viernes, 12 de agosto de 2016

DOMINGO XX – C (14 De agosto de 2016)


DOMINGO XX – C (14 De agosto de 2016)

Proclamación del santo evangelio según San Lucas 12,49-53

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos, “he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!

¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra". PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXION:

Estimados amigos(as) en el Señor Paz y Bien.

El domingo pasada, Jesús en la parte final del Evangelio decía: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lc 12,48). Lo mínimo que se nos exige es la coherencia entre lo que decimos creer y hacer, eso se manifiesta en los frutos o las obras (Mt 7,20). Muchos dicen creer en Dios, pero sus actos reflejan otra cosa. En este contexto el mensaje del evangelio de hoy nos advierte esta incoherencia entre el decir y hacer.

Ya, al inicio, el profeta Simeón, después de bendecirlos, había dicho a María, la madre: "Este niño será causa de caída y tropiezo para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos en Israel" (Lc 2,34-35). Hoy reafirma Jesús al decirnos: “¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres” (Lc 12,51-52).

¿Qué es lo más precioso que Dios nos ha dado a la humanidad? Sin duda tiene que ser su amor, el don precioso que Dios nos concede es el amor. Ahora el Señor comienza: "He venido a prender fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lc 12, 49). ¿Por qué Jesús usa el símbolo del fuego para su enseñanza de hoy? Porque el fuego purifica y es energía que da calor y vida y que sabiduría de Jesús para saber usar como causa el fuego que arde en el corazón de todo creyente y su efecto como el amor que nos une a Dios. Y dice Jesús he venido  encender esta llama del amor en el corazón del hombre.

En el creyente la palabra de Dios tiene que ser como ese fuego que purifica al crisol el oro que separa de la escoria, y por el fuego se sabe que porción de oro se tiene y     que porción de escoria se tiene (I Pe 1,7). Al respecto el profeta dice: “Me has seducido, Señor, y me dejé seducir por ti. Me tomaste a la fuerza y saliste ganando. Todo el día soy el blanco de sus burlas, toda la gente se ríe de mí. Pues me pongo a hablar (en nombre de Dios), y son amenazas, no les anuncio más que violencias y saqueos. La palabra de Dios me acarrea cada día humillaciones e insultos. Por eso decidí no recordarme más de Dios, ni hablar más en su nombre, pero sentía en mí algo así como un fuego ardiente aprisionado en mis huesos, y aunque yo trataba de apagarlo, no podía” (Jer 20,7-9).

En el Nuevo catecismo de la Iglesia 27  dice: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: «La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1)

Por el profeta Ezequiel Dios nos dice sobre su intensión para la humanidad: “Los sacaré de las naciones, los reuniré de entre los pueblos y los traeré de vuelta a su tierra. Los rociaré con un agua pura y quedarán purificados; los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus inmundos ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré dentro de ustedes un espíritu nuevo. Quitaré de su carne ese corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes mi Espíritu y haré que caminen según mis mandamientos, que observen mis leyes y que las pongan en práctica” (Ez, 36,24-27). Y agrega. “Por eso ahora la voy a conquistar, la llevaré al desierto y allí le hablaré a su corazón” (Os 2,16).

Como se nota claramente que el hombre como criatura de Dios lleva por dentro ese fuego del amor, desde los huesos, en el corazón y ese fuego del amor proviene de Dios, con Razón se nos dice en Gen 1,27: “Dios creo al hombre a su imagen y semejanza” Por eso el hombre lleva esa dignidad de ser criatura de Dios.

San Pablo es más enfático en decirnos muy concretamente: “Dios nos dejó constancia del amor que nos tiene en esto, que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Con mucha más razón ahora nos salvará del castigo si, por su sangre, hemos sido hechos justos y santos. Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo; con mucha más razón ahora su vida será nuestra plenitud” (Rm 5,8-10). Y al respecto hoy Jesús nos ha dicho: “Con un bautismo tengo que ser bautizado y qué angustiado estoy hasta que se cumpla” (Lc 12, 49).

Mismo Señor nos lo dice que es el amor: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos, y son ustedes mis amigos, si cumplen lo que les mando. Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre. Ustedes no me eligieron a mí; he sido yo quien los eligió a ustedes y los preparé para que vayan y den fruto, y ese fruto permanezca. Así es como el Padre les concederá todo lo que le pidan en mi Nombre” (Jn 15,13-16).

Un buen día el doctor de la ley pregunto al Señor: “¿Qué mandamiento es el primero de todos? Jesús le contestó: «El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es un único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. Y después viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos” (Mc 12,28-31). En sus cartas propio Juan dice:  “Quien ama esta en Dios y conoce a Dios, quien no ama no conoce a Dios, porque dios es amor” (1Jn 4,8). “Si uno dice «Yo amo a Dios» y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de él: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21).

Ahora bien, cuando Jesús nos dice: “Vine a traer fuego… división” (Lc12,49-50). Entendemos al Señor a que se refiere y como bien sabemos el fuego quema todo aquello que ya no sirve. Los mineros usan el fuego para separar el oro de las escorias que no sirven. Los agricultores tienen un sistema muy curioso. Recogida la cosecha prenden fuego a los rastrojos que ya no sirven para nada. Pero el fuego, además tiene una fuerza y un dinamismo. No solo calienta en los días fríos del invierno, sino que también sirve para poner en marcha los motores.

Muchos cristianos esperaríamos que Jesús deje las cosas como están. A lo más habría que ponerle unos parches, por eso se desilusionan de Jesús. O lo que es peor, muchos se imaginan que ser fieles a Jesús es dejar que las cosas sigan igual, sigan como siempre. El cambio no entra en su mentalidad. Jesús es todo lo contrario. El vino a introducir el cambio. El mismo ya es un cambio. El cambio es señal de vida, es señal de que algo que no está bien y es preciso cambiarlo. Además, el cambio no es negar el pasado, sino más bien es hacer que el pasado camine y no se quede en el ayer.

Jesús vino a cambiar muchas cosas. Vino a cambiar la religión de "sacrificio por la religión de la misericordia". Jesús vino a cambiar la religión de "los holocaustos por la religión del amor". Vino a cambiar la "religión del sábado y la ley por la religión del hombre". Vino a cambiar la "religión del templo por la religión del hombre". Pero, eso sí. Jesús no actuó con rebeldía. Jesús no es de los que quiere el cambio por la fuerza y el poder, sino por la fuerza del amor, la comprensión, el respeto a los demás. La violencia destruye, pero no construye. Vemos la violencia de ciertas huelgas y manifestaciones que pasan destruyéndolo todo. La violencia impone el cambio a fuerza del poder del más fuerte. No. Jesús no vino a hacer nada de eso como al mundo le pareciera. Eso no es el estilo de Jesús ni tampoco del cristiano. El cristiano es el que quiere que lo que está mal esté bien, pero cambiando el corazón del hombre. El cristiano es el que quiere que aquello que declara como bueno una situación de injusticia, cambie por otra situación de justicia, pero no con otra injusticia. Jesús quiere que aquello que no responde a la dignidad del hombre tiene que cambiar, que el centro de todo tiene que ser el hombre y la dignidad y bienestar del hombre. Por eso el cristiano no es un conformista que deja que las cosas sigan igual. El cristiano es el hombre del cambio, es el hombre de lo nuevo.

“No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,34-37). Hoy es frecuente que en las familias se creen problemas religiosos a consecuencia de las diferentes opciones religiosas. "Padre, mi hijo se ha cambiado de religión. Padre, mi hijo o mi hermano o mi marido se ha pasado a los hermanos separados." Jesús vino a proclamar la libertad de los hijos de Dios y ni él nos priva de esa libertad. Jesús es muy claro. Él ha venido a poner división en la misma familia. Padres contra hijos, hijos contra padres, hermanos contra hermanos. Todo eso a consecuencia del don de la libertad. En la familia habrá quienes crean en el Evangelio y quienes se nieguen a creer. Habrá quienes tengan la fe católica y quienes se hayan pasado a otras confesiones religiosas.

La fe es cosa seria, pero también crea situaciones de tensión entre los miembros de la familia. Sin embargo, Jesús nos pide el respeto a la conciencia de los demás. Respeto que no significa que yo acepte el modo de pensar de los otros, pero que sí significa que yo respeto la conciencia y la libertad de los demás. Muchos padres se preguntan qué hacer con sus hijos que se han pasado a otras confesiones o filosofías orientales. Nadie es dueño de la libertad de los demás. Tendremos que aceptar la realidad, por mucho que no duela. Siempre nos quedará el pedir al Señor que mueva y toque e ilumine las mentes y los corazones de los demás. Esto mismo se convertirá en una exigencia de fidelidad para nosotros mismos. Jesús es principio de unidad y comunión, pero también de división. Esa es la realidad del Evangelio. Él mismo tuvo en su grupo quien no aceptó su mensaje e incluso llegó a traicionarle. No es fácil, pero es la verdad. La religión no se impone. El Evangelio se ofrece. El ser católico no puede imponerse por la fuerza, sino por la oferta y el testimonio de nuestras vidas.


Termino con las mismas palabras de Jesús: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que son mis discípulos, en que se amen unos a otros” (Jn 13,34-335). Así pues, estimados amigos en la fe, si somos creyentes no nos queda sino hacer que arda el fuego del amor en nuestros corazones, aquel fuego que Cristo quien dando su vida en la cruz por nosotros dejó encendido en nuestros corazones, dejemos que arda este fuego y demos testimonio de ese ardor del calor humano el cual es el amor, el amor de Dios.