DOMINGO I DE ADVIENTO – B (03 de Diciembre del 2023)
Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 13,33-37:
13:33 Tengan cuidado y estén vigilantes, porque no saben
cuándo llegará el momento.
13:34 Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa
al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al
portero que permanezca en vela.
13:35 Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo
llegará el dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o
por la mañana.
13:36 No sea que llegue de improviso y los encuentre
dormidos.
13:37 Y esto que les digo a ustedes, lo digo a todos: ¡Estén
vigilantes!. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien en el Señor.
¿Cómo saber si estamos dormidos o despiertos? Nuestros
desatinos e indiferencias indican que estamos en tinieblas, urge despertar del
sueño de la mediocridad con la vigilancia en la oración. “Oren para no caer en
la tentación” (Mt 26,41). Orar o rezar es encender la luz en la noche. La
oración nos despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva nuestra
mirada hacia lo alto, nos sintoniza con el Señor. La oración permite que Dios
esté cerca de nosotros y nosotros cerca de él; por eso, nos libra de la soledad
y nos da esperanza. La oración oxigena la vida: así como no se puede vivir sin
respirar, tampoco se puede ser cristiano sin rezar. Y hay mucha necesidad de
cristianos que velen por los que duermen, de adoradores, de intercesores que
día y noche lleven ante Jesús, luz del mundo, las tinieblas de la historia. Rezar con amor, he aquí la vigilancia. Cuando
la Iglesia adora a Dios sirviendo al prójimo con amor, no vive en la noche.
Aunque esté cansada y abatida, camina hacia el Señor que es nuestra luz (Jn
8,12).
Empezamos el tiempo de Ad-viento. "El tiempo de
Adviento tiene un doble carácter: es, en efecto, tiempo de preparación para las
solemnidades de Navidad, en las que se conmemora la primera venida de Dios a
los hombres, y a la vez es un tiempo en que, por aquel recuerdo, las mentes se
orientan hacia la expectación de la segunda venida, al fin de los tiempos. Por
este doble motivo, el tiempo de Adviento aparece como un tiempo de devota y
gozosa espera"
Ambos aspectos se contienen en todo el tiempo de Adviento,
pero hay una primera parte del Adviento en la que predomina la expectación de
la segunda venida de JC y una segunda parte en la que pasa a primer término la
esperanza navideña.
Los dos prefacios de Adviento lo sugieren. El primero da
como tema de nuestra acción de gracias el que Cristo, cuando vino por vez
primera, humilde y semejante a los hombres, nos abrió el camino de la salvación
eterna, "para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria...,
podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos
alcanzar"; el motivo del segundo es "Cristo, Señor nuestro. A quien
todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre,
Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres. El mismo Señor
nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento".
El adviento no sólo es preparación para la venida; él mismo
es Venida, Advenimiento. La conmemoración de la venida humilde hace esperar la
gloriosa, y no sólo esperarla, sino celebrarla. Especialmente en este primer
domingo, que es el gran domingo del Adviento.
La liturgia y especialmente la Eucaristía, hace presente
todos los misterios de Cristo. No sólo los ya realizados históricamente
(nacimiento, pasión, muerte, resurrección), sino el último no realizado aún: la
venida gloriosa. En la profesión de fe de cada domingo decimos que "de
nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos". En la aclamación
de después de la consagración clamamos: "¡Ven, Señor Jesús!". Después
del Padrenuestro, en que hemos pedido la venida del Reino, el sacerdote
añade:"...mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador
Jesucristo". Todos nos quejamos de la superficialidad sentimental de nuestra
Navidad. Hacemos el belén con ilusión y lo desmontamos con tristeza, porque no
nos ha dejado huella, como las estaciones que se suceden. La Navidad será seria
si el Adviento lo ha sido, y el Adviento lo será si nos tomamos en serio la
venida del Señor. No con miedo, sino esperándolo como Salvador: "Cuando
empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra
liberación".
