DOMINGO XX - A (16 de Agosto del 2020)
Proclamación del Santo Evangelio Según San Mateo
15,21-28:
15:21 Jesús se dirigió hacia el país de Tiro y de
Sidón.
15:22 Entonces una mujer cananea, que salió de aquella región, comenzó a
gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está
terriblemente atormentada por un demonio".
15:23 Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le
pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".
15:24 Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas
perdidas del pueblo de Israel".
15:25 Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor,
socórreme!"
15:26 Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para
tirárselo a los cachorros".
15:27 Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen
las migas que caen de la mesa de sus dueños!"
15:28 Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se
cumpla tu deseo!" Y en ese momento su hija quedó curada. PALABRA DEL
SEÑOR.
Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.
El evangelio de hoy complementa la enseñanza del domingo
anterior respecto a la importancia de la fe y la oración que bien se puede
anteponer con esta cita: “Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen
en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (Jn 15,7).
En el domingo anterior, después que Jesús despidió a la
gente y embarcó a sus discípulos, “subió a la montaña para orar a solas” (Mt
14,23). De madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua; los
discípulos, al verlo se asustaron y gritaron porque crían que era un fantasma.
Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no tengan miedo" (Mt
14,25-27). Pero, Pedro busca comprobar si es cierto que le permita caminar
también sobre el agua; caminó, se hundió y gritó: "Señor, sálvame".
(Mt 14,30). Jesús lo salvó increpándolo: "Hombre de poca fe, ¿por qué
dudaste?" Al ver lo ocurrido todos los apóstoles se postraron diciendo:
"Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios" (Mt 14,33). Hoy, clama como
Pedro la ayuda de Jesús, no un judío ni conocido, sino una mujer pagana:
"¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente
atormentada por un demonio" (Mt 15,22). Jesús atendió sin mayor demora el
pedido porque la mujer tiene fe: “Que grande es tu fe, que te suceda conforme
has creído” (Mt 15, 28).
Hemos dicho que, la fe autentica no nace de un milagro como
Pedro quiso experimentar. La fe es la que puede suscitar el milagro,
dependiendo cuanto de fe tenemos Y es que la fe no es como la ciencia que
busca experimentar para afirmar una hipótesis de verdad. La fe es un don
gratuito de Dios, por eso hemos de reiterar que la fe es lo que puede suscita
milagros como lo descrito en este episodio: “Que grande es tu fe, que te suceda
conforme has creído”. Y en ese momento su hija quedó curada (Mt 15, 28). Y si
la fe es débil como el de Pedro del domingo anterior, pues por eso
se hundió (Mt 14,30).
Antes de entrar en los detalles del evangelio de hoy; en el
evangelio constatamos que hay muchos episodios, actitudes auténticas de fe: En
Caná de Galilea, donde Jesús había convertido el agua en vino. “Había allí un
funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Cuando supo que Jesús
había llegado de Judea y se encontraba en Galilea, fue a verlo y le suplicó que
bajara a su casa a curar a su hijo que agoniza. Jesús le dijo: "Si no ven
signos y prodigios, ustedes no creen". El funcionario le respondió:
"Señor, baja antes que mi hijo se muera". "Vuelve a tu casa, tu
hijo vive", le dijo Jesús. El hombre creyó en la palabra que Jesús le
había dicho y se puso en camino. Mientras descendía, le salieron al encuentro
sus servidores y le anunciaron que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora
había empezado la mejoría. "Ayer, a la una de la tarde, se le fue la
fiebre", le respondieron. El padre recordó que era la misma hora en que
Jesús le había dicho: "Tu hijo vive". Y entonces creyó él y toda su
familia” (Jn 4,47-53). Fe de una mujer que padecía flujo de sangre que solo le
tocó el fleco del manto y se sanó: “Jesús se volvió y, al verla, le dijo:
Animo, hija, tu fe te ha sanado” (Mt 9, 22). Fe de los amigos de un paralítico:
Dijo al paralítico: Tus pecados te son perdonados (...). Mt 9, 2; Lc 5, 20.
