sábado, 17 de mayo de 2014

DOMINGO V DEL TIEMPO DE PASCUA - A (18 de Mayo del 2014)


DOMINGO V DEL TIEMPO DE PASCUA – A (18 de Mayo del 2004)

Proclamación del Santo Evangelio según San Juan: 14,1-12

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “No se turbe su corazón. Crean en Dios: crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, fuera así, ¿les habría dicho; que voy a prepararles un lugar?. Y cuando vaya y les preparado sitio, volveré y les llevaré conmigo, para que donde esté yo estén también ustedes.  Y adonde yo voy saben el camino”.

Tomás le dice: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Le dice Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.  Si me conocieran, conocerían también a mi Padre; desde ahora lo conocen y lo han visto”. Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Le dice Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con ustedes y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que les digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.

 Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Y si no al menos, crean por las obras.  En verdad, en verdad les digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”. PALABRA DEL SEÑOR.

Estimados(as) amigos(as) en el Señor  resucitado Paz y Bien.

REFLEXIÓN EXEGÉTICA:

Los discípulos aprenden una nueva lección para sus vidas que acuñamos como hipotasis de la enseñanza de este domingo y para su mejor entendido empezamos con estas palabras del Señor: “Salí del Padre y vine al mundo… Ahora dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28). Para completar los puntos suspensivos nos preguntamos. ¿A qué vino Jesús? Y sin duda las palabras que dicen Jesús son muy claras: “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día” (Jn 6,38-40).

Como es de verse, la enseñanza de Jesús comienza con una invitación a confiar en Él: “No se turbe vuestro corazón” (Jn 14,1ª). Cuando los sentimientos se agitan por el vacío de una ausencia, Jesús ofrece la fortaleza de la fe: “Crean en Dios y crean también en mí” (14,1b). En la primera parte de la enseñanza, notamos que la referencia a Dios Padre lo enmarca todo: Al principio dice: “En la casa de mi Padre…” (14,2). Al final dice: “Yo voy al Padre” (14,12). La estrecha relación entre el Padre y el Hijo se ve más claramente en este tiempo pascual:
- Jesús va al Padre: “Subo a mi Padre, el Padre de Uds. subo a mi Dios, Dios de Uds.” (Jn 20,17).
- De quien proviene: “Sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (13,3).
- Y con quien vive desde la eternidad en una gran comunión: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba en el principio con Dios” (Jn1,1). “La Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Vale la pena observar a lo largo del pasaje que leemos hoy cómo se va presentando la relación entre el Padre y el Hijo. Este es el horizonte nuevo sobre el cual Jesús propone la relación con sus discípulos en el futro.

La pedagogía de Jesús:

El texto relatado de hoy podemos agruparlo en cuatro partes: 1) Jn 14,1-4: Jesús exhorta a la confianza y enseña cuál es el futuro de la relación con Él. 2) Jn 14,5-7: Jesús les hace una gran revelación (con un solemne “Yo soy” (Ex 3,14). 3) Jn 14,8-11: Jesús señala su profunda unidad con el Padre. 4) Jn 14,12: Jesús saca un silogismo para el discipulado: “hacer sus obras” (Es el comienzo de una nueva sección de la enseñanza (Jn 15,14).

El pasaje se desarrolla siguiendo la dinámica de un diálogo: (1) En la primera parte Jesús tiene en vista las palabras anteriores de Pedro (13,36: “Señor, ¿a dónde vas?”); (2) en la segunda responde a la pregunta de Tomás (Jn 14,5: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”); (3) finalmente responde a la solicitud de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Jn 14,8).

En esta primera parte Jesús exhorta a la confianza y enseña cuál es el futuro de la relación con Él: “No les dejaré huérfanos porque volveré por Ustedes (Jn 14,18). Enseñanza que se despliega aquí: “1) No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. 2) En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. 3) Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros.  4) Y adonde yo voy sabéis el camino”. Como anotamos arriba, a la hora de la despedida, Jesús les explica a sus discípulos que no se separa de ellos para siempre, sino que su partida sirve para establecer un vínculo aún más consistente. Modo nuevo de relación que se fortalecerá siempre y cuando: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; vendremos a él y haremos morada en él. Pero el que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió” (Jn 14,23).

La fe es el facilitador de la comunidad: “No se turbe su corazón. Crean en Dios, crean también en mi” (14,1). El término “turbación” es elocuente. Para entenderlo remitámonos al pasaje de la muerte y resurrección de Lázaro, donde dice que delante de la tumba de su amigo querido Jesús “se conmovió interiormente, se turbó” (Jn 11,33) y enseguida se puso a llorar (Jn 11,35).  Esta turbación es la sensación previa a las lágrimas, es una conmoción profunda, por eso dice “del corazón”. Es la sensación de que a uno como que le quitan el piso, no tiene apoyo, como que se pierden los horizontes, todo se vuelve oscuro.  Es una sensación desagradable; por eso tememos tanto la partida de los seres que amamos. Un místico lo expresaba de una manera bellísima con relación a Dios que se reza en el himno de la pascua: “Que yo sin ti me quedo, que tú sin mi te vas”. Es decir: seguir viviendo sin el amado es como morir viviendo. Frente a ese sentirse sin apoyo Jesús les ofrece un piso de confianza: “Crean en Dios, crean también en mi” (Jn 14,1b). Jesús señala la actitud fundamental con la cual los discípulos deben afrontar la situación de la separación: la confianza en la fe.

Esta exhortación vale no sólo para los discípulos, sino también para todos aquellos que creerán después en Él. Estos últimos se encuentran en la misma situación de aquellos discípulos, para los cuales no sólo Dios sino también Jesús mismo ahora hace invisible para los ojos mortales. Ante este hecho, los discípulos no deben dejarse impresionar, perder la compostura, para andar preocupados o inquietos. Justo ahora deben tener su más sólido fundamento y su inquebrantable apoyo en Dios y en Jesús. Sólo en la fe serán capaces de enfrentar esta situación. Jesús habló varias veces del “creer” como respuesta a sus signos y como camino de acceso a la vida eterna. Ahora que ellos no lo verán más, el “creer” de los discípulos es aún más necesario: “Quien cree en mis palabras y cree en el que me envió, vive de la vida eterna, ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte  a la vida” (Jn 5,24).

Pero así como uno cree en Dios a quien no ve, Dios es invisible, así también hay que creer en él en cuanto Señor resucitado.  De la misma manera que se cree en él Dios invisible hay que creer en el Resucitado (Lc 24,6). Jesús y el Padre están al mismo nivel. A Dios y a Jesús se les debe el mismo tributo de fe, porque el Padre se deja conocer a través del Hijo y obra en comunión inseparable con el Hijo  por medio de Él (14,10-11). Sin ver, los discípulos deberán apoyarse con una confianza ilimitada en el Padre y en el Hijo, construyendo todo sobre ellos.

El nuevo y definitivo espacio de relación en la casa del Padre (Jn 14,2): El hecho de que Jesús se vaya no constituye una separación definitiva, sino que sirve para su unión eterna: “Voy a prepararos un lugar” (14,2b). La referencia a “muchas mansiones” en la casa del Padre, expresa ante todo la idea de una morada permanente. La metáfora no describe a Jesús arreglando un cuarto sino construyendo una casa: así como lo que se aman, construyen casa para vivir juntos. En la frase hay dos pistas importantes:
- Para Jesús la muerte es un retorno a la casa del Padre (Jn 13,1). Exaltado y glorificado, él estará para siempre en la comunión perfecta con el Padre.
- Jesús había explicado su muerte y su resurrección desde el comienzo del Evangelio en la expulsión de los vendedores del templo diciendo que destruiría el templo destruido por hombres y lo reconstruiría en tres días, anota el evangelista: “Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo” (Jn 2,21).  Jesús resucitado es la nueva construcción.

Es así como la Pascua es la construcción de la “morada”. Exaltado y glorificado, Jesús estará siempre en la perfecta comunión con el Padre. En ésta “morada” serán acogidos los discípulos de Jesús. Los discípulos tienen su patria definitiva no sobre esta tierra sino en Dios (Jn 14,23).

Una comunión perenne: el don más precioso de Jesús (Jn 14,4): Jesús no se va para abandonar a sus discípulos sino para prepararles un puesto junto al Padre. Viene entonces para tomarlos consigo y estar en unión eterna con ellos: “Volveré y les llevaré conmigo, para que donde esté yo estén también Ustedes” (14,3). Y reitera: “No les dejaré huérfanos, porque volveré por ustedes” (Jn 14,18). Es importante que los discípulos no se fijen solamente en el hecho de que Jesús muera de tal muerte y que no ya no esté con ellos. Ellos deben ver con fe el fin, o sea, que todo aquello que Jesús ya llevó a cabo está orientado a su comunión perenne con Él y con el Padre.

Para ello hay que ponerse en camino (Jn 14,4): Pero este don de Jesús, no puede llevar al discípulo al pasivismo: de la participación y el compromiso.  Y eso es lo que Jesús quiere decir con la imagen del “camino”: “A donde yo voy saben el camino” (Jn 14,4). Hay que ponerse en movimiento por el “camino” indicado por Él mismo en sus palabras, sus obras y todo lo que aprendieron en la convivencia amiga con él.  Pero viene enseguida una gran revelación: el camino es el mismo Jesús (Jn 14,5-7):

En esta segunda parte Jesús les hace una gran revelación a sus discípulos: 5) Le dice Tomás: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. 6) Le dice Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. 7) Si me conocerían, conocerían también a mi Padre; desde ahora lo conocen y lo han visto” (Jn 14,5-7). Como se acaba de anotar, lo dicho en la primera parte acerca del don de la Pascua, podría dar la impresión de que los discípulos permanezcan pasivos y que sean simplemente conducidos por Jesús al Padre. La enseñanza ahora es que los discípulos no pueden permanecer inactivos o as manos cruzadas, sino que deben también moverse por sí mismos. Por eso Jesús los instruye sobre el camino para llegar al Padre: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6).

Los matices de esta revelación (Jn 14,6ª):

“Camino” El camino es el mismo Jesús. Ya en la parábola del Buen Pastor, él había dicho: “Yo soy la puerta: si uno entra por mí, estará salvo” (Jn 10,9). Nosotros no podemos salvarnos por nosotros mismos, esta posibilidad es inaccesible para nosotros. Hay un único acceso a la salvación: Jesús en persona. La salvación consiste en la unión con Dios gracias al acceso que Jesús nos da a esta comunión.  Como es la única puerta, así Jesús es también el único “Camino” hacia el Padre, en cuanto es la “Verdad” y la “Vida”.


“Yo Soy el que soy” (Ex 3,14). Esta es la sexta vez en este Evangelio que Jesús se presenta con un solemne “Yo Soy” Cuando levanten en lo alto al hijo del hombre, comprenderán que yo soy” (Jn 8,28). Como cada vez que se define con la expresión “Yo soy”, también aquí Jesús nos demuestra que en su persona está presente Dios (Yahvé) como dador de salvación para nosotros. El gran don que Dios nos hace y nos es manifestado por Jesús es el hecho de poder acceder a Él. Dios está escondido para nosotros e inaccesible (“A Dios nadie lo ha visto jamás”; Jn 1,18ª), pero no excluye la posibilidad de que lleguemos a Él (“Pero el Unigénito, que estaba en el seno del Padre, Él nos lo ha dado a conocer”; Jn 1,18b). En Jesús, Dios mismo está presente ante nosotros en su verdadera realidad: “Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo. Él es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa, y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo” (Heb 1,1-3)

“Él es la Verdad”: significa que sólo por medio de Él se puede conocer el misterio de Dios. Sólo por medio de Jesús, en su realidad de Hijo, se revela que Dios es realmente Padre y vive desde siempre en una afectuosa comunión y a la par con este Hijo (1,1.18). Jesús es la perfecta revelación del Padre y así nos enseñó: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). ¿Pero, cómo ser perfectos? Bajo estos dos principios: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos y entonces conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8,31-31). “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo le he amado” (Jn 13,14). O la verdadera perfección está en vivir en el amor de Dios.

“Él es la Vida”: significa que tenemos la unión con Dios Padre, y por tanto la verdadera vida eterna, sólo a través de la unión con Jesús. Él es la fuente de vida: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn10,10; ver también 1,4-5; 5,26; 6,35.57; 8,12; 11,25; 17,2-3).

La contundencia de esta revelación: todo pasa por Jesús (14,6b): Es claro que Dios es inaccesible a nosotros en su verdadera realidad de Padre. También es claro que con nuestras fuerzas no podemos llegar por ningún camino hacia Él. Sólo Jesús es el “camino”. Entonces, por medio de Jesús alcanzamos la revelación completa sobre nuestro origen y nuestro destino (que tiene el rostro de un “Padre” generador de vida y plenitud de la misma); y no sólo lo sabemos sino que lo logramos: en Él está la “Vida”. Sólo por medio de Jesús se nos concede el conocimiento y la vida del Padre: “Nadie va al Padre sino por mí”.

En cuanto sólo Jesús es el Hijo unigénito que está a la par con Dios, sólo Él es la puerta de acceso al Padre. Todos los otros caminos no llevan al Padre. Jesús es el único camino que conduce a la meta. Nosotros no podemos llegar al Padre con ninguna otra guía. Sólo por medio de Jesús obtenemos el conocimiento de Dios y la unión con Él en su verdadera realidad de Padre.

La maravillosa comunión entre el Padre y el Hijo (14,8-11)

En la tercera parte, que ahora abordamos, Jesús señala su profunda unidad con el Padre: 8) Le dice Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. 9) Le dice Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? 10) ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.  11) Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras.

En su respuesta a Felipe, Jesús aclara de qué modo Él es el camino que conduce al Padre. Felipe le pide: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Jn 14,8). Felipe parece estar pensando en una teofanía, en una visión directa de Dios, en una experiencia extraordinaria. Jesús no es “camino” en cuanto transmite fenómenos y experiencias excepcionales de este tipo.  Lo es del modo que aquí experimentan los discípulos: con sus palabras y con sus obras, con la vida común entre sí. Lo es en cuanto Verbo de Dios hecho carne, con su aspecto humano lleno de discreción.

La única posibilidad de abordar y recorrer esta vía es la fe. Para quienes tienen fe les dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Quien reconoce por la fe a Jesús como Hijo, logra enseguida por la fe al Padre. Sólo para quien cree en él, Jesús es el camino,  continuará siéndolo aun cuando no esté visiblemente entre los suyos. La relación con Jesús no es como la que se tiene con un amigo más, sino que va más allá: al conocimiento pleno del misterio de Dios y cuyo fondo es su rostro paterno, y también a la relación misma con este Dios descubierto en su tremenda cercanía de Padre, una relación, una unión en la cual se genera una vida eterna. Aquel Padre, del que Tomás desea conocer con todo su ser, es lo máximo de la felicidad, de la protección, de la ternura. Por eso dice: “nos basta”.

Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia: “Si lo amas, síguelo. Me responderás: ‘Yo lo amo, ¿pero por dónde lo seguiré?’. Si el Señor tu Dios te dijera: ‘Yo soy la Verdad y la Vida’, tu deseo de verdad y vida te llevaría ciertamente a buscar el camino para llegar allá, y pensarías: ‘¡Gran cosa es la verdad, gran cosa es la vida! ¡Oh, si fuese posible que mi alma encontrara el camino para llegar allá!’.

¿Quieres conocer el camino? Escucha lo que el Señor dice en primer lugar: ‘Yo soy el Camino’. ¿Camino para dónde? ‘La verdad y la vida’. Dijo primero por dónde debes ir, y enseguida indicó para dónde debes ir. ‘Yo soy el Camino, Yo soy la Verdad, Yo soy la vida’. Permaneciendo junto al Padre es Verdad y Vida. Revistiéndose de nuestra carne, se hizo Camino. No se te ha dicho: ‘Esfuérzate por encontrar el camino, para que puedas llegar a la verdad y a la vida’. No es eso, ciertamente. Levántate, perezoso. El mismo Camino vino a tu encuentro y te despertó del sueño en que dormías –si es que llegó a despertarte-. ¡Levántate y camina!”. (San Agustín, Sobre el Evangelio de Juan, 34,9)

 ¿Cuál es la identidad real de Jesús a quien sigues? ¿Cómo entender la frase: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida?

REFLEXIÓN PASTORAL:

La Pascua no es sino la confirmación de las palabras del mismo Señor crucificado ya ahora resucitado como señor de gloria. En clima pascual podemos comprender un mensaje que me parece básico y fundamental para cada uno de nosotros. Es posible que muchos de nosotros andemos buscando a Dios, queriendo ver a Dios. Felipe: “Señor muéstranos al Padre.” Tomás dice que no sabe adónde va.  Más tarde también dirá: “Si no veo y meto mis dedos en sus llagas, no creo”. Aquí Jesús nos dice donde le podremos ver y encontrar: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.” Jesús se define a sí mismo y al Padre con tres expresiones que son todo un programa de vida: Camino, Verdad y Vida.

Jesús es el camino. Jesús no es una estatua, una imagen, una foto. Jesús es un camino, mejor dicho, El Camino. La idea de camino es no algo que se parezca a un sillón. A Dios no le conoceremos nunca del todo, cada día estamos conociéndole. Sólo llegaremos a conocerle de verdad al final del camino. El Dios de nuestra fe es un Dios al que hay que buscar cada día y cuyo rostro posiblemente vaya cambiando día a día. Lo mismo se puede decir del cristiano, nunca seremos cristianos terminados, sino cristianos en camino. Que nos vamos haciendo. Jesús es la verdad. La verdad de Dios no la encontraremos en lo que nos han dicho de Él, ni lo que pensamos de Él. La verdad de Dios es la que Jesús nos ha revelado. El Dios revelado por Jesús es el Dios amor, el que perdona. Jesús es la vida. La verdadera vida no es la que contamos pasando las hojas del calendario, la verdadera vida es la que nos revela Jesús: el amor, el perdón, la vida del Espíritu, la vida resucitada. Más que contar nuestros años desde la fecha de nacimiento, debiéramos contar cuanta vida de gracia hay cada día en nosotros.


Jesus nos ha dicho en el domingo anterior: “Yo soy el buen pastor que da la vida por sus ovejas” (Jn 10,110). Hoy nos ha dicho “Yo soy camino, verdad y vida, nadie va al padre sino por mi” (Jn 14,6). Ahora ¿cómo hemos se seguir a Jesús que es el buen pastor y camino?: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino» (Mt 16,24-28).

lunes, 12 de mayo de 2014

CUARTO DOMINGO DE PASCUA - A (11 de mayo del 2014)


CUARTO DOMINGO DE PASCUA - A (11 de Mayo del 2014)

Proclamación del Evangelio según: Juan 10,1-10

"Yo soy la puerta de las ovejas"

En aquel tiempo, dijo Jesús "Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guardia, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños." Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: "Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante." PALABRA DEL SEÑOR.

REFLEXIÓN:

Estimados(as) amigos(as) en el Señor Paz y Bien.
Dios dijo por el profeta: “¡Profetiza, hijo de hombre profetiza contra los pastores de Israel! Tú dirás a esos pastores: Así habla el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿Acaso los pastores no deben apacentar el rebaño? Pero ustedes se alimentan con la leche, se visten con la lana, sacrifican a las ovejas más gordas, y no apacientan el rebaño. No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad. Ellas se han dispersado por falta de pastor, y se han convertido en presa de todas las bestias salvajes. Mis ovejas se han dispersado, y andan errantes por todas las montañas y por todas las colinas elevadas. ¡Mis ovejas están dispersas por toda la tierra, y nadie se ocupa de ellas ni trata de buscarlas! Por eso, pastores, oigan la palabra del Señor. Lo juro por mi vida –oráculo del Señor–: Porque mis ovejas han sido expuestas a la depredación y se han convertido en presa de todas las fieras salvajes por falta de pastor; porque mis pastores no cuidan a mis ovejas; porque ellos se apacientan a sí mismos, y no a mis ovejas; por eso, pastores, escuchen la palabra del Señor: Así habla el Señor: Aquí estoy yo contra los pastores. Yo buscaré a mis ovejas para quitárselas de sus manos, y no les dejaré apacentar mi rebaño. Así los pastores no se apacentarán más a sí mismos. Arrancaré a las ovejas de su boca, y nunca más ellas serán su presa. Porque así habla el Señor: ¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él” (Ez 34, 2-11).
Este episodio del profeta Ezequiel nos sitúa en la difícil situación del rebaño por culpa de los pastores que no cumplen su misión por no decir de los falsos pastores que dispersan el rebaño por lo que hay el deseo urgente de que Dios envié un pastor fiel: ¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él” (Ez 34,11) y este pastor que anuncia el profeta es Jesús quien dice: “Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre” (Jn 10,14-18).
El evangelio que hemos leído hoy; resalta en primer lugar la identidad del pastor: “El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero” (Jn 10,1-3). Aquí Jesús nos presenta dos formas contrapuestas de acercarse a las ovejas: la identidad del pastor autentico y del falso pastor. Notemos el énfasis en el verbo “ser”: “Ése es un ladrón y salteador” y el de “Es pastor de las ovejas”. De esta manera, la primera parte de la parábola señala mediante la contraposición: “El que entra por la puerta falsa” y “El que entra por la puerta verdadera”. Entonces, hay dos modos de entrar al rebaño que dependen de lo que se busque: cuidar del rebaño o, por el contrario, hacerle daño. Así queda establecida la diferencia entre el falso y el verdadero pastor de las ovejas.
a) El falso pastor: “El que no entra por la puerta… escala por otro lado…” Quien busca hacer daño no da la cara, entra a escondidas valiéndose de un subterfugio (Jn 10,1), porque quien tiene segundas o malas intenciones no gusta de ser reconocido, como bien había explicado Jesús: “Todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras” (Jn 3,20). A quien procede de esta manera se le dan los dos calificativos fuertes de “ladrón” y “salteador”, dos títulos que señalan la intención deshonesta y egoísta. Ante todo priman sus propios intereses, el resto no le importa; su búsqueda de la oveja implica sometimiento, enajenación, aprovechamiento y, finalmente, muerte para ella.
b) El verdadero pastor: “El que entra por la puerta… le abre el portero”. El verdadero pastor da la cara al llegar a la puerta y dejarse convalidar por nuevo personaje en la parábola, el portero, quien dictamina si es o no es pastor. Obviamente, cuando lo reconoce, éste no duda en dejar entrar al pastor. También había dicho Jesús: “El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Jn 3,21). Y no sólo le abre el portero sino que “las ovejas escuchan su voz”, se entabla una relación estrecha y vivificante entre ellos, como vemos a continuación.
En segundo lugar se resalta la relación entre el pastor y las ovejas: “Y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn.10,3-5).
Una vez que se ha identificado al verdadero pastor, vemos cómo se entabla la relación de éste con sus ovejas. Podríamos decir también que esta segunda parte de la parábola igualmente se describe a la verdadera oveja con la contraposición: “Conocen su voz (del pastor)” y “No conocen la voz de los extraños”. La primera frase lo afirma claramente: “Las ovejas escuchan su voz”, o sea, no dudan en atender la voz de quien los guía y, en consecuencia, “le siguen” con docilidad. ¡Una excelente caracterización del discípulo del Señor! Toda esta sección podría englobarse bajo el título “Las ovejas escuchan su voz”. Por cierto, más adelante, en el relato de la pasión, Jesús dirá: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37). 
a) El seguimiento del pastor:
Se distinguen dos momentos: cuando la oveja es sacada del redil y cuando es conducida por las praderas. En ambas ocasiones la “voz” del pastor juega un papel fundamental. El verbo “sacar” está repetido, es una acción importante. El término es conocido en el vocabulario del éxodo: “sacar fuera” es un acto de libertad; al respecto, algunos comentaristas han notado que nunca se habla de un traer de vuelta al viejo redil. Pues bien, el “sacar” se realiza mediante un llamado: “a sus ovejas las llama una por una” (“por su nombre”). Cada oveja sabe su propio nombre y responde enseguida a la voz del que la llama. El “nombre” señala la identidad de una persona, lo que la distingue y hace única, también su historia y sus características personales. La oveja es conocida así. Tenemos aquí una sobria pero elocuente descripción de la relación personal que el pastor entabla con cada oveja: él se interesa por ella llamándola desde la hondura de su identidad personal y ella, por su parte, reconoce su voz y le responde poniéndose en camino hacia él y junto con él.
Comienza, entonces, la segunda etapa: “va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz” (Jn.10,4). Una vez que han sido llamadas por su nombre, sacadas del redil y congregadas, las ovejas son encaminadas hacia los lugares de la pradera. La relación llamada y respuesta ahora progresa hacia la relación precedencia y seguimiento: el pastor camina delante de ellas, y éstas –ciertamente con gran alegría- siguen a aquel cuya voz les es familiar.
El discipulado se describe claramente con el “ir delante” del Pastor y Maestro y el “seguir” de la Oveja y discípulo. El contenido del seguimiento de Jesús está presentado a lo largo de todo este evangelio, de punta a punta (si bien el término “seguir” es apenas uno de los términos usados por Juan para describir el seguimiento de Jesús, vale la pena observar: (Jn 10,27; 13,36-37; 18,15; 21,19.22). Pero aquí lo que el evangelista nos invita a observar atentamente es qué es lo que dinamiza el seguimiento: “le siguen porque conocen su voz”. Sin el conocimiento de la voz de aquel que es la Palabra de Vida (Jn 1,4) no es posible el seguimiento de Jesús.

