sábado, 24 de diciembre de 2016

DOMINGO DE NAVIDAD – A (domingo 25 de diciembre de 2016)

DOMINGO DE NAVIDAD – A (domingo 25 de diciembre de 2016)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 1,1-18:

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.  Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre. PALABRA DEL SEÑOR.

Reflexión:

Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.

El evangelio de hoy tiene siguientes secuencia:

1)“Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe” (Jn 1,1-3). 2) “En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn 1,4). 3) “La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció” (Jn 19-10). 4) “Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios” (Jn 1,12-13). 5) “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). 6) “De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (Jn 1,16-17). 7) “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre” (Jn 1,18).

“¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos sus hijos, y lo somos realmente sus hijos” (1 Jn 3,1). “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (I Jn 4,8). Así Dios nos manifestó su amor: “Envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él” (I Jn 4,9). Esta es la única razón y motivación por lo que Dios quiere estar con nosotros (Is 7,14).

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17).
Dios dice por el profeta: "Juro por mi vida que yo no deseo la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva. Conviértanse, conviértanse de su conducta perversa! ¿Por qué quieren morir, casa de Israel?" (Ez 33.11).

“Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley en su mente, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31.33).

“Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ez 36.26-28).

El prólogo de San Juan nos indica que el Hijo de Dios ha sido generado en el seno del Padre, fuera del tiempo, desde toda la eternidad. Por su parte, San Mateo y San Lucas nos cuentan los detalles históricos del nacimiento de Jesucristo en la tierra. Así, en la Persona de Jesucristo, las dos naturalezas, la humana y la divina, han quedado inseparablemente unidas. Esto era lo que experimentaba cada uno que se acercaba a Jesús: estando en todo igual a nosotros, era al mismo tiempo tan diverso.

Nacido de la Virgen María (Lc 2,6) se hizo verdaderamente uno de los nuestros (Jn 1,14), semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado (Heb 4,15). Jesús no tenía pecado, por eso sus gestos y sus palabras brillaban como luz entre las tinieblas (Jn 1,4). El que no se escandalizó ante este espectáculo contempló en Él la gloria del Padre, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,13). A todos los que lo recibieron y creyeron en su nombre, Jesús les dio poder de hacerse hijos de Dios (Jn 1, y no dudó de entregarse a la muerte por ellos: "Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida.

“La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”.  Cristo, desde toda la eternidad, estaba junto a Dios; él mismo era Dios, era la Palabra o Sabiduría viviente de Dios. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, esa Palabra se hizo hombre y habitó  entre nosotros. Lo hizo para iluminar con su luz a todos los hombres. Los que reciben esa luz, es decir, los que acogen esa Palabra y por lo tanto a Dios, llegan a ser hijos de Dios.

A la ternura del pesebre se ha de unir entonces la admiración por el misterio infinito que se encierra en la simplicidad de Belén. Ese niño es el Hijo eterno del Padre, por quien fueron hechas todas las cosas, es la Sabiduría de Dios, es “luz verdadera que al venir a este mundo ilumina a todo hombre”. Ese niño vino a elevar lo terreno a un nivel divino, que hace entrar en este mundo la gloria sobrenatural de Dios. Unos Padres de la Iglesia llegan a decir que  Dios se hizo hombre, para que el hombre se hiciera Dios.

En la simplicidad del pesebre de Belén (Lc 2,6), y luego en las callejuelas de Nazaret, en los caminos de su tierra querida, era el mismo Hijo de Dios  el que se hacía presente, era el Dios eterno que quiso manifestar su gloria en la sencillez y humildad de nuestra vida.

Verdad básica de la fe cristiana es que Dios asumió nuestra naturaleza humana, “acampó” entre nosotros (Jn 1,14), para comunicarnos su vida divina y para darnos a conocer la intimidad del Padre. No permaneció, pues, callado, encerrado en su misterio. Se nos ha manifestado en su palabra y en su persona. Su verdad, su luz ilumina nuestro interior. Yes uno de nosotros, de nuestra propia “carne” humana. Esto es lo que celebramos en Navidad y nos llena de alegría y da un nuevo sentido a nuestra existencia.

Todos necesitamos la sabiduría de Dios (Prov 2,6), la luz de su Palabra para descubrir el sentido de nuestra vida. Su sabiduría, su palabra nos ayuda a ver las cosas con los ojos de Dios, que es “luz de los que creen en él” (Jn 8,12). Si no recibimos a Cristo como la Palabra definitiva de Dios, no nos extrañemos del desconcierto y de la confusión espiritual que reinan en nuestro mundo. Se puede seguir diciendo, como dijo Jesús de muchos de sus contemporáneos, que “andan como ovejas sin pastor”.

En su carta a los efesios, san Pablo pone de relieve que Dios Padre “nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor”. Ante tan espléndida generosidad de parte de Dios Padre, es natural que respondamos con nuestra bendición a él: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo…” La bendición descendente de Dios y la ascendente de nuestra alabanza se encuentran en la persona de Cristo.

La mejor bendición que nos ha otorgado Dios es que “nos ha destinado a ser sus hijos” (I Jn 1,3). San Pablo pide a Dios que conceda a sus cristianos “espíritu de sabiduría y de revelación para que les permita conocerlo verdaderamente”. Le pide asimismo que ilumine sus corazones para que “puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia”.


San Juan termina el  prólogo de su evangelio diciendo: “Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre” (Jn 1,18).  Hay quien considera básica esta afirmación, al igual que la anterior de que “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Solamente Jesús nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere, cómo busca construir un mundo más humano para todos.

sábado, 17 de diciembre de 2016

IV DOMINGO DE ADVIENTO - A (18 de diciembre de 20169

IV DOMINGO DE ADVIENTO A (18 de diciembre del 2016)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 1,18-24.

Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa: «Dios con nosotros». Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa. PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Queridos amigos en el Señor Paz y bien.

“José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”(Mt 1,20-21). Este episodio, más el relato de Lucas donde el Ángel dice a María: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lc 1,30-32). Es el Ángel y por ende Dios quien desposa a María y José con la palabra: “Le pondrás por nombre Jesús”. Tanto María como José, ahora como esposos tienen el deber de dar la identidad dando un nombre, el nombre de Jesús que en el mundo bíblico tiene dos connotaciones: En el AT. (Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros (Is 7,14). En el NT. (Dios salva, Jn 3,17). San Pablo nos dice al respecto: “Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, toda rodilla se en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame: Jesucristo es el Señor para gloria de  Dios Padre”(Flp 2,8-11).

 El Ángel anuncia a María (Lc 1,28). María acepta, pero ahora vienen los líos con José su esposo. Sorpresivamente, José se da cuenta de que María está embarazada (Mt 1,18), es consciente que él no ha convivido con ella. Por lógica humana uno solo puede pensar en un adulterio, José no quiere pensar eso de María, la conoce muy bien, pero tampoco puede negar la realidad lo que sus ojos están viendo.

¿Se dan cuenta del problema que se ganó José?  ¿Quieren ustedes ponerse en una situación similar? Ponte que tú como novio, estas en la víspera de contraer el matrimonio y que precisamente ahí te sorprendes que tu novia a quien tanto has amado te sale con el cuento que ya está embarazada y el hijo no es precisamente para ti. ¿Qué actitud tomarías como novio? O que tú como novia estas a punto de casarte y que tu novio en las vísperas te sale con el cuento que ya espera un hijo y no es contigo sino con tu amiga. ¿Irías aun en tales circunstancias alegremente al altar con tu pareja? Pues, José esta exactamente envuelto en este lío. “José, su esposo, que era un hombre justo no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19).

Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21) ¿Cree alguien que es fácil entender y creer en ello cuando todos sabemos cómo se hacen los hijos y cómo vienen los hijos al mundo?

Sin embargo, José al igual que antes María: El Ángel le dijo: “No tengas miedo María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,  reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,31-35). Ahora José cree y se fía de la Palabra del Ángel (Mt 1,20-21). María creyó sin entender, José también cree sin entender nada. Aquí todo se mueve en el plano de la Palabra y de la fe en la Palabra de Dios.

¿Hoy, alguien cree ya en la Palabra? ¿Tú te fiarías de la palabra de tu esposa o de tu hija? Aquí no hay documentos firmados. No hay documentos notariales que atestigüen la veracidad de la palabra del Ángel; sin embargo, aquí hay dos testigos de fe: María y José que creyeron sin ver, creyeron en la Palabra de Dios, se fiaron de la Palabra de Dios sin exigir ni firmas ni pruebas. María dijo al Ángel: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). José obedeció a la palabra del Ángel y “se llevó a casa a su mujer” (Mt 1,24). Misterio de la palabra. Misterio de la fe. Creer fiándose sencillamente de la Palabra de Dios, eso no hace cualquiera sino obedece al poder de la fe como obra de Dios.

Hay una figura en la Navidad que solemos destacar relativamente poco, es la figura de José. Sí, le ponemos de rodillas delante del Niño y poquito más. Sin embargo, es una de las figuras centrales de la Navidad. Hay tres figuras que llenan todo el cuadro: El Niño, María y José, la sagrada familia. José era bien bueno, era todo un hombre de Dios, era todo un hombre de fe; sin embargo, pareciera que “Dios se la hizo”. ¿Se dan cuenta del lío en que le metió María? Mejor dicho, el lío en que le metió Dios.

La lógica humana buscaría que en la anunciación debieron estar presentes los dos tanto la Virgen como José y Dios se hubiera ahorrado líos. Pero el Ángel se le aparece solo a María, no a José. La Anunciación de la Encarnación es para María, y nadie cuenta y piensa en José. Pero la cosa no podía ocultarse por mucho tiempo. Hasta que, un día, percibe la realidad de su esposa María “embarazada”. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo entenderlo? ¿Qué hacer? Todo un momento de angustia, de dudas, de incertidumbres encontradas. Sería el momento de hacer el escándalo madre en Nazaret. ¡Qué talla de hombre! ¡Qué talla de alma! ¡Qué talla de fe! Pero el sufrimiento nadie se lo podía quitar. ¡Y vaya si era bueno! ¿Por qué le tenía que pasar esto a José? No resulta fácil pasar por esa prueba de fe por la que pasa José y guarda silencio. Todo lo medita en su ser interior.

Cuando el Ángel le revela la verdad de lo que ha sucedido, la mente de José se doblega. El corazón de José se aviva y la serenidad cubre la fama de María delante del pueblo. ¿Te imaginas a todas las mujeres de Nazaret viéndola a María como una adúltera? Pues, veamos una escena de adulterio:

“Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?». Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: “Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante” (Jn 8,3-11). José quiso evitar este escándalo para su esposa María por eso dice: “José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (Mt 1,19). Pero, Dios corrige a José: “Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados” (Mt 1,20-21).

Dios tiene una manera de hacer las cosas que desconcierta a cualquiera. La Navidad comenzó en Nazaret con todo un problema entre José y María. ¿Se merecían esto? Algo que no corre en nuestra lógica, pero corre maravillosamente en la lógica de la fe, que es la lógica de Dios. Los caminos de Dios nunca son fáciles, pero terminan siendo maravillosos. Ese es el camino de cada uno de nosotros hacia la Navidad. De la oscuridad de la fe, a la claridad de la fe.

San Pablo al respecto dice: “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo» ¡Abba!, es decir, ¡Padre! (Gal 4.4-6). O como el profeta dice: “Dios puso su morada entre los hombres” (Ez 37,27). O como mismo Juan dice. “La palabra de Dios se hizo hombre y habito entre nosotros” (Jn 1,14).


La encarnación del hijo de Dos es el despliegue del amor hacia nosotros y con razón dice San Juan: “Tanto amó Dios tanto al mundo, que envió a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). Escena que el profeta lo resume con una idea maravillosa: "Aquí la señal que Dios da: La Virgen está embarazada y da a luz un hijo y le, ponen el nombre de Enmanuel que significa Dios-con-nosotros" (Is 7,14). Lo que quiere decir que Él se hizo lo que nosotros somos porque esta con nosotros, y para que nosotros seamos lo que Él es.

sábado, 10 de diciembre de 2016

III DOMINGO DE AVIENTO - A (11 de diciembre de 2016)



III DOMINGO DE ADVIENTO - A (12 de Diciembre del 2016)

Proclamación del Evangelio según San Mateo 11, 2 -11:

En aquel tiempo, Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:

Los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!».

Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: «¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. El es aquel de quien está escrito: "Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino". Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. PALABRA DEL SEÑOR.

 REFLEXIÓN

Queridos amigos(as) en la fe paz y bien.

En el domingo anterior leíamos el evangelio en el que se nos decía que Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea proclamando: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,2). Y más adelante decía: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y terminaba la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta. “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres de país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

Hoy, en el III domingo de adviento, en el domingo de la alegría (Flp 4,4) se nos presenta situándonos como el que ya estamos recibiendo los primeros vestigios del amanecer. Juan bautista es como esa estrella, el lucero que nos anuncia el gran día en que Dios estará con nosotros de visita, una visita esperada durante muchos siglos y anunciada por los profetas.

Juan mandó  sus discípulos y desde la cárcel a que pregunten a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). La duda de Juan el bautista es enorme sentido humano y es que la figura de Jesús siempre nos resultará un tanto ambigua. ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios en un niño? ¿Acaso resulta fácil reconocer al hijo de Dios recostado en un pesebre? ¿Acaso resulta fácil reconocer a Dios sin casa propia y naciendo en un establo de animales? ¿Nos es fácil entender que el Rey del universo, el dueño de todo cuanto existe se nos presente como un simple mendigo?  Y la otra gran idea: Dios se revela y manifiesta no sentado en un trono, rodeado de oro, en un palacio de lujo sino rebajándose hasta tocar lo más bajo de la realidad humana, entre los pobres pastores.

