martes, 12 de mayo de 2020

SEXTO DOMINGO DE PASCUA - A (17 de Mayo del 2020)


SEXTO DOMINGO DE PASCUA - A (17 de Mayo del 2020)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 14,15-21:
14:15 Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos.
14:16 Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes:
14:17 el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.
14:18 No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes.
14:19 Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán.
14:20 Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.
14:21 El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Resucitado Paz y Bien.

“Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad” (Jn 14,15-17). En el cumplimiento de los mandamientos que nos dejó Jesús es como expresamos el amor a Dios. Y ¿Cuál es el mandamiento que nos dejó Jesús? Y ¿Por qué hay que amar a Jesús?. El mandamiento que nos dejó Jesús es: “Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado” (Jn 13,34). Y Complementado la enseñanza: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). Si cumplimos con estas enseñanzas es cuando el Señor nos dice: “Yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad (Jn 14:16-17).

Jesús al inicio de su vida pública como hijo de Dios dice: “No crean que he venido a abolir la Ley o los Profetas. No he venido, a deshacer, sino a dar pleno cumplimiento” (Mt 5,17). “El espíritu de Señor esta sobre mí, me ha ungido para anunciar el Evangelio a los pobres” (Lc 4,18). “En adelante, el Espíritu Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi nombre les enseñará todas las cosas y les recordará lo que yo les he dicho” (Jn 14,26)… Al final de su vida dijo Jesús: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 24,46) y luego murió. Una vez resucitado, Jesús dijo a sus discípulos: “La paz este con ustedes, así como el Padre me envió les envió a ustedes, y dicho esto sopló sobre ellos y le dijo: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,19-22).

A menudo sucede que, en la relación con Jesús uno puede llegar a tener la percepción de que Él está lejos de nuestras vidas, que lo sentimos poco y que es prácticamente inalcanzable. En el pasaje de Juan 14,15-21 vemos que Jesús nos aclara que así como no abandonó a sus discípulos tampoco nos abandona, siempre estará presente, nos comparte su vida y así como Él y el Padre son uno, así está en nosotros: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor” (Jn 15,9).

En el núcleo del texto vemos que Jesús anuncia la venida de otra ayuda para sus discípulos, el Espíritu de la Verdad (Jn 14,15-17), y también su propia venida (Jn 14,18-21).

Si observamos de cerca el texto notaremos que está enmarcado, los vv.15 y 21, por la alusión a la práctica del mandato de Jesús. Jesús declara que todas las enseñanzas dadas a lo largo del evangelio no se invalidan con su partida, sino todo lo contrario: permanecen válidas para siempre. Se trata de una condición fundamental: sólo quien se atiene a sus mandamientos puede recibir el Espíritu y abrirse al amor de Jesús y del Padre. El amor por Jesús está estrechamente relacionado con la práctica de sus mandamientos.

El amor a Jesús la expresamos en la práctica de sus mandamientos (Juan 14,15.21). “Si me aman, guardaran mis mandamientos… “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él (Jn 14,21). ¿De qué mandamientos se trata? En el evangelio de Juan, la exhortación a amarnos unos a otros como Él nos amó es la única que se define prácticamente como el mandamiento de Jesús (13,34). Pero este mandamiento tiene su asidero en los sinópticos en el que preguntan a Jesús: “¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley? Jesús respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más importante y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,236). Es decir, Jesús resume los diez mandamientos (Ex 20,3-17) en dos: Amor a Dios y amor al prójimo. El amor a Dios tiene que pasar por el amor al prójimo: “ Quien dice amo a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso” (I Jn 4,20). Por tanto, poner en práctica los mandamientos es tomarse en serio y con fe el conjunto de sus enseñanzas (14,23-24).

Quien está unido a Jesús de la manera anteriormente enunciada, recibe por parte de Dios el don prometido: el Espíritu Santo. Al Espíritu lo llama “Paráclito” (=Consolador, abogado, defensor). El Espíritu es una nueva ayuda para la vida de los discípulos: Él hace posible el seguimiento, Él capacita para vivir el difícil mandato del “amor”, Él asiste a los discípulos en momentos duros de la tribulación. La acción del Espíritu Santo se describe con precisión: viene como un nuevo “apoyo” Jesús se va pero les deja su Espíritu.

