DOMINGO V – B (04 de febrero del 2018)
Proclamación del santo evangelio según San Marcos 1,29-39:
1:29 En aquel tiempo, cuando salió de la sinagoga, fue con
Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
1:30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo
dijeron de inmediato.
1:31 Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar.
Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
1:32 Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a
todos los enfermos y endemoniados,
1:33 y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.
1:34 Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos
males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque
sabían quién era él.
1:35 Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó,
salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
1:36 Simón salió a buscarlo con sus compañeros,
1:37 y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te
andan buscando".
1:38 Él les respondió: "Vayamos a otra parte, a
predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido".
1:39 Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y
expulsando demonios. PALABRA DEL SEÑOR.
REFLEXIÓN.
Estimados(as) amigos(as) en el Señor paz y bien:
Recordemos que, cuando Jesús se puso en camino, un hombre
corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo
hacer para heredar la Vida eterna?" (Mc 10,17). Esta pregunta o inquietud es eje conductor de nuestra reflexión
en el presente año. Para heredar la vida eterna tenemos que salir o cumplir la misión
de anunciar el Evangelio. Una misión que tiene pautas precisas: "Vayan por
todo el mundo, enseñen el Evangelio a toda la creación. El que crea y se
bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios
acompañarán a los que crean: expulsarán a los demonios en mi Nombre y hablarán
nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un
veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y
los curarán" (Mc 16,15-18). Pero para cumplir esta noble misión tenemos
que aprender del maestro en su primer día de jornada misionera.
El domingo anterior meditamos la actitud de asombro por
parte de la gente: “Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros:
"¿Qué es esto? Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes
a los espíritus impuros, y estos le obedecen!" (Mc 1,27). Hoy el evangelio
describe la primera jornada de misión que Jesús despliega. De la enseñanza a la
misión. En efecto, el evangelista Marcos
introduce el ministerio público de Jesús con la narración del primer día
misionero. Éste sucede en Cafarnaúm y comprende:
1) Primero (se sobreentiende que sucede por la mañana) Jesús
va a la sinagoga; 2) luego Jesús sigue a la casa de sus dos primeros
discípulos; 3) al atardecer, acoge la multitud de enfermos y posesos que se
aglomeran en la puerta; 4) pasada la noche, al amanecer, Jesús se va a orar a
solas.
Enseguida vemos que lo que se hizo en Cafarnaúm se repite
muchas veces en los pueblos vecinos. Sabemos así, qué es lo que Jesús hace en
su misión en Galilea: “Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y
expulsando los demonios” (Marcos 1,39). El primer pasaje, el exorcismo en la
sinagoga (Mc 1,21-28), precisamente la primera acción misionera de Jesús en el
evangelio de Marcos, ya fue leído el domingo pasado. Leamos ahora los otros
pasajes, sin perder de vista que se trata de una unidad: la jornada “modelo” de
la misión de Jesús.
“Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los
enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de
diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los
demonios, pues le conocían” La actividad de Jesús, centrada en exorcismo y
curación, es decir, en la restauración del ser humano en todas sus dimensiones,
se repite ahora en la “puerta” de la casa. De la intimidad de la casa pasamos
al escenario público.
La población entera capta de quién puede esperar una
verdadera ayuda en sus necesidades. Por eso, al atardecer, le traen a Jesús sus
enfermos y endemoniados. Todo el cruel panorama del sufrimiento humano es
expuesto en la presencia de Jesús. De repente lo vemos asediado y circundado
por una mar de dolor y miseria. Lo que habíamos visto en la sinagoga –un
poseído por el demonio- y luego en la casa –una mujer enferma-, parece ser la
realidad de mucha gente, por eso se dice que “le trajeron todos los enfermos y
endemoniados” de toda la ciudad. Toda la esperanza de la ciudad está puesta en
Jesús. Él está en capacidad de afrontar
estas necesidades. Él tiene el poder para ayudarlos y, de hecho, les ofrece su
ayuda: “curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó
muchos demonios”.
El silenciamiento de los demonios va en la misma línea de lo
sucedido poco antes en la sinagoga. La presencia de Jesús se va notando
gradualmente y el poder deslumbrante de la “autoridad” del Reino va ampliando
su radio de acción: de la sinagoga a la casa, ambos espacios restringidos de
vida comunitaria y familia, se pasa a la sanación del tejido urbano, la
sociedad entera.
Jesús se va a orar a solas al amanecer: “De madrugada,
cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario
y allí se puso a hacer oración” (Mc 1,35). Bien de mañana, Jesús se retira, en
la soledad a orar. También en esta
ocasión, como en el primer milagro, Marcos evita darnos detalles, para él es
suficiente decir que Jesús se va a orar en un lugar solitario, al alba, en el
silencio, en la paz de la mañana. No sabemos de qué tipo de oración se trate:
si Él le está agradeciendo a Dios por el buen comienzo que ha tenido su obra,
si Él le está dirigiendo una súplica insistente por su actividad futura, si
está simplemente en compañía del Padre, tranquilo y serenamente recogido en la
quietud de la mañana, o si está contemplando el lago y el paisaje circundante
que va emergiendo claramente en la medida en que se disipan las tinieblas de la
noche, maravillándose por la obra creadora de Dios, bendiciéndolo.
De la figura de Jesús en el Evangelio de Marcos, hacen parte
no solo los rasgos de una actividad incesante, sino también el tiempo para
estar con Dios en la quietud y en el recogimiento. Jesús vive en una relación fuerte con Dios,
una relación incomparable. No se dice qué participación tengan los discípulos
en esta oración de Jesús. Probablemente ninguna. Pero es cierto que el
comportamiento del maestro está marcando la pauta para su estilo de vida, por
lo tanto, también ellos están siendo invitados a orar junto a él, de una manera
o de otra, en esta atmósfera de paz y de tranquilidad. La jornada misionera
“modelo” se repite en “toda Galilea”: Un estilo de vida y de misión “abierto”
(Mc 1,36-39) Notemos, finalmente, que el “día modelo” de Jesús se replica en
todas los puntos de Galilea. Veamos lo
que sucede en Mc 1,36-39:
“Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te
buscan.» El les dice: «Vayamos a otra
parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he
salido.» Y recorrió toda Galilea,
predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” Jesús ha despertado y ha
confirmado la confianza del pueblo. La
gente está contenta de poder presentarle todas sus propias enfermedades y todas
sus propias necesidades. No nos extraña,
por tanto, que la gente quiera retenerlo y asegurase de manera permanente su
ayuda. Sin embargo, Jesús, no se queda
ahí.
“Vayamos a otra parte”. La anotación no está puesta por
casualidad. La vida misionera tiene su
esquema pero también es dinámica, ella se va “reinventando” en nuevos lugares,
tiempos y situaciones. La misión tiene una fuerza expansiva irreprimible. Pedro
y los otros seguidores de Jesús deben aprender la lección: el Maestro no se
amarra a una sola actividad ni a un solo lugar.
Él mismo dice que debe llevar su mensaje a “toda Galilea”.
Síntesis: Los puntos clave del estilo de vida de Jesús y de
sus discípulos: Después de aproximarnos un poco a los textos que describen la
agenda del primer día de Jesús, que es modelo de los demás días (el evangelista
no tendrá necesidad de volver a contarlo y se centrará más bien en las
variantes de las jornadas misioneras), podemos sacar algunas conclusiones sobre
el estilo de vida que Jesús le propone a los discípulos, estilo de vida que
ellos ya están aprendiendo en el “estar” a su lado todo el tiempo.
Retengamos ocho rasgos que son, al mismo tiempo, otras
tantas lecciones para el discipulado y la misión apostólica, si es que quiere
hacerse bajo el paradigma evangélico:
1) La misión empieza en el ámbito de la propia comunidad de
fe.
2) La misión debe traer también bendiciones para la propia
familia (Marcos señala que la misión no sólo es hacia fuera sino también hacia
dentro).
3) La misión debe llegar al mayor número posible de personas
(Marcos presenta a todos los enfermos de la ciudad).
4) La misión apunta a todos los aspectos de la vida de la
persona y no a uno solo.
5) La misión tiene como un objetivo la derrota de las
diversas formas del mal (o maldiciones) que empobrecen y esclavizan la vida
humana. De esta victoria emerge un hombre nuevo cuya característica es la
entrega a los demás en el servicio. El paradigma es la suegra de Pedro.
6) Hay que saber integrar la vida comunitaria, con la vida
íntima, con la vida pública. Se trata de
un equilibrio difícil de lograr, pero hay que hacerlo. Jesús lo hacía.
7) Hay que saber integrar la predicación con las acciones
que hacen presente el Reino de Dios (ver para qué llama a los discípulos en Mc 3,14s
y para qué los envía a la misión en Mc 6,12s).
8) Hay que saber integrar la misión intensa con la intensa
oración.
En fin, el estilo de vida de Jesús y de sus discípulos, que
constituye su “vida nueva”, está caracterizado por una fuerte correlación según
el Reino, en cuyo centro está Dios (por la oración), que se inserta en los
diversos ámbitos relaciones que una persona sostiene en su cotidianidad y les
da un nuevo sentido. Allí, se vence el
mal, las personas se revisten de Cristo y surge un hombre y una comunidad
nuevos. Entonces puede decir con toda certeza que el programa de Jesús
efectivamente está aconteciendo: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios
está cerca” (Mc 1,14). Para eso hace convertirnos y creer en el Evangelio
(Mc1,15). Quien se convierte y cree en el
evangelio entiende que no puede dejar de anunciar el evangelio. San Pablo
exclama con razón al decir: “Pobre de mí si no anuncio el evangelio” (I Cor
9,16). Porque la paga de esta misión es como Jesús nos lo dice: “El Hijo del
hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces
pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt16,27): Estar con donde esta Jesús
(Jn 14,13): El cielo.