Juan bautista, que está en la cárcel porque denunció a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano» (Mc 6,18), tiene una idea de grandeza sobre Jesús. Y ahora le llegan noticias de un estilo de vida rebajado a tener que convivir con la miseria humana y le entran dudas. La oscuridad de la cárcel se une ahora a la oscuridad de sus ideas y de su pensamiento. De ahí una duda tan profunda como preguntarle: “¿Eres tú de verdad o tenemos que esperar a otro?” (Mt 11,3).

En la cárcel a Juan le van llegando rumores sobre las actividades de Jesús. Juan se siente metido en un enredo, lo que oye de Jesús no responde a lo que él esperaba y al igual que todos los judíos: Juan y los suyos hubieran querido un Jesús más duro, más firme, que pusiese orden, aunque fuese con la fuerza y la violencia. Por una parte, la oscuridad de la cárcel y, por otra, la figura de Jesús que se les desmorona y desfigura con cada actitud de Jesús y más aún cuando dice: “Mi reino no es d este mundo” (Jn 18,36).

Pero Juan no es de los que se queda en el mar de la duda, quiere clarificarse, y manda por eso a sus discípulos a que le pregunten directamente a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” (Mt 11,3). Dos ideas que pueden servirnos. La primera, no podemos vivir en la penumbra de la duda. La segunda, mejor será siempre preguntar directamente, a Jesús y no andar con rodeos, que así no se aclara nada. Preguntar directamente  a Jesús porque solo el posee la verdad (Jn 14,6).

Jesús nunca suele responder con teorías. Jesús siempre responde con hechos de vida. Cuando los discípulos de Juan preguntan a Jesús: “Tu eres el que ha de venir o debemos esperar a otro”. Jesús que está predicando rodeado de mucha gente hace un alto en su enseñanza y atiende a los discípulos de sus amigos Juan Bautista y vaya la sorpresa. Jesús no les dice que sí, sino que manda acercarse a los enfermos: “A ver ¿quiénes están ciegos? Que pasen aquí adelante” y les unta con la saliva los ojos y ven. Saltan de gozo los ciegos dejan de ser ciegos. Jesús dice ahora: “A ver ¿Quiénes están sordos y mudos?” y les toca con el dedo el oído y se les abren los oídos y hablan sin dificultad. Jesús pide ahora que traigan a en sus camillas a los tullidos, mancos y cojos y les toma de las manos y caminan y saltan de gozo y sin dificultad. Al joven que yacía en su ataúd le dice “Joven a ti te digo levántate” y el muerto se levantó.

Jesús dice a los enviados de su amigo Juan bautista: “Id y decid a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!” (Mt 11,4-6)

Con frecuencia tenemos una idea falsa de Dios, como en realidad la tenía Juan. Con frecuencia anunciamos a un Dios que no es. Un Dios que nunca ha dicho de sí lo que nosotros decimos de Él. Jesús se clarifica, no como el juez que condena, sino como el Dios que salva. Un Dios que se define a sí mismo, no en lo que es en sí, sino en relación a los hombres y su misión salvífica. Resulta curioso que mientras el hombre se define en relación a Dios, Dios se define a sí mismo en relación al hombre. Es el Dios liberador. El Dios que nos libera de nuestras esclavitudes. El Dios que nos hace ver. El Dios que sana nuestras invalideces. El Dios que nos limpia de nuestras lepras. El Dios que nos hace oír. El Dios que nos da la vida. Con mucha razón ya nos había dicho “Quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

Esas son las señales de identidad de Jesús, ese es el currículum vitae de identidad de Jesús: el curar nuestras enfermedades, el devolvernos nuestra dignidad, el devolvernos nuestra dignidad. Luego conviene preguntarnos ¿Cuáles serán las señales de la identidad del cristiano? ¿Nos definiremos como cristianos por lo que hacemos por los demás? Siempre pensamos en que nos reconocerán por nuestra relación con Dios. Eso es fundamental, pero podrán reconocernos como tales si no hacemos nada por los demás. San Pablo con gran sabiduría dice al respecto: “El que recibe la enseñanza de la Palabra, que haga participar de todos sus bienes al que lo instruye. No se engañen: nadie se burla de Dios. Se recoge lo que se siembra: el que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción y muerte; y el que siembra según el Espíritu, del Espíritu recogerá la Vida eterna. No nos cansemos de hacer el bien, porque la cosecha llegará a su tiempo si no desfallecemos. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe” (Gal 6,6-10).

Si hemos tomado con seriedad este tiempo de adviento entonces Dios nacerá sin tardanza en tu corazón y entonces veras la gloria de Dios en ti (Jn 11,40) y podrás exclamar como san Pablo: “Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). Porque para mí la vida es Cristo (Flp 1,21).


sábado, 3 de diciembre de 2016

II DOMINGO DE ADVIENTO - A (DOMINGO 4 DE DICIEMBRE DE 2016)

II DOMINGO DE ADVIENTO - A (4 de Diciembre del 2016)

Proclamación del santo evangelio según San Mateo 3,1-12:

En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: "Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos".

Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?

Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: «Tenemos por padre a Abraham». Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible». P:ALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados amigos en la fe Paz y Bien.

El domingo pasado hemos inaugurado este tiempo de adviento y en ella el Señor nos ha dicho: “Estén preparados, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor… preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,42-44). Y hemos dicho que este tiempo de adviento es el resumen de todo el tiempo de espera del Mesías que es el Antiguo Testamento

De hecho, este Segundo Domingo de Adviento se nos describe en la sagrada escritura el comienza del cumplimiento de todas las profecías respecto al Mesías. Comienza algo nuevo como dice el profeta Isaías: “Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor” (Is 11,1-2).

Hoy el evangelio dice: “En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 3,1-2). Y más adelante dice: “Produzcan el fruto de una sincera conversión” (Mt 3,8). Y termina la enseñanza: “Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3,11). Haciendo clara referencia al profeta. “El no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres de país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas” (Is 11,3-5).

Dios dijo por el profeta: “Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total (Mlq 3,23-24). Los discípulos le preguntaron: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Así también harán padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).

El evangelio de hoy nos describe el perfil del gran predicador que anuncia en el desierto un cambio de vida (Mt 3,8). Capacita a las personas para superar el juicio de Dios, la inminente cólera divina, que es la confrontación final que aguarda a todo hombre (Mt 3,7). Con todo, en medio de la dura predicación, se vislumbra una esperanza de vida y salvación, que es lo que en última instancia el evangelio quiere llevarnos a contemplar y vivir “lo nuevo” que viene con Jesús (Mc 2,22). Y en su comprensión se puede enfocar en tres parte: 1) La entrada en escena del Profeta del Desierto (Mt 3,1-3). 2). La vida de profeta y el ministerio bautismal de Juan (Mt 3,4-6). 3). La predicación del juicio inminente y la llegada del Mesías (Mt 3,7-12).

1.    La entrada en escena del Profeta del Desierto: “Por aquellos días Juan el Bautista, se presentó proclamando en el desierto de Judea: Convertanse porque ha llegado el Reino de los Cielos. Éste es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: ‘Voz del que clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Mt 3,1-3). En el momento en que se inici con la proclamación del evangelio (Jesús) aparece primero una personalidad nueva y desconocida. San Mateo lo introduce en escena diciendo: “se presenta Juan…” (Mt 3,1). Su venida no es fortuita, de hecho su entrada es el punto de referencia que coincide con el comienzo de una nueva época para la historia (“por aquellos días”; este lenguaje es conocido en los profetas: Jer 38,29; Zac 8,23). Esta manera de entrar, con estos primeros términos precisos ya nos dicen que comenzó el tiempo final: como se dirá al final, es el tiempo del Mesías.

En cuanto “predicador” Juan viene para despertar las conciencias, para abrir los ojos ante la obra que Dios está haciendo y conseguir que esta obra sea adecuadamente recibida por corazones bien dispuestos. Si seguimos leyendo las páginas sucesivas del evangelio de Mateo nos damos cuenta que Juan es el primero de una serie de predicadores, de hecho Jesús y sus discípulos serán descritos en términos similares (Mt 4,17.23; 9,35; 10,7.27; 11,1). A diferencia de los que vendrán, lo específico de Juan Bautista como misión es el de preparar el terreno para el sembrado del Reino. La semilla de Jesús y su comunidad vendrá enseguida: Los fariseos le preguntaron cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: "Está aquí" o "Está allí". Porque el Reino de Dios está entre ustedes" (Lc 17,20-21).

1.1.    Un predicador en el “Desierto” (Mt 3,1b): El desierto es el lugar de la “escucha” donde se atienden, lejanas de toda distracción, las directivas de Dios. Para Israel con frecuencia fue un punto de referencia que apuntaba a sus orígenes (en la creación, en la alianza) y por eso, al tenor de la profecía de Oseas, el espacio geográfico-espiritual al cual se regresa para retomar el proyecto con la fuerza del amor primero (Os 2,16). Como lo indica Isaías (40,3), hay una nota de esperanza que percibe, en la flamante peregrinación del Pueblo que retorna del exilio, la acción poderosa de Dios que realiza el éxodo y al mismo tiempo el pueblo regresa purificado –habiendo aprendido las lecciones de la historia- y dispuesto a construir una sociedad nueva. Esta clave de un nuevo éxodo también es subrayada en la experiencia de Jesús en el desierto (Mt 4,1).

Un predicador del cambio: “Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos” (Mt 2,3). El espacio insólito de la predicación aparece unido al anuncio de los nuevos tiempos que se aproximan. Por eso el desierto es el punto de partida de algo nuevo impulsado por el llamado de la Palabra.

¿Cuál era el pregón de Juan? Una frase breve y fuerte parece resumirlo. Tiene dos partes: 1) Un imperativo: “Convertanse” (un llamado que se repetirá al final, en el v.11). Es un llamado para tomar distancia radical de todo lo que hasta entonces ha tenido valor, los antiguos criterios de vida pierden vigencia. 2) Una clara motivación: “Porque ha llegado el Reino de los Cielos”. La conversión no es para volver atrás, al punto de partida, sino un ir más allá, dar pasos hacia delante en la dirección “Reino”: la obra del Dios creador y Señor de la historia que viene a cumplir sus promesas y a plantear sus exigencias.

El pregón del primer heraldo del Evangelio consiste en una invitación para dejar la vida de pecado para convertirse al Dios que se ha hecho presente en medio de su pueblo, que “ha llegado”. Según Juan Bautista el “Reino” ya “ha llegado” (levemente diferente de Marcos 1,15: “está cerca”). La finalidad de la conversión hacer la experiencia de dicho Reino. Es importante la anotación de que esta soberanía es “de Dios”, o como prefiere decir Mateo “de los cielos” (para evitar el nombre divino en un ambiente de fuertes raíces judías). Lo nuevo viene del cielo, no es el punto de llegada de esfuerzos humanos y por eso es gracia. Dios siempre ha obrado en medio de su pueblo, pero viene ahora algo inédito: él mismo está ahí.

Un predicador que es como voz del que clama en el desierto: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas” (Mt ,3,3). Juan el Bautista se presenta en calidad del heraldo que grita del mensaje de su Señor, por lo tanto no realiza una misión por iniciativa propia sino por envío de Dios. A la luz de la profecía de Isaías (40,3), que para Mateo es el profeta de la salvación mesiánica, el ministerio de Juan arroja nuevas luces: 1) Con la venida de Juan se cumple una antigua profecía de Isaías. 2) Juan es la “voz” que personifica históricamente a aquel misterioso personaje presentado por Isaías (quizás un miembro de la asamblea del consejo de la corte celestial), el cual le hacía eco a las instrucciones de Dios para el pueblo que regresaba de la cautividad de Babilonia. 3) La voz parte del “desierto” pero la finalidad no es quedarse en el desierto sino completar un camino. 4) Así como en la antigua profecía se preparaba el camino al Rey y su séquito, en los nuevos tiempos, cuando se realiza en su sentido más profundo esta profecía: Dios viene (es más “ya ha llegado”; Mt 25,6). Es “el camino del Señor”, el suyo es un camino triunfal que no admite senderos tortuosos, pistas extenuantes ni recorridos desalentadores. 5) Lo importante del anuncio es que es Dios mismo, en cuanto “Señor”, quien guía a su pueblo: como un pastor que guía a su rebaño. Bajo su guía el pueblo alcanzará victorioso la meta de su caminar histórico.

Juan, por tanto, es la voz de aquél que grita repetidamente en el desierto su mensaje para que los hombres se preparen, como quien prepara una “vía sacra” para la venida de Dios (“preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”), lo cual implica renunciar a las antiguas seguridades. El profeta nos quiere sensibilizar para ofrecerle a Dios la máxima acogida. Antes de ponernos a la escucha de las instrucciones precisas para “preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (será la tercera parte de este pasaje), observemos la persona misma del profeta que hasta ahora sólo se ha denominado “voz que clama en el desierto”.

