DOMINGO XIV – B (08 de julio del 2018)
Proclamación del Santo Evangelio según San Marcos 6,1 - 6:
6:1 Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de
sus discípulos.
6:2 Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la
sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De
dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes
milagros que se realizan por sus manos?
6:3 ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de
Santiago, y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y
Jesús era para ellos un motivo de tropiezo.
6:4 Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado
solamente en su pueblo, en su familia y en su casa".
6:5 Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a
unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.
6:6 Y él se asombraba de su falta de fe. PALABRA DEL SEÑOR.
Estimados amigos en el Señor Paz y Bien.
Los judíos, admirados, decían: "¿Cómo conoce las Escrituras
sin haber estudiado? Jesús les
respondió: Mi enseñanza no es mía, sino de aquel que me envió” (Jn 7,15-16). Jesús
les dijo: “Sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vine, y a donde voy” (Jn 8,14). Ellos preguntaron a Jesús: ¿Dónde está tu Padre? Jesús
respondió: Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían
también a mi Padre" (Jn 8,19). Jesús les dijo: “El que es de Dios escucha
las palabras de Dios; si ustedes no las escuchan, es porque no son de
Dios" (Jn 8,47).
San Pablo resume en pocas palabras toda la figura del Hijo
de Dios: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Porque
Él siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría Dios; sino, todo
lo contrario, se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo y
haciéndose semejante a los hombres… se humilló hasta someterse por obediencia
la muerte y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que
está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en
el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de
Dios Padre” (Flp 2,5-11). Las mismas palabras de Jesús resaltan la humildad y
sencillez como don y querer de Dios al decir: "Te alabo, Padre, Señor de
cielo y tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y
haberlas revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así lo has querido”
(Mt 11,25-26). Y en muchos pasajes vamos constatando que efectivamente Dios se
revela en la sencillez de las cosas.
Nos preguntamos, si nosotros buscamos a Dios y
quisiéramos encontrar a Dios de verdad, ¿Dónde y con qué lo buscamos? Buscamos
guiados por nuestra razón porque pensamos que Dios tiene que acomodarse a
nuestro modo de pensar y actuar, así los mismos apóstoles reflejan eso y por
eso un buen día Pedro se ganó una llamada de atención: “Apártate de mi vista
satanás, porque tú piensas como los hombre y no como Dios” (Mt 16,23). El
evangelio de este domingo nos sitúa el modo de pensar de los judíos quienes con
criterio humano se dan la libertad de analizar la identidad de Jesús (Mc
6,1-6). Jesús llega a su pueblo y nadie le hace una recepción. Entró como
cualquier vecino del barrio, incluso ni se cita el nombre de Nazaret,
sencillamente se dice, “su pueblo”. Hasta resulta curioso que no digan “el hijo
de José”, ya que el padre era el que personificaba a la familia y a la tradición.
Le reconocen como el “hijo de María”, que no lleva ni el apellido paterno.
Primero, se admiran de sabiduría y hasta se cuestionan de dónde saca todo ese
saber. Pero, luego le descubren la suela de la sandalia: “es el carpintero”.
Por tanto, enviado de Dios. Dios no puede rebajarse a ser tan poca cosa, en un triste carpintero del
pueblo.
El mensaje del Evangelio nos ilustra ese conflicto interno
de la gente. Por una parte, no pueden dudar de que allí hay un saber y una
sabiduría distinta, superior; pero, a la vez, no están dispuestos a aceptarla.
Entonces buscan todas las razones posibles para negarse a creer en Él. A Él le
conocen, es el eterno problema. Para ser famoso hay que venir de lejos
precedido de una gran campaña publicitaria porque si nos conocen, “lo nuestro
no vale y todo lo de fuera, lo de extraño si vale y vale mucho”. Muchos
quisiéramos un Dios llamativo, que nos haga milagros, y nos olvidamos de que
Dios quiere hacer milagros, pero se siente defraudado porque no encuentra fe
suficiente en nosotros para hacerlos. No nos quejemos de que “Dios no me
escuchó”, preguntémonos más bien si “nuestra fe es capaz de hacer milagros”. El
problema no es Él, sino nosotros porque queremos a menudo que Dios corresponda
a nuestros criterios y caprichos humanos.
Dios tiene diverso criterio de revelarse y acercarse a
nosotros y lo hace con el vestido de la sencillez. Dios no es de los que nos
abruma con sus trajes, sus ternos de última moda, sus zapatos último modelo.
Dios nunca se manifiesta de estreno. Utiliza siempre el mismo vestido.