b) La fuga ante los extraños: La parábola termina señalando que las ovejas no sólo “siguen” a Jesús sino que “no seguirán a un extraño” (Jn 10,5). Y el argumento es el mismo: “porque no conocen la voz de los extraños” (Jn10,5c). Es la antítesis del versículo anterior. No sólo se afirma que no seguirán a los extraños sino que “huirán” de ellos aterradas (Jn 10,5b). Una cosa es la indiferencia frente al extraño y otra es la fuga. Esta última actitud puede ser leída en dos planos: 
1. Teniendo en cuenta que no se reconoce la voz de los extraños, se puede entender como capacidad de discernimiento por parte del discípulo del Señor: el discípulo aprende a distinguir lo que proviene y lo que no del Señor.
2. Teniendo en cuenta la connotación del término fuga, como carrera en vía contraria, se puede entender como un apartarse decididamente o, mejor aún, como toma de decisión radical y profética frente a todo aquello que no va de acuerdo con el camino de vida.
Hay que tener presente que gracias a la familiarización con la voz de Jesús es que es posible detectar las voces seductoras que proponen caminos de muerte: ¡la escucha del Señor es la escuela de los auténticos profetas!
La incomprensión del auditorio: “Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba” (Jn 10,6). Situándonos sobre este plano del “conocimiento” el evangelista nos invita a una correlación entre la actitud de las autoridades religiosas judías, quienes son los interlocutores de Jesús (Jn 9,39-41), y los comportamientos descritos en la parábola (Jn 10,1-5). En pocas palabras: las ovejas oyen la voz del pastor (Jn 10,3b-4), pero los fariseos no oyen su voz, no reconocen lo que les está diciendo. De esta manera se identifica a los fariseos (Jn 9,40) con los “ladrones y salteadores” de Jn 10,1.
“En verdad, en verdad les digo: yo soy la puerta de las ovejas.  Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto” (Jn 10,7-9).
La imagen de la puerta había aparecido antes en Jn 10,1-2, allí era el lugar de entrada correcto para acceder al redil. Ahora se da un paso adelante: Jesús es esta puerta. Un antecedente bíblico puede ser el Salmo 118, el cual quizás fue interpretado como profecía mesiánica –siempre bajo la luz de la Pascua- en el cristianismo de los orígenes, particularmente el v.20: “Aquí está la puerta de Yahveh, por ella entran los justos”.
Esto quiere decir que solamente a través de Jesús se puede tener el acceso adecuado a las ovejas y que por medio de él las ovejas pueden salir hacia los espacios amplios de la vida representados en las verdes praderas, como se describe en Jn 10,9.
Los que vinieron antes de Jesús son calificados de “ladrones y salteadores”. Los que antes de Jesús han conducido al pueblo de Dios, específicamente estos dirigentes que tiene ante sus ojos y que lo rechazan a él así como a quienes comienzan a aceptar su revelación (por ejemplo, el ciego de nacimiento), ya no son reconocidos como sus dirigentes: “las ovejas no les escucharon”. Y puesto que no han entrado por la puerta, no tienen ningún derecho sobre las ovejas.
Jesús es la mediación de la vida. Y todo esto gracias a la voz que es escuchada y seguida: “Todo se hizo por medio de ella (la Palabra)… En ella (la Palabra) estaba la vida / y la vida era la luz de los hombres… La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo” (Jn 1,3.4.17).
El “entrar” y “salir” connota también la libertad de la que se habló en la parábola, en Jn 10,3b-4 (verbo “sacar”). La puerta permanece grande y abierta, las ovejas van y vienen, no son aprisionadas sino que se las hace salir y son siempre conducidas por aquel a quien escuchan. Entre libertad y vida se establece una estrecha relación.
Y el don de Dios se da con toda magnanimidad. Valga recordar que la imagen del “encontrará pastos” parece retomar la promesa de Dios en Ezequiel 34,14 que se había convertido en anhelo del Pueblo de Dios: “Las apacentará en buenos pastos, /y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán pingües pastos por los montes de Israel”. Es al servicio de esto que debían ponerse todos los pastores de Israel. Y es aquí donde la manera de realizar la misión en función del pueblo se pone en cuestión.
El evangelio termina con esta categórica afirmación: “Yo he venido para tengan vida abundante” (Jn 10,10). Lo que Jesús “es” se realiza en la misión para la cual ha “venido”. Las frases contrapuestas “El ladrón no viene más que  robar” y “Yo he venido para que tengan vida” ponen ante nuestros ojos –en forma comparativa- dos maneras de presentarse ante las ovejas.
Los verbos “robar”, “matar” y “destruir” aplicados al ladrón, señalan que no hay nada vivificante en ellos. Relacionemos con los que habían venido antes de Jesús y se presentaban ante el pueblo como sus servidores no le ofrecían la vida que necesitaban sino que se valían de él para mantenerse en su posición de privilegio. Los fariseos y dirigentes del pueblo quedan definitivamente descalificados como pastores.
Los tres verbos de negación de vida de la oveja que tiene como sujeto al ladrón, se contraponen a uno solo que tiene como sujeto a Jesús: “Dar Vida”. Ahora se dice de forma explícita: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Y no solo un poquito sino en abundancia.
Esta será la pretensión inaudita de Jesús, la que será motivo de confrontación cada vez más fuerte con sus adversarios, la que le llevará finalmente hasta la muerte en la cruz, en la cual irradiará esa vida abundante sobre la humanidad entera, dando vida con su propia vida glorificada.
En resumen: El verdadero pastor tiene que entrar por la puerta que es Jesús y no por otros medios saltándose los muros del ansia de poder, dominio y prestigio. Segundo, según el Papa Francisco el pastor camina detrás de las ovejas, en medio de las ovejas, delante de las ovejas y éstas le siguen. No por detrás con el látigo, sino preocupado que ninguna se quede. Tercero, las ovejas conocen su voz y por eso le siguen. La voz del pastor tiene que ser una voz amiga y cercana al rebaño, hablando el lenguaje de las ovejas porque promueve vida e infunde vida abundante.