domingo, 26 de enero de 2025

DOMINGO DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR T.O - A (2 de Febrero del 2025)

 DOMINGO DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR T.O - A  (2 de Febrero del 2025)

Proclamamos el Evangelio según San Lucas Capítulo 2,22-40

2:22 Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,

2:23 como está escrito en la Ley: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor".

2:24 También debían ofrecer un sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.

2:25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él

2:26 y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.

2:27 Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,

2:28 Angel lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:

2:29 «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,

2:30 porque mis ojos han visto la salvación

2:31 que preparaste delante de todos los pueblos:

2:32 luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel».

2:33 Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.

2:34 Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,

2:35 y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».

2:36 Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casa en su juventud, había vivido siete años con su marido.

2:37 Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.

2:38 Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

2:39 Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea.

2:40 El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

“Nada impuro podrá entrar en la ciudad santa, ni tampoco entrarán los que haya practicado la abominación y el engaño. Únicamente podrán entrar los que estén inscritos en el Libro de la Vida del Cordero”  (Ap 21,27). Jesús es el cordero que quita el pecado del mundo (Jn 1,29).

Hoy celebramos un gran fiesta pero conviene preguntarnos ¿Es fiesta de la Purificación de la Virgen María o es fiesta de la presentación del Niño Jesús? Pues según la ley de Moisés eran ambas cosas. La ley decía que la mujer al dar a luz un hijo queda impura, es decir, se veía el parto como algo profano y por eso la madre tenía que purificarse en el templo a la vez que presentaba al hijo primogénito  y consagrarlo para el Señor. Para entender mejor nos ilustramos con la misma fuente de la ley según la sagrada escritura:

Los leproso eran excluidos de la comunidad, porque eran calificados por impuros (Lev 13,46; 2 Re 7,3), hasta tanto la enfermedad desaparecía. Los vestidos del leproso debían ser quemados (Lev 13,52). Y las casas que habitaron debían ser demolidas, y sus escombros llevados fuera de la ciudad a un lugar impuro (Lev 14,45). Los ritos de purificación. Varían según las causas que motivaron la impureza. En general, las impurezas de un día de duración desaparecían por sí solas. Un simple baño y el lavado de los vestidos bastaban para quedar limpios de muchas otras impurezas (Lev 14,6-9; 15,5 ss.; Num 19,7). En determinados casos, la purificación importaba un sacrificio expiatorio (Lev 12,6-8; 14,10-13; Num 8,6-22). La purificacion de todo pueblo se verificaba en la fiesta anual del Día de las Expiaciones (Lev 16). Los objetos de cerámica que contraían impureza debían romperse. Los de metal eran frotados y, después, purificados con agua (Lev 15,12; Num 31,20).

Finalidad de la purificación. Lo que se pretendía con el complicado sistema legal de las impurezas y sus correspondientes formas de purificación era establecer entre el pueblo de Dios y los pueblos extranjeros una fuerte barrera, que preservara a aquél de contaminaciones idolátricas y elevara su nivel moral (Lev 20,16; Tob 1,11-12; Dan 1,8.12). No faltaron en el pueblo de Dios quienes, en tiempo de persecución, sellaron con su sangre su fidelidad a las leyes de la pureza (2 Mac 6,18-31; 7), consideradas como «santa legislación establecida por el mismo Dios» (2 Mac 6,23).

Pero la preocupación exagerada por la pureza ritual desembocó en un formalismo ridículo, acompañado con frecuencia de una lamentable despreocupación por la pureza interna o moral.

Reacción contra el formalismo legal. Los profetas enseñan que Dios reclama, ante todo, la práctica del amor, de la justicia y de la humildad para presentarse dignamente ante Él y participar en el culto. Se rebelan contra el ritualismo ajeno a todo cuidado moral. Es la purificación del corazón y de los labios, la limpieza de pecado e iniquidad, lo que pide el Señor (Os 6,6; Am 4,4-5; Is 1,15-17; 6, 5-7; etc.). Según Ez 11,19-20 y 36,25-36 vendrá un tiempo en que Yahwéh derramará un agua que purificará a su pueblo de todas las manchas y pecados. Será la era de la renovación interior, en que el Espíritu de Dios hará germinar frutos de justicia y santidad en los corazones nuevos de los hombres.

