DOMINGO XXXI – B ( 03 DE NOVIEMBRE DEL 2024)
Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 28-34
12:29 Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel:
el Señor nuestro Dios es el único Señor;
12:30 y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y
con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.
12:31 El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No
hay otro mandamiento más grande que estos".
12:32 El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes
razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él,
12:33 y que amarlo con todo el corazón, con toda la
inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale
más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".
12:34 Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente,
le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a
hacerle más preguntas. PALABRA DEL SEÑOR.
A tres domingos para finalizar el ciclo litúrgico ciclo B en
el que hemos leído el Evangelio de San Marcos. Nos hemos preguntado: ¿Qué tengo
que hacer la para heredar la vida eterna? (Mc 10,17). Hemos ensayado diversas
respuestas y todas las respuestas se resumen en el tema del amor: La vocación
mayor del hombre es el ser llamado al amor.
“Santifíquense guardando mis leyes y poniéndolos en práctica
mis mandamientos porque Yo soy Yahveh, el que los santifico” (Lv 20,7).
Poniendo en práctica los mandamientos es como podemos santificarnos y ¿Para qué
sirve la santificación nuestra? Pues yo soy Yahveh, el que los ha subido de la
tierra de Egipto, para ser su Dios. Sean, pues, santos porque yo soy santo” (Lv
11,45). La santidad es requisito para nuestra salvación y tiene su
estrategia específica: Vivir en el amor.
"¿Cuál es el primero de los mandamientos?" (Mc
12,28). Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro
Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y
con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que
estos" (Mc 12,29-31). No es que sea dos mandamientos. Es un mandamiento
supremo que tiene dos partes: Amor a Dios y al prójimo. Por eso Jesús dirá: Les
doy un mandamiento, que se amen los unos a los otros. Así como yo
los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos
reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a
los otros" (Jn 13,34-35).
No es que nos amemos como quisiéramos. La medida perfecta
del amor es el modo como Jesús nos amó. El dio su vida por nosotros, de igual
modos es como debemos amarnos unos a otros. Luego nos dice. “No hay amor más
grande que el que da la vida por sus amigos. Uds son mis amigos si cumplen o
que yos los enseño” (Jn 15,13-14). Amándonos unos a otros es como llegamos a
amar en verdad a Dios. Y si Dios es amor (I Jn 4,8), por eso se nos exhorta:
"Quien ama a Dios, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede
amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el
mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su
hermano “ (IJn 4,20-21).
El amor da incluso el significado definitivo a la vida
humana. Es la condición esencial de la dignidad del hombre, la prueba de la
nobleza de su alma. San Pablo dirá que es “el vínculo de la perfección” (Col 3,
14). Es lo más grande en la vida del hombre, porque —el verdadero amor— lleva
en sí la dimensión de la eternidad. Es inmortal: “La caridad no pasa jamás”,
leemos en la Carta primera a los Corintios (1 Cor 13, 8). El hombre muere por
lo que se refiere al cuerpo, porque éste es el destino de cada uno sobre la
tierra, pero esta muerte no daña al amor que ha madurado en su vida.
Ciertamente permanece, sobre todo para dar testimonio del hombre ante Dios, que
es amor. Designa el puesto del hombre en el Reino de Dios; en el orden de la
comunión de los santos. El Señor Jesús dice en el Evangelio de hoy a su
interlocutor, viendo que comprende el primado del amor entre los mandamientos:
“No estás lejos del Reino de Dios” (Mc 12, 34).
Son dos los mandamientos del amor, como afirma expresamente
el Maestro en su respuesta, pero el amor es uno solo. Uno e idéntico, abraza a
Dios y al prójimo. A Dios: sobre todas las cosas, porque está sobre todo. Al
prójimo: con la medida del hombre y, por lo tanto, “como a sí mismo”.
Estos “dos amores” están tan estrechamente unidos entre sí,
que el uno no puede existir sin el otro. Lo dice San Juan en otro lugar: “El
que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no
ve” (1 Jn 4, 20). Por lo tanto, no se puede separar un amor del otro. El
verdadero amor al hombre, al prójimo, por lo mismo que es amor verdadero, es, a
la vez, amor a Dios. Esto puede sorprender a alguno. Ciertamente sorprende.
Cuando el Señor Jesús presenta a sus oyentes la visión del juicio final,
referida en el Evangelio de San Mateo, dice: “Tuve hambre, y me disteis de
comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba
desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a
verme” (Mt 25, 35-36).
