martes, 4 de noviembre de 2025

DOMINGO XXXII - C (09 de noviembre del 2025)

 DOMINGO XXXII - C (09 de noviembre del 2025)

Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 20, 27 - 38:

20,27 Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección,

20,28 y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.

20,29 Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.

20,30 El segundo

20,31 se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia.

20,32 Finalmente, también murió la mujer.

20,33 Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?"

20,34 Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan,

20,35 pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan.

20,36 Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y, al ser hijos de la resurrección, son hijos de Dios.

20,37 Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.

20,38 Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. PALABRA DEL SEÑOR.

REFELXIÒN:

Estimados amigos en el señor Paz y Bien

A los saduceos que no creen en la resurrección Jesús les dijo: “Quienes son dignos de la resurrección, no necesitan casarse. Ya no pueden morir, son como los ángeles y, al ser hijos de la resurrección, son hijos de Dios” (Lc 20,35-36). San Pablo agrega: “Si anunciamos a Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes” (I Cor 15,12-14). Si con la muerte termina todo, ¿qué diferencia hay entre la muerte de un perro y un hombre?

“El cuerpo vuelve a la tierra porque de ella formado y el espíritu vuelve a Dios porque Él lo dio” (Ecl 12,7). Corporalmente todos moriremos, pero el espíritu, que es el alma no muere, vuelve a Dios. Para volver a Dios el alma tiene que ser santo, porque Dios dice: “Sean Uds santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). Y para ser santo, el alma debe ser puro y limpio (Mt 5,8). Si el alma no es santo ni es puro no entra en el cielo sino en el infierno (Mt 11,23).

“Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados” (NC Nº 1030). Cielo, infierno, purgatorio son realidades diferentes. Y el único lugar que se presta a la resurrección es el purgatorio. El cieno y el infierno son realidades eternas y no hay en ellas lugar a la resurrección. Y como el purgatorio es eventual si hay lugar a la resurrección previo juicio final.

El tema de enseñanza de este domingo es precisamente la resurrección. ¿Hay resurrección o no hay resurrección? ¿Y si hay resurrección en qué consiste esa resurrección? ¿La resurrección es la prolongación de la vida presente? ¿Será la resurrección una vida completamente distinta? y si es así ¿Cómo quedaran los problemas pendientes de este mundo como el matrimonio? Son preguntas que Jesús nos aclara hoy.

A la inquietud de los saduceos que no creen en la resurrección (Lc 20,27), Jesús dijo enfáticamente: “Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen en ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.” (Lc, 20,34-38).

El modo de cómo responde Jesús a esta inquietud de los saduceos, me gusta como describe San Marcos: “¿Ustedes están equivocados porque no comprenden las Escrituras ni el poder de Dios? Cuando resuciten los muertos, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo. Y con respecto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído en el Libro de Moisés, en el pasaje de la zarza, lo que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? (Ex 3,6). Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes. Ustedes están en un grave error». (Mc 12,24-27).

San Pablo nos dice al respecto: “Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Incluso, seríamos falsos testigos de Dios, porque atestiguamos que él resucitó a Jesucristo, lo que es imposible, si los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados en consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo el primero de todos” (I Cor 15,12-20).

La respuesta de Jesús es clara: claro que hay Resurrección y que resucitar no es una simple prolongación de esta vida, sino que es transformar nuestra vida en una vida glorificada, donde la única realidad será el ser “hijos de Dios” y que, por eso, Dios no es un Dios de muertos, un Dios de cementerios, sino un Dios de vivos, de los que viven para siempre (Lc 20,38). La escena del Evangelio de hoy se da entre Saduceos y Jesús. Los saduceos no eran demasiado bien vistos. Ellos no creían en la resurrección (Lc 20,27) y dándoselas de listos y de quien quiere poner en ridículo a Jesús le presentan el caso de la mujer y sus siete maridos (Lc 20,29).

Hoy por hoy son muchos los que toman la religión como un pasa tiempos, como si fuese un cuento de niños. Incluso, no faltan quienes se admiran de que un hombre con estudios, siga creyendo en Él. Dios pareciera ser para ignorantes, para todos, para gente sin cabeza porque la gente que se cree muy intelectual inmediatamente suele decir: “Creer es cosa de ignorantes y cosa del pasado.” Bien cae la cita: “El necio se dijo no hay Dios” (Slm 14,1). Sería bueno meditar y pensar que Dios es algo muy serio y por este principio de fe que creemos somos diferentes de los animalitos. El catecismo cita y dice: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios” (NC 27).

Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios" (Jn 3,20-21). En efecto, Dios no existe para quienes prefieren vivir a su libre albedrio y por libre sin que nadie les estorbe. Dios no existe para quienes viven una pobreza de vida que más que vivir, existen. Dios no existe para quienes se contentan con la vida sin horizontes o que, a lo más él único horizonte que tienen son ellos mismos. Dios no existe para quien solo tiene ojos para ver el mundo y es incapaz de ver el otro lado de las cosas. Para los saduceos no existía más que esta vida y si existía algo más allá no era sino la prolongación de la felicidad de aquí. De ahí el problema de quién será mujer si los siete se han casado con ella. Una visión miope de la vida, una visión de la vida recortada a los planes de este mundo. Por eso le proponen el caso a Jesús como una manera de ridiculizar la resurrección y el cielo.

No se puede ridiculizar a los hombres, menos a Dios. No se puede ridiculizar esta vida, pero menos todavía la nueva vida de la resurrección. Porque quien vive sin resurrección vive sin futuro. Aún en la hipótesis de que no existiese nada, valdría la pena creer en ella para que no vivamos siempre frente al paredón de la muerte tras el cual no existe nada. Saber que vivimos solo para morir, qué sentido tiene. Pero claro esta saber distinguir las dos dimensiones del hombre: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios – dijo Jesús- Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer? Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu” (Jn 3,3-6). En la dimensión humana o la carne moriremos, nadie es ser eterno, hasta Cristo Jesús murió (Lc 23,46), Pero es también cierto que como seres espirituales resucitaremos y el primero de todos es Cristo Jesús: “Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día” (Lc 24,5-7).

Desde la dimensión espiritual, Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: "Yo soy la resurrección y la vida quien cree en mi aunque haya muerto vivirá" (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él (Jn 5, 24-25) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (Jn 6, 54). En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos (Mc 5, 21-42; Lc 7, 11-17; Jn 11), anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único, Él habla como del "signo de Jonás" (Mt 12, 39), del signo del Templo (Jn 2, 19-22): anuncia su Resurrección al tercer día después de su muerte (Mc 10, 34).

Si por la fe creemos en estas palabras de Jesús, hay que ser sus testigos, no solo es suficiente creer (Mc 16,15-16). Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1, 22), "haber comido y bebido con él después de su Resurrección de entre los muertos" (Hch 10, 41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como Él, con Él, por Él. Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones (Hch 17, 32; 1 Co 15, 12-13). Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?

¿Cómo resucitan los muertos? En la muerte que es separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción que es la muerte, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús. ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; Dn 12, 2). ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora estamos revestidos, pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44). “Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53). Este "cómo ocurrirá la resurrección" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo glorificado.

Los saduceos a Jesús. Los saduceos, un grupo religioso judío influyente, solo aceptaban el Pentateuco (los primeros cinco libros de la Biblia) y negaban la resurrección de los muertos.

El Dilema del Levirato: Presentan a Jesús un caso extremo basado en la ley del levirato (Dt 25:5), donde siete hermanos se casan sucesivamente con la misma mujer para darle descendencia al primero, y mueren sin hijos. Preguntan: "¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección?". Su objetivo era dejar en ridículo la idea de la resurrección.

La Respuesta de Jesús (Lc 20,34-36): Jesús refuta su premisa. Él distingue entre: "Los hijos de este mundo" (la vida presente), donde "los hombres se casan y las mujeres toman esposo". El matrimonio aquí es la norma.

"Los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos", de quienes dice: "no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio".

La teología detrás de las palabras de Jesús revela un cambio radical en la condición humana en la vida futura.