Fe de un centurión: “Cafarnaúm había un centurión que tenía
un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído
hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar
a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia,
diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra
nación y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con ellos, y cuando ya
estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos:
"Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por
eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una
palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo —que no soy más que un oficial
subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes— cuando digo a uno:
"Ve", él va; y a otro: "Ven", él viene; y cuando digo a mi
sirviente: "¡Tienes que hacer esto!", él lo hace". Al oír estas
palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía,
dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta
fe". Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente
completamente sano (Lc 7,2-10). Los apóstoles le dijeron: “Señor, auméntanos la
fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza diríais a este
sicomoro: "Arráncate y échate al mar", y les obedecería. Nada es imposible
para quien cree y tiene fe” (Lc 17, 5). Los discípulos preguntaron: “Señor ¿Por
qué no pudimos echar ese demonio? Les respondió: porque tienen muy poca fe. Yo
os aseguro que si tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este monte
(...) y nada les será imposible. (Mt 17, 20).
En el evangelio de hoy, y en resumidas palabras ¿Qué nos ha
querido decir Jesús con todo esto en su enseñanza? Dos cosas fundamentales y
que como en el domingo anterior destacamos la importancia de la fe y la oración
porque son dos elementos fundamentales de la vida espiritual: En primer lugar,
una lección de auténtica y verdadera fe, incluso tratándose de una mujer
pagana. Acababa de criticar a Pedro por su falto de fe: “Que poca fe tienes”
(Mt 14,31). Ahora viene esta mujer que no es creyente, sino pagana, y
Jesús termina reconociendo que es una profunda creyente. “¡Mujer, qué grande es
tu fe!” (Mt 15,28).
En segundo lugar, nos da toda una lección de la
auténtica y verdadera oración. Una oración constante, persistente y
perseverante que no se echa atrás por más que sienta primero el silencio de
Dios porque pareciera que no nos escuchase. Recuerden aquel pedido de los
apóstoles: “Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno
de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó
a sus discípulos". Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan
así: Padre nuestro… (Lc 11,1-4). Luego, Jesús agrega la actitud perseverante
que uno debe asumir en la oración: "Supongamos que alguno de ustedes tiene
un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: "Amigo, préstame tres
panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que
ofrecerle", y desde adentro él le responde: "No me fastidies; ahora
la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme
para dártelos". Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos
por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará
todo lo necesario” (Lc 11,5-8).
¿Cómo haces tu oración? Tanto en la vida consagrada como en
el matrimonio solemos caminar muy atareados en tantas cosas y dejar de lado las
cosas de la vida espiritual, somos como Martha que: Andaba muy ocupada con los
quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana
me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". Pero el Señor le
respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin
embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será
quitada" (Lc 10,38-42). A veces solemos quejarnos que rezamos y Dios no
nos escucha. Entonces tiramos la toalla y lo peor es que tiramos también a Dios
de nuestras vidas. Le pedí y no me hizo caso. ¿Para qué me sirve Dios y para
qué me sirve pedir? Estamos acostumbrados a hacer de nuestra oración una
especie de “tocar el timbre” y que alguien nos responda de inmediato. Sería
bueno volver a preguntarnos: ¿Cómo, cuándo, con qué medios hago mi oración?
¿Será cierto que Dios no nos escucha? El evangelio de hoy nos comprueba que
Dios si escucha y sin mayores demoras.
Dios nos escucha siempre que lo pidamos con fe pero con un
corazón sincero: “Cuando ustedes me busquen, me invoquen y vengan a suplicarme,
yo los escucharé; pero siempre que me invoquen con un corazón puro y
sincero” (Jer 29,12). Por el profeta Isaías dice Dios: “Cuando extienden sus
manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no
escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense,
aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan
a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al
huérfano, defiendan a la viuda! Vengan, y discutamos —dice el Señor—: Aunque
sus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque
sean rojos como la púrpura, serán como la lana. Si están dispuestos a escuchar,
comerán los bienes del país; pero si rehúsan hacerlo y se rebelan, serán
devorados por la espada, porque ha hablado la boca del Señor“ (Is 1,15-20).
