DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - B (4
de Enero del 2015)
Proclamación del Santo Evangelio según San
Mateo: 2,1-12
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea,
bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y
preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque
hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo". Al
enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces
reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para
preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. "En Belén de Judea, le
respondieron, porque así está escrito por el Profeta:
Y tú, Belén, tierra de Judá,
ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de
ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel". Herodes mandó
llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha
en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: "Vayan
e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado,
avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje".
Después de oír al rey, ellos partieron.
La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el
lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y
al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose,
le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro,
incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al
palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
El domingo anterior hemos celebrado
la fiesta de la sagrada familia y en ella hemos reflexionado entre otros puntos
el parecer de Simeón que exclamó: "Ahora,
Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque
mis ojos han visto la salvación que preparaste ente todos los pueblos: luz para
iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,29-32).
Además, agregó y dijo a María: "Este niño será causa de caída y
de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma
una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos
íntimos de muchos"(Lc 2,34-35).
Hoy celebramos la manifestación o la
Epifanía del Señor, pero que también es la manifestación o la epifanía de la fe
de la humanidad representado en los reyes magos. Porque los tres Reyes representan
a la humanidad que busca a Dios, y su
vez es el símbolo del hombre que no puede vivir sin la experiencia de Dios;
dado que, sin fe el hombre es simplemente un “don nadie” y su vida sin sentido
(Jn 15,5).
Como vemos la enseñanza tiene
complemento con lo del domingo pasado y hoy en sentido de que Simeón dijo al
tomar al niño en sus brazos:
“Es luz para iluminar a las naciones paganas y gloria
de tu pueblo Israel” (Lc, 2,32) y su vez dijo que: "Este niño será causa
de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción” (Lc
2,34). Y el evangelio de hoy complementamos a estas ideas de modo siguiente:
Los reyes magos preguntaron "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de
nacer? Porque hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a
adorarlo"(Mt 2,2). Después que Herodes hizo el “papelón” con los reyes al oír
semejante noticia. “A los reyes, la estrella que habían visto en Oriente los guía,
hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella
se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María,
su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le
ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,9-11).
Los reyes se dejan guiar por “La
estrella que habían visto” (Mt 2.9). Esta luz tiene connotación particular
respecto a la fe. No podemos vivir sin la fe. Porque la vida necesita de un
sentido, de un horizonte que le marque el camino y le señale la mate por
alcanzar. Estos tres personajes han descubierto señales de Dios, pero ¿solo
señales?, Claro que no. Ahora quieren encontrar la propia fuente de luz: "¿Dónde
está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella en
Oriente y hemos venido a adorarlo" (Mt 2,2). La fe, no es un razonamiento.
La fe es un encuentro, es una experiencia personal de encontrarnos con Él: “El Rey
de los Judíos”. La fe autentica nos tiene que poner a todos en camino siguiendo
las señales de la luz de la estrella (Mt ,2.9). Lo malo es cuando las señales
se oscurecen y nos quedamos en la oscuridad. Hay momentos en los que no sabemos
a dónde ir porque han desaparecido las señales. Y es cuando empieza el camino
de tropiezo para el hombre sin la luz de la fe: “Al enterarse, el rey Herodes
quedó desconcertado y con él toda Jerusalén” (Mt 2,3). Asì, sucede hoy, ¿Cuántos Herodes modernos
que se despojan de la luz de la fe y buscan guiar al pueblo?: “Herodes los
envió a Belén, diciéndoles: "Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del
niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a
rendirle homenaje" (Mt 2,8). ¿Cuántas autoridades han hecho de la mentira
una verdad para hacer daño al pueblo religioso?: “Son ciegos que guían a otros
ciegos. Pero si un ciego guía a otro, los dos caerán en un pozo" (Mt
15,14) Con esto, razón tuvo Jesús al reiterarnos.
Los reyes magos: “Al ver la estrella se
llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su
madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le
ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,10-11). Necesitamos creyentes
que hayan encontrado la luz de la fe y cuya vida nos marque el camino. Cada uno
de nosotros es testigos de ellos. Comenzamos a creer porque la vela de nuestra
fe se enciende en la vela de la fe de nuestros padres (Mt 12,33). El mundo de
hoy trata de apagar esas estrellas (Mt 2,8). Por eso, son muchos los que
pierden el rumbo del camino. Sin embargo, esos momentos de oscuridad no borran
la presencia de Dios. El Niño sigue en el pesebre, solo que ellos no encuentran
el camino del pesebre porque buscan por caminos diversos a la voluntad de Dios:
Razón. Herodes no era el mejor testigo para llegar a Belén; sin embargo, quien
luego querrá matar a Dios para que no estorbe sus planes y proyectos y no ponga
en riesgo su ansia de poder, termina siendo el que señale el camino que él no
anduvo (Mt 2,8). Es que Dios se manifiesta en todo y en todos, incluso en
aquellos que se dicen ateos. Muchos creen que cuando todo se oscurece en sus
vidas han perdido la fe. No la han perdido, sencillamente que se ha oscurecido
en sus vidas. La fe necesita testigos (Hch 1,8). La fe nace del encuentro con
el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en
el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida (Hch 22,6-10).
La fe de cada uno es capaz de despertar la fe de los demás.
“La fe es la certeza de lo que no se
ven y convicción de lo que se espera;” (Heb 11,1). Así, pues, la fe no se
transmite por bonitas ideas, por libros, o teorías; se transmite con el contacto
entre las personas y transmitiendo experiencia de vida. Puede que muchos quieran
apagar nuestra fe con teorías y racionalismos, como sucede en la cultura secular
de hoy y con frecuencia en los Centros Educativos, pero mientras haya testigos en
la sociedad, en el colegio, que siguen creyendo habrá posibilidad de que otros
descubran su fe.
Después de resaltar la luz de la fe que
guió a los reyes magos, conviene que se resalte la actitud de los reyes magos
ente el Rey de los Judíos: “Guiados por la
estrella y muy alegres dieron con la casa, encontraron al niño con María, su
madre, y cayendo de rodillas, le adoraron. Luego, abriendo sus cofres, le
ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,10-11). Uno de los gestos que
suele pasar como desapercibido es lo que nos dice el Evangelio de Mateo:
“Cayendo de rodillas, le adoraron. Luego abriendo sus cofres le ofrecieron oro,
incienso y mirra. Subrayamos la actitud: “Cayendo de rodillas, le adoraron” La
adoración como la auténtica actitud del hombre frente a Dios que es una actitud
de complemento al abajamiento de Dios, (Enmauel Is. 7,14). A Dios le rezamos mucho,
e incluso nuestros rezos a menudo pueden recibir el calificativo; cuando Jesús
dijo a los Fariseos: ¡Hipócritas, que bien saben justificar sus apariencias!
Bien profetizó de ustedes el profeta al decir: Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto: las
doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos” (Mt 15,7-9).
Solemos adorar poco o casi nada. A Dios
le pedimos muchas cosas, pero le adoramos poco. Dos gestos que ponen de
manifiesto la auténtica relación entre el hombre y Dios: “ponernos de rodillas
delante de Él” y “adorarlo” (Mt.2,10-11). Y lo más resaltante: adorar a Dios
contemplando tan solo en un niño como cualquier otro niño del pueblo. Un niño
nacido en la pobreza de un pesebre (Lc 2,6). La adoración significa admiración,
rendimiento, maravillarse ante el misterio. Un misterio que solo podremos
aceptar de rodillas. Es posible que este sea para muchos de nosotros el
problema de nuestra fe. Nos ponemos de rodillas, pero adoramos poco. Guardamos
poco silencio en el corazón para contemplar el misterio. Los Magos no hablan,
no dicen palabra, adoran en el silencio. Luego en actitud de donación los magos
orecen lo que trajeron (Mt 2,11).
