DOMINGO XIII – A (02
de julio de 2017)
Proclamación del Santo Evangelio según san Mateo: 10,37-42:
10:37 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: El que
ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su
hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
10:38 El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
10:39 El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida
por mí, la salvarà.
10:40 El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a
aquel que me envió.
10:41 El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la
recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la
recompensa de un justo.
10:42 Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque
sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo,
no quedará sin recompensa" PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados en amigos en el Señor Paz y Bien.
“El que trate de salvar
su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará” Mt
10,39). Esta afirmación contundente nos da pie en situarnos en el tema de la salvación.
Recordemos aquella inquietud del maestro de
la ley que debería a todos inquietarnos; se acercó y le preguntó:
"Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer para conseguir la salvación
eterna?" (Mt 19,16). U otra inquietud: “ ¿Serán pocos los que se salven?”
(Lc 13,23). O dígase lo mismo cuando los discípulos quedaron muy sorprendidos
al oír esto y dijeron: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?" (Mt 19,25).
¿Por qué tiene que ser también inquietante e importante para
nosotros el tema de la salvación? Porque la salvación trae a colación otra idea
opuesta, la condenación: Jesús les dijo: "Vayan por todo el mundo,
anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se
salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que
crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán
tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará
ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán" (Mc
16,15-18).
¿Cómo asegurar nuestra salvación? Amándonos más a nosotros mismos? a nuestros padres?
Hijos? Bienes? Casas? Riqueza? Claro que no. Recordemos aquella cita: Jesús
dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a
sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su
vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la salvará. ¿De qué le
servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el
hombre a cambio de su vida?” (Mt 16,24-26).
Pareciera contraproducente la enseñanza de hoy, cuando el
Señor nos recalca: El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno
de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt
10,37). Nos prohíbe amar a nuestros padres o hijos? Claro que no. Debiera ser
lo mismo que amando a nuestros padres es como amamos a Dios que por amor a Dios
debemos amar a nuestros padres o prójimo. El problema está en que el amor a los
padres o hijos, hoy se toma como causa final o ultima. El amor autentico
siempre nos deja lugar a entender que la causa final de nuestra vida y por ende
nuestra salvación es Dios y no nuestra vida
ni nuestros padres ni nuestros
hijos.
Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a
tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje,
al acostarte y al levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como
una marca sobre tu frente. Escríbelas en las puertas de tu casa y en sus postes”
(Dt 6,4-9).
San Juan nos dice también: “Nadie ha visto jamás a Dios, pero
si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de
Dios ha llegado a su plenitud en nosotros” (I Jn 4,12). Mismos Jesús nos dice: “Les doy un
mandamiento nuevo que se amen unos otros como le he amado” (Jn 13,34). “Quien
dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” (I Jn 4,20). ¿Cómo
nos amó Dios? Bonito? Jugando? Nada de eso. Dios nos amó en su Hijo hasta dar
su vida por nosotros. Por eso es que, la causa final o última del amor autentico es el amor a Dios y no solo el amor a los
padres y menos amar mas a los padre e hijos que a Dios. Amando a los padres o hijos es como amamos de verdad a Dios. En
saber amarnos unos a otros es como amamos en verdad a Dios.
Tras la enseñanza del amor a Dios que se alcanza amando al prójimo se acuña la idea de la vida de santidad. Porque dice Dios: “Yo
soy su Dios, el que les ha sacado de la tierra de Egipto, para ser su Dios.
Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,45). En eso consiste la santidad:
en ese morir continuamente a uno mismo para dejar que sea Dios Quien
viva en uno. Esa palabra “santidad”
asusta. Pero ... ¿qué es la santidad? No es algo inalcanzable ... Tratar de ser santos es tratar de seguir la
Voluntad de Dios para nuestra vida. Y ¿cómo se hace esto?
Se hace dejando de tener voluntad propia, dejando de tener planes y
rumbos propios, dejando de tener criterios y pretensiones propias ... Es cambiar todo eso por lo que Dios quiere
para mí. Es renunciar a la propia
voluntad y asumir la Voluntad de Dios como propia. Es dejar que Dios sea Quien haga, Quien muestre
su plan, Quien indique rumbos, Quien proponga criterios, etc.
Jesús nos promete: “El que a causa de mi Nombre deje casa,
hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más en esta vida y obtendrá la recompensa de la
Vida eterna” (Mt 19,29). ¿En qué consiste esa recompensa? Al final de todo cada
uno recibe la recompensa: “El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre,
rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras”
(Mt 16,27). La paga cosiste en: "Donde estoy yo estén también uds” (Jn
14,3). Estar con Dios el Enmanuel (Mt 1,23).