SANTÍSIMA TRINIDAD - A (15 de Junio del 2014)
Proclamamos del Evangelio de Jesucristo según San Juan
3,16-18:
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para
que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya
está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. PALABRA
DEL SEÑOR.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz Bien.
Con el domingo de Pentecostés que celebramos el domingo
anterior terminamos con la manifestación completa de Dios. Presumo que aún nos
quedan muchas cosas de Dios por entender, prueba de ello es que ya a más de dos
mil años, aún hay muchas personas y culturas que no conocen a Dios o no quieren
simplemente saber nada de Dios porque no conocen al Hijo de Dios. Pero de esta
conjetura se encarga el Espíritu Santo, es esa su función tal como ya nos dijo
mismo Jesús: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las
pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los
introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo
que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque
recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Jn 16,12-14). Gracias al don
del Espíritu santo las cosas de Dios no son cosas de historia sino tan actuales.
Hoy celebramos la Fiesta de la Santísima Trinidad. Y este
misterio no es sino la coronación completa de la gloria de Dios. Jesús en su ascensión nos ha anunciado tanto el envió del Espíritu
santo, y el misterio de la trinidad: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos.
Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con
ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no
lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes
y estará en ustedes” (Jn 14,15-17). Fíjese que es el Hijo quien dice, yo rogare
al Padre, que les envíe otro defensor, el espíritu paráclito. Pero, aún es más enfático
en otro episodio:
Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo
y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc16,
14-18; Jn 20, 19-23; Hch1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y
yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20). El Señor con
esa autoridad que ha recibido del Padre nos manda por el mundo “Que todos los
pueblos sea mis discípulos”. De este mandato nace el carácter de la Iglesia Universal
(Católica) y se es parte de esta Iglesia por el sacramento del bautismo que se
ha de administrar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo.
Todos los bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
somos parte de esta Iglesia universal, que se llama católica y en ella
profesamos por nuestro bautismo al Dios de la Santísima Trinidad. ¿Quién es ese
Dios en quién creemos, el Dios de la Santísima Trinidad? En el credo de nuestra
Fe católica profesamos y decimos: Creo en el Padre, creo en el Hijo y creo en
el Espíritu Santo. No son tres dioses, sino un único Dios que se revela de tres
modos distintos: En el Padre como creador, en el Hijo como Redentor, el
Espíritu Santo el que santifica (Concilio de Nicea 325, Constantinopla 381). Estas
tres divinas personas están unidas en el amor divino del que hoy se nos hace
referencia el Evangelio:
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para
que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no
envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque
no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).
Jesús declaró antes de su ascensión reiteró a sus apóstoles
este misterio: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc 16, 14-18; Jn 20,
19-23; Hch 1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con
ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20).
Todo lo que podemos decir algo sobre Dios es en referencia a
este misterio de la Trinidad y de este misterio para saber algo tenemos que
preguntar todo al Hijo, solo podemos decir lo que Él dijo de sí mismo y lo que
Jesús nos contó sobre Él y la razón es muy sencilla. Dios está tan más allá de
nuestra razón que nunca se le podrá conocer como es en su intimidad. Pero lo
que la razón no puede explicar, y esto es lo bello de Dios, lo puede sentir el
corazón y el corazón entiende sobre el amor porque es su fuente. Es decir todo
cuanto queremos experimentar de Dios empecemos a entender que Dios está ceñida
en nuestro corazón: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rm 5,5).
Cada uno tiene propia experiencia de Dios, porque Él se
manifiesta a cada uno, mediante la acción del Espíritu Santo. Por eso las
experiencias pueden ser diferentes. Será siempre el mismo, pero cada uno lo
siente de un modo distinto. Lo mejor que Dios nos dijo de sí mismo, a
través de Jesús, es que Él es Padre, que Él es amor (I Jn 4,8). Es vida (Jn
14,6), verdad y amor. Todos sabemos muchas cosas del amor, pero de qué nos
sirve saber definir el amor si luego no somos capaces de amar (Mr 12,28). Más
conoce el amor el que es amado y ama que cuantos se gastan los sesos
dando explicaciones técnicas y escriben libros sobre el amor y, sin embargo,
nunca han amado de verdad.
