sábado, 12 de noviembre de 2016

DOMINGO XXXIII - C (13 de Noviembre de 2016)


DOMINGO XXXIII - C (13 de Noviembre del 2016)

Proclamación del Santo Evangelio de San Lucas 21, 5 - 19:

En aquel tiempo dijo Jesús a algunos que ponderaban la belleza del  Templo, por la calidad de la piedra y los adornos: “Esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.” Le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?” Él dijo: “Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, no se aterren; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.”

Entonces les dijo: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. “Pero, antes de todo esto, les echarán mano y les perseguirán, entregándoles a las sinagogas y cárceles y llevándoles ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio. Hagan el propósito, de no preocuparse de cómo se defenderán, porque yo les daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios.

Serán entregados por sus padres, hermanos, parientes y amigos, y les matarán a algunos de Uds. y serán odiados por todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza. Con su perseverancia salvaran sus almas. PALABRA DELE SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos(as) en el Señor, Paz y Bien.

En este pasaje que es un discurso de orden escatológico distinguimos tres partes: 1) El anuncio de la destrucción del Templo (Lc 21,5-6); 2) No se dejen engañar sobre la llegada del fin el mundo (Lc 21,7-11); 3) El tiempo de persecución una valiosa oportunidad de dar testimonio (Lc 21,12-19).

El discurso de Jesús situado en el contexto de la escatológica, si meditamos bien, notaremos cómo poco a poco va colocando palabras positivas, como si fueran luces discretas en medio de la oscuridad, y esto es lo que en última instancia importa. Notemos esta constante: caminando a través de las crisis maduramos para la plena vida.

1)  "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido"(Lc 21,5-6). Es el anuncio de la destrucción del Templo. Este episodio es el complemento de lo anunciado: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado” (Jn 2,19-22). Tambien complemente la idea aquella cita: “Algunos escribas y fariseos le dijeron: Maestro, queremos que nos hagas ver un milagro. Él les respondió: Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás” (Mt 12,38-41).

Los elogios de la belleza del Templo de Jerusalén: “Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas…” (Lc 21,5). En principio es una cuestión de apreciación artística. La estética de los arquitectos y el buen gusto de los peregrinos que han dejado allí sus ofrendas votivas es motivo de admiración de residentes y visitantes. La magnificencia del Templo obedece al gusto su último reconstructor: el rey Herodes el Grande (40-4 aC). Herodes, de origen idumeo (un pueblo de comerciantes al sur de Palestina), quiso ganarse el favor de sus súbditos promoviendo esta construcción de dimensiones casi colosales. Se hizo en el mismo lugar donde el rey Salomón había construido el primer Templo y donde después del retorno del exilio se había hecho la primera reconstrucción por parte del movimiento de Esdras y Nehemías. El rey de las grandes edificaciones militares, de magníficos palacios y reconstructor de una ciudad entera (Cesarea Marítima), hizo una gran inversión en este Templo. En los días del ministerio de Jesús la construcción estaba bastante avanzada, si bien no terminada completamente. Los peregrinos no podían sino quedar boquiabiertos ante semejante edificación, la cual tenía lo mejor en materiales y decoración.

La profecía de Jesús: “Esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra, todo será destruida’” (Lc 21,6). Jesús les hace una réplica a los comentarios de la gente, anuncia un cambio de situación: “días vendrán” (el mismo lenguaje utilizado en Lc 5,35 y Lc 17,22 para señalar cambios radicales). Lo que la gente ahora “contempla” será destruido: los muros se vendrán al piso, “una piedra no quedará encima de otra”. En Lc 19,44, precisamente antes de entrar en la ciudad santa y de cara a ella, encontramos una profecía similar por parte de Jesús.

El mensaje de Jesús es que no hay que sentirse absolutamente seguro con el hecho de tener Templo (generalmente se espera que los bellos y grandes edificios duren mucho tiempo) porque un día será destruido. Hay un matiz en la frase que es digno de ser notado: el “llegarán días” se refiere a que el panorama del Templo destruido durará largo tiempo. Esto es importante para entender que el “fin” del que se va a hablar enseguida no es el día de la destrucción del Templo sino en ése período.

2)  Las señales del fin del mundo: Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El tiempo está cerca". No los sigan... Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo. (Lc 21,7-11). Este anuncio del fin del mundo se complemente bien con esta cita: “Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre. Todas las razas de la tierra se golpearán el pecho y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a sus ángeles para que, al sonido de la trompeta, congreguen a sus elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte” (Mt 24,29-31). Igual se afirma aquello que Jesús ya dijo (Mt 24,35): “Vi una nube blanca, sobre la cual estaba sentado alguien que parecía Hijo de hombre, con una corona de oro en la cabeza y una hoz afilada en la mano listo para la siega” (Ap 14,14).

En la mentalidad judía de estos tiempos se pensaba que el fin del Templo sería uno de los signos del fin del mundo, la pregunta sobre la llegada del fin de la historia pasa ahora a ocupar el centro de atención:

La gente plantea dos preguntas a Jesús: “Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?’” (Lc 21,7) Jesús es interpelado en calidad de “Maestro”. A él se le plantea la doble pregunta: 1) cuándo sucederá y 2) qué signo inequívoco dará el pronóstico. En la pregunta llama la atención el plural: “estas cosas”. Esto se debe a que la destrucción del Templo es uno de los eventos distintivos de los últimos días, pero no el único. Por eso el discurso va más allá del asunto del Templo y se explaya en la enumeración de signos apocalípticos que ya estaban en la mentalidad popular.  Sobre todo aquellos que tenían que ver con desgracias. Esto no es novedad: siempre que hay calamidades lo primero que se tiende a pensar es en el fin del mundo. Pero hay un punto importante que no podemos perder de vista si queremos entender el pensamiento lucano: que la suerte de Jerusalén está ligada a la del Templo, que es el signo de las relaciones de Alianza entre Dios y su pueblo. Su tragedia resulta de las vicisitudes comunes de la historia siendo, al mismo tiempo, emblemática de todas las crisis de la humanidad, en la cuales está siempre indicado el comportamiento del hombre para con Dios.

Cuando se viven tiempos difíciles es muy fácil ser “engañados” (literalmente “apartados” o “desviados”, (Ap 2,20; 12,9; 13,14), caer en manos de avivatos que se aprovechan de la situación. Estos charlatanes aprovecharán las calamidades para anunciar el fin del mundo y se ofrecerán como rescatadores de los que no quieran perecer en los eventos finales.

La realidad de la violencia: tres niveles progresivos de conflictividad (Lc 21,10-11): Si bien los discípulos no deben dejarse “desviar” (o engañar) por falsos profetas que aparecen en tiempos de desgracia ofreciendo una salvación que no pueden dar, tampoco deben escandalizarse ante la realidad del mal en el mundo. En medio de las guerras y de los desastres naturales se da una situación de muerte a la que hay que ponerle remedio, pero hay que tenerlo claro: no son vaticinio de parte de Dios de que ha llegado el fin inmediato del mundo. Siguiendo la lectura del pasaje notamos cómo se van describiendo eventos trágicos de menor a mayor escala planetaria, incluso cósmica. El mensaje es siempre el mismo: “El fin no es inmediato” (Lc 21,9).

Notemos cómo en orden se van describiendo tres niveles de conflictividad: 1) Conflictos locales en Palestina: “Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato” (Lc 21,9) Los discípulos escucharán hablar de guerras e insurrecciones (Stgo 3,16). Aquí parece estarse hablando de guerras civiles. Es posible que se esté pensando en la guerra judía (66-70 dC) que culminó en el 70 dC. También en esa época hubo falsas profecías y mala interpretación de los signos de los tiempos. Las guerras que aparecen en el discurso apocalíptico, son típicas de su lenguaje (Is 19,2; Ez 13,31; Dn 11,44; Ap 6,8). Los disturbios pueden llegar a hacer pensar que llegó el fin y llenar los corazones de miedo, pensando que no sobrevivirán.

Conflictos internacionales: “Entonces, les dijo: ‘Se levantará nación contra nación y reino contra reino’” (Lc 21,10). Los discípulos no deben aterrarse. Estos eventos están en el plan de Dios: deben suceder y así se realiza el plan de Dios (Dn 2,28). La idea de fondo sigue siendo la misma: esto no significa que ha llegado el fin.

Conflictos naturales en la tierra y en el cielo: signos cósmicos: Pasamos ahora a los desastres naturales y a los signos cósmicos: “‘Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales en el cielo’” (Lc 21,10-11). También la literatura apocalíptica acostumbra hablar de terremotos (Is 13,13; Ageo 2,6; Zc 14,14; Ap 6,12; 8,5) y de eventos climáticos que matan las cosechas y provocan la hambruna (Is 14,30; 8,21; Ap 18,8). Junto a los desastres en la tierra, se anuncia que se verán signos terribles en el cielo. Parece hacerse referencia a fenómenos inusuales que los astrónomos no consiguen explicar. Las convulsiones cósmicas también pertenecen a los típicos signos apocalípticos (Joel 2,30-31; Am 8,9; Ap 6,12-14).Todos son signos apocalípticos del fin pero no son el fin. La misma idea sigue martillando: “pero el fin no es inmediato” (Lc 21,9b).

