viernes, 16 de junio de 2017

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI - A (18 de junio de 2017)

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 6,51-58:

6:51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
6:52 Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?"
6:53 Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
6:54 El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
6:55 Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
6:56 El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
6:57 Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
6:58 Este es el pan bajado del cielo; no como el pan que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

“Toman y coman todos de él porque esto es mi cuerpo…”(Mt 26,26); “…Hagan esto en conmemoración mía” (Lc 22,19). “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente” (Jn 6,51). "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes” (Jn 6,53). Así como yo, he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que come mi carne vivirá por mí” (Jn 6,57). Como vemos, Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura" (NC 1323). Así, pues, por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (1 Co 15,28).

La Santa Eucaristía es el Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también Santo Sacrificio de la Misa, "sacrificio de alabanza" (Hch 13,15; Sal 116), sacrificio espiritual (1 Pe 2,5), sacrificio puro (Ml 1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza (Jer 33,31-33).

En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz (NC 1334).

Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo. Los tres evangelios sinópticos y san Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la Eucaristía; por su parte, san Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (Jn 6,51).

Jesús al ver que mucha gente lo buscaba les dijo: "Ustedes me buscan, no porque entendieron el signo, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello" (Jn 6,26-27). Aquí, el Señor nos distingue dos tipos de alimento: el alimento del pan material que perece, y el alimento que perdura hasta la vida eterna y el pan celestial, el pan de la vida espiritual (Eucaristía).

En el evangelio de Juan todo el capítulo 6 nos habla sobre el sentido y el valor real de la eucaristía, así por ejemplo nos dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de esta pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6,52). La gente no entendió, y hasta hoy todavía hay muchos que no quieren entender aquella palabra que el Ángel dijo a María: “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37) Jesús mismo nos ha dicho: “Todo es posible para Dios” (Mt 19,26). Y así un día convirtió el agua en vino (Jn 2,3ss). Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. (Jn 27-11). Así pues, la omnipotencia de Dios hizo posible que su Palabra se hiciera carne (Jn 1,14), que esa Palabra que es su Hijo, tiene el poder de convertir el agua en vino, hoy convierte ante nuestros ojos el Pan en su cuerpo y el vino en su sangre al decir: "Tomen y coman que esto es mi Cuerpo". Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: "Tomen y beban todos de él, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que será derramada por Uds para el perdón de los pecados, y hagan esto en conmemoración mía” (Mc 14,22).

En la oración del Padre Nuestro pedimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11),. Sin embargo, ese alimento diario, que pedimos y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual, el Pan de Vida. No podemos estar pendientes solamente del alimento material. El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma. Dios nos provee ambos.

Jesucristo murió, resucitó (Lc 24,6) y subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre (Credo). Pero también permanece en la Hostia Consagrada (Mt 26,26), en todos los sagrarios del mundo. Y allí está vivo, en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; es decir: con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios, para ser ese alimento que nuestra vida espiritual requiere. Es este gran misterio lo que conmemoramos en la Fiesta de Corpus Christi. El Jueves Santo Jesucristo instituyó el Sacramento de la Eucaristía, pero la alegría de este Regalo tan inmenso que nos dejó el Señor antes de partir, se ve opacada por tantos otros sucesos de ese día, por los mensajes importantísimos que nos dejó en su Cena de despedida, y sobre todo, por la tristeza de su inminente Pasión y Muerte.

Por eso la Iglesia, con gran sabiduría, ha instituido esta festividad en esta época en que ya hemos superado la tristeza de su Pasión y Muerte, hemos disfrutado la alegría de su Resurrección, hemos también sentido la nostalgia de su Ascensión al Cielo y posteriormente hemos sido consolados y fortalecidos con la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés (Jn 20,21-22).

“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Lo mismo: “No les dejare huérfanos” (Jn 14,18). Y saben por qué; porque como Juan dice: Dios es amor (IJn 4,8). “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único, para todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16).  Jesús mismo nos ha dicho: “Si alguien me ama, guardará mis palabras y mi padre lo amara y vendremos y haremos morada en él” (Jn 14,23). Por eso, pienso que fue la mejor definición que dio de sí el Hijo al decirnos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). Al menos en su relación con nosotros es Jesús quien se dona en la Eucaristía.

Los judíos que escuchaban a Jesús se escandalizaron y disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan misterioso que Dios en su loco amor por nosotros se hace vida en nuestra vida. Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo que nació de las entrañas de María la virgen (Lc 1,31) y con el mismo Jesús crucificado y resucitado(Lc 24,39). Es comunión con el Padre glorificado en el Hijo (Jn 14,20).

Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para nuestro encuentro (Jn 14,6). Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. En la segunda lectura, Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (I Cor 10,16). En efecto, somos muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto (I Cor 10,17).. Sin embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia. ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia. De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan divididos como entramos.

La sagrada comunión nos une con Dios en el Hijo, Jesús sacramentado.  Para que tenga efecto positivo en el que comulga, hay requisitos que cumplir, por eso cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza  que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía". Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,23-29). 

En cada celebración eucarística, el Señor nos dirige una invitación personal y urgente a recibirle: "En verdad, en verdad los digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en Uds." (Jn 6,53). “Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida” (Jn 6,55). Y porque, el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,56). Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo, como ya mencionamos, nos exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar (NC 1385).

“El pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre y el que cree en mí no tendrá sed” (Jn 6,33-35). Jesús Dijo a la samaritana: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: Dame de beber, tú misma me  pedirías, y yo te daría agua viva"(Jn 4,10). Jesús estando a la mesa: “Tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: ¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,30-32):

Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme"(Mt 8,8). Tomás exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!" (Jn 20,28-29).

domingo, 11 de junio de 2017

SANTÍSIMA TRINIDAD - A (12 de Junio del 2017)

SANTÍSIMA TRINIDAD - A (12 de Junio del 2017)

Proclamamos del Evangelio de Jesucristo según San Juan 3,16-18:

Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz  Bien.

Con el domingo de Pentecostés  hemos terminado el manifiesto completa del ser de Dios. ¿Dios, qué necesidad tiene de manifestarse o darse a conocer? ¿Por qué lo hizo de tres modos distintos? ¿Por qué no se dio a conocer solo de un modo o de dos o de cuatro o diez modos distintos? Claro está que Dios pudo darse a conocer como le dé la gana. En su libertad incluso pudo no darse a conocer. Entonces; ¿Qué motivó a actuar de tres modos distintos? Estas y muchas otras inquietudes responde la celebración de la solemnidad de la Santísima  Trinidad.

“Tanto a amó Dios al mundo” (Jn 3,16). Este enunciado, parte del evangelio que hoy hemos leído, lo podemos reorientar en primera persona hacia nosotros de modo siguiente: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). Incluso en sentido más personal se nos dice: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los he amado. En esto los reconocerán que son mis discípulos, en que saben amarse unos a otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Finalmente hace falta mencionar dos citas de los domingos anteriores: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19-20).

Al respecto del bautismo, Mismo Jesús empezó su ministerio con el bautismo y entonces “el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22). Es el Hijo quien se bautiza, el Espíritu Santo desciende sobre Él y el Padre es quien dice: Tu eres mi hijo.  De modos que: Es un solo Dios que actúa en tres Personas distintas: El Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo” a quien hoy celebramos en el misterio de la Santísima Trinidad.

El misterio de la Santísima Trinidad -Un sólo Dios en tres Personas distintas- es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo.

Los católicos creemos que la Trinidad es Una. No creemos en tres dioses, sino en un sólo Dios en tres Personas distintas. No es que Dios esté dividido en tres, pues cada una de las tres Personas es enteramente Dios. Porque el Padre  quien engendra al Hijo y el Espíritu Santo  procede  del Padre y del Hijo. Y el Padre no es el Hijo, ni el Hijo es el padre y el espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo. El Padre crea, el Hijo redime y el Espíritu Santo  quien santifica.

 Aún nos quedan muchas cosas de Dios por entender, prueba de ello es que ya a más de dos mil años, aún hay muchas personas y culturas que no conocen a Dios o no quieren simplemente saber nada de Dios porque no conocen al Hijo de Dios. Pero de esta conjetura se encarga el Espíritu Santo, es esa su función tal como ya nos dijo mismo Jesús: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes” (Jn 16,12-14). Gracias al don del Espíritu santo las cosas de Dios no son cosas de historia sino tan actuales.

Hoy celebramos la Fiesta de la Santísima Trinidad. Y este misterio no es sino la coronación completa de la gloria de Dios. Jesús  en su ascensión nos  ha anunciado tanto el envió del Espíritu santo, y el misterio de la trinidad: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14,15-17). Fíjese que es el Hijo quien dice, yo rogare al Padre, que les envíe otro defensor, el espíritu paráclito. Pero, aún es más enfático en otro episodio:

Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc16, 14-18; Jn 20, 19-23; Hch1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20). El Señor con esa autoridad que ha recibido del Padre nos manda por el mundo “Que todos los pueblos sea mis discípulos”. De este mandato nace el carácter de la Iglesia Universal (Católica) y se es parte de esta Iglesia por el sacramento del bautismo que se ha de administrar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo.

Todos los bautizados en el nombre  del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19-20) somos parte de esta Iglesia universal, que se llama católica y en ella profesamos por nuestro bautismo al Dios de la Santísima Trinidad. ¿Quién es ese Dios en quién creemos, el Dios de la Santísima Trinidad? En el credo de nuestra Fe católica profesamos y decimos: Creo en el Padre, creo en el Hijo y creo en el Espíritu Santo. Reitero, no son tres dioses, sino un único Dios que se revela de tres modos distintos: En el Padre como creador, en el Hijo como Redentor, el Espíritu Santo el que santifica (Concilio de Nicea 325, Constantinopla 381). Estas tres divinas personas están unidas en el amor divino del que hoy se nos hace referencia el Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,16-18).

Jesús declaró antes de su ascensión reiteró a sus apóstoles este misterio: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, (Mc 16, 14-18; Jn 20, 19-23; Hch 1, 8) bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20).