El Matrimonio como Institución Temporal: En la tierra, el matrimonio cumple principalmente dos propósitos: la procreación ("dar descendencia") y la compañía/ayuda mutua. En la resurrección, la necesidad de procrear desaparece, pues: "Ya no pueden morir" (Lc 20,36). La inmortalidad elimina la necesidad de la procreación para perpetuar la especie. "Son iguales a los ángeles" (Lc 20,36). Jesús no dice que se convierten en ángeles, sino que serán como ellos en el sentido de su modo de existencia y su relación con la muerte, un estado de gloria e inmortalidad que no requiere del matrimonio terrenal para su plenitud.

La Plenitud de la Relación con Dios: En la resurrección, el lazo principal de cada persona será con Dios mismo. La comunión con Dios (la visión beatífica) es la fuente inagotable de toda felicidad y plenitud. La relación conyugal, aunque buena y santa en la tierra, es superada por esta unión directa y perfecta.

"Dios no es de muertos, sino de vivos". La segunda parte de la respuesta de Jesús aborda la creencia central: la resurrección misma. Argumento de la Zarza Ardiente (Lc 20,37-38): Jesús cita el Pentateuco, la única Escritura aceptada por los saduceos (Éxodo 3:6), donde Dios se presenta a Moisés como el "Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob".

Dios es el Dios de los Vivos: El argumento clave es que, si Dios sigue identificándose con los patriarcas mucho después de su muerte física, es porque ellos están vivos para Él. Dios mantiene una relación vital con ellos; por lo tanto, la resurrección es una realidad asegurada.

Vida en Plenitud: La frase "no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos" significa que la vida eterna es una existencia plena, activa y consciente. Espiritualmente, esta vida futura es tan superior que las instituciones de la vida presente, como el matrimonio (que está ligado a la muerte y la procreación), ya no son necesarias. La Comunión de los Santos en la vida resucitada será una forma de relación más profunda y perfecta, unificando a todos como "hijos de Dios" (v. 36), donde el amor conyugal se transforma en el amor perfecto y universal de la nueva creación.

En resumen, la ausencia de matrimonio en la resurrección no es una pérdida, sino una transformación a una forma de existencia donde las necesidades y limitaciones terrenales.


XXXII DOMINGO – C (09 de noviembre de 2025)

Proclamación del santo evangelio Según San Juan 2,13-22:

2,13 Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén

2,14 y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.

2,15 Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas

2,16 y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio».

2,17 Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.

2,18 Entonces los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?».

2,19 Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar».

2,20 Los judíos le dijeron: «Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».

2,21 Pero él se refería al templo de su cuerpo.

2,22 Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. PALABRA DEL SEÑOR.

Paz y bien en el Señor:

Cuando Jesús dice “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar” se refiere a su resurrección con lo que cumple lo que dijo: "Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» según Lc 24,44. Jesús, al decir "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar" (Jn 2:19), se refirió a la Resurrección de su propio cuerpo, inaugurando así una nueva forma de adoración que cumple con la declaración "Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad" (Jn 4:24).

Perspectiva Bíblica: El Templo del Cuerpo: El Evangelio de Juan aclara la intención de Jesús. Después de que los judíos le piden un signo por haber purificado el Templo, Jesús les da esta enigmática respuesta. El texto bíblico inmediatamente después comenta: "Pero él hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2:21). Los discípulos, después de la Resurrección, recordaron esta palabra y creyeron (Jn 2:22).

Cumplimiento en la Resurrección: La "destrucción" fue su muerte en la cruz, y el "levantamiento en tres días" fue su Resurrección. Este evento fue el signo definitivo que acreditó su autoridad mesiánica y divina, confirmando la verdad de todas sus enseñanzas.

La Ley y los Profetas: La cita de Lucas 24:44 se da tras la Resurrección, cuando Jesús explica a sus discípulos que "era necesario que se cumpliera todo lo que está escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos". La Resurrección es el cumplimiento fundamental de las Escrituras, que abren la puerta a una nueva era.

Cristo, el Nuevo Templo: Teológicamente, Jesús sustituye al Templo de Jerusalén. El Templo físico era el lugar de la presencia de Dios (la Shekinah) y el centro del culto (sacrificios y purificación). Al resucitar, el cuerpo glorioso de Jesús se convierte en el lugar permanente de la presencia de Dios entre los hombres. El Templo ya no es una estructura de piedras, sino la Persona de Cristo mismo y, por extensión, su Cuerpo Místico, que es la Iglesia.