3. El tiempo de persecución como valiosa oportunidad de testimonio: “Pero, antes de todo esto, les echarán mano y les perseguirán, entregándoles a las sinagogas y cárceles y llevándoles ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio. Hagan pues el propósito de no preparar la defensa, porque yo les daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios. Serán entregados por sus padres, hermanos, parientes y amigos, y les matarán a algunos de Uds. y serán odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza. Con su perseverancia salvaran sus almas” (Lc 21,12-19).

En el conflicto que se da en el tiempo entre el ministerio de Jesús y el retorno glorioso del Señor al fin de la historia, ahora se sitúan los discípulos: “Antes de todo esto…”. También por causa de la fe se sufre violencia. Jesús nos invita a ver bajo esta nueva perspectiva la era de los mártires. Del peligro de ser “engañados” o confundidos pensando que estamos ante el “fin”, el discurso pasa a un peligro mayor al que se expone el discípulo: el peligro de sucumbir ante la tentación de ceder en la fe. Los escenarios de la persecución que amenazan la fe y el testimonio de los discípulos son dos: 1) El arresto y el juicio en los tribunales (Lc 21,12-15). 2) La traición en la familia y el odio generalizado (Lc 21,16-19).

Jesús primero describe el escenario y luego enseña cómo reaccionar frente a él: “Pero, antes de todo esto, les echarán mano y les perseguirán, entregándoles a las sinagogas y cárceles y llevándoles ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto les sucederá para que den testimonio” (Lc 21,12-13). Lo primero que se aclara es que lo anunciado ocurrirá “antes de todo esto”. Es decir que hay una antesala: la violencia entre los hombres y los desastres del mundo comienzan primero en la violencia contra los discípulos por causa de su fe en Jesús.

La persecución (Lc. 11,49), la captura y la entrega a las autoridades –como es frecuente en los Hechos de los Apóstoles (Hch 8,3; 12,4; 21,11; 22,4; 27,1; 28,17)- es una ocasión propicia para dar el testimonio de Jesús: “Esto les sucederá para que den testimonio” (Lc. 21,13). Lo importante es que este es el tiempo del testimonio. Hay que aprender de los mártires. Los lugares a los cuales serán llevados los discípulos son las “sinagogas” –las cuales tenían eventualmente la función de corte judicial local- y las “cárceles” –una forma de castigo ampliamente conocida (Hch 8,3; 22,4)-. “Hagan el propósito de no preparar su defensa, porque yo les daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios” (Lc 21,14-15). Habiendo dicho que enfrentarán situaciones penosas ante los jueces, ahora Jesús instruye a los discípulos para que sigan un comportamiento consecuente con su fe. Los que sufren por su nombre, reciben coraje y sabiduría de la persona de Jesús. Entonces no hay que dejarse dominar por la ansiedad, ya que Jesús promete que él mismo (“yo”) dará tanto boca (capacidad de expresión: Ex 4,11.15; Ez 29,21) como sabiduría (Hch 6,10). Pero a ellos les corresponde “Decidir no preparar el discurso” (Lc12,11). Es interesante notar en esta línea cómo el nombre de Jesús está en lugar de la conocida mención al Espíritu Santo (Lc 12,12).

Fe y testimonio ante la traición en la familia y el odio generalizado: El asunto se pone todavía más cruel cuando la persecución procede de los seres queridos: “Serán entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros” (Lc 21,16). Este nuevo escenario se desborda en el rechazo generalizado que reciben los discípulos de Jesús: “Serán odiados de todos por causa de mi nombre” (Lc 21,17). La violencia es como un espiral que sube desde la familia y va contagiando los diversos estamentos de la vida social. Aquí se habla expresamente de una violencia que se sufre por causa de la fe: el motivo es la lealtad a Jesús. Ésta destapa otras falsas lealtades (Lc 6,22.27).

La enseñanza de Jesús sobre cómo reaccionar (Lc 21,18-19): Con todo lo cruel que pueda parecer y quizás hasta exagerado, Jesús está describiendo duras verdades. De ahí pasa a su exhortación final: un discípulo debe ser sólido en su fe y su testimonio, estos sucesos no pueden realmente debilitarlos. Es mostrando solidez como ellos alcanzarán la vida resucitada.

