DOMINGO X – C (10 de Junio de 2018)
Proclamación del Santo evangelio según san Marcos 3,20-35
3:20 Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta
gente que ni siquiera podían comer.
3:21 Cuando sus parientes se enteraron, salieron para
llevárselo, porque decían: "Es un exaltado".
3:22 Los escribas que habían venido de Jerusalén decían:
"Está poseído por Belzebu y expulsa a los demonios por el poder del
Príncipe de los demonios".
3:23 Jesús los llamó y por medio de comparaciones les
explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás?
3:24 Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir.
3:25 Y una familia dividida tampoco puede subsistir.
3:26 Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose
contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin.
3:27 Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte
y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
3:28 Les aseguro que todo será perdonado a los hombres:
todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran.
3:29 Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no
tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre".
3:30 Jesús dijo esto porque ellos decían: "Está poseído
por un espíritu impuro".
3:31 Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose
afuera, lo mandaron llamar.
3:32 La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le
dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera".
3:33 Él les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes
son mis hermanos?"
3:34 Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados
alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos.
3:35 Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi
hermano, mi hermana y mi madre". PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados hermanos en la fe Paz y bien.
“Nadie, movido por el Espíritu de Dios, puede decir: Maldito
sea Jesús. Y nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no está impulsado por el
Espíritu Santo” (Icor 12,3). Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
"¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu
vientre” (Lc 1,41-42).
“Una familia dividida no puede subsistir” (Mc 3,25)… “El que
hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc
3,35). “Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y
cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu
Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre" (Mc
3,28-29). El evangelio de hoy nos habla de dos temas: La unidad en la familia y
la blasfemia contra el Espíritu Santo que no se perdonara nunca. Otro episodio
paralelo nos dice: “Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le
perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en
esta vida ni en el futuro” (Mt 12,32). En efecto, en este mundo se perdonan
todos los pecados con tal que haya arrepentimiento y propósito de no volver a
pecar; pero hay pecados que no se perdona ni aquí ni en la otra vida. Lo que significa
que hay pecados que se perdonan en la otra vida.
Primero: “Una familia dividida no puede subsistir (Mc 3,25)…
El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre"
(Mc 3,35). La cita paralela: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan
la Palabra de Dios y la practican" (Lc 8,21); nos contextualiza panorámicamente
el tema. ¿Cómo saber si estamos unidos a Dios y unidos en una sola familia? Jesús
nos dice: “Los que escuchan la Palabra de Dios y la practican" (Lc 8,21). “No
son los que me dicen: Señor, Señor, los que entrarán en el Reino de los Cielos,
sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7,21). “Por
sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de
los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo
produce frutos malos” (Mt 7,16-17). “Uds. no tienen más que un Maestro y todos
ustedes son hermanos” (Mt 23,8).
Dios nos dice: “Santifíquense guardando y poniéndolos en práctica
mis mandamientos porque yo soy el Señor quien lo santifico” (Lv 20,7). La mejor
estrategia para santificarnos es el amor: “El que dice que ama a Dios y no ama a
su hermano es un mentiroso” (I Jn 4,20). Jesús nos dice. “Les doy un
mandamiento nuevo. Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense
también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son
mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn
13,34-35).
Segundo: “Les aseguro que todo será perdonado a los hombres:
todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme
contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para
siempre" (Mc 3,28-29). “Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre,
se le perdonará; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no se le perdonará
ni en esta vida ni en el futuro” (Mt 12,32). Nos habla sobre pecados que en la
otra vida si se perdonaran y pecados que no se perdonaran. Y el tema latente es
el Purgatorio.
Hoy, el hombre se está acostumbrando a vivir sin responder a
la cuestión más vital de su vida: por qué y para qué vivir. Lo grave es que,
cuando la persona pierde todo contacto con su propia interioridad y misterio,
la vida cae en la trivialidad y el sinsentido. Se vive entonces de impresiones,
en la superficie de las cosas y de los acontecimientos, desarrollando sólo la
apariencia de la vida. Probablemente, esta banalización de la vida es la raíz
más importante de la increencia de no pocos. Cuando el ser humano vive sin
interioridad, pierde el respeto por la vida, por las personas y las cosas.
Pero, sobre todo, se incapacita para «escuchar» el misterio que se encierra en
lo más hondo de la existencia.
El hombre de hoy se resiste a la profundidad. No está
dispuesto a cuidar su vida interior. Pero comienza a sentirse insatisfecho:
intuye que necesita algo que la vida de cada día no le proporciona. En esa
insatisfacción puede estar el comienzo de su salvación. Pecar contra ese
Espíritu Santo sería cargar con nuestro pecado para siempre. El Espíritu puede
despertar en nosotros el deseo de luchar por algo más noble y mejor que lo
trivial de cada día. Puede darnos la audacia necesaria para iniciar un trabajo
interior en nosotros.
El Espíritu puede hacer brotar una alegría diferente en
nuestro corazón; puede vivificar nuestra vida envejecida; puede encender en
nosotros el amor incluso hacia aquellos por los que no sentimos hoy el menor
interés. El Espíritu es una fuerza que actúa en nosotros y que no es nuestra.
Es el mismo Dios inspirando y transformando nuestras vidas. Nadie puede decir
que no está habitado por ese Espíritu. Lo importante es no apagarlo, avivar su
fuego, hacer que arda purificando y renovando nuestra vida. Tal vez, hemos de
comenzar por invocar a Dios con el salmista: No apartes de mí tu Espíritu.