DOMINGO XII – B (20 de Junio de 2021)
Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos: 4,35-41
4:35 Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos
a la otra orilla".
4:36 Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca,
así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
4:37 Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas
entraban en la barca, que se iba llenando de agua.
4:38 Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
4:39 Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te
importa que nos ahoguemos?" Despertándose, él increpó al viento y dijo al
mar: "¡Silencio! ¡Cállate!" El viento se aplacó y sobrevino una gran
calma.
4:40 Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no
tienen fe?"
4:41 Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a
otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le
obedecen?" PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
Jesús dijo a sus discípulos: "¿Por qué tienen miedo
hombres de poca fe?" (Mc 4,40). Pedro grito: “Señor, sálvame" (Mt
14,30). Dijo también a la mujer cananea: "Mujer, ¡qué grande es tu fe!
¡Que se cumpla tu deseo!" (Mt 15,28); "Les aseguro que no he
encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe como el centurión” (Mt 8,10).
Como es de ver, el tema de hoy es el de la fe: “La fe es la certeza de lo que
esperamos y la convicción de lo que no se ve” (Heb 11,1).
Jesús les dijo a sus discípulos: "Crucemos a la otra
orilla" (Mc 4,35). Dijo también: “La voluntad del que me ha enviado es que
yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida
eterna y que yo lo resucite en el último día" Jn 6,39-40). Entre esta
orilla (vida presente y terrena) y la otra orilla (vida eterna) estamos
embarcados en la nave de la vida. Y en esta travesía estamos acompañados por
Dios. Dos cosas nos resalta el evangelio: O Tenemos una fe despierta o una fe
dormida: “Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos
ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio!
¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo:
¿Por qué tienen miedo hombre de poca fe?” (Mc 4,39-40).
Jesús les dijo también: “Sin mi nada pueden hacer” (Jn
15,5). Una noche los discípulos están en alta mar: “Jesús caminado sobre el
agua se cerca a la barca y los apóstoles se asuntan, pero Jesús les dijo:
Tranquilícense, soy yo; no teman. Entonces Pedro le respondió: Señor, si eres
tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua. Ven, le dijo Jesús. Y
Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse,
gritó: Señor, sálvame. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo,
mientras le decía: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? En cuanto subieron a la
barca, el viento se calmó” (Mt 14,27-32). La gran tentación nuestra es
sentirnos igual a Dios, caminar también sobre el agua.
a) Tener fe dormida: “Jesús estaba en la popa, durmiendo
sobre el cabezal” (Mc 4,28). En otro episodio leemos: Dijo Jesús a Pedro:
Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora?
Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu
es fuerte, pero la carne es débil" (Mc 14,37-38). Además el apóstol San
Pedro nos dice: “Sean sobrios y estén siempre despiertos, porque su enemigo, el
demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo
firmes en la fe” (IPe 5,8-9).
Está claro que si no tenemos una fe despierta o viva y por
ende Jesús está dormido, tendremos siempre un viento en contra en la vida y los
problemas nos ahogaran. Andamos por esta vida como en barcas que a veces van
navegando bien, sin mayor problema aparentemente, cuando vamos por aguas
tranquilas. Sin embargo, los problemas se presentan cuando la
navegación se hace difícil, por las tempestades y tormentas propias de la vida
de cada uno. Y es cuando nos damos cuenta que teníamos una vida sin Jesús, un
fe dormida o inerte.
“Al atardecer de ese mismo día, Jesús les dijo: Crucemos a
la otra orilla" (Mc 4,35). Jesús ha venido a encaminarnos hacia la otra
orilla, la vida eterna. En esta travesía de esta orilla hacia la otra,
tendremos muchas dificultades. Y en esos momentos de navegación difícil
comenzamos a flaquear y a temer. Nos pasa lo mismo que sucedió a los
Apóstoles en el Evangelio de hoy, el cual nos narra el conocido pasaje de la
tormenta en medio de la travesía de una orilla a otra del lago: “se
desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban
llenando de agua” (Mc. 4, 35-41). Sucede que Jesús iba con ellos en la
barca. Pero ¿qué hacía el Señor? ... “Dormía
en la popa, reclinado sobre un cojín”. Fue tan fuerte la borrasca y tanto se
asustaron, que lo despertaron, diciéndole: “Maestro: ¿no te importa
que nos hundamos?”. En efecto, cuando estamos navegando bien, aparentemente sin
problemas, sin tempestades, tal vez ni nos acordamos de Dios pero con una fe
casi inerte. Pero cuando la travesía se hace difícil y vienen las
olas turbulentas, pensamos que Jesús está dormido y que no le importa la
situación por la que estamos pasando. Tal vez hasta lo culpemos de
lo que nos sucede y hasta le reclamemos indebida e injustamente. A
los Apóstoles los reprendió por eso. Podría reprendernos también a
nosotros.
b) ¿Cómo tener fe despierta?: “Lo despertaron y le dijeron:
¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento
y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran
calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo hombre de poca fe?” (Mc
4,39-40). En este pasaje Cristo muestra a los Apóstoles el poder de
su divinidad. Con una simple orden divina, el viento calla, la
tempestad cesa y sobreviene la calma. Pero sucede que ahora, salvados de la
tormenta que amenazaba con hundirlos, surge en ellos un nuevo
temor. “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar
obedecen?”(Mc 4,41) Se quedan atónitos del poder del
Maestro. Ya ellos habían sido testigos de unos cuantos milagros de
Jesús. Quizá hasta el momento habían pensado que era un gran Profeta
o simplemente alguien muy especial. Pero de allí a ver a la
naturaleza embravecida obedecerle así... Y ese Jesús, que ha mostrado un poder
que sólo Dios tiene, les dirige unas preguntas que tienen sabor de reclamo:
“¿Aún no tiene fe? ¿Por qué tenían tanto miedo?”(Mc
4,40). Es como si les dijera: ¿No les ha bastado ver los
signos que he hecho ante ustedes? ¿No se dan cuenta aún de Quién
soy? Sólo Dios puede dar órdenes al viento, a las olas y a las
tempestades. Por eso quedan con temor, atónitos, de ver el poder
divino actuando delante de ellos y, además, reclamándoles su falta de fe.
