martes, 19 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIV – B (24 de Noviembre del 2024)

 DOMINGO XXXIV – B (24 de Noviembre del 2024)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan 18,33-37:

18:33 En aquel tiempo, Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?"

18:34 Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?"

18:35 Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?"

18:36 Jesús respondió: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí".

18:37 Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?" Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados hermanos en el Señor, Paz y Bien.

"Vine al mundo para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37).Y la verdad es que Jesús es el Rey del mundo.

El evangelio de Marcos, que hemos leído durante este año, ciclo B presentaba el inicio de la predicación de Jesús de Nazaret con estas palabras: "El tiempo se ha cumplido, está cerca el reino de Dios: conviértanse y crean en la buena Noticia"(Mc 1,15). Hoy, en esta fiesta: Jesucristo Rey del universos que cierra el año litúrgico, hemos escuchado la afirmación final de Jesucristo: "Soy rey" (Jn 18,37). Entre el inicio y el final, hemos escuchado domingo tras domingo (34 domingos), el anuncio, la proclamación y la institución del Reino de Dios en el ejemplo y trabajo del Hijo del hombre, Jesús, el Mesías; palabras y obras que en nosotros debían provocar una respuesta de fe. Respuesta que se resume en la convicción de que el reino de Dios lo hallamos en Jesucristo, en sus palabras, en su ejemplo, en su persona. Es decir, en la afirmación de que Jesucristo es el Rey y esa es la verdad como Jesús mismo lo afirma: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 1,37).

"¿Conque tú eres rey"? (Jn 18,37): Jesús fue juzgado y condenado por el sanedrín por blasfemo, por ir contra el templo. Pero cuando el sanedrín lo entregó al gobernador romano Poncio Pilato, lo acusaron de soliviantar al pueblo desde Galilea, de incitar a las gentes a no pagar el tributo al César y de hacerse llamar el Mesías rey. Presentaron la subida de Jesús a Jerusalén como una incursión sobre Jerusalén. Pilato, en consecuencia, no tuvo más remedio que interrogarle sobre este particular: "Conque, ¿tú eres rey? Y él respondió y dijo: Tú lo dices" (Jn 18,37). El título de Rey de los judíos atribuido a Jesús de Nazaret aparece por vez primera en los evangelios en este contexto de la pasión. Se trataba de un título que en aquel tiempo y circunstancias tenía connotaciones subversivas y que se prestaba a toda clase de malentendidos, razón por la cual Jesús lo había evitado siempre con sumo cuidado en su vida pública (es lo que se ha llamado "silencio mesiánico"). Pero los enemigos de Jesús, que ya habían decidido su muerte, necesitaban una causa en la que pudiera y debiera entender el gobernador romano, y hallaron que ésta era la más apropiada; aunque había otras razones particulares para los judíos: “No sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios y llamándolo su propio Padre” (Jn 5,18).

Aunque Pilato no parece que tomara en serio la acusación, sí que tuvo que tomar en serio a los acusadores y se vio obligado, por razones políticas, a dar por bueno lo que no era más que un pretexto. Su pregunta: "¿conque tú eres rey?", suena a nuestros oídos como si dijera: "si tú eres rey, que venga Dios y lo vea". Sin embargo, Pilato sentenció la muerte de Jesús y mandó fijar el rótulo en el que se publicaba la causa de la sentencia: "Este es el rey de los judíos" (Jn 19,19).

La ironía de Dios: El relato de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, tal y como se hace en los cuatro evangelios pero sobre todo en el de Juan, es una divina ironía. Lo que sucede, paso a paso, remedando el ritual de la solemne exaltación de los reyes al trono es, desde el punto de vista del sanedrín, de Pilato, de los soldados, la del pueblo y hasta de uno de los dos ladrones ajusticiados junto con el Cristo (o "el ungido"), un puro sarcasmo y una burla cruel (Jn 19,14). Pero los creyentes, los discípulos de Jesús, aceptarán el punto de vista del Maestro y confesarían que él es, en efecto, el Señor y el Mesías. En el relato de la pasión - de la "exaltación", como dice Juan- no falta la coronación, pero la corona es un casquete de espinas (Jn 19,2); ni la aclamación del pueblo, aunque en este caso se trata de un abucheo; ni la entronización; ni el homenaje de los grandes y notables de Israel, pero el homenaje consiste en el desfile de los sacerdotes y senadores que pasan delante de la cruz moviendo la cabeza. De manera que no falta nada, pero todo es distinto.

