DOMINGO XIV – B (05 de julio del 2015)
Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 6,1 - 6:
En aquel tiempo, Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo,
seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la
sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De
dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes
milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de
María, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre
nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les
dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y
en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos
pocos enfermos, imponiéndoselos las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.
PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
San Pablo resume en pocas palabras toda la figura del Hijo
de Dios: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Porque Él
siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría Dios; sino, todo lo
contrario, se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo y haciéndose
semejante a los hombres… se humilló hasta someterse por obediencia la muerte y una
muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo
nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la
tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre” (Flp
2,5-11). Las mismas palabras de Jesús resaltan la humildad y sencillez como don y querer
de Dios al decir: "Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, por haber
ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a la
gente sencilla. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Mt 11,25-26). Y en
muchos pasajes vamos constatando que efectivamente Dios se revela en la
sencillez de las cosas.
Pero nos preguntamos, si nosotros buscamos a Dios y quisiéramos
encontrar a Dios de verdad, ¿Dónde y con qué lo buscamos? Buscamos guiados por
nuestra razón porque pensamos que Dios tiene que acomodarse a nuestro modo de
pensar y actuar, así los mismos apóstoles reflejan eso y por eso un buen día
Pedro se ganó una llamada de atención: “Apártate de mi vista satanás, porque tú
piensas como los hombre y no como Dios” (Mt 16,23). El evangelio de este
domingo nos sitúa el modo de pensar de los judíos quienes con criterio humano se
dan la libertad de analizar la identidad de Jesús (Mc 6,1-6). Jesús llega a su
pueblo y nadie le hace una recepción. Entró como cualquier vecino del barrio,
incluso ni se cita el nombre de Nazaret, sencillamente se dice, “su pueblo”. Hasta
resulta curioso que no digan “el hijo de José”, ya que el padre era el que
personificaba a la familia y a la tradición. Le reconocen como el “hijo de
María”, que no lleva ni el apellido paterno. Primero, se admiran de sabiduría y
hasta se cuestionan de dónde saca todo ese saber. Pero, luego le descubren la
suela de la sandalia: “es el carpintero”. Por tanto, enviado de Dios. Dios no
puede rebajarse a ser tan poca cosa, en un
triste carpintero del pueblo.
El mensaje del Evangelio nos ilustra ese conflicto interno
de la gente. Por una parte, no pueden dudar de que allí hay un saber y una
sabiduría distinta, superior; pero, a la vez, no están dispuestos a aceptarla.
Entonces buscan todas las razones posibles para negarse a creer en Él. A Él le
conocen, es el eterno problema. Para ser famoso hay que venir de lejos
precedido de una gran campaña publicitaria porque si nos conocen, “lo nuestro
no vale y todo lo de fuera, lo de extraño si vale y vale mucho”. Muchos
quisiéramos un Dios llamativo, que nos haga milagros, y nos olvidamos de que
Dios quiere hacer milagros, pero se siente defraudado porque no encuentra fe
suficiente en nosotros para hacerlos. No nos quejemos de que “Dios no me escuchó”,
preguntémonos más bien si “nuestra fe es capaz de hacer milagros”. El problema
no es Él, sino nosotros porque queremos a menudo que Dios corresponda a nuestros criterios y caprichos humanos.
Dios tiene diverso criterio de revelarse y acercarse a
nosotros y lo hace con el vestido de la sencillez. Dios no es de los que nos
abruma con sus trajes, sus ternos de última moda, sus zapatos último modelo.
Dios nunca se manifiesta de estreno. Utiliza siempre el mismo vestido.
Digámoslo así, Dios no es ningún exhibicionista ni presume de grandeza. Por eso
mismo, Dios nunca pretende aplastarnos con lo maravilloso y lo extraordinario. Desde
que decidió encararse (Jn 1,14), “se rebajó hasta hacerse uno cualquiera” (Flp
2,6-8). Es uno más del pueblo, uno más del barrio, uno más de la calle. Por eso
Dios no inspira ni miedo. Así a Dios no tenemos que buscarlo ni lejos, ni en
las alturas ni en las grandezas, y tenemos que protegernos de Él, al contrario,
a Dios lo reconoceremos en las cosas simples y sencillas de la vida.