En la Liturgia de hoy, estamos siendo testigos, junto con
Job y los Apóstoles, de la omnipotencia divina. Job la palpa en una visión
desde la cual Dios le habla. Y los Apóstoles la ven manifestada, nada menos que
en Jesús, el Maestro, con quien viven día a día. La Primera Lectura (Job. 38,
1.8-11) es la respuesta de Dios a los reclamos, lamentos y preguntas que Job le
hacía, motivado por sus infortunios, sus sufrimientos y las pérdidas que había
sufrido en su familia, su salud, sus bienes. Nos dice esta lectura
que Dios habló a Job desde la tormenta y le mostró su poder con respecto del
mar. Dios se muestra como dueño de la creación, como señor del mar
al que le puso límites: “Hasta aquí llegarás, no más allá. Aquí se
romperá la arrogancia de tus olas”.
Dios da a entender a Job, y a todos nosotros, que no podemos
osar discutir con Dios, ni reclamarle. En subsiguientes capítulos,
Job termina por retractarse y acepta el señorío de Dios. Por cierto,
en el Epílogo del Libro de Job vemos que Dios le restituye “al doble” todos sus
bienes materiales, familiares y de salud. La actitud de Job es de
sumisión y resignación. En ese sentido sigue siendo un ejemplo para
todos nosotros. Sin embargo, la actitud del cristiano debe superar la de
Job. A la sumisión al poder divino, debemos añadir nuestra plena
confianza en lo que Dios tenga dispuesto para nuestras vidas: tempestades o
calma, alegría o sufrimientos, carencias o plenitudes. Todo lo que
Dios disponga, sabemos, es para nuestro mayor bien: nuestra salvación
eterna. Así confiados, estaremos serenos en las tempestades, alegres
en los sufrimientos, plenos en las carencias. Actuando así, estamos cumpliendo
con lo que nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (2 Cor. 5, 14-17): “El que
vive en Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha
pasado. Ya todo es nuevo”. Enfocar así las
desventuras, sufrimientos y carencias significa “vivir en Cristo” y “ser
creaturas nuevas”. Y ser “creaturas nuevas” significa no turbarse
ante las tribulaciones y sufrimientos, sino andar en plena confianza en
Dios. Sólo El sabe lo que nos conviene.
¿Somos creaturas nuevas o creaturas viejas? ¿No podría el
Señor mostrarnos toda su omnipotencia como a Job, después de sus
cuestionamientos y protestas? ¿No podría el Señor reclamarnos a
nosotros también, como reclamó a los Apóstoles después de calmar la tormenta?
¿Qué hacemos ante los sufrimientos, los peligros, los inconvenientes, las
tempestades que se nos presentan en nuestra vida personal, familiar o nacional?
¿Confiamos realmente en el poder de Dios? ¿Confiamos realmente en lo
que Dios tenga dispuesto para nuestra vida: sea calma o sea tempestad? ¿O
creemos que debe despertar y hacer un milagro, para que las cosas sean como
nosotros consideramos conveniente? ¿No llegamos a creer, inclusive,
que no le importa lo que nos suceda? ¿Realmente duerme el Señor?
¡Qué débil es nuestra fe! Débil, como la de los
Apóstoles en ese momento. Nos olvidamos que Dios está siempre con
nosotros, pero que lo tenemos dormido. Hay que despertarlo, Él tiene que estar
al mando de la travesía de la vida, con razón nos había dicho “Sin mi nada podrán
hacer”(Jn 15,5). El guía nuestra barca en medio de tempestades
y tormentas, en una presencia escondida y silenciosa, como la del Maestro
dormido en la barca.
No hace falta que haga milagros, aunque estemos en medio de
una tempestad. ¡No tenemos derecho a reclamarle
milagros! El gran milagro es que El nos lleva sin ruido, en
silencio, a escondidas a través de olas borrascosas cuando hay
tempestades. Pero también está presente cuando todo parece
tranquilo, cuando parece que no tuviéramos necesidad de Él, pues todo como que
anda bien. Sea en la tormenta, sea en la calma, Dios está
presente. Y El desea que nos demos cuenta de que está allí, presente
en la vida de cada uno de nosotros, esperando que nos demos cuenta de su
presencia silenciosa. En todo momento, sea de tempestad, sea de
calma, el Señor está derramando sus gracias para guiarnos por esta vida que es
la travesía que nos lleva a la otra: la Vida Eterna.
Si tenemos una fe despierta entonces el viento está a favor
nuestro, todo es paz y tranquilidad. Con razón San Pablo exclamó con gozo al
decir “Para mi Cristo lo es todo” (Col 3,11). Si Dios está con nosotros, ¿quién
estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo
entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores?
¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se
atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que
resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién podrá
entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la
persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?” (Rm 8,31-35).