“No los  dejare huérfanos” (Jn 14,18): Como Buen Pastor, Jesús no los dejó nunca abandonados a su propia suerte; siempre estuvo al lado de ellos. Ahora Jesús se va, no quedarán solos: el Padre les dará el Espíritu Santo, quien estará siempre con ellos, al lado de ellos y en ellos. También dice: “El Espíritu de la Verdad”. Esta definición del Espíritu lo presenta como Aquel que hace permanecer a los discípulos en la “Verdad” transmitida por Jesús, es el que da testimonio de Él, como el que continúa con su ministerio terrenal y los protege tanto de los falsos maestros como de las opciones equivocadas. Jesús se ha dirigido a los discípulos llamándolos “hijitos” (Jn 13,33). Ahora les asegura que no quedarán “huérfanos”.

Hoy, nuestra coyuntura nos  indica que la gente vive demasiado rodeada de gente; sin embargo, vive demasiado sola. La soledad creo que es uno de los males de nuestro tiempo. Esposas solas. Hijos solos. Ancianos solos. Sin embargo, el Señor nos dice hoy que “no nos dejará huérfanos” (Jn 14,18), que no nos dejará en la soledad, porque Él nos promete enviarnos el “Espíritu de la verdad”(Jn 14,16).

Fijémonos lo que dice el mismo Jesús: “El mundo no puede recibirlo, porque ni lo ve ni lo conoce.” En cambio ustedes “lo conocen, porque vive con ustedes y está con ustedes” (Jn 14,17). La vida no está en la superficialidad de las cosas, sino que como la savia y la sangre corre por dentro, por las venas del Espíritu. Algo bien importante, el pasado domingo decíamos que Jesús es la “verdad” (Jn 14,6) y ahora nos dice que nos enviará “el Espíritu de la verdad”(Jn 14, 17) vivamos en el verdad, la verdad de Dios del que el hombre bebe de esa fuente de la verdad (Jn 4,13-14).

El mundo no lo conoce porque no lo ve. En cambio, nosotros lo vemos y lo conocemos porque habita en nosotros y está con nosotros (Jn 3,5). Somos nosotros quienes tenemos que darlo a conocer y lo haremos mediante el testimonio de nuestras vidas. Somos los testigos de Jesús y somos también los testigos del Espíritu Santo. Testigos de que Jesús “está con el Padre” y que “nosotros estamos con Él y Él con nosotros” (Hch 1,8). Nuestro gran testimonio será el del amor (Jn 14,15).

Jesús se siente como madre y padre de los suyos. Nunca lo dijo, pero sus actitudes y comportamientos para con ellos tenían mucho de madre y de padre. Por eso, cuando les anuncia que ha llegado la hora de irse, siente que la tristeza amenaza con invadir sus corazones y comienzan a sentirse solos, huérfanos (Jn 13,1). Jesús quiere llenar de antemano ese vacío y les dice: “No les dejaré huérfanos” (Jn 14,18), “Yo pediré al Padre os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad” (Jn 14,16). El Espíritu Santo está llamado a llenar el vacío que Él mismo deja y será “para siempre” el que nos habite; el que esté, no con nosotros, sino en nosotros; el encargado de llenar el vacío haciendo presente al mismo Jesús y, con Él, al Padre.

Como creyentes podemos vivir la alegría y el gozo de que nunca quedaremos solos ni tampoco vacíos. Al contrario, Jesús nos hace unas promesas increíbles: “Dentro de poco me verán y porque yo sigo viviendo.” Viviremos mientras Jesús viva.” Aún más: “Entonces sabrán que yo estoy con mi Padre, y ustedes conmigo y yo con ustedes.” (Jn 14,20). ¿Te imaginas hasta dónde estamos llamados a amarnos unos a otros? Al amarnos vivimos en Jesús. Si antes existía la comunión de la Trinidad, ahora, como diríamos en nuestro lenguaje somos morada (Jn 14,23): " del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Porque Jesús está en el Padre, pero también en nosotros y nosotros en Él. Y quien no cree en el Hijo, por ende en el Padre y en el Espíritu vive en la orfandad, porque es huérfano. Yo me admiro de que nos valoremos tan poco, de que nos sintamos tan poco y no vivamos esa alegría de vivir en comunión de vida con el Padre, el Hijo y el Espíritu que nos habita. ¿Olvidamos que llevamos esa dignidad de ser imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26)?

Quienes vivimos en el espíritu de Dios, el espíritu de la verdad, vivimos en familia y no hay lugar para la soledad y los frutos de la vida en el espíritu son inmensos como San Pablo nos dice. Nos lo dice bien claro en la Carta a los Gálatas y lo hace de una manera típica. El contraste entre el hombre de la carne, es decir, del mundo y el hombre que vive del Espíritu: “Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes.” (Gal 5,19). Pero, las obras del Espíritu son diversas y ¿dónde están? Están en nuestra vida que se refleja a cada momento: “En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gal 15,22).