2.    Vida del profeta y bautismal de Juan (3,4-6): El evangelista Mateo se detiene un poco para presentarnos rasgos que podríamos llamar “históricos” de su cualificado ministerio. La descripción del personaje sigue dos círculos concéntricos: Juan a solas (Mt 3,4) y Juan rodeado de la multitud que acude a su predicación (Mt 3,5). Se percibe aún una tercera coordenada que es la anotación del evangelista sobre el éxito de la misión de Juan (Mt 3,6). Juan a solas: “Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre” (Mt 3,4). El profeta aparece como un típico personaje del desierto: una vida conducida con hábitos de máxima austeridad, sin la más mínima ostentación. El vestido “de pelos de camello” amarrado por un “cinturón”, es lo contrario de una vestidura lujosa, no es lo que llevaría una persona de alta dignidad. Inicialmente nos encontramos con un Juan que se viste a la manera de los beduinos del desierto. Pero hay más. Esta manera de vestirse nos remite al profeta Elías (“un hombre vestido de pieles y faja de piel ceñida a la cintura”, nos dice 1º Reyes 1,8), cuya indumentaria se convirtió posteriormente en el “uniforme” de los profetas (Zacarías 13,4).

La profecía de Malaquías decía que Elías –quien no murió- sería con su regreso el precursor del Mesías: “Voy a enviaros al profeta Elías antes de que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible” (Mlq 3,23). Por tanto, la alusión no parece ser casual, porque según este mismo evangelio de Mateo, Juan Bautista “es Elías, el que iba a venir” (Mt 11,14; 17,10-12). Si esto es así, entonces el paso siguiente es la venida del Mesías. Si a esto le sumamos que se alimenta con una asombrosa austeridad, con la comida más sencilla posible y casi un vegetariano (“su comida eran langostas y miel silvestre”), ciertamente deduciremos que estamos ante un hombre que en asombrosa pobreza vive completamente dedicado a Dios: un verdadero asceta.

Juan rodeado de la multitud que acude a su predicación: “Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán” (Mt 3,5). Dejando de lado las soledades orantes del hombre de Dios, el evangelista enseguida nos lo presenta en acción. “Acuden a él”. El pueblo busca masivamente a Juan: tiene éxito, consigue movilizar la fe de la gente. El radio de acción de la predicación de Juan alcanza el mundo urbano de la ciudad (“Jerusalén”), igualmente toca la población campesina de la provincia (“toda Judea”) y finalmente los que comparten su hábitat en los alrededores del Jordán. ¿Por qué toda esta gente, desde los más lejanos hasta los más cercanos, acude a Juan? Porque reconoce que la organización de la sociedad no le está ofreciendo la vida que esperan, no es lo que –como pueblo de la Alianza- están llamados a ser; es más, de esta forma la gente reconoce que es parte de esta misma sociedad, o sea, que ha participado en sus injusticias. En la voz y en la persona de Juan reconocen su auténtica vocación y deciden recomenzar para vivir según la justicia de Dios. El movimiento de búsqueda de Juan implica que las multitudes están interesadas en un proceso de conversión.

La gente se toma en serio la predicación de Juan: se hace bautizar: “…Y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados” (Mt 3,6). La predicación de Juan sobre la conversión era acompañada del bautismo en las aguas corrientes del río Jordán. La descripción del evangelista (en tiempo histórico) deja entender que Juan tuvo éxito en su predicación: fue tomado en serio.

El Bautismo: Quien había acogido el llamado a la penitencia confesaba sus pecados, entraba en el Jordán y era inmerso en sus aguas. Todo aquel que era lavado en este baño ritual debía después vivir libre del pecado en la espera de la salvación que estaba por venir. El bautismo señalaba que la persona que lo recibía era sincera y que su actitud era válida a los ojos de Dios. Puesto que era un gesto público, todos los asistentes, comenzando por Juan, se convertían en testigos de las nobles intenciones del bautizado. Por otra parte, el hecho de que sea administrado por otra persona y no por sí mismo (de hecho existían los rituales de auto-purificación en las piscinas destinadas a ello), significaba un abandono a la obra de Dios: la pureza y la renovación son ante todo una obra de Dios.

La confesión de los pecados: El hecho de “confesar los pecados” implica que la pureza lograda no sólo era legal sino también moral. Dos cosas eran claras, puesto que era un momento decisivo en la vida de la persona este bautismo era una sola vez en la vida (por lo tanto la conversión era a fondo) y funcionaba sólo si de daban “frutos de conversión” (Mt 3,8). Además de entrar en comunión con Dios, los bautizados por Juan debían construir comunidad, una comunidad preparada para la llegada del Mesías. Se nota que todavía algo esencial está faltando: el bautismo de Juan valida la actitud del pecador pero no interviene transformadoramente la realidad del “pecado”. El texto no habla del “perdón de los pecados” porque sólo la muerte expiatoria de Jesús tiene el poder de perdonar los pecados (Mt 26,28). En esto el evangelio es coherente: el Mesías se llamará “Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21).

3.    La predicación del juicio inminente y la llegada del Mesías (Mt 3,7-12): 1) Enfatiza el tema de la conversión del pueblo de Dios -los “hijos de Abraham”- (Mt 3,7-10), y 2) anuncia la venida del Mesías, quien superará su predicación sobre la conversión (Mt 3,11-12). El tema final de la predicación de Juan es la venida de Jesús: “Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: ‘Raza de víboras, ¿quién les ha enseñado a huir de la ira inminente? Den, pues, fruto una sincera conversión y no creáis que basta con decir en vuestro interior: «Tenemos por padre a Abraham»; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (Mt 3,7-10).

En contraste con la anotación anterior sobre el éxito obtenido en su ministerio de predicación de la conversión (medido por la gente que se hace bautizar), Juan Bautista hace sentir ahora sus advertencias sobre los representantes de la piedad judía, que (a) vienen como curiosos, o (b) parecen poner objeciones a la predicación, o (c) que admitiendo el bautismo se muestran renuentes a un verdadero cambio. Puesto que el texto dice implícitamente que éstos vienen a bautizarse y ya que en el evangelio ellos personifican la oposición a la Palabra de Dios predicada por el Mesías, la más probable es la opción (c). Juan les habla entonces directamente a sendos representantes de los partidos político-religiosos de su tiempo como una forma de dirigirse a las estructuras religiosas, las primeras que debían dar ejemplo de conversión: “Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo...” (3,7a).

La idea central de las palabras de Juan es que la conversión no tiene excepciones ni admite aplazamientos ni fingimientos. ¿La razón? Está dicha con una metáfora: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles” (Mt 3,10). Es decir, el juicio es inminente. Juan: 1) les pone un apelativo que desenmascara la hipocresía religiosa (Mt 3,7b), 2) les lanza una admonición (Mt 3,8), 3) desmonta sus supuestos privilegios (Mt 3,9) y 4) los urge para dar el paso de la conversión (Mt 3,10).