En un contexto de martirio estas son las palabras precisas que necesita oír el discípulo y apóstol de Jesús. Los conflictos parecerán grandes, horrorosa incluso la muerte de algunos hermanos, pero la comunidad de los discípulos no debe perder por esto su confianza en Jesús. El esfuerzo del discípulo: “Con su perseverancia salvaran sus almas” (Lc. 21,19). Jesús espera discípulos que perseveren en la fidelidad así como él lo hizo y de esa forma alcanzarán la plenitud de la vida. La carta de presentación de un discípulo de Jesús será entonces: “ Uds son los que han perseverado conmigo en mis pruebas” (Lc 22,28). Esto nos remite a otro pasaje lucano sobre el discipulado: es verdadero discípulo “oyente de la Palabra” es aquel que llega a  “dar fruto con perseverancia” (Lc 8,15). Dicha perseverancia es el resultado del cultivo de la semilla de la Palabra del Reino en el corazón.

A la inquietud de “cuándo” y el “cómo” de la llegada del “fin” y de cara ante la lista de acontecimientos trágicos enumerados, Jesús nos hace caer en cuenta que ninguno de ellos es exclusivo de ningún período histórico particular. Lo mismo vale para las persecuciones a los discípulos. Lo que cuenta es que en medio de ellas debe brillar la fuerza de la fe y del testimonio. Un discípulo de Jesús no es inmune a las crisis de la humanidad; pero en medio de ellas no puede caer ni en stress generando alharacas ni tampoco adormecerse acunado en falsas seguridades de espiritualidades superficiales que ignoran la realidad de la vida o invitan a la fuga de ella, sino movilizar evangelización con la fuerza de los profetas. “Bienaventurados son cuando los hombres les odien, cuando les expulsen, les injurien y proscriban su nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, que su recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas” (Lc 6,22-23).


Entre las dificultades del mundo (violencia, pobreza, marginación, silenciamiento de las voces críticas) los discípulos son “profetas”. Como lo deja entender el pasaje de hoy, viviendo las actitudes enseñadas por Jesús, ellos encararán con realismo histórico y fe madura las violencias presentes y futuras, y alcanzarán la plena libertad. Habrá dificultades, sí, muchas de ellas absurdas, pero así como en aquella ocasión que nos narra los Hechos de los Apóstoles, los discípulos siguen adelante “contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre” (Hch 5,41). Esto es vivir las bienaventuranzas y ser ante el mundo un signo de esperanza.

lunes, 7 de noviembre de 2016

DOMINGO XXXII - C (06 de Noviembre de 2016)

DOMINGO XXXII - C (06 de noviembre del 2016)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 20, 27 - 38:

En aquel tiempo, acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron a Jesús:

“Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos;  y la tomó el segundo,  luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer.

Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer.” Jesús les dijo: “Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen en ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.” PALABRA DEL SEÑOR.

REFELXIÒN:

Estimados amigos en el señor Paz y Bien

El tema de enseñanza de este domingo es la resurrección. ¿Hay resurrección o no hay resurrección?. ¿Y si hay resurrección en qué consiste esa resurrección? ¿La resurrección es la prolongación de la vida presente? ¿Será la resurrección una vida completamente distinta? y si es así ¿Cómo quedaran los problemas pendientes de este mundo como el matrimonio? Son preguntas que Jesús nos aclara hoy.

A la inquietud de los saduceos que no creen en la resurrección (Lc 20,27), Jesús dijo enfáticamente: “Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen en ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.” (Lc, 20,34-38).

El modo de cómo responde Jesús a esta inquietud de los saduceos, me gusta  como describe San Marcos: “¿Ustedes están equivocados porque no comprenden las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo. Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? (Ex 3,6). Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están en un grave error». (Mc 12,24-27).

San Pablo nos dice al respecto: “Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Incluso, seríamos falsos testigos de Dios, porque atestiguamos que él resucitó a Jesucristo, lo que es imposible, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados en consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo el primero de todos” (I Cor 15,12-20).

La respuesta de Jesús es clara: claro que hay Resurrección y que resucitar no es una simple prolongación de esta vida, sino que es transformar nuestra vida en una vida glorificada, donde la única realidad será el ser “hijos de Dios” y que, por eso, Dios no es un Dios de muertos, un Dios de cementerios, sino un Dios de vivos, de los que viven para siempre (Lc 20,38). La escena del Evangelio de hoy se da entre Saduceos y Jesús. Los saduceos no eran demasiado bien vistos. Ellos no creían en la resurrección (Lc 20,27) y dándoselas de listos y de quien quiere poner en ridículo a Jesús le presentan el caso de la mujer y sus siete maridos (Lc 20,29).

