos paralelismos. Una cosa, sin embargo, es clara: solamente quienes tengan conciencia de pertenecer a la Iglesia (es decir, se sientan "embarcados"), podrán vivenciar y comprender la presencia de Jesús entre los suyos (Jn 3,5). Sólo formando parte de la comunidad, se puede tener experiencia de las dificultades de ésta y del sentido fortalecedor de la presencia del Maestro. Desde fuera no es posible comprenderlo.

-El mar: Para el pensamiento bíblico, el mar tiene el significado de guarida de las fuerzas del mal. La Iglesia navega en un entorno que no le es favorable y amenaza, a veces, con engullirla. En el mejor de los casos, como todo movimiento, ha de vencer resistencias y dificultades si quiere avanzar. Para eso es necesario orar: “Señor enséñanos a orar” (Lc 11,1);  auméntanos la fe” ( Lc 17,5). Y no oramos en el camino hacia la otra orilla y no tenemos fe podemos naufragar.

-Navegar: La finalidad de una barca es navegar. Esta comparación resalta el carácter dinámico y viajero de la iglesia. Se ha de mover hacia su puerto de destino. Si permanece demasiado tiempo anclada, correrá mayor peligro de que se pudra su casco.

Aun siendo deseable, no le vamos a pedir que su trayectoria sea una rígida línea recta, pero sí es absolutamente necesario que mantenga su rumbo por medio de las oportunas correcciones o golpes de timón. Si ello se logra sin cambios pendulares, mejor que mejor.

-El motor y la fuerza: El Espíritu de Jesús ha de ser el viento que sople las velas de esta nave de la Iglesia (Jn 20,21). Movidos por otras energías, no será fácil llegar al destino. Las corrientes de agua podrán ser aprovechadas para una mayor velocidad y suavidad mientras sigan la dirección del rumbo deseado. No han sido pocos los acercamientos a Jesús que le han venido a la Iglesia por medio de las corrientes sociales de una época determinada.

-Las dificultades: La Iglesia, en cuanto formada por hombres, no está exenta de las dificultades que afectan a cualquier sociedad humana. Unas provienen del entorno, pero otras surgen en el interior mismo de la comunidad. Aun huyendo de todo masoquismo o victimismo enfermizo, la historia de la Iglesia muestra que las dificultades externas suelen tener un efecto purificador. La realidad es que las dificultades, aun no siendo gigantescas, sí que son persistentes, fuertes y multiformes como las pequeñas olas del mar de Tiberíades.

-La tripulación: La Iglesia no es una sociedad de perfectos y hay que contar con los problemas surgidos de aquellos que forman parte de ella. El cansancio, el mareo, la pérdida del equilibrio en los golpes de timón, el nerviosismo y el miedo se hacen presentes. El mar siempre parece el mismo y da la impresión de que no avanzamos. ¿Qué hemos conseguido después de tanto esfuerzo? Más que el esfuerzo realizado, es la desilusión la que hace sentir el cansancio. Los cambios, hasta los mínimos, nos hacen perder la seguridad que da lo sabido de antemano. En el barco o en el avión, la impresión de inseguridad es mayor que en tierra firme.

El miedo puede hacer su aparición. Y el miedo (Mt 17,7), como causa y como signo, puede ser lo más peligroso. La falta de fe ilusionada, la sensación de estar perdidos o simplemente el negarnos a utilizar nuestra libertad pueden hacer que la travesía sea poco feliz. La barca no naufragará, pero ante unos rostros tan serios, pocos se animarán a subir a ella.

-El puerto de destino: Al igual que la barca de Pedro, la función de la iglesia consiste en llevar la palabra de Jesús a "tierra de paganos". Así era vista por los judíos de la Decápolis, meta de la travesía. La proporción de esfuerzos evangelizadores y solidarios debe ser mucho más alta que los destinados a conservar la institución. No es una barca refugio, sino una barca misionera.

-La presencia de Jesús: La importancia de la presencia de Jesús es que constituye la fuerza, la seguridad y la esencia de este navegar. El no es un amuleto que evite las incidencias molestas del viaje, ni siquiera cuando, como diría el salmista, "los enemigos se rían de nuestro daño", pero sí que garantiza el éxito final. Nuestras presencias al lado de Jesús suelen ser "presencias-ausentes", como la de los apóstoles en Getsemaní. Las ausencias de Jesús son siempre "ausencias-presentes", como su sueño en la tormenta. ¡Señor, auméntanos la fe! (Lc 17,5).