El apelativo “raza de víboras”(Mt 3,7)., En el mundo hebreo es un insulto que pinta a la persona como un hipócrita y como un falso. Con ello se dice que hacen daño y que éste es irreparable. Jesús utilizará también esta expresión (Mt 12,34 y 23,33) y dirá explícitamente que de este tipo de personas, que hacen los ritos religiosos externos pero no son sinceros en su moralidad, de ellas hay que cuidarse (Mt 16,1.6). Con esto tipo de personas Dios será implacable. Juan está pensando en la venida del Reino inicialmente como un juicio (“ira inminente”) del cual no hay forma de escaparse, todos pasarán por él. El juicio de Dios será como un incendio forestal que arrasa el país (ver la metáfora de la ira en Isaías 9,18).

¿Por qué el singular “fruto”? En este texto la conversión aparece como un movimiento vital que proviene de la savia del Reino y que madura internamente en el creyente hasta traducirse en una forma de vida. No sólo se trata del superar conductas pecaminosas sino de darle un radical reconocimiento a Dios mediante una orientación del proyecto de vida que expresa lo “nuevo” que él quiere que hagamos. La conversión no consiste en cambiar “cositas” en la vida sino en un movimiento interno y total que sintoniza la vida con Dios. La metáfora del árbol es oportuna: a veces hacemos como con los arbolitos de navidad, a los cuales les agregamos frutas y otros adornos ficticios; la conversión no es agregarle cosas a la vida sino ser lo que realmente somos, a partir de la obra del Dios del Reino que nos habita.

Dentro de la conciencia nacional judía había ganado espacio la convicción de que, por el hecho de ser israelitas –descendientes de Abraham y por lo tanto “pueblo elegido”-  se iban a escapar del juicio. Basta recordar el estribillo del orgullo hebreo: “No entregues tu gloria a otro, ni tus privilegios a pueblo extranjero. Felices nosotros, Israel, pues se nos ha revelado lo que agrada al Señor” (Baruc 4,4). Incluso un dicho hebreo tardío dice: “Como la vid se apoya en leños secos… así los israelitas se apoyan en los méritos de sus padres” (Lev.R.36). Juan Bautista les dice que eso es una vana ilusión: sólo la revisión de vida y la conversión personal salva. Por lo tanto no tiene validez el hecho de decir “Tenemos por padre a Abraham” (detrás de esta frase está: Isaías 51,2; 63,16).  Dios es el verdadero padre de la comunidad – “uno solo es vuestro padre: el del cielo” dice Jesús en Mt 23- y no está atado a la descendencia de Abraham. De repente, diciendo estas palabras, Juan Bautista muestra las rocas del desierto de Judá: “Dios puede de estas piedras dar hijos a Abraham”; queriendo decir que él es creador y obra por su soberana voluntad. Es Dios quien pone los criterios para ser pueblo de Dios.

Por lo tanto, no hay ninguna seguridad con respecto a la salvación por el hecho de pertenecer a tal o cual familia o institución. ¡Lo que hacemos en la práctica dice quiénes somos!  El cartón de entrada en el Reino es la práctica concreta de la nueva justicia.

Juan sigue rebatiendo todas las excusas de los fariseos y saduceos. Finalmente les dice que no se puede aplazar la penitencia: “Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles” (Mt 3,10). La imagen del leñador a punto de dar el golpe certero sobre un árbol que en tierra erosionada deja ver sus raíces es una imagen muy dura para un israelita (ver la predicación de Isaías 10,33-34). Significa: ¡El juicio está aquí, a las puertas! ¡Sin conversión no hay pueblo de Dios! ¡Todo lo que se creía un privilegio resulta ser inutilidad! Así como el árbol “que no da buen fruto” es abatido y convertido en leña, así también está en riesgo en antiguo pueblo de Dios.

El anuncio de la venida del Mesías: “Yo les bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga” (Mt 3,11-12). Sin perder la vista del “fuego” (3,10), ahora Juan Bautista da un paso adelante en la predicación anunciando explícitamente la venida del Mesías. Juan como profeta no sólo remueve las conciencias con sus denuncias sino que también anuncia lo nuevo que está a punto de venir. Es verdad que la penitencia es la forma adecuada de preparación del camino del Mesías, pero ¿Quién es éste que viene?

Su anuncio tiene dos partes: 1) se confronta el bautismo con agua y el bautismo con Espíritu Santo y Fuego, para poner de relieve la superioridad del Mesías sobre su precursor; 2) explana la misión de justicia del Mesías valiéndose de una pequeña y casi parábola.

Los dos bautismos: la gran dignidad del Mesías (Mt 3,11). Juan Bautista habla de su relación con el Mesías (no dice su nombre) en primera persona. Con sus palabras aclara cuál es su papel con relación a él. En medio de la confrontación de los dos bautismos, Juan declara que el Mesías es el más fuerte y lo supera tanto en dignidad como en realizaciones: “Aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo…” (Mt 3,11b). Juan se siente indigno de rendirle los más humildes servicios de los esclavos: “…Y no soy digno de llevarle las sandalias” (Mt 3,11c).


Lo cierto es que Juan bautiza sólo con agua, pero Jesús con Espíritu y fuego: El “bautismo en agua para conversión”, como ya se dijo arriba, significa la preparación para el juicio escatológico de Dios. En cambio el bautismo “en Espíritu Santo y fuego” es el baño universal en Espíritu derramado sobre todos los hombres como fuego purificador (Malaquías 3,19; Joel 2,1-5 y 3,1-3). El fuego es un instrumento de purificación más eficaz que el agua y simboliza la intervención de Dios y de su Espíritu, haciendo discernir quién es quién (ver las profecías de Zacarías 13,9; Malaquías 3,13-21). En otras palabras el bautismo de Jesús tiene poder. No es un simple gesto interno que confirma una actitud interna sino una acción transformadora que va al núcleo del problema humano obrando el perdón. De Juan viene la sensibilización para generar un cambio, pero la transformación sólo proviene de Jesús.

sábado, 26 de noviembre de 2016

I DOMINGO DE ADVIENTO - A (27 de noviembre de 2016)

I DOMINGO DE ADVIENTO - A (27 de noviembre del 2016)

Lectura del Evangelio de San Mateo 24,37-44

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.

De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada. Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en la fe, Paz y Bien.

Dice el Señor: “Yo soy el alfa y omega, principio y fin” (Ap 1,8). Dice también: “El cielo y la tierra pasarán pero mis palabras no pasaran” (Mc 13,13; Mt 24,35; Lc 21,33). O también aquellas palabras: “Ya llega el novio salgan a su encuentro” (Mt 25,6). Palabras bíblicas que nos permiten entrar a un tiempo nuevo. Hoy inauguramos el año nuevo litúrgico Ciclo A-2017. Aunque seguimos en el año 2016 pero ya en el penúltimo mes. Y empezamos con el tiempo de adviento, tiempo que nos prepara para una fiesta grandiosa, la fiesta del Niño Jesús. Y empezamos con bendiciendo la corona de adviento y encendiendo la primea vela.