Como los reyes magos se hacen parte de
la luz, parte del niño por las ofrendas, ¿Cómo nosotros podemos ser parte del
niño o parte de la luz? Pues, ¿No crees que podemos ser el cuarto rey mago, para
convertirnos en el testigo de la luz? San Francisco en la oración de la Paz
quiso ser testigo fiel de esa luz y así se refleja en la Oración por la Paz: ¡”Oh
Señor haced de mi un instrumento de tu paz, que donde haya odio, ponga yo tu
amor; que ahí donde haya ofensa, ponga yo tu perdón, que ahí donde haya tinieblas
ponga yo tu luz...”
De esta
actitud de los Reyes magos que se sienten comprometidos con el sentir del niño,
de ese cuarto rey mago requiere nuestra Iglesia hoy para cumplir con la misión de
anunciar el evangelio por el mundo (Mt 28,19-20). La educación o la catequesis desde nuestros
colegios o parroquias ofrecen amplias posibilidades. Pero lo que falta es tener
criterios de experiencia de vida cristiana. Porque la religión cristiana no es
una ciencia abstracta de conocimientos sino un conocimiento existencial de
Cristo, una relación personal con Dios que es amor (IJn 4,8). Hoy más que nunca
es sumamente necesario insistir en la formación de acuñar una experiencia de
vida en relación. Porque Dios nos ha manifestado en el nacimiento de su hijo
una experiencia de su amor hacia la humanidad: “Tanto amó Dios al mundo, que envió
a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida
eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya
está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).
Pero, hoy hemos reducido demasiado la educación
o la catequesis a conocimientos. Sabemos que son necesarios, pero los
conocimientos no nos hacen cristianos, las ideas no nos hacen cristianos, las
ideas no son medios adecuados para escalar el cielo. Uno puede sacar sobresaliente
en religión y no ser religioso, uno puede ser teólogo y no creer en Jesús. Todo
es puede o pasa porque nuestra labor educativa o catequesis, son de poca o casi
nada de experiencia de Dios. Y una educación o una catequesis sin experiencia
de Dios, no hacen cristianos, no salvan al hombre. La prueba la tenemos en la
experiencia: ¿cuántos jóvenes de confirmación o niños de primera comunión se comprometen
de verdad con su fe? ¿Cuántos alumnos de
Colegios Católicos son luego practicantes de su fe? Seguramente habrá honrosas
excepciones, pero en la mayoría de los trabajos desplegados en nuestra Iglesia
han dado muy pocos resultados y ¿por qué? Jesús nos dice muy claro refiriéndose
a los fariseos: “Ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les enseñen, pero no
se guíen por sus obras, porque no hacen lo que enseñan. Atan pesadas cargas y
las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas
ni siquiera con el dedo” (Mt 23,3-4).
La
religión no es cuestión meramente de saber sino también de sentir, de
experimentar, de vivir. Es cuestión de experimentar a Dios, de sentir a Dios de
vivir a Dios. Las ideas quedan en la cabeza, pero con frecuencia no llegan al
corazón. Lo mejor es una educación o de catequesis “como relación” personal con
Dios y relación con el prójimo. Recordemos lo que Jesús respondió a una
pregunta: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?
respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El
segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos
dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profeta” (Mt 22,36-40). Y esto vale
para educación y la catequesis tanto parroquiales o educativas.
¿Estaremos aun a tiempo para asumir una
actitud del encuentro de los reyes magos con el Hijo de Dios hecho hombre? (Jn
1,14). Claro que si, todavía estamos a tiempo para cambiar nuestra actitud y pasar
de una fe pasivo a una fe activa y de compromiso, de ser personas en relación a Dios y al prójimo
pero eso será posible cuando hagamos lo que Dios nos dice por el profeta: “Les
daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de
su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi
espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen
mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes
serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,26-28). Todo dependerá si permitimos
que Dios opere en nuestras vidas y transforme nuestras vidas. Todavía estamos a
tiempo para que Dios nos quite este corazón de piedra que llevamos y nos de
otro corazón de carne, capaz de amar de verdad.
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