No falta, desde luego, el rey por la gracia de Dios, pero su reino no es de este mundo; es decir, no es como los reinos de este mundo sino todo lo contrario y aún su contradicción pública o contestación: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18,36). Porque Jesús es la debilidad de Dios contra el poder de los que se endiosan. Jesús es rey que ha venido a servir y no a ser servido, y por eso ocupa el último lugar del mundo que le permite servir a todo el mundo (Mc 10,43-45). Sus leyes se reducen al amor (Jn 15,9) y, a diferencia de todas las leyes de este mundo, son una buena noticia para los pobres. Su política es amar a los enemigos (Mt 5,43-48) y, por lo tanto, no tiene soldados para combatirlos... Un rey tan extraño no podía esperar la comprensión de los reyes normales y de los señores de este mundo: "Pues saben que los que son reconocidos como reyes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen"(Mc 10,42-43). Antes bien, tenía que contar con su oposición más decidida.

Como así fue: Ni el poder convencional (el imperio), ni la religión convencional (la sinagoga), ni la sabiduría convencional (la academia) comprendieron el mensaje de este rey. Para Pilato fue un "inri", para la sinagoga un escándalo, para los griegos una necedad. Pero para los que creyeron en Jesús, los más pobres y sencillos, fue la misma fuerza y sabiduría de Dios (I Cor 1,2-25).

Jesús dijo a Nicodemo: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: Ustedes tienen que renacer de lo alto” ( Jn 3,5-7). En el bautismo somos ungidos como: Sacerdote, profeta y rey.

Pero extrañamente, los cristianos olvidamos a menudo todo eso del reino de Dios. Y entonces inevitablemente desfiguramos nuestra fe. Quizá podríamos preguntar a chicos o jóvenes que semana tras semana han recibido su catequesis: ¿qué es el Reino de Dios? ¿Sabrían responder? Pienso que muchos no sabrían qué decir. Y si se lo preguntáramos a muchos de los cristianos que asistimos cada domingo a misa, muy probablemente tampoco sabríamos qué responder.

Preguntémonoslo nosotros hoy. Porque, ¿cómo sabremos qué significa que Jesús es Rey si no sabemos de qué reino es el Rey? Más aún: toda la predicación de Jesús es anuncio del Reino, su Buena Noticia es que el Reino está ya entre nosotros (Lc 11,20), pero será en plenitud por gracia del Padre en la totalidad del Reino futuro.

¿Cómo entenderemos todo eso si no sabemos qué es el Reino de Dios? La respuesta la podríamos buscar en el prefacio de hoy. Diremos al comenzar la acción de gracias que el Reino de Jesucristo es "el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz". No podríamos hallar una respuesta más clara y sencilla. Todo lo que hay en el mundo, sea en quien sea, de verdad o de vida, todo lo que el hombre es capaz de vivir de santidad y de gracia, toda realidad o todo esfuerzo de justicia, de amor, de paz... esto es el Reino de Dios. Y esta es la tarea de Jesucristo: anunciarnos que todo esto es de Dios, tienen la fuerza y la consistencia de Dios. Decírnoslo y a la vez impulsarnos por un camino de trabajo, de búsqueda, de lucha por todo ello, comunicándonos, además, la gran esperanza de que todo eso que nosotros ahora vivimos precariamente, Dios quiere que lo consigamos con plenitud y para siempre.

Consecuencia de lo dicho es que el cristiano debe ser un apasionado del reino. Apasionado en la lucha por conseguir que el hombre viva con más verdad y vida, más santidad y gracia, más justicia, amor y paz. Y apasionado también por celebrar ya ahora, por vivir con alegría, lo que de todo eso hay ya en nuestra vida, porque todo eso es de Dios.

El es para nosotros la puerta, el pastor, el guía, la luz y la fuerza. Por eso sus métodos deben ser nuestros métodos. Ahora, en la Eucaristía, después de nuestra acción de gracias en la plegaria eucarística y antes de comulgar, diremos juntos el Padrenuestro. Lo diremos juntos nosotros y lo dirá con nosotros nuestro Rey Jesús, presente en nuestra asamblea. Con él y como él, pediremos al Padre que venga su Reino. Y pedirlo significa que estamos dispuestos a trabajar en ello, con todo empeño, con todo esfuerzo, pero siempre según los métodos y el camino del Rey Jesús: con respeto y comprensión para todos:

“Les exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley. Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos” ( Gal 5,16-24).