Los maestros de la Sabiduría no mencionan la purificación ritual. Siguen en la línea trazada por los profetas, subrayando el aspecto moral de la pureza. Lo que interesa es que la conducta sea irreprochable a los ojos de Yahwéh (Job 11,4). Al hombre le mancha el mal y la injusticia (Job 11,14-17).
Para los salmistas el requisito previo para entrar debidamente en el santuario del Señor es la disposición del corazón, que supone el amor al prójimo y la justicia, la inocencia de las manos y la pureza de corazón (Sab 15; 24,3-4). La purificación del corazón es obra de sólo Dios. Es una acción creadora, que hay que impetrar del Señor (Slm 51,12).

Nuevo Testamento. Ante la actitud formalista de los fariseos, siempre atentos a la purificación ritual, mientras pasaban por alto los preceptos más sagrados de la Ley, tales como la justicia y la misericordia, Jesús reaccionó con duras recriminaciones, haciendo resaltar el aspecto interno de la purificación (Mt 23,23-27; Lv 11,38-42). En ocasiones, con divina pedagogía, se acomodaba a la mentalidad de su pueblo, fuertemente enraizado en la práctica de la purificación legal. Por eso ordenó al leproso el cumplimiento del rito de purificación (Mc 1,43-44). Pero, llegado el momento, formula su principio fundamental: “Mancha al hombre lo que proviene del corazón, no lo que entra por la boca (Mc 7,1-23). Impuro, por consiguiente, es todo lo que encierra pecado. Y la impureza moral es la única que importa evitar. Al hombre internamente impuro no le devuelven la limpieza los simples ritos externos. La purificación del corazón es efecto de la palabra del Señor (Jn 13,10-11; 15,3); palabra eficaz, que da la vida divina a los que creen en el Hijo de Dios (Jn 5,24; 6,63; 8,51). Sólo los que se hallen en posesión de un corazón puro lograrán ver a Dios (Mt 5,8).

El aspecto ritual de la purificación siguió pesando sobre los Apóstoles. Fue precisa una revelación divina para que Pedro abandonara sus escrúpulos judaicos y reconociese que el cuerpo incircunciso y legalmente impuro de un gentil podía contener un corazón puro, como resultado de su fe en Dios (Hch 10,14.15.28; 15,9). Sólo entonces vio claro Pedro que la purificación es obra exclusiva de Dios, que no tiene en cuenta la disposición legal del sujeto (Hch 15,9). La experiencia resultó una lección elocuente, que surtiría efecto en los demás discípulos (Hch 11,1-18).

Nada es puro para los que están manchados y no tienen fe (Tit 1,15). Así interpreta S. Pablo, gran promotor de la purificación interior, el principio enunciado por Cristo. Si «todo lo que Dios ha creado es bueno» (1 Tim 4,4) y la purificación del corazón es obra suya, «No va a destruir la obra de Dios un alimento» (Rom 14,20). Por tanto, para el cristiano, purificado con la sangre de Cristo (Tit 2,14; Heb 9,13; Apc 7,14) en el Bautismo (Ef 5,26; 1 Pe 3,21), «nada hay impuro en sí» (Rom 14,14). Las leyes de la purificación ritual no eran más que preceptos pasajeros, dados en vista de la incapacidad humana en la antigua economía (Col 2,20-22), de los que nos ha liberado Cristo (Gal 5,1).

 Por tanto, en el mandato de Dios tanto en el AT. Y el NT. es importante conservar la santidad o la pureza de corazón: “Yo soy el Señor, el que los hice subir del país de Egipto para ser su Dios. Ustedes serán santos, porque yo soy santo” (Lev 11,45). El tocar cosas impuras como manipular la carne o la sangre y con mas razón si es por parte de una mujer, pues la hace impura y hechos como estas atentan contra la santidad que Dios manda.