Entonces los que escuchan estas palabras se sorprenden,
porque oímos que preguntan: “Señor, ¿cuándo te hemos hecho todo esto?”. Y la
respuesta es: “En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno solo de
mis hermanos más pequeños —esto es, a vuestro prójimo, a uno de los hombres—, a
mí me lo hicisteis” (cf. Mt 25, 37. 40).
Esta verdad es muy importante para toda nuestra vida y para
nuestro comportamiento. Es particularmente importante para quienes tratan de
amar a los hombres, pero “no saben si aman a Dios”, o, desde luego, declaran no
“saber” amarlo. Es fácil explicar esta dificultad, cuando se considera toda la
naturaleza del hombre, toda su sicología. De algún modo al hombre le resulta
más fácil amar lo que ve, que lo que no ve (cf. 1 Jn 4, 20).
“Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes.
Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor. Como
yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10).
Recoge la especie de profesión de fe que todo israelita
recitaba diariamente, que todo buen israelita aprendía de memoria de pequeño y
no dejaba de decir ningún día de su vida.
Son una palabra bien formulada, vigorosa, que a buen seguro
formaban parte de la intimidad más profunda de todo creyente de la antigua
alianza. A Jesús, que era un buen israelita y que por tanto se las sabía de
memoria y las recitaba diariamente, le saldrá con toda facilidad utilizarlas
como respuesta al doctor de la Ley y acoplarles la "ampliación" del
segundo mandamiento.
Este hecho, nos podría llevar hoy a valorar también las
fórmulas de fe que nosotros sabemos de memoria, y a valorar el hecho de
recitarlas cada día, para que formen parte inseparable de nuestra alma. El
padrenuestro es la fundamental de estas fórmulas, para el cristiano. Ningún día
tendríamos que dejar de recitarlo, en algún momento u otro. Y de vez en cuando,
tendríamos que detenernos a reflexionar sus frases.
La respuesta de Jesús recoge palabras del Antiguo Testamento
(Dt 6,4) . No se lo inventa, el principal mandamiento. Y no era tampoco nuevo,
que los doctores de la Ley aunasen el amor a Dios y el amor a los demás. Pero
Jesús, al margen de la posible novedad hace una proclamación que se convierte
en una de las fórmulas constituyentes del Reino (como lo es también las
bienaventuranzas); el creyente del Reino es aquel que vive con toda intensidad
el tener a Dios como único absoluto y lo concreta en la vida de cada día en el
amor a los demás, trabajando para que los demás puedan ser y tener lo mismo que
yo soy y tengo.
¿Qué es lo primero, lo más importante? "Qué Mandamiento
es el primero de todos". No es una pregunta teórica, o, al menos, no sólo
teórica, sino práctica y actual. Actual en el tiempo de Jesús porque habían
desmenuzado la Ley en infinidad de preceptos y muchos, sin duda, se sentían
perdidos. Y actual en nuestros días por el peligro de poner la religión sólo en
ir a misa, defender la escuela católica o atender a las normas sobre moral
sexual de nuestros obispos. También para el creyente de hoy tiene actualidad la
pregunta.
Lo primero es el amor a Dios. Un amor, claro está, que
implica la fe en Dios, en el único Dios, y que se opone o excluye a todos los
ídolos. Amor y fe en Dios es lo primero y principio de la religión tanto en el
Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Dios hoy, para muchos, es una palabra lejana y abstracta que
apenas les dice nada. El ateísmo y la increencia, por otra parte, están en
crecida. Ambas cosas hacen que el tema de Dios sea hoy primordial. Es necesario
hacer ver que la pregunta por Dios es algo razonable y humana, y presentar al
hombre de hoy, con toda su fuerza, el Dios de Jesús.
Es imprescindible una catequesis sobre Dios, el Dios de vida
y desenmascarar a los ídolos de hoy.
Dios es lo primero y el principio. Lo primero en la fe y el
principio en el amor. Antes que el amor a Dios es el amor de Dios. Tal vez esto
no le gusta al hombre moderno que quiere ser protagonista de la historia. Pero
es algo que está en la Palabra de Dios.
Dios nos amó primero, la misma creación es fruto del amor.
La iniciativa es de Dios, y sólo el amor de Dios, que viene de Dios y se
adentra en el corazón del hombre, hace posible en nosotros el amor a Dios. La
fuente y el principio no está en el hombre. Dios se ha manifestado y ha amado
primero. El amor a Dios no es más que el retorno del amor de Dios.
