La fraternidad de Hermanos Menores: Fr, Dante (Párroco), Fr, Julio, Fr, Manuel, Fr, Nicolas y Fr, Abraham se complacen en compartir con todos sus fieles la alegría de celebrar su fiesta patronal como PARROQUIA DEL ESPÍRITU SANTO con un saludo franciscano de Paz y Bien
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Proclamación del Evangelio según San Juan 20,19-23:
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana,
estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por
temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo:
"¡La paz esté con ustedes!" Mientras decía esto, les mostró sus manos
y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes!
Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles
esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.Los pecados
serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que
ustedes se los retengan". PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN:
Estimados amigos(as) en el Señor que derramó su Espíritu Paz
y Bien.
En el domingo anterior en su ascensión el Señor nos dejó
todo un programa de tarea que cumplir: "He recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a cumplir todo lo que
yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes todos
los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20). Fíjense que reiteró cuatro
veces el adjetivo TODO: que todo poder se me dio, que todos los pueblos seas
mis discípulos, que enseñen a cumplir todo lo que les encargo, que yo estoy con
ustedes todos los días hasta el fin del mundo. Anterior a este encargo ya nos
dijo: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y
él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la
Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes,
en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn
14,15-17). Para cumplir con esta ardua tarea cual es anunciar el Evangelio y
hacer que todos sean consagrados al Señor por el bautismo, y nos ha prometido estar
con nosotros y lo hará por el don de su Espíritu que el Padre enviará en su
nombre. Esta efusión de su Espíritu es lo que hoy celebramos en la fiesta de Pentecostés.
La solemnidad de Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo que
hoy celebramos tiene connotaciones muy particulares en el relato de los hechos
de los apóstoles (Hch 2,1-11). Un relato lleno de simbolismo y que expresa más
gráficamente la misión del Espíritu Santo en la Iglesia, por el que en nuestra reflexión
tomamos como punto central de referencia para entender mejor el evangelio de Jn
20,19-23.
En primer lugar, el simbolismo de las lenguas de fuego: “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos
reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una
fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.
Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado
sobre cada uno de ellos” (Hch 2,2-3). Como se ve, el Espíritu está en el simbolismo
del fuego. El Espíritu Santo es como el fuego. Y quién no sabes cuáles son los
efectos del fuego. El fuego quema, es calor. El fuego es también energía y fuerza
que transforma o purifica todo. Es el fuego también destruye todo a su paso. Este
poder del Espíritu santo es la que se derrama en los sacramentos, haciendo del
nefito un soldado de Cristo.
Juan Bautista dice a los judíos: “Yo los bautizo con agua
para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que
yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el
Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era:
recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego
inextinguible" (Mt 3,11-12). En el bautismo se nos da el don del Espíritu
y en su plenitud en el sacramento de la confirmación, sacramentos que hacen de
quien lo recibe hombre nuevo: “Todos ustedes, por la fe, son hijos de Dios en
Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido
revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni
hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo
Jesús. Y si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham,
herederos en virtud de la promesa” (Gal 3,26-29).
Esa fuerza del Espíritu como la del fuego tiene aún mayores
connotaciones en los sacramentos. Y así, el fuego del amor, destruye todo lo
que nos impide amar de verdad. Destruye y quema todo aquello que nos impide
crecer y madurar. Destruye y quema los egoísmos, los orgullos, las ansias de
poder. Con frecuencia necesitamos quemar la maleza de los campos y también la
maleza de nuestros corazones. El fuego da calor y tiende a expandirse. Pues el
Espíritu Santo es el fuego que nos da fuerza interior para afrontar las
dificultades, los problemas y ser capaces de ver lo imposible como posible.
Jesús esta en este ámbito del poder del espíritu santo, por
eso es capaz de perdonar a sus enemigos porque los ama (Lc 23,34). Por eso nos
ha reiterado tantas veces “Ámense unos a otros como les he amado” (Jn 13,34). Y
cuando un buen día preguntan a Jesús: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento
más grande de la Ley?" Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande
y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los
Profetas" (Mt 22,36-40).
En tercer lugar, la universalidad de la Iglesia por el
Evangelio que es Cristo Jesús: “Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de
todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se
llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua” (Hch 2,5.6).
Dios se propuso hacer de la humanidad una sola familia y lo dice por el
Profeta: “Yo los sacaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los
países y los llevaré a su propio nación. Los rociaré con agua pura, y ustedes
quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus
ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les
arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.
Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen
y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus
padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36,24-28). Y mismo Jesús
nos había reiterado en el domingo anterior: “Vayan, entonces, y hagan que todos
los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he
mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). En este
principio es como se fundamenta nuestra Iglesia Universal, la Iglesia Católica.
Pues, recordemos que Jesús mismo dijo a Pedro: Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no prevalecerá contra
ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la
tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará
desatado en el cielo" (Mt 16,18).
En cuarto lugar, una de las funciones más importantes del
Espíritu Santo: la unidad en la diversidad: “Partos, medos y elamitas, los que
habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en
Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los
peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos
proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios" (Hch 2,9-11).