Adoración "en Espíritu": El Espíritu Santo, prometido y enviado tras la glorificación de Jesús (su Resurrección y Ascensión), es el agente de la nueva adoración. Si "Dios es espíritu" (Jn 4:24), la única forma de adorarle es a través del Espíritu, el mismo Espíritu que resucitó a Jesús (Rom 8:11). Esto marca el fin de la adoración limitada a un lugar geográfico (como el templo o el monte Gerizim) y el comienzo de la adoración universal e interior.

Adoración "en Verdad": Jesús es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14:6). Adorar en verdad significa adorar a través de Él y de acuerdo con su revelación. La Resurrección, como evento culminante, es la verdad más grande revelada sobre la naturaleza de Jesús y el plan de Dios. La adoración verdadera es, por lo tanto, la participación en el misterio Pascual de Cristo.

El Templo Interior: Místicamente, la destrucción y reconstrucción del Templo en tres días simboliza la muerte al ego y la resurrección espiritual del creyente. Para adorar "en espíritu y verdad", el adorador debe permitir que su "viejo templo" (su vida centrada en sí mismo, el pecado) sea "destruido" para que Cristo, el Espíritu Santo, pueda "levantar" un nuevo templo interior.

Unión con el Resucitado: La adoración "en espíritu" es la experiencia de comunión viva con el Cristo Resucitado. Es una adoración que se realiza no por actos externos o rituales vacíos, sino por la entrega total del espíritu humano al Espíritu de Dios, que nos hace partícipes de la Vida de Cristo. El verdadero lugar de encuentro con Dios es el corazón purificado del creyente.

Perspectiva Homilética: Queridos hermanos, el Señor nos desafía a ser verdaderos adoradores.

El Cambio de Templo: La Resurrección de Jesús, el Templo definitivo, nos anuncia que la vieja estructura de la Ley y los sacrificios ha quedado atrás. La pregunta que los judíos hicieron: "¿Qué signo nos das?" (Jn 2:18), ha sido respondida en la carne de Cristo, en su Cuerpo glorificado. ¡Ese es el signo!

El Fin de la Geografía Sagrada: Ya no peregrinamos a un templo de piedra para encontrar a Dios. El Señor nos dice: "Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad". Esta es la libertad de la fe. No necesitamos un lugar fijo, sino una disposición fija del corazón. La verdadera adoración se realiza ahora en el Espíritu Santo, que ora en nosotros (Rom 8:26), y en la Verdad de Cristo, que se nos ha revelado.

La Resurrección Personal: El Señor nos invita a aplicar este misterio a nuestras vidas. Cada uno de nosotros es un templo de Dios (1 Cor 6:19). ¿Hemos permitido que nuestras viejas estructuras, nuestros hábitos de pecado, sean "destruidos" en el Bautismo y en la penitencia? La promesa de Jesús es que, si le entregamos nuestra "destrucción", Él nos "levantará en tres días"; nos llenará con su vida de Resurrección, capacitándonos para vivir y adorar en la única forma que agrada al Padre: "en espíritu y en verdad".

El Cambio de Templo es La Resurrección de Jesús, el Templo definitivo, lo mismo que nos anuncia que la vieja estructura de la Ley y los sacrificios ha quedado atrás. La pregunta que los judíos hicieron: "¿Qué signo nos das?" (Jn 2:18), ha sido respondida en la carne de Cristo, en su Cuerpo glorificado. ¡Ese es el signo! Mayor signo del cumplimiento de la promesa de Dios: "Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo" ( Jer 31,33).

El Templo Nuevo: Adoración Escrita en el Corazón:

Nos detenemos hoy ante una de las declaraciones más profundas y desafiantes de nuestro Señor: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar" (Jn 2:19). Esta no es solo una profecía de su resurrección, es la declaración de un cambio cósmico en la relación de Dios con la humanidad.

1. El Signo Definitivo: El Cuerpo de Cristo

Cuando los líderes religiosos le preguntaron a Jesús: "¿Qué signo nos das para actuar así?" (Jn 2:18), buscaban una prueba visible, una maravilla que justificara su autoridad. Ellos esperaban que restaurara el viejo templo, que lo hiciera más grande o más glorioso.