Los judíos lo vieron como el “hijo del carpintero”. Ese fue
el pecado de Jesús. Mientras hablaba todos admiraban su sabiduría, pero cuando
analizaron su real identidad todo se vino abajo. Un carpintero en Nazaret es un
don nadie. ¿Qué tiene que decirnos un carpintero? ¿Qué importancia puede tener
un carpintero? ¿Qué cosa buena puede salir de Nazaret? (Jn 1,45). Sin embargo,
Dios se revistió de carpintero y desde entonces se le puede encontrar en cualquier
carpintería de aldea. Como es de entenderse, nosotros nos dejamos llevar
demasiado de la grandeza y del poder. Dios se deja llevar de la sencillez de
las cosas de la vida. Él empeñado en manifestarse en lo pequeño y nosotros,
tercos, empeñados en verlo en lo grande y llamativo. Por eso pasamos a su lado
constantemente y no lo vemos porque brilla poco y deslumbra poco.
Un día preguntaron a Jesús sus discípulos: "¿Quién es
el más grande en el Reino de los Cielos? Jesús llamó a un niño, lo puso en
medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se
hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que
se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos”
(Mt 18,1-4). ¿Hay algo más sencillo que un niño? En los niños juega Dios con
los hombres. ¿Hay algo más sencillo que un anciano? En los ancianos se sienta
Dios en el parque y reclama cuidados de una empleada para que no le atropelle
un carro. Pero, nosotros necesitamos de un terremoto para gritarle pidiendo
compasión y misericordia. No le reconocemos en ese enfermo que necesita le den
de comer porque ya no tiene fuerzas. ¿Quieres encontrarte con Dios? Búscalo en
lo sencillo, entre los maderos, los martillos y los clavos de una carpintería.
La fe no es ver en la grandeza. La fe es ver en la pequeñez.
Si buscamos a Dios con el presupuesto de la sabiduría humana,
no lograremos encontrar a Dios. Las cabezas infladas de saber, ya lo saben
todo. No necesitan de nada. Nadie tiene nada que enseñarles. Ni Dios tiene nada
que decirles porque la ciencia ya se lo ha dicho todo. Hoy todo lo justificamos
con la ciencia o, mejor dicho, con lo que nosotros queremos llamar ciencia y
marginamos la fe como fuente de conocimiento y fuente de verdad. Tenemos miedo
a creer, a abrirnos a la verdad revelada, que es la otra dimensión de la verdad
a la que la ciencia humana no puede llegar. Se busca incompatibilidades entre
ciencia y razón, donde en realidad lo único que hay es ignorancia de la fe y no
pocas veces, reduccionismos científicos. Y donde quedan las palabras del Señor:
“Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos
y conocerán la verdad, la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).
Jesús se encontró con esos científicos de la religión,
dopados también ellos por sus propias convicciones y cerrados a la buena
noticia del Reino. También, se encontró con esa gente simple del pueblo, la
única que no está dopada de prejuicios ni de soberbia intelectual, esa gente
hecha de una sola pieza, abría su corazón a las llamadas de Dios. «Gracias,
Padre, porque has ocultado todo esto a los sabios y los prudentes
intelectuales, pero se lo has revelado a los pequeños.» (Mt 11,25). Así con Jesús
estamos llamados a clamar y decir: ¡Qué pequeños son los grandes! ¡Qué grandes
son los pequeños! ¡Qué poco saben los que saben y cuánto saben los que no
saben! Los sabios tienen la ciencia de los libros, pero la gente sencilla tiene
la sabiduría de la vida.
San Pablo decía: “Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los
que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando
humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios
eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el
mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y
despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá
gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por
disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en
santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que se gloría,
que se gloríe en el Señor” (I Cor 1,26-31).