En el evangelio de hoy, esta pobre mujer cananea refleja y
reúne estos dos elementos como es la: Fe y la oración autentica y pureza de
corazón. A veces Jesús toma actitudes que son como una lección para nosotros.
La mujer grita detrás de Él y Él se hace como quien no escucha. Era tan
insistente su grito que hasta los discípulos le piden que la atienda porque ya
resulta molesta (Mt 15,22-23). Jesús tiene una frase que hasta pareciera sonar
mal en sus labios y peor aún en su corazón, en el fondo la compara con los
perros. “No está bien echar a los perros el pan de los hijos.” (Mt 15,26)
¿Verdad que diera la impresión de ser un Jesús diferente al que estamos
acostumbrados? De repente, su actitud cambia y termina elogiando la fe de esta
mujer: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas” (Mt 15,28).
Como es de ver, la oración tiene que expresar la insistencia
de nuestro corazón y de nuestra confianza. Luego, la oración tiene que ser
insistente aun cuando sintamos que Dios está sordo y no nos escucha. Nosotros
desistimos demasiado fácilmente, nos cansamos de pedir. Ese cansancio significa
que no pedimos con verdadera confianza y con verdadera fe. Es preciso pedir sin
cansarnos ni desalentarnos, incluso si sentimos que "Dios no nos
escucha". Nosotros tenemos que seguir orando. No porque Dios nos escuche
por nuestra insistencia, sino porque la insistencia implica que tenemos fe y
confianza, incluso a pesar de su silencio. No es que la oración sea mejor
porque oramos gritando, no se trata de volumen de voz: “Cuando ustedes oren, no
hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en
las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su
recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la
puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo
secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos:
ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque
el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de
que se lo pidan” (Mt 6,5-8).
Muchas veces nuestra oración resulta siendo un fracaso
porque nos cansamos, porque no seguimos insistiendo, porque creemos que
molestamos a los demás con nuestros gritos salidos del corazón. ¿Cuántas veces
hemos orado a gritos? ¿Cuántas veces hemos orado, incluso sintiendo el silencio
de Dios que no nos responde? Jesús no la alaba por sus gritos, pero sí por su
constancia y por su fe. ”Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15,28). Nuestra
oración no se mide por las palabras que decimos, sino por la fe de nuestro
corazón. Si quieres medir la eficacia de tu oración, no te preguntes cuánto
pides sino cómo pides y con qué fe pides. ¿Pides con una fe capaz de perforar
el silencio y el aparente rechazo de Dios? Tenemos que orar hasta cansarnos,
porque sólo así se expresa nuestra confianza en Él que nos lo dará tarde o
temprano, pero ¿Qué pedimos? Tenemos que pedir que nos enseñe a orar (Lc 11,1).
Jesús mismo nos dice: “Pidan y se les dará; busquen y
encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que
busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su
hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el
Padre de ustedes que está en el cielo dará cosas buenas a aquellos que se las
pidan! (Mt 7,7-11). Y este detalle es lo que hoy constatamos en el evangelio: Se
trata de una mujer pagana en diálogo de fe con Jesús. Luego, un Jesús que
quiere poner a prueba la fe de esta mujer, como había puesto a prueba la fe de
Pedro (Mt 14,32). Con la diferencia de que Pedro “tenía poca fe y comenzó a
titubear”, mientras que esta mujer pagana demostró más fe (Mt 15,28) que el
mismo Pedro que es cabeza de la Iglesia. ¿Cómo esta nuestra fe? ¿Podrá Jesús
decirnos a nosotros hoy: qué grande es tu fe? Nuestra oración, ¿será así de
constante y perseverancia que logremos cansar a Dios y al fin tenga que
escucharnos?