"Estén vigilantes, porque no saben cuándo llegará el
dueño de casa, si al atardecer, a medianoche, al canto del gallo o por la
mañana" (Mc 13,35). ¿A que vendrá? A separar a los unos de los otros,
como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su
derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su
derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, reciban la herencia del Reino
porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era
forastero, y me acogieron… cada que lo hicieron con unos de is hermanos pobres
conmigo lo hicieron… a los de su izquierda: apártense de mi malditos…” ( Mt
25,32ss). Esto amerita juicio.
¿Cuándo será eso? De ese momento crucial que, está por
venir, nos habla hoy el evangelio: (Mc 13,33-37): al exhortarnos: “Estén
vigilantes, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa, si al atardecer, a
medianoche, al canto del gallo o por la mañana” (Mc 13,35). Hay que tener las
lámparas encendidas ( Mt 25,10). ¿No han podido velar una hora conmigo? Velen y
oren, para no caer en la tentación; porque el espíritu es fuerte, pero la carne
es débil.” (Mt 26,41-42).
Con este primer domingo de adviento comenzamos el año nuevo
litúrgico, ciclo B ya que el año que pasó el ciclo A hemos leído el Evangelio
de San Mateo, el evangelio más amplio de todos (28 capítulos), en este año
nuevo litúrgico (2024) que es el ciclo B, leeremos y reflexionaremos el
evangelio de san Marcos (16 capítulos). El pasaje escogido para este primer
domingo de Adviento es la conclusión del discurso final de Jesús, en el cual
los discípulos son invitados a la perseverancia en la espera de la venida del
Hijo: “Tengan cuidado y estén vigilantes, porque no saben cuándo llegará el
momento” (Mc 13,33). ¿Esperar vigilante el momento de qué?: Tres citas nos
sitúan en la respuesta: “Salí del Padre, vine al mundo; dejo el mundo y vuelvo
al Pare” (Jn 16,28). “Cuando vaya y les preparado un lugar en la casa de
mi Padre, volveré por Uds. y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo,
estén también ustedes” (Jn 14,3). “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su
Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus
obras” (Mt 16,27). ¿En qué consiste el pago? En estar con Dios. Y para estar
con Dios hay que estar en vigilia, con las lámparas encendidas (Mt 25,10).
Ejercer la fe poniendo en práctica las enseñanzas del Señor (Mt 7,24).
El año pasado tuvimos como hilo conductor de nuestras
reflexiones esta cita: “Un hombre preguntó al Señor: "¿Qué obras buenas
debo hacer para conseguir la Vida eterna?” (Mt 19,16). Este año también
reiteramos esta inquietud: “Un hombre corrió hacia Jesús y, arrodillándose, le
preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida
eterna?" (Mc 10,17). Como es de ver, el tema recurrente es la salvación.
En el inicio del adviento y durante el año iremos preguntándonos ¿Qué he de
hacer o hemos de hacer para obtener la vida eterna? Ahora se nos ha dicho que:
“Tengan cuidado y estén vigilantes, porque no saben cuándo llegará el momento”
(Mc 13,33).
“Salí del Padre y viene al mundo” (Jn 16,28). Recordemos
que, en la primera venida el Hijo Dios viene como cualquiera de nosotros: De
las entrañas de una mujer: (Lc 1,26-38). Este misterio de la encarnación del
Hijo de Dios (Jn 1,14) celebraremos en la navidad y para ello nos preparamos en
este tiempo de adviento, tiempo de espera.
¿Para qué vino el Hijo de Dios? Para invitarnos al reino de
Dios, es la misión del Hijo, por eso al inicio de su vida pública nos dice: “El
tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios está cerca conviértanse y crean en el
Evangelio” (Mc 1,15). Pero, también más luego a la pregunta de los fariseos
¿Cuándo llegaría el Reino de Dios. Jesús respondió: El Reino de Dios no viene
ostensiblemente, y no se podrá decir: Está aquí o Está allí. Porque el Reino de
Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21). Además Jesús agrega: “Si yo
expulso a los demonios con el poder de Dios, quiere decir que el Reino de Dios
ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). Jesús es el despliegue del Reino de Dios y
entrar o estar en el reino de Dios es estar Con Dios: “La Virgen concebirá y
dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que traducido
significa: "Dios con nosotros" (Mt 1,23).
Después de la misión (“Ahora dejo el mundo y vuelvo al
Padre”: Jn 16,28). Jesús vuelve al Padre después de cumplir su misión (Jn
19,30), dando su vida en la Cruz (Lc 23,46). Resucita al tercer día (Lc 24,46).
Se despide y dice: “No se pongan tristes. Crean en Dios y crean también en mí.
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría
dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya
preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde
yo esté, estén también ustedes” (Jn 14,1-3). Nos dice: “Volveré por Uds.” Nos
anuncia su segunda venida. Pero la segunda venida ya no será como en la primera
venida. Al respecto dice el Señor: “El Hijo del hombre vendrá en la
gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y pagará a cada uno de acuerdo con
su trabajo” (Mt 16,27). ¿En qué consiste la paga? Estar con Dios para siempre:
“Mientras las mujeres necias fueron a buscar aceite, llegó
el esposo a media noche: las que estaban preparadas entraron con él en la sala
nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron:
Señor, señor, ábrenos, pero él respondió: Les aseguro que no las conozco. Estén
prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mt 25,10-13). Ahora nos
reiteró: “Tengan cuidado y estén vigilantes, porque no saben cuándo llegará el
momento” (Mc 13,33). Como vemos; este domingo en el inicio del tiempo de
adviento el evangelio nos sugiere preguntarnos ¿Cómo esperar la venida o llegada
del Señor? A esta inquietud es lo que responde el evangelio de hoy Mc 13,33-37.
La “venida” del Señor que en griego significa “Parusía” y
del que San pablo hace amplia referencia, así por ejemplo nos lo dice: “Que el
Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven
irreprochables en todo su ser: espíritu, alma y cuerpo. Hasta la Parusía
(Venida) de nuestro Señor Jesucristo” (I Tes 5,23). La Parusía se ve como el
“retorno” del Señor. Esto se comprende bien en el pasaje de hoy, donde se habla
del retorno de un dueño de casa que se ha ido de viaje después de haberle
confiado a sus servidores diversos encargos (Mc 13,34). Pero hay una realidad
más profunda detrás de este lenguaje simbólico. Se trata del hecho de vivir con
confianza y perseverancia, apoyándose en la fidelidad de Dios, quien tiene el
rostro de Jesús, el Hijo de Dios y Señor de la historia. Los cristianos no
esperamos el “regreso” del Señor resucitado, sino que vivimos en la espera de
su venida. Con este tema, damos el primer paso firme en nuestro itinerario del
Adviento, tiempo de espera en vigilia.
El episodio Mc 13,33-37 nos ubica en la última gran lección
de Jesús a sus discípulos. En el evangelio de Marcos, además de todas las
enseñanzas que se encuentran dispersas por toda la obra, solamente hay dos
grandes discursos de Jesús: el “discurso en parábolas” a la orilla del lago (Mc
4,3-32) y el llamado “discurso escatológico” en el monte de los Olivos (Mc
13,5-37). El pasaje de hoy, es la conclusión del último discurso. La palabra
que resalta es: “¡estar vigilantes!”. Estamos, ante una enseñanza fundamental
del discipulado y este es el hilo conductor del evangelio de Marcos: El
discípulo que está en vela. En efecto, los discípulos deben estar vigilantes
ante los peligros externos (los falsos profetas, la persecución Mt 10,19.22) y
los peligros internos (perder de vista al Señor).
Al llegar a la última parte del discurso (Mc 13,28-37),
Jesús cuenta dos parábolas: comienza con la parábola de la higuera (Mc
13,28-32) y termina con la parábola del patrón ausente (Mc 13,33-37). El tema
de estas parábolas es la venida del Hijo del hombre. Las imágenes nos ponen
ante situaciones de ausencia, pero ausencia eventual, en la expectativa del
regreso: cuando se asoman las ramas tiernas de la higuera el verano todavía no
ha llegado, pero se sabe que vendrá irremediablemente (Mc 13,28-32); cuando los
empleados están encargados de la casa, el patrón todavía no está presente, pero
a su tiempo él llegará para pedirles cuentas (Mc 13,33-37). Así se retoma la
inquietud de los cuatro discípulos, Pedro, Santiago y Juan, quienes observando
la belleza del Templo y ante la advertencia del Maestro de que éste llegaría a
su fin, solicitaron: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál es la señal de que
todas estas cosas están para cumplirse” (Mc 13,4). Jesús respondió: “De aquel
día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el
Padre” (Mc 13,32).
Con esta idea comienza el pasaje que vamos a considerar: no
se sabe el tiempo de la “venida”. A los discípulos se les dice: “porque ignoran
cuándo será el momento… porque no saben cuándo viene el dueño de la casa” (Mc
13,33.35). A la luz de esta realidad se fijan las posturas para el
discipulado: ¿cuál debe ser su actitud en el tiempo de la espera?
“Estén atentos y vigilantes, porque no saben cuándo será el
momento” (Mc 13,33). Todo el discurso está atravesado por este tipo de llamadas
de atención. Esta es la cuarta y última vez que Jesús lo dice: “Miren que nadie
les engañe” (Mc 13,5); “Mírense Uds mismos” (Mc 13,9); “Miren que los he
advertido” (Mc 13,23); “Estén atentos…” (Mc 13,33). Y la manera concreta de
ejercitar la atención en medio de las convulsiones de la historia y de la
expectativa de la venida del Hijo del hombre es la vigilancia: “¡Vigilen!”.
Los discípulos deben percibir con mirada lúcida y aguda la venida del Señor en
este tiempo en que no saben “cuándo será el momento”. ¿Qué es lo que Jesús pide
en el mandato “velen”?
Hasta que el Hijo del hombre no regrese triunfante al final
de los tiempos para reunir a los elegidos, los discípulos no pueden bajar la
guardia, deben estar siempre sobrios y vigilantes. En el contexto del pasaje,
“velar” significa reconocer continuamente que uno es siervo y que tiene una
responsabilidad con el patrón, que la vida de uno debe estar concentrada en
función del encargo recibido y que hay que conducir un estilo de vida acorde
con este comportamiento.
El Adviento es una gran vigilia en el que aprendemos a
afrontar “la noche”: Los cristianos al esperar la venida de Jesús, el Señor
resucitado, vivían con mayor intensidad esta espera, siempre estaban en tiempo
de Adviento. Pero la vigilia tiene un gran valor espiritual. La “vigilia” no es
un paliativo para olvidarse de los miedos o las preocupaciones de cada día.
Todo lo contrario, la noche representa el tiempo de la crisis que provoca la
soledad, que reaviva los temores y las angustias. La vigilia tiene aspectos y
significados diversos: hay quien vela porque no consigue encontrar el
equilibrio y la serenidad del sueño; también hay quien vela porque tiene una
tarea urgente para el día siguiente y no cuenta con más tiempo; hay quien vela
porque está en una fiesta hasta el amanecer. Hay padres de familia que velan
esperando al cónyuge o al hijo fuera de casa; hay personas que velan esperando
la muerte de un agonizante; hay quien vela porque está enfermo; hay quien vela
trabajando por los demás.
El Señor nos aconseja: “Estén despiertos y oren para no caer
en la tentación, porque el espíritu está fuerte, pero la carne es débil"
(Mt 26,41). San Pablos nos lo dice así: “Ustedes, hermanos, no viven en las
tinieblas para que ese Día los sorprenda como un ladrón: Todos ustedes son
hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las
tinieblas. No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos
despiertos y seamos sobrios. Los que duermen lo hacen de noche, y también los
que se emborrachan. Nosotros, por el contrario, seamos sobrios, ya que
pertenecemos al día: revistámonos con la coraza de la fe y del amor, y
cubrámonos con el casco de la esperanza de la salvación” (I Tes 5,4-8).