I DOMINGO DE ADVIENTO - A (27 de noviembre del 2016)
Lectura del Evangelio de San Mateo 24,37-44
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el
Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron
al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca;
y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo
mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el
otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra
dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a
llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes
también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos
pensada. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados(as) hermanos(as) en la fe, Paz y Bien.
Dice el Señor: “Yo soy el alfa y omega, principio y fin” (Ap
1,8). Dice también: “El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasaran”
(Mc 13,13; Mt 24,35; Lc 21,33). O también aquellas palabras: “Ya llega el novio
salgan a su encuentro” (Mt 25,6). Palabras bíblicas que nos permiten entrar a
un tiempo nuevo. Hoy inauguramos el año nuevo litúrgico Ciclo A-2017. Aunque
seguimos en el año 2016 pero ya en el penúltimo mes. Y empezamos con el tiempo
de adviento, tiempo que nos prepara para una fiesta grandiosa, la fiesta del
Niño Jesús. Y empezamos con bendiciendo la corona de adviento y encendiendo la
primea vela.
La tradición litúrgica de nuestra iglesia nos presenta cada
año el rito de las cuatro velas, una cada semana, es decir estaremos durante
cuatro semanas en tiempo de conversión y cambio. Pueden pasar como un rito casi
intrascendente. Sin embargo, siguen teniendo el simbolismo de algo que se
enciende, de una luz nueva que alumbra nuestras vidas. Como una esperanza que
se enciende en nosotros. Decía mismo Jesús: “Yo soy la luz del mundo, quien me
sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Y
encender la primera vela significa el inicio de la espera en vigilia o en vela.
El evangelio se puede explorar siguiendo tres pasos: 1) La
venida de Cristo anunciada por los profetas. 2) La venida de Cristo y su
llegada. 3) La venida de Cristo deseada.
1. El retorno de Cristo: En su discurso sobre el futuro del
Reino de los Cielos (Mt 24-25), Jesús había anunciado: “Aparecerá en el cielo
la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas
de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con
gran poder y gloria” (Mt 24,30). Jesús había anunciado la cercanía del Reino,
es decir, la decisión definitiva de Dios de hacer valer su señorío real (Mt 4,17).
Ya no serán los hombres ni las fuerzas de la naturaleza las que determinen el
curso de la historia humana. Esto sucederá por medio de la venida del Hijo del
hombre con la potencia y la gloria de Dios.
Cuando el Reino se revele definitiva y universalmente con
todo su poder ante todo el mundo, toda existencia humana se manifestará ante el
Hijo del hombre –Jesús en su gloria- con su verdadero sentido y valor. Con la
venida definitiva de Jesús toda persona saldrá a la luz en su más íntima
esencia. Puesto que todo hombre está profundamente conectado a la venida del
Señor, cada uno debería conducir su proyecto de vida en esa dirección. Ante
Jesús tendremos que responder por todo lo que buscamos, trabajamos y logramos.
En este sentido, toda nuestra vida debe prepararse para ese momento.
2. El retorno de Cristo preparado: “Mas de aquel día y hora,
nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre”
(24,36). Con la misma fuerza con que Jesús anuncia su venida, también nos dice
que nadie conoce ni el día ni la hora. “Velen, pues, porque no saben qué día
vendrá su Señor” (Mt 24,42). “Estén preparados, porque en el momento que menos peinasen,
vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24,44).
Hacer cálculos sobre el día y la hora del fin del mundo es
tiempo perdido porque éste es indeterminado y desconocido. Lo que importa es
que estemos preparados en todo momento. Por eso hay que evitar cualquier
comportamiento irresponsable. No es razonable vivir al impulso de los
inmediatismos, sin ningún proyecto ni horizonte de vida. Para hacernos entender
esto, Jesús pasa al mundo de las comparaciones. Nos presenta tres, todas ellas
desenvolviéndose como en cascada:
a)Primero Jesús nos pone el ejemplo de los días de Noé:
“Como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o
marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta
que vino el diluvio y los arrastró a todos” (Mt 24,37-39).