Hoy por hoy son muchos los que toman la religión como un pasa tiempos, como si fuese un cuento de niños. Incluso, no faltan quienes se admiran de que un hombre con estudios, siga creyendo en Él. Dios pareciera ser para ignorantes, para todos, para gente sin cabeza porque la gente que se cree muy intelectual inmediatamente suele decir: “Creer es cosa de ignorantes y cosa del pasado.” Bien cae la cita: “El necio se dijo no hay Dios” (Slm 14,1). Sería bueno meditar y pensar que Dios es algo muy serio y por este principio de fe que creemos somos diferentes de los animalitos. El catecismo cita y dice: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios” (NC 27).

Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios" (Jn 3,20-21). En efecto, Dios no existe para quienes prefieren vivir a su libre albedrio y por libre sin que nadie les estorbe. Dios no existe para quienes viven una pobreza de vida que más que vivir, existen. Dios no existe para quienes se contentan con la vida sin horizontes o que, a lo más él único horizonte que tienen son ellos mismos. Dios no existe para quien solo tiene ojos para ver el mundo y es incapaz de ver el otro lado de las cosas. Para los saduceos no existía más que esta vida y si existía algo más allá no era sino la prolongación de la felicidad de aquí. De ahí el problema de quién será mujer si los siete se han casado con ella. Una visión miope de la vida, una visión de la vida recortada a los planes de este mundo. Por eso le proponen el caso a Jesús como una manera de ridiculizar la resurrección y el cielo.

No se puede ridiculizar a los hombres, menos a Dios. No se puede ridiculizar esta vida, pero menos todavía la nueva vida de la resurrección. Porque quien vive sin resurrección vive sin futuro. Aún en la hipótesis de que no existiese nada, valdría la pena creer en ella para que no vivamos siempre frente al paredón de la muerte tras el cual no existe nada. Saber que vivimos solo para morir, qué sentido tiene. Pero claro esta saber distinguir las dos dimensiones del hombre: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios – dijo Jesús- Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer? Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu” (Jn 3,3-6). En la dimensión humana o la carne moriremos, nadie es ser eterno, hasta Cristo Jesús murió (Lc 23,46), Pero es también cierto que como seres espirituales resucitaremos y el primero de todos es Cristo Jesús: “Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día” (Lc 24,5-7).

Desde la dimensión espiritual, Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección y la vida quien cree en mi aunque haya muerto vivirá" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (Jn 5, 24-25) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo (Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (Mc 10, 34).

Si por la fe creemos en estas palabras de Jesús, hay que ser sus testigos, no solo es suficiente creer (Mc 16,15-16). Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1, 22), "haber comido y bebido con él después de su Resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él, por Él. Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?

¿Cómo resucitan los muertos? En la muerte que es separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción que es la muerte, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús. ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; Dn 12, 2). ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora estamos revestidos, pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44). “Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53). Este "cómo ocurrirá la resurrección" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo glorificado.

DIOS DE VIVOS Y NO DE MUERTOS (Lc 20,38)

Hace unos días, acabamos de celebrar la fiesta de todos los santos, todos hicimos una reunión familiar recordando a nuestros familiares difuntos. Cuando muere un ser querido aplicamos una serie de Misas. Yo me pregunto: ¿Y cuánto hemos rezado por él mientras vivía? Incluso, cuántas veces le hemos negado el Sacramento de la Unción de Enfermos por miedo a darle un susto, cuando el susto lo tenemos nosotros y no el enfermo.

Rezamos por su salvación, pero cuánto hemos rezado en vida para que viva según la voluntad de Dios y en coherencia de su Bautismo. Rezamos para que se salve, pero cuántos hemos rezado por su salvación mientras vivía. Está bien que recemos por él de muerto, pero mucho más importante es que le pidamos a Dios mientras está vivo. ¿Cuántas Misas encargamos por los difuntos? Lo cual está bien, pues así aconseja nuestra iglesia, orar por los difuntos, pero mucho mejor sería orar mientras vive a nuestro lado y no esperar que muera y recién orar por el o por ella.


Dios no es un Dios para salvar a los muertos, sino para dar vida espiritual a los vivos. Dios no es un Dios para que salve a los muertos, sino para que vivan plenamente su vida los que están vivos. Dios no es un enterrador de muertos, sino alguien que da vida mientras vivimos. No esperemos a morir para admirar a nuestros hermanos, amémosle mientras viven. “Si decimos que amamos a Dios y no amamos al hermano somos unos mentirosos” (IJn 4,20). Pero ese amor no sea  de palabras sino de verdad y con obras (I Jn 3,18).