DOMINGO XXIV – C (Domingo 15 de
setiembre del 2019)
Proclamación del santo Evangelio
Según San Lucas 15,1-32
15:11 Jesús dijo también: "Un
hombre tenía dos hijos.
15:12 El menor de ellos dijo a su
padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el
padre les repartió sus bienes.
15:13 Pocos días después, el hijo
menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus
bienes en una vida licenciosa.
15:14 Ya había gastado todo,
cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
15:15 Entonces se puso al servicio
de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
15:16 Él hubiera deseado calmar su
hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
15:17 Entonces recapacitó y dijo:
"¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí
muriéndome de hambre!
15:18 Ahora mismo iré a la casa de
mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
15:19 ya no merezco ser llamado
hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros".
15:20 Entonces partió y volvió a
la casa de su padre.
Cuando todavía estaba lejos, su
padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo
besó.
15:21 El joven le dijo:
"Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo
tuyo".
15:22 Pero el padre dijo a sus
servidores: "Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un
anillo en el dedo y sandalias en los pies.
15:23 Traigan el ternero engordado
y mátenlo. Comamos y festejemos,
15:24 porque mi hijo estaba muerto
y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la
fiesta.
15:25 El hijo mayor estaba en el
campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que
acompañaban la danza.
15:26 Y llamando a uno de los
sirvientes, le preguntó qué significaba eso.
15:27 Él le respondió: "Tu
hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha
recobrado sano y salvo".
15:28 Él se enojó y no quiso
entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
15:29 pero él le respondió:
"Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola
de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis
amigos.
15:30 ¡Y ahora que ese hijo tuyo
ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él
el ternero engordado!"
15:31 Pero el padre le dijo:
"Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
15:32 Es justo que haya fiesta y
alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido
y ha sido encontrado" .PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y
Bien.
En el A.T. Dios se define como:
“Yo soy” (Ex 3,14); en el N.T. “Dios es Espíritu” (Jn 4,24). Y Juan en resumen
nos dice: “Dios es amor” (I Jn 4,8). Si Dios es Espíritu de amor, es obvio que
ante el desatino del hombre (Gn 3,4-7), Dios se proponga un nuevo proyecto:
"Juro por mi vida —Dice el Señor— que yo no quiero la muerte del pecador,
sino que se convierta de su mala conducta y viva” (Ez 33,11). Y para concretar
su proyecto, Dios se propone: “Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le
hablaré a su corazón” (Os 2,16). “Te desposaré conmigo para siempre, en la
justicia y el derecho, en el amor y la misericordia y en fidelidad, y tú
conocerás al Señor tu Dios” (Os 2,21-22). “Como una madre consuela y acaricia a su hijo sobre su
rodilla, así yo te consolare en Jerusalén” (Is 66,13). Este proyecto de Dios
amor es como hoy se describe en la parábola del hijo prodigo.
"Alégrense conmigo, porque he
hallado la oveja que se me había perdido" (Lc 15,6). "Alégrense
conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido" (Lc 15,9). “Celebremos una fiesta, porque este hijo mío
estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado" (Lc
15,23). Los tres episodios tienen un
común denominador. Alegría y gozo (Lc 1,28): ¿Gozo de quién y por qué? Gozo de Dios por el regreso del hijo
pecador. Esta escena Jesús lo describe así:
“Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que
cree en Él no muera si no que tenga vida, porque Dios no envió a su Hijo al
mundo para que el mundo se condene, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
En
la misma línea Jesús responde a la pregunta: ¿Cuál es el mandamiento principal?
respondió: “El primero es ama a tu Dios con todo tu corazón, fuerza y mente, el
segundo es similar, ama a tu prójimo como a ti mismo, estos dos mandamientos
sostienen la ley y los profetas” (Mc 12,28). Es decir, Jesús resume todo los
mandamientos en dos: amor a Dios y al prójimo. Mejor dicho el amor a Dios tiene
que pasar por el amor al prójimo.
¿Si Dios nos ama tanto, habrá
motivo para apartarnos de su amor? Dios Conoce nuestros corazones (Lc 16,15).
Dios sabe que en amarnos unos a otros podemos fallar y por ende a Dios. Por eso
acude en las parábolas a los ejemplos de: La Oveja descarriada (Lc 15,4); La
monda perdida (Lc 15,8) y el Hijo que se va de casa (Lc15, 13). Dios que nos
ama tanto, no se queda feliz cuando uno de nosotros nos perdemos o nos alejamos
de su amor por el pecado. Dios no renuncia al amor que nos tiene. Esta siempre
pendiente de nosotros, y sabe que un día volveremos hacia él (Lc 15,20). Él
sabe que nada podemos en su ausencia: “Sin mi nada podrán hacer” (Jn 15,5). Y
¿qué padre o madre estará feliz al saber que uno de sus hijos se marchó de
casa? Y ¿Qué padre no se alegrará porque el hijo que un día se marchó, vuelve a
casa? Así “Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta, que
por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7).
“Estando el hijo todavía lejos, el
padre le vio y, conmovido, corrió a su encuentro, se echó a su cuello y le besó
efusivamente” (Jn 15,20). Cuando Jesús
cuenta esta parábola del hijo prodigo, revela este misterio: nosotros los
hombres arruinamos y destruimos nuestra dignidad; pero esa dignidad esta para
siempre custodiada del mismo modo en el seno del Padre, más aún, en su corazón,
en donde, pase lo que pase, siempre somos sus hijos. El hijo presenta su
discurso de perdón... pero el Padre está tan contento, que ni siquiera se detiene
a hablar sobre el tema:
El padre dijo a sus siervos:
"Traigan aprisa el mejor vestido y vístanlo, pónganle un anillo en su mano
y unas sandalias en los pies. Traigan el novillo cebado, mátenlo, y comamos y
celebremos una fiesta” (Lc 15,22-23). Si el pecado nos deja desnudos, al
descubierto e indefensos, es precisamente nuestro Padre el que nos cubre
nuevamente con su amor y su gracia en el sacramento de la confesión (Jn 20,23)
y nos devuelve la dignidad de ser su imagen y semejanza (Gn 1,26).