Dijo Jesús: Un hombre piensa: “Alma mía, tienes bienes
almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida. Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche
vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado? Esto es lo que sucede al
que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios" (Lc
12,19-21). La escena descrita en tiempos de Noé también nos presenta gente
absorbida por la vida terrena: comer, beber, casarse. Eran personas que se
dejaban llevar tranquilamente por el ciclo biológico de la vida, atentos a lo
presente, sin pensar en nada más allá; el asunto era gozar la vida. El diluvio
había sido anunciado, pero aún no pasaba nada. A la gente les parecía lejano y
casi irreal, por eso prefirieron concentrar sus energías en aquello que
consideraban más concreto y práctico.
De la misma manera, ahora la venida del Señor solamente ha
sido anunciada (Mt 24,42). El hecho de que no suceda nada aún puede llevar a
pensar que hay mucho tiempo en la vida y descuidarse en la atención a su
venida, concentrándose más bien en otros asuntos. Pero, como insiste Jesús, imprevista
y sorprendente será su venida: “Así será también la venida del Hijo del hombre”
(Mt 24,39).
b) “Estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado;
dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada” (Mt 24,40-41).
Es un ejemplo sobre el engaño de las apariencias. Dando un paso adelante ahora
Jesús enseña que no hay que quedarse con la apariencia externa de las
situaciones terrenas: Jesús parte de escenas de la vida cotidiana: la vida
laboral en una sociedad agrícola. Describe las ocupaciones más importantes del
hombre y de la mujer: los varones siembran y cosechan el trigo en el campo,
luego las mujeres mueven la rueda de molino para obtener la harina y el pan de
cada día.
Hoy a menudo se escucha: No tengo tiempo, andamos ocupados día
y noche. Todos trabajan, todos se mueven por igual en las rutinas de la vida.
Esto puede llevar a una falsa deducción. Del hecho de que todos pasemos por
situaciones semejantes, puede nacer la ilusión de que la obediencia o la
desobediencia, la rectitud o la injusticia no tengan importancia alguna; que
sea indiferente la forma en que se viva, porque en fin todos terminaremos
igual. Pues aquí está el punto: no terminaremos igual. Con la venida del Señor
habrá una separación radical: “uno es tomado y el otro dejado” (Mt 24,40-41),
es decir, quienes estén preparados serán recibidos en la comunión con Dios y
los otros serán excluidos.
c) “Si el dueño de la casa supiese a qué hora de la noche va
a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que asalten su casa” (Mt 24,43).
Es un ejemplo de llegada imprevista. En consecuencia uno tiene que controlarse
y conducir la vida con base en la vigilancia. Si conociéramos el día y la hora
de la venida del Señor, dejaríamos para última hora la preparación, como es
habitual en tantas otras situaciones de la vida. Pero el Señor viene como un
ladrón nocturno: inesperado, sorpresivo, impredecible. Por eso hay que estar
preparado en todo momento. No debemos nunca bajar la alerta. Hay que vivir
responsablemente según la voluntad del Señor, de manera que podamos responder
en cualquier momento por ella y con la frente en alto.
3. A la hora que menos piensan, vendrá el hijo del hombre
(Mt 24,44). Hace complemento otra cita: “Cuando
haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos
conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes”. U otras citas
como: “No los dejaré huérfanos, volveré por ustedes” (Jn 14,18). “Me han oído
decir: Me voy pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva
junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes
que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean” (Jn 14,28-29).
El regreso del Señor no debe ser motivo de temor sino de
movilización para la preparación. Obviamente tendremos miedo de la venida del
Señor si tenemos deudas con la alguien y no tenemos a punto la vida; en este
caso: A poner en orden la casa. A preparar la venida del Señor. Entonces
nuestra vida tendrá reposo, tendremos fuerza interior, soñaremos y
construiremos los sueños de Dios, para los cuales tanto nos animan los
profetas. Qué bueno que viene el Señor, es mas, hemos de exclamar: “Ven Señor”
(Ap 22,20). Tú “vienes” a dar plenitud a nuestra vida, a elevarla a un plano
superior compartiéndonos la tuya, como nos lo diste a entender desde el momento
de la encarnación”.
Mientras tanto, tengamos presente que la “vigilancia” que
nos pide el evangelio no sólo se refiere al encuentro final con Dios (al final
de mi mundo, de mi vida). Cada día Dios está viniendo a nuestro encuentro y no
podemos dejarlo pasar de largo. Viene en la Palabra, en la Eucaristía, en la
comunidad, en la presencia escondida en las personas más necesitadas, en las
diversas formas en que nos regala su gracia. La “vigilancia” entonces es ése
saber tener la casa pronta y a punto para recibir la visita, para abrir los
brazos de par en par al Dios que es por definición: “El que viene” (Apocalipsis
1,8). San Bernardo hablaba de las tres venidas de Cristo:
• Su venida en la carne. La cual celebraremos en la próxima
navidad.
• Su venida futura en la parusía (su segunda venida), en la
cual hemos reflexionado hoy.
• Su venida en el presente. ¿No es verdad, por ejemplo, que
cada vez que celebramos la Eucaristía Jesús está viniendo a nuestro encuentro?
“Velen y estén preparados”(Mt 24,42), con el cual hoy le
damos apertura al ADVIENTO, nos da la ocasión para que la venida del Señor, nos
tomemos una pausa de reflexión y nos preguntemos qué estamos haciendo con
nuestra vida. La conciencia de nuestra fragilidad nos llevará a abrirle el
corazón a Aquel que vino al mundo, asumiendo la carne humana,(Jn 1,14) por
nuestra salvación; Aquel a quien el evangelio de Mateo nos presenta diciendo:
“Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt
1,21).
En el comienzo del tiempo de “Adviento” conviene
preguntarnos: ¿Qué significa esta palabra adviento? Cuando se habla de “venida”
del Señor, ¿de qué se está hablando? ¿Qué se espera que hagamos en este tiempo?
La “vigilancia cristiana” está referida al encuentro con el Señor. ¿En qué
consiste el ejercicio de la “vigilancia cristiana”? ¿Qué consecuencia tiene el
hecho de que no se conozca la hora de la venida del Señor?
RITO DE BENDICIÓN DE LA CORONA DE ADVIENTO:
Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta
corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos
recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida
y la esperanza. El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona
debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad.
Oración al comienzo del Adviento:
La tierra, Señor, se alegra en estos días y tu Iglesia
desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa,
para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y
del pecado. Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona
con ramos del bosque y la ha adornado con luces. Dígnate derramar tu bendición
en ella para que vivamos este tiempo de conversión según tu voluntad
practicando obras de misericordia y caridad para que cuando llegue tu hijo
seamos con él admitidos a su reino…+… en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu santo, Amén.
Oración del primer domingo de Adviento:
Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su
lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. Muchas sombras
nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y
vigilantes, queremos caminar alegres hacia ti, porque Tú nos traes la luz más
clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven,
Señor Jesús!
Unidos en una sola voz digamos Padre nuestro...
V. Ven Señor Jesús, haz resplandecer tu rostro sobre
nosotros.
R. Y seremos salvados.
REFLEXIÓN:
¿De qué se trata el tiempo de Adviento? Se trata de una
esperanza de siglos (todo el Antiguo Testamento) que, después de mucha espera,
recién comienza a realizarse. Pero, aunque parezca mentira y nos obliga a
esperar, la esperanza misma ya es una razón para seguir mirando lejos. Puede
que nosotros no veamos todavía nada, pero la fuerza de la esperanza nos da esa
seguridad de que “vendrá”, lo “lograremos”. Por eso mismo quien tiene esperanza
firme en lo nuevo, no se desanimará aunque tarde. Son muchos los desilusionados
de todo. Desilusionados de ellos mismos. Desilusionados de la familia, de la
sociedad, de la política, de la economía, incluso desilusionados de la Iglesia
misma. Mientras nos enredamos en esas desilusiones, dejamos de ver amanecer una
luz de esperanza que nos dice que todo puede cambiar.
