V DOMINGO DE CUARESMA – B (21 de Marzo de 2021).
Proclamcion del santo evangelio según San Juan:
12,20-33:
12:20 Entre los que habían subido para adorar durante la
fiesta, había unos griegos
12:21 que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea,
y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús".
12:22 Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron
a Jesús.
12:23 Él les respondió: "Ha llegado la hora en que el
Hijo del hombre va a ser glorificado.
12:24 Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la
tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.
12:25 El que tiene apego a su vida la perderá; y
el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
12:26 El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté,
estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.
12:27 Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: "Padre,
líbrame de esta hora"? ¡Si para eso he llegado a esta hora!
12:28 ¡Padre, glorifica tu Nombre!" Entonces se oyó una
voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar".
12:29 La multitud que estaba presente y oyó estas palabras,
pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel".
12:30 Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino
por ustedes.
12:31 Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el
Príncipe de este mundo será arrojado afuera;
12:32 y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra,
atraeré a todos hacia mí".
12:33 Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
Preguntaron a Jesús: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer
para heredar la Vida eterna? Jesús respondió: Cumple los mandamientos y vivirás”
(Mc 10,17). “En esto consiste la Vida eterna: Que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la
tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame
junto a ti, con la gloria que yo tenía contigo antes que el mundo existiera”
(Jn 17,3-5). Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he
glorificado y lo volveré a glorificar"(Jn 12,28).
Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos
basta. Jesús le respondió: Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y
todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre”
(Jn 14, 8-9). "¿Dónde está tu Padre? Jesús respondió: Ustedes
no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a
mi Padre" (Jn 8,19). Si conocemos a Jesús, conocemos a Dios y
si conocemos a Dios estamos en el mismo cielo. De ahí que
dijo Jesús: “Yo soy camino, verdad y vida nadie va al Padre sino por
mi” (Jn 14,6). Pero para estar con Dios hay que conocer a Jesús y para conocer
a Jesús hay que verlo y para verlo haya que tener ojos de fe.
La mejor estrategia para ver a Dios y por ende
asegurar nuestra salvación es el servicio: “El que quiera servirme, que me
siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que me sirve, será
honrado por mi Padre” (Jn 12,26).
1) El hombre necesita “ver personalmente a Jesús” (Jn
12,21): Porque requiere hacer su propia experiencia personal del encuentro. La
inteligencia nos hace comprender las cosas racionalmente, pero los ojos son los
que testifican la verdad de las cosas. Resulta interesante el comienzo de la
Primera Carta de San Juan, cuando en cuatro versículos repite como nueve veces
los verbos “ver”, “contemplar”, “tocar con las manos”, “oír”. “Lo que hemos
visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos, acerca
de la Palabra de la vida... y nosotros hemos visto y damos testimonio y
anunciamos la vida eterna… Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos…” (Jn 1,
1-4).
Aquellos griegos “querían ver a Jesús”, “querían conocerle”.
Y Jesús sabe que por mucho que le vean no lo van a conocer, por eso los remite
a la Cruz: “Cuando sea levantado en alto atraeré a todos hacia mí.” La Cruz es
la peor fealdad de Jesús pero también su mayor belleza. Los mismos discípulos
no conocieron de verdad a Jesús hasta que pasaron por la experiencia de la
Pasión, algo que Pedro siempre rechazó.
Porque la Cruz es revelación de su verdad: “el Hijo
entregado y que da su vida”.
Es la revelación de cuánto nos ama el Padre y cuánto nos ama
el Hijo. Dios es amor (I Jn 4,8) y solo se revelará y manifestará en el amor.
Por eso dice Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los demás” (Jn
15,13).
¿Quieres conocer de verdad a Dios? Mira la cruz de Cristo y
sabrás cuánto te ama. ¿Quieres conocer de verdad a Jesús? Déjate amar y ama de
verdad como Él te ama. A Jesús no le conocemos en los libros, a Jesús le
conocemos muerto, colgado de la Cruz. Por eso, un rato de meditación diaria
sobre la Cruz es la mejor manera de reconocer a Jesús, pero una meditación que
sea un identificarnos con los sentimientos de Jesús crucificado. No busques
grandes ideas. Trata de sentir lo que Él sentía. Míralo y no pienses nada, deja
que tu corazón se empape de su amor.
“Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como
yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho
esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto” (Jn
15,10-11). Como ven Jesús no solo vive viendo al Padre, sino que vive en el
Padre porque está unido a su amor. Puede que no sepas meditar con grandes
ideas, pero todos podemos dejarnos tocar el corazón por el amor crucificado. No
todos entienden las ideas, pero todos entendemos el amor con que somos amados.
Déjate amar y basta.
2) La lección del grano de trigo (Jn 12,24): La imagen del
grano de trigo que “muere” cuando es sembrado, nos enseña una insólita
maravilla. Así como la semilla muere para dar lugar a una planta, pero la planta
no es distinta de la semilla, así Jesús en su muerte entra a una vida nueva
inédita. En su resurrección, Jesús ya no vuelve a ser lo que era en
su vida terrena, y con todo, no deja de ser él mismo. Ahora en su cuerpo, como
la semilla convertida ya en una planta, se manifiesta la plenitud de lo que se
empezó a manifestar en su vida terrena. De ahí que la muerte no es una pérdida
sino una ganancia, porque sólo así se expresa el verdadero potencial de vida
que llevamos dentro, es el comienzo de una vida nueva, la vida eterna.
El ejemplo del grano nos dice muchas cosas. Nadie quiere
morir porque todos queremos vivir. Sin embargo. Hay muertes que son vida y son
fecundas. Morir por morir no tiene sentido, pero dar la vida por los demás es
la máxima expresión de amor. Jesús revela su amor a través de su entrega y
muerte en la Cruz. No muere porque esté aburrido de la vida. Jesús ama su vida.
Pero es capaz de amar más a los hombres que a su propia vida. Por eso la Cruz
no es un monumento al dolor. El dolor en sí mismo es negativo e incluso Dios no
nos quiere ver sufrir. Pero el dolor cuando es consecuencia de amar a los demás
se convierte en vida. En vida de los que amamos y en vida de los que la damos
por los demás.
3) La condición para que la semilla renazca en una vigorosa
planta (Jn 12,25): Pero para que esto sea posible es necesario que la semilla
sepa renunciar a sí misma. “El que ama su vida la pierde”, es decir, quien se
busque a sí mismo y no sea capaz de abrirse, de trascenderse a los demás, no
evolucionará hacia la realidad definitiva que ya está incubada en su propio
ser. Por el contrario, quien “siga” el camino de Jesús, que es el
camino de la donación de sí mismo –a la manera del evento de la Cruz-, podrá,
en este mismo Jesús, llegar a la plena realización de su existencia en la vida
que ya no muere más.
La muerte vendrá inevitablemente, de esto podemos estar
seguros. Pero también es cierto que si caminamos en el proyecto de Jesús
-entregando la propia vida en el servicio a todos-, haremos del atardecer de
nuestras vidas, el comienzo de la mañana de la resurrección.
4) Estar con Jesús, donde Él está por mí (Jn 12,26): Sólo
quien sigue a Jesús, unido a Él en el servicio, participará de su destino,
llegando así a la meta en la cual recibirá el reconocimiento beatificante de
parte del Padre. Nos preparamos para este momento crucial, dejando que desde ya
la semilla se abra y le regale al mundo lo mejor que lleva dentro: las buenas
iniciativas, el espíritu de bondad, la honestidad, el sentido de
responsabilidad, la capacidad de amar, de perdonar y de servir a todos
intensamente. De esta forma el cielo puede comenzar en la tierra,
anticipando -con un realismo sereno frente a las dificultades propias de la
vida- la alegría de los que con mansedumbre no se dejan abatir por los
problemas y, con pureza de corazón, se esfuerzan por hacer realidad la paz.
5) Una inmensa plegaria comunitaria que se eleva al cielo
(Jn 12,27-28): Frente a la realidad de su propia muerte Jesús ora con mucha
fuerza: “¡Padre, glorifica tu nombre!”. Él no esconde su turbación interior,
pero tampoco cae en la desesperación. Con la mirada clavada en el Padre, su
corazón orante se abre para acoger la “Gloria” que viene del Padre, la cual
brillará en la Cruz. Celebramos la Eucaristía dominical con la
esperanza cierta de que en la muerte se manifiesta la gloria del Señor.