Pero Jesús les ofrece un signo infinitamente superior y completamente inesperado: Él mismo. El Evangelio nos aclara: "Él hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2:21).

  • La Destrucción: Fue el Viernes Santo, su sacrificio en la cruz.
  • La Reconstrucción: Es el Domingo de Resurrección, su Cuerpo Glorificado (Lc 24,44).

¡Este es el signo! El signo no es una piedra movida o un rito cumplido; es la carne de Dios hecha Templo definitivo, un Templo que la muerte no puede retener.

2. La Antigua Estructura Queda Atrás

La Resurrección de Jesús, el Templo Nuevo, marca el fin de la "vieja estructura de la Ley y los sacrificios". El Templo de Jerusalén era el lugar de la separación. Era necesario para los sacrificios, para la purificación ritual, para acercarse a la Presencia (el Santo de los Santos). Era un sistema basado en:

  1. Mediación: Sacerdotes, sacrificios de animales.
  2. Externo: Ritos, normas, un lugar geográfico.

Con la Resurrección, todo eso queda atrás. El velo del Templo se rasgó (Mt 27:51) porque el acceso a Dios ya no está restringido. No hay más necesidad de sacrificios de sangre del macho cabrío, pues el Cordero de Dios se ha inmolado una vez y para siempre: Jesús es ahora nuestro Sumo Sacerdote, nuestro Sacrificio, y nuestro Lugar Santo.

El Templo es reemplazado por la Persona; el rito por la Vida; la geografía por la Gracia.

3. La Promesa Cumplida: Adoración Interior

Y aquí, hermanos, encontramos la conexión gloriosa con la promesa de Dios en Jeremías. El profeta anunció una Nueva Alianza:

"Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo" (Jer 31:33).

La Resurrección de Jesús es el mayor signo del cumplimiento de esta promesa.

  • ¿Dónde estaba antes la Ley? En las tablas de piedra, fuera de nosotros.
  • ¿Dónde está ahora la Ley? Escrita en el corazón, en nuestro interior.

El Templo físico estaba fuera; el Templo definitivo, Cristo, ahora vive en nosotros por el Espíritu. ¡Hemos pasado de la adoración en la piedra a la adoración en el Espíritu!

Cuando Jesús dice que debemos adorar "en espíritu y en verdad" (Jn 4:24), nos invita a vivir la profecía de Jeremías:

  • En Espíritu: Porque el Espíritu Santo es quien escribe la Ley de Amor en el corazón.
  • En Verdad: Porque la Verdad es Cristo Resucitado, el Templo en el que la Ley del Padre se cumple a la perfección.

Conclusión y Llamada:

Hermanos, la Resurrección nos dice que ya no somos peregrinos buscando un edificio, ¡sino templos ambulantes del Dios vivo!

Si Jesús es el Templo definitivo, y ese Templo se levantó en tres días, ¿qué significa eso para usted hoy? Significa que:

  1. Su fe no se basa en el ritual, sino en una Persona viva: “Tomen y coman que resto es mi cuerpo… tomen y beban que este es el cáliz de mi sangre para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mia” ( Lc 22,19). Es un mandato de Dios.
  2. Su corazón es el nuevo altar, que es el corazón de la Iglesia nueva ( Mt 16,18).

Dejemos atrás la vieja estructura del miedo, de la culpa sin perdón, de la Ley que condena. Entremos en el Templo Nuevo: la vida de Cristo Resucitado. Permitan que el Espíritu escriba la Ley de Amor en sus corazones, para que su vida, en cada acto y pensamiento, sea un acto de adoración en Espíritu y en Verdad.

La Mística Sacramental: El Templo Resucitado en el Alma

Desde una perspectiva mística, los Sacramentos no son solo ritos externos; son encuentros transformadores donde el Templo Nuevo (Cristo Resucitado) y la Alianza del Corazón (la Presencia de Dios en el alma) se funden para divinizar al creyente.

La mística sacramental ve el rito externo como la puerta a una realidad interior profunda, donde la vida de Cristo es infundida en el alma, (por el bautismo se es parte de la nueva Iglesia).

1. El Templo Interior y el Bautismo: Muerte del Yo

Místicamente, el alma es el Santuario que necesita ser "destruido y levantado" como el Templo de Jesús (Jn 2:19).

  • La Destrucción Mística: En el Bautismo, el alma muere al hombre viejo (el ego, la voluntad propia separada de Dios). La inmersión en el agua es la tumba del antiguo templo de piedra y de la Ley externa (Jn 3,5).
  • La Resurrección Mística: Al emerger, el alma es levantada por el poder de la Resurrección de Cristo. Se convierte en un Templo Nuevo donde Dios habita. Aquí se cumple la primera fase de la Alianza en el corazón: "Yo seré su Dios". El alma, antes vacía o profanada, es ahora el lugar de la Shekinah (la Presencia Divina).

2. El Fuego de la Ley y la Confirmación: La Inscripción

La Confirmación es el momento en que el Espíritu Santo, el "fuego" del Sinaí, viene no para grabar en piedra, sino para escribir la Ley de Amor en la sustancia misma del alma.

  • La Pluma del Espíritu: Místicamente, el don del Espíritu en la Confirmación es la "pluma" que sella y activa la Alianza. La Ley ya no es un mandamiento moral frío, sino una inspiración viva que mueve el corazón a amar como Dios ama.
  • El Corazón de Fuego: El alma recibe el Conocimiento Místico (Gnosis en el sentido bíblico). Se cumple: "Todos me conocerán" (Jer 31:34). El creyente ya no aprende sobre Dios de forma externa, sino que participa íntimamente en el conocimiento que el Hijo tiene del Padre, movido por el Espíritu.

3. La Fusión y la Eucaristía: El Centro de la Presencia

La Eucaristía es el ápice de la mística sacramental. No es solo recibir a Jesús; es la fusión del Templo Humano con el Templo Divino.

  • Unión Sustancial: Al comulgar, el alma se une al Cuerpo Glorificado de Cristo (el Templo Resucitado). El creyente no solo contiene a Dios, sino que se transforma en Él, viviendo la máxima de San Pablo: "Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí" (Gal 2:20).
  • Adoración Pura: La Eucaristía purifica la adoración. El alma que ha comulgado adora "en espíritu y en verdad" (Jn 4:24) porque:
    • Espíritu: Está infundida por el Espíritu de Cristo.
    • Verdad: Contiene la Verdad misma, el Templo y el Sacrificio perfectos.

El alma eucarística se convierte en una Custodia viviente, y su vida se transforma en un sacrificio de alabanza incesante, cumpliendo la Alianza donde Dios y su Pueblo se vuelven uno.

4. La Reconciliación: La Reconstrucción después de la Caída

Cuando el pecado mancha o "destruye" el templo del alma, la Reconciliación es el proceso místico de reconstrucción en tres días (Resurrección).

  • El Gesto del Alfarero: Dios, el Alfarero, toma el barro roto (el corazón arrepentido) y, por el poder de la absolución, lo rehace. No se trata solo de un perdón legal, sino de una infusión de Gracia que sana la herida interior y re-escribe la Ley de Amor donde había grietas de egoísmo.
  • El Olvido de Dios: Se cumple místicamente: "No me acordaré más de su pecado" (Jer 31:34). El alma es restaurada a su estado original de "templeidad", lista para continuar su camino de unión.

5. El Servicio y el Sello Nupcial: La Expansión Mística

  • Orden Sacerdotal: El alma del sacerdote se configura místicamente para ser un portal a través del cual el Templo de Cristo actúa en el mundo. Su corazón es el "lugar" donde se realiza el Templo y el Sacrificio Eucarístico.
  • Matrimonio: Místicamente, el sacramento funde dos almas, creando un único templo dual, reflejo de la unión de Cristo con su Iglesia. La Ley del Amor (la Alianza) se inscribe recíprocamente en los corazones de los esposos, cuyo amor debe ser una fuente visible de la Vida Resucitada de Cristo.

En conclusión, la mística sacramental nos enseña que el cambio de Templo es una realidad interior y transformadora. Cada sacramento es un "pulso" del Cristo Resucitado (el Templo Nuevo) que penetra el alma, limpia el corazón, e inscribe la Ley de la Nueva Alianza a fuego lento, convirtiendo al creyente en un adorador perfecto que vive en Espíritu y en Verdad.