II DOMINGO DE ADVIENTO – B (9 de diciembre de 2018)
Proclamación del Santo evangelio según San Lucas 3,1-6:
3:1 El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio,
cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su
hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de
Abilene,
3:2 bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su
palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.
3:3 Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río
Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados,
3:4 como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una
voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
3:5 Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas
serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los
caminos desparejos.
3:6 Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios. PALABRA
DEL SEÑOR.
Amigos(as) en el Señor Paz y Bien
El evangelio de este II domingo de adviento tiene dos
partes: El contexto histórico (Lc 3,1-2) y el ministerio de Juan Bautista (Lc
3,3-6): “La Ley y los Profetas llegan hasta Juan. Desde entonces se proclama el
Reino de Dios, y todos tienen que esforzarse para entrar en él” (Lc 16,16). La figura
de Juan en la historia de la salvación es la de unir el tiempo de la promesa
(A.T.) y la realización de la promesa (N.T.).
El I domingo de adviento se nos ha dicho: “Estén despiertos
y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir” (Lc
21,36). Hoy, en el II domingo se nos dice: “Entonces, todos los hombres verán
la Salvación de Dios” (Lc 3,6).
El ministerio de Juan Bautista: “Comenzó entonces a recorrer
toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el
perdón de los pecados” (Lc 3,3). Antes de tomar detalles de esta cita conviene
contextualizar la figura de Juan Bautista:
Un día los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Por qué dicen
los escribas que primero debe venir Elías? Él respondió: Sí, Elías debe venir a
poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no
lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán
padecer al Hijo del hombre. Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se
refería a Juan el Bautista” (Mt 17,10-12). Esta afirmación hecha por Jesús no
es sino lo que el profeta dijo: “Yo les voy a enviar a Elías, antes que llegue
el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres
hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no
venga a castigar el país con el exterminio total” (Ml 3,23).
El ministerio de Juan Bautista consiste en poner en orden
todas las cosas (Mt 17.11) y ¿cómo lo hizo?: “Comenzó entonces a recorrer toda
la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón
de los pecados” (Lc 3,3). Juan tenía una túnica de pelos de camello y un
cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de
Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro,
y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados” (Mt
3,4-6).
Al respecto del
bautismo de conversión Juan aclara y dice: “Yo los bautizo con agua para que se
conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni
siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu
Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá
su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible" (Mt
3,11-12).
Conversión: Al ver que muchos fariseos y saduceos se
acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les
enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una
sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham.
Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de
Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no
produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Mt 3,7-10).
Juan advierte un bautismo de conversión para el perdón de
los pecados” (Lc 3,3). Cómo alcanzar el perdón de los pecados? Acudamos a dos
citas en el que el Señor aclara: “Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre
tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados” (Lc 5,24). Y también
Jesús les dijo de nuevo: ¡La paz esté con ustedes¡ Como el Padre me envió a mí,
yo también los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se
los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan" (Jn
20,21-23).
Adviento tiempo de confesión de los pecados: El Nuevo
Catecismo de la Iglesia en el numeral 1422-1429) nos dice lo siguiente: "Los que se acercan al sacramento de la
penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados
cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que
ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo
y sus oraciones" (LG 11).
El nombre de este
sacramento: Se le denomina sacramento de
conversión porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión
(Mc 1,15), la vuelta al Padre (Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por
el pecado. Se denomina sacramento de la penitencia porque consagra un proceso
personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte
del cristiano pecador.
Se le denomina sacramento de la confesión porque la
declaración o manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es
un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento
es también una "confesión", reconocimiento y alabanza de la santidad
de Dios y de su misericordia para con el hombre pecador. Se le denomina sacramento
del perdón porque, por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al
penitente "el perdón [...] y la paz" (Ritual de la Penitencia, 46,
55). Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el
amor de Dios que reconcilia: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co
5,20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la
llamada del Señor: "Ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt
5,24).
¿Por qué un sacramento de la Reconciliación después del Bautismo?
"Han sido lavados [...] han sido santificados, [...] han sido justificados
en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co
6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace
en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto
el pecado es algo que no cabe en aquel que "se ha revestido de
Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol san Juan dice también: "Si decimos
que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1
Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona nuestras
ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón
que Dios concederá a nuestros pecados.
La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo,
el don del Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como
alimento nos han hecho "santos e inmaculados ante Él" (Ef 1,4), como
la Iglesia misma, esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante Él"
(Ef 5,27). Sin embargo, la vida nueva recibida en la iniciación cristiana no
suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la
inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en
los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida
cristiana ayudados por la gracia de Dios (DS 1515). Esta lucha es la de la
conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa
de llamarnos (DS 1545; LG 40).
La conversión de los bautizados: Jesús llama a la
conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El
tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la
Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se
dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así,
el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por
la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (Hch 2,38) se renuncia al mal y se
alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la
vida nueva.