lunes, 27 de mayo de 2024

DOMINGO SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI – B (02 de Junio de 2024)

 DOMINGO SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI – B (02 de Junio de 2024)

Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 14,12-16.22-26:

14:12 El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?"

14:13 Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo,

14:14 y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?"

14:15 Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario".

14:16 Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.

14:22 Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo".

14:23 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.

14:24 Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.

14:25 Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".

14:26 Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) hermanos(as) en el Señor Paz y Bien.

 ANTIGUA ALIANZA: “Moisés tomo la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: “Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con Uds, según todas estas promesas.” Ex 24,8). Moisés rubricó la alianza de Dios con su pueblo con la sangre de los animales sacrificados. La mitad la vertió sobre el altar, la parte de Dios; y la otra mitad la asperjó sobre el pueblo. De esta suerte, el pueblo entendió que Dios estaba con ellos, de su parte. Y el pueblo se comprometió a poner en práctica todo cuanto el Señor les había ordenado y que estaba recogido en las tablas de la ley. Los diez mandamientos son uno de los primeros documentos que recogen los principales derechos del hombre: el derecho a la vida, a la familia, al honor y buen nombre, a la información y expresión, a la propiedad.

La consecuencia de aquella primera alianza, rota y restaurada infinidad de veces es la historia de Israel, era una nueva religión, fundada no tanto en el temor, cuanto en el respeto al pacto sellado por mediación de Moisés.

-LA NUEVA ALIANZA: Jesús Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Este es mi cuerpo que es entregado por Uds; hagan esto en recuerdo mío”  De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por Uds para el perdón de los pecados” (Lc 22,1910).

La sangre derramada de Cristo sella una nueva y definitiva alianza entre Dios y la humanidad. Esta vez no hará falta la sangre de los animales sacrificados. Jesús, el Hijo de Dios, entregará su cuerpo al sacrificio y derramará hasta la última gota de su sangre para la remisión de los pecados. Será un sacrificio definitivo, de una vez por todas y para todos. El sacrificio de Jesús no se repetirá, sólo se actualizará ininterrumpidamente en la eucaristía. Las infidelidades de los hombres no harán precisa una nueva alianza, como ocurriera en el primitivo pueblo de Dios. La alianza con Dios por mediación de Jesucristo se renovará sacramentalmente siempre que sea necesario, sin necesidad de repetirse. Jesús no volverá a morir. Murió y resucitó y vive para siempre.

-LA ALIANZA DEL AMOR: 53 Jesús les dijo: “En verdad, les digo: si no comen la carne del Hijo del hombre, y no beben su sangre, no tienen vida en Uds… Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él”  Jn 6,53-56).

Esta nueva alianza, sellada con la sangre de Cristo, supone una novedad radical en las relaciones entre los hombres y Dios, porque nueva es la relación de Dios con los hombres por Jesucristo. Esta relación es la religión del amor.

Toda la vida de Jesús, todas sus obras y sus palabras no tuvieron otra intención que la de darnos a conocer el misterio insondable de Dios, que es amor, amor a los hombres. Y el momento culminante de la vida de Jesús, su muerte en la cruz, fue la demostración suprema del amor de Dios. El mismo Jesús lo entendió así: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida" (Jn 15,13). Y así lo entendió también el discípulo amado, cuando dice que "Jesús, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1) de entregar su cuerpo en comida y en bebida su sangre.

Ahora sí que podemos entender que Dios es amor ( IJn 4,8). Ahora podemos estar seguros de una cosa: que Dios es sobre todo "el que nos ama desmesuradamente". Ahora podemos vislumbrar también el misterio trinitario de Dios, que es nuestro Padre, nuestro hermano, nuestro abogado.

-LA RELIGIÓN DEL AMOR: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a Uds; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor… Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo os he amado” ( Jn 15,9-12).

Y ahora tenemos que comprender, por fin, que el cristianismo , que viene de Cristo, en quien hemos visto el amor de Dios, es la religión del amor, de la caridad, de la solidaridad. El verdadero culto, que nos recordaba Pablo, el culto que expresamos insuperablemente en la eucaristía, es la praxis del amor cristiano. Recientemente, Juan Pablo II, al hacernos partícipes de su gran preocupación y solicitud por los problemas sociales, hacía un angustioso llamamiento a la solidaridad como alternativa a un mundo que presume de desarrollo y progreso, cuando lo que más se desarrolla y progresa es el abismo que separa al Norte del Sur, a los ricos de los pobres.