¿Cómo entender esta unidad en la diversidad gracias al don
del Espíritu? San Pablo haciendo a los dones del espíritu nos sustenta en qué
consiste la unidad en la diversidad, característica especial de nuestra
Iglesia: “Con relación a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que ustedes
vivan en la ignorancia. Ustedes saben que cuando todavía eran paganos, se
dejaban arrastrar ciegamente al culto de dioses inanimados. Por eso les aseguro
que nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: “Jesús es el
Señor", si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay
diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de
ministerios, pero un solo Señor… En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el
bien común. El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro, la ciencia
para enseñar, según el mismo Espíritu; a otro, la fe, también en el mismo
Espíritu. A este se le da el don de curar, siempre en ese único Espíritu; a
aquel, el don de hacer milagros; a uno, el don de profecía; a otro, el don de
juzgar sobre el valor de los dones del Espíritu; a este, el don de lenguas; a
aquel, el don de interpretarlas. Pero en todo esto, es el mismo y único
Espíritu el que actúa, distribuyendo sus dones a cada uno en particular como él
quiere” (I Cor 12,1-11).
En el misterio de la Cruz brotó del corazón de Cristo la
Iglesia: “Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido
crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no
le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado
con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua:
su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también
ustedes crean” (Jn 19,32-35). A este misterio de la sangre y agua que es el la
materia del sacramento del bautismo es como se une la forma del bautismo cuando
nos dice mismo Jesús: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22).
En el misterio de la Ascensión Jesús envía a la Iglesia: “Vayan
y hagan que todos los pueblos sea mis discípulos bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y sepan que yo estoy con ustedes todos
los días hasta el fin del mundo” (Jn 20,19). Jesús nos acompaña en la misión por
su espíritu y de modo especial en la sagrada Eucaristía y al respecto nos lo
reitera San Pablo: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión
con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo
de Cristo? (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 19-20) Ya que hay un solo pan (de
muchos trigos), todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo,
porque participamos de ese único pan que es Cristo” (I Cor 10,16-17). Y la función
del Espíritu Santo es como el fuego que convierte la masa de harina en pan, en
la santa Misa es el mismo espíritu quien convierte el hostia en pan, Cuerpo
glorificado del Señor.
En Pentecostés, la Iglesia hace su primera presentación o
estreno “hace su presentación en la sociedad”. Por eso, en la primera oración
de la Misa, le pedimos: “Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas
a tu Iglesia, extendida por todas las naciones, derrama los dones de tu Espíritu
sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón
de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la
predicación evangélica.”
A manera de conclusión:
¿Quién es ese Dios en quién creemos? En el credo de nuestra Fe católica
profesamos y decimos: Creo en el Padre, creo en el Hijo y creo en el Espíritu
Santo. El Espíritu Santo, es la tercera Divina Persona de la Santísima
Trinidad. No son tres dioses, sino un único Dios que se revela de tres modos
distintos: En el Padre como creador, en el Hijo como Redentor, el Espíritu
Santo el que santifica (Concilio de Nicea 325, Constantinopla 381).
Jesús declaró antes de su ascensión reiteró a sus apóstoles
este misterio: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.
Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc 16, 14-18; Jn 20,
19-23; Hch 1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con
ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20).
El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el
comienzo de la historia de la salvación hasta su consumación, pero es en los
últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación del Hijo en las entrañas de la
Virgen María, (Lc 1,26-38) cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando
es reconocido y acogido como persona. El Hijo nos lo presenta y se refiere a Él
no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar
propio y un carácter personal. Como el Hijo es la sabiduría del Padre, así el
Espíritu es el entendimiento del Hijo y del Padre; por el Don del Espíritu
entendemos el misterio del Hijo y por el Hijo entendemos el misterio de Dios
Padre.
Cristo prometió que este Espíritu de Verdad va a venir y
morar entre de nosotros. "Yo rogaré al Padre y les dará otro Intercesor
que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad que el mundo
no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes saben que él
permanece con ustedes, y estará en ustedes" (Jn 14, 15-17). El Espíritu
Santo vino el día de Pentecostés (Hch 2,2-12) y nunca se ausentará. Cincuenta
días después de la Pascua, el Domingo de Pentecostés, los Apóstoles fueron
transformados de hombres débiles y tímidos en valientes proclamadores de la fe;
los necesitaba Cristo para difundir su Evangelio por el mundo. “En adelante, el
Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y
les recordará lo que les he dicho” (Jn 14,26). De modo que, el Espíritu Santo
está presente de modo especial en la Iglesia. Ayuda a su iglesia a que continúe
la obra de Cristo en el mundo. Su presencia da gracia (fuerza) a los fieles
para unirse más a Dios y entre sí en amor sincero, cumpliendo sus deberes con
Dios y los demás.
El Espíritu Santo guía al Magisterio (infalible en fe y costumbre/enseñar las verdades sin error) de la Iglesia que lo conforma Papa Francisco, a los obispos y a
los presbíteros de la Iglesia en su tarea de enseñar el Evangelio y la doctrina cristiana (Jn
8,31-32), dirigir almas y dar al pueblo la gracia de Dios por medio de los Sacramentos.
Orienta toda la obra de Cristo en la Iglesia: solicitud por los enfermos,
enseñar a los niños, preparación de la juventud, consolar a los afligidos,
socorrer a los necesitados.