V DOMINGO DE CUARESMA – C
Proclamación del santo evangelio según San Juan 8,1-11:
En aquel tiempo, Jesús se fue al monte de los Olivos. Al
amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y
comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que
había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a
Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué
dices?" Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero
Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como
insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la
primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el
suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por
los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e
incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie
te ha condenado?" Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo
tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante"
PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
Recordemos , que el domingo anterior hemos reflexionado aquella escena: “El hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue de casa a
un país lejano, donde malgastó sus bienes viviendo perdidamente. Cuando había gastado todo, sobrevino mucha miseria en
aquel país, y comenzó a pasar necesidad” (Lc 15,13). Tuvo que sentir el golpe
de la vida misma que lo obligo a deponer
la actitud de soberbia y soñar de nuevo en el calor del hogar. Hoy el Evangelio
nos presenta una escena casi similar: “Los escribas y los fariseos le trajeron
a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de
todos, dijeron a Jesús: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante
adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y
tú, ¿qué dices? (Jn 8,3-5). Dos escenas distintitas: a) Una escena de acusación
donde domina la soberbia. b) Escena tremendamente humana, tierna la de Jesús.
Recordemos algunas escenas de enseñanza de Jesús que dijo a
los que se creen perfectos: ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu
hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu
hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo?
Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la
paja del ojo de tu hermano” (Mt 7,3-5). Otras escenas también convienen
recordar porque estamos en el año de la misericordia. Jesús les dijo: “Sean
misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no
serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada,
sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará
para ustedes" (Lc 6,36-38). Como vemos, que tan lejos de estas enseñanzas están
los maestros de la ley para darse a sí mismos de jueces. Al respecto Santiago
nos dice: “Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla en
contra de un hermano o lo condena, habla en contra de la Ley y la condena.
Ahora bien, si tú condenas la Ley, no eres cumplidor de la Ley, sino juez de la
misma. Y no hay más que un solo legislador y juez, aquel que tiene el poder de
salvar o de condenar. ¿Quién eres tú para condenar al prójimo? (Stg 4,11-12).
En el evangelio de hoy, una mujer sorprendida en pecado y
con la muerte pendiente sobre su cabeza. Unos escribas y fariseos acusándola y,
con las manos llenas de piedras, dispuestos a apedrearla. Pero también un Jesús
sereno y tranquilo, dispuesto siempre a defender al débil que ha caído y
dispuesto siempre a levantarle, escena equivalente al padre recibe entre besos y abrazos al hijo que
vuelve a casa (Lc 15,20), aquí Jesús dispuesto siempre al perdón y devolver a
la vida a la que los hombres están dispuestos a apedrear.
Los maestros de la ley, los fariseos dijeron a Jesús:
"Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés,
en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices? (Jn
8,4-5). Una mujer hundida en la vergüenza, temblando de miedo ante la dureza y
la incomprensión humana. Unos hombres siempre dispuestos a escandalizarse de
los pecados de los demás, siempre dispuestos a juzgar y condenar a los otros.
Además, un Jesús, siempre dispuesto a amar, a perdonar, a salvar, a tender sus
manos para levantar al que ha caído. Ya nos dijo con claridad: "No son los
sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan
qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido
a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9,12-13).
Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no
tenga pecado, que arroje la primera piedra" (Jn 8,7). Escena que cambia
completamente el panorama. Los acusadores se convirtieron en acusados por su
conciencia. Y aquí es donde se cumple exactamente lo que Jesús ya dijo: “Con la
medida con que ustedes midan también ustedes serán medidos" (Lc 6,38). O
aquel refrán que dice: “No escupas al cielo”. Estas palabras de Jesús
desubicaron completamente a los acusadores quienes incluso buscaban con la
supuesta sentencia de Jesús, saber acusarlo y llevarlo a la cruz al mismo
maestro. “Los acusadores se fueron retirando uno por uno” (Jn 8,9). Apedreados
por su misma conciencia. Y es que no lo dijo por gusto aquella enseñanza: “No
hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser
conocido” (Mt 10,16). Todo queda al descubierto ante Dios, nada se puede
ocultar.
Jesús le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?
¿Nadie te ha condenado? Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo
tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante" (Jn
8,10-11). Que palabras de consolación y de amor para la pecadora. Este el amor
misericordioso de Dios por cada pecador convertido al evangelio, con razón nos
dijo: “Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por
un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan
convertirse" (Lc 15,7).
Jesús explicó a Nicodemo en el siguiente termino respecto
del amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo
el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a
su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que
cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha
creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18). Jesús no vino al
mundo a condenar a nadie sino a mostrarnos cuanto Dios nos ama.
El amor auténtico no permite condenar a nadie. Por algo insiste Jesús en hacernos entender
el tema cuando en su enseñanza central nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo:
ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes
los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos:
en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).