DÍA DEL AMOR:
Hoy, fiesta del cuerpo y de la sangre de Cristo, es el día del amor. Jesús sacramentado, quiere ser el instrumento que facilite y canalice el amor de todos los cristianos, para que el amor de los cristianos no se reduzca a limosnas, sino que sea de verdad amor y sea eficaz. Porque la exigencia del amor cristiano no es dar de lo que nos sobre, ni siquiera quitarnos lo que necesitamos. El amor de Dios nos urge a crear un mundo más humano, más justo, más solidario, más igual, donde se ponga fin al estigma de la pobreza, del abandono, del paro, del hambre y de la desesperación de la mayoría.

Este misterio solo tiene asidero en la luz de la fe. Los judíos que escuchaban a Jesús guiados por la razon se escandalizaron y disputaban entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? (Jn 6,52). Dios siempre ha sido escandaloso para los hombres porque es tan creativo que hace cosas que ni se nos ocurre pensarlas. Esa es la Eucaristía. Algo tan sencillo como es comulgar y algo tan misterioso que es comernos a Dios entero. Algo tan misterioso que Dios en su loco amor por nosotros se hace vida en nuestra vida. Por eso, no cabe duda que, la Eucaristía es uno de los mayores milagros del amor de Dios. Por tanto, debiera ser también una de las experiencias más maravillosas de los hombres. Sin embargo, uno siente cierta sensación de insatisfacción. ¿No la habremos devaluado demasiado? Y no porque no comulguemos, sino porque es posible que no le demos el verdadero sentido a la Comunión que es comunión con el mismo Hijo que nació de las entrañas de María la virgen y con el mismo Jesús crucificado y resucitado. Es comunión con el pan glorificado.

Dios buscó el camino fácil y lo más sencillo posible para nuestro encuentro. Y a nosotros pareciera que lo fácil no nos va, como que preferimos lo complicado y difícil. Una de las maneras de deformar la Eucaristía es no vivir lo que en realidad significa. En la segunda lectura, Pablo nos dice: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.” (I Cor 10,16) Somos muchos y somos diferentes. Somos muchos y pensamos distinto. Sin embargo, todos juntos formamos un solo cuerpo, una sola comunidad, una sola Iglesia, una sola familia (Mt 16,18). ¿Por qué? Sencillamente porque “todos comemos del mismo pan”. Por tanto, comulgar significa unidad, sentirnos un mismo cuerpo, una misma familia. De modo que no podemos comulgar “del mismo pan” y salir luego de la Iglesia tan divididos como entramos.

No olvidemos que la Eucaristía es mucho más que un acto piadoso individualista, es el Sacramento de la Iglesia. Es el Sacramento del amor de Dios que nos ama a todos. Es el Sacramento de la unidad, donde por encima de nuestras diferencias, todos nos sentimos miembros de un mismo cuerpo que es Jesús, que es la Iglesia. Por eso San Pablo nos habla desde su experiencia. Las primeras divisiones en la Iglesia nacieron de la celebración de la Eucaristía. Todos participaban en la misma celebración, pero mientras unos comían bien, los otros pasaban hambre. Pablo les dice enérgicamente: “Esto no es celebrar la Cena del Señor”. No se puede comulgar a Cristo si a la vez no comulgo con mi hermano. No se puede recibir el pan de la unidad, si vivimos divididos. Por eso decimos que “la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace a la Iglesia”. “Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.” El fruto de nuestras Eucaristías tendría que ser “la espiritualidad de unidad y de la comunión fraterna”.

Por lo que significa esta unión con Dios en la sagrada comunión, hay requisitos que cumplir, por eso cualquiera no comulga sino el que está en gracia de Dios. Así es como lo describe San Pablo: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza  que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía". Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (I Cor 11,23-29).  También hay citas que diversas que resalta la importancia de la Eucaristía: Éxodo 24, 8; Jeremías 31, 31;  Matero 26, 28;  Marcos 14, 24;  Lucas 22, 20; 2 Corintios 3, 6;  Hebreos 8, 8;  Hebreos 10, 29.

La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo (NC 1373-1381): "Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas" (SC 7).

 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae 3, q. 73, a. 3). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen "reales", sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39).

 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, san Juan Crisóstomo declara que: «No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas (De proditione Iudae homilia 1, 6).

Y san Ambrosio dice respecto a esta conversión: “Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada» (De mysteriis 9, 50). «La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela” (Ibíd., 9,50.52).

 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación" (DS 1642). La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Concilio de Trento: DS 1641).

El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del pueblo" (MF 56).

El sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santísimo sacramento.

Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida.