domingo, 18 de junio de 2023

DOMINGO XII – A (25 de junio de 2023)

 DOMINGO XII – A (25 de junio de 2023)

Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo 10,26-33

10:26 No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido.

10:27 Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.

10:28 No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena.

10:29 ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo.

10:30 Ustedes tienen contados todos sus cabellos.

10:31 No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.

10:32 Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo.

10:33 Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). El Señor ha puesto las condiciones y el precio del cielo. La única forma de merecer el cielo es trabajando en la misión no obstante las duras limitaciones. En el discurso de la montaña Jesús advirtió sobre la adversidad que implica promover el reino de los cielos al decir: “Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando los calumnie en toda forma por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron” (Mt 5,11-12). Y en el discurso sobre la misión, Jesús dice a sus apóstoles no solamente qué es lo que deben hacer (Mt 10,5-15) y cuáles son las dificultades que les aguardan (Mt 10,16-25), sino también cómo deben superar las situaciones desfavorables en la misión (Mt 10,26-33). “Mirad que los envío como ovejas en medio de lobos” (Mt 10,16). Desde ese momento se capta que la misión implica peligros: juicios en los “tribunales” (Mt 10,17), “azotes” (Mt 10,17) e incluso “muerte por los de su propia familia” (Mt 10,21). Una frase de Jesús describe crudamente este ambiente de persecución y rechazo: “Serán odiados de todos por causa de mi nombre” (Mt 10,22).

"El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?” (Mt 16,24-26). Buscando la salvación de los demás es como podemos asegurar nuestra salvación; ello implicará incluso dar la vida por la cusa del evangelio. Pero esta conducta tiene su recompensa: “Al final de los tiempos, el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt 16,27).

"Lo que les digo de noche, díganlo en pleno día... pregónenlo desde la azotea" (Mt 10,27); “No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt 10,28). Su mensaje debe llegar a la familia, al barrio, a la fábrica. La misión de los cristianos es llevar el evangelio al mundo (Mc 16,15). “Te recomiendo que reavives el don de Dios que está en ti y que recibiste por la imposición de mis manos. Dios no nos dio a nosotros un espíritu de timidez, sino de valentía, de caridad y de buen juicio” (II Tm 1,6-7).

Si pensamos que el evangelio no tiene que decirse fuera de la misa, ¿a qué vienen las palabras de Jesús "no tengan miedo"? ¿Por qué íbamos a tener miedo si hablamos sólo del alma y puertas adentro? Si nuestro cristianismo consiste en decir que queremos mucho a los otros -sobre todo si están tan lejos como los chinos- y dejar todo como está, no tiene sentido tanta insistencia de Jesús en animarnos y quitarnos el miedo.

Jesús exhorta a sus discípulos a que difundan lo que les ha enseñado y a que sean valientes ante la represión que pueden sufrir por parte de quienes tienen el poder de condenarlos a muerte. Jesús sabe que tiene enemigos y pide a sus discípulos que tomen partido por él: "Si uno se pone de mi parte ante los hombres.."~. ¿Cómo es posible esto en concreto? Tomar partido por él supone muchas veces enfrentarse a los hombres y al poder. Los envía como ovejas en medio de lobos. Esta es la situación de la iglesia en los primeros siglos y también hoy.

Si Jesús dice: "No tengan miedo", significa que el cristiano coherente con su fe tiene motivos para temer por su vida; significa que la difusión y práctica del evangelio encuentra resistencia y tiene enemigos irreconciliables aunque se llamen cristianos; significa, como dice san Pablo en la segunda lectura que el pecado entró en el mundo y por muy justo que uno sea padece situaciones de pecado a las que tiene que enfrentarse. La novedad de Cristo no está en decir aquí no pasa nada y todos tan contentos sino en la promesa y el don de la victoria definitiva.

Este fue también el drama del profeta Jeremías relatado en la primera lectura. Le delataron, le detuvieron y querían vengarse contra él. Esto es, primero le desprestigiaron, luego fue detenido y pasó a disposición judicial. Tuvo, pues, que soportar afrentas y vergüenza ante la clase bienpensante y acomodada de su época. Aunque era justo sólo Dios -y la tradición después- lo reconocieron como tal.

Si nos reconocemos discípulos de Cristo y recitamos el mismo credo que los apóstoles, entonces tienen sentido las palabras de Jesús: "Tengan cuidado de los hombres porque les entregarán a los tribunales" (Mt 10 17) pero "no tengan miedo". Él sabe que es duro seguirle y nos anima prometiéndonos su testimonio en favor nuestro ante el Padre. No tengamos miedo aunque nos sintamos acechados y espiados como el profeta Jeremías. Pero no nos engañemos; el evangelio tiene enemigos y se da lucha. La originalidad del evangelio no es servir de medicina para el alma preservándola de la política y el conflicto. La originalidad reside en que somos enviados a una misión difícil con confianza y ánimo suficiente para afrontarla sabiendo que el Juicio definitivo no es el de los tribunales políticos sino el del Padre.

Cuando nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente queda nuestra vida a merced de diferentes miedos. Muchas veces, el miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar, nos detiene al tomar nuestras decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social, nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad.

Otras veces, nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos aterroriza la posibilidad de quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas. Tener que enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.

Con frecuencia, vivimos preocupados sólo de quedar bien. Nos da miedo hacer el ridículo, confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de nuestra fe. Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No queremos ser clasificados.

A veces nos invade el temor al futuro. No vemos claro nuestro porvenir. No tenemos seguridad en nada. No confiamos quizás en nadie. Nos da miedo enfrentarnos al mañana.

Siempre ha sido una tentación para los creyentes buscar en la religión un refugio seguro que los libere de sus miedos, incertidumbres y temores. Pero sería una equivocación ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los cobardes y asustadizos.

La fe confiada en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente a eludir su propia responsabilidad ante los problemas. No le lleva a huir de los conflictos para encerrarse cómodamente en el aislamiento. Al contrario, es la fe en Dios la que llena su corazón de fuerza para vivir con más generosidad y de manera más arriesgada. Es la confianza viva en el Padre la que le ayuda a superar cobardías y miedos para defender con más audacia y libertad a los que son injustamente maltratados en esta sociedad.

La fe no crea hombres cobardes sino personas más resueltas y audaces. No encierra a los creyentes en sí mismos sino que los abre más a la vida problemática y conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la comodidad sino que los anima para el compromiso. Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús: "No tengas miedo", no se siente invitado a eludir sus compromisos sino penetrado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos.