Proclamación del Santo evangelio según San Luca 3,11-8:
La gente le preguntaba:
"¿Qué debemos hacer ahora?" Él les respondía: "El que tenga dos
túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro
tanto". Algunos publicanos vinieron
también a hacerse bautizar y le preguntaron:
"Maestro, ¿qué debemos hacer?" Él les respondió: "No exijan más
de lo estipulado". A su vez, unos
soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?" Juan les
respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y
conténtense con su sueldo".
Como el pueblo estaba a la
expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la
palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que
es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus
sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su
mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero
consumirá la paja en el fuego inextinguible". Y por medio de muchas otras
exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz
y Bien.
Estamos ya celebrando el tercer
domingo de Adviento tiene un nombre específico: Domingo de Gaudete. Recibe ese
nombre por la primera palabra en latín de la antífona de entrada, que dice:
Gaudéte in Domino semper: íterum dico, gaudéte. (Estad siempre alegres en el
Señor, os lo repito, estad alegres). La antífona está tomada de la carta paulina
a los filipenses ( Flp. 4, 4), que sigue diciendo Dominus prope este (el Señor
está cerca). Y efectivamente, en este tercer domingo, que marca la mitad del
Adviento, la llegada del Señor se ve cercana. Cuando nos acercamos a la
celebración del Nacimiento de Jesús, la palabra de Dios nos recuerda cómo las
profecías han sido ya cumplidas; que estamos en lo que los teólogos llaman el
"ya, pero todavía no". Que las tinieblas se disipan y avizora una
tenue luz: “La Palabra se hizo carne y acampo entre nosotros” (Jn 1,14).
En este contexto apremia la
necesidad de ¿Qué tenemos que hacer?: una sincera conversión, tema de este
domingo. Otro relato paralelo a Lucas está en Mateo: “La gente de Jerusalén, de
toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro de Juan
Bautista, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus
pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su
bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de
la ira de Dios que se acerca? Produzcan
el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos
por padre a Abraham. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer
surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el
árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,5-10).
¿Qué debemos hacer?” (Lc
3,10-14): Después que Juan termina su predicación llamando a la conversión (Lc 3,7-9),
la gente reacciona positivamente pidiendo pistas concretas para hacer el camino
de conversión significado en el bautismo.
En su predicación inicial Juan
Bautista le había dicho a la gente que venía a ser bautizada que se tomara en
serio lo que iba a hacer, que no le sacaran el cuerpo a la conversión. Parece
que la más común era sentirse seguro de la salvación sacando a relucir el ser
hijo de Abraham, como si el hecho de ser israelita concediera automáticamente
el derecho al cielo. Apoyarse en la
infinita misericordia de Dios para excusarse de la conversión (como quien dice:
“para qué, si al fin y al cabo Dios misericordioso me entiende y me perdona”)
es un tremendo abuso. No hay que dejar para mañana la conversión. La decisión
tiene que ser a fondo e inmediata porque la “ira es inminente” (Lc 3,7-9). Entonces
tres grupos de personas se acercan al bautista y en las tres ocasiones le
plantean la misma pregunta: “¿Qué debemos hacer?” (Lc 3,10.12.14). La gente quiere darle cuerpo a la conversión
y a la vida nueva en acciones concretas. La conversión se reconoce en la
“praxis”, sobre todo la de la caridad y la justicia. Notemos que cinco veces se
repite el verbo “hacer” (Lc 3,8.10.11.12.14). Para cada categoría de personas
que dialogan con Juan Bautista se propone un “quehacer” específico.
Un grupo amplio de personas (Lc 3,10-11):
A las multitudes anónimas, el Bautista los invita a despojarse para compartir
con los más pobres: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no
tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo”. El vestido y el alimento representan
necesidades básicas. Juan aparece en sintonía con el espíritu del profeta
Isaías, quien decía: “Partir al hambriento tu pan... a los pobres sin hogar
recibir en casa... y cuando veas a un desnudo le cubras... de tu semejante no
te apartes” (Is 58,7). A lo largo del
evangelio de Lucas ésta será una exigencia fundamental, como se ilustra en la
parábola del rico epulón: uno que nada en la abundancia y tiene un pobre
padeciendo a su lado está poniendo en ridículo la Palabra de Dios (Lc
16,19-31).
El grupo de los cobradores de
impuestos (Lc 3,12-13): A los cobradores de impuestos, tentados de enriquecerse
exigiéndole a los contribuyentes sumas superiores a las establecidas
oficialmente, les pide que no caigan en la corrupción, que sean honestos: “No
exijáis más de lo que está fijado”. Los cobradores de impuestos en la época
eran delincuentes “de cuello blanco” ampliamente conocidos por su pésima
reputación de ladrones. A lo largo del evangelio muchos de estos van a vivir un
cambio radical de vida al lado de Jesús (Lc 9,19).