No conviene, pues, engañarse en lo que es primero y esencial
en la religión. Sin esto la fe y la religión son otra cosa, algo humano, pero
no divino. Se puede renunciar a este camino de la fe, pero, no tergiversar.
Ateos como Feuerbach o Sartre han afirmado que el verdadero
amor es el humano, aquel que no necesita ninguna bendición ni consagración de
parte de la religión ni de Dios, un amor totalmente secularizado sin ninguna
mediación de lo religioso. "En cambio, el amor-ágape, carisma de los
carismas (1 Cor. 13) pertenece sólo a Dios y sólo puede descender de él sobre
todas las cosas y todos los hombres. El amor está fuera de lo humano, de lo
terrestre, es iniciativa de Dios y ha encontrado su epifanía en ese inclinarse
hacia el hombre por parte de Dios, desde la llamada de Abraham hasta el envío
al mundo de su hijo, el amado" (Pronzato).
Ese amor de Dios es un solo amor con doble dirección: hacia
Dios y hacia los hermanos. Por eso dice Jesús, y en ello el escriba (el Antiguo
Testamento y, tal vez, toda religión) está de acuerdo, que es un único
mandamiento, porque se trata de un único amor.
Por esto el amor a los hermanos no tiene sentido, para un
cristiano, sin el amor a Dios (que es amor de Dios). Ni tampoco, por otra
parte, puede darse un amor a Dios que de alguna manera no se haga extensivo a
los hermanos. El amor al hermano que tenemos ahí, es manifestativo del amor a
Dios, a quien no se ve. No existe, en la práctica, amor a Dios sin amor a los
hermanos.
Lo que dice Jesús no es nuevo, puesto que en el Antiguo
Testamento ya se había dicho, y probablemente en alguna otra religión, la
novedad está en la claridad como se expresa y encarna en su persona y en la
inclinación a hacerlo. "No estás lejos del reino de Dios", le dice al
escriba, cuya buena intención destaca así Marcos.
Lo importante es esa cercanía del Reino de Dios que predica
Jesús y la invitación, al escriba y a todos nosotros, para entrar en él. La
homilía, como Palabra de Dios en la cual se inspira, no puede quedar en un
discurso, sino que tiene que hacer presente la fuerza y cercanía del reino de
Dios e incitar a entrar en su dinamismo.
Algunas concreciones de este evangelio pueden ser: Un
objetivo que da un sentido infinito a todo. La palabra "mandamiento"
es traidora, porque suena a algo que hay que hacer no porque valga la pena,
sino porque hay alguien con poder suficiente como para imponernos. Y en los
"mandamientos" que vienen de la fe ciertamente no se da eso.
Podríamos llamarlos "objetivos", quizá. Podríamos hacer la pregunta
del doctor de la Ley de esta manera: ¿Cuál es el objetivo más importante de la
vida del hombre? Y la respuesta de Jesús sería esta: el objetivo más importante
de la vida del hombre es tener a Dios muy cerca, muy adentro, como lo más
decisivo, como lo único decisivo; y con él, y como él, poner todos nuestros
proyectos y actuaciones dirigidos no a nuestro interés personal, sino en
solidaridad con todos los demás. Y Jesús añadiría, si nosotros dijéramos que
sí, que nos apuntamos a esto: esto es el camino del Reino de Dios, tener eso
como objetivo de la vida quiere decir entrar donde está Dios, vivir lo más
grande que puede ser vivido.
La experiencia de Dios: “Nosotros hemos conocido el amor que
Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el
amor permanece en Dios, y Dios permanece en él”( I Jn 4,16).
No está bien separar los dos niveles, pero somos limitados y
tenemos que explicarnos y reflexionar las cosas por partes. El creyente es
aquel que ha sido tocado en su interior más profundo por la experiencia de una
presencia plena, viva, totalmente amorosa. Una experiencia que para algunos
será un sentimiento a flor de piel, fácil de tocar, mientras que para otros
será un convencimiento profundo, sin demasiados sentimientos palpables. Tanto
da. De lo que se trata es de vivirlo y cultivarlo. Y buscar medios: un rato
concreto diario repasando en presencia de Dios el día; ratos no programados en
el autobús o en la Iglesia; momentos de lectura de los salmos o del evangelio o
de algún texto que me vaya bien...
El amor a los demás: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense
los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos
a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el
amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,34-35). “Quien dice que ama a
Dios y no ama a su hermano es un mentiroso” ( I Jn 4,2).