“Todo es puro para los puros. En cambio, para
los que están contaminados y para los incrédulos, nada es puro. Su espíritu y
su conciencia están manchados. Ellos hacen profesión de conocer a Dios, pero
con sus actos, lo niegan: son personas reprochables, rebeldes, incapaces de
cualquier obra buena” (Ti 1,15). Esta cita de San Pablo nos sirve para
contraponer lo opuesto de la fiesta: a) “Todos los publicanos y los pecadores
se acercaban a Jesús para oírle, pero los fariseos y los escribas murmuraban,
diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15,1-2). b) “El hijo
mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la
música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era
aquello. Él le dijo: Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo
cebado, porque le ha recobrado sano. Pero Él se enojó y no quería entrar” (Lc
15,25-28).
Ya aquí se percibe una
predisposición negativa frente a la situación: no sabe de qué se trata, pero
toma distancia de la situación, y se informa a través de terceros. No pregunta
¿por qué es la fiesta?, ni menos aún entra en ella. Pero pregunta qué significa
eso. Cuando se le informa, “Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para
rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo
sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un
cabrito para hacer una fiesta con mis amigos...” (Lc 15,29).
A lo largo de todo este diálogo,
el hijo mayor nunca llama Padre a su Padre; y los verbos que utiliza dan la
pauta de cómo ha establecido él esta relación: “ordenar”, “obedecer”,
“servir”... son verbos más de un cuartel que de una familia. Este hijo ha
establecido con su Padre una relación de servicio, y de servicio interesado
“nunca me diste un cabrito...”, no de amor. Este hijo se ha quedado en la casa,
pero no ha descubierto la grandeza inefable del Padre que tiene delante de él,
y que es su Padre. No conoce su corazón, y por eso tampoco comprende su
proceder. Pero lo que viene es aún más terrible:
“Y ahora que ese hijo tuyo ha
vuelto, después de haber devorado tu hacienda con prostitutas, haces matar para
él el ternero engordado" (Lc 15,30). No llama hermano a su hermano, ni
menos aún por su nombre: toma distancia de ambos: “ese hijo tuyo”; además, no
ahorra palabras a la hora de recalcar el pecado de su hermano, para presentarlo
como un criminal. Uno de los nombres del diablo es precisamente este: el
acusador (Jn 8,44).
“Pero el padre le dijo: "Hijo
mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta
y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba
perdido y ha sido encontrado" (Lc 15,31-32).
El Padre no polemiza con el hijo
mayor, que no comprende nada, menos que el hecho de que su padre es PADRE; pero
le responde con términos distintos: para Él, los dos siguen siendo sus hijos
(aunque, por distintos motivos, ninguno de los dos sabe estar a la altura del
amor del Padre), los ama a los dos, y quiere que los dos compartan la vida y la
felicidad del Padre. El Evangelio no nos dice cómo terminó la historia: si el
hijo mayor entró o no a la fiesta (con todo lo que eso significa: toda una
conversión); y si el hijo menor, una vez ya saciadas sus necesidades
elementales, descubrió el amor del corazón de su Padre. Y no es que a Jesús se
le haya escapado el final, sino muy por el contrario: es que el final es un
“final abierto”, tanto como la vida misma, y esta historia puede tener tantos
finales como personas haya en este mundo.
En suma, entre el dios de los que
dicen ser buenos y justos (fariseos, hijo mayor) y Dios que Jesús nos presenta, Dios lleno de
amor y que siempre esta atento a sus hijos, es este Dios que lo tenemos de
Padre y Padre nuestro. De ahí que, en verdad me encanta el Dios de Jesús. El
Dios que no abandona a los malos sino que sale a buscarlos. El Dios que deja en
casa a los buenos y sale a buscar a los que se han extraviado y corren peligro
en el monte. El Dios que no se escandaliza del hijo que se va de casa y
malgasta toda su herencia. El Dios que no hace falta ganarle con nuestras
bondades, sino que Él nos sigue amando, incluso cuando estamos perdidos en el
monte y hay que fatigarse para encontrarnos. El Dios que ni siquiera exige que
primero cambiemos para luego regresar a casa.
El Dios que nos ofrece hoy la
liturgia y que se describe en las parábolas es el Dios de la gratuidad y puro
amor. Es el Dios que sale a buscar lo perdido y lo carga sobre sus hombros. Es
el Dios que además se alegra y hace fiesta. ¡Pero, qué poco festivo suele ser
el Dios de nuestra fe! En cambio, el Dios de Jesús es un Dios que no disfruta
solo sino que quiere compartir sus alegrías con los demás. Siempre ponemos
nuestra atención en la oveja perdida, cuando en realidad el personaje
importante es el pastor que, cansado y todo, renuncia al descanso hasta que la
encuentra y no la trae a casa a patadas y de mal humor, sino feliz de haberla
encontrado.
¿Alguna vez te has sentido oveja perdida?
¿Alguna vez te has sentido feliz de que Dios te haya salido a tu encuentro y te
haya cargado sobre sus hombros y haya celebrado tu regreso? Dios dice por el
Profeta: “¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de
él. Como el pastor se ocupa de su rebaño
cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y
las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes
y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las
naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de
Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las apacentaré
en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de
Israel… Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la
herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta.
Yo las apacentaré con justicia” (Ez 34,11-16).