sábado, 10 de agosto de 2013

DOMINGO XIX - C (11 de agosto del 2013)





DOMINGO XIX - C (11 de agosto del 2013)

Evangelio Según San Lucas 12,32-48:

En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles:  "No temas, pequeño rebaño, porque al Padre de ustedes le agradó darles el Reino. Vendan lo que tienen y repártanlo en limosnas. Háganse junto a Dios bolsas que no se rompen de viejas y reservas que no se acaban; allí no llega el ladrón, y no hay polilla que destroce. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón. Tengan puesta la ropa de trabajo y sus lámparas encendidas. Sean como personas que esperan que su patrón regrese de la boda para abrirle apenas llegue y golpee a la puerta. Felices los sirvientes a los que el patrón encuentre velando a su llegada. Yo les aseguro que él mismo se pondrá el delantal, los hará sentar a la mesa y los servirá uno por uno. Y si es la medianoche, o la madrugada cuando llega y los encuentra así, ¡felices esos sirvientes! Si el dueño de casa supiera a qué hora vendrá el ladrón, ustedes entienden que se mantendría despierto y no le dejaría romper el muro. Estén también ustedes preparados, porque el Hijo del Hombre llegará a la hora que menos esperan."

Pedro preguntó: "Señor, esta parábola que has contado, ¿es sólo para nosotros o es para todos?" El Señor contestó: «Imagínense a un administrador digno de confianza y capaz. Su señor lo ha puesto al frente de sus sirvientes y es él quien les repartirá a su debido tiempo la ración de trigo. Afortunado ese servidor si al llegar su señor lo encuentra cumpliendo su deber. En verdad les digo que le encomendará el cuidado de todo lo que tiene.

Pero puede ser que el administrador piense: "Mi patrón llegará tarde". Si entonces empieza a maltratar a los sirvientes y sirvientas, a comer, a beber y a emborracharse, llegará su patrón el día en que menos lo espera y a la hora menos pensada, le quitará su cargo y lo mandará donde aquellos de los que no se puede fiar. Este servidor conocía la voluntad de su patrón; si no ha cumplido las órdenes de su patrón y no ha preparado nada, recibirá un severo castigo. En cambio, si es otro que hizo sin saber algo que merece azotes, recibirá menos golpes. Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas. PALABRA DEL SEÑOR.


Estimados hermanos(as) en el Señor Paz Bien

El Evangelio del domingo pasado terminaba con las palabras de Jesús exhortando: Dios dijo al rico "¡Necio! Esta misma noche morirás; las cosas que has acumulado, ¿para quién serán?" Así es el que atesora riquezas para sí, y no es rico ante los ojos de Dios" (Lc 12,21). Hoy en el inicio del evangelio se nos dice: “Vendan lo que tienen y repártanlo en limosnas. Háganse junto a Dios bolsas que no se rompen de viejas y reservas que no se acaban; allí no llega el ladrón, y no hay polilla que destroce. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Lc 12,33-34).

¿De qué tesoro nos habla Jesús sino lo que atesora el corazón? No es la cosecha, no es un bien material, la que quepa en el corazón de Dios y en el corazón del hombre que es imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26) es sin duda alguna el amor. Al respecto San Pablo dice: “El Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino de justicia, de paz y alegría en el Espíritu Santo. Quien de esta forma sirve a Cristo, agrada a Dios y también es apreciado por los hombres” (Rm 14,17-18).

¿Qué otra motivación tendría Dios para crearnos sino es precisamente por el amor?  San Juan dice: Queridos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor” (1Jn 4,7-8). Por eso uno estamos llamados a vivir en el mismo amor los unos a los otros, y es el amor el único camino eficaz de salvación: “Si uno dice «Yo amo a Dios» y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21). Mismo Jesús, manifestación del amor de Dios a los hombres nos reitera: “Ámense unos a otros como yo os ame” (Jn 13,14).
Dios ejecuto su proyecto de salvación: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios es único, y único también es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre” (1Tm 2,4-5). Jesús mismo lo manifiesta: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn 15,13-15). “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11).

Con estas enseñanzas conviene precisar nuestra reflexión al tema de la riqueza ¿Cómo ser rico ante los ojos de Dios? El joven rico pregunto muy preocupado sobre su salvación a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme” (Mr 10,17-21). La única forma de ser ricos antes los ojos de Dios es actuando en el amor de Dios y no de meras palabras sino con obras de caridad y misericordia.