Es posible que muchos se imaginen que nada de lo que nos
pase a través de la cabeza tiene valor. Yo prefiero aquello que pasa a través
del corazón. No basta saber que Dios es amor, tenemos que experimentar su amor
y su salvación y solo experimenta ese amor de Dios quien se siente amado por
Dios y el amor de Dios tiene que cumplir su función, cual es de amarnos unos a
otros, porque así dispuso Dios en su Hijo: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense
los unos a los otros. (Jn 15, 12; 15, 17; 1 Jn 3, 11; 3, 23; 2 Jn 5) Así como
yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos
reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a
los otros" (Jn 13,34-35).
Decir que yo no creo en Dios porque no lo he visto es afirmación
de los que no se sienten a amados por Dios. Es como el que niega el azúcar disuelto
en la leche porque ya está disuelto y no se le ve. No se le ve, pero uno siente
que la leche está dulce. ¿Negará por eso que no existe el azúcar? Hasta el que
está ciego y nunca a ha visto el azúcar siente su dulzura cuando toma su leche.
Yo prefiero que me hablen de Dios los que lo sienten y viven en su corazón que
los que lo tienen en la cabeza. Porque de nada sirve saber maravillas de Dios y
no saber ser amado por Dios. Y el ser amado por Dios tiene que reflejarse en el
amor al hermano.
El que dice: "Amo a Dios", y no ama a su hermano,
es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su
hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que
ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Jn 4,20-21). ¿Cuál es tu experiencia de Dios? ¿Cómo lo sientes y vives en
tu corazón? Está bien enseñar doctrinas de Dios a los niños, pero mejor
enseñarles que Dios los ama y que tienen que amarlo. Los niños son buenos para
vivir la experiencia de Dios. Pero mucho mejor es enseñándoles amándolos como
Dios nos ha amado.
Por tanto: si queremos llegar a Dios, no nos compliquemos
con la vida porque no llegaremos a nada más que a conjeturas. A Dios solo
podremos llegar con el corazón. El camino para conocer a Dios es el amor.
Muchos creen que solo la inteligencia entiende y conoce las cosas. Sin embargo,
mucho más conocemos amando que “entendiendo”. El Evangelio de hoy lo dice
claramente: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no
perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque
Dios no mandó a su hijo al mundo para juzgar a mundo sino para que el mundo se
salve por Él” (Jn 3,16). Dios no se reveló describiéndose en un libro e
teología. Dios se reveló “amándonos”, “enviándonos a su Hijo”, “para que nadie
se pierda y todos se salven”. Juan nos dirá que “Dios es amor”(I Jn 4,8). El
amor solo se entiende con el amor. Se puede pensar mucho sobre el amor, se
pueden escribir libros del amor, pero al amor solo lo entiende el amor.
Por eso en la segunda lectura de hoy nos dice Pablo: “La
gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté
siempre con todos vosotros” (II Cor 13,13). El mismo Jesús no escribió largos
capítulos describiendo y revelando a Dios, pero nos dijo que Dios era Padre,
que Dios nos amaba, que Dios hacía fiesta cada vez que volvíamos a casa. Solo
podremos hablar de Dios si hablamos del amor. Sólo podremos hablar de Dios
cuando nos sentimos amados por Él y cuando le amamos a Él. Podemos ser grandes
intelectuales y no entender nada de Dios. Podemos ser analfabetos y
experimentarnos amados por Él y saber mucho de Él. El indicativo del amor
autentico es saberse amado por Dios, y amar al hermano como Dios nos amó (I Jn
4,20)
La única forma de
llegar al cielo es saber amarnos como Él nos amó: “La gloria de mi Padre
consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos. Como el
Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si
cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi
gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. El mandamiento del amor. Este
es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como loe he amado” (Jn15,8-12;
13, 34; 15, 17;1 Jn 3, 11; 1 Jn 3, 23).