Digámoslo así, Dios no es ningún exhibicionista ni presume de grandeza. Por eso
mismo, Dios nunca pretende aplastarnos con lo maravilloso y lo extraordinario.
Desde que decidió encararse (Jn 1,14), “se rebajó hasta hacerse uno cualquiera”
(Flp 2,6-8). Es uno más del pueblo, uno más del barrio, uno más de la calle.
Por eso Dios no inspira ni miedo. Así a Dios no tenemos que buscarlo ni lejos,
ni en las alturas ni en las grandezas, y tenemos que protegernos de Él, al
contrario, a Dios lo reconoceremos en las cosas simples y sencillas de la vida.
Los judíos lo vieron como el “hijo del carpintero”. Ese fue
el pecado de Jesús. Mientras hablaba todos admiraban su sabiduría, pero cuando
analizaron su real identidad todo se vino abajo. Un carpintero en Nazaret es un
don nadie. ¿Qué tiene que decirnos un carpintero? ¿Qué importancia puede tener
un carpintero? ¿Qué cosa buena puede salir de Nazaret? (Jn 1,45). Sin embargo,
Dios se revistió de carpintero y desde entonces se le puede encontrar en
cualquier carpintería de aldea. Como es de entenderse, nosotros nos dejamos
llevar demasiado de la grandeza y del poder. Dios se deja llevar de la
sencillez de las cosas de la vida. Él empeñado en manifestarse en lo pequeño y
nosotros, tercos, empeñados en verlo en lo grande y llamativo. Por eso pasamos
a su lado constantemente y no lo vemos porque brilla poco y deslumbra poco.
Un día preguntaron a Jesús sus discípulos: "¿Quién es
el más grande en el Reino de los Cielos? Jesús llamó a un niño, lo puso en
medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no se
hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que
se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos”
(Mt 18,1-4). ¿Hay algo más sencillo que un niño? En los niños juega Dios con
los hombres. ¿Hay algo más sencillo que un anciano? En los ancianos se sienta
Dios en el parque y reclama cuidados de una empleada para que no le atropelle
un carro. Pero, nosotros necesitamos de un terremoto para gritarle pidiendo
compasión y misericordia. No le reconocemos en ese enfermo que necesita le den
de comer porque ya no tiene fuerzas. ¿Quieres encontrarte con Dios? Búscalo en
lo sencillo, entre los maderos, los martillos y los clavos de una carpintería.
La fe no es ver en la grandeza. La fe es ver en la pequeñez.
Si buscamos a Dios con el presupuesto de la sabiduría
humana, no lograremos encontrar a Dios. Las cabezas infladas de saber, ya lo
saben todo. No necesitan de nada. Nadie tiene nada que enseñarles. Ni Dios
tiene nada que decirles porque la ciencia ya se lo ha dicho todo. Hoy todo lo
justificamos con la ciencia o, mejor dicho, con lo que nosotros queremos llamar
ciencia y marginamos la fe como fuente de conocimiento y fuente de verdad. Tenemos
miedo a creer, a abrirnos a la verdad revelada, que es la otra dimensión de la
verdad a la que la ciencia humana no puede llegar. Se busca incompatibilidades
entre ciencia y razón, donde en realidad lo único que hay es ignorancia de la
fe y no pocas veces, reduccionismos científicos. Y donde quedan las palabras
del Señor: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis
discípulos y conocerán la verdad, la verdad los hará libres" (Jn 8,31-32).
Jesús se encontró con esos científicos de la religión,
dopados también ellos por sus propias convicciones y cerrados a la buena
noticia del Reino. También, se encontró con esa gente simple del pueblo, la
única que no está dopada de prejuicios ni de soberbia intelectual, esa gente
hecha de una sola pieza, abría su corazón a las llamadas de Dios. «Gracias,
Padre, porque has ocultado todo esto a los sabios y los prudentes
intelectuales, pero se lo has revelado a los pequeños.» (Mt 11,25). Así con
Jesús estamos llamados a clamar y decir: ¡Qué pequeños son los grandes! ¡Qué
grandes son los pequeños! ¡Qué poco saben los que saben y cuánto saben los que
no saben! Los sabios tienen la ciencia de los libros, pero la gente sencilla
tiene la sabiduría de la vida.
San Pablo decía: “Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los
que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando
humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios
eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el
mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y
despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie
podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús,
que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y
justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: El que
se gloría, que se gloríe en el Señor” (I Cor 1,26-31).