Todo lo que podemos decir algo sobre Dios es en referencia a este misterio de la Trinidad y de este misterio para saber algo tenemos que preguntar todo al Hijo, solo podemos decir lo que Él dijo de sí mismo y lo que Jesús nos contó sobre Él y la razón es muy sencilla. Dios está tan más allá de nuestra razón que nunca se le podrá conocer como es en su intimidad. Pero lo que la razón no puede explicar, y esto es lo bello de Dios, lo puede sentir el corazón y el corazón entiende sobre el amor porque es su fuente. Es decir todo cuanto queremos experimentar de Dios empecemos a entender que Dios está ceñida en nuestro corazón: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rm 5,5).

Cada uno tiene propia experiencia de Dios, porque Él se manifiesta a cada uno, mediante la acción del Espíritu Santo. Por eso las experiencias pueden ser diferentes. Será siempre el mismo, pero cada uno lo siente de un modo distinto. Lo mejor que Dios nos dijo de sí mismo, a través de Jesús, es que Él es Padre, que Él es amor (I Jn 4,8). Es vida (Jn 14,6), verdad y amor. Todos sabemos muchas cosas del amor, pero de qué nos sirve saber definir el amor si luego no somos capaces de amar (Mr 12,28). Más conoce el amor el que es amado y ama  que cuantos se gastan los sesos dando explicaciones técnicas y escriben libros sobre el amor y, sin embargo, nunca han amado de verdad.

Es posible que muchos se imaginen que nada de lo que nos pase a través de la cabeza tiene valor. Yo prefiero aquello que pasa a través del corazón. No basta saber que Dios es amor, tenemos que experimentar su amor y su salvación y solo experimenta ese amor de Dios quien se siente amado por Dios y el amor de Dios tiene que cumplir su función, cual es de amarnos unos a otros, porque así dispuso Dios en su Hijo: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. (Jn 15, 12; 15, 17) Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

Decir que yo no creo en Dios porque no lo he visto es afirmación de los que no se sienten a amados por Dios. Es como el que niega el azúcar disuelto en la leche porque ya está disuelto y no se le ve. No se le ve, pero uno siente que la leche está dulce. ¿Negará por eso que no existe el azúcar? Hasta el que está ciego y nunca a ha visto el azúcar siente su dulzura cuando toma su leche. Yo prefiero que me hablen de Dios los que lo sienten y viven en su corazón que los que lo tienen en la cabeza. Porque de nada sirve saber maravillas de Dios y no saber ser amado por Dios. Y el ser amado por Dios tiene que reflejarse en el amor al hermano.

El que dice: "Amo a Dios", y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (1 Jn 4,20-21). ¿Cuál es tu experiencia de Dios? ¿Cómo lo sientes y vives en tu corazón? Está bien enseñar doctrinas de Dios a los niños, pero mejor enseñarles que Dios los ama y que tienen que amarlo. Los niños son buenos para vivir la experiencia de Dios. Pero mucho mejor es enseñándoles amándolos como Dios nos ha amado.

Por tanto: si queremos llegar a Dios, no nos compliquemos con la vida porque no llegaremos a nada más que a conjeturas. A Dios solo podremos llegar con el corazón. El camino para conocer a Dios es el amor. Muchos creen que solo la inteligencia entiende y conoce las cosas. Sin embargo, mucho más conocemos amando que “entendiendo”. El Evangelio de hoy lo dice claramente: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su hijo al mundo para juzgar a mundo sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,16). Dios no se reveló describiéndose en un libro e teología. Dios se nos reveló “amándonos”, “enviándonos a su Hijo”, “para que nadie se pierda y todos se salven”(Jn 17,12). Juan nos dirá que “Dios es amor”(I Jn 4,8). El amor solo se entiende con el amor. Se puede pensar mucho sobre el amor, se pueden escribir libros del amor, pero al amor solo lo entiende el que sabe amar.

Hemos entrado a un nuevo tiempo, tiempo final. Al respecto dice san Pablo: “Que el mismo Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser —espíritu, alma y cuerpo— hasta la parusía (venida) de nuestro Señor Jesucristo” (I Tes 5,23). En espera de la II venido del Señor tenemos una sagrada misión que cumplir: “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Y la forma efectiva de enseñar el Evangelio es sabiéndonos amar unos a otros como Él nos amó (Jn 13,34). Presentando a Dios Uno y Trino desde el saludo: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros” (II Cor 13,13).


Solo podremos hablar de Dios si vivimos en el amor de Dios. Sólo podremos hablar de Dios cuando nos sentimos amados por Él y cuando le amamos a Él. Podemos ser grandes intelectuales y no entender nada de Dios. Podemos ser iletrados y experimentarnos amados por Él y saber mucho de Él. El indicativo del amor autentico es saberse amado por Dios, y amar al hermano como Dios nos amó (Mc 12,28). Así pues, la única  fórmula de llegar al cielo es saber amarnos como Él nos amó: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. El mandamiento del amor. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como loe he amado” (Jn15,8-12).