El grupo de los soldados (Lc 3,14):
A los soldados, que eran judíos enrolados en el ejército romano para ponerle
mano dura a los cobradores de impuestos, les exige que no abusen del poder: “No
hagan extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas, y conténtense con su
paga”. En otras palabras, se les pide que
no usen la fuerza, tortura o extorsión para obtener información sobre la gente
sospechosa, y también a ellos se les pide que no busquen ganancias extras
haciendo mal uso de la autoridad que se les dio.
Notamos cómo en los tres casos,
el estilo de predicación de Juan Bautista es bien distinto al que adoptó
inicialmente. No regaña a la gente sino que le ofrece caminos concretos de
superación. La preocupación de fondo es la de la justicia social. La
predicación de Juan está en sintonía con la de los profetas que tenían claro
que las devociones religiosas debían cederle espacio a toda forma de justicia
social (por ejemplo: (Is 1,10-20 y Am 5,21-27). Igualmente está en sintonía con
el espíritu de la Iglesia en Pentecostés (Hch 2,44 y 4,32-35).
No eres tú el Mesías: ¿Quién eres
tú? (Lc 3,15-17): La segunda parte comienza con la típica pregunta sobre la
identidad de Juan: “Andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si
no sería él el Cristo” (Lc 3,15). La novedad en el evangelio de Lucas es que la
pregunta parte no de las autoridades judías que investigan al peligroso profeta
(Juan 1,25), sino del mismo pueblo sediento de la venida del Mesías: “como el
pueblo estaba a la espera...”. La respuesta de Juan tiene dos partes, centradas
ambas en los dos bautismos. En la primera habla de su bautismo (con agua) y en
la segunda habla del bautismo que trae Jesús, que también es doble (con
Espíritu Santo y fuego).
Juan bautiza con agua (Lc 3,16): Juan
se presenta a sí mismo como el hombre “fuerte” que “bautiza con agua”, símbolo
de purificación y de vida para quien expresaba una conversión sincera, gesto
que agregaba plenamente a la descendencia de Abraham. Pero viene el contraste:
si Juan es fuerte, Jesús es todavía más fuerte: “viene el que es más fuerte que
yo”. Siguiendo el hilo del pensamiento
de Lucas, notamos una referencia a palabras dichas anteriormente en los relatos
de infancia: si de Juan se había dicho “será grande” ahora él mismo va a
presentar al que “ha de venir” como uno que lo supera de manera tal que es “más
grande” (Lc 1,32). Esto Juan lo visualiza (los profetas predican con imágenes)
con la imagen de esclavo. El precursor se siente tan pequeño frente al Mesías
“que viene”, que se declara indigno de prestarle aún el más pequeño servicio,
que sería el de “desatarle la correa de sus sandalias”.
Jesús bautiza en Espíritu Santo y
fuego (Lc 3,17): Jesús es “más fuerte” que Juan porque lleva a cabo lo que el
bautista proclama: “el perdón de los pecados” (Lc 3,3). Juan prepara el camino pero
es Jesús quien lo realiza. La fuerza del bautismo está descrita con dos
términos significativos: “Espíritu Santo” y “fuego”. Para aquella persona que
acoge a Jesús, el don del “Espíritu Santo” se convierte en el fundamento de una
nueva vida. En cambio para aquel que lo rechace, es el “fuego” del juicio que
comienza a cumplirse con la venida de Jesús.
De esta forma ante la obra de
Jesús, el bautismo en el Espíritu Santo, la humanidad se divide en dos: los que
reciben a Jesús y los que lo rechazan. Recordemos que Jesús es “signo de
contradicción”, como dijo Simeón: “éste está puesto para caída y elevación de
muchos en Israel” (Lc 2,34).
Con todo el énfasis del texto
recae en lo positivo: se espera la apertura a Jesús y a la obra de su
evangelio, con un deseo sincero de conversión (Hch 2,37-38). Entonces seremos
testigos de la maravillosa experiencia del poder vivificador del Dios creador
en nuestras vidas que nos integra al nuevo pueblo de Dios. Pero el evangelio de
hoy se detiene también a considerar las graves consecuencias del rechazo. Con
las imágenes poderosas y significativas para el mundo judío que aparecen en (Lc
3,17) y que nos recuerdan el lenguaje profético de Isaías - para quien el fuego
es símbolo de destrucción (Is 29,6), Juan Bautista quiere una vez más sacudir
la tierra desierta de los indiferentes. Cada uno se juega su futuro en la
decisión que tome ante el anuncio que Dios le ha hecho. Decir que “no” es
decidir por sí mismo la eterna separación de Dios y por lo tanto la auto
negación de un futuro de vida.
No conviene perderse la fiesta: La
conversión es una buena y no una mala noticia. Como lo va a desarrollar poco a
poco este mismo evangelio de Lucas, la conversión total, continua y cotidiana
llena el corazón de luz, de justicia, de amor y de alegría. Jesús hablará con
frecuencia de la alegría que se siente cuando se recibe el perdón y,
paradójicamente dirá que es aún mayor la alegría del Padre de los Cielos:
“convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba
muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15,32; Lc 14,7
y 10).