La tradición litúrgica de nuestra iglesia nos presenta cada año el rito de las cuatro velas, una cada semana, es decir estaremos durante cuatro semanas en tiempo de conversión y cambio. Pueden pasar como un rito casi intrascendente. Sin embargo, siguen teniendo el simbolismo de algo que se enciende, de una luz nueva que alumbra nuestras vidas. Como una esperanza que se enciende en nosotros. Decía mismo Jesús: “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Y encender la primera vela significa el inicio de la espera en vigilia o en vela.

El evangelio se puede explorar siguiendo tres pasos: 1) La venida de Cristo anunciada por los profetas. 2) La venida de Cristo y su llegada. 3) La venida de Cristo deseada.

1. El retorno de Cristo: En su discurso sobre el futuro del Reino de los Cielos (Mt 24-25), Jesús había anunciado: “Aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria” (Mt 24,30). Jesús había anunciado la cercanía del Reino, es decir, la decisión definitiva de Dios de hacer valer su señorío real (Mt 4,17). Ya no serán los hombres ni las fuerzas de la naturaleza las que determinen el curso de la historia humana. Esto sucederá por medio de la venida del Hijo del hombre con la potencia y la gloria de Dios.

Cuando el Reino se revele definitiva y universalmente con todo su poder ante todo el mundo, toda existencia humana se manifestará ante el Hijo del hombre –Jesús en su gloria- con su verdadero sentido y valor. Con la venida definitiva de Jesús toda persona saldrá a la luz en su más íntima esencia. Puesto que todo hombre está profundamente conectado a la venida del Señor, cada uno debería conducir su proyecto de vida en esa dirección. Ante Jesús tendremos que responder por todo lo que buscamos, trabajamos y logramos. En este sentido, toda nuestra vida debe prepararse para ese momento.

2. El retorno de Cristo preparado: “Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (24,36). Con la misma fuerza con que Jesús anuncia su venida, también nos dice que nadie conoce ni el día ni la hora. “Velen, pues, porque no saben qué día vendrá su Señor” (Mt 24,42). “Estén preparados, porque en el momento que menos peinasen, vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24,44).

Hacer cálculos sobre el día y la hora del fin del mundo es tiempo perdido porque éste es indeterminado y desconocido. Lo que importa es que estemos preparados en todo momento. Por eso hay que evitar cualquier comportamiento irresponsable. No es razonable vivir al impulso de los inmediatismos, sin ningún proyecto ni horizonte de vida. Para hacernos entender esto, Jesús pasa al mundo de las comparaciones. Nos presenta tres, todas ellas desenvolviéndose como en cascada:

a)Primero Jesús nos pone el ejemplo de los días de Noé: “Como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos” (Mt 24,37-39).

Dijo Jesús: Un hombre piensa: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida.  Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado? Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios" (Lc 12,19-21). La escena descrita en tiempos de Noé también nos presenta gente absorbida por la vida terrena: comer, beber, casarse. Eran personas que se dejaban llevar tranquilamente por el ciclo biológico de la vida, atentos a lo presente, sin pensar en nada más allá; el asunto era gozar la vida. El diluvio había sido anunciado, pero aún no pasaba nada. A la gente les parecía lejano y casi irreal, por eso prefirieron concentrar sus energías en aquello que consideraban más concreto y práctico.

De la misma manera, ahora la venida del Señor solamente ha sido anunciada (Mt 24,42). El hecho de que no suceda nada aún puede llevar a pensar que hay mucho tiempo en la vida y descuidarse en la atención a su venida, concentrándose más bien en otros asuntos. Pero, como insiste Jesús, imprevista y sorprendente será su venida: “Así será también la venida del Hijo del hombre” (Mt 24,39).

b) “Estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada” (Mt 24,40-41). Es un ejemplo sobre el engaño de las apariencias. Dando un paso adelante ahora Jesús enseña que no hay que quedarse con la apariencia externa de las situaciones terrenas: Jesús parte de escenas de la vida cotidiana: la vida laboral en una sociedad agrícola. Describe las ocupaciones más importantes del hombre y de la mujer: los varones siembran y cosechan el trigo en el campo, luego las mujeres mueven la rueda de molino para obtener la harina y el pan de cada día.

Hoy a menudo se escucha: No tengo tiempo, andamos ocupados día y noche. Todos trabajan, todos se mueven por igual en las rutinas de la vida. Esto puede llevar a una falsa deducción. Del hecho de que todos pasemos por situaciones semejantes, puede nacer la ilusión de que la obediencia o la desobediencia, la rectitud o la injusticia no tengan importancia alguna; que sea indiferente la forma en que se viva, porque en fin todos terminaremos igual. Pues aquí está el punto: no terminaremos igual. Con la venida del Señor habrá una separación radical: “uno es tomado y el otro dejado” (Mt 24,40-41), es decir, quienes estén preparados serán recibidos en la comunión con Dios y los otros serán excluidos.

c) “Si el dueño de la casa supiese a qué hora de la noche va a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que asalten su casa” (Mt 24,43). Es un ejemplo de llegada imprevista. En consecuencia uno tiene que controlarse y conducir la vida con base en la vigilancia. Si conociéramos el día y la hora de la venida del Señor, dejaríamos para última hora la preparación, como es habitual en tantas otras situaciones de la vida. Pero el Señor viene como un ladrón nocturno: inesperado, sorpresivo, impredecible. Por eso hay que estar preparado en todo momento. No debemos nunca bajar la alerta. Hay que vivir responsablemente según la voluntad del Señor, de manera que podamos responder en cualquier momento por ella y con la frente en alto.

3. A la hora que menos piensan, vendrá el hijo del hombre (Mt 24,44). Hace complemento otra cita:  “Cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes”. U otras citas como: “No los dejaré huérfanos, volveré por ustedes” (Jn 14,18). “Me han oído decir: Me voy pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean” (Jn 14,28-29).

El regreso del Señor no debe ser motivo de temor sino de movilización para la preparación. Obviamente tendremos miedo de la venida del Señor si tenemos deudas con la alguien y no tenemos a punto la vida; en este caso: A poner en orden la casa. A preparar la venida del Señor. Entonces nuestra vida tendrá reposo, tendremos fuerza interior, soñaremos y construiremos los sueños de Dios, para los cuales tanto nos animan los profetas. Qué bueno que viene el Señor, es mas, hemos de exclamar: “Ven Señor” (Ap 22,20). Tú “vienes” a dar plenitud a nuestra vida, a elevarla a un plano superior compartiéndonos la tuya, como nos lo diste a entender desde el momento de la encarnación”.

Mientras tanto, tengamos presente que la “vigilancia” que nos pide el evangelio no sólo se refiere al encuentro final con Dios (al final de mi mundo, de mi vida). Cada día Dios está viniendo a nuestro encuentro y no podemos dejarlo pasar de largo. Viene en la Palabra, en la Eucaristía, en la comunidad, en la presencia escondida en las personas más necesitadas, en las diversas formas en que nos regala su gracia. La “vigilancia” entonces es ése saber tener la casa pronta y a punto para recibir la visita, para abrir los brazos de par en par al Dios que es por definición: “El que viene” (Apocalipsis 1,8). San Bernardo hablaba de las tres venidas de Cristo:

• Su venida en la carne. La cual celebraremos en la próxima navidad.
• Su venida futura en la parusía (su segunda venida), en la cual hemos reflexionado hoy.
• Su venida en el presente. ¿No es verdad, por ejemplo, que cada vez que celebramos la Eucaristía Jesús está viniendo a nuestro encuentro?

“Velen y estén preparados”(Mt 24,42), con el cual hoy le damos apertura al ADVIENTO, nos da la ocasión para que la venida del Señor, nos tomemos una pausa de reflexión y nos preguntemos qué estamos haciendo con nuestra vida. La conciencia de nuestra fragilidad nos llevará a abrirle el corazón a Aquel que vino al mundo, asumiendo la carne humana,(Jn 1,14) por nuestra salvación; Aquel a quien el evangelio de Mateo nos presenta diciendo: “Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21).


En el comienzo del tiempo de “Adviento” conviene preguntarnos: ¿Qué significa esta palabra adviento? Cuando se habla de “venida” del Señor, ¿de qué se está hablando? ¿Qué se espera que hagamos en este tiempo? La “vigilancia cristiana” está referida al encuentro con el Señor. ¿En qué consiste el ejercicio de la “vigilancia cristiana”? ¿Qué consecuencia tiene el hecho de que no se conozca la hora de la venida del Señor?


RITO DE BENDICIÓN DE LA CORONA DE ADVIENTO:

 Monición:

Al comenzar el nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida y la esperanza. El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad.

Oración al comienzo del Adviento:

La tierra, Señor, se alegra en estos días y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, que se avecina como luz esplendorosa, para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado. Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona con ramos del bosque y la ha adornado con luces. Dígnate derramar tu bendición en ella para que vivamos este tiempo de conversión según tu voluntad practicando obras de misericordia y caridad para que cuando llegue tu hijo seamos con él admitidos a su reino…+… en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, Amén.

Oración del primer domingo de Adviento:

Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, queremos caminar alegres hacia ti, porque Tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Señor Jesús!

Unidos en una sola voz digamos Padre nuestro...

V. Ven Señor Jesús, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros.
R. Y seremos salvados.

REFLEXIÓN:

¿De qué se trata el tiempo de Adviento? Se trata de una esperanza de siglos (todo el Antiguo Testamento) que, después de mucha espera, recién comienza a realizarse. Pero, aunque parezca mentira y nos obliga a esperar, la esperanza misma ya es una razón para seguir mirando lejos. Puede que nosotros no veamos todavía nada, pero la fuerza de la esperanza nos da esa seguridad de que “vendrá”, lo “lograremos”. Por eso mismo quien tiene esperanza firme en lo nuevo, no se desanimará aunque tarde. Son muchos los desilusionados de todo. Desilusionados de ellos mismos. Desilusionados de la familia, de la sociedad, de la política, de la economía, incluso desilusionados de la Iglesia misma. Mientras nos enredamos en esas desilusiones, dejamos de ver amanecer una luz de esperanza que nos dice que todo puede cambiar.

Hoy comenzamos el camino del Adviento, camino de preparación para el que ha de venir al final de los tiempos, pero que nosotros la vivimos mejor, esperando al que ha de venir en estas Navidades, ese Dios encarnado es la “Esperanza de Dios” y que está llamado a ser la razón de nuestra esperanza. Porque lo que nosotros no podemos, sabemos que Él sí lo puede y con Él, también nosotros. No es la esperanza que viene de nuestros sueños. Es la esperanza de Dios “que ama tanto al mundo que entrega a su propio Hijo para que todos los que creen en el tengan vida eterna” (Jn 3,16). Ahí está el porqué y el para qué de nuestro esperar.

De tanta insatisfacción nos estamos quedando sin esperanza, sin ganas de luchar comprometernos de verdad. Por eso nos quedamos arañando las cosas. Prepararse para la Navidad ha de ser un levantar la cabeza por encima de nuestras dificultades, un mirar por encima de nuestras inmediateces, un ser conscientes de que nunca una noche ha vencido al amanecer, y nunca un problema ha vencido a la esperanza.

El evangelio de hoy inicia con aquellas palabras de Jesús que se remite a los sucesos del A. T. “Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en tiempos de Noé. En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca…” (Mt 24,37-38). Y termina con las mismas: “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24,44). Jesús nos exhorta prepararnos y este tiempo de adviento es para esa preparación, pero ¿Cómo prepararnos?

San Pablo en la carta a los Romanos nos da pautas de cómo puede ser una buena preparación. Todo un programa de vida. Primero, que tomemos conciencia del momento en que vivimos. Segundo, que despertemos los que vivimos dormidos. Estamos metidos en la noche, pero ahí está la esperanza “el día se echa encima”, es hora de dejar las obras de las tinieblas y armarnos con las obras de la luz. A vivir como en pleno día. Y añade algo más: nada de entregarnos a la vida del placer y menos todavía a las riñas y enemistades. Para ello es el momento de revestirnos del Señor Jesús. ¿No le parece todo esto todo un plan de vida capaz de cambiar las cosas?

En resumidas cuentas, lo primero que la Palabra de Dios nos pide en este Primer Domingo de Adviento es que abramos los ojos, que dejemos esa vida en tinieblas que nos atonta y nos impide ver la realidad. Uno de nuestros peores problemas es no darnos cuenta de la realidad en la que vivimos, es como enterarnos de las cosas después que han pasado. La única manera de vivir la realidad y de comprometernos con ella, es tomar conciencia de lo que pasa. Pablo nos habla claro, hay que despertarse del sueño. Es cierto que la noche va avanzada, pero también el día está encima en que todo quedará al descubierto. Los problemas pueden ser grandes, pero también las soluciones se hacen cada vez más posibles. Para ello es preciso andar añorando la plena luz del día y no a tientas en la oscuridad. Comencemos el Adviento despiertos, con lo ojos abiertos, para que la venida de Jesús no nos tome a todos por sorpresa.


No vaya a sucedernos como a las mujeres necias del evangelio: “A medianoche se oyó un grito: "¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!". Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?". Pero estas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado". Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos", pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco". Por tanto, estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora” (Mt 25,6-13).