La obra de caridad perfecta es pues sin duda el compartir, al respecto agrega el apóstol Santiago: “Si alguno se cree muy religioso, pero no controla sus palabras, se engaña a sí mismo y su religión no vale. La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo” (Stg 1,26-27). “lLa fe sin obras es una fe muerta” (Stg 2,17). La fe sin obras no salva a nadie y la obra que da vida a la fe que decimos profesar es el acto de caridad cual es el dar con amor a quien no tiene un pan o un vestido.

Lo segundo que nos plantea Jesús es dónde está el verdadero tesoro de nuestras vidas. Porque, claro, cuando tenemos un tesoro todos vivimos con el corazón metido en la caja fuerte, nadie deja un tesoro tirado sobre la mesa. En cambio, aquí Jesús nos dice que renunciar a todo y darlo a los que no tienen, nos abre una cuenta fuerte en el cielo, ese es el tesoro de los pobres. Humanamente, los pobres no suelen disponer de grandes tesoros, pero tienen como tesoro el corazón de Dios.

Lo tercero, Jesús vuelve a insistirnos en nuestra actitud de la vigilancia, de estar atentos, de estar despiertos. Vigilantes a la espera de su venida. Vigilantes con nosotros mismos para que nuestra vida se mantenga viva. Vigilantes para que nuestra fe no se nos vaya contaminando o se nos vaya muriendo. Vigilantes para que nuestra Iglesia no se vaya contaminando de los criterios del mundo y termine perdiendo su propia claridad. Vigilantes sobre nosotros mismos para saber tomar las decisiones necesarias a su tiempo y a su momento oportuno.

Lo cuarto, sugiere estar prestos a la exigencia: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). La única medida del tener más o menos es el amor manifestado en la caridad al pobre, medio eficaz para acumular riqueza en el cielo y quien así vive, es como el administrador fiel que está muy atengo y vigilante porque está preparado para la consumación: “Por eso, estén también ustedes preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que menos esperan” (Mt 24,44). Entonces cuando llegue el Juez supremo dará el premio a cada uno según su trabaja (Ap 22,12). Fielmente conviene traer en recuerdo aquello de la paga al final de los tiempos: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de Gloria, que es suyo. Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y separará a unos de otros, al igual que el pastor separa las ovejas de los chivos. Colocará a las ovejas a su derecha y a los chivos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber. Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa. Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme. Estuve en la cárcel y me fueron a ver. Entonces los justos dirán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos?  ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y te fuimos a ver? El Rey responderá: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí. Dirá después a los que estén a la izquierda: ¡Malditos, aléjense de mí y vayan al fuego eterno, que ha sido preparado para el diablo y para sus ángeles! Porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber, era forastero y no me recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron. Estos preguntarán también: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, desnudo o forastero, enfermo o encarcelado, y no te ayudamos? El Rey les responderá: «En verdad les digo: siempre que no lo hicieron con alguno de estos más pequeños, ustedes dejaron de hacérmelo a mí. Y éstos irán a un suplicio eterno, y los buenos a la vida eterna” (Mt 25,31-46).


domingo, 4 de agosto de 2013

DOMINGO XVIII - C (Domingo 04 de agosto del 2013)



DOMINGO XVIII - C (4 de agosto del 2013)

Evangelio: San Lucas 12,13 - 21:

En aquel tiempo uno de la gente le dijo: "Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo." Jesús le respondió: "¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre Uds?" Y les dijo: "Miren, guárdense de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes." Les dijo una parábola: "Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: "¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?" Y dijo: "Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, date buena vida." Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que acumulas, ¿para quién serán?" Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios." PALABRA DEL SEÑOR.

COMENTARIO:

Conviene demoler el muro del egoísmo y agrandar el granero del amor y compartir el pan con el hambriento. Estimados hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

Decía Jesús: “¿De qué le serviría a uno ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo? Sepan que el Hijo del Hombre vendrá con la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta” (Mt 16,26-27). Y hoy nos está reiterando lo mismo: “Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida” (Lc  12,15).

Uno de entre la gente pidió a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia. Le contestó: Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o repartidor de bienes entre ustedes?” (Lc 12,13-14). El domingo anterior decíamos que a menudo no sabemos pedir a Dios y por eso Dios no nos escucha. Que Dios escucha siempre que lo pidamos con un corazón puro y sincero. Dios es el más interesado en nuestra felicidad y por eso es él el que se adelanta y nos da lo que sabe que nos hace falta antes que se lo pidamos, pero Dios respeta la libertad del hombre por eso espera que se lo pidamos. Que nazca de nosotros el pedir en una oración, pues así dice mismo Dios: “Cuando me invoquen y vengan a suplicarme, yo los escucharé; y cuando me busquen me encontrarán, siempre que me imploren con todo un corazón puro y sincero” (Jer 29,12)

Me pregunto ahora, este pedido: “Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia” (Lc 12,13), será una petición que nace de una fe autentica a Dios o será que este hombre quiere usar el actuar de Dios con criterios personales y egoístas? ¿Cuántos de nosotros y con frecuencia confundimos las cosas ante Dios?

El tema de las herencias es un tema recurrente e nuestra vida familiar y motivo de muchas discordias. Gustaría saber cuántos hermanos, que hasta es posible vayan a misa hoy y muy devotamente y no se hablen por problemas de herencia entre hermanos. Por eso, yo soy de los que insisto a los padres a que hagan testamento a tiempo. No saben cuántos líos entre los hermanos se evitarían. La parábola de Jesús es toda una lección de nuestra codicia y de nuestra ansia de tener, capaz de sacrificar nuestra condición de hermanos, nuestra condición de solidaridad y de nuestro compartir con los demás.

Jesús lamenta la codicia del corazón del dueño de la cosecha, porque, mientras los pobres se mueren de hambre y cada día los grandes terratenientes los dejan sin sus tierras, este hombre tiene un cosechón tan tremendo que ya no sabe dónde almacenar tanto grano. La única preocupación es qué haré para meter tanto trigo. La solución es clara, piensa en levantar nuevos graneros, en almacenar. Ni se le pasa por la cabeza pensar, que ya que Dios le ha regalado tan buena cosecha, cuánto pudiera repartir entre los que no tienen nada, entre los que se mueren de hambre. Piensa en agrandar sus graneros, pero no piensa que con ello está achicando su corazón. Pienso agrandar sus graneros, pero no piensa en agrandar el corazón. Crecerán y se agrandarán sus graneros, pero su vida se empequeñecerá y achicará. Un tema de ayer y también de hoy. Hermanos, sí, mientras viven los padres. Nada más morir los viejos, dejamos de ser hermanos, y somos herederos. Es ahí donde, nos olvidamos de los padres, y nos olvidamos que somos hijos, y nos olvidamos de que somos hermanos. Ahora comienza el egoísmo. ¿Qué me toca a mí? ¿Qué te toca a ti? Pero claro, siempre hay alguien que se cree más derechos y con más títulos para atrapar la mejor tajada.

Jesús tuvo experiencia de esto. Por eso este pobre hombre, dominado por el poder de su hermano, acude a Jesús para que convenza a su hermano de que reparta la herencia. Pretendemos que Dios también haga de intercesor y de árbitro cuando nosotros nos olvidamos de ser hermanos y la codicia crea peleas fraternas. Jesús no se mete en esos líos de herencias, no es esa su misión. Su misión está en manifestar que el egoísmo de tener solo lleva a la división, por eso propone una parábola que nos habla no del acumular sino del compartir. ¿Cuántas familias rotas por causa de las herencias? ¿Cuántos hermanos que no se hablan desde la muerte de los padres? ¿Cuántos hermanos que han dejado de serlo desde que los viejos se fueron. Y todo por el egoísmo del tener, del acumular.

 El mejor recuerdo y homenaje a nuestros padres que se fueron, será conservar una familia unida como ellos la quisieron. Que el mejor homenaje y la mejor memoria de nuestros padres que ya nos dejaron serán el amor, la unidad y la fraternidad de los hijos. ¿De qué sirve llorarlos, si entre nosotros vivimos peleados por lo que ellos nos dejaron? ¿Con qué cara nos acercaremos a su tumba a ofrecerles un ramo de flores, cuando nosotros no nos atrevemos a visitarlos juntos y cambiamos de fecha para no encontrarnos? ¿Para eso lucharon toda su vida nuestros padres, para que ahora nosotros rompamos la unidad familiar? El amor se expresa y manifiesta no en el acaparar, sino en el compartir y en la sensibilidad de las necesidades de cada uno. Al fin y al cabo, nadie llevará consigo lo que privamos a nuestro hermano.


Recordemos la enseñanza de Jesús sobre el joven rico: “Jesús estaba a punto de partir, cuando un hombre corrió a su encuentro, se arrodilló delante de él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre. El hombre le contestó: “Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven que más me fala”. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: “Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo: ¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!” (Mc 10,17-23).