Hoy comenzamos el camino del Adviento, camino de preparación
para el que ha de venir al final de los tiempos, pero que nosotros la vivimos
mejor, esperando al que ha de venir en estas Navidades, ese Dios encarnado es
la “Esperanza de Dios” y que está llamado a ser la razón de nuestra esperanza.
Porque lo que nosotros no podemos, sabemos que Él sí lo puede y con Él, también
nosotros. No es la esperanza que viene de nuestros sueños. Es la esperanza de
Dios “que ama tanto al mundo que entrega a su propio Hijo para que todos los
que creen en el tengan vida eterna” (Jn 3,16). Ahí está el porqué y el para qué
de nuestro esperar.
De tanta insatisfacción nos estamos quedando sin esperanza,
sin ganas de luchar comprometernos de verdad. Por eso nos quedamos arañando las
cosas. Prepararse para la Navidad ha de ser un levantar la cabeza por encima de
nuestras dificultades, un mirar por encima de nuestras inmediateces, un ser
conscientes de que nunca una noche ha vencido al amanecer, y nunca un problema
ha vencido a la esperanza.
El evangelio de hoy inicia con aquellas palabras de Jesús
que se remite a los sucesos del A. T. “Cuando venga el Hijo del hombre,
sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la
gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca…” (Mt 24,37-38).
Y termina con las mismas: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del
hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,44). Jesús nos exhorta
prepararnos y este tiempo de adviento es para esa preparación, pero ¿Cómo
prepararnos?
San Pablo en la carta a los Romanos nos da pautas de cómo
puede ser una buena preparación. Todo un programa de vida. Primero, que tomemos
conciencia del momento en que vivimos. Segundo, que despertemos los que vivimos
dormidos. Estamos metidos en la noche, pero ahí está la esperanza “el día se
echa encima”, es hora de dejar las obras de las tinieblas y armarnos con las
obras de la luz. A vivir como en pleno día. Y añade algo más: nada de
entregarnos a la vida del placer y menos todavía a las riñas y enemistades.
Para ello es el momento de revestirnos del Señor Jesús. ¿No le parece todo esto
todo un plan de vida capaz de cambiar las cosas?
En resumidas cuentas, lo primero que la Palabra de Dios nos
pide en este Primer Domingo de Adviento es que abramos los ojos, que dejemos
esa vida en tinieblas que nos atonta y nos impide ver la realidad. Uno de
nuestros peores problemas es no darnos cuenta de la realidad en la que vivimos,
es como enterarnos de las cosas después que han pasado. La única manera de
vivir la realidad y de comprometernos con ella, es tomar conciencia de lo que
pasa. Pablo nos habla claro, hay que despertarse del sueño. Es cierto que la
noche va avanzada, pero también el día está encima en que todo quedará al
descubierto. Los problemas pueden ser grandes, pero también las soluciones se
hacen cada vez más posibles. Para ello es preciso andar añorando la plena luz
del día y no a tientas en la oscuridad. Comencemos el Adviento despiertos, con
lo ojos abiertos, para que la venida de Jesús no nos tome a todos por sorpresa.
No vaya a sucedernos como a las mujeres necias del
evangelio: “A medianoche se oyó un grito: "¡Ya viene el esposo, salgan a
su encuentro!". Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus
lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de
aceite, porque nuestras lámparas se apagan?". Pero estas les respondieron:
"No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al
mercado". Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas
entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las
otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos", pero él respondió:
"Les aseguro que no las conozco". Por tanto, estén prevenidos, porque
no saben el día ni la hora” (Mt 25,6-13).