Se entiende en el AT. Que solo el varón consagrado a Dios puede tocar sangre cuando se ofrece animales o corderos en el sacrificio del altar para la expiación de los pecados. Si la mujer toca sangre por ejemplo en el parto queda impura y por tal razón el Señor dijo a Moisés: “Habla en estos términos a los israelitas: Cuando una mujer quede embarazada y dé a luz un varón, será impura durante siete días, como lo es en el tiempo de su menstruación. Al octavo día será circuncidado el prepucio del niño, pero ella deberá continuar purificándose de su sangre durante treinta y tres días más. En los esos días no tocará ningún objeto consagrado ni irá al Santuario, antes de concluir el tiempo de su purificación… Al concluir el período de su purificación, tanto por el hijo como por la hija, la madre presentará al sacerdote, a la entrada de la Carpa del Encuentro, un cordero de un año para ofrecer un holocausto, y un pichón de paloma o una tórtola, para ofrecerlos como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo presentará delante del Señor y practicará el rito de expiación en favor de ella. Así quedará purificada de su pérdida de sangre. Este es el ritual concerniente a la mujer que da a luz un niño o una niña” (Lev 12,1-7).

Conviene hacer mención del primogénito que debe ser consagrado para Dios como ordena a Moisés: “Conságrame a todos los primogénitos. Porque las primicias del seno materno entre los israelitas, sean hombres o animales, me pertenecen. -Moisés dijo al pueblo- Guarden el recuerdo de este día en que ustedes salieron de Egipto, ese lugar de esclavitud, porque el Señor los sacó de allí con el poder de su mano. Este día, no comerán pan fermentado. Hoy, en el tiempo de su liberación, ustedes salen de Egipto. Y cuando el Señor te introduzca en el país de los cananeos, los hititas, los amorreos, los jivitas y los jebuseos, en el país que el Señor te dará porque así lo juró a tus padres –esa tierra que mana leche y miel– celebrarás el siguiente rito en este mismo mes: Durante siete días, comerás pan sin levadura, y el séptimo día habrá una fiesta en honor del Señor” (Ex 13,1-6).

Traemos a colación en son de resumen cuando el gran Apóstol (NT.)San Pablo lo recapitula en estos términos todos los mandatos de la ley (AT.): “Cuando éramos menores de edad, estábamos sometidos a los elementos del mundo (Ley). Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y se sometió a la ley para rescatar a los que estaban sometidos a la ley, y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios” (Gal 4,3-7).

En el N.T. el poder de purificación ya no es por el sacrificio del corderito y derramar su sangre en el altar. Como bien lo dice San Pablo, es el Hijo Redentor, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29). Son los sacramentos que el Hijo de Dios Cristo Jesús instituyó para la remisión de los pecados y por nuestra santificación. Así, Jesús hace referencia al bautismo, el primer sacramento en estos términos: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo le preguntó: ¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Ustedes tienen que renacer de lo alto». El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3,3-9).

Finalmente creemos conveniente destacar el encuentro del niño Jesús con el anciano Simeón (Lc 2,28). Es la realización de la promesa. Es la capacidad del anciano de envejecer sin renunciar a la esperanza. Simeón había recibido la promesa de no morir sin haber visto antes al Mesías. La vida se iba apagando, pero la esperanza seguía viva. Es lindo el encuentro entre la vejez que se apaga y la niñez que comienza. Lo más lindo es que precisamente el encueto se produce a la vez que vamos perdiendo la visión. Sin embargo, es justo ahora que los ojos de Simón que se van muriendo que se llenan de luz. Simeón se llena de gozo y de vida y ya no siente la nostalgia de morir: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,28). Simeón ya dijo todo lo que tenía que decir. Después de María y José, es él el primero en reconocer y en abrazar al Niño. Es a través de un anciano que Jesús se revela como luz del mundo.

Es la nueva Epifanía de Jesús. Es la Epifanía de Jesús a Israel en la persona de un anciano que solo espera la muerte. Es la Epifanía de Jesús a un anciano que está en el Templo. En la primera Epifanía, los Magos regresan a sus tierras por otro camino, no dicen ni palabra, solo adoran de rodillas y se van. Ahora es la Epifanía del que también quiere regresar con la vida plena y realizada. María y José miran, callan y su corazón vive y siente. Mientras tanto, alguien cargado de años siente el gozo de haber vivido, siente la alegría de María y José, siente la alegría dejándose abrazar por quien supo esperar. Confieso que hoy siento la alegría de un anciano que, lleno de gozo, ya no le importa prolongar su vida. Le basta que sus ojos le han visto: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto a tu salvador que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,28-32).